Kitabı oku: «Tuco y Pesto»
© Katerina Halmova – Isabel Torner 2008
© HakaBooks.com 2010
Bruc 84, 3º 4ª – 08009 Barcelona
Autoedición y Diseño: HakaBooks.com
Illustrador: Isabel Torner
9788415084358
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Tuco y Pesto
Había una vez una ciudad con cien torres doradas y un hermoso río que la atravesaba.
Se podía pasar de una orilla a la otra por cualquiera de los noventa y nueve grandes puentes que conectaban las puertas de entrada de todas las casas, parques y bibliotecas.
En una de sus torres doradas vivía una niña llamada Claudia. Y frente a una ventana con vistas a los puentes de la ciudad y a las demás torres, Claudia, había puesto una preciosa jaula de oro, sin puerta, donde vivía su pajarito, que podía entrar y salir libremente de allí cada vez que le apetecía. Aquella era un ave muy presumida que no pensaba en otra cosa que pasarse el día mirando su imagen en todos los espejos y cristales de la casa. Claudia quería tener un compañero de juegos más divertido que su vanidoso pajarito.
Un buen día Claudia pensó que había llegado el momento de encontrar nuevos compañeros de juegos. Salió de buena mañana con su monopatín y fue cruzando toda la ciudad, pasando de un puente a otro. Después de un buen rato yendo de un lugar a otro sin rumbo, llegó al parque. Estaba muy cansada y se paró a tomar un respiro junto a un árbol grande que parecía tener, por lo menos, cien años. Respiró profundamente y se sentó sobre el césped apoyada en el tronco del viejo árbol, con su monopatín recostado en las piernas, y dejó que los primeros rayos del sol primaveral acariciaran su rostro.
De pronto Claudia notó algo extraño, el cesped se movía a pocos metros de donde estaba ella… Pero no había nadie allí. Solamente los arbustos verdes y el cesped verde. ¡Todo era de color verde!
¡Un momento! –le pareció distinguir algo– ¿Será posible? ¡Parece que aquello es una cola peluda pero… es verde! ¿Qué podrá ser?– . Claudia se levantó de donde estaba y, a gatas, muy despacito, se fue acercando hasta el lugar dónde alguna cosa estaba moviendo el césped. Se agazapó entre los matojos y, dando un brinco repentino, como para sorprender a alguien, soltó un grito seco. Algo así como… ¡MmBaf!
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