Kitabı oku: «Su Lobo Cautivo», sayfa 2

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Cuatro

Trina

Ya les había fallado a esos perros. Uno estaba desaparecido y otro muerto.

—No te castigues por esto, Trina —dijo Kiera en voz baja—. No tenemos ni idea de en qué condiciones estaba ese perro antes de esta noche.

Los demás perros engulleron tazones enormes de comida. Volvería en un par de semanas para devolvérsela, ya me las apañaría. Siempre acababa haciéndolo. Mi norma era no hablar mal delante de los animales. Había quien me decía que estaba loca por pensar que podían entendernos. Pero yo nunca quise que la gente se rindiera conmigo cuando pasé por mi peor momento. Doctores y enfermeras decían cosas negativas sobre mi pronóstico, pensando que estaba vegetal. Incluso en el más profundo y oscuro agujero negro, donde no podía hacer nada al respecto, lo entendía. Y nunca cometería ese error con mis animales. Cualquier criatura con ojos y corazón podía captar las malas vibraciones.

—Tienes razón. —Me enjugué las mejillas con el dorso de la mano—. Pero aun así, menuda mierda. Salvamos a estos perros… Ojalá hubiéramos podido entrar antes, pero Randy dijo que necesitaba pruebas de las peleas.

—Acabo de recibir un mensaje de Control de Ganado. Dicen que los grandes estaban en buena forma. Todavía los están revisando. Las gallinas no tenían tanta suerte, demasiadas por jaula, pero creen que las pueden salvar. —Kiera dejó el teléfono—. Lo has hecho bien, T. De verdad.

No lo suficiente.

—Les ayudaremos a colocar los animales cuando estén listos para su nuevo hogar. —Estaba cabreada por lo de las gallinas. Los pájaros eran mis favoritos, y siempre los trataban fatal.

—Lys, ¿cómo van con la comida?

—Ya no queda. —Bostezó. Les dije que nos llevaría toda la noche, pero eran nuevas en el mundo del rescate de animales. Habían venido a trabajar al refugio como parte de su rehabilitación. Todas habíamos pasado por cosas jodidas, y acabamos en el mismo centro, CTAE, el Centro de Terapia para Ansiedad y Estrés, por ataques de pánico y trastornos relacionados. Nada funcionaba conmigo, y caí en una espiral destructiva sin escapatoria aparente, hasta que alguien me sugirió que fuera voluntaria en un refugio. Cuando los médicos vieron la paz que me producía estar con animales, trabajamos conjuntamente para crear un programa. Con suerte, los animales podían ayudar a otras mujeres a curarse como me ayudaron a mí.

Nadie se daba cuenta de lo difícil que era trabajar en un refugio. Las condiciones en que los animales nos llegaban, la falta de fondos, los que no encontraban hogar… todo eso afectaba hasta a los voluntarios más fuertes con el tiempo. Acudí a muchas personas. Forever Home era un refugio sin matadero, lo que significaba que si no había sitio para los animales, no podíamos llevárnoslos. Tenía pesadillas con los que había tenido que rechazar. Pero tenía que concentrarme en el bien que hacíamos desde Forever Home. Si me obsesionaba con lo malo que implicaba, todo el progreso que había conseguido podría desvanecerse. El refugio me daba un propósito. Esos animales necesitaban que yo mantuviera la compostura.

Hasta entonces, Kiera y Lyssie siempre habían trabajado bien. Esperaba que lo de aquella noche fuera lo más traumático que tuvieran que ver, pero aprendí hace mucho tiempo a nunca decir nunca. Ellas me preocupaban esa noche, pero fueron capaces de sobreponerse, sacar a los perros del ring y llevarlos al refugio. Por desgracia, tenía suficiente experiencia con los traumas para saber que había una especie de interruptor. Instinto de supervivencia. Y sus secuelas no siempre aparecían de inmediato.

