Kitabı oku: «El anhelo de Dios y la fuerza de los pequeños», sayfa 2

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2. La propuesta de liberación del cristianismo

Conocemos las peripecias que ha atravesado el cristianismo oficial a lo largo de la historia, casi siempre relacionadas con los poderes establecidos, algunos autoritarios (como en el caso de los reyes y príncipes europeos) y, entre nosotros, incluso regímenes dictatoriales (como el de Pinochet en Chile, o el de Videla en Argentina), pero rara vez con los gobiernos democráticos y populares.

En este contexto, no son pocos los que sinceramente se preguntan: En realidad el cristianismo es capaz de ser una fuerza liberadora de los oprimidos de la historia? Existe la posibilidad de que emerja un cristianismo de liberación, inspirado en la práctica liberadora de Jesús de Nazaret? ¿Cuál sería su propuesta fundamental?

Con razón, se argumenta: acaso este cristianismo no es heredero de un preso político que fue perseguido, calumniado, considerado un subversivo político, encarcelado, torturado y sentenciado a la cruz debido a su liberalidad frente a las tradiciones religiosas opresoras, y por haber privilegiado claramente a quienes estaban al margen del sistema imperante, a los oprimidos y sufrientes de este mundo? Esta pregunta resulta inquietante, y deja a las casi siempre poderosas instituciones eclesiásticas con una mala conciencia.

Sin embargo, podemos hacer referencia a figuras y movimientos ejemplares que dieron importancia a los pobres, como el pauperismo del siglo xiii, dentro del cual surgirían las personalidades de san Francisco de Asís, Santo Domingo, los Siete Florentinos, los Siervos de María, etcétera. Más tarde emergerían san Camilo de Lelis, san Juan Bosco, la Madre Teresa de Calcuta, la Hermana Dulce, san Óscar Arnulfo Romero, don Hélder Cãmara, la religiosa Dorothy Stang, y tantos más del pasado y del presente.

A pesar de esta legión de personajes notables en el amor desinteresado y valiente hacia quienes carecen de nombre y de voz, que vivieron el sueño libertario de Jesús hasta el punto de sacrificar, algunos de ellos, sus propias vidas, la imagen que proyecta el Cristianismo en el panorama general de las consideraciones políticas, es la de una gran institución jerárquica, con poder centralizado, monárquica, conservadora en lo moral y ambigua en lo político, muchas veces comprometida social, económica y políticamente con los poderosos.

En tiempos recientes, gracias a figuras como san Juan XXIII (“el Papa bueno”) y Francisco, y a una Iglesia con preferencia por los pobres pero abierta a todos, gracias a una perspectiva de liberación y a una ecología integral, esta imagen se está transformando para adquirir un perfil más inspirador y confiable. Tal aspecto se reveló a partir de la periferia del mundo, de América Latina y de África, pero también de los países centroeuropeos y de Estados Unidos. Es importante reconocer la irradiación universal proyectada por el papa Francisco, emergido del Gran Sur, y del caldo cultural de la Teología de la Liberación latinoamericana.

2.1. El cristianismo como movimiento y como institución

En un intento por dar una forma más sistemática a nuestras reflexiones, podemos afirmar que el cristianismo puede verse desde dos perspectivas distintas.

Por un lado, es una gran institución llamada Iglesia (o Iglesias), que se organiza de manera jerárquica en torno al poder sagrado, y que tiene al Papa, en el caso de la Iglesia romano-católica, como cabeza del clero (obispos, sacerdotes) y líder de la masa de los fieles.

La otra perspectiva ve al cristianismo como el camino de Jesús, como el movimiento encabezado por él, o como el seguimiento del Jesús histórico.

a) El cristianismo original: más movimiento que institución

Este movimiento de Jesús, como se le presenta sobre todo en los Hechos de los Apóstoles, no se refiere a una doctrina; más bien, implica un cierto modo de ser y de dar sentido a la vida. No se constituye como una institución, sino como un movimiento caracterizado por un conjunto de valores, actitudes, sueños y utopías que dan un rumbo altamente estimulante a la existencia. Más que una religión, es una espiritualidad o un camino espiritual.

