Kitabı oku: «La bordadora de sueños»
Table of Content
Portada
La bordadora de sueños
Ma’yuk awilal o utopía (no lugar)
Dedicatoria
La bordadora de sueños
Así es Itzel
Primera visita
Sanación
Juntos
Trueque
Santa Tierra
Ritual
El extranjero
Eternidad
Padre
Pesadilla
La fotografía
Francisco
Olvido
Guía para ver un fantasma
Espejo
Gota de agua
La mordida
Ambos
La visitante
Emparentados
Oventic
Favor
Desaparecido
Maestras
Confieso
La otra mitad
Clara
Las abejas
Celos
Loseta
Parvada
Vida / Muerte 1
Blanco
Aroma
Mal sueño
Vida / Muerte 2
Porvenir
Pócima
Sombra
En el puente
Enciéndete
Secreto
Regalo
Pasado
Muelle
Arcoíris
Silencio
Nómada
Mariposas
¿Se te ofrece algo, María?
Adelaida
Duelos
El juereño
Favorcito
Frontera
Luz
Miedo
Noticia
Sueño eterno
Sospecha
Sounds of silence
Te soñé
Engrandecer el corazón
La leyenda de las lunas
De oráculos, caracoles, corazones
Mi otro yo
Naufragio
Refugio
Susurro
Lía Yólotl Villava Alberú
Obra registrada ante Indautor:
03-2006-07101584700-14
D.R.© Lía Yólotl Villava Alberú
ISBN 978-607-8676-30-9
Editorial Página Seis, S.A. de C.V.
Teotihuacan 345, Ciudad del Sol,
CP 45050, Zapopan, Jalisco
Tels. (33) 3657 3786 y 3657 5045
www.pagina6.com.mx • p6@pagina6.com.mx
Se editó para publicación digital en abril de 2020
Ma’yuk awilal
o utopía (no lugar)
Si llegamos a Chiapas y queremos viajar por la selva, para no perdernos necesitaremos un guía.
Y los que venimos del mundo occidental, si queremos entender lo que la gente nos dice en alguna de las lenguas mayas, necesitaremos un intérprete; pero si lo que deseamos comprender es la cosmovisión de los tseltales, nos es indispensable alguien que sea intérprete del corazón de ese pueblo.
Y esa guía, para fortuna nuestra, es Lía Villava, que comprende el lenguaje del corazón tseltal, pues lo ha captado y aprendido con los ojos y oídos de su propio corazón.
Es un lenguaje que no se puede analizar ni menos comprender con los ojos del intelecto, sino tiene que ser comprendido con la mirada del corazón.
Lía no conoce la lengua que hablan los tseltales, pero sí comprende muy bien el idioma del corazón tseltal.
Sabe que un indio que está sentado y con la mirada perdida en el horizonte, no está perdiendo el tiempo. ¡No! yak ya’iybel slamalil sok sbuhts’anil k’inal. Está disfrutando de la tranquilidad y de la sabrosura del ambiente.
Cuando un tseltal le pregunta a otro «¿qué opinas?» Lía sabe que en realidad le está preguntando ¿qué dice tu corazón?; si le quiere preguntar «qué planes tiene» ¿binti laj anop ta awo’tan? se refiere a qué ha decidido en su corazón.
La autora de este libro ha platicado con esos ancianos venerables jte’ch’ajan (a la letra, árboles de la selva), que han servido por largos años al Santo Patrono para que bendiga a su pueblo. Esos ancianos venerables ay sp’ijil o’tanil poseen sabiduría del corazón, la sapiencia, que no es la simple acumulación de conocimientos sino el saber gustar de las cosas con el corazón. Además ellos se hicieron sabios por sí mismos, la sp’ijubtes sbahik, mediante la experiencia de la vida, y especialmente mediante el servicio.
Lía sabe que el muchacho no le dice a la muchacha: «¡Qué bueno que estás aquí conmigo!» sino k’alal yak ajokimbelon ya kabuhts’antesbon k’inal, cuando me acompañas le das sabrosura a mi ambiente.
