Kitabı oku: «Cuentos fantásticos para dormir monstruos», sayfa 2
Capítulo 3: Cosas extrañas
Skye
Lena Harris había muerto, de eso ya no cabía duda, pero lo que yo me preguntaba ahora es qué pasaría con todas nosotras, con Anya, Sally, Beverly, Caleb y conmigo.
Había muerto porque un chalado había prendido fuego al colegio, vale, pero una parte de mí se echaba las culpas.
Las semanas pasaban y nuestras culpas no se reducían. No lo hacían ni lo harían ya nunca. Veía a Lena gritar entre todas esas llamas y me levantaba sobresaltada y empapada en sudor.
No había pasado ni un mes desde que Lena murió cuando los sucesos extraños y sin explicación comenzaron a dar martillazos en nuestras vidas.
Al principio pensé que era Lena desde el más allá, con su larga melena negra, su figura enclenque y delgaducha y su piel pálida. Mi sarcasmo me jugaba malas pasadas y a veces pensaba para mis adentros que la Lena viva no debía de tener un aspecto muy diferente al de la Lena muerta. A no ser que su fantasma tuviera el aspecto de su cuerpo calcinado.
Esos pensamientos me hacían sacudir la cabeza y cerrar los ojos con fuerza, aunque las jaquecas no se iban ni los malos pensamientos tampoco.
Como iba diciendo, los sucesos extraños empezaron a sucederse tres semanas justas tras la muerte de nuestra amiga. Al principio no era nada destacable, solo ruidos, olores rancios y fuertes, objetos que cambiaban de sitio. Lo típico que haría un fantasma.
Nos lo tomamos con humor y sarcasmo. Hasta Caleb se disfrazó de cura y fingió bendecir nuestras casas e incluso, con toda la tristeza y las cosas extrañas, nosotras seguimos con nuestras vidas.
Anya, la deportista empedernida, empezó a entrenarse con más fuerza; Beverly se encerró e intentó fabricar algún trasto, como si eso nos devolviera a Lena; Caleb comenzó a pintar cuadros con furia sobre óleos desprevenidos que no veían venir las oleadas de pintura, que eran descargadas con fuerza; Sally se dedicó a estudiar sin cesar y yo me puse a escribir. Al principio cosas muy macabras, pero con el paso de los días y tras terminar varias historias cortas de terror, empecé a escribir la vida de Lena, su breve vida.
Todo esto sucedía a la par que los sucesos extraños se iban acentuando. Ya no solo eran cosas movidas de sitio. Empezamos a encontrar mensajes en la pared, cosas rotas y animales silvestres muertos que aparecían en nuestras casas.
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Pensé que podía ser una broma o una venganza de alguien que nos echara las culpas por lo de Lena, pero la realidad era que los únicos que nos culpábamos y señalábamos con el dedo éramos nosotros mismos.
Una noche que nos quedamos todos a dormir en casa de Sally, algo muy extraño pasó.
Nos contábamos los sucesos misteriosos de la semana mientras nos preguntábamos por qué solo a nosotras. Caleb parecía no sufrir esos acosos fantasmagóricos. Contábamos historias, llorábamos por nuestra amiga y bebíamos de una petaca que Bev y yo habíamos comprado. Hasta Sally, con lo buena que es, empinó el codo aquella noche, la noche en la que decidimos ir en busca de respuestas.
Era de madrugada cuando me levanté, dispuesta a ir a la tumba de Lena a preguntarle si sabía quién nos hacía eso.
Mis amigas intentaron impedirlo, pero pronto ellas acabaron sumadas a mi loca idea.
Caminamos en pijama hasta el cementerio donde por siempre quedaría nuestra amiga. Cuando llegamos me arrodillé sobre su tumba y comencé a gritar, pidiendo explicaciones y llorando a moco tendido por un ser querido que jamás volvería, por mucho que yo me enfadara.
—Skye, déjalo ya. Lena no va a responderte. Es tarde. Volvamos a casa de Sally. —Pero seguí gritando y llorando hasta que algo me agarró del brazo.
Me aparté violentamente y caí de culo. Me arrastré de espaldas por el suelo hasta mis amigas, que también habían empezado a retroceder.
Si no hubiera sido por las marcas de dedos que a la mañana siguiente había, en un color morado, por todo mi cuerpo, habría pensado que el whisky barato me había jugado una muy mala pasada. Pero no era así.
