Kitabı oku: «Morrigan», sayfa 2
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LA LLEGADA A NAOSTUR
â¿No deberÃas despertarla, ahora?â
âEs tan dulce verla dormirâ
â¿Has enloquecido? No hablarás en serio, Saraâ.
SentÃa la voz de dos chicas.
¿Quiénes eran?
¿Qué querÃan?
Deseaba que se fueran y me dejaran dormir.
¡Para siempre!
No querÃa despertar, estaba muy bien donde me encontraba.
â¡Basta ya!â. Ordenó una voz dulce y al mismo tiempo autoritaria. Era un muchacho y por su timbre de voz debÃa de ser de mi edad o un poco mayor. No lo pensé demasiado. Mi cerebro reclamaba a cada intento de hacerlo funcionar.
â¡Por fin has llegado!â, dijo la primera muchacha, la que parecÃa más decidida e inflexible.
âVáyanse, déjenme solo con la nueva arribadaâ.
âClaro, Jefeâ, respondieron las muchachas, a coro, sonriendo.
Sentà pasos que se alejaban, alguna palabra susurrada y la puerta que se cerraba con un rechinar fastidioso.
Por fin me quedé sola.
¿O estaba equivocada?
Algo caliente se acercó a mi rostro. Se olÃa como el aire de la montaña.
En un determinado momento esta cosa, se acercó a mis labios, y en ellos se posó.
Fue entonces cuando entendà que aquello era un beso.
El beso más intenso que habÃa recibido hasta ese momento. Mis labios se movieron de manera involuntaria. Se abrÃan y se cerraban siguiendo a sus labios. Era como oxÃgeno. Buscaba ávidamente aquella boca, como si de ella pudiera tomar fuerza.
Como si pudiera volver a la vida.
Un ligero sacudón eléctrico recorrió cada centÃmetro de mi cuerpo, poniendo en movimiento los engranajes.
Los labios misteriosos se separaron de los mÃos. Sacudà los ojos, y me senté de golpe, bostezando.
â¡Estate un poco atenta!â
âD-disculpaâ, balbuceé. Me habÃa levantado tan rápido que casi le golpeé la cara. Se encontraba a pocos centÃmetros de mà y era el chico más hermoso que jamás hubiera visto. Sus ojos eran negros como la noche, los cabellos rizados, despeinados y negros, parecÃan tan suaves que hubiera querido acariciarlos.
Me di cuenta que no podÃa parar de mirarlo, con la boca abierta, y traté de disimular mi vergüenza lo mejor que pude.
âDebo aclararte las cosas rápidamenteâ, dijo con seriedad, â¡Estás muerta! Ahora te encuentras en el Otro Mundo. Te desperté con un beso yâ¦â
âPara, para, para. Una información a la vezâ. Lo frené alzando la mano. âComencemos desde el inicio. Antes que nada no creo estar muerta, dado que estamos hablando y te estoy mirando a los ojos. En segundo lugar, ¿quién eres tú? Y ¿qué es esta historiaâ¦bueh, del beso?â.
Notó que las mejillas se me habÃan enrojecido e hizo una sonrisa que me erizó la piel. ParecÃa un terrible cazador que gozaba al ver a su presa enjaulada, sin ninguna puerta de salida.
âSÃ, está bien, tienes razónâ. Se aclaró la garganta. âMe llamo Gabriel, y soy el ángel de la muerte. Por cuanto pueda parecerte absurdo te besé, porque tengo la mala fortuna de hacer morir a la gente, y, en casos raros, de revivirlaâ
â¿Ãngel de la muerte? Esta sà que es buenaâ. Me largué a reÃr. âAún estoy soñando, debo, sin lugar a dudas, despertarmeâ
Comencé a pellizcarme el brazo, pero el efecto que obtuve no fue el esperado. No me desperté en mi cama, como cuando habÃa tenido aquella terrible pesadilla, la noche anterior.
