Kitabı oku: «Un paraíso sospechoso»
UN PARAÍSO SOSPECHOSO
UN PARAÍSO SOSPECHOSO
LA VORÁGINE DE JOSÉ EUSTASIO RIVERA: NOVELA E HISTORIA
LEOPOLDO M. BERNUCCI
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS
© PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
© LEOPOLDO M. BERNUCCI
TÍTULO ORIGINAL: PARAÍSO SUSPEITO:
A VORAGEM AMAZôNICA. SÃO PAULO: EDITORA
DA UNIVERSIDADE DE SÃO PAULO, 2017.
PRIMERA EDICIÓN EN ESPAÑOL
JUNIO DE 2020
BOGOTÁ, D. C.
ISBN (IMPRESO): 978-958-781-466-8
ISBN (DIGITAL): 978-958-781-467-5
DOI: HTTPS://DOI.ORG/10.11144/JAVERIANA.9789587814675
CONVERSIÓN EPUB: LÁPIZ BLANCO S.A.S.
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BOGOTÁ, D. C.
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MINEDUCACIÓN. RECONOCIMIENTO COMO
UNIVERSIDAD: DECRETO 1297 DEL 30 DE MAYO
DE 1964. RECONOCIMIENTO DE PERSONERÍA
JURÍDICA: RESOLUCIÓN 73 DEL 12 DE DICIEMBRE
DE 1933 DEL MINISTERIO DE GOBIERNO.
TRADUCCIÓN:
MARIANA SERRANO
CORRECCIÓN DE ESTILO:
VÍCTOR ALARCÓN
DISEÑO DE COLECCIÓN:
TANGRAMA
DIAGRAMACIÓN Y CUBIERTA:
SONIA RODRÍGUEZ
IMAGEN DE CUBIERTA:
ILLUSTRATION OF A TROPICAL PLANTS
IN THE TROPICS. ISTOCK.COM/NASTASIC
Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación
Bernucci, Leopoldo M.
Un paraíso sospechoso : La vorágine de José Eustasio Rivera : novela e historia/ Leopoldo M. Bernucci ; traducción Mariana Serrano. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2020.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN : 978–958–781–466-8
Título original: Paraíso suspeito : a voragem
1. Rivera, José Eustasio, 1889-1928. Vorágine - Crítica e interpretación 2. Crítica literaria - Colombia 3. Novela colombiana - Historia y crítica 4. Literatura colombiana - Historia y crítica 5. Literatura e historia I. Serrano, Mariana, traductora II. Pontificia Universidad Javeriana
CDD C860 edición 21
inp | 27/04/2020 |
Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.
A Blanche Rachelle Trerice,
mi amada esposa y mejor amiga,
le dedico este libro.
AUTOR
LEOPOLDO M. BERNUCCI
OCUPA ACTUALMENTE LA CÁTEDRA THE RUSSELL F. AND JEAN H. FIDDYMENT EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS EN EL DEPARTAMENTO DE ESPAÑOL Y PORTUGUÉS DE LA UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA EN DAVIS (CALIFORNIA) SE DOCTORÓ EN 1986 EN LITERATURA HISPANOAMERICANA POR LA UNIVERSIDAD DE MICHIGAN (ANN ARBOR). ES AUTOR Y COAUTOR DE VARIOS ESTUDIOS CRÍTICOS SOBRE LITERATURA COLONIAL Y DE LOS SIGLOS XIX Y XX EN LATINOAMÉRICA. ENTRE ALGUNAS DE ESAS PUBLICACIONES SE ENCUENTRAN HISTORIA DE UN MALENTENDIDO: UN ESTUDIO TRANSTEXTUAL DE LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO DE MARIO VARGAS LLOSA; A IMITAÇÃO DOS SENTIDOS, PRÓGONOS, CONTEMPORÂNEOS E EPÍGONOS DE EUCLIDES DA CUNHA; HISPANIC AMERICA, BRAZIL, AND THE CARIBBEAN: COMPARATIVE APPROACHES; DISCURSO, CIÊNCIA E CONTROVÉRSIA EM EUCLIDES DA CUNHA (ORG.); OS SERTÕES (EDICIÓN ANOTADA), POESIA REUNIDA, ENSAIOS E INÉDITOS Y À MARGEM DA HISTÓRIA DE EUCLIDES DA CUNHA; Y BENJAMÍN SALDAÑA ROCCA: PRENSA Y DENUNCIA OTROS TÍTULOS DE ESTA EN LA AMAZONÍA CAUCHERA.
CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
JOSÉ EUSTASIO RIVERA Y SUS LECTORES
JOSÉ EUSTASIO RIVERA Y EL BRASIL
LA NOVELA COMO ARMA SOCIOPOLÍTICA
LA MIRADA DE UN NATURALISTA
LOS INFORTUNIOS DE LA FICCIÓN
NOTAS BIOGRÁFICAS (PRINCIPALES DRAMATIS PERSONAE)
BIBLIOGRAFÍA
AGRADECIMIENTOS
Entre las muchas personas que me auxiliaron a lo largo de la investigación inicial para este libro, me gustaría agradecer, en primer lugar, a mis amigos y colegas colombianos: a Flora María Rodríguez-Arenas, por facilitar mi estadía en Bogotá en 2009, poniéndome en contacto con Jeimy Lizeth García Sánchez, quien con enorme generosidad me ayudó a navegar por los meandros de la ciudad y de los archivos. A Francisco Ortega Martínez, quien me presentó a dos personas de alto nivel profesional: Camilo P. Jaramillo, funcionario de la Biblioteca Nacional de Colombia, en Bogotá, y Soraya Maite Yie Garzón. También estoy muy agradecido con ambos. Con el primero por hacer disponibles las imágenes digitales del manuscrito de La vorágine; con la segunda por su trabajo esmerado de transcripción de ese manuscrito. A la Pontificia Universidad Javeriana le debo mis más sinceros agradecimientos. Al padre Luis Carlos Herrera, estudioso de la obra de José E. Rivera, que amablemente me cedió una hora de conferencia con él; a Hugo Ramírez, de la Biblioteca de Filosofía y Teología Mario Valenzuela, S. J., que gentilmente me atendió durante las dos largas visitas que realicé a la colección del autor colombiano. Finalmente, todos estamos en deuda con Carmen Millán de Benavides, investigadora de la Pontificia Universidad Javeriana, por habernos revelado por internet el tesoro de los libros de la biblioteca de Rivera. La divulgación de ese material fue fundamental para el inicio de mi investigación de archivo. Los funcionarios de la Biblioteca Luis Arango y de la Biblioteca Nacional de Colombia, con gran eficiencia, hicieron que mi trabajo fuera más ágil y ameno. Le agradezco también a Mariana Serrano por la cuidadosa traducción al español de este libro.
También quiero agradecer a las siguientes personas que han colaborado de una u otra forma para la realización de este libro: a Felipe Rissato, viejo compañero y amigo, le estoy inmensamente agradecido por haberme ayudado en la identificación de las fotos incluidas en las primeras ediciones de La vorágine. De la Amazonía brasileña, en Manaos, Joaquim Rodrigues de Melo me facilitó el acceso a ítems bibliográficos preciosos. Su desprendimiento y sincera amistad son oro para mí. Ann Caroline y Leila Soares de la Biblioteca Samuel Benchimol, Raimundo Nonato dos Santos Braga de la biblioteca Mário Ipiranga (CCPA) y Olga y Luciana del Instituto Geográfico e Histórico del Amazonas fueron ayudas imprescindibles con los materiales de las hemerotecas de dichos lugares. En el Museo Amazónico, Nataly Oliveira da Silva y Jacqueline Cordeiro me facilitaron la visita a la hemeroteca y a la sección de documentación. En la redacción del Jornal do Commercio, la ayuda indispensable de William contribuyó al acceso a ediciones antiguas del periódico. En Belém do Pará, María del Socorro Simões, antigua compañera de IFNOPAP, propició en varias ocasiones la exposición de mis ideas iniciales sobre este libro. En esa ciudad también le agradezco a Simone, del área de restauración de la Biblioteca Arthur Vianna —Centro Cultural y Turístico— Fundación Tancredo Neves (Centur). En Rio Branco, Acre, Gerson Albuquerque y Francisco Bento da Silva me acogieron con esa camaradería del Norte y propiciaron la ocasión para la presentación de los primeros resultados de mi investigación. Más recientemente, en la Universidad de Oxford, Lucy McCann, empleada de la Rhodes Library, me recibió con excepcional prontitud y profesionalismo. Sin la generosidad y el agudo conocimiento de María del Rosario Flores Paz sobre las imágenes fotográficas relacionadas con el Putumayo, mi trabajo habría quedado trunco. Le estoy agradecido por las horas de conversación sobre ese tema de su especialidad.