Allí había algo y no era Lena.
Nos rodeó y pegó a todos durante un rato hasta que Sally se recostó sobre la lápida de nuestra amiga muerta, llorando con fuerza. Entonces los golpes cesaron y el aire se quedó menos denso. Hasta ese momento la sensación era igual que la de la cafetería el día del incendio. La misma asfixia.
Al darnos cuenta de que todo había terminado, cogí la mano de Sally y las demás me siguieron. Salimos del cementerio y volvimos a casa casi corriendo.
Cuando estábamos en el cuarto, abrazadas a las almohadas y llenas de barro, fue cuando Anya habló:
—Desde que Lena murió pasan cosas horribles.
—Al principio pensé que era cosa de ella. Nos movía las cosas de sitio en vida; tenía su propio orden. ¿Por qué no lo haría en muerte? —Bev casi parecía esperanzada. Debo admitir que yo también deseé que fuera ella, al menos al principio. Luego me di cuenta de que si estaba aquí era porque le quedaban asuntos pendientes y ni muerta podía descansar en paz.
—Lena no nos haría eso cuando hemos ido a verla — dije con tono enfadado y asustado.
—Mirad, yo soy muy supersticiosa, ya lo sabéis, así que propongo ir a una… adivina, bruja, vidente. Como queráis llamarla. Podría darnos norte. Saben mucho sobre fantasmas y maldiciones.
—No estamos malditas, Anya. —Sally parecía asustada.
—Sí, claro. Y ya de paso que nos lea las cartas y nos diga con quién nos casaremos —respondí con sarcasmo. No quería ir a esa estupidez; pensaba que no pasaba nada.
—Mirad, vamos a dormir. Es el síndrome postraumático. Seguro que no ha pasado nada. Estamos borrachas y tristes. Todas a dormir. —Sally quería seguir con su bondad y positividad, esa que más de diez años atrás nos había unido, pero ahora parecía imposible.
A la mañana siguiente, cuando vimos todos aquellos moratones y marcas de dedos, cuando vimos los arañazos y fuimos conscientes de los rasgones y de nuestra propia sangre en la ropa, fue cuando decidimos que Anya podía llevar razón.
—Puede que Caleb no haya servido como exorcista —dije con sarcasmo mientras me ponía los pantalones.
—Puede que no —dijo Beverly—, pero sea lo que sea lo que Caleb no ha podido echar, no es Lena. Y tampoco le caemos bien.
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Lena
Observé con impotencia cómo las chicas eran azotadas junto a mi tumba por algo. Algo que ni yo sabía qué era, pero que las golpeaba, les hacía daño.
Skye solo quería hablar conmigo; ella gritaba y yo también. Le gritaba que la quería y que sabía que no tenía culpa, le gritaba que no tenía respuestas y que ya no sabía qué preguntas formular, pero cuando esa cosa llegó les grité que se marcharan.
Sally cayó sobre mi lápida y esa cosa flaqueó. Entonces pude retenerla. Las chicas se marcharon, pero esa cosa volverá y no lo hará sola.
No sé qué cojones es ni por qué las persigue, pero ver cómo eran atacadas, saber que están en peligro, me dio que pensar. No veo la luz porque debo cuidarlas.
Me alegra que vayan a por respuestas porque yo tampoco entiendo nada y me siento sola.
Suelo ir a mi casa, pero mamá llora, llora sobre mi cama. Papá no para de beber y mi hermano no está nunca. Desde que me fui no para de conducir en círculos, como si ya no importara no llegar a ninguna parte.
No puedo ayudarles porque ya no pertenezco a ese mundo, pero puedo ayudar a mis amigas porque, sea lo que se lo que las persigue, está claro que pertenece a mi nuevo mundo.
Capítulo 4: El pasado oculto de las maldiciones pasadas
Skye
Después de los acontecimientos de las últimas semanas, no pude negar que las supersticiones de Anya podrían ser ciertas. Aun así, y con el miedo que nos atenazaba, decidí que no quedaba más remedio que asistir con mis amigas a esa adivina de la que Anya no dejaba de hablar.
Tras recordar todo cuanto había pasado y todo lo que nos había traído hasta este ahora inverosímil, Anya, Sally, Bev, Caleb y yo llegamos a la puerta de una adivina.
—Sigo pensando que esto es una tontería, un engañabobos —dije con enfado.
