Kitabı oku: «Engel»

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Copyright © 2020 Kris Buendia.

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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, Septiembre 28 del 2020.

Título Original:

ENGEL

ISBN DIGITAL: 978-1-63649-420-3

Diseño y Portada: EDICIONES K.

Fotografía: Shutterstock.

Maquetación y Corrección: EDICIONES K.


Para mis chicas.

P R Ó L O G O

Engel

Ella corría por toda la habitación. Intentando huir de mí, pero ya era tarde.

Me pertenecía.

El imperio Ivanović necesitaba ser respetado de nuevo. Ya la vida me había arrebatado todo, solo me quedaba el legado de mi abuelo.

La mafia rusa. La que nunca debió acabar y gracias a mí estaba en pie, pero así como logré eso, también gané enemigos.

Llevar el dinero de toda la mafia no era fácil.

Y ella, ella era un plus, un extra de una deuda vieja que necesitaba cobrar. Ya tenía todo el dinero y poder que necesitaba pero aún no la tenía a ella. Sabía que me arrepentiría tarde o temprano. No la quería como esclava, no la quería para dañarla. La quería solamente tener de frente, ver en sus ojos lo que tanto se negaba a sí misma.

—Deja de correr.

Ella me fulminó con la mirada como si quisiera escupirme a la puta cara y dijo:

—Primero muerta antes de irme contigo y que me pongas una mano encima.

¿Otra vez?

—Déjame refrescarte la memoria, Serdce. Creo que de ponerte una, dos manos, mi lengua y mi pene ya lo he hecho.

Ella estaba equivocada. No quería violarla y mucho menos golpearla. No era ese tipo de hombre.

Me gustaba la sangre, la venganza y coger. No me mal entiendas. Me gustaba todo lo malo, pero no para hacérselo a ella. Ella era mi sutil venganza, la mejor forma de cobrarle a mi peor enemigo de que no debía meterse en mis asuntos o en mi camino.

Ya se lo había advertido durante años y seguía queriendo entrar en mi mercado y quedarse con lo que era mío.

Ya me había arrebatado lo más importante. No dejaría que también me jodiera los negocios.

Se lo advertí y esta era una dura consecuencia de no obedecer. La obediencia es fundamental para mí.

Obedéceme y serás premiado, desobedece y serás castigado, duramente.

Solo necesitaba un motivo, un motivo más, para acabar con él. Pero primero, quería hacerlo sufrir.

—¿Y a ti quién te dijo que podías desobedecer?

Se quedó helada ante mi pregunta, ella no era estúpida, sabía perfectamente lo que sucedía cuando alguien desobedecía. Ya lo había visto cuando entré aquí por ella.

—Lamento lo de tu amigo, pero es el precio a pagar cuando no obedeces una orden.

Limpió con el dorso de su mano duramente una lágrima que se corrió. Le había disparado al hombre que estaba con ella, no sé si era su amigo o su jodido nuevo novio, de ser así le hice un favor, el tipo era un idiota, no te pones frente a cinco armas y te haces el héroe a plena luz del día.

—Por favor, llama a una ambulancia. Me iré contigo, pero no dejes que muera.

Me reí en su cara.

—¿Intentas negociar?

—Yo…

—¿Te atreves a negociar conmigo?

Cerró sus ojos, culpando su mal juicio, sabía que no podía retarme o darme órdenes. Ni siquiera estaba en posición de negociar con un hombre como yo.

Ni siquiera ese hermoso culito podía saldar las deudas que su padre tenía conmigo.

—Por favor—cayó al suelo, de rodillas y unió sus manos bajo su cara para suplicar mientras lloraba—Yo no tengo nada que ver con los negocios de mi padre.

—En eso estoy de acuerdo—me senté al borde de su cama—Le dije a tu padre que no se metiera en mis negocios y se atrevió a robarme. ¿Sabes lo que hizo el cobarde? ¿Sabes qué más me ha hecho?

Ella negó.

—Desapareció. Sabía que vendría por ti y no hizo nada para protegerte. ¿Qué clase de padre hace eso? Y con la otra pregunta, lo sabrás a su tiempo y quizá me entenderás. Te apuesto lo que quieras que también lo querrás muerto.

Me llené de rabia. Mi padre, su padre, hubiesen ido por sangre con tal de proteger a la familia. La familia era lo primero y lo sabía yo de primera mano.