Varios colegas de universidades, dentro y fuera de Brasil, expresaron un verdadero entusiasmo por nuestra investigación. En la Universidad de Stanford, Marília Librandi Rocha y sus alumnos mostraron apertura frente a mis indagaciones sobre la Amazonía con una receptividad inusual. En la Sorbona, Claudia Poncioni, pacientemente y con la elegancia de siempre, hizo que las ideas del libro que se iban refinando les llegaran a sus alumnos y colegas. Para esta admirable colega va mi profunda gratitud. En la USP, la amistad y el compañerismo de Laura Izarra y Mariana Bolfarine son, para mí, piedras preciosas. A las dos les agradezco por ponerme en contacto con Angus Mitchell, con quien he compartido de modo muy provechoso sus tesis sobre la expansión de la industria del caucho en la Amazonía.
No podría terminar de mencionar los varios nombres de esta lista sin antes agradecer el auxilio indirecto, inconsciente, que Michel Taussig, Walter Mignolo y Cedomil Goic me prestaron durante la década de 1980. Con el primero pasé varias horas conversando en un café de Ann Arbor, Michigan, sobre La vorágine y Os Sertões, de Euclides da Cunha. Curiosamente, ni él, ni mucho menos yo, sabíamos que un día yo escribiría sobre los eslabones perdidos entre estos dos grandes escritores latinoamericanos. Con Mignolo aprendí, siempre de una manera tranquila, pero sistemática, a leer los libros con los ojos puestos en las teorías del lenguaje. Con Goic, hice la primera lectura y análisis de La vorágine en un salón de clases y extraje de uno de sus estudios sobre esa novela una de las mejores y más agudas lecturas hasta hoy realizadas.
Muchos son los colegas y amigos que, con su apoyo, me incentivaron durante el recorrido del libro: al querido y añorado Ivan Teixeira, ejemplo de amistad y rigor académico, le quedé debiendo favores que espero poderle pagar algún día en el reino del otro mundo; a Emilio Bejel, colega y amigo de larga trayectoria, por siempre incentivar mi trabajo y ofrecerme comentarios agudos para el libro; a Elaine Tennant, amiga que siempre supo oírme y, de manera inteligente, ofrecerme sugerencias; a Sergio Díaz Luna por ayudarme con los asuntos ligados al folclore colombiano. A Plinio Martins Filho, amigo de vieja data, colega y brillante editor, por el cuidado primoroso y la confianza que siempre ha demostrado en relación con mis proyectos académicos, mi más sincera gratitud. Le guardo gratitud a Cristiane Silvestrin por el cuidado, profesionalismo y por la paciencia durante la fase de producción de este libro.
Finalmente, a mi querida familia, mi esposa Rachelle y mis hijos Alexandre, Paul-Anthony y Marcel. A Rachelle, mi primera y aguda lectora, y a Marcel, debo agradecerles especialmente las lecturas de algunos capítulos y pasajes del libro. Y, por último, pero no menos importante, le agradezco a la Universidad de California-Davis por el apoyo financiero que le otorgó a mi investigación a través de mi facultad, el College of Letters and Science (HArCS), del Global Affairs Office y de la cátedra The Russell F. and Jean H. Fiddyment in Latin American Studies.
