Kitabı oku: «Morrigan», sayfa 3

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“Allá arriba, en aquel monte, está el castillo de Ares. Las acompañaré hasta allá, luego seguirán solas” dijo Gabriel.

“¿Por qué no vienes con nosotras?”

Un rayo de rabia le pasó por los ojos, “no soy bienvenido” y terminó la conversación.

Con él no se podía nunca tener una conversación completa, siempre dejaba los discursos por la mitad, y esto me fastidiaba, de verdad.

Llegamos al castillo en la tarde.

Gabriel se marchó con los caballos y dijo que nos vendría a buscar a la mañana siguiente.

Dónde habría pasado la noche, no nos lo dijo, pero aquello no era importante. Mi atención había pasado al castillo que tenía delante que era de verdad impresionante. Entramos escoltadas por un paje. Era un muchacho joven que descubrí que era el único inmortal al servicio de Ares. Todos los demás se habían quedado con Mefisto, quien los dejaba marchitar hasta el hueso en un mar de vicios y excesos.

Portaba una calza que se adhería a sus piernas, largas y esbeltas, similares a las de un ciervo, y una camisola blanca. Encima un chaleco negro orlado en dorado, con un cordoncito marrón, que lo cerraba adelante.

Como si esto no fuese lo suficientemente ridículo, llevaba un sombrero negro, de esos de torero, de fieltro negro con una pluma de pavo que le caía sobre los cabellos rubios y ondulados.

No pude retener la risa cuando vi aquel pantaloncito marrón a rayas plateadas, era como si se hubiera puesto dos pelotas en las piernas.

Nos acompañó hasta la puerta del salón, la abrió y nos anunció: “Su alteza, e inmortal Ares está pronto a recibiros.”

Entramos en fila, primero Sonia, después Sara y luego yo.

El salón era mucho más grande de lo que me había imaginado, grandes pinturas cubrían las paredes.

Eran elfos nobles, se veía por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.

“¿Quiénes son?” Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.

“La primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.”

“Pero aquí no hay elfos” le dije, “solo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?”

Sara me acribilló con la mirada, “son historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.”

¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo quería saber un poco más del lugar en el que me encontraba.

Decidí no indagar más, si bien no podía sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.

Volví a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón había dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.

Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentía como una reina escoltada por sus damiselas.

Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.

Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.

Yo las imité.

“Gloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.” Dijo una voz desconocida para mí.

Biché, curiosa por saber quién hablaba.

Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.

No había mucha luz y la única cosa que podía distinguir era una figura con un contorno negro.

Nada más.

“Gloria y Honor a ti, Ares”, dijeron Sonia y Sara.

Yo permanecí con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecía delante de mí. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.

Ares sonrió. “No importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.”

“G-Gracias” tartamudeé, un poco avergonzada.

Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.

Había salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.

5
ARES

Las grandes paredes, pintadas, hacían un único espacio con el suelo.

Un remolino, gris, rojo y amarillo parecía querer devorarme.

Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo había aprendido con creces.

Pocas horas antes me había desmayado y había muerto.

Luego había vuelto a desmayarme.

Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veía con nitidez delante de mí, el rostro de Ares.

No sabía si era un muchacho o un hombre, no tenía edad.

Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.

Habría podido ser uno de aquellos. O un serafín, pues tampoco ellos tenían edad.

Sus cabellos rubios y rizados, caían por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que había visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.

No sabía si enfrente de mí tenía una divinidad o un inmortal.

Me di cuenta de que había estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.

“Era hora de que decidieras volver con nosotros” dijo en voz baja. “¿Qué diablos te sucedió?”

“Y-Yo”, tartamudeé.

Qué habría podido decirle.

Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. “Perdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortal”, y me hizo un guiño.

“Un placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.” Ares se arrodilló delante de mí, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.

“El placer es mío, Ares”

A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendí que había hecho el enésimo papelón.

Me di vuelta y en voz baja dije:”¿qué debía decir?”

La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debían de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mí aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.