Que el cobarde de su padre se hubiese escondido me llenaba de mucha ira, sabía que quería a su pequeña. ¿Qué padre no quiere a su hija? Estaba jugándomela demasiado alto esperando que el hijo de puta saliera a su rescate, entonces ahí sería mi momento de actuar y cobrarlas todas.

Pero mientras, estaba aquí intentando convencer a la princesa de hielo que no hiciera ninguna rabieta y obedeciera.

Me iba a compadecer de ella, que mis hombres se llevasen a su amigo al hospital y se encargaran de que no abriese la puta boca, mientras yo salía ganando de nuevo, yéndome con ella. Como una buena chica obediente.

Muy pronto le esperaría su premio. O no.

U N O

Saskia

Siempre obtengo lo que quiero, pero juego limpio.

Nunca me ha importado los negocios de mi padre y me he valido por mí misma desde que tengo memoria.

Mi padre era uno de los contrabandistas de armas en Italia más peligrosos del mundo. Uno de muchos supongo porque es un negocio bastante grande, hay otros que venden droga, lavan dinero o trata de personas.

Al menos el mío solo vendía armas, o eso era lo que pensaba. Me importaba poco como para poder investigarlo o su vida social. Quien tenía en su agenda y marcado rápido no me importaba en absoluto, siempre y cuando se mantuviera alejado de mí.

Por otro lado su perro faldero era mi propio hermano mayor, quien soñaba con quedarse con todo el imperio que él había construido. Habían querido que yo me uniera al negocio, mi belleza según ellos, era negociable y podía echarme a la bolsa a cualquier hombre que quisiera meterse en mi cama.

Pero solo con la idea de haber aceptado todavía me resulta desagradable.

Es por eso que fui desterrada del negocio y me obligué a cambiarme el nombre y apellido para seguridad mía, y si algún día llegaba a tener mi propia familia, no quería que me involucraran con el negocio de los italianos. Aunque llevaba la sangre fría de mi padre, no era capaz de hacerle daño a nadie, más no era estúpida, conocía bien el negocio, aunque no era parte de él y sabía leer muy bien a los delincuentes y sabía cuándo sus intenciones no eran buenas.

Vivía de mis ahorros y había comenzado un nuevo trabajo como asesora de decoradora de interiores. No era el mejor trabajo, pero al menos era decente y me daba para vivir. En la universidad había estudiado diseño, pero no sabía que iba a ser tan difícil poder entrar al gremio de bienes raíces y sus remodelaciones. Pero ahí estaba, intentado luchar cada día lejos del apellido de mi familia.

Me había mudado a un nuevo apartamento, tres pisos arriba en el centro de Brooklyn. Era de una habitación, pero la vista era hermosa, además solo era para mí, así que no necesitaba tanto espacio. Había vivido toda mi vida en mansiones ridículamente grandes, con miles de sirvientes. Ahora podía hacerme mi propia comida, aun así fuese recalentada en el microondas, para mí eso era la vida. Literal.

—Te acompaño a casa, Saskia—dijo Atlas, alcanzándome en el elevador.

Atlas era el segundo al mando en Polaris Studio, la empresa de diseño de interiores en la que ambos trabajábamos. De él había aprendido muchas cosas que en la universidad de diseño no te enseñaban, había sido un buen amigo todo ese tiempo y un gran líder en la oficina.

Era soltero, bastante guapo, un chico de cabello rubio, cuerpo esbelto, pero no era mi tipo, jamás habíamos tenido esa conversación sobre nosotros.

¿Mencioné que era mujeriego?

Además de eso, era más que suficiente para no tocar ese tema y como amigos, nos manejábamos mejor.

Soy muy afortunada de haberlo conocido, era como el hermano perdido que en otra vida tuve. Porque el real, mejor ni hablar.

—Estás muy pensativa hoy—entramos juntos al elevador y marcó el sótano. Estábamos a siete pisos arriba, no podía evadir mi extraño comportamiento de esa mañana.

—Tengo problemas para dormir últimamente—no era del todo mentira, pero mi insomnio tenía nombre y apellido, además de llevar la misma sangre.

Mi padre.