¿Entonces lo que me habÃa dicho era verdad?
¿Aquello era el más allá?
Si estaba muerta, ¿por qué el pellizco me habÃa hecho daño?
Miré a mi alrededor, despistada. La habitación estaba toda recubierta en madera. Una banderola estaba tapada por cortinas azules, haciendo juego con las sábanas y las alfombras.
Enarqué una ceja y pensé que en cuanto a decoración les faltaba, definitivamente, mucha fantasÃa.
Junto a la cama, a mi izquierda, habÃa un enorme espejo, y en aquel preciso momento pude ver mi reflejo. El rostro pálido, los cabellos más largos y más negros. Usaba aún la remera blanca con la mariposa rosada y los pantalones cortos y negros.
Y mis All Star.
âLo siento, sé que es difÃcil de aceptar, pero estás muerta de verdadâ, y con un gesto automático de circunstancia, me posó una mano en el brazo como si quisiera consolarme. Sentà un escalofrÃo a lo largo de la espalda, una mezcla de miedo, horror y atracción.
Era como si pudiera tener algunas informaciones, en forma de sensaciones, sobre mi vida. Hubiera podido jurar que sintió también él esa especie de sacudón porque me miró bombardeándome por una fracción de segundo los ojos negros, casi irritados, y retiró, rápidamente, la mano.
âOk, escuchaâ, dijo él retomando su discurso anterior, âte encuentras en un lugar llamado Naostur. Deberás comportarte en cierta forma de ahora en más. Este no es el mundo en el que estás habituada a vivir, aunque se asemeje bastanteâ.
â¿Estoy en el paraÃso?â
Gabriel comenzó a reÃr âSofÃa ¿qué dices? Estás solamente en otra dimensión. Naostur es una especie de mundo paralelo. La única diferencia es que aquà el sol ilumina solo una parte de las tierras, el Reino de Elos. En la otra parte, el Reino de Tenot, es siempre de noche.â
Bien, tendrÃa que aprender a convivir con un sol que nunca se pondrÃa. La idea no me gustaba demasiado.
Mis pensamientos cambiaron de improviso, una campana de alarma se encendió en mi estómago.
âEspera, ¿cómo sabes mi nombre? Nunca te dije cómo me llamabaâ
âTodos saben quién eres, SofÃa. ¿O prefieres que te llama Neman?â
¿Neman? ¿Me estaba tomando el pelo?
No era para nada divertido
HabÃa apenas regresado de un viaje por los infiernos y no tenÃa ninguna ganas de bromear.
âSolo SofrÃa, graciasâ, dije en el tono más ácido que pude.
âEstá bien, SofÃaâ, dijo Gabriel, devolviéndome una sonrisa muy misteriosa, âahora escúchame, estas son las reglas. Podrás salir de aquà solo acompañada por mà o por tus hermanas: podrÃas perderte fácilmente y no deberÃas andar por la zona de las sombras bajo ningún motivo. Ni sola, ni acompañada, irás cuando estés pronta. ¿Has entendido?â, concluyó apuntándome con un dedo.
Retuve una carcajada, después de haber escuchado todas aquellas recomendaciones absurdas. Pero entendà que no bromeaba. Que todo era muy serio.
âEstá todo muy claro. Solo que te equivocas: yo no tengo hermanas.â
âEn el mundo real, eres hija única, aquà tienes dos. Sara, la custodia de los poderes de Badb, y Sonia, la custodia de los poderes de Macha.â
Me rasqué la cabeza confusa. âOk, ¿hay algo más que deba saber?â
Sin dudas era una situación surrealista. Demasiadas cosas nuevas, demasiadas reglas, demasiada confusión, demasiados cambios.
Las cartas tenÃan razón.
âSÃ, hay algo másâ dijo en tono serio. Y, al ver que mis pensamientos estaban en otra parte, me tomó con delicadeza el mentón y me hizo mirar hacia él.