—¿Listas para bañarlos? —pregunté. Las chicas asintieron, remangándose mientras me seguían al área común. Esa sería la verdadera prueba, cuando se acercaran a los perros y vieran realmente lo que les había pasado. Era imposible saber lo que encontraríamos debajo de ese pelaje enmarañado.

Kiera abrió la manguera y Lyssie se arrodilló, instando a dos de los perros a acercarse a las cubetas mientras se llenaban de agua caliente. Solo podíamos lavarlos de dos en dos.

Me arrodillé al lado del balde y ayudé al primer perro a entrar en el agua. Saltó, evitando usar una pata coja. Sus cabezas estaban inclinadas, pero eran confiados y agradecidos. Esperaba que tuvieran miedo y que posiblemente ofrecieran resistencia. No sabía cuánto tiempo habían vivido entre aquellas peleas. Querrían algo mejor. Pensé que eran huskies, pero de cerca parecían estar cruzados con alguna especie de pastor. Incluso medio muertos de hambre, eran grandes. Ya habían surgido del grupo dos líderes claros. Más grandes y seguros que los demás, fueron los primeros en moverse, como si hubieran decidido que podían confiar en Lyssie. Los otros iban en fila detrás de ellos.

El de ojos azules se separó de la manada y se vino directo hacia mí, dándome grandes y cariñosos lametazos. Consiguió hacerme reír en aquella noche terrible. Le froté las orejas, con cuidado de no ser demasiado brusca. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos. Aunque respetuosamente, me perseguían. Algo en ellos era demasiado humano.

El perro se metió en la bañera, temblando.

—No pasa nada, esto te va a sentar genial —le aseguré mientras cogía la manguera.

Gimió cuando el agua tibia alcanzó su cuerpo. Lo enjaboné suavemente, sin aplicar demasiada presión. La veterinaria no podía venir hasta la mañana siguiente y no quería agravar ninguna lesión. Con delicadeza, desenredé los nudos de su pelaje. Durante el baño, se presionaba contra mi cuerpo todo lo que podía. Incluso después de todo lo que le había pasado, todavía era capaz de confiar. Quería mi amor.

Esperaba Ryker estuviera en el suelo de una celda con el pie de Randy pisándole las pelotas. Ese tipo era un imbécil al que no le daría ni la hora. ¿Por qué me sorprendía que pudiera hacer algo así?

Por eso me gustaban los animales mucho más que las personas. Su amor era incondicional y siempre estaban dispuestos a correr el riesgo.

Lyssie me sustituyó para que pudiera examinar la piel de los perros ahora que los habíamos lavado. Tenían laceraciones de las cadenas y marcas de mordeduras. No vi signos de infección. Ya con el pelaje limpio, se podían apreciar los matices de marrón a gris y negro con rayas blancas, más oscuro en algunos lugares. Los de ojos marrones tenían un pelaje rojizo. Todos ellos tenían una mirada que me helaba el alma. Habían visto tanto.

El primer perro no se separaba de mí. Le quité la toalla y se apoyó en mí después de sacudirse enérgicamente. No asustado, sino territorial.

—Seguro que te ha sentado muy bien. —Le di un golpecito en la nariz, sabiendo en el fondo que lo iba acoger en mi casa. No puedes quedártelos todos, me recordé. Necesitas encontrarle un hogar.

—¿Crees que estarán bien para pasar la noche? ¿Hay algo más que podamos hacer? —preguntó Kiera. Estábamos empapadas, sucias y exhaustas. Todavía teníamos que ocuparnos de los animales residentes, la Mayoría de los cuales se habían despertado con nuestra irrupción nocturna. Con suerte todos dormirían hasta tarde al día siguiente.

—Marchaos a casa. Os veo mañana.

Llevamos a los perros a las jaulas. Cada uno tenía una manta, comida y agua.

—¿Te vas? —preguntó Lyssie.