—¿Se te ocurre alguna idea mejor? —Anya parecía enfadada. Bueno, es muy enfadica; se molesta por nada. Levanté las manos y torcí el gesto mientras me alejaba de una Anya molesta. No le gustaba que no me tomara en serio sus creencias.
—Anya, Skye tiene derecho a decir lo que piensa. Además, tienes que admitir que ir a ver a adivinos para deshacer maldiciones no entraba en nuestro plan académico del año.
—Ya, solo se consideraban los libros y morirse de aburrimiento. Esto es mucho más excitante y real. Puede incluso que si me dice algo halagüeño me lo monte con Caleb en la mesa de esa bruja.
—¡Skye, esto es serio! —Anya parecía cada vez más molesta. Yo me limité a poner los ojos en blanco y coger la mano de Caleb.
—¡Sí, Anya, lo es, pero Skye tiene razón! —chilló de pronto Bev.
—¿En que sería divertido montármelo con Caleb en la mesa de la bola o en todo lo demás? —Beverly se rio y Sally hizo una mueca.
—En todo lo demás. Caleb no ha visto nada; puede que solo sean imaginaciones nuestras. Estamos asustadas y tristes. Y Caleb es un santo por aguantar esto.
—Sois mis amigas y estoy muy preocupado, sobre todo por ti —dijo cogiéndome del mentón y dándome un beso en los labios.
—Mirad —dijo Sally al fin; sin duda, era la única que ponía paz—. Puede que solo estemos asustadas o puede que no, pero debemos hacer lo posible por que todas nos quedemos tranquilas. Y empezaremos por Anya. Ella necesita hacer esto para sentir que pasa página y vamos a apoyarla. —Supongo que Sally tenía razón. Sería una buena psicóloga.
—Vale. Yo para pasar página necesito unas cervezas. Espero que después de esto me acompañéis al bar. —Todas se rieron y yo fui la primera en entrar.
—Cuenta conmigo, Skye —dijo Beverly, entrando justo detrás de mí.
—¿Y eso de enrollarnos en la mesa de la adivina queda descartado, nena? —preguntó Caleb entre risas y siguiendo a Bev.
—No, no queda para nada descartado.
—Puede que nos cobren un plus. Ya sabes, a lo mejor eso de enrollarse en su mesa se cobra aparte. —Beverly se rio de su propio chiste y todos hicimos lo mismo.
—Si eso te ayuda a pasar página, Skye, yo te presto el dinero. —Sally fue la última en entrar. Cerró la puerta tras de sí y se volvió para ver la estancia.
Era una sola habitación, llena de telas de colores y cosas brillantes, muy adornada con cabezas disecadas, alfombras por todas partes y cortinas caídas de forma casual, así como multitud de estantes con libros y frascos.
Una mujer salió de una de las habitaciones, provocando un sonido al hacer moverse las cortinas, llenas de abalorios que colgaban.
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La mujer nos miró con ojos como platos y parecía asustada. Anya se adelantó para intentar hablar con ella y darle la mano, pero la mujer retrocedió como si, en vez de una chica de diecisiete años, le intentara dar la mano un leproso.
—Hola. Soy Anya Owens y estas son mis amigas. Verá…
—Venís a pedir ayuda. Algo os ronda, puedo sentirlo. Está pegado a todos vosotros.
—En eso se equivoca. A Caleb no le ha pasado nada extraño —dije mientras me apoyaba en el marco de la puerta.
—Skye, eso no significa que no esté tan maldito como las demás. —La mujer acababa de decir mi nombre. Todos nos pusimos rectos y la miramos con ojos como platos.
—¿Cómo demonios…?
—Has venido a una adivina y espiritista. ¿Qué esperabas? —La mujer parecía reírse, aunque el miedo en sus ojos no había disminuido—. Lo que os ronda no es bueno. Es una mala suerte, un demonio de las promesas.
—¿Cómo dice? —preguntó Anya asustada.
—Sally Miller, te encanta pedir deseos y promesas con los dedos cruzados y entrelazados. Era tu amuleto porque te sacó de la soledad, pero por culpa de eso estáis malditas y condenadas. Corréis un grave peligro.
—Anya, ¿dónde cojones nos has traído? —preguntó Beverly asustada.
—No había visto a esta mujer en mi vida. No sé qué está diciendo.