También ha oído que la mujer y el marido no hablan simplemente de «su pareja» sino que uno a otro se llaman snuhp’ jti’ snuhp’ ko’tan, expresión que traducida literalmente significa «la pareja de mi boca, la pareja de mi corazón», pero que traducida en el lenguaje del corazón, significa: «aquélla, o aquél cuyas palabras, acciones y sentimientos embonan con los míos».
Así pues en este viaje con Lía olvidémonos de nuestro entendimiento aristotélico, y sigamos sus instrucciones sobre la manera de ver, sentir y oír con el corazón.
¡Buen viaje!*
Eugenio Maurer
* P.D. Lía: el título del prólogo quiere significar un mundo ideal.
Gracias a los amores que me acompañan: César, Arturo, Ana Lía, Mateo.
Agradezco a Eugenio por compartir su sabiduría. Él me invitó a conocer a los hermanos tseltales, fue ahí que descubrí ese otro México, al que se debe llegar descalzo de prejuicios para poder conocer su cosmovisión.
Alicia Ferreira, maestra de literatura. Gracias.
A los hermanos de sangre, Rodrigo, Gonzalo, Fernando, Cristina, Lorenza y a los hermanos de Patria.
A los compañeros de Cruz Roja Chiapas, a Inti.
A los amigos y amigas que han creído en mí.
A los que ya no están aquí y me protegen.
A mamá quien me invitó al taller y que escribe maravillosamente.
Gracias Alicia, Nubia, por permitir salir a las niñas que nos habitan.
La bordadora de sueños
Itzel tiene sus manos ásperas sobre las piernas. Una hermosa camisa bordada y un enredo azul con cintas de colores.
No lleva zapatos, sus pies trabajados rozan la tierra y las estrellas.
En Chilón la conocen como la intérprete de los sueños.
Sus enormes ojos miran sonrientes. Pareciera que no tiene edad.
La saludo diciendo: «¡Qué hermosa blusa!».
Y me dice con seriedad: «Yo la hice, la soñé cuando mi ahijado iba a nacer, fui a visitar a mi comadre, le di una sobada en la panza. Al regresar a mi casa, me tiré en la hamaca, y cerrando los ojos, mis brazos comenzaron a temblar. A la mañana siguiente, elegí los hilos de colores para plasmar el sueño. Tomé la aguja dejando que mis manos escucharan lo que vi la noche anterior».
Había un sol, me lo mostró y me dijo: «Clarito supe que era niño. ¿Ves la milpa? Allí nació, y su placenta fue sembrada para devolver a la tierra su fecundidad. Será hermano de ella. Las montañas de la manga izquierda son sus custodios. El tigre es su lab.** Fueron las huellas que aparecieron cuando él vino a este mundo. Así será mi ahijado Manuel, un hombre fuerte. En las noches de luna llena querrá subir a lo más alto para apreciar y agradecer a la tierra que lo recibió.
»Estas mazorcas serán los hijos que tendrá. Morirá de viejo, con su prole alrededor. Se clavarán seis machetes en la milpa y el cielo llorará».
Sonriente, Itzel se levantó y estirando su mano fértil me dijo: «Si te llego a soñar, bordaré tu vida, para que aclares el cargo que tendrás que desempeñar».
Se alejó, parecía que sus pies flotaban.
Cuento los días para volver.
** Lab, animal protector. Alma que es un animal que vive en su propio hábitat y a la vez en el sujeto cuyo lab es. Lo que sucede al lab sucede también a su compañero.
Así es Itzel
Itzel es cándida, tiene carácter firme y siempre está de buen humor. La vida y ella se llevan muy bien. Su cosmovisión le permite participar en la magia que la rodea. Es pobre y rica a la vez. Mujer de fe inquebrantable. Conoce la injusticia y reacciona ante ella. Le entristece la falta de armonía con sus demás hermanos.
Le alegra ser parte de la comunidad, los niños, sus manos que trabajan, las ceremonias religiosas. Cuando está entre otras mujeres sólo se escuchan risas. El agua le encanta y cuando la noche se acerca.
La anima su fe, el trabajo, conocer gente, hablar castellano, hacer cuentas y el amor.