Los valores mencionados se revelan, fundamentalmente, en el amor, la compasión, la sensibilidad respecto de los sufrientes de este mundo, la solidaridad, la aceptación de las diferencias y la apertura a lo Sagrado y a lo Trascendente, sin que ello signifique necesariamente la adhesión a una determinada confesión religiosa, aunque puede ocurrir así. Esta es una perspectiva humanista. Son muchos los que, por admiración a Jesús, la asumen, ya sea dentro o fuera de alguna adscripción religiosa.

b) La práctica liberadora del carpintero de Nazaret

La Teología de la Liberación solo puede ser adecuadamente entendida como una forma de seguimiento del Jesús histórico y de los acontecimientos de su existencia.

Jesús fue un profeta ambulante, gran narrador de historias, de las cuales extraía sabias enseñanzas. Carpintero de origen, en un momento dado de su vida sintió un fuerte llamado de Dios a salir a pregonar una gran esperanza: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca. Cambien sus caminos y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,14). El Reino representa la gran utopía de una revolución total, que comienza en los seres humanos llamados a vivir el amor incondicional, el perdón, la compasión por los débiles y hechos invisibles, y a una radical apertura a Dios, a las relaciones sociales y a un significado más pleno del universo.

En un día sábado, Jesús entra en una sinagoga y anuncia su proyecto, inspirado en un texto del profeta Isaías: “llevar buenas nuevas a los pobres, anunciar la libertad a los cautivos, a los ciegos que pronto van a ver, y despedir libres a los oprimidos” (Lc 4,18). Y pone en práctica lo que anuncia; aquí se hace presente la dimensión social del Reino: cura a los enfermos, sacia a la muchedumbre hambrienta con la multiplicación de los peces, consuela a quienes sufren, resucita muertos y libera a la gente del peso de costumbres opresoras… todo en nombre del sentido común y del amor. En una palabra: “pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos” (Hch 10,39; Mc 7,37). Además, pone de manifiesto su poder sobre las fuerzas de la naturaleza, como cuando apacigua la tempestad en el lago Genesaret.

En Jesús de Nazaret identificamos dos pasiones: por Dios y por los pobres. Jesús nos presenta una imagen de Dios totalmente distanciada de la tradición. Su Dios no es el del castigo, sino el de la misericordia, hasta el punto de proponer que amemos a nuestros enemigos (Lc 6,35). Por otro lado, anuncia con toda claridad que vino a salvar especialmente a quienes se sentían perdidos, y nos habla de Dios con un tono de intimidad, llamándolo Abba, papito querido. Quien se refiere a Dios como Padre, solo puede ser su Hijo amado.

Ese Dios-Abba libera al pueblo de la carga de tradiciones que lo oprimían y dejaban abiertas las puertas al fariseísmo y la hipocresía. Se trata de un Padre con características de madre, como la gallina que cuida a sus polluelos y acoge al hijo pródigo que estaba perdido y regresó (Lc 15,11-32).

La otra pasión de Jesús son los pobres y los que han sido lanzados a la marginalidad. Respecto de ellos, dice: “Felices ustedes, los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios… Felices los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados, los que sufren insultos” (cf. Lc 6,20-26). Hace que los cojos caminen y los ciegos vean, limpia a los leprosos y resucita a los muertos, como Lázaro, la hija de Jairo y otros. Se acerca a una prostituta como María Magdalena, defiende a una adúltera amenazada con la lapidación, habla con una mujer extranjera como la samaritana, todo lo cual estaba prohibido en la época. Se toma la libertad de abandonar las tradiciones y dejar de lado las leyes consagradas, siempre en nombre del amor al prójimo y del Dios de la misericordia. Toda su práctica puede resumirse en esta frase: “Todo el que el Padre me ha dado vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí” (Jn 6,37).

Por último, cabe preguntarnos: ¿Cuál fue la intención original de Jesús? ¿Qué es lo que quería, en última instancia, cuando anduvo entre nosotros? Él responde a estos cuestionamientos a través de una oración: el Padrenuestro. En ella hay dos movimientos: el impulso hacia lo alto, hacia el Padre nuestro, su voluntad y su proyecto, el Reino; y el impulso hacia abajo: el pan nuestro, el perdón y la victoria sobre el mal.