—No. Voy a echarme en el sofá. —Mi nuevo amigo no se separaba de mí. Se acurrucó en la alfombra frente al sofá, acomodándose con un suspiro. No bajó la cabeza de inmediato.

Quería protegerme.

—Tú deberías irte a casa también, Trina —dijo Kiera, en un último intento para que me fuera.

Me agaché y le di una palmadita en la cabeza al perro.

—Ya estoy en casa.


Aquella veterinaria me odiaba y no tenía ni idea de por qué. La factura iba a ser altísima, pero al parecer eso no cambiaba nada. Para querer tanto a los animales, se quejaba mucho por ayudar a los que más la necesitaban.

Llegó tarde y no se disculpó, pero sí tuvo tiempo para tomar un café.

—Me enteré de la pelea de perros de anoche. —Suspiró al abrir su bolso—. Todo el pueblo sabe demasiado sobre ello.

—El sitio estaba a reventar. —Me estremecí al recordarlo.

—Ahora están todos histéricos. Acusándose de estar ahí y delatándose unos a otros.

—Bien. No se me ocurre un mejor grupo de gente para eso. —Abrí los cerrojos de las jaulas y les hice gestos a los perros para que salieran—. No sé cómo estarán por dentro, pero creo que las heridas externas se van a curar. Un par de buenas comidas no les vendrán mal. —Mi amigo de ojos azules se puso a mi lado y yo le revolví el pelo de la cabeza.

—No olvides que dependes de las donaciones de esa gente. —dijo mirándome, antes de agacharse para examinar al primer perro. En ese momento le hubiese metido un puñetazo. Siempre conseguía hacerme sentir como un chicle en la suela de su zapato. No entendía por qué había elegido ser veterinaria. Tendría la misma conmiseración que podría tener Ryker—. No se paga a la gente con voluntad o buenas intenciones.

—¿Te preocupan estos perros o con tu cuenta bancaria? —Ojalá hubiera otra persona a quien pudiera llamar. Estábamos demasiado lejos de la ciudad para que otros veterinarios vinieran.

—Creo que la respuesta es obvia.

Sí, lo era. No respondí, solo quería que se fuera lo antes posible. Que me diese el diagnóstico, las recetas, y que saliese tan rápido que ni la puerta le pudiera golpear el culo.

Se quitó el estetoscopio de las orejas.

—No son perros. Son lobos.

Mierda.

Cinco

Shadow

El ruido de cristales rompiéndose en el vestíbulo nos despertaron a todos en el refugio.

—¿Pero qué coño? —dijo Major, abalanzándose contra los barrotes de su jaula. Sobre el estruendo del refugio, el asalto continuaba. El asaltante golpeaba a ritmo constante, rompiendo su arma contra cualquier cosa que se interpusiera en su camino. La madera se partió, y sonó un golpe de metal.

—Son los matones de Ryker —respondí. No podía verlos, pero no tenía la más mínima duda—. Puedo olerlos.

El mal tenía un olor muy distintivo, como si un ácido me quemara las fosas nasales. Encerrados en esas jaulas no podíamos hacer nada por detenerlos.

Los chicos de Ryker solo querían mandar un mensaje. Por el momento.

Incluso después de descubrir que éramos lobos, nos mantuvo ahí. Dijo que no podía liberarnos hasta que estuviéramos bien recuperados para sobrevivir. No había un objetivo más suculento en Sawtooth que un lobo enfermo.

—Malditos cobardes —gruñó Baron, con la nariz apoyada en los alambres—. Atacan el refugio cuando es a nosotros a quienes quieren.

—Trina lo metió en la cárcel —le recordé.

—Cuando salgamos de aquí, ni que decir tiene que ese mamón se va a llevar lo suyo —añadió Dallas—. Ha atacado a nuestras dos manadas. Deberíamos hacerlo juntos.