Retrocede ante un hombre armado que la mira como las serpientes.
Sus secretos son muchos y muy variados. Conoce los puentes que existen debajo de las máscaras de los que no son iguales y puede ver a través de ellos. Le habla de tú a los sueños. Sabe cómo acceder a ellos pero no lo confiesa, sólo comparte ese regalo, y reconoce cuando hay una doble intención.
Itzel es agua, canto, azúcar, es fiesta de colores, hermana; solidaria, niñera, cántaro, nube, risa, llanto; es flor que estalla, niebla. Es raíz bien afianzada, savia y sabia. Es noche luminosa, canto del gallo, incienso que se eleva hasta el cielo. Voz que arropa los corazones.
Primera visita
—¿Cuál es tu cargo? —me dijo muy serio.
Le miré a los ojos y sonriendo dije:
—Soy la sobrina de Eugenio.
Me contestó: —No te pregunté eso.
Recordé a mi madre sentada en Na Bolom, cenando con unos lacandones. Al hombre que se encontraba a su lado le dijo «¿Por qué usan el pelo largo?» Y éste le respondió «porque así es».
También evoqué lo que había escuchado sobre la veracidad de las palabras en los indígenas, y cómo las tergiversamos inconscientemente. Entonces le respondí:
—Escribo, quiero plasmar sus costumbres, lo que piensan y sienten.
—Ahora sí te digo lo que necesites, cuenta conmigo —pronunció con firmeza.
¡Qué compromiso acababa de adquirir a través de las palabras, ésas que sostienen una parte del techo de mi libro!
Voces que no se pronuncian, o que las escucho en tseltal y las traduzco en la congruencia de sus movimientos. A veces son gritos de injusticia, otras plegarias que suenan a comunidad. Llanto en el rebozo de sus madres. Cantos femeninos con sonidos de colores, trueno al cosechar la siembra. Lamento al cortar la madera. Hacen eco en la selva, se bordan sobre telares y se hilan en perdón.
Palabras que viven, que han sido olvidadas. Que se alzan ufanas con algo nuevo que pregonar, su verdad, lo que son.
Sanación
Conocí la perversidad siendo muy niña, fue en una de mis primeras noches de insomnio que luego me han acompañado por tantos años. Estaba tratando de conciliar el sueño y me pareció muy fácil ir a la recámara de enfrente a solicitarle al primo que me contara un cuento.
Metiéndose en mi cama, comenzó por narrar con sus manos la historia de terror más grande que hubiera imaginado, me revolvió el alma y supe en ese momento que mi vida corría peligro.
Ahora los cuentos los narro yo, no vaya a repetirse la historia. Así como le pasó a Itzel la noche en que apagó la candela de su cuarto y de pronto entró el militar ése a extinguirle todas las estrellas.
Pero fuimos hilvanando los malos sueños, los dejamos al margen del lago para que la luna los fuera serenando y así desandar el camino para volver a ver con la luz el cometa que anunciaba llegar.
Cortamos las plantas que nos indicó la curandera María y las hervimos en la lumbre, la pasta olía deliciosa y en la orilla del río, del lado de las mujeres, fuimos a lavarnos las heridas, nos untábamos el remedio y, frotándonos muy fuerte, disolvimos poco a poco el pasado.
Luego con el cabello mojado y un enredo amarrado al cuerpo fuimos hasta su casa a beber un remedio para el perdón, como decía María.
Las luciérnagas nos iluminaron la entrada y limpias como estábamos y dispuestas a sanar, pasamos a la mesa.
Nos ofreció pozol y lo aceptamos. Había unas flores y la casa estaba esperándonos, María nos dijo que lo primero sería conseguir que el sueño regresara, para así poder darle la bienvenida otra vez. Dijo otras cosas pero ya no la pudimos escuchar, estábamos dormidas.
Me sentí de pronto en un gran vientre materno que se hacía cargo de todas las necesidades, totalmente protegida.
Vi a María en el sueño, como buena partera, recibiendo una criatura más, esta vez un niño que nació antes de tiempo, muy pequeño y frágil.
