Kitabı oku: «Los papiros de la madre Teresa de Jesús»

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Los papiros de la Madre Teresa de Jesús

José Vicente Rodríguez


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Prólogo

De nuevo Teresa de Jesús, «la Santa», en pleno Centenario de su nacimiento, a cinco siglos de su aventura, nos convoca en las páginas de este libro a una conversación, frente a frente, cara a cara, con su verdad y la nuestra.

Esta es la principal virtud que atribuyen los estudiosos y amigos de santa Teresa a sus escritos y a su persona: la capacidad para hablar en voz alta al lector y convertir su íntima conversación en una invitación a entrar en diálogo con la propia Verdad, la misma que a ella se le regaló, vivida en cada presente único de la historia.

Teresa, «la conversable», se nos hace viva en estos Papiros jugosos y amenos, llevándonos al terreno de un encuentro amigable y verdadero, como al que ella era tan aficionada con sus amigos, los «cinco que al presente nos amamos en Cristo», y con aquellas amigas y hermanas de la Encarnación, en cuyos vivos diálogos se gestó el nacimiento de su obra fundacional.

El padre José Vicente Rodríguez es un especialista en aquello que su amigo Unamuno nombró como la intrahistoria de la vida. Nos mete de lleno en lo cotidiano, nos traslada al ámbito de lo familiar y ordinario, hablándonos de santa Teresa, y nos la trae al suelo de nuestro presente haciéndola contemporánea nuestra.

Si la Santa y el padre José Vicente hubieran coincidido en el mismo tiempo, habrían sido grandes amigos y se habría dado entre ellos una complicidad espontánea. Los dos tienen alma de aventureros, intrépidos buscadores, prontos para emprender caminos inexplorados. Son de aquellos que san Juan de la Cruz decía que no «emperezan». Tienen alma de niños, ojos para la sorpresa y admiración en sus andares.

También José Vicente tiene despierta la verdad de cuando era niño, que se le asoma en la imaginación desbordante con la que sueña el presente. Está en la década de los noventa, pero fue siempre un niño en capacidad de juego y travesura y un abuelo en sabiduría. Al mejor estilo teresiano, sabe recrear y aderezar con chispa los momentos con el tamboril y la sonaja de sus ocurrencias.

Pero es, sobre todo, un compañero de caminos, un peregrino con el que te sientes afortunado de caminar y del que tanto hay que aprender. También José Vicente es un conversador que hace brotar mil recuerdos y perlas de sabiduría mientras se va de camino.

Alguien ha dicho con gracia que José Vicente sabe de san Juan de la Cruz «más de lo que el mismo Santo sabía de sí». En este nuevo libro se atreve con la Santa y nos la pinta, no fea y legañosa, sino humana y divina, conversable y profunda. Nos descubre multitud de detalles ordinarios, anecdóticos, dimes y diretes, chascarrillos y acaecidos que poblaron el alma y los días de la Madre Teresa, leídos por un carmelita que es fiel reflejo de tal madre, en andanzas y en humor, en fe y fraternidad.

En este Centenario de su nacimiento somos privilegiados testigos de una efeméride que revela, no solo hechos del pasado, sino recuerdos de pergamino caduco. Tienes en tus manos, querido lector, unos papiros que queman, que tienen la virtud fundamental de narrar, no solo la historia de una extraordinaria mujer del siglo XVI, sino la historia de nuestras búsquedas y anhelos más vivos, y que hablan del protagonismo vigente hoy del Amor que encendió el corazón de Teresa de Jesús en el amor de Jesús de Teresa. El secreto de Teresa apunta a esa riqueza tan viva hoy como antaño, porque se refiere a Alguien tan «ganoso», tan deseoso de darse y hacer historia de amistad con cada uno de nosotros, como entonces.

Papiros, como ventanas abiertas a través de la pluma de José Vicente, que nos trazan y diseñan la raíz del alma de Teresa y nos abren a un paisaje vivo, el de nuestra propia aventura.

Aunque afirma tener «un pie en el estribo», a sus más de noventa años, conoce una fecundidad admirable y dichosa, de la que todos nos beneficiamos, ojalá que por mucho tiempo. De Ávila a Alba de Tormes, de Monleras a Toledo, la tierra que pisamos narra los años de una aventura preciosa, la nuestra y la de un Dios enamorado en cada uno de nosotros.