Había estado pensando mucho en él. Desde que me fui de casa habíamos perdido contacto, pero muchas veces me había sorprendido con depósitos bastante generosos de su parte en mi cuenta bancaria. Y eso era un truco, sabía que antes era una chica de lujos, me gustaba vivir bien, pero mi humilde vida sin lujos de ahora era mejor que la vida que llevaba con él.

Siempre intentaba devolverlos, pero me rebotaba el doble después. Así que dejé de hacerlo y simplemente había decidido ignorar.

Me rendí y mejor lo depositaba en fundaciones e Iglesias de forma anónima diciendo que trabajaba para alguien bastante generoso.

Me sentía mal en las noches, porque sabía que era dinero sucio, pero al menos, ese dinero ayudaba quien en verdad lo necesitaba.

Salvatore Di Maggio.

Ese también era mi verdadero apellido, pero me lo cambié falsamente a Saskia Humphrey. Antes era Salma Di Maggio, ella murió junto con todo lo que era.

—Tierra llamando a Saskia—se burló Atlas de mí.

Sonreí falsamente. También había dejado de hacer eso, sonreír de verdad. Disfrutar de las cosas, sin tener que pensar que mi padre me tenía quizá vigilada. El amor había pasado a un plano inalcanzable, estaba segura que mi padre y hermano harían lo que fuese para que yo tuviera una vida miserable. No me importaba ser una persona con falsa identidad, con tal de estar lejos de ellos.

—¿Estás pensando en tu padre?—me preguntó, cruzando sus brazos por encima de su pecho.

Atlas sabía que tenía un padre difícil. Le había mentido diciendo que, mi padre era demasiado duro conmigo, frío y cosas así, nada que se acercara a la mitad de lo que realmente era.

Un mafioso.

Eso lo había omitido. También su nombre verdadero.

Me agarró una noche de copas bloqueando su número. Y tuve que decirle muchas mentiras y algunas verdades. No me mal entiendas, confiaba en él, sabía mucho de su vida y se había mostrado a la altura de ser un verdadero ser humano conmigo, pero lo estaba protegiendo.

—Me has descubierto. Pero no pasa nada, son cosas que van y vienen.

—Ya. Pero, siempre sabes dónde encontrarle. Si lo extrañas o una mierda parecida. Sabes que puedes contármelo.

—Lo sé, pero no te preocupes. No es nada de eso. No es nada emocional, es más que todo, un presentimiento. No de muerte, sino que algo me dice que sabré de él muy pronto.

—¿Y eso es algo malo?

—No. Es aburrido.

Ambos reímos y el elevador se detuvo en el sótano donde estaban nuestros autos.

Atlas siempre me acompañaba hacia él, el sótano era oscuro, a pesar de que todavía era de día, no importa la hora, siempre ahí estaba oscuro y solitario.

Debía de optar por el metro o caminar, pero no era lo mío. No me daba ese gusto de actuar como una persona normal, no me sentía normal y temía que siempre mi pasado me encontrara. Tenía ese toc estúpido de controlar mis movimientos y mi tiempo y la forma en como me manejaba por la ciudad. Debía cruzar el maldito puente todos los días.

Estados Unidos. Sí, ahora estaba en Estados Unidos y no mi natal Italia. Mi madre era americana, así que mi inglés siempre fue perfecto y no se me notaba el acento. Nadie podía saber de dónde venía.

Ni siquiera mi mejor amigo.

—Vamos, no me hagas meter tu trasero en mi auto—se quejó Atlas al momento en que subí a mi auto.

Coloqué la llave para encender y escuché un clic.

Mierda.

Gasolina, lleno.

No recordaba cuando había sido la última vez que había llevado ese pedazo de chatarra a revisar, pero al menos el combustible no le había faltado nunca.

—¿Estás bromeando?—me quejé conmigo misma.

Lo intenté de nuevo, al momento en que pisé el freno de manos, hasta rabiar y nada. La maldita cosa de lata no encendía.

—Detente, vas a ahogarlo, o algo peor, fundirlo—me ordenó Atlas. Y me detuve.

—No entiendo qué le pasa, tiene combustible.

—No solo eso necesita un coche, Saskia—me regañó. A veces creía que hacía el papel de hermano mayor que no le pedí que fuese—Abre.

Caminó hasta enfrente del auto y abrió la maldita puerta, ni siquiera sabía cómo se llamaba esa parte del auto. Al menos sabía que el baúl quedaba atrás.

