Kitabı oku: «Memorias de un cronista vaticano», sayfa 3
Vii. Una comunicación por mail y nuevas informaciones
En ese oratorio entré en una de mis meditaciones profundas, que a veces no sé distinguir del duermevela. He de reconocer que tengo más habilidades para ver lo que ocurre fuera de mí y reproducirlo que para la introspección. Nunca llegaré a ser un místico.
Al cabo de un rato, no sé si me desperté o acabé conscientemente mi oración. Miré mi crono y vi que tenía un mail. Es curioso, pero desde que se inventó esta forma de comunicación no ha habido nada más eficaz. De eso hacía, si no estoy mal informado, más de dos mil años. El mail era del otro diputado lunar católico: Franz Kewman. Era un mensaje seco y sin preámbulos: «Me gustaría hablar con usted». Después de mi experiencia, lo cité para el día siguiente en la Nunciatura para desayunar a las 08:30 h de la mañana. Para entonces, ya había dicho misa y tenía tiempo disponible.
Kewman era diputado elegido en la luna, aunque no había nacido en ella y solo estuvo allí en visitas oficiales en su condición de alto funcionario del Gobierno global especializado en la expansión espacial. Hizo su campaña electoral por holografía y consiguió salir como diputado utilizando una relación familiar. Su argumento fue que en este momento no era necesario el contacto presencial para estar al tanto de las inquietudes del electorado. Donde era necesario estar era en el Parlamento global y cerca de su gobierno; y él no necesitaba medicinas especiales porque solo había vivido periodos muy cortos en la luna. Su experiencia como alto funcionario le abriría las puertas para conseguir lo que necesitaban sus electores. Además, consiguió financiación para que sus visitas holográficas fueran de primera calidad. En su campaña electoral parecía estar físicamente en el salón de cada casa familiar.
Su equipo había diseñado un programa electoral en base a la utilización de encuestas personalizadas y la información accesible por algoritmos de inteligencia artificial, muy desarrollada en estos tiempos. Con todo ello consiguió crear un clima de proximidad. Era un verdadero profesional de la política. Su catolicismo fue otro factor a favor de su candidatura en la colonia lunar. De manera astuta había apelado a los votantes creyentes. Sus contrincantes lo acusaron precisamente de católico y de que si no era elegido sería destinado fuera de NY y que quería ser diputado por esa única razón. Algo que, en lugar de perjudicarlo, le favoreció. Todo el electorado cristiano (católico o no) selenita lo votó para evitar lo que en un debate televisado Kewman definió como «genocidio migratorio ideológico».
Kewman inició la conversación:
–Me imagino que sabe a lo que vengo. Mark me ha indicado que es la persona con la que hablar.
Yo interrogué:
–¿Mark?
Fingí no saber nada para salvaguardar mi acuerdo de confidencialidad con Mark.
Kewman prosiguió:
–Bueno, no es necesario que lo involucremos; tiene sus problemas. Lo que quiero decirle es que los mismos que me ayudaron a ser diputado están dispuestos a echar una mano para evitar la emigración espacial selectiva por razones de creencias. De momento no es necesario que descubra su identidad, pero se puede contar con recursos económicos y relaciones importantes. Si parte de la industria sanitaria y farmacéutica está buscando favorecer el Humanismo Liberador, otra, por razones éticas y comerciales, está en contra.
Miró su crono, como si tuviera que contar el tiempo y siguió:
–No son unos utópicos. Lo que piensan es que ellos nunca entrarían en el negocio de la manipulación de seres humanos de ningún tipo. Si permiten que las nuevas colonias se conviertan en feudos de mercado de la parte del sector que quiere la selección migratoria espacial, les generaría unos recursos financieros tan potentes que a medio y largo plazo expulsarían al resto de la industria o la absorberían. Es tanto una lucha moral como económica. Tampoco he de ocultarle que mi electorado está en contra de esa emigración espacial selectiva y que a mí una batalla de este calibre me viene muy bien para las próximas elecciones.
Todo esto lo soltó de golpe. Casi no me dio tiempo a digerirlo mentalmente. Me quedé con la taza de café en la mano y boquiabierto. Me asaltó una duda: ¿podía fiarme de Kewman? Si algo he aprendido de la diplomacia vaticana a lo largo de siglos es que la prudencia es la virtud más importante en su labor. Ya había oído que a veces las primeras impresiones fallan y que los que vienen de corderos solo tienen de ese animal la piel; su interior es de lobos feroces egoístas, cuando no espías.
