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BORREGOS QUE LADRAN

Reimaginar la educación

desde la experiencia de un profesor

que nunca supo progresar adecuadamente

BORREGOS QUE LADRAN

Reimaginar la educación

desde la experiencia de un profesor

que nunca supo progresar adecuadamente

Juan Izuzkiza


Título:

Borregos que ladran - Reimaginar la educación desde la experiencia de un profesor que nunca supo progresar adecuadamente.

De esta edición:

© De Conatus Publicaciones S.L.

Casado del Alisal, 10

28014 Madrid

www.deconatus.com

Copyright © 2021 por Juan Izuzkiza

Primera edición: 01/2021

Diseño de la colección: Álvaro Reyero Pita

ISBN: 978-84-17375-53-9

Producción del ePub: booqlab

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante fotocopia, grabación ni otra manera sin previo permiso de los editores.

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

comunicacion.deconatus@deconatus.com

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

EN LA VENTANA DE CONSERJERÍA

1. EL PARADIGMA DE UNA PAJA AL DÍA

Centros pequeños

2. DUELO PRINCIPESCO AL SOL

Centros con piratas antipáticos y bien armados

3. ¡A FORMAR!

Centros con albóndigas de carne en el comedor

4. EN LA CABINA DE MANDOS DEL BOEING

Centros lejos de Helsinki y con su orientador a punto de jubilarse

5. ENTUSIASMO ENTRE LAS PUERTAS

Centros bonitos

6. LOS ABUELOS TIENEN LA PALABRA: PABLO, BARUCH, KARL, PETER, BERT…

El centro que elegirían nuestros padres

7. DIOSES EN LAS AULAS

Centros donde se imparta religión… griega

8. BICHOS HACIENDO GESTOS RAROS

Centros con muchos fantasmas y tecnología obsoleta

9. ENSEÑAR O ACOGER, HE AQUÍ LA CUESTIÓN

El centro que elige a los padres

10. ¡HAY ESCAPATORIA!

¡Más madera! ¡Es la guerra!

11. ANTE EL BLOQUEO Y EN EL FOSO, ¿QUÉ?

¡¡¡Riiiiiiiiiing!!!

RED DE CONEXIÓN CON LAS DIVINIDADES (A. W.)

«Luego fundan Roma y alguien mató a alguien»

(extracto de un examen de latín, 4º de la ESO;se preguntaba por Rómulo y Remo)

«Eneas se escapó de troya después de que caigase. de aquí hasta el dios marte ya no me acuerdo»

(extracto de un examen de latín, 4º de la ESO; se preguntaba por Origen mitológico en la fundación de Roma)

Para Josu y para Andoni, con todo mi corazón,

y para sus abuelos, Pilar y Ambrosio y Josefina y Matías.

AGRADECIMIENTOS

He de reconocer, aunque no es mi propósito, que este primer agradecimiento tiene el aroma del homófobo que dice gustoso eso de «yo tengo un amigo gay». Asumido el riesgo, procedo:

La pedagogía y los orientadores, así como sus representantes humanoides en los centros educativos, son mi gran chivo expiatorio en este incendio que voy a proponer. Aquí no hay mucha novedad. Los pedagogos están muy acostumbrados a que los profesores nos metamos con ellos. Pero da igual, ellos perseveran y siguen intentando mejorar la educación, con buena intención, seguro, pero no con mucho acierto (muchos no siguen a Platón y por ello desconocen que toda gran verdad tiene la propiedad de no poder ser enseñada). De todas formas, yo necesito todas sus ocurrencias, aunque muchas veces sea para hacerles poco o ningún caso. Además, a pedagogos y a profesores nos une el amor por la educación y ese es un fuerte vínculo que nos condena los unos a los otros.

Javi León ama la educación como pocos que yo haya conocido, y ha trabajado siempre con una inteligencia, generosidad y sabiduría admirables. He tenido la suerte de poder trabajar unos años junto a él.

Luis Mari González de Txabarri es otro forofo de la educación. Durante más de diez años hemos tenido una cita semanal para tomar café y siempre hablar sobre ella. Este encuentro semanal ha sido un auténtico lujo para mí.

Los dos son pedagogos —mis amigos pedagogos de coartada— y los dos van a tirarme este libro a la cabeza. Intentaré esquivar el lanzamiento. Aunque no lo consiga, no pasa nada porque acto seguido volveremos a intentar arreglar una y otra vez el mundo de la escuela (yo también persevero).