Entonces eso era el capó.

Me sentía tan estúpida con todo esto, sabía que el día no sería nada bonito, cometí varios errores en una remodelación a última hora y Atlas había salvado mi trasero, y no solo metafóricamente hablando.

Bajé del auto y fui donde mi amigo, tenía metido la mitad de su cuerpo dentro.

—Esto es un desastre, Saskia—me advirtió— se ve que no le has dado mantenimiento adecuado al coche, lo has ahogado, no tiene aceite, ni agua, el pobre ha dado lo que pudo por lo que veo.

—¿Significa que no podré ir a casa?

Mi amigo me vio divertido y negó con la cabeza.

—Te irás porque yo te llevaré.

—Gracias, eso no me hace sentir mejor. ¿Estás seguro que no tiene arreglo?

—Lo tiene pero deberás remolcarlo, y no creo que puedas hacerlo sola. ¿Sabes el número del seguro?

—No tiene seguro.

Perfecto.

—Bien, entonces te ayudaré a que lo lleves al taller y estoy seguro que no tienes ni puta idea de dónde queda uno. Tendrá que ser hasta mañana, estoy cansado y tengo una cita, mueve tu culo hacia mi auto, te llevaré.

Saqué mi bolso del auto y cerré la puerta de mala gana, no tenía pensado nada de esto y odiaba tener que arruinarle la noche a mi amigo. Más o menos.

Pensándolo bien yo también podría tener mi propia cita esa noche, pensé.

Caminamos juntos hasta su auto y no esperé que abriera la puerta para mí, se rio por la forma en la que actué y dio marcha a salir de ese agujero.

—¿Adónde quieres que te lleve?

—Llévame al apartamento de Marcus, le daré una sorpresa.

—Tu novio el celoso—bufó.

Sí mi novio. Al que casi no veo, no porque no quiera, sino que tanto como él y yo pasamos demasiado tiempo en la oficina y cuando yo tengo un día libre, él tiene un viaje que hacer fuera de la ciudad.

Me había dicho que nos veríamos esa noche, pero había salido temprano del trabajo, así que esperé sorprenderlo llegando antes a lo suyo.

—Sabes que tienes la culpa. Eres heterosexual y mujeriego, eres más atento conmigo que mi propio novio. Debes darle un poco de crédito a que te cele.

Se rio a carcajadas.

—El maldito debería de ver lo que tiene a su lado, una chica caliente de acento extraño, lo he notado, no creas que no. Algún día me dirás de dónde eres realmente.

Ahora me reía yo. Aunque también eso me ponía nerviosa de que se haya dado cuenta de lo acento oculto. De no saber nada de mi familia, en cambio yo, sabía hasta el medicamento que tomaba su madre y el vino favorito de su padre. Por no decir de la comida favorita de sus hermanas.

Es extraño. Pero llevábamos tres años trabajando juntos y habíamos compartido lo suficiente, por otro lado, Atlas no era como yo, era un chico cualquiera que no tenía un pasado como el mío.

Venía de una familia humilde, los visitaba en acción de gracias y navidad y recibía llamadas esporádicamente de sus padres.

Sencillo.

No como yo. Que tenía que inventar una y mil excusas el por qué me quedaba en casa en las fiestas especiales y vacaciones. Tenía un novio que está más ausente que nunca y no usaba el metro.

Patético.

—¿Y quién es la víctima hoy?—le pregunté. Así es como las llamaba. Sus víctimas. Un polvo de una noche y fin. El asesino de los coños se hacía llamar.

—Una chica que conocí el otro día que estaba aburrido y salí por una copas. Le gusta la publicidad, así que no es tan hueca como las otras.

El semáforo se puso en rojo y nos detuvimos. Es más que normal conocer a alguien así una noche, acostarse con ella y adiós. En mi caso, había conocido a Marcus en el supermercado. Me había preguntado cuál era la diferencia de la mantequilla de maní libre de gluten con la normal.

—No lo sé, soy alérgica—le había respondido con mala leche.

En ese momento coincidimos en el estacionamiento, me invitó a un café para enseñarme la diferencia de uno sin cafeína a uno normal, lo esperaba. Me dio tanta gracia que no pude negarme. Era nueva en la ciudad y había comenzado mi trabajo.