Gracias, José Vicente, por regalarnos papiros de sabiduría antigua y siempre nueva, por ser amigo y compañero, por contagiarnos la infancia sabia de los antiguos buscadores, que amaron su suerte sin añorar tiempos pasados. Gracias por dejar que se transparente en las líneas de tus escritos la alegría del Dios de Teresa de Jesús.

Miguel Márquez Calle

Carmelita descalzo, Superior Provincial de la Provincia ibérica de santa Teresa

Al lector

Estamos celebrando el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. La bibliografía que llega a nosotros con esta ocasión está siendo tan abundante que nos asombra y abruma. Al titular este libro con el nombre de Papiros no estoy aludiendo a nuevos papeles de la Madre Teresa de Jesús, descubiertos en alguna cueva, como los manuscritos esenios de Qumrán, que han sido tan útiles en el conocimiento de la Biblia.

Los papiros de santa Teresa están ya impresos y circulan por el mundo entero en multitud de lenguas. Aunque así sea, contienen mensajes nuevos que nos hablan de mil cosas, y que cada lector puede ir descubriendo y degustando, a golpes de empatía y de conversabilidad con la autora. A ella se le ocurrió un día escribir en Toledo el 17 de noviembre de 1569 como la «cifra de su muerte», cuyo autógrafo se conserva en las descalzas carmelitas de Medina del Campo. Es un papiro cifrado que, a pesar de todos los intentos y argucias de unos y otros, no ha sido descifrado nunca satisfactoriamente. La autora no quiso descubrir la clave de aquella confidencia suya. En sus escritos hay todavía tantas otras cosas que descubrir; hay que aprender bien su alfabeto para acertar con los secretos de su persona. En esos papiros hay, pues, mucho tajo para quienes quieran trabajar en solitario o en cuadrillas. Con sencillez y alegría me asocio a esta tarea convencido como estoy de que los papiros de la Madre Teresa son inagotables. En el título del libro me quedo con lo de «la conversable»; pero en el cuerpo de la obra aparecerán otros calificativos, tales como el de «baratona y negociadora», que ella misma se apropia. Al llamarla «la conversable» me estoy refiriendo a esa gran capacidad que tenía para tratar y hablar con los demás. No en vano, en el penúltimo capítulo de la segunda redacción del Camino de perfección, estampa ella lo que llamaríamos el código de la conversabilidad:

Así que, hermanas –dice–, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios, procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas [...]; que es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos (CV 41, 7).

Esa conversabilidad, tan preciosamente cincelada, nos hace pensar en el estilo coloquial en que escribe preferentemente no solo en su epistolario sino también a lo largo de los otros libros.

Los cambios de registro que señalamos hoy y a los que la Madre es tan aficionada con sus «mucho me he divertido», hay que tenerlos también muy en cuenta en la lectura de sus papeles. Ya lo dijo ella, aunque con otro propósito, sabiendo de los cambios de la vida, de los altibajos del ánimo y de las jugarretas del humor:

Unas veces me parece que estoy muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy; otra vez me hallo tan asida y de cosas que por ventura el día de antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me parece tengo mucho ánimo y que a cosa que fuese servir a Dios no volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas; otro día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por Dios si en ello hallase contradicción. Así, unas veces me parece que de ninguna cosa que me murmurasen ni dijesen de mí no se me da nada; y probado, algunas veces es así, que antes me da contento; vienen días que sola una palabra me aflige y querría irme del mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto no soy sola yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo y sé que pasa así (CV 38, 6).

Este libro, nacido del trato y de la conversación con santa Teresa, no quiere ser sino una recreación mental y cardiaca de los valores múltiples que se encuentran en la vida y en los escritos de esta mujer singular.

Y así aquí podrá encontrar el lector glosas o comentarios a textos teresianos, los refranes de la Madre Teresa, una parte de sus comparaciones, sus observaciones acerca del reino animal, buenas resmas de consejos para la praxis humana y cristiana de tantas personas o una serie de consejos y mandatos en lo humano y en lo divino que envía a su hermano Lorenzo de Cepeda y a otras personas. La veremos como maestra de oración de este hermano suyo, como lo había sido de su propio padre Alonso de Cepeda. Encontrará asimismo el lector la galería de los santos, de los que era muy devota y, además, como curiosidad, podrá ver una serie de personajes «canonizados» por ella. Verá también «acaecidos» de tipo histórico, la presentación de sus artes culinarias, golpes de buen humor, trasposiciones o éxtasis que le tocó padecer hasta que, a base de súplicas y ruegos ardientes, consiguió que el Señor la librara de todos esos fenómenos.