A ambos, a Javi y a Luis Mari, les debo este agradecimiento personal.

El amigo y psicólogo sistémico Iñaki Arana me ha enseñado a mirar a la escuela con otros ojos. A él va mi agradecimiento también por el inmenso favor que me ha hecho.

A Mari Jose Telletxea le tengo que agradecer cosas muy profundas —y lo que me ha enseñado de la escuela está entre ellas— y, por ello, no puede faltar aquí. Ella es una profesora que aúna filosofía y vida de forma muy natural (en realidad nunca podrían separarse, pero suele suceder) y yo he tenido la suerte de ver cómo lo hace.

A conserjes y secretarias (estos dos colectivos son los que mejor conocen todos los secretos de la escuela, y son las personas que lo conforman las que más solucionan muchos de nuestros problemas), a tantos y tantos profesores con los que he tenido la inmensa fortuna de coincidir, y a infinidad de madres y padres que han querido confiar en nosotros, los profesores. A todos ellos igualmente les transmito mi agradecimiento.

Nunca mis superiores del castillo administrativo me han llamado a capítulo por seguir mi vía particular en la enseñanza. Creo que es algo que hay que agradecer y así lo hago (no cabe duda de que la democracia es toda una bendición).

El agradecimiento más amplio va para todas mis alumnas y para todos mis alumnos: lo que me habéis dado durante todos estos años contiene todos los ladrillos necesarios para construir un edificio llamado Sentido: ¡como ese regalo no hay en el mundo!

Las gracias se quedan cortas para todos los mencionados, pero es a lo que llego con esta oportunidad que me dan las editoras de De Conatus, a las que, cómo no, les tengo que dar las gracias por querer publicar el libro y por trabajar tan creativamente en su edición.

Las gracias a Amaia van por descontado.

EN LA VENTANA DE CONSERJERÍA

Cuando María Antonieta, la esposa de Luis XVI, se informaba de los motivos de los disturbios del pueblo, se le respondió:

—El pueblo pasa hambre, Majestad: no tiene pan.

Y su réplica fue:

—Si el pueblo no tiene pan, ¿por qué no come pasteles?

María Antonieta representa a nuestros autocomplacientes responsables educativos. Se acerca un tsunami —cada vez hay más hambrientos en las aulas que lo provocarán— y la administración piensa sólo en los pasteles.

El inicio de la Metafísica de Aristóteles resulta proverbial si de verdad lo que al final sucede es que nos acabamos instalando en una gigante pastelería. Todos los hombres desean por naturaleza saber, dice.

En la escuela, este deseo natural vive horas bajas o, dicho de otra forma, la escuela no logra satisfacer en muchos este deseo y, aunque lo constatemos día sí y día también, parece que quisiéramos mirar a otro lado:

«Siempre ha sido así», nos queremos consolar, y el consuelo nunca acaba de llegar.

Siguiendo con la terminología de Aristóteles, me temo que estamos generando un zoon politikón de nuevo cuño, un ser que vive esencialmente hambriento. A este nuevo animal político lo enlatado le produce alergia; ya no puede seguir alimentándose sólo con latas. Lo que puede venir a continuación es muy fácil de deducir, la insatisfacción siempre ha sido capaz de provocar movimientos sísmicos impredecibles.

Por lo tanto: ¡fuera pasteles!, ¡es la guerra! Preparémonos para ella o no habrá dosis de insulina suficiente para sobrevivir.

Lo que sigue ahora es asistir a un incendio. Cada capítulo, con su consejo rector, trata de aportar algo de madera para quemar esta escuela tan dependiente de planes y protocolos. Hay que esperar a que el fuego discrimine, y hay que tratar también de invocar a la lluvia para que las llamas no prendan en todo. Hay que salir del foso, hay que abandonar el bloqueo.

Si conseguimos que arda y luego que llueva, igual la desviamos de la catastrófica vía en la que se encuentra y logramos que de nuevo cielo y tierra se abracen.

Todo el mundo puede traer su fuego y su agua, todo el mundo puede poner en marcha, de modo urgente, su creatividad y su receptividad. Sólo esta comunión podrá salvar a nuestra malherida escuela. De no hacerlo, el peligro que habremos de afrontar en un futuro no muy lejano puede ser de proporciones apocalípticas.