—Estoy diciendo… —La mujer se alteró, se acercó a Anya y la zarandeó por los hombros como si quisiera que entendiera—. Estoy diciendo que habéis usado una antigua leyenda, un mito, un ritual que no entendíais y ahora tenéis que pagar las consecuencias. Los monstruos que habéis liberado os pedirán cuentas y pagaréis por el pacto que habéis roto.
—Mire, toda esa palabrería asusta que te cagas, pero déjese de tonterías y cuéntenos de una vez qué demonios pasa. —Caleb parecía enfadado.
—Lena Harris. Eso pasa. —Me tensé y noté que las demás hacían lo mismo. Empezamos a respirar mucho más rápido y a sentir una extraña presión—. Habéis roto un pacto y dejado un ritual a medias.
—¡No hemos hecho ningún ritual! ¡Somos unas gilipollas que dejaron a una amiga sola! Pero no hemos hecho nada raro. —Beverly parecía enfadada. La culpabilidad suele hacer que la gente se enfade.
—Dejadme explicaros algo, pero no os asustéis. Sally os unió con promesas y dedos cruzados. Cuando os conocisteis, os prometisteis no abandonaros nunca y apuesto a que cuando estabais en mitad de aquel infierno os prometisteis lo mismo. ¿Cruzasteis los dedos para atraer la buena suerte?
—Sí —contestó Sally—, pero siempre lo hacemos. Es nuestro sello.
—Pero es algo más que eso. Cuando se hacen promesas tan importantes hay que tener en cuenta el peso de esas leyendas. Los monstruos son reales y las leyendas también. Y vosotras habéis jugado con fuerzas que no entendíais. Ahora debéis pagar el precio.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a una antigua tradición. Todos lo hacemos, pero rara vez dejamos el rito sin terminar. Vosotras sí. Os gusta cruzar los dedos y todo tiene una historia. Se supone que dicho gesto representa una cruz, que aleja todo lo malo y atrae todo lo bueno. Primero se creía que era una tradición cristiana, pero solo era el símbolo que usaban los esclavos que traían de África. Cuando se convertían al catolicismo, hacían ese gesto para santiguarse. Pero el origen del cruce de dedos dentro de la superstición es precristiano. De hecho, los católicos rechazaban todas esas creencias. Era algo pagano. Se creía que protegiendo el dedo pulgar con los otros dos dedos se atraía lo bueno y se alejaban a los malos espíritus, aquellos que no tienen buenas intenciones. También se hablaba de que todo esto tenía su inicio en la unión de los dedos índices de dos personas. Dicho gesto era para promesas y buena suerte. Era la unión perfecta, como lo es la cruz o figura que hacen nuestros dedos al juntarse. Pero hay una parte que nunca cuentan: si esa unión se rompe, si el vínculo se abre antes de que hayamos terminado el deseo o de forma abrupta, antes de que podamos alejar a los espíritus, si eso ocurre todos esos… seres que nos rondaban se quedan. Se quedan y traen consigo cosas malas, cosas muy malas. En medio de aquel incendio, algo o alguien os hizo romper la unión, el vínculo perfecto, antes de alejar a todos los espíritus. ¿Quién fue?
—Yo —dijo Caleb muy serio y pálido—. Todo ardía y ellas solo cruzaban los dedos. Yo…
—Tranquilo, chico. No lo sabías. Hace cientos de años la Iglesia se encargó de destruir todo lo que hacía referencia a las consecuencias de romper el vínculo. Era una tradición pagana en la que, de pronto, estaban inmersos el bien y el mal, algo muy asociado a la religión. Pero lo que no sabían entonces es que toda religión o todo ateísmo se asientan sobre el bien y el mal. El mal no tiene distinciones y todos creemos en esa relación. Pero la Iglesia veía una amenaza en todo aquello, así que quemó todas las escrituras y, con el paso de los años, se ha convertido un gesto que se hace en momentos ridículos, como ver las notas de un examen, y nunca sueles romper el vínculo hasta ver la nota o terminar de mentir o pedir tus deseos. Pero habéis ido más allá.
—¿Cómo sabe todo eso si los escritos se destruyeron? —preguntó Sally con dificultad.
—Porque no puedes destruir el conocimiento de una mente sino matando al portador de dicha sabiduría. Un antiguo monje, conocedor de todo, volvió a escribirlo, guardando el libro en secreto como uno de los libros paganos más importantes que la historia ha tenido. Pocos saben de él. Se guarda en la biblioteca del Vaticano como algo funesto que no debe repetirse. Pero se hicieron copias antes de que cayera en manos tan secretas. Yo me dediqué durante años a informarme de mitos y tuve en mi poder una copia, que leí casi en su totalidad y que después escribí tal y como recordaba.