Pongamos atención: Jesús no dice Padre mío, sino Padre nuestro; no dice pan mío, sino pan nuestro. Más que al individuo (yo), se dirige a la colectividad (nosotros). Su intención original fue que conjugáramos esos dos movimientos: Padre nuestro con pan nuestro; el cielo con la tierra; la trascendencia con la inmanencia.

Únicamente quien mantiene unidos el Padre nuestro y el pan nuestro puede decir Amén y sentirse parte de la herencia de Jesús. Si no unimos estas dos realidades fundamentales, los dos anhelos del ser humano —el insaciable por Dios-Padre y el concreto por el pan—, estaremos lejos del Jesús verdadero, de aquel que recorrió las pedregosas calles de Palestina, enseñándonos a vivir y a convivir.

Es importante hacer hincapié en el destino trágico de Jesús: como consecuencia de su desapego de las tradiciones, de su preferencia por los pobres y sufrientes, y de su nueva visión de Dios-Abba, se ve sujeto a todo tipo de difamaciones, persecuciones y amenazas de muerte. Se le interponen entonces dos procesos, uno político, ante las autoridades romanas, y el otro religioso, ante las autoridades judías. Condenado, fue torturado y, por último, recibió el castigo que se daba a los rebeldes y a los subversivos: la crucifixión.

A diferencia de lo que suele decirse, el Padre no quiso la muerte de Cristo. De ser así, quedaría destruida la imagen de Dios-Papito querido que Jesús nos transmitió. Lo que al Padre le interesaba, eso sí, era su fidelidad, la persistencia de su mensaje, aun cuando eso implicara su aniquilación. La muerte le fue impuesta como consecuencia de su mensaje y de su práctica, intolerables para las autoridades de su tiempo.

La resurrección es algo más que la mera reanimación de un cadáver. Implica el florecimiento pleno de todas las virtualidades escondidas en su interior (y en el nuestro). Por tal razón, san Pablo lo califica como el “nuevo Adán” (1 Co 15,45), la nueva humanidad que venía gestándose lentamente pero que, con la resurrección, vio la luz. Esta nueva humanidad fue anticipada por el resucitado, pues no creció hierba sobre su sepultura. La resurrección es una revolución en la evolución y una insurrección contra la justicia de los hombres, que mata únicamente a quien se limitó a pregonar y hacer el bien.

2.2. Los padres fundadores de la Teología de la Liberación

Las experiencias de Jesús, vivo, libertador, condenado, torturado, asesinado, sepultado y resucitado, constituyen la fuente de donde nace la Teología de la Liberación.

En un primer momento, la Teología de la Liberación surgió de un choque existencial: el encuentro del Crucificado en los millones de hermanos y hermanas también crucificados, pobres, negros y negras, indígenas, quilombolas,1* desempleados, hambrientos, enfermos y caídos en los caminos de la vida. La teología vio en todos ellos una reiteración de la crucifixión de Jesús.

Así pues, lo que ocurrió fue una experiencia espiritual primigenia: ver al Crucificado en los crucificados de la historia. La reacción inmediata es la cólera sagrada: “¡No se puede tratar así a los hijos y las hijas de Dios! Esta deshumanización es inaceptable. Tenemos que hacer lo que sea necesario para bajarlos de la cruz”.

En ese “lo que sea necesario” no podemos incluir el asistencialismo piadoso ni el paternalismo solidario. La estrategia es generosa pero, a fin de cuentas, ineficaz, porque los mantiene a expensas de la caridad de los demás.

El pobre nunca es simplemente pobre; piensa, inventa caminos de supervivencia y sabe. Únicamente los ignorantes creen que los pobres son ignorantes. Por el contrario, tienen oculta una fuerza histórica de liberación. Para ponerla en práctica, es imprescindible que se hagan conscientes de que su pobreza no es algo natural ni deseado por Dios, sino el resultado de un conjunto de relaciones político-económico-culturales que los llevan a la miseria y a la opresión, de las cuales deben buscar su emancipación.

