Kitabı oku: «La urgencia de ser santos»
José Rivera Ramírez
La urgencia de ser santos
Ejercicios espirituales para sacerdotes
Transcripción de: Jesús A. Hermosilla
Ediciones Trébedes
1ª edición, marzo 2011. Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo, España.
© del texto, Fundación José Rivera.
© de esta edición, Ediciones Trébedes, 2019.
Rda. Buenavista 24, bloque 6, 3º D. 45005, Toledo.
Portada: Ediciones Trébedes
Nihil obstat. Censor: Julio Alonso Ampuero.
Imprimatur. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo, Primado de España. Toledo, 3 de febrero de 2011.
www.edicionestrebedes.com
info@edicionestrebedes.com
ISBN de la edición impresa 978-84-120497-2-5
ISBN 978-84-120497-3-2
Edita: Ediciones Trébedes
Printed in Spain.
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“Nosotros somos los que hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él
(1Jn 4, 16)
“Hay quien se burla de la obediencia, del ayuno, de la oración... Sin embargo, ése es el único camino de la verdadera libertad. Yo suprimo las necesidades superfluas, domo y flagelo mi voluntad altiva y egoísta por medio de la obediencia, y así, con la ayuda de Dios, consigo la libertad del alma y, con ella, la alegría espiritual”.
F. Dostoiewski, Los hermanos Karamazov,
Segunda parte, Libro VI, cap II, V
“Sigue siendo válido para todos –sacerdotes, personas consagradas y laicos, y especialmente para los jóvenes– la invitación a recurrir a los consejos de un buen padre espiritual, capaz de acompañar a cada uno en el profundo conocimiento de sí mismo, y conducirlo a la unión con el Señor, para que su existencia se conforme cada vez más al Evangelio. Para ir hacia el Señor necesitamos siempre una guía, un diálogo”
Benedicto XVI, Catequesis sobre
Simeón el Nuevo Teólogo,
16 de septiembre de 2009
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN
Junio 2019
La Fundación José Rivera, ante la demanda de este volumen, agotado en su primera edición, nos encargó en mayo de 2018 la reedición de La urgencia de ser santos, de José Rivera, publicado siete años atrás por el Instituto Teológico San Ildefonso de Toledo.
Como el objetivo de esta reedición era fundamentalmente proporcionar a los lectores nuevos ejemplares de este libro, hemos intentado reducir al mínimo las modificaciones sobre la edición anterior, manteniendo las notas a pie de página, el texto y la estructura general del libro. Solo hemos introducido algunos cambios en la cubierta y las fotografías, adaptándolas a una edición de estas características, se han corregido algunas erratas tipográficas y se ha ajustado la maquetación al estilo de nuestra editorial.
La elaboración de esta edición se ha demorado hasta ahora por nuestra voluntad de incluir el acceso al audio original de don José Rivera, como ya hicimos en la colección de predicaciones recogidas en el libro El hechizo de la misericordia, editado por nosotros en 2018. Desgraciadamente, las grabaciones que fueron transcritas para elaborar este volumen no han podido ser localizadas y no queríamos demorar la publicación. Si aparecieran en el futuro, nos encantaría incluirlas en ediciones posteriores.
Desde la primera edición, en 2011, hasta la fecha de la publicación de esta edición, ha ocurrido un hecho destacable: la proclamación de José Rivera Ramírez como Venerable por la Iglesia, el 1 de octubre de 2015. Este hecho aporta un interés adicional a esta publicación por difundir los textos de alguien reconocido como digno de veneración. El Decreto de Virtudes Heróicas por el que se le declara Venerable puede encontrarse en el libro Tu rostro buscaré, editado por Ediciones Trébedes.
Finalmente, agradecer al Instituto Teológico San Ildefonso de Toledo toda su colaboración en la transferencia de toda la información del libro en su primera edición y su generosidad en la cesión de los derechos de edición.