Por otra parte, para Kewman el planteamiento parecía ser del tipo «win-win» (ganar, ganar), pasase lo que pasase; porque si la proposición de ley se paraba podía venderlo como un triunfo ante sus votantes, y, si se tramitaba, su oposición le daría un protagonismo en su circunscripción electoral que podía asegurarle el escaño para otra legislatura al menos. ¿Qué hacer? Kewman no había mencionado la proposición de ley, solo la emigración espacial selectiva. Era evidente que ambas podían estar relacionadas. Pero no lo había dicho expresamente.
Tardé breves segundos en reaccionar. Con cautela pregunté:
–De momento no parece que haya un plan de emigración espacial selectiva. ¿Tiene algún indicio de ello? Solo conozco rumores en los medios de comunicación y declaraciones de los representantes más radicales del Humanismo Liberador, como la secretaria Randia, pero sin indicios de querer ser apoyados por el Gobierno. Necesitaría datos contundentes para acreditar esos rumores como realidades a tener en cuenta para actuar.
Kewman puntualizó:
–Hoy solo quería apuntar algo que creo importante para el futuro de la humanidad y de la Iglesia católica. Me gustaría poder decir a los que apoyan mi propuesta que cuenta con la aquiescencia del Vaticano para la campaña en contra de la emigración espacial selectiva por razones de creencias y que, de alguna manera, sería apoyada por la jerarquía católica. Vamos a diseñar varios escenarios. Por supuesto que la Iglesia no estaría involucrada ni en la batalla política, ni en la económica, solo en la moral-doctrinal.
Y acabó:
–Conozco a monseñor Pasquali y sé que nunca diría un sí o un no en la primera conversación. Así que supongo que tampoco lo puedo esperar de usted. Muchas gracias por el delicioso bizcocho que ha acompañado al café.
El servicio de la Nunciatura había puesto junto con el café cappuccino un bizcocho Berlingozzo (típico para épocas de carnaval ¿una casualidad? en el desayuno). A veces los manjares de su cocina llevaban mensajes. Me constaba que Pasquali, a quien siempre le tenía informado de lo que hacía, había elegido en persona el desayuno ese día.
Me quedé meditando. Suponiendo que Kewman fuera honesto y fiable, ¿era ético para la Iglesia entrar en un plan en el que había intereses económicos potentes? ¿Cuáles serían las consecuencias si saliera a la luz que el Vaticano apoyaba unos intereses económicos determinados? ¿Era prudente? De todas formas, siempre creí que el beneficio económico y la bondad moral no tenían por qué ser contrapuestos.
En fin, en mi calidad de cronista mi obligación era solo trasmitir la información, nada más. Aunque ya se sabe que en la emisión de una comunicación, según se haga de una manera u otra se influye en la calidad de la recepción. La misión se iba complicando.
VIII. Pido trasladarme a Roma. Calixto X me pide discreción
Mi memorándum estaba terminado. Lo iba a mandar por vía telemática, pero me pareció prudente hacerlo antes oralmente y en persona ante Su Santidad. Era costumbre pedir permiso para el traslado. Primero a monseñor Pasquali, que me lo dio sin preguntar la razón del viaje. La conocía. Luego a la Secretaría de Estado del Vaticano de la Santa Sede, puesto que yo viajaba con estatus diplomático.
Dos semanas más tarde, hablé con el administrativo encargado de viajes de esa Secretaría de Estado. Me comunicó que había recibido la solicitud y que su superior, el reverendo Dr. Duálvez, un angoleño de una orden monástica brasileña reciente, la tenía encima de la mesa de su despacho. Duálvez era el segundo en la Secretaría de Estado.
Tardé casi una semana más en contactar con Duálvez. Después de un saludo protocolario le expliqué:
–Necesito ir a Roma para hablar con las personas que me encargaron recoger información aquí en NY. He enviado una petición de viaje y me dicen que está en su mano tramitarla.
–Sí, aquí la tengo –comentó Duálvez–, pero dadas las facilidades de comunicación que hay ahora me extraña que pida venir personalmente. Estamos en reducción de gastos. Los ingresos no están subiendo. ¿No bastaría con una tele-presencia y, si acaso, con una conversación holográfica con quien necesita hablar?