Aparecerá también Teresa de Jesús bien plantada como maestra de oración y de vida espiritual y, como excelente «ganavoluntades», andará ganándose el afecto, la estima y ayuda de tantas personas que le eran adversas y que ha conquistado para su causa.

La veremos «reír entre sí», como ella dice, y reír abiertamente. Ha luchado con los demonios hasta meterles miedo y llegar a decir «no se me da más de ellos que de moscas» (V 25, 20).

La podemos ver agavillando lo que llama «desatinos», o faltas de lógica y de amor en la vida de los cristianos, y vemos que se nos escapa como misionera desde su celda a las Américas, y que va diciendo: «Y esos indios no me cuestan poco».

Podremos sorprenderla extasiada con la sartén en la mano, con la rueca y el huso, con la escoba o sacando agua del pozo con la herrada y, a la par, tantas veces, la oiremos suspirar y lamentarse por los males de la Iglesia. Como fundadora podremos verla en su carromato o cabalgando una buena mula, sin aspavientos, cuando se le espantaba la caballería. La descubriremos hasta bien entrada la noche, escribiendo cartas al rey Felipe II, a frailes, a monjas, a duquesas, a letrados, a toda clase de personas o componiendo coplas y villancicos y tocando las castañuelas y el tambor que lleva a Belén. La encontraremos escribiendo sus grandes obras por las que ha merecido el título de Doctora de la Iglesia Universal; y ocupándose de redactar también otras obrillas más reducidas, pero también importantes. La veremos enfadada porque la gente se empeña en llamarla santa y la veremos llevando de la mano o acariciando con ternura a algún niño. Y allá va llevando fruta y dulces a los pobres y enfermos del hospital de Burgos. También como denunciante de las miserias e injusticias humanas, lo hace con una enorme valentía, con lo que llamamos «parresia». Igual atrevimiento usa en sus ardientes apóstrofes oracionales al Padre Eterno y a Cristo el Señor, su Esposo.

Se la puede ver hablando con letrados y teólogos, confesándose con mucha frecuencia y tratando de orientarse bien en el itinerario del cielo, para volver cual paloma mensajera, trayendo bien diseñados los derroteros de la oración y la virtud para sus hermanos los hombres. De estirpe judía, no puede menos de ser aficionadísima a la Biblia y alimentarse de la palabra de Dios con regusto.

Analiza como la mejor psicóloga los puntillos de honra y se ríe todo lo que quiere de la miseria, casi epidemia humana en este campo. Como si estuviera en movimiento continuo llena sus páginas de «benditos» y más «benditos» de contenido autobiográfico, unos, de otro aire, otros.

Departiendo deliciosamente con san Juan de la Cruz acerca del misterio de la Santísima Trinidad se traspone y, durante uno de sus viajes fundacionales, toda se deshacía en alabanzas de Dios encantada con las flores y alegre con el canto de los mil pajarillos que la rodeaban.

Sus grandes atisbos desde la fe y sus vivencias eucarísticas la hacen sentirse contemporánea de Cristo Jesús y revive las actitudes de tantos personajes bíblicos: la Magdalena, santa Marta, la Samaritana, san José, etc.

Como no le duelen prendas, acomete la apología de las mujeres y no teme censurar a los varones, poniendo como modelo y realización de toda virtud a la Virgen María, nuestra Señora.

Hija de Dios y de la Iglesia entregará votiva y filialmente su vida en manos del Señor, de quien estaba enamorada como lo han estado pocos santos.

Sabe servirse de la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía como de los «grandes remedios» que Dios ha dejado en su Iglesia y está convencidísima de que, aunque cada cosa tenga su tiempo apropiado y que hay tiempo de sueño y tiempo de vigilia, toda la vida humana es el tiempo del Bautismo y todas las almas están desposadas con Cristo por este sacramento de la iniciación cristiana (CE 38, 1).

Se encontrará el lector con buena siembra de textos literales teresianos, que vienen a engarzarse como en un florilegio o antología y su lectura le alegrará escuchando directamente la voz de quien es la protagonista del libro. Algunas repeticiones de ciertos textos son inevitables, por el diverso contexto y trabazón de los temas.