El editor
NOTA BIOGRÁFICA
El Siervo de Dios José Rivera Ramírez nació en Toledo (España) el 17 de diciembre de 1925 y murió el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, de 1991. En su juventud empezó a hacer estudios universitarios de Filosofía y Letras, en Madrid, que interrumpió para prepararse al sacerdocio. Ingresó en el Seminario de Comillas (Santander) donde estuvo cinco años y donde conoció al P. Nieto, jesuita que dejó huella en él por su profunda vida de oración y austeridad. Más tarde se trasladó a Salamanca donde concluyó los estudios teológicos. En 1953 recibió la ordenación sacerdotal y realizó los primeros años del ministerio en algunas parroquias de Toledo.
La intensidad con que vivió el ministerio los diez primeros años desembocó en “un agotamiento físico y psíquico que le hizo necesaria una temporada de retiro y descanso”1; en un noviciado de los Hermanos de san Juan de Dios va a pasar dos años dedicado a la oración y al estudio.
Desde 1957 se dedicó, sobre todo, a la dirección espiritual; primero en Salamanca, en el Colegio Mayor del Salvador y en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe. Más tarde en el Seminario de Palencia y, después, ya hasta el final de su vida, en Toledo. Además de la dirección espiritual de seminaristas, D. José atendió espiritualmente a numerosas personas: sacerdotes, religiosas y laicos, dirigió multitud de retiros y ejercicios espirituales por muchas diócesis españolas y vivió la opción preferencial por los pobres, especialmente con los gitanos de Toledo.
Anunció y diagnosticó lo que se ha llamado la crisis posconciliar de la Iglesia, especialmente de la Iglesia española, en sus causas más profundas, hasta el punto de ser considerado por muchos exagerado y raro, e hizo todo lo que pudo para ponerle remedio, sobre todo predicar incansablemente el amor de Dios, el llamado a la santidad y la abnegación cristiana viviendo en radicalidad evangélica. En 1970 escribió:
“Sólo un éxito, aunque, eso sí, esencial, pero no mío; incomparablemente mayor que todos mis ensueños de adolescente: esa inquebrantable terquedad de mi confianza, este no dimitir jamás, ni en las circunstancias más desalentadoras, de mi esperanza de ser santo”.
D. José no escribió propiamente libros para la publicación2; decía que Jesús no había escrito sino sus discípulos... En colaboración con D. José María Iraburu publicó, en 1982, la obra Espiritualidad católica (Madrid, Cete) de más de mil páginas. De ella surgió después la Síntesis de Espiritualidad Católica, un tratado excelente de teología y lectura espiritual.
El 13 de marzo de 1991, mientras se dirigía en autobús a predicar un retiro, sufrió un infarto y días después otro; el 25 de marzo falleció, a los sesenta y cinco años de edad. Unos meses antes de su muerte había ofrecido a Dios su vida por la vuelta al ministerio de otro sacerdote. Su cuerpo fue trasladado a la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid a la que había hecho donación del mismo. Allí permaneció hasta que, cuatro años después, fue enterrado en la capilla del Seminario Santa Leocadia de Toledo. En la lápida de su sepultura se lee: “Formador de sacerdotes, maestro de vida espiritual, padre de los pobres”. El 21 de noviembre de 1998 se abrió, en Toledo, el proceso de canonización de este Siervo de Dios y sabio sacerdote3.
1 F. del Valle Carrasquilla, Apunte biográfico, en AAVV, José Rivera, sacerdote, testigo y profeta, BAC popular, Madrid 1996, 16. Para un primer acercamiento a la personalidad de José Rivera puede leerse esta biografía espiritual, obra de un equipo de personas que le conocieron de cerca.
2 Sí escribió para uso personal un Diario, poesías, muchos estudios personales de obras sobre todo de teología, esquemas de charlas y retiros y otros materiales para la formación de seminaristas. Muchísimas charlas, retiros, conferencias y ejercicios espirituales de D. José han sido publicados, en folleto y en varios DVDs, por la Fundación de Toledo que lleva su nombre. Pueden descargarse gratis en la página: www.jose-rivera.org.
3 Nota de la 2ª ed.: El proceso diocesano finalizó en octubre del año 2000 y pasó a la Congregación de las Causas de los Santos en Roma. El 1 de octubre de 2015 se publicó la declaración de José Rivera como Venerable.
José Rivera en los años de la Universidad.