INTRODUCCIÓN
El título de este libro revela una ambigüedad irreconciliable. Sin embargo, no podríamos haberlo concebido de otra forma. Históricamente, la Amazonía siempre ha estado asociada a la noción de Paraíso, aunque de manera cuestionable. La sospecha nace de la idea de que esa selva tropical también es un “infierno verde”, como lo sugirieron algunos de los que estuvieron allí y como quedó plasmado en la ficción del escritor brasileño Alberto Rangel. Algunas razones de orden histórico, científico y estético hicieron que los viajeros y naturalistas describieran la gran selva de manera paradójica a lo largo de los siglos. Uno de sus intérpretes más autorizados, Euclides da Cunha, la denominó un paraíso perdido. No obstante, hay algo más que es necesario considerar. Ese paraíso sospechoso se sitúa en un torbellino, un lugar de destrucción continua y natural, que genera la lenta pero incansable devoración de la materia, y no solo de su mundo vegetal, sino también del reino animal, inclusive del hombre que habita en él. Es un ambiente salvaje que fascina en todos los sentidos, un espacio inhóspito que también tritura a la más fuerte de las almas cuando esta ya no es capaz de adaptarse a él. Al escribir sobre la majestuosa selva, nosotros también tuvimos que lidiar con este punto de vista problemático. Por consiguiente, la dicotomía paraíso-infierno dará cuenta de los temas principales discutidos en este libro, entre ellos el de la representación literaria de la Amazonía en el contexto del ciclo del caucho, periodo que se extendió desde la década de 1900 hasta la de 1920.
Le damos a la selva amazónica la denominación de paraíso sospechoso por su capacidad de esconder o disfrazar sus peligros. Una visión algo complaciente de ese vasto territorio verde podría demostrar que su densa vegetación, su difícil acceso, la malaria y otras arduas condiciones ambientales ayudan a mantener lejos de él a los curiosos o a los intrusos. Incluso para aquellos más serios, estudiosos en todo caso, que logran aproximarse a ella para examinarla con mayor atención, la Amazonía ofrece solo una comprensión superficial e incompleta de sus complejidades. Pero no debemos insistir sobre este lado desfavorable de la selva suramericana. Evidentemente, su esplendor y sus riquezas naturales contrarrestan ese otro escenario. Tanto es así que masas de inmigrantes se han desplazado hacia allá. Durante el apogeo de la industria cauchera (1890-1920), por ejemplo, cerca de medio millón de nordestinos brasileños, huyendo de la sequía en sus tierras de origen, migraron hacia ese enorme territorio en busca de trabajo en las caucherías,1 principalmente en las regiones del río Purus y del río Negro, y muchos de ellos más nunca regresaron.2
En contrapartida, si lanzáramos una mirada más perversa sobre ese gigante verde y complejo, llamaría la atención el lado oscuro de la selva. Aunque aquí la referencia sea, obviamente, a la historia de la conquista de la Amazonía, en función de la fuerza de nuestro argumento no excluimos sus desafiantes condiciones geográficas y ambientales. La Amazonía siempre atrajo y continúa atrayendo los tipos humanos más diabólicos: mercaderes de esclavos, fugitivos de la ley, misioneros abusivos, comerciantes criminales de caucho, codiciosos ganaderos y, más recientemente, insaciables explotadores de madera y traficantes de droga.
Ha ocurrido, y aún ocurre, el hecho deplorable de que las noticias sobre la destructiva huella humana y ecológica dejada por esos individuos nos llegan cuando ya es demasiado tarde para que las autoridades gubernamentales hagan cualquier cosa para detenerlos. No sin sorpresa, algunas veces esa destrucción nunca nos es revelada, porque permanece oculta o invisible debido a los sistemas legales corruptos del gobierno. Eso explica por qué, actualmente, es difícil conocer, de manera clara y precisa, la historia del genocidio asociado al ciclo del caucho en la Amazonía, inclusive la de las décadas de 1900 y 1910.