“Síganme”, dijo Ares que no parecía haber notado nada.

Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.

Entramos en una salita que parecía diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.

Delante del escritorio había tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.

No había cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.

Encima del escritorio había algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.

“Bien”, comenzó Ares, “esta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podría ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?”

Sara comenzó a contar todo, como un río que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.

Finalmente entendí por qué me miraba con sospecha. Había entrado en trance y había comenzado a hablar con una voz que no era la mía. Incluso yo, como ella, habría sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvía el estómago.

“Y entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendí bien Sara?” Concluyó Ares.

“Estoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, y…” tragó antes de continuar, “y familiar”.

“Entiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morrigan…¿saben lo que significa, verdad?”

Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.

¿Qué significaba aquello?

Aguanté la respiración. El estómago se me retorcía de ansiedad.

Esperé, deseando que alguien me explicara algo.

Nadie dijo nada.

“Yo no sé qué significa todo esto” exploté. “¿Alguien me podría explicar qué diablos significa?”

“Sofía, tesoro, cálmate” dijo Ares. “No pasará nada malo, todo depende de ti. Verás, hace años que Morrigan no se deja ver. La última vez fue cuando murió.”

“¿Cómo sucedió?”

Traté desesperadamente de calmarme.

“Murió durante una batalla. Se había enamorada del oicial del ejército del Reino de Elos, un inmortal. Morrigan es famosa por ser la Reina de la Guerra. Su ayuda hubiera sido preciosa para vencer contra el Reino de Tenot, y vencer a su Rey, Mefisto. ¡Ese bastardo! Pero Lugh no le permitió entrometerse, la amaba demasiado. Morrigan no soportaba la idea de perderlo en la batalla y lo siguió, asumiendo la forma de cuervo. Cuando vio que Mefisto estaba a punto de matarlo, se transformó en la vieja de los largos cabellos canos, portadora de muerte. Desgraciadamente murió la persona equivocada. La vieja no le apareció al Rey, le apareció a Lugh.”

“Y ella desapareció con el corazón destrozado.” Concluyó Sonia. “Se dice que declaró que se habría vengado con Mefisto, apenas tuviera la oportunidad.”

“¿Y entonces qué pasará si soy de verdad la reencarnación de la Diosa? ¿Deberé de combatir con este despiadado Rey?”

Estaba en verdad muy preocupada. No quería combatir, era como firmar mi condena a muerte.

¿Qué habría podido hacer contra un inmortal? ¡Nada!

“No, tú puedes elegir de qué parte estar. Puedes estar de parte de los buenos, y entonces te vengarás de Mefisto y su ejército”, comenzó a explicar Ares.

“Y nos salvarías a nosotros y a nuestro ejército” agregó Sara, mirándome como implorando compasión.

“O puedes mascararte de parte de los malos, y entonces junto a ellos, traerás muerte y destrucción. Se dice que Mefisto está tramando algo desde hace años, pero nunca nadie pudo encontrar nada que pudiere descubrir qué es.”

Ares apretó los puños y miró al vacío.

¡Eran dos elecciones absurdas!

Me parecía lógico ubicarme del lado del bien. Primero porque cualquiera lo haría para salvar su pellejo, y segundo, porque conocía muchas personas que me ayudarían a hacerlo.

“Elijo estar del lado del bien, obviamente.”

“No es tan sencillo. Deberás siempre guardar tus espaldas, serás puesta a prueba. Y por lo que sé hay personas que pueden estar cerca de ti y no revelarse por lo que realmente son. Podría trabajar para el Reino de Tenot, y por la espalda obligarte a estar con ellos.”

¿Quièn podría hacer algo así?

No creía que Sara ni Sonia pudieran traicionarme bajo mis narices, y tal vez tampoco Gabriel.

¡No! Él sí, pensándolo bien, sí habría sido capaz.

Me había avisado que tenía una misión que terminar y además estaba aquella historia de yo-hago-mal-a-quienes-están-a-mi-lado.