Respondí:
–Lo que tengo que decir prefiero que no quede reflejado en ningún sitio. Mi información es sensible y delicada. Mi interlocutor está en la más alta de las responsabilidades. –Bajé la voz en la última parte de mi frase para darle más carga de misterio.
Dualvez dijo:
–En ese caso, tramitaré su petición al secretario de Estado. Es el único autorizado para ello. Lo que pasa es que ahora está de viaje por varias Nunciaturas y me es difícil incluir asuntos puramente burocráticos en su agenda. No se preocupe; seré lo más diligente que se pueda. Arrivederci.
Y cerró la comunicación.
A continuación, llamé a sor Águeda, una de las monjas que atendían la Secretaría del papa, y le expliqué lo sucedido. Mi contacto con Calixto X urgía. Sor Águeda se sorprendió y dijo algo referente a un movimiento para aislar al papa de sus más íntimos colaboradores. Luego pidió perdón diciendo que ella no era quién para opinar sobre el politiqueo vaticano y que olvidara lo dicho.
Al cabo de dos días, tenía el billete para el viaje, con autorización de una estancia de una semana en la residencia donde, desde el papa Francisco en el siglo XXI, se instalaban algunos de los pontífices: «La Casa de Santa Marta». Junto con el billete electrónico, había una invitación redactada por el propio Calixto X para desayunar con él el miércoles de esa semana después de la misa de las 7:30 h en un reservado de esa casa. Al final la invitación decía: «Confidencial, usar solo si es necesario».
Ese día su Santidad parecía visiblemente cansado.
–Hijo mío –dijo con voz baja–, los medicamentos para estar en este planeta me dejan KO. Los médicos dicen que no esperaban una reacción tan fuerte. Sin embargo, no puedo dejarme vencer por el bien de la Iglesia. El futuro de la evangelización de nuevos mundos está en peligro y tenemos que hacer todo lo posible para predicar el Evangelio. Por favor, dígame eso que es tan confidencial que le ha traído a Roma.
Le expliqué las últimas informaciones y, sobre todo, mis cavilaciones sobre la conveniencia o no de tomar partido en la batalla.
Calixto X me dijo:
–Ha hecho bien en no dejar rastro de nada de esto. A su vuelta, dele recuerdos de mi parte a Pasquali y dígale que, a partir de ahora, de este tema el cauce para comunicar novedades es usted; que no comente con nadie más lo referente a esta información, ni ahora, ni en el futuro. Guarde su memorándum en una caja fuerte de la Nunciatura y siga investigando. Lo que descubra me lo comenta en viajes personales cuando venga. Tendrá autorización desde mi Secretaría. No obstante, antes de venir a verme redacte un memorándum que debe guardar en esa caja fuerte con objeto de que quede una crónica cuando ya no estemos. Al fin y al cabo, ese es su trabajo.
Luego acabó su café, que parecía más bien agua diluida, me bendijo y se fue arrastrando un poco los pies en su andar. A sus ochenta y un años sorprendía su bajada de vitalidad en los pocos meses que llevaba en el papado, en una época en que la esperanza de vida estaba por encima de los ciento diez años largos.
Fue a partir de este desayuno cuando tomé la decisión de iniciar unas memorias que guardaría en la misma caja fuerte que los memorándums y cualquier documento relacionado, todos en formato electrónico-cuántico, que tienen un sistema de encriptado en base a ciertos rasgos de la persona que los encripta.
IX. Mark y una invitación para un congreso de Bioética
La noticia cayó como una bomba. Mark había muerto en el viaje a la luna. Lo encontraron sin vida en su camarote, en la cama sin ningún signo de violencia. El certificado forense decía que había sido por un fallo multi-orgánico de origen desconocido. Algo muy extraño porque en todos esos viajes se hacían revisiones médicas exhaustivas antes del embarque. Las compañías de seguros no permitían que embarcasen personas con riesgo porque los billetes llevaban consigo la suscripción de una póliza a todo riesgo con buenas indemnizaciones de la que eran beneficiarios los familiares directos. El número de fallecidos en esos itinerarios no superaba el 0,001% desde que se regularizaron los vuelos comerciales.