En realidad, es inquietante que ese capítulo particular de la historia amazónica no haya recibido la debida atención de las autoridades gubernamentales y mucho más que aún no haya sido estudiado con detalle por parte de los especialistas. Afortunadamente para nosotros, esos acontecimientos tan sórdidos fueron abordados en algunos textos literarios. Episodios de esclavitud, de azotes y de genocidio, asociados a ese capítulo vergonzoso, casi totalmente desconocido por la mayoría de los lectores, aparecen de manera esporádica, aunque convincente, en algunos ensayos de autores brasileños, como À Margem da História (1909), de Euclides da Cunha, en los cuentos de Alberto Rangel en Inferno Verde (1908) y en una novela poderosa y canónica del escritor colombiano José Eustasio Rivera, La vorágine (1924). Esos tres autores y sus narrativas instigadoras ocupan un lugar central en nuestro libro.3
Aunque sea tan chocante, incluso después de transcurrido un siglo, la historia del genocidio en la Amazonía todavía aguarda una completa documentación. En lo que respecta a los indios de esa región, un aspecto perturbador de esa práctica de limpieza étnica es el hecho de que esta aún no ha terminado hoy en día. Mientras los historiadores contemporáneos escriben sus narrativas sobre los asesinatos en masa del pasado, actualmente nosotros continuamos dando testimonios sobre las prácticas de genocidio en todo el mundo. A finales del siglo XX, imágenes horripilantes de un gran número de sepulturas en la antigua Yugoslavia, en Bangladesh y en Ruanda sirvieron para recordarnos los instintos más bárbaros de la raza humana. Otra faceta alarmante del genocidio es que este puede caer fácilmente en el olvido o ser descartado de manera definitiva como historias fabricadas. Además de eso, mientras más remoto e inaccesible es el lugar en donde ocurre ese tipo de exterminio humano, es más difícil conducir investigaciones criminales. Es el caso, por ejemplo, de los crímenes de genocidio cometidos en el Alto Orinoco, en el Putumayo y el Caquetá, territorios amazónicos del caucho, en el periodo que comprende tres décadas a partir de 1900.
Se estima que, en el periodo 1900-1910, tan solo en la Amazonía occidental, cerca de treinta mil indios, caucheros, de las tribus huitoto, ocaima, andeke, fueron explotados, esclavizados, torturados y asesinados violentamente. La Peruvian Amazon Company (PAC), la principal responsable de esas atrocidades, justificó los castigos infligidos alegando que los indios no eran capaces de cumplir las reglas de la compañía. Esas reglas irreales e inhumanas establecían que los nativos tenían que extraer una cuota mínima de látex o, por el contrario, serían azotados o recibirían un castigo mayor. La PAC fue fundada y dirigida por el odioso barón del caucho peruano, Julio César Arana; pero Arana no estaba solo en ese escenario de malos tratos y asesinatos en las caucherías amazónicas.
Durante el primer periodo del régimen dictatorial del venezolano Juan Vicente Gómez (1908-1913), surgió otro barón despiadado del caucho, el coronel Tomás Funes Guevara. El 8 de mayo de 1913, él y un pequeño grupo de caucheros asumieron el control de San Fernando de Atabapo, la antigua capital del Territorio Federal Amazonas, en Venezuela, localizada en una rica área de cauchos. Durante su asalto, Funes, como era conocido, asesinó al gobernador del Estado, Roberto Pulido, a su esposa y a miembros de la familia, y a un gran número de otras personas de San Fernando. Fue un preámbulo para una masacre posterior de más o menos dos mil indios de la tribu Makiritare, empleados en la extracción de látex y para la destrucción de sus aldeas. Después de conquistar San Fernando, Vicente Gómez permitió que Funes asumiera la gobernación de facto, aunque nunca hubiera oficializado su cargo. Durante ocho años, Funes gobernó la región con mano de hierro y difundió el terror entre los indios y otros caucheros. Solamente en San Fernando, fue responsable de cerca de 420 muertes. Finalmente, la tiranía de Funes llegó a su fin el 27 de enero de 1921, cuando fue obligado a rendirse ante las tropas del coronel Emilio Arévalo Cedeño, un jefe guerrillero antigomecista. Tres días después, fue sentenciado a muerte y fusilado.4
Aproximadamente a partir de la mitad de la década de 1920, historias como estas, que narran los crímenes cometidos principalmente en contra de los pueblos indígenas de la Amazonía para satisfacer la ganancia de los poderosos barones del caucho, comenzaron a despertar la atención de investigadores oficiales y de escritores de ficción. Novelas como A Selva (1930), de José Maria Ferreira de Castro; Toá (1934) de César Uribe Piedrahita; Canaima (1935), de Rómulo Gallegos; El mundo es ancho y ajeno (1941), de Ciro Alegría, y El sueño del celta (2010), de Mario Vargas Llosa, pusieron al desnudo la explotación humana y las prácticas criminales a gran escala en las regiones de extracción del caucho en la Amazonía durante ese periodo, pero La vorágine (1924) se destaca como la primera novela latinoamericana que denuncia con vehemencia esas barbaridades. Cabe decir que lo hizo con éxito, tanto por su calidad artística como por el modo como asimila el registro histórico.