Ejercicios Espirituales a los Seminaristas 1973
Casa de Ejercicios de las Misioneras Cruzadas de
la Iglesia en Zamora
PRÓLOGO
Las meditaciones que se publican en este libro fueron predicadas por D. José Rivera en un Retiro de ocho días para sacerdotes de Toledo y algunos de Guadalajara y recogidas en cinta magnetofónica. El retiro tuvo lugar en el Monasterio de Valfermoso de las Monjas, Guadalajara, en el verano de 1989. Me he atrevido a transcribir estas predicaciones aun sabiendo que no es lo mismo oír que leer y que todo texto hablado y puesto después por escrito pierde los matices de la entonación, la energía y, en nuestro caso, la pasión y el entusiasmo con que fue pronunciado, y no alcanza la lógica, concisión y precisión que se procura cuando se escribe. Pero el hecho de haber sido transcritas desde la predicación oral tiene su encanto y puntos positivos: se pueden apreciar en ellas la espontaneidad y vivacidad de la alocución oral y expresiones coloquiales que permitirán, a quienes no lo hayan escuchado, conocer mejor cómo hablaba el P. Rivera, y que dan además al escrito un tono más ameno. También es posible apreciar su mucho humor y fina ironía3.
A pesar de la distancia temporal y los cambios tan profundos que se producen en nuestros días, estas predicaciones no han perdido actualidad. No sólo en lo que tienen de teología espiritual perenne, sino incluso en muchas aplicaciones prácticas a la pastoral, porque seguimos con los mismos males que él denunciaba y, en muchos casos, bastante peor: muchas iglesias locales, no sólo en España, siguen derrumbándose, los presbiterios diocesanos –a nosotros está dirigido este retiro– no acabamos de entrar en un proceso de verdadera renovación en la espiritualidad, la comunión, la radicalidad evangélica; en algunos presbiterios, la situación de deterioro y desangramiento no ha tocado fondo, más bien la hemorragia sigue abierta. Consecuentemente, tampoco la pastoral da los frutos que cabría esperar.
D. José no buscaba agradar a nadie ni recabar las alabanzas de nadie ni tampoco temía las críticas o comentarios negativos sobre su vida y enseñanzas. Por eso, no tenía pelos en la lengua y hablaba con plena libertad: a lo largo de estas predicaciones aparecen juicios sobre las situaciones y prácticas pastorales, la sociedad española de aquellos años, la Iglesia en general, los presbiterios, los obispos... con los cuales, por supuesto, no juzgaba a personas concretas, sino que veía más allá y más radicalmente los males y la situación real de la Iglesia de lo que otros lo hacían. Desgraciadamente sus “profecías” se han cumplido con creces. Cuando ahora leo declaraciones de algunos obispos españoles alarmados por la secularización y el laicismo de España me digo “esto ya lo decía D. José hace treinta años y les parecía un exagerado”.
Los temas que trata D. José son básicamente los que él consideraba más esenciales y necesarios en la vida de los presbíteros. Con diversas variaciones, encontramos estos mismos temas en las otras tandas de ejercicios o retiros que predicó a los sacerdotes en los últimos años de su vida. Después de una introducción sobre las disposiciones adecuadas para entrar en el retiro, pasa a presentar el llamado a la santidad y las cualidades con que ha de vivirse: radicalidad, interioridad, coherencia y totalidad, que son las del evangelio; a este tema dedicó tres charlas. Viene después el misterio del pecado y la actitud frente a él, se ocupó de ello en otras tres charlas realmente geniales; en la tercera habló también del Sacramento de la Penitencia. A continuación, otras meditaciones más centradas en Jesucristo: El conocimiento de Cristo y su transmisión, Cristo Mediador y su unión con el Padre. Continuó hablando de La oración, el estudio y el testimonio, La Caridad como amor al prójimo, su universalidad, el amor del pastor. De otras realidades de espiritualidad sacerdotal se ocupó en las siguientes meditaciones: la obediencia sacerdotal y El celibato, El sacrificio de Cristo y nuestra participación en él, la humildad, la humillación y la abnegación. Las últimas predicaciones fueron sobre María, virgen y madre, la maternidad de la Iglesia y dos sobre el Espíritu Santo: La acción del Espíritu Santo en nuestra vida y la unidad en el Espíritu Santo.