Acabadas las exequias y funerales de rigor, después de dar el pésame a su familia selenita por medios electrónicos caí en la cuenta de que ahora tenía que hacerse su sustitución. En la luna, los distritos electorales eran uninominales y no había suplentes. Por tanto, en unas semanas se convocaron elecciones parciales. El PHL oficialista anunció su candidato: era Randia. Mi primera interlocutora en NY. El opositor Partido Humanista Natural (PHN) presentaba un selenita con escasas posibilidades. Hablé con Kewman, que había sido elegido por otro distrito como independiente, para saber su opinión.
–Me parece muy difícil repetir mi jugada con un candidato similar. Creo que mis «amigos» están buscando un selenita de prestigio para financiar su campaña. Aunque con Randia de contrincante será difícil ganar el escaño. Todo el aparato del Gobierno global estará a su lado. Si sale elegida, la proposición de ley de expansión espacial (ya era conocida su existencia) tendrá un voto más a favor en la comisión.
Unos días después se presentaron tres candidaturas: Randia (PHL), un candidato del PHN (Partido del Humanismo Natural) y un pope, Nicola Sajarof, ortodoxo ruso selenita. La población de origen ruso en ese distrito era alta. No se puede olvidar que en la colonización lunar los rusos, junto con los norteamericanos, habían sido los principales protagonistas. La Iglesia ortodoxa rusa en ese distrito era la segunda en fieles detrás de la católica.
Kewman me informó de todo y que, como independiente, apoyaría desde NY al pope. Su argumento era que debía defender al candidato con el pensamiento más afín al suyo para hacer tándem en el Parlamento global. Yo pensé enseguida en que sus financiadores tenían mucho que decir en su decisión. Desde luego no les interesaba que Randia pilotase la proposición de ley desde dentro del propio Parlamento con fuerte protagonismo. Cualquiera de los otros era mejor para ellos.
Al cabo de unos días recibí una invitación para un congreso de bioética en Moscú. La firmaba el presidente de la comisión organizadora. Me adjuntaban el billete electrónico para el viaje, la reserva del hotel, todo incluido, y el prospecto. Una de las ponencias del pleno se titulaba: «La selección ideológica, un freno a la diversidad en la expansión espacial: aspectos éticos, sociales, culturales y políticos». El ponente era el pope Nicola Sajarof. En el mail también se incluía una invitación al cóctel privado posterior y se rogaba asistencia presencial. Pensé: «las informaciones corren y estoy dentro de una red sin saberlo».
Hablé con Pasquali para pedir consejo. Con su sabiduría vaticana dijo:
–Te han mandado que te informes. No veo por qué no tienes que ir. Yo te autorizo de palabra.
Mi estancia en Moscú fue breve pero provechosa. La ponencia de Sajarof la hubiera podido firmar cualquier teólogo católico. Desde que el comunismo había desaparecido con la caída de la Unión Soviética, la religión ortodoxa se convirtió en un sello del nacionalismo ruso. No era la religión oficial del país y ni siquiera sus fieles eran mayoría; el mayor porcentaje seguían siendo agnósticos. Sin embargo, las autoridades de todo tipo asistían a sus ceremonias y en los actos oficiales la presencia de popes y del patriarca ortodoxo se consideraba algo no solo normal, sino necesario.
Sajarof hablaba varios idiomas a la perfección, entre ellos el inglés selenita con un acento ruso que lo identificaba más con sus posibles electores. En la recepción, en cuanto me vio, me abrazó y me dio tres besos en la cara (esa costumbre rusa que nunca me gustó) diciéndome:
–Creo que en muchos temas tenemos que recuperar el ecumenismo y ayudarnos entre cristianos. Aquí no hay muchos católicos y, de hecho, no nos gusta que proliferen; pero fuera de la Gran Rusia –dijo esto con orgullo nacionalista– somos aliados naturales contra las ideas ateas, agnósticas y contrarias al Evangelio. Quiero presentarle a un empresario americano que me sugirió su persona.
Albert Kennedy era CEO de la gran multinacional farmacéutica Gampell Corporation y vicepresidente de la «Alianza para la Ética Empresarial» (GABE por sus siglas en inglés, Global Alliance for Business Ethics).
Me estrechó las manos y dijo de golpe:
–El diputado Kewman me habló de su importancia en el Vaticano y cómo los intereses de la Iglesia católica coinciden con nuestros planteamientos.
Tercié:
–No sé lo que le diría Kewman, pero los intereses de la Iglesia se centran en el bien espiritual de sus fieles y de toda la humanidad. –Ahí me salió la prudencia vaticana–. ¿Es usted creyente?