Mi corazón comenzó a latir alocadamente, me tomó por sorpresa aquel gesto.
Sobre su rostro pasaron una serie de emociones: estupor, tormento y rabia. Quitó la mano y apuntó su mirado fijamente delante de sÃ, en dirección al espejo.
âHay una cosa que no debes hacer, una regla que no podrás infringirâ. Su tono me asustó. âNo debes buscarme y no debes confiarte en mÃ, no soy tu baby-sitter. No te seguiré paso a paso en tu transición. Soy el Ãngel de la Muerte, tengo un buen número de almas de las cuales nutrirme, y tengo que llevar a término una misión, por lo tanto no quiero problemas. Ademásâ¦â Se detuvo, una sombra bajó a sus ojos y calló.
âAdemás estando a mi lado solo te buscarás problemas. Hago daño a las personas que están a mi lado.â
Cerró los puños y se levantó de golpe para ir a abrir la puerta.
No pude decir nada. Aquellas últimas palabras retumbaron en mi cabeza, no lograba darles el significado adecuado.
La voz de Gabriel me hizo regresar los pies a la tierra. Estaba llamando a alguien que estaba fuera de la habitación. âSara, Sonia, pueden entrar ahora, está despiertaâ.
La primera muchacha en entrar tenÃa el cabello rojo, como el fuego, largo hasta la cintura. Sus negros ojos parecÃan los de un cuervo.
Miré a la otra muchacha. Sus cabellos también eran largos hasta la cintura, pero de un rubio claro, tan claros que parecÃan blancos. Más que nada llamaban la atención sus ojos: dos ojos de hielo, lÃmpidos y sinceros. ParecÃan tristes y además ella me recordaba a alguien. Y, como con la otra, no podÃa recordar a quién.
La muchacha de cabello blanco pasó a aquella de cabello rojo, que quedó detenida en la mitad de la habitación y me observaba con los bruzaos cruzados. Se sentó en la cama y me abrazó como una niña cuando ve a su madre. â¡Neman, estás aquÃ!â gritó.
âTal vez te hayas equivocado, me llamo SofÃaâ, dije, tratando de soltarme del abrazo con gentileza.
âCierto, Neman, sé que los humanos te llaman SofÃa. Mi nombre humano es Sara, pero cuando se dirigen a mà como Diosa me llaman Badb. Soy la guardiana del pozo sacro, custodia del conocimiento infinitoâ. De golpe, sus ojos se entristecieron. âDebes saber que lo siento mucho, debà mostrarme ante ti como Diosa, debÃas morir para poder alcanzarnos, pero ahora estás aquà sana y salva. No me odias, ¿verdad?â Me lo estaba preguntando con el labio inferior hacia adelante, y esos ojazos tan claros que parecÃan blancos.
Me daba ternura. Luego comprendÃa que ella era la viejita que habÃa visto en el parque.
Sus ojos de hielo me miraron en lágrimas.
Por un segundo sentà mucha rabia, pero decidà respirar profundo para asà calmarme.
Luego, con una sonrisa falsa, dije: âNo, Sara, no estoy enojada contigo. Quédate tranquila.â
Coloque mi mano en sus cabellos para calmarla. Estaba, de verdad, desesperada.
La miré mejor y me pregunté cuántos años tendrÃa. ParecÃa no tener más de quince, por su dulce rostro de niña.
Me llamó la atención la otra muchacha, que se aclaró la voz y dijo: âMi nombre humano es Sonia, pero en realidad soy la reencarnación de Macha, reina de las pesadillas. Yo soy quien te advirtió. Arriesgué demasiado para venir a tu encuentro, los del Reino de Tenot, el lado oscuro, nos están controlando. Saben quién eres y, sobre todo, saben que estás aquÃâ. No se habÃa movido ni un centÃmetro, habÃa permanecido quieta en la mitad de la habitación, con los brazos cruzados.
