Kitabı oku: «Del poder a la cárcel», sayfa 3

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Capítulo -7-
La voladura del galpón

Después de recorrer los veinte kilómetros que los separaban de un punto al otro, llegaron al destino indicado, ingresaron a la chacra y se encontraron con un panorama, que parecía un campo de batalla. Los bomberos estaban sofocando los restos del incendio y dos policías estaban tratando de ayudar en la remoción de los escombros; Grutner y Nisman bajaron de sus vehículos y se acercaron a los oficiales, los cuales al reconocerlos le hicieron la venia.

J. C. les dice:

—¿Cómo están, muchachos? Explíquenme, aparte de los daños materiales, ¿Hay algún herido o fallecido en el lugar?

—No, señor —respondió el que estaba más cerca—. Por lo que nos informaron los bomberos, después de sofocar el incendio, era que no había ninguna víctima en el lugar… Y por lo que nosotros observamos, después de recorrer un poco el perímetro, es que este sitio está abandonado desde hace mucho tiempo.

—¿Y saben cómo comenzó el siniestro? —pregunta Nisman.

—Después de una pequeña inspección ocular, los bomberos dijeron que como quedó todo el lugar e incluso, en la forma en que voló por el aire el camión, como todo lo que estaba dentro de este galpón, para ellos, es que colocaron explosivos.

Nisman se introdujo dentro de los restos del galpón, recorrió un poco los lugares, que todavía estaban humeantes,miró los restos del camión, como partes de las motos, mezcladas con otros escombros y se dirige a J.C.

—Por lo que estoy observando superficialmente, esto me da la pauta, de que los que intervinieron en este episodio, no son ningunos novatos… Se ve a simple vista que son profesionales y con un armamento bien moderno y poderoso.

—Vos sabes, Nisman, que tengo la misma impresión y que detrás de este episodio se oculta algo más siniestro y pesado… Y tenés razón en tu apreciación en cuanto al armamento, los que manejaron estos explosivos son profesionales… Ahora lo que voy a hacer, es llamar en forma urgente, que venga la gente de laboratorio, para que verifique y analicen todo lo que puedan descubrir dentro del tanque del camión.

—¿Tenés alguna sospecha?

—Más que una sospecha, lo que tengo es una corazonada… Toma el celular y hace la llamada, pidiéndole urgencia sobre el tema, a la persona que lo atendió.

—¿Qué te respondieron? —Pregunta Nisman—. Porque si tardan mucho, llamo al juzgado.

—Quédate tranquilo que el encargado del laboratorio me dijo que ya mandaba el camión con todo el personal correspondiente, en media hora estarán aquí.

Media hora después estaba el camión en el lugar. J.C. los pone al tanto de los acontecimientos y los expertos se ponen a trabajar. Dos de ellos, vestidos con el equipo antivirus blanco y el casco correspondiente con mascarilla, se introducen a través de las tapas de acceso al tanque y comienzan a buscar elementos que les sean sospechosos, los cuales introducían en las bolsitas de plástico transparente, que llevaban para esa tarea.

Dos horas después y ante la ansiedad, tanto de Grutner como de Nisman, el encargado del laboratorio móvil les informa.

—Inspector, le quiero confirmar que lo que se encontró en unos de los compartimientos del camión cisterna, son residuos de cocaína.Lo que quiere decir, es que este vehículo transportaba este elemento oculto en ese sitio… Lo que no le puedo confirmar es la cantidad que podría estar oculta en ese lugar.

—Igualmente les agradezco la rapidez con que nos dieron el informe, para nosotros era necesario saber de qué se trataba, de esa forma sabemos contra quiénes vamos a enfrentarnos.

—¡Bueno! Lo dejo, cualquier otro problema que tenga, no tiene más que llamarme y trataré de resolvérselo.

Grutner, dirigiéndose a Nisman, le dice:

—¡Bien! Con esto, tenemos resuelto cuál era el motivo del robo del camión y a su vez, cuál era el verdadero trabajo del chofer…, Lo cual deja en evidencia de que era un traficante de drogas.