Major me miró fijamente. Nunca se había mordido la lengua para señalar lo débil que pensaba que era. Teníamos estilos diferentes, y el mío pasaba por dejar que mis hermanos fueran parte vital de mi equipo. Pero ahora solo le quedaba X, que no había pronunciado palabra alguna durante el ataque. Hacía lo que se le pedía, lo que fuera, y nunca miraba atrás.

—Es buena idea. —No cedí ante el desafío—. Nos movemos en círculos diferentes, y conseguiremos más información. Nadie esperaría que trabajásemos juntos.

—Solo puede haber un líder. —un «sí» en palabras de Major.

—Lo sé. —Le miré con agudeza—. Veremos quién.


—¡Hostia puta! —A Kiera se le cayó la taza de café, fue la primera que apareció en lo que había sido la puerta—. ¿Qué coño ha pasado aquí?

—¡Ve a mirar los animales! —Trina corrió por la habitación—. Mira que todos estén bien.

Nuestras jaulas estaban en la sala delantera, y el refugio repleto. Los demás animales ladraban y gemían a las humanas, alertándolas del ataque.

—¿Por qué harían esto? —Lyssie se quedó parada. Algo me decía que no era la primera vez que lidiaba con violencia gratuita—. Es un refugio para animales.

—Hemos cabreado a alguien. —Kiera salió de la sala de jaulas—. Todos parecen estar bien por aquí. Están asustados, pero no heridos.

—Sí, por aquí también. —Trina se detuvo en medio de nuestras jaulas—. Yo he recibido algunos empujones en la ciudad desde la pelea de perros. Me dijeron «no cagues donde comes», entre otras lindezas.

—Se nos pinchó una rueda al salir del trabajo el día después del rescate —añadió Lyssie, rodeándose la cintura con los brazos—. No le di importancia, pero ya no me parece una coincidencia.

—Tengo que llamar a Randy —suspiró Trina mientras abría nuestras jaulas—. Pensad en cualquier otra cosa rara que hayáis visto desde aquella noche. Tenemos que contárselo todo, sin excepción. Si alguien os ha mirado mal, decidlo. No es momento de callarse. Podemos con esto. Va a ser difícil, pero nadie nos va a coaccionar para que no hagamos lo que debemos por estos animales.

Me mataba saber que las habíamos puesto en peligro solo por estar ahí. Si fuera humano, le insistiría para que se alejaran de nosotros. No tenían ni idea de lo que Ryker era capaz de hacer. Él mordía más que ladraba.

Pero si fuera humano, podría protegerlas.

Las chicas se dejaron la piel limpiando la habitación delantera, intentando que todo volviera a la normalidad. Barrieron los cristales rotos, tapiaron las ventanas y arreglaron todo lo que pudieron. Nadie vino a ayudarlas. No me sorprendió. Trina llamó al departamento de policía, pero las otras dos apenas dijeron nada mientras trabajaban. Eso tampoco fue muy sorprendente.

No conocía el refugio antes de ingresar en él. Pasaba el menor tiempo posible en Granger Falls. Y cómo me arrepentía, sabiendo que un bellezón como Trina había estado ahí todo el tiempo. Los lobos de Sawtooth nunca se apareaban con hembras humanas. No teníamos problema en pasar un buen rato con ellas, pero cuando la fiesta terminaba, el contacto también. Aunque hubiera conocido a Trina antes de ser capturado, no habría podido ser más que una noche de pasión.

Seis meses de cautiverio habían bastado para cambiar la forma de pensar de este lobo. Las lobas de nuestra generación habían sido vendidas al mejor postor. Mantenidas en un cautiverio completamente diferente, las trataban como diamantes en bruto, celosamente vigiladas y expuestas ostentosamente por quienes podían permitírselas. Era una broma cruel, la forma en que esas jaurías paseaban a las niñas bonitas delante de nosotros y nos daban de hostias si solo tratábamos de jugar con ellas. Se reían de nosotros. Los chicos no tenían nada de especial, sobre todo los de clase trabajadora. Éramos tantos porque nuestros padres estuvieron intentando tener una niña hasta que ya no pudieron más. La paga valía la pena.