—Vale. Suponiendo que la creyera, ¿qué pasa cuando alguien rompe el vínculo?
—Esa no es la pregunta correcta. —Sally parecía asustada—. La pregunta correcta sería cuántas leyendas hemos despertado.
—El día que nos hicimos amigas, en casa de Sally. Allí prometimos… Juramos con nuestros dedos unidos que jamás nos abandonaríamos. —Anya miró a Sally y cerró los ojos con fuerza.
—Solo era un juego de niñas. —Beverly se acercó a Anya y le cogió el hombro. Anya la apartó y se llevó las manos a la cabeza.
—¡Un juego que debimos haber parado, Bev!
—Solo estábamos haciendo algo que hacía feliz a Sally y luego algo que nos unía a todas. —Ahora parecía que era Beverly la que intentaba poner calma, tranquilizar a Anya, pero no parecía dar resultado.
—Nadie podía haberse imaginado que esa unión nos llevaría a todas juntas a la tumba. Tendremos funerales conjuntos, al menos.
—Skye, Lena ha muerto y ahora nosotras estamos malditas.
—Anya, no has dejado a esta mujer contar qué es lo que ocurrirá. Puede que no sea tan malo. —Sally se acercó a ella, pero fue rechazada con un fuerte manotazo—. Disculpe, todas estamos un poco alteradas. Puede continuar.
—Me temo que sí es malo, queridas niñas. Es muy malo. Hay dos maldiciones en vuestro caso. Habéis roto un juramento con una amiga que ahora está muerta, así que los espíritus os perseguirán hasta que paguéis por ello.
—El castigo por abandonar a una amiga era no tener amigas nunca más —dijo Sally—. Eso acordamos.
—Sí, pero esa amiga abandonada está muerta. Esos espíritus de los juramentos reciben el nombre de muiss. Son famosos por ser fantasmas que solo observan y guardan las promesas. Las leves las castigan con un herpes, pero sé de promesas gordas que fueron incumplidas y de personas que fueron torturadas hasta la muerte por los muiss. Son espíritus de gente que lleva mucho tiempo muerta, que ha olvidado su asunto pendiente y, como no pueden cruzar y están en el limbo, se dedican a solucionar los asuntos de otros. Pero están enfadados y, cuando no consiguen arreglar esos asuntos, se frustran y se vengan. Podría no pasaros nada o podrían descargar sobre vosotros una enorme furia. Aunque no son ellos los que me preocupan. No han matado a nadie, al menos no directamente. Gente que no sabía lo que pasaba y moría de miedo o cosas así. Les gusta ver a la gente sufrir como sufren ellos. No os matarán. Lo que me preocupa es el vínculo perfecto que rompisteis en aquel incendio. Ahí no son muiss, son demonios, todo tipo de demonios. Algunos desterrados a la Tierra; otros que salen de lo más profundo del infierno. Han visto una puerta abierta y harán lo que sea por conseguir aquello que más ansían, algo que poseer para ser humanos. Y os matarán si es necesario. A todos.
—Pero Caleb no forma parte de nuestros juegos —dije preocupada.
—No, y por eso no ha sentido nada. Los muiss son los que os están moviendo cosas de sitio y Caleb no tiene relación con ellos. Pero lo que os atacó en el cementerio no eran muiss, eran demonios, y esos sí que perseguirán a Caleb. Él rompió el vínculo y, según la leyenda, él tiene que cerrarlo. Si los demonios os quieren muertas irán a por él, lo poseerán y os matarán usando a Caleb. Y luego, cuando no quede vida en vuestro cuerpo, pero aún se pueda salvar algo, ocuparán vuestro lugar. Estaréis muertas, pero nadie lo sabrá porque vuestro envoltorio tendrá otro huésped.
—El lobo que se disfraza de oveja. —Sally hablaba entre dientes, pero todos la entendimos y asentimos.
—¿Qué podemos hacer? —Anya sacó una libreta y pidió a la mujer que nos indicase qué hacer.
—Es como la güija. Si no dices adiós, te persiguen. Solo tenemos que decir adiós. —Bev parecía muy convencida con su teoría.