—¡Sí! Pero todo esto nos abre dos nuevas investigaciones, una, averiguar de dónde procedía la cocaína del camión y la otra es ver quiénes son los piratas del asfalto y dónde llevaron la carga.

—De eso no queda ninguna duda, además te puedo asegurar que las personas que prepararon esta operación, son personas que están bien organizadas y cuentan con todos los recursos necesarios para llevarla a cabo… Con lo que te quiero explicar, que son profesionales del delito.

—¿En qué te basas para esta conclusión? —pregunta Nisman.

Grutner camina unos pasos, observa el camino de tierra, se agacha para mirar más de cerca una huella y poniéndose de pie nuevamente le responde, mientras saca una pipa del bolsillo del saco y la sostiene en la mano derecha.

—Analizando todos los hechos hasta este momento, es por lo siguiente… Primero, por la forma en que realizaron el asalto, con una frialdad y precisión, que demuestra que tenían todos los datos del camión y la hora justa en la que iba a transitar esa ruta… Segundo, ya tenían un lugar destinado para esconder el vehículo y poder extraer la droga sin ser vistos… Y tercero y lo que evidencia que es una banda bien organizada, es que ya tenían otro vehículo pesado para poder trasladar la droga y poder pasar desapercibidos.

—¿Y cómo es, que llegaste a esta última conclusión?

—¡Son detalles que se observan en la escena del crimen, si les prestas la debida atención!… Fíjate, estas huellas de vehículo que están marcadas sobre el piso sucio, se trata de las huellas de un vehículo pesado, de eso te das cuenta por las ruedas duales traseras y que en ese momento estaba sin carga y las mismas huellas te dan la pauta de que maniobraron para acercarse al camión tanque… Luego de eso le cargaron la droga y por la profundidad que dejaron las ruedas traseras sobre el camino de tierra, a fuera del galpón, me indica que la carga debió ser muy pesada… Por lo que te puedo asegurar que se trataban de varios cientos de kilos… No sé exactamente cuántos, pero son muchos y muy valiosos.

Nisman, sorprendido por el poder de observación de J. C., le pregunta.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Ahora me voy de vuelta a la escena del crimen, a ver si quedó algún detalle sin analizar y después me voy a la oficina a preparar el informe… Después veremos cómo sigue esta investigación.

—Vamos, que yo también me quiero cerciorar de no dejar ningún cabo suelto y después me voy para la fiscalía, para ver si ya hay alguna pista… Pero antes que nos separemos, te quiero hacer una propuesta, que creo que nos beneficiará a los dos en este tema. —Mira a J. C. a la cara, para ver la reacción de él y le pregunta—. ¿Qué te parece si en esta investigación, que por lo que deduzco va a ser muy complicada y peligrosa, nos unimos para trabajar juntos e intercambiar información, para llegar más rápido al desenlace del problema?

Grutner, con una sonrisa en el rostro, mira a Nisman a la cara y le responde.

—Para mí, va a ser un honor trabajar con una persona tan importante como vos. —Y estrechándose las manos, sellaron un pacto de amistad y trabajo.

Capítulo -8-
El robo a la financiera

Los cuatro llegaron al exclusivo barrio de Puerto Madero, a las cinco de la tarde, como estaba estipulado en el plan, estacionaron en la puerta del moderno edificio y bajaron tranquilamente del vehículo de alta gama. Las personas que circulaban por el lugar, podrían deducir por sus elegantes trajes de color oscuro, los zapatos brillantes, sus barbas tipo candado y sus modernos lentes de sol, que estas personas podrían ser importantes empresarios o gente de negocios… Lo que menos podrían pensar es que ellos venían a perpetrar un robo.

Chávez, que iba adelante, se dirigió directamente a la puerta de entrada, seguido por los otros tres; Alberto que era el último en la fila, llevaba en la mano un bolso de tamaño mediano.