âOh, tú eres la que vi en mi sueño. Una parte de mÃ, ¿verdad? Solo queâ¦no te pareces tanto a mÃ. ¿Por qué éramos tan iguales? Pregunté, confundida.
A decir verdad nos parecÃamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenÃan nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mÃa. Ella, a diferencia de Sara que parecÃa una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habrÃa considerado una lÃder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veÃa que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho asà fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.
Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenÃa nombres escritos en él. Recorrà con velocidad la lista con mi mirada.
Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.
Levanté la mirada desconcertada. âY esto, ¿qué es?â.
âUna lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.â
Gabriel, que hasta ese momento habÃa permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reÃr y dijo: âMuchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.â Me apunto con el dedo como culpándome de algo. âElla es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les deberÃa bastar como prueba.â
â¡Cállate, ángel maldito! Es imposibleâ dijo Sonia, saltándole encima como un león. âSi de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de nuestro poder ¿por qué no apareció antes?â
Gabriel no se movió, se limitó a sacudir la cabeza y a esbozar una sonrisa burlona.
Comenzó a recitar algo que parecÃa una poesÃa.
âLa luz de la luna abraza a la niña
tan pequeña y tan asustada.
Aquel hombre malo quiere dañarla
pero la Gran Madre quiere salvarla.
El destino le guarda grandes cosas
pero solo su corazón le dirá la verdad.â
âCon esta bella poesÃa, ¿qué quieres decir?â Le pregunté irritada.
Su mirada me atravesó. âQuiero decirâ, comenzó con un tono tan seco que se me hizo un nudo en la garganta, âque tú recién llegaste, y de estas cosas no puedes saber nada. Ahora cámbiate. Debemos irnos.â
Se giró y salió. Permanecà mirándole la espalda con las lágrimas que asomaban en mis ojos. ¿Quién era él para tratarme asÃ? Está bien, estaba muerta y habÃa retornado a un mundo que no conocÃa, gracias a un beso suyo.
Un maldito beso suyo.
¿QuerÃa hacerse odiar? ¿Era este el objetivo de su discurso anterior?
Pues lo habÃa logrado.
HabÃa algo misterioso en él. Algo que no deberÃa descubrir, pero que igualmente querÃa conocer a toda costa.
SentÃa la necesidad de conocer más, si bien me habÃa sido ordenado no averiguarlo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.
Sara se dio cuenta de inmediato. âLlora cariño, si sientes la necesidad. Tu vida ha cambiado demasiado rápido.â Posé la cabeza en su hombre y comencé a llorar desconsoladamente.
Después de algunos minutos me tranquilicé.
Mientras tanto, Sara, habÃa salido a buscar algunos vestidos para salir, y volvió con tres espléndidos trajes que parecÃan salidos de un castillo medieval. Eran de tafeta, con brillantes en el pecho, y cada vez que les daba la luz, formaban un arcoÃris de colores brillantes. Los bordes eran de oro con arabescos en plata, y la falda caÃda suave y ligera, para permitir cualquier tipo de movimiento. Los hombros quedaban descubiertos, pero en esa dimensión el clima era siempre templado.
El sol siempre iluminaba aquel mundo, y por esto la temperatura era siempre agradable, y se sentÃa el calor de aquel en la piel.
El vestido de Sara era azul como sus ojos, el de Sonia rojo como sus cabellos, y el mÃo era violeta oscuro, mi color preferido.
Me lo puse y me miré al espejo, detrás de mà estaban Sonia y Sara. ParecÃamos tres damas de otra época.
Esto me hizo sonreÃr, me volvió el buen humor.
De todas maneras querÃa saber algo.
â¿Muchachas adónde vamos?â
Sonia se acercó y me susurró al oÃdo: âvamos a ver a la única persona que puede ayudarteâ
â¿Y es confiable?â
â¡Ares, claro!â exclamó Sara.
