Kitabı oku: «Hipotético»
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Ilustración de cubierta: © Carlos M. E. Lazala Lamarche
Fotografía del Autor: © Eduardo Ballester
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1386-519-5
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Este no se lo dedico a nadie…
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▢ • ▽
Para el 2017, cuando comencé a escribir este libro, tenía una idea clara de qué quería expresar, tenía un lienzo frente a mí, en el cual, desde mis ojos, ya veía toda la obra terminada. Así que el mayor porcentaje estaba concluido desde sus inicios.
—Quiero sencillamente escribir poemas que expresen mi forma de pensar tan compleja —decía en mi hombro derecho a quien solo por esta vez llamaremos «complejo de acertijo».
Antes de que avances, me gustaría explicarte un poco de qué se tratan los símbolos que aparecen en la portada.
El cuadrado ( ▢ ) representa la letra h en cada palabra homófona, esto porque me parece impresionante cómo la h marca la diferencia entre un «hola» (cuando el sentir se asoma) y una «ola» (cuando la presencia se aleja o retrocede); la h significa el dualismo de las palabras.
El punto ( • ) representa la letra i en cada poema, su concepto se basa en la supuesta terminación y el seguimiento de historias tras los puntos finales, seguidos y suspensivos; es la oportunidad que le da este intento de poeta al lector de transformar una experiencia escrita en una que solo puede completar cada par de ojos que me leen.
El triángulo inverso ( ▽ ) representa la letra t en cada escrito; para mí significa el haber tocado fondo y saber que desde allí no nos queda más que crecer, entender que nuestras caídas no son más que un impulso hacia algo más grande, más nuestro, más consciente.
Este no es solo el comienzo, es el detalle en versos y prosa, es el tiempo que no publico en mis redes, es el abecedario de sentimientos que cabe en un tic tac o en el bum bum o en el clap clap.
No me leas, revíveme.
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Sí, prometo hacer mi esfuerzo porque no te guste nada de lo que leerás más adelante, la verdad es que es tremenda irresponsabilidad de mi parte darte siquiera la posibilidad de tener estas hojas llenas de tinta sin haber tocado mi pensar, pero también repletas de mi pensar; de ese que no ha tocado la tinta. Este es uno de mis secretos, es uno de estos libros que los autores guardamos en el baúl de la existencia omitida, de esos que no es que digan mucho, pero lo hacen.
Lo sé, lo sé, no ha sido la mejor introducción, sin embargo sería injusto juzgar una historia que todavía no conoces. Yo tú me detengo aquí, en la poca curiosidad de leer el penúltimo verso de la página 36 o en la exclusividad de entender el escrito XX. Sí, yo tú ya fuese por Ru(t)ina, pero lo comprendo, leer todo esto no es más que un argumento Hipotético.
I
(Hi)po(t)ético
Confitarme la mirada con mirarte
mientras diriges en almíbar un beso;
beso de esos, los que se han de llamar arte;
beso de esos, pieles, desorden, exceso.
Teorizo en la locura-cordura, darte
todo y nada sin el mínimo consenso
de las partes que se mueren por atarte
con un lazo color labios, color lienzo.
Las cinturas de tus ojos no se arrugan,
no saben lo que es perder su brillo, intenso;
no son de criticarse, más bien conjugan
sus errores en pasado. Sabio. Extenso.
Degustar tus comisuras con besarte,
dibujando con azúcar tus lamentos.
Correr, estar cerca, tenerte, tocarte
las ranuras de mil recuerdos, tus besos.
Callarnos los minutos ilusionistas,
esos que nos hacen sentir ir a Marte
volver en rayos de poeta, cronistas;
y luego aterrizar; complejos de amarte.
Ensartas tus colmillos en mi traviesa
díada de rojas, futuro poético.
Entonces, querida lectora, confiesa,
¿cómo explico que estás? Siendo yo hipotético.
II
Gárgola en el infierno
Si fuese desagüe de fuego su boca
como carbón se encendiera su garganta;
y limpiara los tejados con su roca,
aquella con la que actúa, figuranta.
