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¿Son las tecnologías agentes en algún sentido o solo son medios para expresar alguna forma de agencia humana?

En expresiones como la siguiente: “La tecnología X produce o es responsable de la acción Y”, le asignamos ordinariamente algún tipo de capacidad de agencia a alguna tecnología, sistema o proceso tecnológico. Es común encontrarse con algunas formas deterministas de hablar, en las que se señala como agente a las tecnologías en general o a alguna en particular, como por ejemplo: “Las tecnologías ponen en riesgo nuestro futuro”, “la tecnología moderna ha desencantado el mundo”, “X tecnología acabará con nuestro empleo”, “X tecnología transformará nuestras relaciones sociales”, “la televisión afecta la comunicación de la familia”, “Internet ha afectado las competencias de lectura y escritura de los jóvenes”, entre otras.

Es un problema filosófico fundamental explicar, por tanto, en los distintos casos, cómo se le asigna a la tecnología algún sentido de agencia material. Desde un punto de vista básico, es trivial decir que los objetos nos condicionan materialmente y producen en nosotros efectos causales materiales. Sin embargo, fuera del efecto que ejerce su materialidad, ¿tiene sentido referirse a algún artefacto o proceso tecnológico como agente productor de alguna acción?, ¿estos tipos de juicios son formas incorrectas de hablar?, ¿los objetos y procesos tecnológicos son realmente agentes? o ¿en realidad no son agentes, sino que ejercen una agencia inscrita en ellos, encarnada, transmitida o transferida, por ejemplo?, ¿los únicos agentes somos los seres humanos y las tecnologías representan una forma específica de esa agencia?, ¿cómo se pueden comprender los objetos y los procesos tecnológicos como agentes, sin caer en un cuasianimismo material, en un fetichismo, en un tipo de determinismo tecnológico?

Todas las teorías de la tecnología tienden a asignar, de una forma u otra, de manera inherente o delegada, extendida o encarnada, algún sentido de agencia a los objetos y a los procesos técnicos-tecnológicos. A manera de resumen, a continuación se caracterizan brevemente algunas de las perspectivas que se han planteado:

• Los enfoques instrumentalistas materiales, que de alguna forma confieren a las tecnologías la capacidad de afectar o influir sobre nuestras vidas. Estos enfoques tienden a ser deterministas, en la medida en que responsabilizan a las tecnologías de algunos males o beneficios, como si fueran entes autónomos con intencionalidad inherente.

• Las perspectivas materialistas no instrumentales, que analizan las formas como se expresan los efectos causales de los objetos en general y de las tecnologías, pero no precisan de manera específica un tipo posible de agencia material.

• Las perspectivas calificadas como antropocéntricas, según las cuales las tecnologías son materializaciones de una forma de relación del ser humano con su entorno, y en este sentido ellas representan o en ellas se inscribe algún tipo de agencia humana. Para algunas de esas perspectivas, las tecnologías son solo elementos neutros o medios que transmiten intenciones o reproducen algunas formas de agencia humana o social. O para las perspectivas más estructuralistas, son elementos esencialmente articulados, que ocultan una compleja configuración social, cultural, entre otros.

• Los puntos de vista que sustentan o justifican teóricamente un sentido de agencia material de las tecnologías, entre ellos los de los siguientes autores: B. Guille, Leroi-Gourhan, Simondon y B. Stiegler. Para ellos las técnicas y tecnologías son agentes materiales que pueden adquirir, incluso, en cuanto sistemas, una cierta autonomía operativa, que influye sobre la vida humana. Simondon y Stiegler analizan la agencia material desde un punto de vista ontológico relacional, no determinista tecnológico, desde el cual lo técnico y lo humano se constituyen entre sí. Por otro lado, dentro de este gran grupo se pueden ubicar también a algunos de los principales promotores de la teoría del actor-red, como Bruno Latour, Michel Callon, John Law y Madeleine Akrich. Según esta teoría las tecnologías ostentan el papel de agentes en el ámbito de la mediación, híbrido o compuesto, de la red o del entramado sociotécnico. Desde una mirada ontológico-relacional similar a la de los autores que se acaban de mencionar, en esta perspectiva solo se puede comprender adecuadamente la complejidad de la mediación técnica si se renuncia a la pretensión moderna de separar lo objetivo de lo subjetivo, lo material de lo cultural, lo natural de lo artificial.