â¿Cómo puedes estar tan segura?â
Algo dentro de mà no me dejaba caer la guardia.
âEs un inmortal. Los inmortales son quienes nos dominan, pero viven en el Reino de Tenot y viene aquà una vez al mes a recoger sus tributos e infligir algún castigoâ me explicó Sonia. âAres nació aquÃ, en el Reino de Elos. Su padre murió combatiendo contra el Rey que nos persigue y asà fue como decidió no volver más. Quiere vengarse y se alió con nosotros.â
âOkey vamos con este tal Aresâ no me quedaba otra que darle una posibilidad.
Sonia me sonrió por última vez, una sonrisa corajosa.
Todos estaban seguros de que Ares me salvarÃa, yo estaba convencida de que algo saldrÃa mal.
¿Pero quién era para poder decirlo? Tal vez deberÃa relajarme un poco. El estrés me estaba haciendo doler la cabeza.
Aun estando muerto se puede sentir dolor de cabeza.
4
El reino de Elos
¿PodrÃa haber terminado en el ParaÃso?
Algo asà jamás lo hubiera creÃdo.
Apenas salÃ, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecÃa siempre. Y el cielo parecÃa pintarlo todo con su azul.
No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.
Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No habÃa casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.
Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mÃ.
Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicÃrculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, habÃa unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centÃmetros. Detrás de la espalda tenÃan alas que se movÃan como las de un colibrÃ. Se podÃa apreciar como un polvo brillante que caÃa al piso como si fuera nieve dorada.
En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! TenÃan una estatura de entre 90 y 150 centÃmetros. HabÃa estaba siempre convencida que nunca nadie los podÃa ver, y sin embargo estaban allà delante de mÃ. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes, y grises los más ancianos. Las mujeres con un sombrero que se achataba para sujetar sus dos trenzas, ordenadas firmemente con una moña colorida.
Cerrando el cÃrculo se encontraban unos seres que no podÃa reconocer.
â¿Sonia, quiénes son?â pregunté, abriendo apenas los labios para no hacer un papelón.
âSon medio elfos, SofÃa. Una raza generada mucho tiempo atrás, gracias al contacto con los seres humanos. Solo los elfos podÃan entrar en contacto con los seres humanos, y el resultado de esa unión, lo puedes observar con tus propios ojos.â
âYa entendÃ, y ¿qué poderes tienen?â
âEs difÃcil saberlo, depende del caso. Pueden alcanzar cualquier poderâ
âEsto quiere decir que puede haber malos o buenos.â
âExacto, algunos ayudaron hace ya tiempo a echar el reino a seres despreciables. Los malos pueden ser despiadados y es aconsejable mantenerse alejado de ellos.â
Hubiera querido preguntar algo más de esta cuestión, cuando un medio elfo avanzó hacia nosotras.
VestÃa una camisa de seda blanca, atada a la cintura y abierta en el pecho que permitÃa entrever un fÃsico perfecto. TenÃa pantalones color caqui y cabellos largos y negros atados, en una cola de caballo descuidada, con un lazo dorado.
Noté que sus orejas no eran demasiado puntiagudas, si bien asomaba una punta notoria. PodrÃa haber sido confundido perfectamente con un humano. Se llevó una mano al corazón y bajó la cabeza en señal de respeto.
âSoy Calien, del Reino de Elos y de los medio elfos. Nuestro pueblo exulta delante de vuestra presenciaâ Su tono de vos era cálido y a la vez autoritario. âHa venido para salvarnos del malvado rey del Reino de Tenot, cuya crueldad se revela en el modo en que se hace llamar: ¡Mefisto! Su corazón inmortal está corrompido por los demonios más despiadados. Solo Neman, unida a Badb y Macha, podrán salvarnos. Gloria y Honor a Vosotras.â
âGloria y Honor a Vosotrasâ gritaron todos al unÃsono. Se llevaron la mano al corazón y se inclinaron delante de mÃ.