Cuando ingresaron al amplio hall, Chávez observó que no había personas caminando por el lugar, ni esperando los ascensores, el único que estaba detrás del mostrador del recibidor, era el conserje, se dirigió hacia él.

El hombre, al verlos acercarse, les dice con voz amable.

—Lo siento, señores, pero las oficinas ya están cerradas y todo el personal ya se retiró.Lamento que llegaran tarde, recién abren el lunes a partir de las ocho de la mañana, en ese horario podrán encontrar a la persona que buscan.

—¿Me podrías decir, cuál es tu nombre? —le pregunta Chávez.

El conserje lo mira extrañado por la pregunta y responde, poniéndose serio.

—Mi nombre es Omar González… Pero ya les dije que están todas las oficinas cerradas, para lo que tengan que hacer aquí, van a tener que regresar el lunes, a partir de las ocho… Ahora, si les puedo ser útil para otra cosa, estoy a disposición de ustedes.

Chávez se sonríe, mientras saca una pistola, calibre nueve milímetros, lo apunta al conserje, mientras le dice amenazadoramente.

—Claro que nos vas a ser útil, primero decime, ¿Dónde está la máquina, que graba las filmaciones de las cámaras de seguridad del edificio? Y segundo, si te portas bien y haces todo lo que nosotros te decimos, no te va a pasar nada, pero si nos das problemas o te querés hacer el héroe, lamentablemente lo pagarás con tu vida… ¡Vos escoge lo que más te convenga!

Omar, asustado al verse apuntado por semejante arma, tartamudeando responde:

—Qué Qué… Qué… Quédense tranquilos, que yo no voy a decir ni mu… Haré todo lo que ustedes me indiquen, pero por favor no me apunte, a ver si se le escapa un tiro sin querer.

—¡Bueno! Responde la pregunta que te hice. ¿Dónde está la máquina, que registra las cámaras de seguridad?

—Acá, adentro de la conserjería, detrás de una puertita disimulada en la pared, allí está la máquina que buscan.

—Muy bien, viste qué fácil es colaborar… Ahora decime, ¿Cuántas personas hay en la financiera del cuarto piso?

—En la financiera del cuarto piso, hay cinco personas en este momento, pero está cerrada al público, porque están de balance, según me informaron esta mañana.

—¡Bien! Ahora vamos a ir al quinto piso y vos vas a hacer todo lo que yo te diga, si lo haces bien, no te vamos a lastimar y todavía cuando vuelvas a la conserjería, quizás tengas un premio… Pero si cometes un error o te pasas de listo, lamentablemente lo lamentarás… Ahora cerrá la puerta de entrada con llave y dejá la llave puesta en la cerradura y volvé aquí.

El conserje, siguiendo las indicaciones, cierra la puerta con llave y deja la llave puesta en la cerradura y vuelve donde están los delincuentes.

—Listo, muchachos, vamos a hacer lo que vinimos a hacer. —Y dirigiéndose a Omar le indica—: Vamos al quinto piso y acordate todo lo que te dije. —Y con el arma lo empuja hacia adelante.

Los cinco subieron en el ascensor hasta el quinto piso, cuando llegaron, bajaron un piso por la escalera, cuando llegaron al cuarto, Chávez le pregunta a Omar:

—¿Por cuál de las dos puertas te atienden, siempre que venís a traer algo?

—Aunque las dos tienen cámaras de seguridad, que ellos observan desde adentro, siempre me atienden por la primera puerta, la otra es para los clientes.

—¡Bien! Como ya acordamos, nosotros nos pondremos contra la pared y vos toca el timbre y actúa normalmente como te expliqué, cuando abran, nosotros nos encargamos.

Omar toca el timbre y la persona que estaba en el interior se fija en la pantalla y a través del intercomunicador le pregunta:

—¡Sí! ¿Qué necesita?

—Vengo a traerles una encomienda. —Y muestra el bolso que había traído Alberto y que se lo dieron a él, para que lo muestre como una carnada.

Una voz proveniente de la otra oficina pregunta.