Los lobos ricos no tenían que preocuparse apenas. Se habían aclimatado mejor a su lado humano. Tenían dinero, mujeres, y no les preocupaban la política ni la sangría de la clase trabajadora. Los ricos podían tener los medios materiales para sobrevivir, pero el resto de nosotros dependíamos de la fuerza y la astucia callejera. Los ricos podían quedarse con su dinero, no compraba la felicidad. La libertad era cara pero cualquiera podía disfrutarla.

Quería una compañera.

Quería dejar mi parte en el legado de mi manada, no iba a dejar que mi arduo camino se acabara ahí.

Dallas fue inteligente al sugerir que hiciéramos equipo con los Lowe. Pero yo no podría dormir por las noches teniendo a Major de líder, y quería a Trina. Tendría que demostrar ser un alfa para estar con ella. Nunca habíamos tenido un alfa sin compañera hasta entonces.

Y ella iba a ser mía.

—No te vas a separar de mí, ¿verdad? —Trina me dio un beso en la cabeza cuando todo volvió a ser lo más normal posible. Parecía exhausta. Detestaba no poder hacer nada para ayudarla. Aquellas mujeres no estaban indefensas ni mucho menos, pero igual quería arrimar el hombro.

Quedaba una semana para la luna llena. Una semana para poder ganarme el sustento, una semana todavía para poder besar sin dar un lengüetazo.

—Eres como mi sombra1 —añadió.

Ella no tenía ni idea de que ese era mi nombre. Me apreté contra ella. Pronto sería capaz de envolverla con los brazos y perderme en ese olor a tarta de manzana que me hacía desear mucho más que el postre.

—Putos lameculos. Mira a los Channing, deseando hacerse amiguitos de las chicas del refugio —gruñó Major, mordisqueándome el cuello. Ladré, y conseguí que se pusiera contra el suelo y rodara. De ninguna manera. No me avergonzaría de Trina. Nosotros éramos cinco y había tres mujeres. Era lo suficientemente listo para hacer las cuentas. Y él tenía treinta y cinco años sin pareja, más números que no podía ignorar si quería ser considerado el líder.

—Ese no va a hacer una mierda por ti. No somos más que problemas para ellos. Y cuando ella venga la mañana después de la luna llena y se encuentre a cinco hombres desnudos en jaulas para perros, ya no pensará que eres tan lindo. Saldrá corriendo y gritando.

—Quiero que confíe en nosotros. —Me puse hocico a hocico con Major, mi respiración tenía un matiz áspero que no era del todo un gruñido. Cada día nos hacíamos más fuertes, y cada día él me cabreaba un poco más—. Así que cuando eso ocurra, no se asustará. Ahora Ryker también irá a por ella. Como alfa…

—¿Qué coño sabes tú de ser un alfa? —Major me dio un empujoncito.

Lo ignoré.

—Como alfa, la protegeré. Nosotros la metimos en este lío y nosotros la vamos a sacar. Ella se la está jugando por cuidarnos. Nadie la ayuda con donaciones, solo le dejan sus problemas. Yo los resolveré.

—Qué noble —se burló Major—. Puedes besarte con tu nueva novia humana mientras yo hago pedazos a Ryker. Así es como se resuelven los problemas.

Me zambullí en el cuello de Major. Nunca escuchaba razones, la violencia era lo único que entendía. Recibiría el mensaje.

—¡Chicos! —gritó Trina. Se puso rápidamente entre nosotros, mientras sujetaba un gatito en una mano con una botella en la otra. Se detuvo, mirando a Major—. ¡Basta! O tendré que meteros de nuevo en las jaulas.