Hubiera querido decirles que se levantaran, me hacÃan sentir vergüenza.
Sara se me acercó y me apoyó una mano en el hombro. âCierra los ojos, respira profundo y toma de mà la fuente del conocimiento, te será útilâ.
Hice lo que me dijo
Al rato sentà un alegre cono de aire que se levantaba a mi alrededor. OlÃa a verano, alegrÃa y serenidad y pude percibir todo el poder que tenÃa. Se expandió por todo mi cuerpo sin dejar fuera un solo músculo. En aquel momento supe lo que debÃa hacer.
Di dos pasos adelante. Abrà mis brazos hacia ellos, con las palmas de las manos mirando hacia el suelo, y como si alguien hubiera apretado un interruptor invisible, sentà que algo se me despertaba dentro, algo que no sabÃa que estaba allÃ. Algo que al salir sorprendió a todos, quienes allà estaban.
Aquello que dije no salÃa de mi boca ni de mi cuerpo. Ya no gobernaba mi propio cuerpo, estaba como en trance.
Era como si estuviera poseÃda, no una posesión mala, y por ello no opuse resistencia.
âNo tengan miedo hijos mÃos, soy la Gran Reina, volvà para salvarlos y para vengarme. Gloria y Honor a ustedes.â
Y por segunda vez en aquel dÃa, todo se volvió oscuro y volvà a perder los sentidos.
âTrata de levantarte, no es mi intención llevarte a upa nuevamenteâ.
HabrÃa podido reconocer esa voz entre miles. TenÃa algo que me provocaba miedo y bronca, al mismo tiempo.
Bronca, porque me habrÃa gustado que teminase de tratarme como un trapo que tirar a la basura.
Miedo porque a su alrededor se movÃa un aura misteriosa y oscura, de la que emanaba poder. Un poder demasiado grande, que me hacÃa sentir muy a disgusto.
âNo tengo la más mÃnima intención de llamar tu atención, Gabriel. Cuanto más lejos de mà estés, mejor.â
Estaba de verdad muy irritada.
Después de todo, ¿qué hacÃa aún allÃ? ¿No podÃa mantenerse en su lugar y listo?
âBueh, lo lamento por ti, pero tendrás que soportar mi presencia dado que te desmayas a cada momento, deberás subir a caballo con el subscripto.â
¿Qué? No lo habrÃa hecho por nada en el mundo, ni aún bajo tortura.
Estaba por rebatir cuando la voz nerviosa de Sonia nos interrumpió: â¡No lo entiendo! Si tenemos un montón de caballos a disposición, ¿qué fin han tenido?â
âPienso que los Siruco entraron, sin ser vistos, y se los llevaron a todos. Por suerte aún nos quedan dos a disposición, para hoy.â El tono de Gabriel no contenÃa emoción ninguna.
âNo entiendo por qué entraron escondidos. ¿No podÃan hacer como hacen siempre?â Sonia era presa de un ataque de ansiedad. âGeneralmente se divierten torturándonos,
âNo quieren que nos alejemos de la villa, saben que está aquÃ.â
â¿No quieren que nos alejemos y nos dejan dos caballos?â
Le hice notar que las cosas no eran claras, entonces con mucha calma me senté y comencé a masajearme el cuello que me dolÃa.
âExcelente observaciónâ mi dijo Gabriel, guiñándome un ojo. âSin embargo debes saber que aquà hay alguien dotado de una inteligencia superior, que mira qué casualidad, soy yo. Para prevenir este tipo de cosas, escondà dos espléndidos caballos.â
Odiaba su tono y ese su hacer como un chico súper poderoso.
SerÃa el ángel de la muerte, pero se la creÃa demasiado para mi gusto.
âMuy bien MÃster inteligencia, ¿qué quieres? Que nos postremos a tus pies y comencemos a reverenciarteâ E hice una reverencia.