—¿Quién es Rossi, el que tocó timbre?

—Es el conserje, viene a traer una encomienda ¿Qué hago? ¿Lo dejo pasar o no?

—¡Sí! Déjalo pasar, recibí la encomienda y que se vaya rápido, que tenemos mucho trabajo que hacer.

Cuando abre la puerta, Chávez empuja con fuerza a Omar y lo tira dentro de la oficina, llevando por delante al desprevenido Rossi, que trastabilla por el impacto y la sorpresa de ver entrar a Chávez y sus compañeros armados e instintivamente levanta las manos, en señal de rendición.

—¿Dónde están los otros? —Pregunta Chávez, mientras lo amenaza con la pistola.

—Están en la otra oficina —Responde Rossi, mientras indica con el dedo índice el lugar.

—Ocúpate de estos dos —Le indica a Alberto a media voz—. Ustedes vengan conmigo. —Y decidido se dirige a la otra oficina, abre con fuerza la puerta y mientras grita—. ¡Quédense quietos! ¡Esto es un asalto!

Los cuatro, que en ese momento estaban contando la montaña de dólares que estaba sobre una mesa y en la que también había una máquina de contar dinero, sorprendidos por la inesperada aparición de los delincuentes, automáticamente levantan las manos y se ponen de pie.

—¿Quién está a cargo del lugar? —Pregunta Chávez, mientras que con el arma va apuntando a todos.

—¡Yo estoy a cargo! —Contesta el que le estaba poniendo las fajas a los billetes contados—. ¿Y ustedes quiénes son?

Chávez lo mira fijo, mientras lo apunta y le pregunta:

—¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Martín.

—Bien, Martín, si ustedes colaboran no tendrán ningún problema. —Y levantando la voz, para que lo escuchen de la otra oficina, grita—. ¡Alberto, trae a esas personas para aquí! —Cuando ingresan Rossi y Omar, les indica que se coloquen al lado de los demás, mientras pregunta—. ¿Dónde está el baño?

Martín sorprendido por la pregunta, responde:

—Allá en el fondo.

Dirigiéndose a sus cómplices les dice:

—Pónganles los precintos y enciérrenlos en el baño, así trabajamos tranquilos… Les repito, si se portan bien, no lastimaremos a nadie.

Cuando les estaban poniendo los precintos, con las manos por detrás, Rossi que estaba al lado de Chávez, comienza a gritar:

—¡A mí no me van a atar como ganad…!

No terminó la frase, cuando rápidamente Chávez le pega con una cachiporra en la nuca, haciendo que caiga tan largo era, por lo que dirigiéndose a los demás les dijo:

—Les advertí que si se portaban bien no iba a haber problemas, pero ahora ven que no mentía. Vamos muchachos, enciérrenlos y terminemos lo que vinimos hacer.

Cuando ya estaban todos amontonados, dentro del pequeño baño, Chaves le indica a Alberto.

—Saca las bolsas del bolso de mano y a trabajar. —Mirando a Rossi que seguía tirado en el piso, le pega con la punta del zapato, mientras le dice—. ¡Dale, levántate! Que ya están todos encerrados.

Rossi se incorpora, mira a Chávez y lo increpa:

—Decime, boludo, ¿Era necesario que me pegues tan fuerte? Mira el chichón que me hiciste. —Mientras se señala la zona afectada.

Chávez, largando una carcajada, le responde:

—¡Boludo sos vos! Al pegarte el cachiporrazo delante de ellos y dejarte un hermoso chichón, quedas fuera de cualquier sospecha… Es la coartada perfecta y para ellos sos el héroe que se enfrentó a los asaltantes… ¿Ahora comprendes, boludo?

Rossi, dándose cuenta de lo que le explicaba Chávez, le responde:

—Tenés razón. Disculpa.

Cuando Alberto hizo lo indicado, comenzaron a llenar los cuatro bolsos, con todos los dólares que estaban sobre la mesa, hasta no dejar ninguno, cerraron los bolsos y se prepararon para partir.