Desde entonces, no pudimos quitarnos las manos de encima. O eso es lo más normal cuando comienzas una relación.

Ahora no sabía la diferencia de tener novio a no tenerlo, pues siempre brillaba por su ausencia.

—Interesante, nada nuevo. Es así como eliges a las víctimas.

Me sonrió tímidamente.

—Lo creas o no, es la segunda vez que quedo con ella.

—No me lo creo—abrí mi boca sorprendida.

—Te dije que tendría arreglo.

Atlas me dejó afuera del edificio donde vivía Marcus, estaba comenzando a llover y no pude evitar no mojarme con la lluvia porque Marcus no respondía al interruptor para que abriera la puerta del edificio.

En ese momento un señor con un paraguas salió del edificio y le ayudé a abrir la puerta.

—Va a coger un resfriado, será mejor que entre. ¿Olvidó su llave?

—Sí, idiota de mí. Gracias por abrir.

El anciano se alejó bajo su paraguas y cruzó la calle.

Me abrí camino salpicando todo a mi paso hasta que llegué al elevador y marqué el tercer piso donde vivía mi jodido novio. No respondió, quizás no estaba en casa, así que aproveché a esperarlo y haría la cena mientras tanto.

Llegué al piso y saqué la llave de repuesto en la maceta de la esquina. Le había dicho que no era buena idea tener una copia ahí. La gente de administración podría llevarse la maceta en cualquier momento. La planta murió hace mucho tiempo.

Al acercarme a la puerta lo primero que noté fue la música en el fondo.

¿Se habrá quedado dormido escuchando música? ¿O no me escuchó por estar escuchando música?

De cualquier modo entré y dejé mi bolso empapado sobre la mesita al lado del sofá. En ese momento escuché más ruido, pero lo que llamó mi atención fueron los zapatos de tacón de Jimmy Choo color negro sobre el suelo. Seguido de eso una línea de ropa interior y lo que parecía ser una falda de seda.

Seguí las migajas de ropa cara hasta la habitación principal y me detuve. Mis manos temblaron al saber lo que podía encontrarme del otro lado de la puerta.

Todos mis sueños con ese hombre, todas mis ilusiones. Las noches y tardes de sexo ardiente. Aunque ya no teníamos tiempo el uno para el otro, el poco tiempo que pasábamos juntos, era de calidad.

Sus promesas de proponerme matrimonio bajo la luz de la luna en algún desierto frío en uno de nuestros viajes locos planeados. Solamente sonaban bien en nuestra cabeza.

Marcus, mi novio. La única persona en la que confiaba desde que vine a esta ciudad.

Abrí la puerta y mi temor se volvió una pesadilla hecha realidad, tomando a una mujer del cabello y cogiéndosela tal cual macho alfa patético. Al estilo perrito.

Sudorosos.

—Así, como me gusta—gimoteó ella.

No era su primera vez.

Nunca lo hicimos de esa forma, suena en mi cabeza. Y no sé por qué. Es algo estúpido que pensé.

Pelirroja. Odiaba a las pelirrojas.

Delgada, casi quebrándola, odiaba a las flacas pelirrojas.

Tenía un tatuaje a la altura de su culo.

Odiaba a las pelirrojas, flacas, tatuadas y que se follaban a tu novio.

La palmada en el culo tatuado de la pelirroja me trajo a la realidad e hice un sonido con mis pies, que hizo que se dieran cuenta de mi presencia.

Ella solo enterró la cabeza en el colchón y Marcus abrió sus ojos como platos.

—Saskia—pronunció mi nombre agitado.

—Por favor, no te detengas.

Le dije antes de salir corriendo.

“¿No te detengas?”

Pero qué mierda… reí para mí misma y escuché a un Marcus patético corriendo detrás de mí.

Las lágrimas nublaron no solo mi visión, también mi juicio, no sé lo que hacía, suponía lo que haría una novia normal cuando encuentra a su novio engañándola, llorar. Solo lloré y le grité que se fuera a la mierda.

—¡Saskia, detente!

—¡Vete a la mierda!

Al bajar por las escaleras de emergencia, agitada y con el corazón hecho una mierda, me puse a correr y Marcus hizo lo mismo. La gente se nos quedaba mirando, más a mí que al propio Marcus que ni siquiera me daba cuenta si se ha vestido, o había salido en pelotas detrás de mí. Daba igual.