—No sé cómo vamos a hacer esto, Shadow. —Baron se interpuso entre Major y yo. Había estado toda la semana siguiendo a Kiera, la voluntaria de pelo corto que parecía haber sido una atleta. Major le empujó, pero él lo ignoró—. Todos debimos escapar aquella noche. Shea fue el más listo. Ellas van a enloquecer cuando nos transformemos.

Tal vez debimos hacerlo. Habíamos ido de una cárcel a otra, y ahí no estábamos ayudando a nadie. Pero nadie quería escapar de Forever Home.

—Shea huyó por lo que le hizo a Archer —refunfuñó Dallas, lamiendo su pata y mirando a Major. Pero no se separó de Lyssie. De los hermanos que me quedaban, Dallas guardaría rencor mucho más tiempo que Baron. Baron haría cualquier cosa por encontrar una solución pacífica todo esto.

—Otra cosa que debemos arreglar cuando salgamos de aquí.— Me abalancé sobre Major otra vez—. Shea tiene que pagar por lo que le hizo a mi hermano.

—Hizo lo que debía. —Major no se echó atrás—. Tú hubieras hecho lo mismo en el ring esa noche. Tú mismo lo dijiste. Y planeabas hacerme lo mismo a mí. ¿Buscabas una recompensa por tu cabeza? Porque ahora todos tenemos una, con Ryker desmadrado por ahí. No hay tiempo para jugar limpio, Shadow.

Me di la vuelta. Que le jodan. Juntar a las manadas no sacaba a Shea de mi lista negra.

Pero Major tenía razón sobre Trina. No se podía saber cómo reaccionaría a nuestra transformación. Cualquiera que hubiera pasado un tiempo en Idaho había oído hablar de los hombres lobo. Algunos ancianos del pueblo se referían a nosotros como «karma», porque nos encargábamos de problemas que ellos no podían. A menos que fueran los Lowe, que provocaban más. Pero ninguno de esos paisanos nos había visto en acción.

No me sorprendió que los Lowe no se relacionaran con las mujeres. No era su estilo. Tenían una idea diferente de la libertad que mis hermanos y yo.

Trina no nos trataba como animales salvajes. Nos respetaba más que algunos lobos de Sawtooth —especialmente Ryker, las lobas y sus compañeros—. Nunca nos facilitaron nada. No me quejaba, pero era agotador. Fue un alivio dejar de luchar por unos días, aunque solo fuera hasta la luna llena. A pesar de que hablaba con cada uno de sus huéspedes —así llamaba a todos los animales que se alojaban con ella en Forever Home— como si fuera su amigo, parecía algo personal. Ella pensaba cada palabra que decía. Con Trina no eran formas de hablar.

Si tan solo fuera una loba. Pero entonces nunca la tendría. Era imposible de cualquier manera. Nunca me había molestado tanto antes de la captura. Me estaba dando cuenta de que mi tiempo venía con fecha de caducidad.

Nos salvó la vida y yo haría cualquier cosa por ella. Al principio era una cuestión de principios. Pero se fue convirtiendo en un sueño. Una cara linda para no pensar en el horror de los últimos seis meses. De lo contrario, cada pensamiento acababa en un plan de venganza. Sin Trina, me volvería tan sediento de sangre como Major.

Cuanto más tiempo pasábamos ahí, más me iba obsesionando. Trina me hacía querer más y darme cuenta de lo mucho que me faltaba sin una pareja. Solo en la semana que llevábamos ahí, ya me había percatado de sus hábitos, como cantar desafinando con la música country de la radio mientras limpiaba las jaulas o silbar como un pájaro mientras hacía papeleo. Y lo rápido que su felicidad se desvanecía en algo mucho más oscuro, algo perturbador. Siempre volvía a los animales, confiaba en nosotros para que le diéramos fuerza cuando no podía hacerlo todo ella sola.

Trina también necesitaba más.

—Dios mío, ¿qué ha pasado aquí? —Una joven asomó la cabeza por la maltrecha puerta con un caniche gimoteando en los brazos.