Chávez se dirige a Rossi y le indica.

—Cuando nosotros nos vayamos, dejá pasar una hora y los liberas ¡Decime! ¿Dónde está la máquina, que registra lo que graban las cámaras de este lugar?

—Está sobre ese estante en la pared —señala Rossi.

Chávez va hasta la máquina y le retira la memoria, mientras dice:

—¡Bueno! Nos vamos… Pero antes sácame de una duda… ¿De cuánto es el monto que llevamos?

Rossi, bajando la voz lo más posible, le dice:

—Son veinte millones de dólares.

Chávez lanza un silbido de admiración y a continuación le indica.

—¡Nos vamos! Aférrate al plan y pronto nos volveremos a ver, ¡Chau!

Tomaron el ascensor hasta la planta baja, entraron a la conserjería, sacaron la memoria de la máquina, fueron a la puerta de salida, abrieron y se dirigieron hacia donde estaba estacionado el vehículo, colocaron los bolsos en el baúl, subieron tranquilamente y partieron a baja velocidad. Cuando se alejaron doscientos metros del lugar, Chávez oprime un botón debajo del tablero y las dos patentes giran, cambiando de numeración y dirigiéndose a sus compañeros les dice con una gran sonrisa en el rostro:

—¡Gracias a Dios! Todo salió perfecto, sin tener que tirar, ni un solo tiro y sin tener la necesidad de lastimar a nadie… Ahora saquémonos estas barbas ridículas, que ya me está molestando. —Y de un tirón se la arrancó; Acelerando y tomando la autopista, se alejó con rumbo desconocido.

Pasada una hora como lo habían planeado, Rossi abre la puerta del baño y mientras se acaricia el chichón, dice en voz alta:

—Ya pueden salir, cuando me desperté, ya no estaban los delincuentes.

Martín le pregunta preocupado.

—¿Se fueron los hijos de puta?... ¿Te lastimaron mucho? ¿Te duele?

Rossi simulando el dolor de cabeza, responde:

—Sinceramente, lo que más me duele es que nos hayan robado todo el dinero.

—No te preocupes, esos boludos no saben que se metieron con la gente equivocada, ya lo van a lamentar.

Omar observa la cabeza de Rossi y le dice:

—Flor de chichón, ese bulto le va a durar unos cuantos días.

Rossi sonriendo le contesta:

—No te preocupes, para taparlo, me compro un sombrero de Panamá.

—¡Bueno! Yo los dejo, me voy a la conserjería y desde allí llamaré a la policía.

Martín rápidamente lo detiene, para decirle.

—¡No! No llames a la policía, nosotros nos haremos cargo de todo lo que pasó aquí, vos despreocúpate y hace como que no ocurrió nada ¿Entendiste?, Aquí no ocurrió nada.

Omar asombrado por lo que le estaban pidiendo, se encogió de hombros y contestó:

—Como ustedes quieran, a mí me da igual, aparte del susto que me llevé, yo no pierdo nada y ahora me voy para la conserjería. Espero que por hoy, no tenga otro susto. —Abre la puerta y se va a tomar el ascensor, cuando llega a la planta baja, mira hacia todos lados, por las dudas de que estuvieran todavía los delincuentes en el edificio, pero al no ver a nadie, se dirige tranquilo a la conserjería, allí también se fija que no haya ninguna persona escondida, mira la máquina y se da cuenta de que le falta la memoria, entonces se preocupa por lo que le iban a decir cuando se dieran cuenta y por último, fija la vista en un sobre blanco que estaba al lado de la máquina y piensa, esto no estaba anteriormente aquí, ¿Qué será? Lo toma y ve una inscripción que decía en letra de imprenta: “Para Omar”. Este premio es por portarte bien con nosotros. Sorprendido abre el sobre y casi se le salen los ojos de las órbitas, al ver en el interior un fajo de diez mil dólares, que Chávez le había dejado en recompensa; Mira hacia todos lados y rápidamente lo oculta dentro de su camisa y comienza a silbar, como si allí no hubiera pasado nada.