Sí, él sería un óptimo candidato.

“¡Gabriel!” me sorprendí diciendo.

“¿Gabriel? Piensas que él pueda estar en tu contra, ¿por qué?” Ares se llevó una mano, en gesto de pensar, al mentón.

“No, en realidad…era solo un pensamiento.”

Traté de justificarme, moviendo las manos para borrar lo que había dicho.

Sara con sus aires de niña inocente, se giró hacia mí. “Gabriel no le haría daño nunca a ninguna de nosotras, no es malo, te equivocas.”

“Es el ángel de la muerte, no está de ningún lado. En realidad está donde le conviene.” Un rayo de odio pasó por los ojos de Ares.

Un temblor me puso la piel de gallina y una cantidad de imágenes comenzaron a amontonarse en mi mente.

Lloraba, estaba sola en un bosque y tenía miedo.

Era un recuerdo desenfocado.

O tal vez un soño sin terminar que había permanecido en mi memoria.

Cerré los ojos para poder concentrarme mejor y una voz resonó dentro de mí fuerte y clara.

Retan ni stequo pocor.

Algo en el recuerdo llamó mi atención.

Una figura caminaba hacia mí. Dos ojos amarillentos esplendían en la noche, como los de un gato.

Las imágenes se bloquearon ahí.

Abrí los ojos, y nadie pareció darse cuenta de lo que acababa de sucederme.

Ares buscaba algo en los cajones del escritorio. Sacó un paquetito de color rojo tan fuerte, que parecía negro a la luz de las velas.

Lo abrió y sacó de él un collar.

Era estupendo.

Lo levantó de modo que todas pudiéramos verlo.

La luz de las velas se reflejaba en el cristal rojo del centro, con forma de corazón, emanando rayos rojizos por toda la sala. A ambos lados del corazón había dos dragones, uno blanco y uno negro, con las colas entrelazadas en la parte inferior, y sus alas desplegadas.

“Úsalo siempre Sofía. El corazón del Dragón te protegerá y te ayudará a domar tus poderes” Ares se levantó y avanzó hacia mí.

Recogí mis cabellos, para permitir que Ares me colocara el collar.

Era fría al tacto, y podía percibir el poder que portaba aquel corazón rojo.

“Creo que ya es hora de acompañarlas a sus habitaciones, estarán cansadas” Dijo Ares acariciándome el cabello.

No me había dado cuenta lo tarde que era. El sol, si bien menos fuerte, continuaba brillando en aquel cielo azul. Deseaba que los dormitorios tuvieran cortinas pesadas, de manera que no dejaran entrar la luz.

Siempre había dormido en la oscuridad absoluta.

No quería que ninguna luz molestara mi sueño, y saber que allí el sol nunca daba paso a la luna me preocupaba un poco.

Mis hermanas salieron, y yo luego de ellas, como siempre lo hacíamos.

Ares me aferró del brazo, en cuanto mis hermanas ya estaban un poco distantes, y me retuvo en la salita.

Los cabellos me habían caído en el rostro, y el inmortal me los retiró, con total ternura, acariciándome el rostro.

“Te has transformado en una mujer espléndida, Sofía.”

Qué quería decir, yo no lo sabía, y tampoco me importaba.

Estaba completamente hipnotizada por aquellos ojos verdes, que al mirarlos tan de cerca, noté que estaban circundados de pequeños puntitos dorados, alrededor de las pupilas.

Me habría podido manejar como una marioneta y de hecho, no me di cuenta que había acercado mucho su cuerpo al mío.

“Tú eres mía, y de nadie más.”

Luego pronunció palabras incomprensibles para mí, y sus pupilas se dilataron. Vi ese rayo rojo salir de sus ojos, y por mi espalda corrió un escalofrío.

Estaba en peligro lo sentía en cada rincón de mi cuerpo, pero no podía moverme ni gritar.

Había sido raptada por aquel serafín inmortal y no hubiera podido hacer nada, sino simplemente rendirme y entregarme a él.