Al encontrarse con tantos sujetos del reino animal como andan por las obras de santa Teresa piensa uno en el arca de Noé, sin remedio. Todo este material tan diversificado de casos y cosas no va encuadrado en esquemas predeterminados o estratégicos, ni aparece alineado con ningún rigor estricto e intocable. Surgiendo estas páginas al contacto de lo vivido y escrito por la Madre Teresa de Jesús, el mejor orden tiene que ser un «bello desorden», como el que reina en tantas partes de sus papiros. Y hay que seguirla atentamente en las escapadas mentales que hace hasta que nos diga «tornemos a lo que iba diciendo».

Cierro el libro con una gran lección de Teresa de Jesús sobre valores humanos. Estas páginas finales son algo así como un repaso, en clave de valores humanos y de virtudes caseras e intracomunitarias, de todo lo que antecede. Se repiten, adrede, aunque más abreviados, a modo de antología, no pocos textos de los ya presentes en los capítulos anteriores. Es como dar más voz al final del libro y escuchar a Teresa de Jesús, libre de mis interferencias y comentarios. Será una gozada leer esas páginas, es decir, estar escuchando a Teresa de Jesús que nos las va comentando.

Con la silueta que acabamos de dibujar ante nuestros ojos, podemos seguir a esta gran persona en su devenir y alegrarnos y reírnos con ella, sin olvidar que también el pan de las lágrimas se servía en su mesa. Más adelante oiremos decir a las descalzas reales de Madrid, después de haber convivido unos días con ellas: «¡Bendito sea Dios, que nos ha dejado ver a una santa a quien todas podamos imitar, que come, duerme y habla como nosotras y anda sin ceremonias!», y... ríe que te ríe, añadimos nosotros.

Esta es Teresa de Jesús, a la que en el primer capítulo presentamos como «una voz para nuestro tiempo», y proclamamos que el mejor homenaje que le podemos ofrecer será que la escuchemos y la sigamos.

Finalmente, si algo puedo desear a este retoño de mi pluma en la tarde de la vida y cuando ya estoy con un pie en el estribo, es que ayude a lo que ella señala en las claves de su conversabilidad: que nadie se atemorice ni amedrente de la virtud. ¿No ha gritado ella tantas veces que en el camino de la oración «no hay nada que temer»? (V 8, 5; 8, 8; 11, 12, etc). Así echo a volar este mi benjamín para que se vaya buscando lectores amigos de la Madre Teresa, que han de ser «amigos fuertes de Dios» (V 15, 5).

José Vicente Rodríguez

Toledo, primavera de 2015

Siglas de las obras de santa Teresa

CE, Camino de perfección, primera redacción, códice El Escorial.

CV, Camino de perfección, segunda redacción, códice Valladolid.

Cta, Cartas.

E, Exclamaciones.

F, Las Fundaciones.

M, Las Moradas o Castillo interior. Número antepuesto: la morada; pospuestos: capítulo, n. marginal.

MC, Meditaciones sobre los Cantares.

P, Poesías.

R, Relaciones (o Cuentas de conciencia).

V, Libro de la vida.

Me sirvo de: Obras completas, ed. de Espiritualidad, Madrid 2000; Cartas, Monte Carmelo, Burgos 1997, y Relaciones o Cuentas de conciencia, en Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 2014.

Otras siglas

BMC, Biblioteca Mística Carmelitana (Burgos).

Diccionario, T. Álvarez, Diccionario de santa Teresa, Monte Carmelo, Burgos 20062.

Efrén-Otger, Efrén de la Madre de Dios-Otger Steggink, Tiempo y vida de santa Teresa, BAC, Madrid 1996.

Escolias, Jerónimo Gracián, Escolias a la vida de santa Teresa, del P. Ribera, Instituto histórico teresiano, Roma 1982.

MH, Andrés de la Encarnación, Memorias Historiales, 3 vols. Salamanca 1993.

MHCT, Monumenta Historica Carmeli Teresiani: Documenta primigenia, 3 vols; Roma 1973-1977.

Peregrinación de Anastasio, Jerónimo Gracián, Peregrinación de Anastasio, Roma 2001.

Capítulo 1. Santa Teresa de Jesús, una voz para nuestro tiempo

Bien entendía que era Dios, mas no podía entender cómo obraba aquí (V 16, 2).