Luego observé a ese mismo chico con dificultades para entender; su padre lo había querido fuerte para ayudarle en la milpa, y le salió blandengue. Al saber que su herencia se debilitaba, lo corregía a golpes con bastante frecuencia para hacerlo hombrecito, decía, y para que aprendiera. La mamá tampoco ayudaba mucho en el desarrollo del muchacho. Conoció el amor con el puño cerrado, le temía a sus padres, pero su terror más grande eran sus propios pensamientos.
Ése fue más tarde el mismo hombre que nos robaría el sueño, y entonces comprendí, que si la historia se hubiera contado desde el lenguaje del amor, no hubiéramos tenido que pasar por tanto tormento.
Y desde que me asomé por esa ventana en casa de María, he advertido que absolutamente todo se puede llegar a mirar y a sentir desde otra perspectiva. Dijo ella que nuestros sueños estaban desplazados de sus corazones y que a partir de ahora les daríamos la bienvenida otra vez.
Nos despedimos, al salir Itzel miró al cielo y dijo «¡Mira, ya volvieron a brillar las estrellas!».
Juntos
Me gustaría tomarte de la mano y enseñarte un mundo donde existe la armonía, la salud y la luz. Te mostraría que allí no hay necesidad de defenderse, porque todo lo que existe alrededor está cubierto de paz y ésta se refleja en los ojos, en las facciones, en los movimientos, en la modulación de la voz. El rumor que se escucha es el de la cadencia latiendo en el corazón, en la mente, en el fluir de la sangre; el viento que acaricia y te habla al oído de su sabiduría. El sonido de los animales que se comunican contigo, en la tierra que palpita y te abraza. En la luz que llena los poros para penetrarte poco a poco y así crear una sinfonía con la música que recorre todo tu cuerpo. En la perfección que existe en cada una de tus células, la luz que también brilla en tus ojos aun cuando estén cerrados y en las estrellas que te guían.
Allí no necesitas llevar los miedos. Tus apegos vienen sobrando, no existe la duda y la razón no es bienvenida.
Es un lugar donde todo brota sin detenerse, donde tú eres todo y el todo eres tú, se conecta el universo entero para celebrar contigo el ser. Donde no hay tiempo ni juicios, ahí donde no se pretende estar, sólo se Es.
El amor se encuentra en su más pura esencia, donde está lo mejor de cada uno de nosotros y se unifica con el conocimiento que viene del exterior y nace en tu interior.
No existen las prisas ni los egos, no hay límites, todo esta allí y en ese todo se percibe con más claridad el disfrute de la vida, ese momento en el que se está, se estuvo y se estará. En ese mundo cabemos todos.
Si tan sólo pudiera mostrártelo, sabrías que ese equilibrio que llevo dentro me lo da la naturaleza, pero acá, en ese tu mundo, no te lo puedo mostrar… y pensar que provenimos de allí, aunque no todos queremos hacerlo nuestro.
Ese día serías feliz de saberte libre y bailaríamos con las estrellas, nos abrazaría el universo y vería en tus ojos, los míos llenos de luminosidad.
Pero tú estás muy lejos, en un mundo donde hay política, donde se lucha por sobresalir, demostrar, creer saber más, donde sentir es de débiles, razonar de sabios y enfermar de humanos. En ese lugar donde se adueñan de la verdad absoluta y pelean por mantenerla, para después, si es que hay después, disfrutar.
En ese tu mundo, se es preso de uno mismo. Hay tantos límites que cuando se traspasan se desemboca en el poder, y todo se vale, se atropellan unos a otros y no siempre se tiene conciencia del daño causado.
Allí donde hay prisa por el reconocimiento de los demás, se llega también al final y quizá en esa carrera, un minuto antes de arribar, te des cuenta de que no seguiste al centinela interior, no escuchaste al amor, ni tuviste tiempo de ver esa luz que te iluminó siempre y que allí está, al final del camino.
Quizá la próxima vez tengas la maravillosa oportunidad de descubrir ese mundo y si decides dártela, ahí estaré para acompañarte a disfrutar la celebración de la vida.