Así, Paraíso sospechoso revisita esta formidable obra de ficción, examinando su importancia sociopolítica y sus aspectos compositivos, demostrando cómo La vorágine exhibe dos cualidades fundamentales: una poderosa “trascendencia social” (como la llamó Rivera) y un notable estilo novelístico. Además, nuestro libro pretende mostrar cómo el escritor colombiano emplea su talento artístico para denunciar valientemente la tortura y la masacre de millares de caucheros indios, mestizos y blancos por parte de los rapaces y codiciosos barones del caucho. Si consideramos el hecho de que él fue una figura pública bien conocida, la actitud de Rivera exigió una excepcional valentía y diplomacia. Los ejecutivos de la PAC que él denunció eran despiadados, amenazadores, vengativos, implacables y políticamente astutos, de hecho, uno de ellos, J. C. Arana, llegó a sobrevivir a Rivera y a ocupar un alto cargo público, el de senador peruano por el Departamento de Loreto.
Casi cien años después de su publicación, esa novela continúa atrayendo nuevas generaciones de lectores a través de los continentes e instigando una pluralidad de reacciones. Al ser, entre otras cosas, una representación ficcional de los crímenes cometidos en la Amazonía, la labor de escribir una novela realista como La vorágine fue significativamente ardua. El desafío de Rivera fue intentar hacer que los escépticos, sobre todo aquellos acostumbrados a las historias de ficción, lo trataran, en las palabras de Peter Gay, como un “tesoro de conocimientos”, de donde fuera posible extraer verdades de la ficción.5
Trabajos académicos recientes en las áreas de literatura, estudios culturales, antropología e historia, que ofrecen nuevas aproximaciones críticas a esta novela latinoamericana, han suscitado el interés de una infinidad de lectores. Se admite, en general, que la magistral ficción de Rivera superó todas las expectativas de sus críticos.6 Contrariamente a la atrevida denuncia de las masacres generalizadas en las caucherías del Orinoco, del Putumayo y del Caquetá hecha por esta novela, la mayoría de los intelectuales en la época de esos crímenes no se pronunció en contra de esas atrocidades. Sin embargo, los pocos críticos que lo hicieron, condenaron vehementemente esa violencia; entre ellos figuran Euclides da Cunha, Benjamín Saldaña Rocca, Walter R. Hardenburg, Sidney Paternoster, Carlos Valcárcel, Cornelio Hispano, Vicente Olarte Camacho, Emilio Arévalo Cedeño y Roger Casement (véase la bibliografía). En condición de miembro de la Comisión británica que investigó esos crímenes, Casement, defensor de los derechos humanos y funcionario del British Foreign Service, desempeñó un papel fundamental en la revelación de esa barbarie a la audiencia que desconocía hasta entonces los horrores ocurridos en la Amazonía. Los increíbles relatos que esos escritores compartieron con sus lectores provocaron reacciones contradictorias: unos quedaron impactados, otros se mostraron incrédulos, algunos incluso aparentaron indiferencia o permanecieron callados. Inclusive, las publicaciones de Da Cunha, las primeras en condenar tales acciones criminales en la región del río Purus, no encontraron eco entre la mayoría de sus lectores. Si, por un lado, en 1907-1908, los crímenes perpetrados en el Putumayo y en el Caquetá recibieron alguna atención por parte de la prensa británica, peruana, colombiana y brasileña, por otro lado, en 1920 esos actos ya parecían haber desaparecido de la memoria colectiva. La publicación de La vorágine en 1924 reactivó las acusaciones que habían sido olvidadas después de la muerte de Casement, en 1916. Basta decir que el trágico destino del valiente irlandés y las circunstancias que cercaron su ejecución dieron a los feroces defensores del “avance de la civilización” en esas remotas áreas amazónicas munición suficiente para vilipendiar esos crímenes hediondos.