Santa Teresa siempre estaba asombrada por la acción de Dios en su persona, en la historia de su vida. Ella, tan poca cosa como sentía que era; tantas veces enferma, débil de verdad, físicamente. Hasta nuestros días llega su poderosísima voz y su Palabra. Voz que se llenó de Dios y que vivía de ella, porque la fuente de la que bebía era hermosa y quería que todos la conocieran; la fuente, no a ella. Muy a pesar suyo (se sentía indigna), ella, la mujer Teresa de Jesús, quedó vestida de la hermosura de Dios. Sus ojos nos llevan a mirar la vida de hoy, con sus retos y desafíos; como ella lo hizo en su tiempo, poniendo sus ojos en la vida, nos enseña a mirar a Dios. Teresa habla con Dios y con nosotros, siempre, desde la vida.

¿Cómo construyó Teresa esta fecunda relación con Dios, cómo bebía de esta fuente?

La gran lección que nos deja es que el tesoro de Dios no es solo para unos pocos, es para todos. Por eso nos dejó su vida y sus obras. Teresa quiso vivir y vivió, con sentido propio y singularidad de mujer, su oración, su experiencia con Jesús. Entendía que la relación personal con Jesús no podía estar solo en manos de clérigos y varones: las mujeres también podían, y debían. Quería que ellas pudiesen rezar en libertad, según su amor y su conciencia; desde sus deseos y, a solas ellas mismas, con Dios. Lo llamó oración mental, que estaba entonces más bien prohibida para ellas. Quiso también que las mujeres de sus conventos se formaran leyendo y que fueran cultas. Les dio voz, y ella impregnó nuestra historia con su palabra. Todo ello era un desafío para la Iglesia de entonces. También para la de hoy, que se rinde ante ella, en celebraciones, ¿pero alcanzarán a la mujer Teresa de Jesús que habló con Dios?

Entabló con Jesús de Nazaret una particular y extraordinaria relación. Teresa dejó que el Evangelio moldeara su vida. Así se convirtió en Teresa de Jesús. Ella nos devuelve el Evangelio a los cristianos en el siglo XXI, y lo pone delante de todos como forma de vida y relación con Dios. Se lo brinda también a los no cristianos. Tantos que buscan saber quiénes son y conocerse mejor, ahora que tanto se prodigan los cursos de autoconocimiento. Teresa de Jesús hace casi 500 años ya explicaba la riqueza del conocimiento interior, fundamental para unas relaciones cordiales con los hombres y las mujeres y para el encuentro con Dios. Conocimiento al que llama a sus monjas y frailes continuamente si quieren vivir de verdad la vida. Para ello les enseña, nos enseña, su método de oración, de relación con Dios, y su experiencia con el evangelio; y cómo debían tratarse entre sí sus monjas. Para orar, recomendaba como muy importante, mirar y saber «quiénes somos y ante quién estamos». Todo un ejercicio de interiorización, autoconocimiento y entrada en la realidad que somos cada uno y por tanto en la realidad de Dios.

Realismo de santa Teresa

Santa Teresa era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo, con sus arrobamientos. Conocía bien a los humanos y sus necesidades. Ella no quería una relación íntima con Dios, única y personal al margen de los hermanos. Siempre recordaba que «la calidad de la relación con Dios se medía por el amor a los hermanos». Y no era amor abstracto, universal. Era amor bien concreto. No podemos ir solos al encuentro con Dios, sin dejarnos acompañar del sufrimiento y de las necesidades actuales de tantos hombres y mujeres. Para orar, Teresa de Jesús nos invita a situarnos en la realidad que somos, no en la que queremos ser fuera de propósito; y, desde esa realidad precaria o no, hablarle a Dios, con el Evangelio delante, Jesús te va enseñando quién eres, con suavidad y dulzura te señala tus heridas y también por dónde herimos cada uno. Ella entiende que «sin ruido de palabras te va enseñando este divino Maestro» (CV 25, 2).

En el Evangelio va descubriendo cómo Dios ama la debilidad. Ella sentía profundamente esa debilidad, quizá sus enfermedades y dolencias contribuyeron mucho más a su encuentro con Jesús. No en vano el primer interés de Jesús por los humanos en el Evangelio es la salud.

Santa Teresa de Jesús se sentía débil y poco segura, como tantos de nosotros. Le decía a Dios «no pongáis tesoro semejante adonde no está perdida del todo la codicia de las consolaciones de la vida» (V 18, 4). Con el Evangelio y los avatares de su vida labró su humildad. En su relación con Dios aprendía de Dios y de sí misma. Pero a diferencia de los cursos exprés de autoconocimiento, esta experiencia plenífica, porque no es algo puramente intelectual y teórico, ya que incluye una relación existencial, una experiencia de vida: el encuentro con Jesús y, con él, con todos los seres humanos.