Tendría en alas dinámica ilusoria,
tendrían sus ojos un rojo escarlata,
tendrían sus piernas fibras, lava escoria
que se forma al escupir lo que relata.
La gárgola en el infierno no figura,
no tendría cómo defender su pecho
al venir tantos demonios, su escultura,
quedaría sin juez, sin ningún derecho.
Gárgola de tantos juegos infernales,
permítete ser útil aquí en la tierra
donde los males no vuelan, pedernales;
donde el odio más dañino pisa en fierra.
Gárgola tan terca, ¿qué es lo que te amarra
a quedarte donde el daño ya es rutina,
a cambiar amaneceres, sol y larra
por muerte en los cementerios de sentina?
III
Puente amenazado por la gravedad
Caminar del Danyang-Kunshan cada metro
con pulmones llenos de helio y no de metas.
Sin tocar con la planta del pie el pluviómetro
que calcula exigente mis canaletas.
Canaletas de olvido, pesado, estricto;
canaletas de vivir luto presente;
canaletas de gotas de lluvia; edicto
recita «No soy ladrón, ¡soy inocente!».
Me equilibrio en el puente de Rakotzbrücke;
en la circunferencia imperfecta, en su arco
que se refleja en mi ira como retruque
dando retoque, respuesta al lago zarco.
Se quebranta la hache que une las orillas,
de un lado paciencia, del otro ansiedad.
Comienza batalla, ficticias guerrillas;
puente amenazado por la gravedad.
IV
Fracturarse la lengua
Permuta la inocencia por deletérea;
comprender lo socialmente incomprensible:
«Por encima de cualquier palabra aérea
se encuentra la razón de ser; omisible».
Pues el habla ya no cuenta con la boca.
La utiliza, la explota, usa y no lo entiendo
el cómo tantas palabras (mar de isoca)
se mal dicen, maldicen…, siguen diciendo.
Se fractura la lengua entre tanta lasca
de piedra ignorante, de orgullo maldito.
Si el fruto prohibido uva fuese, ¿su casca?
El medicamento placebo infinito.
V
Querer debiendo
Por encima del querer está el qué debo
potenciado atacando mi dignidad,
haciéndome parecer un torpe efebo;
con más cuerpo que responsabilidad.
Entonces, quiero tanto debiendo tanto,
obviando lo que (culpable) quiero ser.
Así conllevo, así batallo, así imanto
los metales del deber y del placer.
Querer, debiéndole la vida a las letras;
querer, debiéndole mi tiempo a un café;
querer, debiéndole al sol, juego de metras;
querer, debiéndole a mi orgullo un piafé.
VI
Celebrando caídas
Llorarnos un veinte y siete de febrero
las guerras que se acabaron en presente,
quemando en tanta incultura aquel librero
que guardaba la enseñanza bivalente.
Vestirme de orgullo, de un cuatro de julio,
algún viernes trece, un once de septiembre.
Hablando caídas con un contertulio
en medio de la tristeza plurimembre.
Cortarnos las huellas que deja la historia
en la piel patriota; venir soledad.
Repetir el casete, ley invocatoria
del mismo partido, ley de sociedad.
Celebrar cada golpe que recibimos
en el pecho, en la frente, en la libertad.
Pararnos sonrientes como que exhibimos
los errores en marcos de pubertad.
VII
Luna vacía
Se vuelve independiente, se va de casa;
la luz, sus padres, ya no es necesidad.
Ella, ellos, el sol ha forjado la basa
sabiendo que el futuro aguarda la edad.
Se va, se lanza, se abriga la galaxia
que la espera fuera; el hogar que dejó.
Pero el alrededor crea anafilaxia;
un control parental que hasta hoy no cejó.
Duda. Confusión. Aire libre padece
en los pulmones rosados de la luna.
Futuro, pasado, ¿por qué la ensordece?
Ya ha vivido bastante desde la cuna.
Ocupa el silencio, habita la pavura;
la falta de ruido también siente espacio.
La alumbra la estima, su nueva armadura
fraguada de mujer, de su pelo lacio.