D. José no se atenía exactamente al enunciado del tema, su reflexión, creemos que movida por el Espíritu Santo, discurría relacionando el tema general con otros temas y haciendo aplicaciones pastorales y constantes paréntesis o excursus. Es la dinámica de la predicación oral, que se sale a veces del desarrollo metodológicamente lineal o lógico y D. José, por supuesto, no buscaba un discurso literariamente bello, aunque no le faltaban cualidades para poder hacerlo. No cuidaba la forma. Predicaba, le salía la Palabra a borbotones. De ahí que, en algunos casos, el título que hemos dado a las reflexiones no sea exactamente el que él propuso al comienzo de la meditación, sino deducido a posteriori de los argumentos e ideas que desarrolla en la charla4.
Quienes conocieron a D. José saben que hablaba muy rápido y, por tanto, a veces, no vocalizaba bien; en la transcripción hemos tenido que suprimir algunas palabras difícilmente inteligibles. Hemos intentado, cuando hay ideas interrumpidas que se continúan después, ordenar un poco la exposición sin traicionar el pensamiento5. En estas charlas, encontramos, unas veces, repeticiones o versiones parecidas de la misma idea y, otras, frases sin terminar que dejan la conclusión al oyente. He procurado subsanar estos inconvenientes suprimiendo algunos párrafos repetitivos y completando el sentido de los otros. Espero que estas limitaciones no sean un obstáculo para su lectura sino que, más bien, susciten el interés por escuchar directamente al P. Rivera6.
D. José dice mucho. Estas meditaciones son para eso: para meditarlas detenidamente y saborearlas leyendo cada párrafo, releyéndolo, reflexionándolo, examinándose y, por supuesto, orando. Seguramente habrá expresiones e ideas sobre las que el lector no alcance una plena comprensión, especialmente si no ha tenido un contacto más abundante con sus charlas y escritos. También de ello D. José era consciente; por eso decía que no había que meditar todo lo que decía ni empeñarse en querer comprenderlo todo, sino ver qué me dice personalmente el Señor. Comentaba que, en una predicación, por supuesto, hay que tener en cuenta a los oyentes pero que, si va con espíritu, produce su fruto aunque no entiendan mucho. No es exactamente igual leyendo, pero en cierto modo sí, puesto que D. José sigue vivo y la lectura de estos textos es una ocasión para escucharle, preguntarle, dialogar con él, para que él siga realizando su misión, ahora con mucha más eficacia. Él no consideraba la lectura de un libro como un simple medio o mecanismo de conocimiento sino como un diálogo con el autor, diálogo mucho más fácil con cualquier autor ya fallecido, sobre todo si se tiene la certeza de haberse salvado. Por otra parte, siempre insistía en que, incluso en los retiros o especialmente en ellos, Dios se nos comunica, sobre todo, a través de la liturgia (de las horas y eucaristía) y que a ella había que estar mucho más atentos que a lo que él predicara.
El título que he dado a esta publicación, La urgencia de ser santos, creo que expresa bien lo que D. José buscaba en el ejercicio de su ministerio sacerdotal: colaborar con el Espíritu Santo para que tomemos conciencia del llamado universal a la santidad como la vocación fundamental, única en cierto modo. Más necesaria para los sacerdotes y más urgente. Una de sus “obsesiones” era la urgencia: hay que ser santo ya, la situación de la gente lo requiere (y hablaba hace más de veinte años). De un modo u otro, en todas sus charlas aparece esta idea machacona: no podemos esperar, hay que convertirse ya, hay que actuar ya.