Contestó Kennedy:
–Soy más bien lo que ustedes llamarían un panteísta. Creo que hay un ser supremo que constituye todo el universo, del que somos una componente, y que nos llama a hacer el bien, espiritual y material, y que estamos aquí para cumplir esa misión. –Kennedy se me quedó mirando.
Entonces aproveché para decir:
–En ese caso, cuando usted quiera le anuncio el Evangelio. Su creencia es un inicio interesante, aunque debería conocer la «verdad» para que pueda hacer todo el bien del que habla.
–Mis inquietudes actuales son más pragmáticas –dijo Kennedy–. Me han dicho que conoce a Randia y sus ideas. Ya sabrá que compite para diputada con Sajarof en una circunscripción en la que el anterior representante era católico. Nos gustaría poder ayudar a la diócesis de esa circunscripción en lo que necesite para hacer su labor espiritual –apuntó, moviendo la cabeza de un lado a otro como diciendo: ¿me entiende?
–No veo la relación entre una cosa y la otra –repliqué sonriendo con cara de ingenuo-, pero le aseguro que las diócesis, sobre todas las extraterrestres, siempre andan necesitadas de ayuda. Si lo desea, le presentaré al arzobispo de la diócesis donde está el distrito electoral, monseñor Ghuam, y él le explicará sus necesidades más urgentes.
Kennedy comentó:
–Muchas gracias por su ofrecimiento. Aquí estoy muy liado entrevistándome con diversas personalidades. La semana que viene estaré en NY; le llamaré para que me presente al arzobispo Ghuam.
Luego se marchó dejándome con Sajarof, con el que mantuve una interesante conversación sobre la historia de las religiones.
X. Mi sobrina Brigitte me invita a París
Sonó mi celular (llamo así al teléfono incorporado en mi crono desde que estuve destinado en una parroquia en Santo Domingo). Era mi sobrina Brigitte, hija de mi hermana desgraciadamente fallecida en su parto. Eso hizo que no tuviera mucha relación con ella. Sobre todo después del segundo matrimonio de mi cuñado, un funcionario del Gobierno global que siempre estuvo destinado en lugares exóticos. Brigitte era una doctora joven, soltera y especializada en psico-sociología espacial, una materia que estudia las mejores condiciones para mantener la vida terrestre en el espacio y nuevos territorios como la luna, analizando las reacciones sociales de los colectivos que los ocupan. Por todo ello era una llamada sorprendente, a la vez que intrigante.
–Hola tío; supongo que te extrañará que te llame. –No era tonta y yo sabía que su doctorado «Cum Laude» fue comentado en muchos foros y publicaciones científicas–. Estoy viviendo en París y mi jefe quisiera hablar contigo. Cuando se ha enterado de que era tu sobrina me ha rogado que os presentara porque querría conocerte personalmente. No me preguntes qué te quiere comentar; lo sospecho, pero no estoy segura.
Le indiqué que estaba en Moscú y que al día siguiente volaba a NY. Se oyó una voz de alguien que estaba a su lado y probablemente nos escuchaba, aunque no se veía a través del visor de mi celular. La voz le indicó que, si se lo permitía, me enviaba un vuelo para París al día siguiente por la mañana, una estancia de un día en la Ciudad de la Luz y vuelta a NY a continuación. Les dije que no había inconveniente, dado que ya estaba en Europa. Me pidieron la aerolínea y el número de billete Moscú-NY y recibí casi simultáneamente otro Moscú-París-NY con la misma línea aérea. Era como si los datos que me habían pedido los tuvieran antes.
A mi llegada a París, me recibió una sobrina encantadora. Era morena como lo había sido su madre, con ojos azules, una combinación muy «resultona», como habría dicho mi hermana. Recordaba que debía tener treinta y tres años. Me soltó dos besos, uno en cada mejilla, y me agarró la única bolsa que llevaba. Una limusina terrestre, algo que era muy vintage para una época de taxis voladores, nos llevó al Hotel Vandome, un hotel boutique en la plaza del mismo nombre. Me dijo que era un hotel discreto y confortable, que dada mi condición de sacerdote creía que era más adecuado que uno de los grandes establecimientos de la ciudad.