Tal emancipación ocurrirá únicamente si, una vez concientizados, los oprimidos crean sus movimientos, sus organizaciones y articulaciones para ganar fuerza (empoderarse) e impulsar una práctica liberadora, de la cual son ellos los protagonistas principales. Solo es verdadera la emancipación que es dirigida y lograda por los propios oprimidos, convertidos en sujetos de su práctica transformadora.

Aquí entra en juego la inspiración de Jesús, el liberador. Marx no fue el padre ni el inspirador de la Teología de la Liberación. Fueron Jesús, la tradición profética y el ejemplo de los apóstoles, entre quienes, en un principio “nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo lo tenían en común… y lo repartían según las necesidades de cada uno” (cf. Hch 4,32-35).

Como la enorme mayoría de los oprimidos son cristianos, al comenzar a leer los textos evangélicos se dieron cuenta de que Jesús fue uno de ellos, un pobre como ellos, que tomó la opción por los pobres, que actuó siempre con la idea de superar todas las discriminaciones y liberar del sufrimiento al ser humano. Y lo hizo anunciando que este es el proyecto del Padre bueno, llamado Reino de Dios.

Ese Reino comienza ya, aquí, en la historia, pues está hecho de amor, de justicia, de solidaridad y de apertura al Dios que abomina toda opresión y se presenta como Dios de la vida, “el apasionado amante de la vida” (Sab 11,24). Los pobres son llamados a construir, aquí y ahora, esos bienes del Reino de Dios, practicando la solidaridad entre ellos, e incluso instaurando una política y un gobierno que den centralidad a los desvalidos y maltratados, y generen proyectos sociales que atiendan sus carencias básicas.

2.3. Del asistencialismo al proceso de liberación

Esta visión inspirada en Jesús liberador dio pábulo al surgimiento de prácticas que ya no fueran asistencialistas y paternalistas, sino efectivamente liberadoras, a través de un sinnúmero de movimientos sociales creados por los mismos pobres. Nacidos de la fe, y muchos de ellos en el seno de las Iglesias, tuvieron un efecto no solamente religioso, al generar cristianos participativos, sino también político, al gestar ciudadanos conscientes y empeñados en la conquista y cristalización de sus derechos, en el marco de una sociedad diferente, inclusiva, justa y solidaria.

Esos pobres, concientizados y organizados, conquistaron para su causa a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y también a laicos y seglares. Lograron que asumieran como propias sus luchas justas, humanitarias e inspiradas en la práctica liberadora de Jesús. Al mismo tiempo, se percataron de que el Jesús histórico estaba en la línea de los profetas bíblicos del Antiguo Testamento (llamado también Primer Testamento), los cuales denunciaron la opresión de los pobres, de los campesinos y de las viudas, y anunciaron su liberación, base de la justicia, del derecho y de la paz.

De este pensamiento teológico y social surgió la Teología de la Liberación, primero como práctica pastoral e histórica, y más tarde como reflexión espiritual y teológica.

Siempre es importante subrayar que el eje central y decisivo de la Teología de la Liberación es la opción por los pobres, contra la pobreza y por la justicia social. Sin esta centralidad en los pobres y contra su miseria, no se puede hablar de Teología de la Liberación. Se trata del punctus stantis et cadentis de este tipo de teología, es decir, su punto decisivo y definidor.

Esta opción estaba ya presente en la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos (CELAM) efectuada en Medellín (1968). Fue su bautismo. Sin embargo, tuvo que esperar su confirmación hasta la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos celebrada en Puebla (1979).

La Iglesia tuvo siempre especial cuidado de sus pobres, pues ellos forman parte de la esencia del Evangelio (cf. Gál 2,10) pero, de acuerdo con el estado de conciencia de la época, su atención tomaba los derroteros de la caridad, sin analizar ni pretender transformar las estructuras sociales y políticas que no dejan de producir y perpetuar la pobreza. A partir de la Iglesia de la liberación y su Teología de la Liberación, se avanzó en el reconocimiento de que la miseria es resultado de la injusticia social estructural. Así, la pobreza exige una transformación estructural, que se desarrolla mediante la fuerza histórica de los propios pobres, víctimas del sistema que los hace tales. Pudieron entonces contar con el apoyo de las Iglesias y de todos aquellos que asumieron la opción no exclusiva, sino preferencial, por los pobres y por su liberación. No hay una verdadera opción por los pobres si no existe amor a ellos, a su mundo, a su cultura y a su forma de dirigirse a Dios.