Desde su primera publicación, La vorágine disfrutó de gran popularidad entre sus lectores. Sin embargo, muchos de ellos, inclusive algunos críticos, no lograron comprender plenamente el papel de la novela en permanecer próxima a la verdad histórica sobre la violenta expansión del capitalismo y de la esclavitud moderna en la Amazonía. Una revisita a La vorágine en el siglo XXI nos trae a la memoria esa época olvidada de acumulación insaciable de riquezas en América del Sur y el genocidio que suscitó, principalmente, en las regiones de Putumayo, Caquetá y Orinoco, en el curso de los años 1900, 19107 y 1920. Desgraciadamente, los genocidios de este tipo en las tierras remotas que las potencias coloniales tildan de “no civilizadas” son frecuentemente ignoradas cuando se relatan las historias de las naciones. De esa forma, los crímenes en contra de la humanidad en la Amazonía se suman a los genocidios en el Congo en la década de 1890 y en el año de 1996, de los armenios en 1915, al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, a las masacres de Ruanda en 1994 y a muchos otros.8 Las sobresalientes lecciones sociales e históricas que provee La vorágine son valiosas para nuestra comprensión de los abusos en contra de los derechos humanos, de los genocidios cometidos y financiados por naciones “civilizadas”, y del poder de la selva tropical frente a la vulnerabilidad de los individuos que deciden explotarla con una agresiva velocidad industrial. Paradójicamente, la novela de Rivera también nos ofrece instrumentos vitales para aprehender la fragilidad de la selva amazónica, que en los días de hoy se ve amenazada por los llamados de diferentes gobiernos en el sentido de acelerar el ritmo del cuestionable progreso de la región.
Antes de lanzar la primera edición de La vorágine, Rivera hizo tres ruidosas denuncias públicas en contra de los patrones de aquellas caucherías: una, en un informe oficial al ministro colombiano de Relaciones Exteriores, y, nuevamente, en dos artículos de prensa.9 Con su novela, sin embargo, evitó los géneros del reportaje y de la narrativa histórica, y utilizó un medio más poderoso para llevarle al público la explotación y la masacre de los trabajadores practicados por la PAC.
En La vorágine, la representación de la Amazonía ocupa cerca del 75 % de la materia narrada. Aunque la primera parte de la novela transcurre en una única región —específicamente los llanos colombianos— nuestro foco se centró principalmente en la región transnacional de la gran selva tropical. La violencia sufrida por los caucheros en ese territorio desdeñó las fronteras nacionales, tal como señala esa deliberadamente inexacta cartografía de la América Latina fin-de-siècle. El genocidio de la industria del caucho reúne, de modo indiscriminado, a colombianos, venezolanos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos y brasileños en un inmenso drama transnacional de opresión y explotación. Aunque ese genocidio tenga un significado histórico y cultural específico de esa región, este se extiende más allá de su periodo y su geografía. Los relatos de esos malos tratos y asesinatos en masa resuenan en las historias contadas por los testigos del nazismo, en el segundo cuarto del siglo XX, en la Europa Occidental y Central, teniendo en cuenta que ambos regímenes dejaron a las maltratadas víctimas que sobrevivieron espoliadas de su derecho a vivir o de su dignidad humana, y las aprisionaron en una cultura del terror.