Como era medio día, tomamos cerca en un restaurante típico francés un aperitivo con un pastel de escargots delicioso y un solomillo relleno de foie con abundante mantequilla, vino Chardonnay auténtico de la Borgoña, y una crepe de postre. Todo muy francés. Hablamos de la familia. Me preguntó por sus primos y me dijo que seguía soltera y sin compromiso. No dijo gran cosa de su padre ni de su hermanastra, por lo que supuse que no tenía mucha relación con ellos. Después pregunté por las misas vespertinas de Notre Dame y a las 18:00 h me fui a una de ellas.
A la mañana siguiente me recogió Brigitte. El edificio donde trabajaba tenía un cartel luminoso que decía «L’ Airreal, División Espacial». No me sorprendió. Tampoco el estilo minimalista y abierto de las oficinas llenas de paredes con esquemas y pantallas de ordenadores cuánticos. Brigitte me llevó a una sala de paredes transparentes. Me indicó que estaba insonorizada y aislada. Nada de lo que se trataba allí de palabra quedaba grabado en ningún sitio.
–Te lo digo para que te sientas cómodo –agregó.
Al rato entró un gentleman de unos cincuenta años; era muy raro ver corbatas y pañuelo a juego asomado en el bolsillo de la prenda superior, que en algún tiempo se llamó chaqueta y que ahora resultaba casi anacrónica. El corte del traje se ajustaba como un guante a la atlética figura del que lo llevaba, aunque los trajes de hombre actuales son de tejidos suaves y a la vez cálidos y frescos, según el ambiente, y acaban en lo que una vez se llamó en tiempos un cuello Mao. Brigitte se dirigió hacia mí:
–Te presento a monsieur Paul Corvine. Mon Chef.
Yo creía que Brigitte nos dejaría solos, pero me sorprendió que se quedase.
Paul Corvine me dio las gracias por la visita y me dijo que su único interés era conocerme personalmente y mostrarme algunos proyectos relacionados con la expansión de las colonias espaciales que también conocía Brigitte. Aclaró que por eso era bueno que ella nos acompañase.
Fueron tres horas de exposición en las que hubo todo tipo de instrumentos, hasta holografías de las últimas expediciones. En una de ellas indicó que, como había demostrado la tesis de Brigitte, además de las condiciones físicas para la supervivencia individual, la homogeneidad cultural era básica para el mantenimiento de las colonias. El mensaje estaba dado. Sutil, como si fuera un diplomático vaticano. Yo puntualicé, después de esa frase: «Habría que definir muy bien qué significa homogeneidad cultural para no hacer discriminaciones injustas», dando a entender que habría que matizar mucho esa afirmación. Luego me dio las gracias y, como ya sabíamos cada uno lo que quería que supiera el otro, nos despedimos con una sonrisa.
Brigitte me acompañó a la puerta. Tenía el tiempo justo para llegar a mi vuelo. Le di otros dos besos en las mejillas y le dije que la llamaría desde el avión. El billete era en primera clase, mientras el anterior era en lo que en el siglo XX se llamaba turista y ahora billete normal. El viaje duraría menos de tres horas, pero podía llamar a Brigitte mientras repasaba los acontecimientos, escribía mi crónica y meditaba un poco.
Durante el vuelo llamé, agradecí a Brigitte la interesante visita y escribí mis impresiones. Empezaban así:
«26 de abril de 4344. Viaje a Moscú y vuelta pasando por París. Recibí las informaciones de los dos partes de la industria farmacéutica. No sé por qué piensan que la Iglesia, y yo en concreto, tenemos fuerza para influir en el resultado de la batalla en que están enfrentados. ¿Cuál es la razón para ese planteamiento?…».
Como siempre, le expliqué todo a Pasquali antes de archivar este trozo de mis memorias en la Nunciatura de NY. También los documentos del viaje, el folleto del congreso en Moscú y los prospectos que me había dado Paul Corvine; había decidido ser lo más riguroso posible en lo referente a lo que estaba viviendo. Al fin y al cabo, soy «el cronista».
Pasquali me dijo:
–Cronista –creo que ya he perdido mi nombre para siempre–, me da la impresión de que para que tengamos una idea completa de la situación deberías ir a Roma. Sospecho que parte de esta historia está en el Vaticano y sin ella no podrás tener el cuadro completo.
Al día siguiente recibí una llamada de la Secretaría del papa. Era sor Águeda, que me indicaba que Calixto X había decidido que volviera a mis ocupaciones en Roma. Tres días después tenía un corto despacho con Su Santidad.
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