Bajó la cabeza y me besó. No fue un beso apasionado, sino un flujo de poder que salía de sus labios hacia los míos.

Justo en ese momento comprendí dos cosas.

La primera que era Morrigan la Diosa de la guerra y el cambio, y de esto estaba segura.

Y había podido darle un nombre a esa figura mal enfocada que había venido a mi mente instantes antes.

Sabía quién me quería hacer daño, y desde ese momento tendría controlados todos sus movimientos.

6
VIEJOS RECUERDOS

Mi cuarto era enorme.

Las paredes parecían de oro. Con decoraciones floreadas, muy sencillas.

En el techo había pintado un hermoso cielo azul con blancas nubes, y del centro caía un finísimo candelabro de oro, con forma de pirámide y base redonda, al cual lo habían llenado de velas.

Estaba demasiado cansada, como para ponerme a contarlas.

Mi atención fue llamada por la enorme cama, de madera y hierro, con dos cortinas blancas a los costados.

Encima del acolchado había un camisón de seda ambar, con recamos de color rosa alrededor de los senos.

Me la puse y fui hacia la ventana, enorme, que se encontraba justo enfrente a la puerta.

Cerré la pesada cortina, y con gran alegría, me di cuenta de que no entraba siquiera un rayo de sol.

Apagué las velas y me metí entre las sábanas con sumo placer.

Al inicio no soñé nada en particular. Luego me encontré en medio a un bosque con unos pinos tan alto que parecían perforar el cielo. Me vi sentada en el piso sobre un colchón de hojas secas.

Hacía frío y a humedad me entraba hasta los huesos.

Temblaba.

El corazón me batía a mil.

Estaba aterrorizada.

Quería gritar, llorar, quería a mi madre.

¿Sería un recuerdo de cuando era niña?

¿Un recuerdo que quería borrar?

Tal vez sí.

Había visto aquella escena en mi mente, antes, mientras hablábamos con Ares.

¿Era coincidencia o fatalidad, que justo me viniera a la mente ahora?

En un cierto momento, en sueños, sentí pasos.

Hojas pisadas, ramas partidas.

Alguien se acercaba.

Podía sentir una respiración, como si ese alguien, hubiera corrido para llegar hasta allí.

Lo escuché reír.

“Pequeña Sofía, no grites, no tengas miedo. Las otras chicas ni siquiera se dieron cuenta. Quieres ser la única cobarde.”

Aquel salió de la oscuridad y se me acercó.

Era una sombra, una figura de hombre, con alas negras, tan negras que se confundían con la noche.

Me puse a lloras fuerte, muy alto, sin importarme de lo que había dicho de las otras muchachas.

No me importaba ser la más valiente, solo quería que alguien me llevara a casa.

El hombre comenzó a parlotear en una lengua desconocida. Finalmente gritó: “Retan ni stequo copor. Entre en este cuerpo, Máxima Diosa.”

Una luz agujereó el cielo y se hacía cada vez más grande.

Un rayo verde dibujó un círculo perfecto a mi alrededor, y aquello que parecía el polvo mágico de Trilli, comenzó a subir dibujando espléndidos arcoíris, cada vez que entraba en contacto con el rayo de luz.

Alargué mis manos para tocarla y dejé de llorar.

Me sentía tranquila, como si estuviera con mi madre en su cama, y no fuera en un bosque oscuro.

El rayo verde de a poco desapareció.

El ángel negro dijo: “Es hora de que entres en su cuerpo Diosa, te mataré con mis propias manos.” Avanzó hacia mí. “Se hará justicia.”

Algo hizo aparecer un pequeño rayo de luna, y saltó delante de mi cabeza.

Debía ser una espada o un puñal. Lo entendí al escuchar que hizo a mi alrededor, cortando el aire.

Me desperté con sobresalto, toda empapada en sudor.

Me saqué los cabellos de la frente y del cuello y busqué algo con qué atarlos.

Estaba muy oscuro y no era mi habitación. La que tenía cuando estaba viva.