EL PARADIGMA DE UNA PAJA AL DÍA

Cuando a un ser humano se le atosiga con actividades que siente como inconexas, el que acaba desconectándose es él mismo, y entonces cualquier cosa es esperable.

Un ser humano desconectado se autodestruye. La autodestrucción es un camino inconsciente hacia la reconexión. La forma de autodestruirse de los adultos es, por regla general, distinta a la de los jóvenes; el resultado de la destrucción, sin embargo, es idéntico. Por desgracia rara vez se alcanza la conexión por esta vía y hay veces que cuando se alcanza es ya demasiado tarde. No consintamos la desconexión.

Voy a hacer una composición de lugar sin aportar cifras, que las hay, para no desviarme en exceso de lo que quiero lograr con este primer capítulo. Voy a transcribir una conversación que considero paradigmática, mantenida entre el profesor que esto escribe y un alumno (de unos quince años).

Después de unos diez años impartiendo clases de Filosofía, Antropología y Psicología en un oasis minúsculo, llegó el fin. ¿Por qué era un oasis? Porque era un pequeño lugar con sólo alumnos de bachillerato.

Además de con palmeras datileras y agua fresca, un oasis también se logra en cualquier espacio en el que se pueda permanecer algunas horas de silencio relativo, es decir, donde de ninguna forma se divisen alumnos de la ESO (la Educación Secundaria Obligatoria y el silencio son incompatibles). Con todo, el duro desierto también puede resultar bello.

Escenario:

Tras una fusión1 de institutos me han destinado a un centro educativo con todos los monstruos dentro. Al convertirse en un macrocentro público, los «malotes» de la zona, que antes estaban diseminados, se han concentrado en un mismo lugar, contraviniendo una de las pocas certezas que tienen muchos psicólogos y diría que todos los profesores. ¿Hacia dónde apunta esta certeza? Cuando se coloca a uno de estos «malotes» en un grupo de adolescentes «responsables», es mucho más fácil que la convivencia empeore y, en consecuencia, disminuya la «responsabilidad». Esto es algo que a los bienintencionados pedagogos —¿qué tendrán, por cierto, los pedagogos, para ser siempre tan absurdamente bienintencionados?— les cuesta mucho ver.

Los alumnos desmotivados, y por ello muy ruidosos, son mayoría cuando se sienten una «minoría» y ya se sabe que el ruido siempre gana al silencio en la batalla por la presencialidad. Sólo cuando no llegan a sentirse una «minoría»y permanecen como individuos aislados pueden pasar desapercibidos.

El asunto es que nuestro nuevo centro ha decidido crear esta «minoría» selecta que está destinada a crecer año tras año (se da la circunstancia de que este tipo de estudiante es el que más años pasa en el centro. Muchos de ellos agotan todo plazo posible. Nuevas camadas se irán uniendo a las veteranas).

¿Qué hace la comunidad educativa, es decir, nosotros y nuestros jefes, ante este problema? Creamos nuevos planes de estudio. Y advierto: tan importante es que sea «plan» como que sea «nuevo». De hecho, sospecho que es más importante que sea «nuevo» a que sea «plan».

Dicho lo cual añado que tengo la firme convicción de que una buena forma de meter la cabeza debajo de la tierra es tener nuevos planes de estudio:

• Nuestros jóvenes cada vez están más gordos: pongamos una hora más de educación física a la semana.

• Nuestros jóvenes no saben leer: pergeñemos un absurdo plan de lectura.

• Nuestros jóvenes se drogan (mucho): impartamos dos divertidas charlas de prevención al año (con las sillas bien dispuestas en círculo).

• Nuestros jóvenes (drogados) conducen a lo loco: exijamos asistencia obligatoria al salón de actos a la periódica y cruda charla de educación vial.

• Nuestros jóvenes son porno-consumidores: ofrezcamos un cómodo pack del programa de educación sexual (con las sillas bien dispuestas en círculo).

• Nuestros jóvenes sufrirán los efectos del cambio climático: escribamos, esta vez los profesores, una línea en las programaciones curriculares diciendo que utilizaremos poco papel y que siempre será reciclado.

