Kitabı oku: «Cuentos fantásticos para dormir monstruos»

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CUENTOS

FANTÁSTICOS

PARA DORMIR MONSTRUOS


LAURA LOSADA VICO | NATALIA LOSADA VICO

CUENTOS

FANTÁSTICOS

PARA DORMIR MONSTRUOS

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2019

CUENTOS FANTÁSTICOS PARA DORMIR MONSTRUOS

© Laura Losada Vico

© Natalia Losada Vico

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2019.

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ISBN: 978-84-17845-47-6

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

lAURA LOSADA VICO | NATALIA LOSADA VICO

CUENTOS

FANTÁSTICOS

PARA DORMIR MONSTRUOS

Índice de contenido

Portada

Título

Copyright

Índice

Dedicatoria

INTRODUCCIÓN

Esperando a la muerte

PRIMER RELATO: UNIONES PERFECTAS

Capítulo 1: Sally Miller

Capítulo 2: La muerte de Lena Harris

Capítulo 3: Cosas extrañas

Capítulo 4: El pasado oculto de las maldiciones pasadas

Capítulo 5: Mensajes para los muertos

Capítulo 6: Conexión fantasma

Capítulo 7: La historia de cinco fantasmas

Epílogo: La venganza de Caleb Baker

SEGUNDO RELATO: EL BOSQUE DE LOS MIL SUEÑOS

Capítulo 1: El bosque sagrado

Capítulo 2: Pesadillas

Capítulo 3: Hojas muertas

Capítulo 4: Allí donde la luz no llega

Capítulo 5: La cruda realidad

Capítulo 6: El sueño de Morfeo

Capítulo 7: Los sueños siempre se hacen realidad

Capítulo 8: La caída de los héroes

Epílogo: El diario polvoriento

Reflejos opacos

TERCER RELATO: LA CHICA DEL RELOJ DE ARENA

Prólogo: Granos de arena

Capítulo 1: La muerte y el tiempo

Capítulo 2: El rostro del asesino

Capítulo 3: Balas perdidas

Capítulo 4: El sonido del viento

Capítulo 5: Cómo convertirse en un asesino

CUARTO RELATO: LA ESCRITORA DE LA NOCHE

Capítulo 1: Informe preliminar

Capítulo 2: Papel y boli

Capítulo 3: En la noche

Capítulo 4: La locura escondida en sus ojos

Capítulo 5: El nombre del asesino

Epílogo: La muerte tras el papel

Historia final: El miedo es lo que tiene

Sobre las autoras

Para ti, abuelo, por todo el miedo que sentimos cuando te fuiste. Allí donde estés espero que te sientas orgulloso de cada una de mis palabras y de cada uno de los trazos de mi hermana. Mientras haya arte que crear e historias que contar serás inmortal


INTRODUCCIÓN

Hay distintos tipos de miedos y eso lo descubres cuando vas creciendo, cuando deja de asustarte ese falso monstruo del armario y empiezan a asustarte las responsabilidades de mayor, los deberes, los exámenes, la prueba de acceso a la universidad, ese profesor malhumorado o esa estúpida asignatura que no puedes sacarte por más que estudies. Te das cuenta de que te asustan nuevas cosas y cada cual más irreal. Cuando creces, de pronto te asusta llegar tarde a casa o que te multen cuando te acabas de sacar el carné.

Pero hay miedos que nos asustan siempre, independientemente de que el paso de los años caiga sobre nosotros borrando el rastro de aquellos irreales que portaban en el corazón los niños que fuimos. Da igual. Esos miedos están ahí y siento decirte que estarán por siempre. Algunos días no los notarás, otros te acostarás temeroso de ellos y en cierta ocasión solo serán un tema más de tus muchas conversaciones.

He oído decir, repetidamente y a muchos escritores, que hay dos tipos de miedos: los reales, aquellos a los que es sabio tenerles miedo, como caer de algún lugar alto cuando es posible que caigas; y los que no lo son, los que nos hacen temblar ante situaciones que solo están en nuestra cabeza, distorsionando la realidad de forma catastrófica, como hablar en público. No existe peligro real aunque no podamos verlo.

Pero no es cierto, al menos no del todo. Hay miedos que pueden ser reales y podemos sentirlos en momentos en los que son imposibles de materializarse y miedos muy irreales que, en ciertos momentos, pueden acecharnos como una sombra oscura de aquello que no debería existir. Todo es cuestión de lo que tengamos en nuestra cabeza, porque os puedo asegurar que ese es el lugar más oscuro del mundo. Ahí están todos los monstruos a los que debemos temer.