—Estamos de reforma —dijo Trina forzando una sonrisa falsa. Los demás voluntarios se dispersaron. Trina era su alfa. Una mujer como ella me haría más fuerte. Haría nuestra manada más fuerte—. ¿En qué te puedo ayudar?

—Ah. —La chica era demasiado educada para rebatirla en voz alta—. Este es el perro de mi abuela. O lo era. Mi abuela murió.

—Siento mucho oír eso.

La visitante suspiró profundamente antes de continuar.

—Ninguno de nosotros puede cuidar a Candy, es esta cachorrita. Vivo en una residencia, y mi madre está demasiado ocupada. Estoy segura de que hay alguna familia deseando quedársela. O a lo mejor otra abuelita. Es una perra muy buena.

Trina se acercó a la joven y le dio una palmadita en la cabeza a Candy, murmurándole algo.

—Ya veo. Ahora mismo, estamos llenos. Tengo un par de citas para adopción esta semana. Puedo apuntar su nombre y número, y cuando salga algo, le aviso… Es todo lo que puedo hacer.

—Bueno. —La cara de la chica languideció—. No nos quedamos en Granger Falls mucho más, y no sé a dónde llevarla. ¿No hay alguien que pueda quedársela?

—Somos el único refugio de la ciudad —dijo Trina suspirando, y la sonrisa se desvaneció. Se movía nerviosa, como si el hecho de moverse hiciera de alguna forma espacio para la perra—. Voy a hacer un par de llamadas a los refugios de la zona, pero la Mayoría de los que no son mataderos están igual que nosotros.

—Es una buena perra —repitió la chica—. De verdad quiero que encuentre un buen hogar.

—Lo sé. Yo también.

Trina dio un puñetazo al contrachapado recién colocado y se deshizo en lágrimas en cuanto Candy y la mujer se fueron. Lo hacía a menudo, cuando una cita de adopción no resultaba bien o no podía acoger a un nuevo huésped.

En una semana, tendría cinco plazas más. No podíamos cagarla. No eran solo nuestras vidas las que estaban en juego.

Me puse a los talones de Trina cuando dejó a los gatitos de nuevo en su redil.

—Cuidado —me soltó por poner la nariz demasiado cerca de las barras. Dejó caer su mano distraídamente sobre mí. Mi pelaje ya estaba mucho más tupido. Los metamorfos nos curamos rápido. Todos habíamos ganado peso y casi me sentía recuperado—. Creo que esta va a ser la noche. Te voy a llevar a casa conmigo. Tenemos que hacer hueco aquí.

Major empujó contra la parte delantera de su jaula.

—¿Cómo has convencido a tu novia para que te lleve a una cita?

—No preguntes —le dije con un resoplido—. Es el primer paso para salir de aquí.

Los demás lobos gimotearon desde sus jaulas cuando seguí a Trina hacia la puerta. Teníamos hambre de libertad.

—Pronto será vuestro turno, lo prometo —dijo Trina por encima del hombro, tratando de calmarlos—. Solo tengo sitio para uno ahora mismo.

Me llevó a su camioneta. Estaba negra y destartalada, y no arrancó a la primera.

—Maldito pedazo de chatarra. —Pegó un puñetazo al volante. Funcionó, el camión arrancó al siguiente intento. Me miró y sonrió. Su pelo casi parecía rubio bajo el último sol de la tarde. A menudo me preguntaba cómo sería como loba, con pelaje dorado y ojos verdes. Preciosa—. Menudo día. Ni siquiera te he dado un nombre. Tienes un pelaje gris tan bonito… ¿Humo? No, no queda bien. Pero servirá por ahora.

En seis días, sería capaz de decirle mi nombre y mucho más. Eso si se paraba a escucharme. Quizá debía huir, si tenía oportunidad, para evitar que lo hiciera Trina. Después de seis meses, nuestras transformaciones podían ser complicadas. Si es que nos transformábamos. Todos estaríamos fuertes para la metamorfosis de ese mes, pero ninguno de nosotros había permanecido tanto tiempo como lobo. No pasaría sin efectos secundarios.