Mi primer deseo, al publicar esta obrita poco después haberse celebrado el año sacerdotal que Benedicto XVI convocó, es que estas meditaciones del gran maestro José Rivera susciten en algunos –ojalá fuera muchos– presbíteros y seminaristas teólogos, el deseo de vivir realmente, desde ya, el llamado urgente a la santidad y de renovarse en su vocación y ministerio. Ojalá ayuden mucho también –y es un segundo deseo– a los laicos y religiosas que llevan o desean llevar una vida espiritual seria, más madura. El hecho de que estas charlas vayan dirigidas a sacerdotes no es obstáculo para que aprovechen a cualquier lector, su contenido sustancial es válido para todos, aunque ciertas aplicaciones vayan hechas a la vida y ministerio de los sacerdotes; mutatis mutandis (hechas las adaptaciones oportunas), pueden ser llevadas a la propia vocación, sea laical o religiosa.
Esta publicación quiere ser además mi particular homenaje a quien fue, y sigue siendo, mi maestro y guía en la vida y el estudio de la espiritualidad católica. Con él aprendí mucho más que en los cursos de espiritualidad de la universidad. Estas predicaciones pueden ser tomadas como tema de reflexión y oración en unos días de retiro o como lectura espiritual.
Un agradecimiento especial a las Hnas. Benedictinas del Monasterio de san Juan Bautista de Valfermoso de las Monjas (Guadalajara-España) en donde D. José predicó este retiro y en donde, gracias a su hospitalidad, fue transcrito en su mayor parte durante el mes de agosto de 2009.
3 Tal vez en algunos casos resulte un poco difícil, a quienes no hayan conocido a D. José, darse cuenta del tono irónico de ciertas expresiones.
4 También son nuestros los epígrafes intercalados a lo largo de la exposición.
5 Entre corchetes [ ] van a lo largo del texto algunos añadidos míos que he considerado oportunos para la mejor lectura e intelección del discurso. Sobra decir que las separaciones en párrafos, la puntuación, puntos suspensivos, entrecomillados, ciertos signos de admiración o interrogación y otros signos gramaticales han sido introducidos según la entonación, sentido y otras características del contenido de la predicación. Me he permitido igualmente introducir algunas notas que ayuden a comprender mejor las ideas del texto.
6 Debo decir también por honestidad que la versión de que me he servido, grabada directamente por Eusebio Monge, sacerdote de Guadalajara, no recoge completamente alguna de las charlas cuando D. José hablaba más tiempo de la duración del casette. Tampoco he incluido en esta edición las homilías de la Eucaristía de esos días, por no hacer excesivamente voluminoso el libro.
1. Actitudes al comenzar los ejercicios
Llamados a la intimidad con Cristo, urgencia y esperanza
Actualización en lo que va a ser el retiro: Jesucristo “explicándose”, dándose a conocer.
Lo más oportuno para empezar [este retiro] es que os recojáis y os actualicéis más en lo que va a suceder aquí en estos días. Una actualización, al menos en un sentido psicológico, conciencia refleja también, de la intimidad con Jesucristo y, por tanto, de esta revelación de Jesucristo a nosotros.
En los evangelios aparece muchas veces que Jesucristo, después de predicar, se retira con los apóstoles y les explica: “porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino”. No se les ha dado de tal manera que se les dé a ellos solos, porque nos dice que “lo que han oído en secreto lo prediquen desde los terrados”; se les da a los apóstoles respecto de cualquiera y a nosotros respecto de una serie de personas. Otras ya están metidas en la intimidad con Dios más que nosotros mismos. A nosotros se nos da el conocerlo antes, por tanto, el conocerlo ciertamente también en un nivel de explicación, en un nivel de intimidad personal. El conocimiento amoroso es esencial, pero también con esta explicitación de tipo incluso racional y sentimental que provoca la explicación; Jesucristo se explica. Nosotros disponemos de todos los elementos: la Biblia, la liturgia..., pero además disponemos de la gracia interior de Jesucristo mismo.
Conciencia de la presencia especial de Jesucristo
Lo primero, pues, es tener esta conciencia de la presencia especial de Jesucristo tal como es: el Hijo de Dios, el Ungido por el Espíritu Santo que nos comunica, y la Cabeza del Cuerpo místico, y que nos habla a nosotros como miembros de ese Cuerpo místico. Pero que nos habla además como a ministros suyos. Conciencia de que somos ministros del Señor. Que somos curas y ya está. Que estamos elegidos para todo lo que ya sabemos –y que de alguna manera profundizaremos en este retiro–, pero que no siempre lo estamos teniendo en cuenta ni de una manera refleja ni siquiera de una manera directa; si no, andarían las cosas de otra manera en nosotros y en nuestros alrededores.