La gente teme a muchas cosas: a los fantasmas y espíritus, a los cuentos de hadas malignos y a los demonios, pero no es solo aquello que es parte de la imaginación de algunos a lo que debemos temer. Debemos temer a los demás, a esos otros seres humanos que son malvados, porque pueden crear infiernos, y debemos temernos a nosotros mismos porque muchas veces en nuestro interior creamos los castigos más eternos.

Dentro de estas historias, que provocan terror a unos, pero son dulces cuentos para que los monstruos se vayan a la cama, encontrarás los cuatro terrores que nos pueden quitar el sueño a unos mientras sirven de cuna para otros: el miedo a lo sobrenatural, los cuentos de hadas malignos, el miedo a otros humanos y, por último, el peor de los miedos, el miedo a nuestro propio interior. Si te quedas hasta el final, también leerás pequeños cuentos de distintos terrores, reales, irreales y terrores tan diarios que ni sabías que debías tenerles miedo.

Nada de lo que estás a punto de leer es agradable, así que te recomiendo que, si eres humano, cierres el libro; pero si eres un monstruo quizá estas historias te hagan dormir.

Esperando a la muerte

Se sentó sobre el frío mármol de la lápida y encendió el que sería su último cigarrillo.

No estaba asustado por tener que marcharse o porque aquella calada fuera la última que saliera de su cuerpo (aunque, sinceramente, no sabía si era real todo aquello: el humo, el fuego, el cigarro, el aliento). No, sencillamente estaba esperando al abrigo de un montón de cipreses, sobre aquella lápida y con aquel cigarrillo del que solo empezaba a quedar humo y ceniza.

Habían echado la última pala de tierra sobre el que sería su encierro de madera y gusanos para lo que le quedara de días.

Tenía prisa por marcharse, pero ella seguía allí, llorando sobre los resquicios de una vida sin sentido que ahora estaba esperando a la verdadera muerte, a la de todas las cosas que dejó marchitarse mientras el tiempo y la muerte encerrada en ese cristal iban acabando con él.

La miró con tristeza y arrepentimiento. Se dio cuenta de que llevaba muerto más de lo que pensaba, de que había clavado cuchillos en su pecho cada vez que no le había dicho cuánto la amaba o las veces que no había salido a disfrutar de aquel aliento de vida que ya no poseía.

Ella seguía allí, llorando, cuando él vio la guadaña y la espesura negra. Aquel humo le dio la mano y él se levantó de la lápida.

Dejó atrás su descanso eterno y a ella llorando mientras se moría. Y esta vez no podría echar una última calada.

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PRIMER RELATO: UNIONES PERFECTAS
Capítulo 1: Sally Miller

Lo único en lo que pensé cuando dejé de respirar y las llamas abrasaron mi cuerpo fue en la primera vez que había visto a Sally Miller; estaba llorando en el porche de su casa, con unos juguetes destrozados justo a su lado.

Por aquel entonces, Sally no era más que una niña canija con la que todos se metían y que no tenía amigos. Tenía unas enormes gafas y una cara salpicada de pecas, además de un pelo rizado e indomable, de un fuerte color rojizo, que provocaba enormes burlas. Sally era, o más bien es, una chica muy tímida y reservada y de una enorme inteligencia. Cuando Sally creció, su inteligencia se convirtió en un motivo de envidia, pero a los cinco años era un motivo para meterte con alguien que veía el mundo diferente o, como a mí me gusta llamarlo, de una manera más avanzada.

También me acordé, mientras todos huían y yo ardía, de Beverly Mason, la vecina de Sally, que aquel día la miraba por la ventana con cierta pena y resignación. Supongo que Bev, a pesar de ser muy extrovertida y parlanchina, por aquel entonces solo era una niña.

Os preguntaréis por qué demonios os cuento todo esto. Ciertamente, no es porque aquel día habláramos y nos hiciéramos amigas; eso ocurrió mucho después. Es porque aquel día fue la primera vez que vi a Sally Miller.

Puede que ella y todos sus rituales nos hayan llevado hasta aquí, a contaros la historia no de cómo conocí a mis amigas, sino de cómo acabé muerta, abrasada entre esas llamas que ya he mencionado antes.

Morirse es divertido. En serio, es divertido. Ante ti aparecen numerosos momentos horribles, felices y vergonzosos de tu vida (mi corta vida, en este caso), pero a mí solo me interesaban o, por alguna razón, solo se me aparecieron ciertos momentos, como la primera vez que vi a Sally Miller o la primera vez que la defendí, pasando por la primera vez que fui a su casa y todo lo que ocurrió allí.