âNo estarÃa mal y podrÃas comenzar tú, dando el ejemplo.â
¡Lo odiaba!
Me levanté aún inestable, porque me seguÃa dando vueltas la cabeza.
Por suerte allà cerca de mÃ, estaba Sara, y me apoyé en ella.
Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.
¿TenÃa algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.
Sus ojos de hielo parecÃan penetrarme y sentà un escalofrÃo que me recorrió la espalda.
â¿Pasa algo, Sara?â No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.
Luego fue hacia Sonia.
âSofÃa, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.â Dijo Sonia.
âClaro, voyâ.
Me dirigà hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.
Estaba de verdad preocupada. Me habÃa desmayado y lo habÃa sentido, pero nadie me habÃa dicho nada de lo que me habÃa sucedido, después que sentà la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.
¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?
Tal vez quien me habÃa poseÃdo no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decÃa nada al respecto.
Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.
Sentà el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.
Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su fÃsico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherÃan a la perfección a sus muslos en cada paso.
âMagnÃficos, ¿verdad?â Sonia tenÃa una mirada maligna.
âSÃ, verdaderamenteâ respondà yo, pensando en otra cosa.
âParece un caballo, fuerte y seguro de sÃ, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.â
¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.
â¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.â Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.
âVamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.â Y suspiró ante su recuerdo. âPero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cercaâ.
âMe odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.â
Sonia sonrió. âNo entiendes, justamente este es el punto.â
La miré de boca abierta, Gabriel habÃa sido claro, no me querÃa a su alrededor, y yo tampoco a él.
¿O tal vez s�
Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no querÃa admitir que tal vez tuviera razón.
âVamosâ Me dijo dándome una palmada en el hombro.
Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.
Detrás de ella subió Sara.
Faltaba solo yo.
Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.
Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraÃa terminarÃa con la cola en el piso.
¡Cómo diablos se hacÃa para subirse allÃ!
Necesitaba ayuda pero no lo querÃa admitir. No querÃa su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.
âDale, pon el pie en el estriboâ lo escuché aguantando la risa. âApóyate en mà y te ayudo a subirâ
No encontraba nada de qué reÃr.
Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.
Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los mÃos. âFue fácil, ¿verdad?â
Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido âGracias, pero lo habrÃa hecho sola, de todas formas.â
âNo lo dudoâ Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. âAgárrate a mÃ, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.â
Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.
Gabriel se dio vuelta molesto. âTú no me escuchas.â
Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. âAhora no correrás riesgo, agárrate fuerteâ, luego se giró y les dijo a las muchachas, âpodemos irâ.
Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increÃble, tanto que no podÃa observar con claridad el paisaje a mi alrededor. PodÃa apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.
Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidà cerrar los ojos.
SentÃa el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecÃa que estaba volando.
¡Volar!
Gabriel era un ángel, tal vez tenÃa alas. ¿Entonces por qué no las veÃa? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecÃa.
Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terrorÃficas.
Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.
Alrededor de mà habÃa un paisaje magnÃfico, verde.
Gabriel notó que estaba distraÃda y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mÃas. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habÃamos llegado.
Se me detuvo el corazón.
âMira SofÃa, ¿no es magnÃfico este lugar?â Su voz escondÃa un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creÃdo capaz de probar algún sentimiento.
Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical habÃa surgido.
No, pero querÃa disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.
âEs fantásticoâ. Y lo era de verdad. Delante de nosotros habÃa un mar tan azul que parecÃa que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo habÃa montañas.
âEste es el lago de los tres rÃos, si miras bien entenderás por qué el nombre.â Miré alrededor y entendà perfectamente. HabÃa tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un rÃo que desembocaba en las aguas cristalinas.
âDebemos pasar el puente. ¿Ves, allà abajo?â Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mÃas, para mostrarme un punto a lo lejos.
Vi un puente que no parecÃa tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedÃa ver con claridad.
Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenÃa una forma muy particular.