Capítulo -9-
El reparto del robo

Cuando llegan a la mansión, estacionan frente a la fuente de agua. Pablo, que los estaba esperando, les ayuda a bajar los bolsos.

Chávez le pregunta:

—¿Dónde está La Morsa?

—El señor los espera en la biblioteca.

Ingresan al edificio y van al lugar indicado, La Morsa, que estaba sentado revisando unos papeles en su escritorio, al verlos llegar deja todo y poniéndose de pie, les pregunta.

—¿Algún problema, muchachos?

Chávez sonriendo le responde.

—¡Ningún problema! Todo salió de acuerdo a lo planeado… Sin tener que usar la violencia para el asalto, ni tuvimos problema al salir del lugar… Diría, un golpe perfecto.

—¿Y la plata, dónde la dejaron? —Pregunta, al no ver los bolsos.

—Pablo se encargó de llevar los bolsos a tu oficina.

La Morsa mira a los otros tres y les dice.

—¿Qué les parece a ustedes si se van a poner cómodos, mientras nosotros vamos a mi oficina a charlar y servirnos un trago?

Alberto, haciéndole un gesto a los otros dos, le responde:

—Lo que usted diga, jefe. —Y se retiraron hacia sus habitaciones, para cambiarse la ropa.

Cuando ya estaban cómodamente sentados en la oficina y con una copa de whisky con hielo en la mano, La Morsa le dice:

—Te felicito por el éxito de la operación, ahora contame los detalles.

Chávez le hace un relato de todo lo sucedido en la financiera, incluido el cachiporrazo a Rossi y lo dejado como premio a Omar.

La Morsa, entusiasmado por el relato, aplaude mientras le dice:

—¡Te felicito! Salió mejor de lo que yo me imaginé.

—¡Sí! Pero hay que ver cómo reacciona esta gente, a la que le sacamos el botín. No creo que se queden tan tranquilos, seguro que harán la denuncia y la policía comenzará a rastrear los billetes.

—De eso quédate absolutamente tranquilo, esta es una cueva financiera, donde hacen lavado de dinero en negro y esta plata no está declarada en ningún lado, por lo que nunca van a hacer una denuncia policial, porque al tener que dar cuenta de dónde provenía el dinero, la agencia de recaudaciones del Estado los llevaría presos a ellos, por malversación de fondos y lavado de dinero.

—Con razón estabas tan tranquilo y te tomaste todo el tiempo para planear el golpe.

—¡Sí! Tuve que planearlo muy bien y esperar el momento oportuno, de acuerdo a la información que me iba otorgando Rossi; Cuando ya estaba seguro de que el golpe valía la pena, por el volumen de dólares que iban a mover, fue cuando te indiqué que era el momento esperado… Y gracias al Señor, todo salió a pedir de boca.

—¿Y ahora qué vamos hacer con tanto dinero?

—Lo primero que tenemos que hacer con este dinero es pagar a los informantes… El primero es Rossi, por habernos dado el dato de la financiera y colaborar para que se realice el robo.

—¿Y quién es el segundo? —pregunta Chávez, intrigado por saber cuántas personas participaron en la operación.

—El segundo, pero no menos importante, es un valijero de apellido Fariña, él es el que nos pasó el dato del dinero que iba a transportar desde el sur del país, en un avión privado del empresario Lázaro Báez y a donde tenía que llevarlo, una vez que llegara a Buenos Aires… Con todos esos detalles, nos pusimos en contacto con Rossi para proponerle el negocio y él aceptó.

—¿Y cuánto le toca a cada uno?

—¡Bueno! Con Fariña negociamos, que por su información le íbamos a pagar, siempre y cuando se realizara la operación, quinientos mil dólares… Y a Rossi, por habernos facilitado los datos de la financiera y participar del plan para realizar la operación, llegamos a un acuerdo de la misma cantidad de dólares. Ahora, respecto a tus hombres, a ellos les toca un porcentaje de las ganancias que el dinero nos proporcione, de acuerdo a la inversión que vamos a realizar… En cuanto a nosotros, todo lo que logremos de acuerdo a nuestro trato, será todo al cincuenta por ciento, como lo habíamos hablado… ¿Estás de acuerdo?