—¡Saskia!— mis piernas no aguantaron más y me detuve. No sé cuánto habíamos corrido, pero lo suficiente para dejarme sin aliento, aunque no lo suficiente para alejarme de él.

Marcus llegó a mí también agitado, mis lágrimas estaban por toda mi cara y me limpié con el dorso de mi mano, cuando sentí el cuerpo de Marcus aplastarme mientras me abrazaba.

—Saskia, por el amor de Dios, nena, eso no es lo que crees.

Sus manos estaban por toda mi cara, me tomó con las dos manos e intentó que lo viera a la cara y luego besarme, le aparté las manos de un solo golpe y lo encaré.

—¿Y qué mierda es?—lo empujé fuerte en el pecho—¿Es así como pasas el tiempo libre y por eso casi no nos vemos? ¿Es así como trabajas? ¿Es así como me has jurado tanto amor? Tirándote a una zorra pelirroja.

Sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas también, pero vamos, cuando follaba también se le ponían así y no sé por qué, siempre tomaban ese tono de brillo. Me llenaba de rabia, así que la palma de mi mano se fue directo a su mejilla.

Se calló al fin.

—Eres un hijo de puta…—mis lágrimas me traicionaron de nuevo.

Su semblante cambió.

Me di cuenta que estaba sin camisa, usando solamente mi pantalón favorito de chándal. Se lo había regalado una vez que se había quedado a dormir en mi casa y salí ese día temprano a la tienda que quedaba cerca. Me había gastado dinero que no tenía. Quería que se siéntese bien y que no tuviese que irse de mi apartamento con excusa de ir hasta su casa a cambiarse de ropa.

Lo odiaba.

Me tomó ambas manos cuando miró mi intención de querer golpearlo. De nuevo.

—¿Y qué querías que hiciera?

La gente a nuestro alrededor y todo ese show montado por su infidelidad es lo que más me estaba enfadando. No quería llamar la atención de nadie y que me reconocieran. Pero todo eso era lo contrario y por eso lo odiaba más.

—Si ya no te sentías bien conmigo lo mínimo que hubieras hecho era decírmelo.

—Intenté—pasó sus manos por su cabello. Amaba su cabello casi rubio. Amaba su cuerpo marcado y como le quedaban esos pantalones de chándal.

Ya no.

—¿Esa es tu excusa?

Vi la vena de su cuello hincharse.

—Eres un maldigo cobarde infiel hijo de puta. Ahora entiendo todo. Tus excusas y me doy cuenta de algo. ¿Y sabes qué es?

—¿Qué?—preguntó.

—Te faltan huevos para ser hombre. Siempre. En toda nuestra relación, demasiadas excusas para vivir juntos, demasiadas excusas para buscar un mejor trabajo que muchas veces tenía que darte hasta dinero para que pudieras pagar tu maldita renta. Y era porque no ibas a tener un lugar donde poder tirarte a tus zorras. Eres un maldito… ni tu propia familia…

Su mano quedó en el aire y yo esperé lo peor. Esperé ese golpe que venís directo a mi cara. Pero me percaté que no llegó a cumplirse su intención porque alguien lo detuvo.

—Como le pongas una mano encima, te mueres.

Me quedé absorta ante la presencia de ese hombre que no conocía, pero que agradezco que esté aquí.

Marcus iba a golpearme.

—¿Quién mierda eres?—le preguntó tomando dos pasos hacia atrás.

El hombre era más grande que él. Llevaba traje de tres piezas y olía como el infierno de bien. Sentí un respeto solamente de tenerlo de frente. Ignoró la pregunta de Marcus y me vio.

Sentí pinchazos en el estómago y nerviosa.

—¿Se encuentra bien?

Apenas y podía responder. Me quebré negando con la cabeza y mis piernas cobraron vida por sí solas. Solo quería largarme de ahí.

Marcus me había engañado e intentó golpearme en plena calle.

Caminé hacia atrás con la mente en blanco, negando lo sucedido, escuché el murmullo de la gente, ni siquiera sabía dónde estaban ahora Marcus y el extraño. Solo veía la punta de mis pies, hasta que el claxon de un coche y el derrape de este hizo eco en mis oídos, seguido de eso, el grito de la gente, cerré mis ojos y esperé lo peor, quería correr pero no podía, estaba en blanco, estaba en trance.