• Nuestros jóvenes son sexistas: hagamos ambiciosos planes transversales de coeducación que se visibilicen con multitud de pegatinas y manifestaciones no mixtas en el patio, siempre en los dos días señalados en el calendario.

La lista con las taras potenciales que rondan a «nuestros jóvenes» es larga y, según pasen cosas y adquieran la suficiente notoriedad en los noticiarios, se renueva continuamente. Cuántas veces no oiremos eso de «se debería de enseñar X en la escuela como asignatura fundamental».

A la vez que van asomando las taras, muestran el hocico sus correlatos preventivos:

• Urge educación financiera o tal vez geopolítica.

• Se necesita prevención frente al juego. O tal vez…

• Nuestros estudiantes necesitan conciencia constitucional, europea, cósmica…

Lo que haga falta, ¡da igual! El plan de estudios siempre estará presto. Y, podemos estar muy tranquilos, porque quien lo redacte también.

El objetivo principal parece consistir en dar acuse de recibo escolar a la tara social y sellarlo con un absurdo «misión cumplida», sin cumplir absolutamente nada.

Luego, power-point mediante, cualquier experto nos formará convenientemente ante la novedad. Y siempre sabremos, mientras nos formamos, que ni se va a leer más, ni se van a dejar de comer napolitanas baratas a la entrada de los hipermercados, ni se va a dejar de consumir porno, ni se va a arreglar eso que se pretende arreglar al convertirlo en asignatura o en charleta quincenal.

Lo que sí hace un buen plan de estudios es mostrar cuáles son nuestras vergüenzas sociales, contradicciones, que dirían los marxistas. Quien trabajando en la escuela crea que la institución puede con todas estas vergüenzas, está dando demasiada importancia a su trabajo. Si quien lo cree no pertenece al gremio de educadores está excusado por su inocencia. Desgraciadamente tampoco podemos descartar esta inocencia en la arrogancia del que trabaja en la escuela. Y eso sí que es peligroso, como veremos.

Y dicho esto último, me pregunto: ¿hacia qué vergüenza se apunta cuando desde primero de la ESO hasta cuarto nuestros guías imponen una clase de una hora semanal con el pomposo título de Valores Éticos?

Existe una famosa anécdota de Tolstói, contada por el filósofo italiano Norberto Bobbio. Durante una marcha el escritor ruso apostrofa a un sargento que maltrata a un soldado con un ¿Es que no conoce el Evangelio? A lo cual el sargento replica: Y usted, ¿no conoce el reglamento militar? Julien Benda, dice el mismo Bobbio, comenta la anécdota con las siguientes palabras:

Esta respuesta es la que se ganará siempre el hombre espiritual que quiera reaccionar contra el hombre temporal. Y me parece muy cuerda: quienes guían a los hombres a la conquista del mundo no saben qué hacer con la justicia y la caridad.

Nuestros «guías para la conquista del mundo», como tampoco saben muy bien qué hacer con la Ética, la meten con calzador en ínfimos huecos carentes de peso. La palabra ÉTICA siempre luce bien en cualquier lugar mientras, eso sí, no tenga posibilidad de enredar mucho, como tantos y tantos otros planes disueltos en la irrelevancia.

Y vuelvo a mi realidad de profesor de Valores Éticos en un centro gigante:

En un ejercicio de desarrollo de la libertad de expresión que dudo se dé en otros ámbitos, he oído cómo los alumnos nos llaman a los profesores, directamente y con total tranquilidad, mafiosos y chivatos. Continuamente se quejan porque dicen sentirse en una cárcel, aunque la queja está abierta-mente permitida (desde luego lo que no está es ni perseguida ni castigada y es independiente de la forma en que venga envuelta. Ni que decir tiene que lo de las formas hace tiempo que está perdido). La desobediencia ciega y el reto por el reto campan a sus anchas en esta pseudo-cárcel y los carceleros somos el juguete con patas de algunos niños que lo que les pasa es que están terriblemente aburridos (además de ser muchos de ellos muy aburridos, efecto de tanta virtualidad, supongo).