Urgencia y esperanza
También la conciencia –y por consiguiente esta esperanza– de la urgencia y de la necesidad7. Vosotros también lo veis... Es que yo, cada vez que me doy un garbeo, por cualquier lado, sea hablando con personas –que evidentemente son siempre buenas, como se ve por la muestra– y he leído un montón de cosas, [veo que] realmente la urgencia de la situación es tremenda. Pues esto: ver si temblamos; ver si temblamos, por una parte, de la dignidad nuestra. Después meditaremos más despacio sobre ello. Pero, para empezar, si tenemos esta conciencia de esperanza, de complacencia, porque Jesús va a pasar unos días con sus ministros para que sus ministros nos unamos más a él y ejercitemos mejor el ministerio, es decir, para que pueda vivir mucho más en nosotros.
Examinar las disposiciones
Y luego ver qué disposiciones negativas puedo tener. Las positivas son la fe, la esperanza y la caridad, contemplar a Jesucristo y que yo soy su ministro; más aún, que estamos un grupo de ministros de Jesucristo. Ver qué actitudes puedo tener que impidan el que reciba esta revelación, este aumento, este acrecentamiento total, personal, que me santifica más, de la revelación de Jesucristo y de esta intimidad suya. Cada uno verá. Pero, en fin, yo pondría, recordando, por una parte, el año pasado8. Jesucristo habla de cómo la palabra muchas veces –o la semilla–, dejando aparte donde no cae o casi no cae, no produce [fruto] por el miedo, por las tribulaciones. Démonos cuenta que, muchas veces, puede ser que interiormente no acojamos la Palabra de Dios suficientemente porque tenemos miedo. Es un sentimiento que la gente lo tiene bien consciente. Le da miedo acercarse a Dios por lo que le vaya a pedir. Cuando lo tiene tanta gente, no tiene nada de particular que también lo tengamos nosotros. Nos puede dar miedo que, si nos abrimos más, si no ponemos obstáculo ninguno, Jesucristo nos va a iluminar algunas cosas que puedan no gustarnos sencillamente. Lo primero, pues, es [preguntarse] esto: ¿tengo miedo? ¿me acerco al Señor con un resabio de miedo? Digo un resabio porque mucho no tendréis, si no, no habríais venido. Resabio de miedo que hace que vengamos, pues tenemos suficiente deseo y esperanza para ello, suficiente caridad, pero que vengamos con ciertas reservas a esta apertura a cualquier cosa que el Señor nos pueda decir. Por tanto, que [cada uno] coja la Escritura entera y esté dispuesto a cualquier cosa que el Señor le quiera dar.
Otro aspecto es al revés: el de las preocupaciones, no el miedo a lo que vaya a pasar, sino la preocupación que tengo ya. En nosotros puede haber también preocupaciones de tipo material o de tipo meramente natural. Ahora, la preocupación precisamente son las cosas pastorales o sus alrededores: estas preocupaciones son las que tendríamos aunque no creyéramos en Dios, sólo que trasladadas a otra materia. Estas preocupaciones ahogan también la Palabra de Dios. Lo que dice [la parábola] “la preocupación de la riqueza”, nuestras riquezas, quitando la preocupación de comprar coche, no son así riquezas materiales muy grandes, pero son reales. Las preocupaciones pueden ser de tipo espiritual. Aparentemente muy buenas... [Pero entonces] estaré más preocupado por lo que me pasa a mí que contemplando este amor de Dios que es el que tiene que liberarme de las preocupaciones.