Lo que nos cuenta Teresa con su vida es que Jesús es una posibilidad real de rehacer la propia historia, y que Jesús no debe ser teorizado, sino descubierto, experimentado y celebrado. Este misterio así contemplado tiene toda la fuerza transformadora de la vida. Por eso enseñó a sus monjas esta manera de vivir la oración y su camino espiritual. Orar con Dios en libertad y comunicarse la experiencia entre ellas. Aprender unas de otras. Algo difícil de aceptar entonces, pues estaba prohibido que las mujeres enseñaran; experiencia que introdujo en la Iglesia de entonces. Quería las más altas cotas espirituales, culturales y personales; «conviene no apocar los deseos» (V 13, 2), decía a sus monjas.

Voz para la Iglesia y el mundo actual

La experiencia de Teresa de Jesús es todo un reto para la Iglesia actual y para la pastoral actual. Santa Teresa de Jesús experimentó a Dios con todo su cuerpo, con toda su inteligencia, con todo su ser, y así quiso que lo hicieran sus monjas. Le gustaba afrontar los problemas, discutir con libertad, hablar con parresia, como veremos en uno de los capítulos de este libro. Recomendaba «aceptar con razonamiento», todo un reto para la sociedad y la Iglesia de nuestros días. Amaba la libertad, la amistad, la autonomía de la mujer, la inteligencia, la cultura, el amor: realidades que se resienten en la actualidad. «Poned inteligencia y corazón en lo que decís». No quería que las mujeres estuvieran relegadas a sus labores; ella detestaba frases como «mejor será que hilen» (CV 21, 2), en referencia a la oposición de clérigos y varones religiosos al avance y autonomía de las mujeres. No eran féminas. Vivió una relación apasionada con Dios y con la vida. Sabía que su fuerza venía de Dios, «entierras tus talentos en tierra astrosa» (V 18, 4), decía, en referencia a la abundancia que sabía que recibía de Dios. Ella se reconoce en Dios y a Dios le reconoce en su debilidad.

Doctora de la Iglesia

A base de mucho diálogo y lucha profunda con los varones creó un espacio de vida nuevo a las mujeres, para encontrarse con Dios y con la vida donde la diversidad y las relaciones inclusivas y no excluyentes eran muy importantes. Dios invita a todos.

Cuando Pablo VI la nombró doctora de la Iglesia, se quedó como suspenso un minuto y exclamó: «Qué grande, única, humana y atrayente es esta figura». Y a continuación explicaba el significado de la proclamación doctoral diciendo que se trataba de «un hecho que grabamos en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios».

Y en la audiencia de Pablo VI a la misión española decía el 27 de septiembre de 1970: «La espiritualidad de santa Teresa, su clarividente impulso renovador, su fidelidad a la Iglesia y su profundo humanismo no deben ser solamente una singular gloria del pasado, sino un mensaje actual y vivo, que se proyecte sobre este mundo nuestro, tan lleno a la vez de turbación y de esperanzas»[1].

El famoso jesuita Karl Rahner escribía poco después de la declaración pontificia: «Santa Teresa es declarada doctora de la Iglesia. Este acontecimiento tiene, naturalmente, su significado de cara al puesto y función de la mujer en la Iglesia. El carisma del magisterio, y precisamente dirigido a la Iglesia en cuanto tal, no es un privilegio del hombre, del varón. Queda así rechazada la idea de que la mujer, en el aspecto espiritual y religioso, sea inferior al hombre. Y el hecho de que también la mujer estudie teología queda con esto expresamente reconocido [...]. Su declaración como doctora de la Iglesia demuestra que si antes no se reconoció este título a las mujeres no fue debido a la falta de mujeres dignas de tal título, sino a la actitud de no conferirlo por razones nacidas precisamente de una valoración histórica y cultural de la mujer»[2].

Al proponer nosotros a Teresa como una voz para nuestro tiempo, nos hacemos eco múltiple de lo que dejó dicho Pablo VI en la última frase de su homilía de aquel 27 de septiembre: «Debemos ver una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en lema de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!». Y entendemos que ella quiere que bebamos de la fuente de donde ella bebía, y que, como ella escuchemos a Dios que sembró en ella unas semillas poderosas de vida y de verdad. Por ello creo que es una voz fuerte y fértil para nuestro tiempo. El mejor homenaje será, pues, que la escuchemos muy atentos con los oídos del alma y nos dejemos adoctrinar por tan esclarecida Maestra.