Tal vez sea pronto para matizar, pero conviene hacerlo cuanto antes porque se va a repetir la escena unas cuantas veces y va a parecer que en la escuela estamos sólo en el Vietnam del napalm, y no sería lo exacto. Hago un poco de sociología doméstica para decir que los alumnos se pueden dividir en dos grupos: una minoría que va francamente bien y que tiene claro que en la escuela se aprende mucho y una amplia masa desencantada que no espera gran cosa de la escuela, más allá del título que pueda obtener. El desenganche de estos niños es progresivo, pero me atrevo a decir que con sólo diez años de edad algunos ya empiezan a desmembrarse de la comunidad de estudio. Con doce años la desbandada comienza a ser más clara y en tercero de la ESO es plaga. Esa plaga luego pasa como puede y con relativo éxito hasta el bachillerato. En este grupo del desencanto se pueden distinguir dos subgrupos más: los que tienen reseca o muy dañada la capacidad creativa y viven en la «metafísica del sopor» (por lo general no ocasionan problemas disciplinarios de ningún tipo, pero son sujetos extraordinariamente aletargados), y los desbocados y muy cafres, que buscan una última oportunidad curiosamente en el polo vinculado y opuesto de la creación, que no es otro que el de la destrucción (ahí sí está Vietnam).

Como el replicante de Blade Runner pero sin moverme del instituto, es decir, sin ir más allá de Orión ni acercarme a la puerta de Tannhäuser puedo decir eso de:

—He visto cosas que vosotros no creeríais. He visto volar mesas cayendo al patio desde una tercera planta, baños inundados todos los martes (¿o suele ser los jueves?), mapas de escupitajos de múltiples colores y diversas densidades esparcidos por todo el espacio imaginable, basureras volcadas en los pasillos, puertas rotas, paredes golpeadas…

Hecha la matización, sigo y especifico un poco más para acercarme a la cita final. En una clase de tercero, intentando hacer un trabajo crítico en torno al sistema escolar (marcar elementos positivos y negativos de la escuela, vivencias de cada cual como estudiante y ese tipo de cosas), un alumno interrumpe abruptamente una intervención mía para preguntarme si prefiero la «coca» o la «María» (no estábamos hablando de drogas, aunque eso para él era lo de menos). Recogimos, respecto a este mismo alumno, el hilarante consejo pedagógico de no exigirle trabajo alguno para que no estallara ante semejante presión (las pataletas en versión adolescente son muy violentas). Había que evitar —entendí que solicitado por la madre de la criatura— que el iracundo padre supiera de las andanzas de su hijo que, como he dicho, es también iracundo cuando se le exige que, como estudiante que es, estudie.

En mi primera clase de Valores Éticos, en otro tercero distinto, les pido a los alumnos que me cuenten algo de sus vidas. Ética viene de Ethos, y Ethos es costumbre. Así que preguntar por la vida de los alumnos es preguntar por sus costumbres. Puede ser un buen punto de inicio, pienso.

Un chaval con cara triangular, muy delgado y con orejas de duende que acentúan su expresión triangular levanta la mano impetuosamente. Tardo dos turnos en cederle la palabra y aquí comienza la intervención a la que hacía mención al principio del capítulo y a la que quería llegar:

—¿Cuál es tu nombre? —pregunto con una simpatía algo forzada al duende con espinillas.

-BK —me contesta, con mucha satisfacción y deleite.

—Bien, BK, cuéntanos a todos algo de tu vida —sigo en modo «simpático impostado».

¿Mi vida? Yo me casco una paja todos los días —responde.

(Risotadas).

Fin de la conversación.

Paradigma al que le sobra ¿qué?:

Otro plan.

Así que, y concluyo este primer capítulo, un número de alumnos lo más bajo posible es la forma más natural de que ciertas cosas impensables sigan ocurriendo.

Post scriptum:

La conversación de la que hablo se da el primer día de clase. Acabado el curso y concluidas todas mis clases con el grupo de tercero, es de justicia decir que BK es un chaval amable.

El problema con esta historia reside, a mi juicio, en saber qué ha pasado en la escuela para que chavales como BK tengan la necesidad de hacer ese tipo de comentarios y además puedan hacerlos. El mensaje que lanza mi alumno, por más inoportuno que sea, es profundo en un sentido: está en tercero de la ESO y ya no espera de la escuela absolutamente nada.

Verlo así puede ser el inicio para que el maestro trate de revertir esa imagen tan atroz en la cabeza del alumno.

La mirada del maestro es determinante. El maestro que no eduque su mirada no debería serlo.

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1 Fusión significa ahorro pero también merma de calidad, como intentaré demostrar.

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