Yergue su espalda alta, se amarra una cola;
fuerza femenil, fuerza de voluntad.
Se hace presencia en el saltar de una ola
de marea elevada, ser que apuntad.
Mira el espejo, sonríe desde adentro
de la esencia bendita, color de dama.
Organiza el camino, brillo en su encuentro
con ella misma en su cráter panorama.
VIII
Cielos terrenales
Comienzo con la impulsora del deseo;
inspiración del Jardín de las Delicias.
Castigada cuando pasa al sobreseo;
¡Lujuria!, El Bosco, pinturas e inmundicias.
Siete vicios de Pieter Brueghel en su obra,
la gula siendo intérprete indiscutible.
Comer y beber, tragarse hasta la sobra
es llamado glotonería, imbatible.
Vuelve a querer en abundancia, riqueza;
olvidada la familia, su prefijo.
Vuelve a perder por dinero la cabeza
por poner en «millonario» algún sufijo.
Dice mamá: «Tiempo de ocio, mala vaina.
La vagancia no lleva a ningún lugar.
Por lo menos no alguno bueno, aunque amaina
el desastre rutinario; madrugar».
Se aíra el rojo de la sangre y nos queman
las venas, las arterias, la inmadurez.
Poner sobre la empatía el que nos teman;
usar nuestras iras como un antiestrés.
Pues como dijo Francisco de Quevedo:
«Tan flaca y amarilla, muerde y no come».
Ella va sutil, silente en tanto miedo.
La envidia suele olvidar lo que malcome.
El yo: «Hoy los últimos serán los primeros,
pero en ser vistos por el ojo de un dios».
Y añade: «Hoy me pongo de apodo Severos,
hoy me autonombro con el nombre de Dios».
Se cuentan los siete cielos terrenales,
los «me exalto sabiendo que fue mi error».
Cuento los siete pecados capitales;
el número impar, religioso terror.
IX
Gotas de fuego
Nubes de asperatus, infierno en reverso
reflejado en el techo; disfraz de luna.
La luz, francotirador con cual converso;
dispara versos de manera oportuna.
La gravedad se esconde en amaneceres
rojos, naranjas; quedan entrambos filos.
Ella viene de solearse anocheceres,
de coser el firmamento con sus hilos.
El cielo se desmorona en nuestra tierra,
en el pensar erróneo de un visitante
que nos juzga de astronautas, de posguerra;
que nos ve, que nos corrompe; ser distante.
Llueven entonces unas gotas de fuego
como si el vapor presentase verdad.
Van sólidas las heridas botafuego,
aire ígneo se pinta en la oscuridad.
X
Ajedrez sin tablero
¿Qué haríamos si hoy comenzaran las negras,
si el peón no siguiera el camino recto
o si las damas de buenas a primeras
quisieran cambiar «respeto» por «erecto»?
¿Qué sería de nosotros si las blancas
no fuesen las que llevasen la ventaja,
si las piezas no son balas sino francas
cuando la batalla en misma celda encaja?
¿Qué es una torre si no puede otear
o un caballo sin saltarse las casillas?
¿Qué emoción tendría intentar sabotear
la estrategia ajena sin usar las mías?
¿Que si ambas partes jugaran defensiva,
si se pensara siempre en quedar empate,
o en caso de obligarse como ofensiva
se ataca, a raíz, el perpetuo combate?
La reina estuviese, por decisión, sola;
¿y el rey? ¡Seguro daría más de un paso!
El alfil no tuviese un casco de bola
pareciendo entre los reyes un payaso.
Todos juegan al ajedrez sin tablero;
cada uno aprendió a marcar su propia regla.
¡Otro partido! Y las fichas desde cero;
a armar de nuevo lo que otro desarregla.
XI
Sobra(i)edad
Me embriago esta noche con la sobriedad
exagerada del (yo) que mucho piensa.
Mortífera mezcla de sobra y edad,
más el bulo que entra en la cabeza; y quién sa-
-brá cómo lidiar(me) con la idea constante
de querer llorar en presente seguro,
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