Un cuerpo grande cubrió el mío y fui disparada fuera de la carretera.

Mierda.

El golpe es grande, caí al suelo y todo se volvió negro.

D O S

Engel

Estaba cabreado.

Odiaba la violencia de género. Odiaba que un hombre se sintiera que tenía los huevos bien grandes como para ponerle una mano encima a una mujer.

Ese hijo de puta casi desnudo estuvo a punto de tocar a esa chica. Ella lloraba desconsolada.

Ni siquiera la lluvia había sido un impedimento para que dejase de correr. Los escuché a lo lejos, mientras me bajaba de mi auto cabreado después de recibir esa llamada donde había perdido quinientos millones de dólares por un maldito error de mi gente.

No había errores en mi imperio.

Mi abuelo me lo enseñó, no hay negociaciones. No hay errores. Solo aciertos y si la cagas, lo arreglas.

Ahora estaba tumbado en el suelo. La lluvia ahora era más fuerte. Un auto estuvo a punto de atropellarla, no pude ignorar el hecho de que se encontraba en peligro cuando la vi correr y pasó frente a mí, tampoco cuando me quedé a observarla discutir con el que ahora creo que era su ex.

Parecía que la había engañado y ella los había descubierto.

Menudo idiota.

Y no lo decía porque la chica me pareciera atractiva, las había visto mejores. Pero engañar a tu chica y que te descubran es de novatos o desesperados.

De todas maneras seguía ahí. Cuando la vi caminar hacia atrás como en una mierda de trance no pude no hacer nada.

Me comenzó a doler el estómago imaginarme que moriría frente a mis ojos.

Ya había perdido suficiente en la vida como para perder a una completa extraña frente a mí y que yo no pudiera hacer nada para evitarlo.

Parecía inocente. Y algo en ella me era familiar. Su mirada, la forma en cómo no me sostuvo la mirada y cómo no dejaba de ver todo a su alrededor por miedo a que la mirasen, bueno, ella ya estaba montando un numerito.

Imposible no verla.

Incluso para mí.

Tenía ese cabello pelirrojo como el atardecer, la piel blanca como porcelana y unos labios grandes y gruesos.

La chica era realmente hermosa.

Su cuerpo. Nada mal.

No me gustaba su ropa, se veía gastada y de mal gusto, pero aunque le pusieras una bolsa de plástico encima me apostaba todo a que se vería igual de atractiva.

Dije que las había visto mejores, mentira.

Mi miembro saltó en respuesta a su gemido cuando la salvé de su dolorosa muerte.

Le había salvado la vida, algo que no había podido hacer en el pasado con quien realmente me importaba de verdad.

—Saskia—la voz de su ex novio me dio dolor de huevos cuando se acercaba.

Miré a Verdugo, mi mano derecha y fiel servidor, y le hago señal que solo él entiende.

Verdugo lo detuvo para que no se acercara, el auto ya estaba cerca, tomé a Saskia, como se llamaba la chica, y la llevé en brazos al interior del auto.

Mi auto.

«¿Pero qué mierda haces?» Me dije a mí mismo.

No lo sé, pero la metí al auto de todas maneras.

—A mi apartamento—le ordené. Él sabía que no tenía que hacer preguntas. Confiaba en mí y yo confiaba en él, sabía que si estaba cometiendo un error me lo diría. Así que no había dicho nada.

Saskia debía ir a mi apartamento esa noche.

Le había quitado la ropa mojada y la había metido en ropa interior a la cama. A pesar de que estaba desmayada podía sentir que aún seguía temblando.

No sé qué mierda le había pasado a esa chica, pero no creía que solamente era un problema con su novio.

Es como si algo en ella hubiese explotado.

Entonces recordé por qué llegué donde ellos. Él iba a golpearla. El maldito hijo de puta cobarde iba a golpearla frente a todo el mundo.

Fue eso. Eso la terminó de quebrar.

Me dio un poco de lástima. Pero no era de esos hombres que tienen lástima por cosas así.

Me enfadaba pensar y hacerme la pregunta de qué mierda hacía ella con un tipo como ese.

La dejé en la cama de huéspedes y me fui a mi despacho.

Debía arreglar otro tipo de mierdas más importantes.

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