Nos dirigíamos a una pequeña cabaña de madera al borde del bosque. La tierra húmeda y la savia de los árboles inundaron mis fosas nasales. Si salía corriendo hacia el bosque, ella nunca me atraparía. Sería libre.

Pero si lo hiciera, nunca volvería a ver a Trina. O sí, pero no habría forma de convencerla de que yo era el lobo que ella rescató y cuidó con tanto amor. No iba a ser fácil, pero nada bueno lo es, nunca.

La cabaña tenía un porche delantero que daba al valle. Los colores, llenos de vida, contrastaban y se mezclaban a lo largo de las ondulantes colinas, reflejándose en el lago a su vez. Una brisa fresca me acariciaba el pelaje, pronto veríamos la nieve caer.

—Bienvenido a casa —dijo Trina, con los brazos abiertos—. No es gran cosa, pero me encanta este sitio.

Tenía solo lo necesario: un sofá, una mesa de comedor y un televisor. Yo di una vuelta por la casa. Una ventaja de ser lobo era que no tenía que esperar a que me invitaran o me enseñaran la casa como a un huésped. Me metí en su habitación, sin esperar las sábanas rosas en la cama sin hacer. Me subí e inhalé su cálido aroma a tarta de manzana.

—Oh no, ahí no. Trina se rio, apartando mi trasero juguetonamente—. Tienes tu propia cama.

Estaba claro que toda su vida era el refugio. No tenía ni idea de cómo relajarse. Puso la misma emisora de radio que escuchaba todo el día mientras preparaba la cena, cantando sus favoritas. Al darse cuenta de que se había olvidado de traerme comida, puso más hamburguesas en la sartén. Esa cabaña era el paraíso.

Después de la cena, se instaló en el sofá con el ordenador.

Nunca paraba. Salté a su lado, acurrucándome en el hueco de su cuerpo caliente. Se apoyó en mí, y mientras se iba quedando dormida, tiró un montón de papeles de adopción sobre su regazo.

Bostezó de camino a su dormitorio.

—Deja que te enseñe la suite de invitados.

Había una mullida cama de perro en una esquina. La olfateé; no era el primero en usarla. Esto no era nada especial para Trina. Solo era un paso intermedio antes de llevar a los perros a sus verdaderos hogares. O devolver lobos al bosque.

—Las chicas pensaban que no debía llevarte a casa, ya que no eres exactamente un perro, pero me alegro de haberlo hecho. Me siento segura contigo aquí. Dulces sueños, Humo.

Me acosté en la cama del perro, escuchando cómo su respiración se iba haciendo más profunda al ritmo que se quedaba dormida. Me pasaban muchas cosas por la cabeza y no podía dormir. Tal vez si la observara, descubriría cómo no asustarla al convertirme en hombre. Ya no se sentiría tan segura después de eso.

—¡No! —Trina daba vueltas en la cama. ¿Estaba llorando?— No me dejes.

Su pesadilla se intensificó, parecía negociar con alguien para poder mantener a alguien cerca de ella. No lo estaba consiguiendo. Puse mis patas en la cama. Quería protegerla, o al menos hacer que saliera de ese sueño.

Trina abrió un ojo, y se dio cuenta de que la miraba.

—Ah, eres tú —murmuró, aparentemente sin recordar su pesadilla—. Sube aquí, Humo.

No tuvo que decírmelo dos veces. Me metí en la cama y dejé que Trina me rodeara con su brazo.

No te dejaré, Trina.

No recuerdo la última vez que dormí tan profundamente.

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Yaş sınırı:
0+
Litres'teki yayın tarihi:
18 mayıs 2021
Hacim:
172 s. 4 illüstrasyon
ISBN:
9788835423942
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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