Después otra cosa: qué actitud traigo en cuanto a decisión, aquella “determinada determinación”, de que habla Santa Teresa. Ni yo puedo juzgar, ni vosotros siquiera, cada uno a sí mismo, pero un poco de sensación sí que da –que puede ser engañosa– de que vamos arrastrándonos un poco en la vida, de que vamos manteniéndonos y no acabamos de romper. Puede ser culpable, puede ser inculpable, y puede ser una impresión falsa, no hay inconveniente, pero vamos, la impresión ya se entiende. [Hemos] pues de preguntarnos: ¿tenemos la decisión de “cortarnos la mano” que sirve de escándalo, “sacarnos el ojo” que sirve de escándalo, en fin, estas posturas plenamente tajantes? Esto que recuerdo siempre –y que para empezar está bien–: ¿entramos con una actitud de tibieza que es simplemente ir pasando y no querer darles la importancia que tienen las cosas espirituales? ¿O con una actitud de mediocridad? Que quiere decir que, teóricamente, les damos importancia cuando nos paramos, pero que luego, de hecho, estamos más atentos a las realidades naturales que a la realidad sobrenatural –como postura general digo, en momentos claro está que nos pasará eso–. Les damos más importancia, de hecho, que a la palabra de Dios, no buscamos ante todo el reino de Dios y su justicia y lo demás lo esperamos por añadidura. Buscamos más la añadidura, que puede ser el fervor o la visión del fruto o lo que sea.
La actitud de confianza y la conciencia del amor de Cristo
O estamos en la actitud de fervor de recibir sencillamente lo que Dios quiera y “cargarnos” lo que Dios quiera que nos carguemos. Aquí, naturalmente, entra la actitud de confianza en Dios. Si el Señor nos ha traído [a este retiro] es porque nos ama a nosotros, a cada uno. La elección de Jesucristo, que se realizó eternamente, el día del bautismo, el día de la confirmación, el día de las órdenes, esta elección perdura, y perdura con el mismo amor y, por consiguiente, con el mismo deseo de llevarnos a la plenitud de la santidad. Con el mismo deseo, que nosotros no podemos particularizar, concretar, de que en este momento tengamos la santidad que nos corresponde. No sabemos cuál es, claro. Pero lo que sí sabemos es que es muy probable que tengamos un poco menos de la que nos correspondería y, por tanto, seamos también un poco menos fructuosos.
[Hay que actualizar] la conciencia del amor que Cristo [nos tiene], me tiene, y la conciencia del amor que Cristo tiene a los demás, a tantas personas como de hecho se beneficiarán si nosotros respondemos con fervor a la acción gratuita de Cristo, y no se beneficiarán si nosotros no respondemos.
Supuesto esto, se trata de vivir unos días con fervor, y decir con fervor quiere decir con paz. Se trata de pasar unos días con Jesucristo con todas estas actitudes. Lo importante, lo principal es que podáis tener más tiempo para revolver la Palabra de Dios de la Misa, de la Liturgia de las Horas, y del Ritual de Sacramentos sencillamente. Después, repasar la carga que llevamos durante el año.
Que la esperanza sea muy intensa. Fijaos que Jesucristo no tiene inconveniente ninguno en hacer milagros que dejan estupefacta a la gente cuando hay fe suficiente. Lo mismo que el amor de Cristo supera todo conocimiento, también el misterio del pecado supera todo conocimiento y, si no tenemos suficiente esperanza, entre otras cosas, es porque no tenemos suficiente visión de la necesidad que hay. Por otra parte, también la capacidad nuestra, en cuanto ministros de Cristo, supera todo lo que podamos pensar, por eso tenemos que ver, y examinar un poquito ahora, si entramos con esta esperanza, con este deseo de conversión, y de conversión rápida, es decir, que los ejercicios no pasen como una especie de parche que echamos o de una pequeña revisión o de un pequeño adelanto. El estar unos días con Jesucristo en intimidad tiene que incluir un cambio muy grande. Y aun suponiendo que no lo necesitáramos nosotros, lo necesita la sociedad que nos rodea, debemos, pues, entrar esperándolo. Y eso no es fruto de un ponernos nerviosos sino simplemente de una actitud de esperanza que, por cuanto es esperanza, es un deseo muy intenso –puede ser muy sensible– y que también es una paz muy tranquila, porque es simplemente confiar en la voz del amado.
7 La urgencia y necesidad de la santidad y actividad pastoral de los presbíteros dada la situación de la gente.
8 Se trata de examinarse o evaluarse de un año para acá respecto a las disposiciones negativas personales.