En su forma de entender la agencia de las tecnologías, estos puntos de vista pueden inclinarse en diferentes grados hacia un instrumentalismo, un determinismo, un intencionalismo, un antropocentrismo o un materialismo. Oscilan entre los extremos de la comprensión de las tecnologías exclusivamente como medios y la comprensión de la tecnología como agentes relativamente autónomos.

Bruno Latour, en su texto “De la mediación técnica: Filosofía, sociología, genealogía” (1998, pp. 249-302), ilustra con un buen ejemplo la contraposición entre estos dos tipos de comprensiones que se acaban de señalar y sus presupuestos teóricos. Él analiza las dos posiciones más frecuentes formuladas en los Estados Unidos frente a la posesión de armas. Para algunos, el uso de las armas se debe prohibir a partir del argumento de que las armas matan a la gente, y para otros, especialmente para la Asociación Nacional del Rifle (National Riffle Association [NRA]), el uso de las armas se debe permitir, ya que, según ellos, la gente mata a la gente, no las armas. La primera posición ilustra una explicación materialista, en virtud de la cual, el buen ciudadano se puede transformar al portar un arma o nuestras cualidades como sujetos se pueden transformar según lo que llevemos en las manos. Algunos objetos ostentan una agencia especial y su uso puede determinar nuestras acciones. La segunda posición ilustra la perspectiva antropocéntrica, según la cual la tecnología es meramente una herramienta, un medio, una conductora neutral de intencionalidades, que no añade nada a la acción, mientras que la acción moral solo recae en el sujeto. Sin embargo, fuera de estos dos extremos, ni el arma es la conductora de la voluntad del sujeto, ni es la poseedora de una capacidad de agencia que transforma al buen ciudadano en un homicida.

Estas dos posiciones desembocan de distinta forma en dos mitos: “El mito del instrumento neutral bajo absoluto control humano, y el mito del destino autónomo que no puede ser controlado por los humanos” (Latour, 1998, p. 254).

Algunos filósofos que se concentraron en el análisis del devenir de la técnica, reforzaron el mito del destino autónomo, con sus supuestos deterministas. Por ejemplo, para Marx, la técnica ha devenido como una forma de apropiación instrumental de la naturaleza y se ha establecido como un sistema de explotación de los recursos y de las fuerzas de trabajo. Para Heidegger, la técnica ha devenido en un proceso en el que se conmina a la naturaleza a liberar sus recursos, o en un medio que se ha implementado con miras a un fin pero que amenaza con escapar del control del hombre y convertirse en un fin en sí misma o en un modo de develamiento inauténtico que oculta lo real. Para Ellul y Marcuse, la técnica moderna ha escapado del control del ser humano, y como consecuencia se ha producido una tecnificación creciente del ser humano y de su entorno. La técnica ha impuesto sus valores de eficacia a todas las demás esferas de la actividad humana. Se ha transformado en un proceso sin sujeto, de naturaleza totalitaria, que invade y domina a la humanidad. Para Mumford, la técnica moderna ha devenido en un “autoritarismo técnico”, es decir, en un proceso en el que la vida humana está en función del desarrollo técnico (Vinck, 2012).