Estaba sola. Salté de la enorme cama, para abrir una de las cortinas y dejar que entrara algo de luz. Llegué a tientas a la ventana y una sonrisa de satisfacción esbocé al ver que había conseguido realizarlo.

Un batir de alas llamó mi atención, parecía muy cercano.

Me giré pero detrás de mí solo había oscuridad y silencio.

Aquella oscuridad imponente que nos hace latir el corazón y tratamos de darle nombre a lo que escuchamos que nos hace morir de miedo.

Escuché el batir de las alas y como si alguien raspara la ventana.

Aguanté la respiración, el corazón me latía a mil.

Tomé por un extremo la cortina y de un golpe la abrí.

Pequé un grito tan fuerte que me sorprendió a mí misma.

Me encontré de frente a un enorme cuervo que me fijaba con la mirada.

Abrió las alas y comenzó a raspar con las patas el vidrio de la ventana.

Grité más fuerte, retrocediendo, y en un momento tropecé y caí de espaldas en la alfombra.

Metí la cabeza entre mis piernas y comencé a hamacarme diciéndome que nada habría sucedido, que tenía que estar tranquila.

Parecía una loca, recién salida del manicomio. Los cabellos desordenados me daban un aire aún más terrible.

Ares fue el primero en llegar a la habitación.

Luego llegó Sara que se tiró a mi lado para tranquilizarme.

Sonia, en cambio, llegó más calmada. “¿Qué es todo este alboroto?” Se dio cuenta que yo estaba en el piso y que había un cuervo enorme queriendo entrar en la habitación a toda costa. “MI Diosa. Pero eso es…¿estás bien Sofía?”

Levanté la cabeza y dije que sí. Respiré profundo y vi que Ares abría la puerta para hacer entrar al pajarraco.

Comencé a gritar: “estás loco, quiere hacerme daño. Mantén esa bestia lejos de mí.”

Y me agarré a Sara.

Sus ojos verdes brillaron y comenzó a reír. Juraría que de sus ojos asomaban lágrimas de tanto reír.

Yo moría de miedo y él se moría de risa.

“Disculpa, pero me da gracia que nuestra Diosa, tenga miedo de su animal.”

“Mi animal es uno solo, o mejor dicho, era. Ade, un perro”

“¿Ade? ¿Has llamado al perro Ade, como el dios del infierno? No lo puedo creer.” Y rio nuevamente. Se burlaba de mí.

Nunca me lo hubiera imaginado de Ares. Para mí era todo un príncipe.

Evidentemente me equivocaba.

“Bùrlate de mí, has como si no estuviera aquí.”

Me levanté, me senté en la cama con los brazos cruzados, y miré a Ares con rabia.

Él se acercó con el gran cuervo apoyado en su hombro desnudo, se sentó a mi lado y me pasó un brazo por mi hombro.

El cuervo me miró con sus ojos negros y produjo un graznido que pareció un hola.

Ares se me acercó. “Sofía, corazón, este es el cuervo de Morrigan. Su humilde servidor y mensajero. Mira”. Tomó la pata del animal y pude notar un tubito plateado. Con cuidado lo tomó, me lo dio diciendo: “ten, esto es para ti”.

Dentro del tubito había, arrolladito cuidadosamente, un papelito blanco.

Lo tomé con cuidado para que no se rompiera.

Leí lo que estaba escrito, temblé y se me cayó de las manos el papel.

Sonia lo tomó y leyó el mensaje en voz alta: “La pequeña Diosa ha crecido. Sus sueños le revelan la realidad. Alguien juega con ella. ¿Quién será el traidor? No entiendo el significado”.

“Morrigan recibía con fecuencia este tipo de mensaje”, aclaró Ares. “Los enviaba la sibila del reino de Tenot, Kerrigan”.