Me hubiera gustado, y os lo digo de corazón (las promesas de los corazones que ya no laten son mucho más sinceras), haberme convertido en fantasma simplemente y observar la vida de mis amigas, ver cómo se graduaban o iban al baile. Pero tenía que recordar aquello porque les iba a ser útil. No podría ir con ellas al baile de graduación, pero quizá podría salvarles la vida.

La primera vez que defendí a Sally Miller fue delante de Skye Brooks. Éramos unas niñas, pero incluso entonces Skye era una defensora del pueblo y una chica dura. Mi madre solía decir de ella que, si hubiera vivido en épocas pasadas, Skye habría sido de esas mujeres que pasan a la historia por hacer todo aquello que se supone que no deben o por defender al pueblo. Cuando mi madre decía cosas así, solía imaginarme a Skye con la bandera francesa y media teta fuera, como una heroína de la independencia, una guerrera con su morena melena rizada al viento y esos ojos verdes penetrantes. Se me venía a la mente ese mítico cuadro porque Skye es amante del arte, ya sea en cuadros, en literatura, sobre un escenario o como notas musicales.

El caso es que no dudó en ayudarme en mi cruzada por la defensa de una pobre niña un tanto rarita que no tenía amigos (vamos, la típica mierda que se le ocurre a todo escritor sin talento para un libro entero o a los escritores famosos que pueden permitirse un cliché para iniciar un buen libro. Como no soy nada de eso, supongo que solo era lo típico que ocurre en un colegio normal de la vida normal de cualquier persona normal).

Aquel día, después de nuestra grandiosa defensa, Sally nos invitó a Skye y a mí a merendar a su casa. De camino a esta nos topamos con Beverly, que fue las cinco manzanas parloteando sin cesar. Recuerdo que Skye se partía de risa por pensar que ella era parlanchina.

Sally, tan buenaza como siempre, no pudo evitar invitar también a la pobre Bev a merendar. La hija pequeña de los Miller solo era una chica solitaria que estaba muy feliz, ya que de pronto tenía tres nuevas amigas.

Sí, lo sé, es una mierda, un aburrido cliché, pero te aguantas. Soy yo la que está muerta y tiene que contar estas cosas, y puedo asegurarte que no hay nada peor que recordar la vida cuando no te queda ni rastro de ella.

Anya Owens era una joven de padre estadounidense y madre rusa. Acababan de mudarse a la ciudad y su coche pasó justo por nuestro lado aquella tarde mientras volvíamos del colegio.

El señor Owens, natural de Texas, paró su ranchera justo a nuestro lado. Se habían perdido y querían saber cómo se llegaba a la calle Cuatro de Julio. Yo les indiqué el camino mientras, sin darnos cuenta, Bev se iba para la ventanilla trasera y hablaba con la chica. Recuerdo que todas pensamos lo sola que estaría en una nueva ciudad, sin amigos ni conocer a nadie, así que Sally la invitó a merendar también. Todas insistimos, incluso la curiosa Anya, que estaba ansiosa por hacer amigos y no llegar a clase completamente sola. Al final accedieron, pero el señor Owens la llevó a casa de Sally.

Desde aquel día, todas nos preguntamos qué hacía un texano como él en un lugar como Maine, donde lo único interesante que teníamos era que Derry, la ficticia ciudad del genio del terror Stephen King, estaba ubicada aquí. El señor Owens siempre respondía que estaba aquí por motivos laborales, pero la verdad de por qué huyeron a Maine se la llevará a la tumba con él. Supongo que todos tenemos derecho a guardar secretos.

En casa de Sally merendamos y jugamos como niñas normales, informamos a Anya sobre el horrible sitio que era el colegio y todo fue normal. Bueno, casi todo.

Algo que no os he contado de Sally Miller es que era una chica muy solitaria. Y la soledad en la infancia puede resultar funesta: puedes desarrollar trastornos o tener demasiados amigos imaginarios. Sally no tenía amigos que no existieran en realidad, pero como defensa ante la falta de amigos reales o de su edad Sally Miller había desarrollado una obsesión. Tenía la manía de cruzar los dedos. Según ella, atraía la buena suerte y podías pedir deseos, nada que no conociéramos ya. Sally tenía el sueño y había hecho el juramento de que, si alguna vez tenía amigas, jurarían uniendo los dedos índices que serían amigas de por vida y que se ayudarían siempre, sin importar las consecuencias, en lo bueno y en lo malo; que jamás se abandonarían o entonces estarían condenadas a no hacer más amigas nunca más.

En aquel momento era solo una estupidez. Sally había pedido tantas veces con los dedos cruzados una amiga que, ahora que tenía cuatro, no nos quedó otra que sentarnos en círculo, cogernos de los dedos índices como quien hace una promesa y jurar todo aquello en lo que Sally creía.