En contraposición al sentido de agencia material determinista, latente tanto en el instrumentalismo como en los enfoques que refuerzan el mito del destino autónomo, otro conjunto de perspectivas ofrecen explicaciones de la agencia como algo exclusivo de los seres humanos, y consideran la agencia material solo una forma nominal equívoca de expresar la agencia humana delegada o articulada en los procesos materiales. Cabe destacar, dentro de esta perspectiva, el enfoque estructuralista social del construccionismo social de la tecnología, formulado en la década de los años ochenta, a partir del texto canónico de Bijker, Hughes, y Pinch (1987), The Social Construction of Technological Systems: New Directions in the Sociology and History of Technology. Desde el programa derivado de este enfoque, denominado Construcción Social de la Tecnología (Social Construction of Technology [SCOT]), heredero de la tradición crítica de la sociología del conocimiento científico (Sociology of Scientific Knowledge [SSK]), la supuesta agencia material es solo la representación de la configuración del agenciamiento de las intencionalidades sociales.

Para Latour, en la base de la contraposición entre los enfoques mencionados se encuentran dos puntos de vista esencialistas, equivalentes, pero distintos: “El idéntico error de materialistas y sociólogos es partir de las esencias, las de los sujetos o las de los objetos. Ese punto de partida hace imposible que podamos medir el papel mediador de las técnicas. Ni el sujeto ni el objeto (ni sus metas) son fijos” (Latour, 1998, p. 254).

A modo de balance provisional, la forma como se entiende la agencia de las tecnologías es un problema presente en todas las teorías de las tecnologías, que lamentablemente se soslaya por su complejidad filosófica. Fuera de las posiciones extremas, se pueden señalar diversas propuestas explicativas al problema de la agencia material. Enseguida se hará una rápida reconstrucción de algunos puntos de vista alternativos a los que se acaban de mostrar.

Enfoques materialistas no instrumentales

“No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx y Engels, 1974, p. 9). Esta conocida expresión de Marx y Engels, eslogan del materialismo histórico, ha sido una de las formas como se ha expresado un pensamiento materialista en la tradición filosófica, desde Demócrito en adelante. Especialmente en la filosofía continental, este punto de vista ha tenido más detractores que amigos y más cues-tionamientos que defensas.

La filósofa Jane Bennett (2014) analiza desde la tradición filosófica cómo los distintos materialismos han pensado la agencia de las cosas. Ella hace un buen esfuerzo por plantear una reflexión sobre la agencia material, distante tanto de un antropocentrismo como de un determinismo, y orientada hacia lo que denomina una “ecología de lo material”. Articula su punto de vista alrededor del curioso concepto de thing-power.

La comprensión del tipo de agencia involucrado en la interacción con lo material y la forma como se entiende su relación causal con un agente ha sido un problema teórico muy complejo, que desafía la mayoría de las teorías de la acción, para las cuales no tiene sentido pensar en un sentido de agencia material sin un agente intencional. Tanto a la tradición filosófica como a las ciencias sociales les ha costado mucho entender un sentido de agencia material sin las formas intencionales concretas como se materializan lo cultural, lo social, lo económico, lo político.

Desde un punto de vista fenomenológico, toda agencia supone un acto intencional. Hasta la relación más inmediata y ordinaria con lo material forma parte de la experiencia humana y resulta absurdo referirse a un sentido de agencia material independiente de un sujeto intencional. Por otro lado, desde un punto de vista materialista instrumental, a lo material se le confiere una agencia capaz de determinar de alguna forma la vida humana, la cultura, la historia. El punto de vista fenomenológico puede ser antropocéntrico y el punto de vista materialista instrumental puede ser determinista. Bennett (2014) propone un sentido de comprensión de la agencia material no inscrito dentro de una filosofía materialista instrumental ni dentro de un punto de vista fenomenológico. Fuera de estas perspectivas, busca plantear un sentido de agencia material desde una mirada material ecológica relacional, que intenta, como ella advierte, no caer en un realismo ingenuo, en una concepción animista de lo material o en un intencionalismo.