Esta Teología de la Liberación no es una disciplina más; por el contrario, es un modo distinto de hacer teología. De hecho, creó un método: ver, juzgar, actuar y celebrar, heredado de la Acción Católica. Ver la realidad conflictiva que castiga a las grandes mayorías. Juzgar las causas que producen tal pobreza e injusticia, y denunciarlas, a la luz de la fe, como un pecado social y estructural. Actuar de manera organizada, ya sea en la Iglesia o en la sociedad, para dar lugar a una liberación concreta. Celebrar las conquistas alcanzadas como un adelanto del Reino de Dios, posible dentro de la historia.

En vista de que hay muchas formas de opresión, existen también numerosos caminos de liberación. En consecuencia, surgieron distintas tendencias de este tipo de teología: una Teología de la Liberación de los trabajadores explotados, de los indígenas que ven amenazada su existencia, de los negros tradicionalmente humillados y condenados a las periferias, de las mujeres oprimidas durante siglos por la cultura patriarcal y machista dominante en todo el mundo, y de aquellos que tienen una condición sexual diferente, englobados en la comunidad LGBT. Allí donde hay un clamor de los oprimidos, se hace presente un Dios que renuncia a su trascendencia y dice: “he descendido para liberarlos de las manos de los opresores” (Ex 3,8).

2.4. Un paso adelante en la liberación: liberar a la Tierra

En los años recientes, debido a los grandes trastornos climáticos y a los efectos dañinos del sistema industrial que explota en demasía la naturaleza, los cristianos se dieron cuenta de que la Madre Tierra está siendo devastada, hasta el punto en que las bases físico-químicas y ecológicas que sustentan la vida están seriamente amenazadas. Nuestro planeta es el gran pobre, la víctima de la ambición de acumular bienes materiales. En consecuencia, por mera coherencia, hay que incluir a la Madre Tierra dentro de la opción por los pobres, como la víctima suprema que grita y clama por su liberación. Ella también debe ser bajada de la cruz y ser resucitada.

Quien universalizó esta opción fue el papa Francisco, en su encíclica de 2015, Laudato Si’. Sobre el cuidado de la Casa Común. En ella nos ofreció una ecología de la liberación integral, más que meramente ambiental, al cubrir las dimensiones social, política, cultural, mental y espiritual. Francisco mostró que todas las cosas están inter-retro-relacionadas bajo el arco iris de la gracia divina, la mayoría oprimida, reclamando una liberación integral (cf. L. Boff, Ecologia: grito da Terra – grito dos pobres, Dabar, 2011).2*

Nacida en América Latina, la Teología de la Liberación se difundió por todo el mundo, donde los cristianos y las Iglesias se han percatado de que la liberación forma parte del seguimiento de Jesús y del Evangelio. Por su alto sentido ético y espiritual, la Teología de la Liberación se ganó la credibilidad en las Iglesias. Hoy se trata, posiblemente, de la teología más activa, creativa y desafiante de la conciencia universal de los cristianos y de la gen te sensible al sufrimiento humano, que dejó atrás la indiferencia y adoptó la causa de la liberación de los oprimidos.

En última instancia, lo que cuenta de verdad no es la Teología de la Liberación, sino la liberación concreta de los pobres y oprimidos, que es el gran sueño humanitario. Para quienes profesan la fe cristiana, esta corriente teológica forma parte del designio de Dios respecto de la ternura hacia los humildes, la aspiración de Jesús por un Reino de justicia, solidaridad y amor incondicional. La libertad, que estaba presa y ahora queremos rescatar, constituye el bien más preciado del Reino de Dios, que está ya en medio de nosotros y crecerá hasta la consumación de nuestra historia.

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