Con cinco años solo era una tontería, pero con el paso del tiempo debimos haberlo parado. Anya, la muy supersticiosa, odiaba el gesto, al menos al principio, pero los años hicieron que se convirtiera en un amuleto, en nuestro símbolo de amistad. Ahora pienso que Anya llevaba razón. Debimos haberlo parado, aunque incluso ella dejó de darle importancia. Era solo un simple gesto; todos lo hacen. Es muy sencillo: solo colocas el dedo corazón sobre el índice, bien para mentir como un bellaco, para que la nota del examen de Química sea al menos un cinco o simplemente para atraer esa dichosa fortuna que parece que se nos escapa.

No es más que un gesto estúpido, pero hay que tener en cuenta que existen leyendas sobre lo que fue o pudo haber sido; leyendas que desconocemos sobre las cosas de ahora y cómo eran antes, sobre esos gestos monótonos con significado oculto y el origen que pudieron tener. Existen leyendas que dejamos a medias y volvemos a escribir, porque hay historias que esconden tanta oscuridad que dejarlas convertirse en algo que se contara sería mortal. Pero las leyendas, o al menos las partes ciertas, nos podrían acabar condenando si desconocemos aquello que bajo ningún concepto debemos hacer jamás.

Sally Miller y sus juramentos nos convirtieron en amigas y ahora son esos mismos juramentos los que nos han dejado malditas, los que nos han condenado.

Pensaba que solo eran cuentos hasta que todos esos monstruos comenzaron a pedirme cuentas por aquellas leyendas, que no debimos despertar.

Oh, por cierto, no me he presentado. Yo soy Lena Harris y, por si no lo habías notado aún, estoy muerta.

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Capítulo 2: La muerte de Lena Harris

La mañana de mi muerte esperaba a Skye sentada sobre el muro de mi casa. Skye me había hecho el enorme favor de pasar a recogerme después de que el imbécil de mi hermano se llevara el coche. Tenía una entrevista dentro de dos semanas en Nueva York y, en vez de comprar el billete de avión y partir dos días antes, había decidido hacer un viaje en coche con varios amigos (cabe decir que jamás terminaría ese viaje, pues mi muerte le obligó a volver solo unas horas más tarde de aquel pensamiento enfadado mientras esperaba helada de frío en ese muro). Así que no tenía coche y Skye y su novio, Caleb, me hacían el favor de pasar a por mí.

Caleb y Skye han sido amigos desde la más tierna infancia y desde que entramos al instituto se han gustado. El año pasado, por fin, Caleb se atrevió a pedirle salir.

Llegaron a por mí, me llevaron al insti y cada uno se fue para su clase. Hasta aquel momento todo me pareció un día más, aburrido y monótono, pero fue a cuarta hora, después de la comida, cuando todo se convirtió en un infierno.

Estábamos en el pasillo. Sally hablaba con Anya sobre la fiesta del viernes próximo, Beverly y yo nos quejábamos del examen de Literatura, que había sido demasiado difícil, y Caleb y Skye discutían sobre las respuestas del examen tipo test de Economía. Fue entonces, entre tantos quehaceres cotidianos, cuando oí el primer disparo.

Todos nos echamos al suelo y nos cubrimos las cabezas. Intentamos ver que todas estábamos bien, que estábamos cerca. Entonces Caleb reaccionó, cogió a Skye, ayudó a las demás a ponerse en pie y echamos a correr.

No sabíamos qué pasaba, pero no era necesario quedarse para averiguarlo.

Mientras corríamos, las alarmas de incendios sonaron y vimos el humo. Estábamos en la cafetería cuando sonó otro disparo, que nos devolvió al suelo.

Pero el hombre no disparaba a las estudiantes, sino a unas enormes manchas de gasolina que había en el suelo.

Estábamos muy asustados. El humo empezaba a cubrirlo todo y costaba respirar cada vez más, pero teníamos que salir de allí.

—Chicas, venga —dijo Sally; parecía que no había perdido su dulzura a pesar de todo—. Vamos a salir de esta. Venga, vamos. —Entonces cruzó los dedos. Todas lo hicimos porque era nuestro símbolo, porque podías atraer a la suerte y pedir deseos, y pedimos salir con vida de allí.

Caleb estaba atento, miraba a todas partes. Había empezado a romper tiras de su camisa para que nos cubriéramos las bocas cuando una viga se cayó justo donde estábamos Anya y yo. Caleb nos apartó, consiguió tirar de Anya hacia sí, pero yo caí de espaldas y la enorme viga me dejó separada de mis amigos. Abruptamente tuvimos que descruzar nuestros dedos, sin haber terminado las promesas, y yo me quedé apartada, rodeada de llamas y escombros humeantes.