Otro aporte importante contemporáneo son los planteamientos de Pickering (1995), quien en su texto The Mangle of Practice expone el punto de vista más materialista de los estudios de la ciencia y la tecnología. Pickering propone que en el contexto de las prácticas científicas se produce una dialéctica de ajuste mutuo entre la acción humana y la estructura material de los objetos de laboratorio, como un proceso de sintonización (tuning) de una emisora de radio o de sincronización de un automóvil. Los objetos tienen efectos causales de resistencia a las acciones del sujeto y este propone como respuesta acciones de acomodación. Como resultado se logra establecer un proceso de modelamiento mutuo entre el sujeto y el objeto, parecido al que describe Latour (2003). El producto es un ensamble híbrido donde no prevalecen las acciones intencionales del sujeto, ni los efectos causales del objeto. Este tipo de análisis es más concreto, amplio y profundo que el que hace Bennett (2014), a partir de Adorno, con sus conceptos de resistencia y dialéctica negativa.

A partir del aporte de Pickering, Ian Hacking expone un punto de vista similar en relación con el proceso de ajuste y modelamiento mutuo entre los actores humanos y los objetos, en las ciencias de laboratorio. En su texto de 1999, “La autojustificación de las ciencias de laboratorio”, pone en el mismo nivel de interacción lo que llama ideas, cosas y marcas, y propone que en los proyectos de laboratorio maduros podría lograrse un ajuste robusto o un proceso de autovindicación entre estos elementos.

En términos generales, estos enfoques intentan explicar, desde varias perspectivas materialistas no instrumentales, lo que Bennett denomina “el poder de las cosas” en la ciencia y la tecnología. Logran reconocer los objetos y los sistemas tecnológicos como agentes, que producen efectos, e intentan plantear un punto de vista simétrico entre los objetos materiales con sus efectos causales y los sujetos con sus intenciones. Sin embargo, en estos análisis no se establecen distinciones claras entre el sentido de producción de los efectos causales de los objetos y el sentido de agencia material de los objetos. A este tipo de análisis se les podría preguntar: ¿En realidad logran comprender y justificar un sentido de agencia en los objetos materiales? Al parecer, la adopción de un punto de vista simétrico material, desde el que se afirma la capacidad de los objetos para producir efectos causales, no es suficiente para comprender y justificar el sentido de agencia de los objetos técnicos.

Puntos de vista antropocéntricos

Para una parte significativa de los filósofos de la técnica, los objetos y procesos tecnológicos no son agentes en sentido estricto. En ellos, los seres humanos manifestamos una forma particular de actuar sobre el mundo y no tiene mucho sentido plantear una distinción entre la agencia humana y la agencia técnica o tecnológica.

Y para una parte de los que se han agrupado aquí bajo el calificativo de enfoques construccionistas sociales, los objetos y los procesos tecnológicos tampoco son agentes en sentido estricto, pues la agencia ejercida por ellos se diluye en diferentes formas tácitas de agencias sociales. Los objetos y procesos tecnológicos solo materializan, representan y reproducen distintas agencias.

Es necesario realizar una rápida revisión de estos enfoques y de sus presupuestos para una buena comprensión de los problemas planteados en el texto.

Perspectivas filosóficas antropocéntricas

En la mayoría de las perspectivas filosóficas sobre la técnica, la agencia vinculada a los objetos técnicos se predica en sentido estricto solo como propia de los sujetos humanos, y en sentido derivado, extendido o inscrito se predica hacia los objetos técnicos. Más que una larga reconstrucción de muchas perspectivas, que desborda los propósitos de este texto, solo se indicarán algunos de los sentidos con los que se ha explicado la extensión de la agencia hacia los objetos. Estos sentidos los sintetiza y analiza Diego Parente en su texto de 2016, “Los artefactos en cuanto posibilitadores de acción: Problemas en torno a la noción de agencia material en el debate contemporáneo”.