Además de ofrecer un relato poderosamente cruento de un momento brutal en la historia de América Latina, La vorágine es una obra notoriamente difícil de clasificar en términos discursivos. Es tal vez una de las novelas más mal interpretadas de todo el canon latinoamericano. Algunos críticos que intentaron clasificarla descubrieron que el proceso es verdaderamente problemático y difícil. Carlos Alonso, uno de sus críticos más agudos, la sitúa entre las novelas de la tierra o novelas regionales, observando que Rivera se involucra en una representación “negativa” de una “concepción de autoctonía”.10 Los estudiosos vienen trabajando durante casi cien años para ofrecer una lectura definitiva de La vorágine, dedicándose solo a algunos aspectos del libro e ignorando gran parte de sus múltiples capas de sentido y su compleja composición. Por ejemplo, aunque le deba mucho a la poética del Romanticismo, esta novela de Rivera posee una importante filiación con la escuela naturalista. Aunque el lenguaje exquisito, a veces, aparezca en el texto, existe también una profusión de coloquialismos, notas de colorido local y regionalismos que coexisten con el preciosismo poético que tanto recuerda el estilo preconizado por el Modernismo hispanoamericano.11 Del mismo modo, considerar a Rivera solo como un penetrante crítico social es ignorar su notable desempeño como artista. Al contrario, insistir en que él es simplemente un maestro de la forma significa rebajar el contexto social e histórico de su libro.12 Solamente investigando el vínculo de esos aspectos estéticos y sociopolíticos puede reconocerse la verdadera dimensión artística de La vorágine como una de las novelas más importantes y elaboradas del siglo XX en América Latina.
Tracemos ahora algunos breves comentarios, de naturaleza más práctica, para explicar cómo fue estructurado Paraíso sospechoso. En el capítulo primero (“Rivera y sus lectores”), al intentar la revaluación de los aspectos principales de la larga bibliografía crítica de La vorágine, inevitablemente tuvimos que optar por una difícil selección de esos trabajos académicos que principalmente destacan la vitalidad de la novela de Rivera cuando ella es puesta a prueba. Pasado casi un siglo desde su publicación, ofrecemos una visión general de su recepción crítica, para demostrar la relevancia cultural y literaria de esa obra y por qué hoy es importante leer este libro. El segundo capítulo (“Rivera y el Brasil”) llamará la atención de los lectores hacia la relación de ese autor con Brasil, un tópico nuevo en la rica bibliografía sobre Rivera. En el curso de nuestra investigación de archivos de Bogotá, fue particularmente gratificante descubrir ese eslabón perdido. En general, los críticos de La vorágine ignoraron la relación intertextual entre la novela de Rivera y algunos textos brasileños. Algunos de ellos hicieron comentarios esporádicos, pero aquí presentamos una comparación textual más rigurosa que muestra, definitivamente, los puntos de contacto de Rivera con Da Cunha y otros autores brasileños leídos por él, revelando al mismo tiempo una rica documentación sobre el uso que el escritor colombiano hizo de las fuentes escritas. El tercer capítulo (“La novela como arma sociopolítica”), como ya lo revela el título, examina La vorágine como un texto literario que se transforma en un instrumento de acción política y social con todas sus ventajas y desventajas. El cuarto capítulo (“La mirada de un naturalista”) analiza los diferentes elementos nativos que componen la novela: narrativas históricas sobre la estructura de la industria del caucho, mitología indígena, observaciones naturalistas, etnografía, tradición oral y la representación que Rivera hace de las torturas y crímenes en las caucherías de la Amazonía. El quinto capítulo (“Los infortunios de la ficción”) discute el realismo de la novela como uno de sus aspectos fundamentales. Nuestro objetivo en este capítulo no es leer La vorágine como una especie de novela histórica; tampoco creemos que cualquier ficción pueda o deba reflejar la realidad de modo mecánico o especular. No obstante, queríamos leer esta novela como a Rivera le habría gustado que la leyéramos, es decir, como una narrativa ficcional históricamente convincente de las atrocidades cometidas en la Amazonía a inicios del siglo XX. Rivera dedicó un enorme esfuerzo en también intentar convencernos de que lo que se lee en su libro es ficción y no historia per se. Y para complejizar el asunto, su decisión inicial de jugar con la fotografía en su novela, agregándole una dimensión artística moderna, acentúa aún más su importancia literaria. Fue exactamente ese diálogo entre lo visual y lo textual, que no había sido investigado antes, lo que nos estimuló a examinar más de cerca el papel que la fotografía desempeña en esta obra en particular y en la literatura en general.