—Perfectamente de acuerdo, yo soy de palabra y sé que vos también, por lo tanto no hace falta firmar ningún papel, para avalar lo que estamos tratando… Ahora respecto al negocio que vamos a emprender, ¿Tenés alguna información al respecto?

—Ya tengo en trato, un hermoso hotel casino, donde podremos seguir haciendo negocios y a la vez, lavado de dinero, con el juego y el alquiler de las habitaciones… Que por lógica, nunca van a estar ocupadas, salvo en los libros, así justificaremos las ganancias.

—Pensaste en todo.

—Cuando uno se mueve con gente que sabe cómo vaciar empresas y defraudar al fisco, a la larga se aprende el oficio y gracias a Dios, al lado de ellos aprendí todo lo que sé… Ahora coloquemos los bolsos en la caja fuerte y luego vamos a tomar un trago y prepararnos para la cena. ¿Qué te parece?

—Excelente idea.

La Morsa abre una caja fuerte, de un tamaño considerable y coloca los bolsos en su interior, cierra la puerta y gira la combinación, toma el vaso de whisky e invita a Chávez para ir a la planta baja.

Pablo estaba en la sala de planta baja, acomodando unos libros en una repisa, cuando bajan Alberto y sus dos compañeros, vestidos con camisas y pantalones informales, se dan cuenta de que Pablo, al estar concentrado en lo que estaba haciendo, no notó la presencia de ellos. Alberto les indica que se acerquen y les dice casi susurrando:

—Vamos a darle una sorpresa al mucamo, vamos a hacer que lo asaltamos. ¿Qué les parece?

Los otros levantan los pulgares en señal de aprobación y silenciosamente se acercan al distraído Baudín, que seguía con lo suyo. Alberto rápidamente le hace una llave candado con el brazo, alrededor del cuello, mientras disimulando la voz le grita:

—¡Quédate quieto, esto es un asalto!

Inesperadamente, Pablo pasa su mano derecha por detrás del cuello de Alberto, al mismo tiempo que se impulsa hacia arriba con las piernas, haciendo que su cuerpo, por el mismo peso de la gravedad, caiga hacia adelante, produciendo que Alberto salga volando hacia adelante y se estrelle contra la pared, quedando atontado por el golpe. El Flaco y el Ronco, al ver que el ataque de su compañero falló, fueron en su defensa, pero Pablo, ya prevenido, tira una patada voladora, que impacta contra el pecho del Ronco, haciéndolo doblar en dos y quedar tirado en el piso, momento que aprovechó el Flaco, para tirarle una trompada dirigida a la cara, pero Pablo la esquiva y le toma el brazo y con el mismo impulso de su rival, le hace una toma, haciéndolo volar por el aire y caer sobre una mesita de vidrio, la cual estalló por el golpe

—Espero que esto les sirva de lección, ¿Señores ladrones? —les dice mientras les hace una reverencia, al estilo oriental.

Alberto poniéndose de pie, mientras se acomodaba la ropa le dice:

—Disculpa Pablo, solamente te quisimos hacer una broma.

Pablo sonriendo le contesta, mientras se frotaba los puños.

—Yo también les hice una broma… Si esto hubiera sido un asalto de verdad, ustedes a esta hora estarían muertos.

La Morsa, que en ese momento bajaba acompañado por Chávez y había escuchado la conversación, dice.

—Esta vez tuvieron suerte, señores, lo que les dijo Pablo es verdad, él les perdonó la vida… Pablo es cinturón negro, en lucha libre y campeón invicto en su categoría. Por algo es mi guardaespaldas personal, así que lo menos que pueden hacer, es pedirle disculpas.

—¡No hace falta! Sé que otra vez no van a cometer la misma torpeza.

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