Parente señala los siguientes sentidos de delegación de la agencia en los artefactos: en un primer sentido, los artefactos o sistemas técnicos pueden ser comprendidos como componentes de cadenas causales; es decir, como entes dotados de una determinada eficacia causal en el mundo, a los que se les extiende la eficacia causal humana. En un segundo sentido, los artefactos actúan-para-alguien en calidad de sustitutos o en cuanto representantes; así, en los objetos técnicos podemos delegar la eficacia causal del funcionamiento de algo o la realización de algunas tareas, por ejemplo, en el reductor de velocidad. En un tercer sentido, los artefactos tienen agencia en cuanto conforman un cierto background que abre las posibilidades a un determinado conjunto de acciones posibles. Los artefactos o sistemas técnicos abren y constriñen simultáneamente las posibilidades de agencia de los seres humanos en el mismo sentido en que ciertos rasgos biológicos o ambientales restringen sus posibilidades. En este sentido, los artefactos son “operadores de posibilidad” (Broncano, 2009), en una dimensión micrológica o macrológica, en cuanto se focalice la actividad de un individuo singular o se contemplen las posibilidades dentro de una cultura en términos amplios. Y, en un cuarto sentido, los seres humanos encarnan o sitúan su agencia en los artefactos; la acción humana se entiende como una acción “situada” o “encarnada” (embodied action) (Parente, 2016, pp. 149-156).

En términos generales, en estas perspectivas, en la medida en que el sentido de agencia se asigna en sentido estricto solo a los agentes humanos, ellas no pueden escapar de un punto de vista antropocéntrico.

Puntos de vista construccionistas sociales

Un análisis mucho más concreto sobre la naturaleza de la ciencia y la tecnología se realiza en el construccionismo social de la tecnología, propuesto inicialmente por Bijker, Hughes y Pinch (1987). Pero, desde este enfoque, también es ilógico pensar los objetos y procesos como agentes en sentido estricto.

En continuidad con los planteamientos construccionistas de la escuela de Edimburgo, estos autores comprenden la tecnología como un constructo social. Ella carece de autonomía, de esencia y se explica en función de la sociedad, aunque esa configuración social se suele invisibilizar después de su estabilización y se considera independiente de la sociedad, a la manera de un efecto de “caja negra”. Al inicio, antes de su estabilización, los cambios tecnológicos se mantienen “abiertos” a las determinaciones sociales, se conserva, por tanto, una “flexibilidad interpretativa”. Pero después de que se configura de manera estable el conjunto de intereses, ejercicios de poder, representaciones, evaluaciones, entre otros factores que están en juego, a favor o en contra de las distintas opciones sociotécnicas, se produce un proceso de “clausura” o “cajanegrización” que invisibiliza las causas sociales que fueron determinantes en la emergencia del cambio tecnológico. De esta forma, un proceso sociotécnico clausurado, de acuerdo con Collins (1981), se mantiene como “no controversial”, y por lo tanto, para comprender el proceso de su construcción social, se hace necesario abrir la controversia.

Según esta perspectiva, la sociedad proyecta su fuerza en la tecnología, y se transforma a sí misma mediante ella. La tecnología es un tipo de conocimiento y de acciones que materializan las intenciones de la sociedad; es un vector de influencia de la sociedad sobre sí misma, es “la sociedad hecha para que dure” (Latour, 1998).

Este punto de vista tiene un gran poder explicativo, pues permite vincular el desarrollo de los conocimientos científicos y de los sistemas tecnológicos con situaciones, contextos, intereses e intencionalidades concretas. Hace posible una reflexión sobre la naturaleza social de la ciencia y la tecnología, en contraste con la reflexión general y abstracta de los enfoques filosóficos antes mencionados, y de los enfoques instrumentalistas materialistas. En esa medida, al igual que dichos enfoques, limita el planteamiento del determinismo científico y tecnológico. Pero esa capacidad para ofrecer explicaciones viene con el costo de inclinar la balanza hacia otro tipo de determinismo: el social. Y se diluye la agencia asociada a las tecnologías en un complejo análisis de los agenciamientos sociales.

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