“¿Kerrigan, una sibila? ¿Por qué nunca nadie habló de esto? Sara y yo tenemos un poco del poder de la Diosa, y nadie nos explica estos detalles.” Sonia estaba ofendida y tenía razón. “Prevenir los movimientos de sus guardias nos habría sido de gran ayuda”

Si la Diosa se servía de una sibila, habrían tenido que saberlo ellas. Si explotaba la guerra entre los dos reinos hubiera sido necesario.

¡Qué tontería!

Nunca hubiera explotado una guerra.

Tal vez los del Reino de Tenot esperaban el momento adecuado, y este momento había llegado con mi aparición.

Lo presentía, todo me indicaba que esperaban a la reencarnación de la Diosa para combatir, pues era la única esperanza para ambos reinos.

Y ahora la esperanza se había vuelto una certeza.

“Sonia, tienes razón pero la sibila vive aislada en una caverna en el Reino de Tenot y nadie habría osado buscarla. Ni siquiera Morrigan. Solo se oía a través del cuervo. Solo èl sabe comunicarse o llegar a ella.” Estaba por agregar algo cuando lo interrumpí.

“Tuve un sueño antes de que llegara el cuervo.”

Les conté todo con detalles. Todo.

“No quiero ni siquiera pensar que Gabriel te está buscando para matarte, desde pequeña” dijo la pequeña Sara.

Tenía razón, nadie creía que Gabriel pudiera ser maligno. Pero igualmente algo me decía que tenía que mantenerme alejada de él y de su pasado, y esto me hacía sospechar de su buena fe.

Me hubiera gustado hablar con él.

La idea no era de las mejores y la descarté inmediatamente.

Solo encontraba motivos para desconfiar de él. Y una voz interior me decía: “mantente lejos de él, solo te hará daño”.

Había algo que no andaba bien.

“A quién más conocen con un par de alas negras como la noche. En ambos reinos solo existe uno, Gabriel. Debemos encontrarlo y castigarlo, ponerlo en prisión.” Ares parecía animado por el fuego de la venganza.

“No podemos hacer eso, no tenemos nada en la mano. Déjanos a nosotras, mis hermanas lo conocen desde hace mucho más tiempo que yo, y seguramente sabrán qué hacer para defenderme.”

No estaba muy convencida. Las veía frágiles contra un ángel vengativo como Gabriel, pero esto le daría más tiempo a él…

Y además, yo quería hablarle, quería saber por qué no me había matado aquella noche.

¿Lo estaba acusando? Sí.

Pensaba poco coherentemente y esto no me gustaba.

“Está bien” dijo Ares, “pero si solo les toca un pelo…ahhhh.” Y se levantó de golpe terminando con el tema.

El cuervo en su hombro, se asustó y voló.

Ares apretó los puños y dio una patada en el aire hacia adelante, luego se giró hacia mí, con sus rulos rubios, más claros aún por el brillo del sol.

Me miró a los ojos por algún momento y luego me tomó la cara entre sus manos y besó mi frente.

“Ya es mejor me vaya, dentro de poco será de día. A pesar del sol son las tres de la mañana. Trata de descansar mi Diosa”. Se dio vuelta y se marchó.

“¿Estás bien?” preguntó Sara, con rostro preocupado.

“Si solo me asusté, primero el sueño, luego el cuervo. El cuervo, ¿Dónde se metió?”

“No te preocupes por él, volverá con otro mensaje, o cuando perciba que lo llamas”.

Sonia fue a cerrar la ventana y comenzó a correr las cortinas. “Quieres que deje entrar un poco de luz? Te sentirías más tranquila?”

“Estaría más tranquila si ustedes se quedaran a dormir aquí conmigo.”

Realmente quería que se quedaran conmigo, solo no habría podido cerrar un ojo.

“Está bien, yo no tengo problema” dijo Sara, dejándose encima la cubierta.

“Yo tampoco lo tengo, si esto te hace sentir mejor” dijo Sonia.

En poco rato me dormí y nada, ni siquiera un sueño, me despertó.

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Yaş sınırı:
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Litres'teki yayın tarihi:
16 mayıs 2019
Hacim:
200 s.
ISBN:
9788873047148
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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