—No. La güija es algo concreto, pero esto no lo es. Habéis roto el vínculo y jamás podréis cerrarlo y volverlo a abrir sin más. Podéis cruzar los dedos todas las veces que queráis, que no funcionará. Ya no aleja el mal, ya no hace nada. Está roto.
—¿Cómo lo arreglamos? —Caleb me miró y me cogió la mano con fuerza.
—Me temo que solo puede arreglarlo quien lo rompió.
—¿Yo? —La mujer negó con la cabeza.
—No, tú hiciste que se rompiera. Y créeme: lo pagarás.
—Lena. Se rompió para todas, pero Lena lo pagó y solo ella puede arreglarlo. —Sally levantó la mirada inquisitiva hacia la mujer—. ¿No es así?
—Sí, así es. Lena Harris pagó por ese vínculo roto y solo ella puede arreglarlo.
—Genial. Pero ¿cómo? Está muerta. Muerta y bajo dos metros de tierra. ¡A estas alturas tiene que estar comida por los malditos gusanos, joder! —Caleb me cogió del brazo y me hizo retroceder—. Vale, ya me calmo, pero que me calme no hace que Lena deje de estar muerta.
—Hay una forma, pero no os va a gustar. Los muiss no serán un problema. Os atormentarán, pero en cuanto solucionéis el problema con la promesa rota, incluso ellos desistirán. Aquella que inició esto debe hablar con Lena. Podrá hacerlo, pero no uséis la güija. No, hay formas de hablar muchos mejores. Lena no ha podido irse, así que una de vosotras deberá morir por unos minutos, lo justo para hablar con Lena y cerrar el vínculo. Es sencillo inducir una muerte falsa. Dame esa libreta. Os daré lo necesario para hacerlo. —La mujer apuntó todo en la libreta y se la devolvió a Anya—. Os pondré también algunos ingredientes que no encontraréis. —La mujer desapareció tras unas cortinas y al rato volvió con una bolsa llena de frasquitos y cosas extrañas—. También he apuntado cómo se deben ingerir. Todo está ahí. Una última cosa: intentarán poseer al chico y, si lo consiguen, os matarán a todas usando su cuerpo y luego os poseerán. Si la cosa se pone fea, no dejéis que pase. No dejéis que el demonio, usando a Caleb, os mate. Solo pueden poseer de manera indefinida el cuerpo de una persona si esta lo permite o si ha sido asesinada por un poseído. Poseer un cuerpo con otro huésped es incómodo y a Caleb no podrán matarlo, solo usarlo de marioneta. Poseen a Caleb de manera temporal para poder poseeros a vosotras para siempre.
—Si eso ocurre, chicas, matadme antes.
—Eso no ocurrirá. —Caleb me dio un beso en la frente y asintió.
—No, no ocurrirá. Pero estamos hablando no solo de que todas acabéis muertas, sino de que haya cuatro demonios con cuerpo de adolescente haciendo lo que quieran, y eso no podemos permitirlo.
—Caleb, en caso de que todo fracase —dijo la espiritista cuando estábamos a punto de marcharnos—, tú eres el que ha roto el vínculo, tú eres la marioneta, pero una vez que las chicas mueran y sus cuerpos sean ocupados quedas libre. Los demonios serán mortales. Solo tienes que matarlos, aunque estén en el cuerpo de las chicas, y ellos volverán a su estado original, solo que esta vez no podrán hacerte nada. Incluso si te matan, tu cuerpo no podrá ser ocupado porque les sirvió de marioneta, así que es impuro.
—Lo tendré en cuenta. Gracias por su ayuda.
—Espere. —La mujer ya se marchaba y nosotros también cuando Sally se volvió—. ¿Qué se supone que debo decirle a Lena? Sé que tengo que ir yo porque tengo la culpa de todo. Era mi juego, mi manía y mi ritual. No supe parar y estamos en esto por mí. Yo debo ir a ver a Lena. ¿Qué debo decirle?
—Lo sabrás cuando la veas o cuando empieces a hablar con ella, cuando ambas partes se comuniquen. A veces no vale lanzar un mensaje al aire. En ciertas ocasiones es necesario que todos nos escuchen.
Caleb cogió a Sally por el brazo y todos salimos de allí, con los demonios en los talones y las maldiciones pasadas martilleando sobre nuestras vidas, empeñadas en sonar a presagio de muerte.
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