Caleb cubrió las bocas de todas. Yo lo veía; el chico me hacía gestos para que yo hiciera lo mismo.

El fuego ardía con más fuerza y el lunático que lo había provocado estaba en mitad de la cafetería, envuelto en llamas, pero no parecía inmutarse.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Caleb en tono muy calmado.

—¡No podemos irnos sin Lena! —le gritó Skye. Conocía a mi amiga; sabía que moriría conmigo antes que dejarme sola.

—¡Los bomberos tienen que estar ya fuera. Entrarán a por ella, pero si nos quedamos moriremos todos!

—¡No me voy sin Lena, Caleb! —La chica cruzó los dedos y me miró—. ¡Lo he prometido! —En ese momento Caleb le dio un manotazo, rompiendo el vínculo.

—¡Me importan una mierda tus promesas! ¡O salimos nosotros o morimos los seis aquí!

—¡Caleb! —le grité y asentí. Me daba pánico quedarme sola, pero no podía permitir que todos murieran por mi culpa, así que Caleb sacó a las chicas de allí. Todas protestaban, pero se movían, aunque fuera entre esas lágrimas y protestas. Skye fue más difícil. Caleb tuvo que cargarla al hombro para poder sacarla de aquel infierno.

No sé qué pasó luego (mis amigos se marcharon y todavía estaba viva, así que no pude ver como fantasma qué hacían), pero cuando los servicios de emergencias entraron a buscarme yo ya estaba muerta. El humo me había dejado inconsciente poco después de que se marcharan y las llamas me habían abrasado el setenta por ciento del cuerpo.

Lo primero que escuché, tras convertirme en fantasma, fueron los llantos de mis amigas y la voz de Skye gritando: «¡Lena!». Pero Lena Harris ya había muerto.

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El incendio fue provocado por Marcus Turner, un enfermo mental que se escapó en la madrugada del sábado del hospital psiquiátrico que está a cinco kilómetros del instituto por la carretera del bosque, muy alejado de todo. Turner vagó por el bosque durante cuatro días hasta que el miércoles a primera hora dio con el instituto.

Marcus estaba diagnosticado de paranoia y psicosis. Afirmaba oír voces perversas que le daban órdenes. Además, desde pequeño había tenido un trastorno asociado al fuego. Nadie sabe el porqué, pero incendiaba cosas continuamente. Y aquella mañana incendió nuestro instituto.

Aquel pirómano murió abrasado por las mismas llamas que se llevaron mi vida y la de siete estudiantes más, aparte de tres profesores y el bedel. En una carta que dejó antes de hacer tal cosa, afirmó que las voces le dijeron que debía quedarse dentro, porque siempre había incendiado hormigueros y lugares donde él no entraba. En la carta explicaba bien que esas voces le decían que era más divertido ver cómo las hormigas (es decir, nosotros) se quemaban desde dentro. No era igual ver simplemente cómo salían despavoridas, muertas de miedo o en llamas. Las voces querían vernos atrapados.

Así que Marcus Turner cumplió la misión de las voces: murió abrasado mientras me veía a mí ser consumida y mientras veía a mis amigos correr muertos de miedo, sin más alternativa que dejarme atrás, que dejarme morir.

Durante mi funeral vi muchas caras amigas, gente que hacía siglos que no veía, gente que lloraba. Vi a Skye, Beverly, Sally, Anya, Caleb y a muchos otros compañeros de clase.

Skye se echaba las culpas. Todos lo hacían, sobre todo Caleb. Pero yo no los culpaba ni estaba enfadada. Todo lo contrario, me sentía bastante feliz porque solo tuviéramos que lamentar mi muerte.

No vi ninguna luz blanca, no vi a Dios ni el paraíso. Supuse que me quedaban asuntos pendientes, pero ¡por amor de Dios! ¡Tenía diecisiete años! Me quedaban miles de cosas pendientes: pillar mi primera borrachera, ir a la universidad, estrellar el coche de papá, echarme un novio formal, incluso tener sexo. No había cumplido la famosa lista de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro… La lista era interminable, así que no comprendía por qué no veía la luz.

Me habían quedado muchas cosas por hacer, pero no estaba apenada. Había aceptado la situación con resignación y entereza y ahora solo quería irme a ese lugar mejor, pero no podía. No podía porque ahora yo estaba muerta y todas ellas estaban malditas.

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
172 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9788417845476
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
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