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Historia de los sismos en el Perú. Catálogo: Siglos XVIII-XIX
Lizardo Seiner Lizárraga
Colección Investigaciones
Historia de los sismos en el Perú. Catálogo: Siglos XVIII-XIX
Primera edición digital, septiembre de 2016
© Universidad de Lima
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Versión ebook 2016
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ISBN versión electrónica: 978-9972-45-367-0
… En el Perú casi no hay semana en la que no se sientan algunos pequeños temblores, si no es en un lugar, en otro. Son tan seguidos que mayormente no se les presta ninguna atención y nadie se preocupa por anotar las fechas y marcarlas…
Bouguer, Pierre. LA FIGURE DE LA TERRE. PARÍS, 1749
… Son tan frecuentes los temblores en esta ciudad (Cusco) que casi no pasa año sin que se sientan algunos…
Esquivel y Navia, Diego. NOTICIAS
CRONOLÓGICAS DEL CUSCO [1740-1749] 1980
… Todos los años por lo regular se experimentan unos ligeros movimientos de tierra, principalmente a principios y fines del verano; pero son unos temores ocasionados del ruido, sin resultas de manifiesto peligro…
Feyjoo de Sosa, Miguel. RELACIÓN DESCRIPTIVA DE LA
CIUDAD Y PROVINCIA DE TRUJILLO DEL PERÚ [1763] 1984
Índice
Introducción
Estudio preliminar
Los sismos históricos y las fuentes
1. Ocho décadas de noticias locales: la Gaceta de Lima (1743-1826)
2. Periódicos
3. Limitaciones de los catálogos disponibles
4. Los relatos de viajeros
5. Observaciones finales
La sismicidad histórica y las fuentes peruanas del siglo XIX
1. Los sismólogos y la historia: la identificación de los eventos
Sismos y testimonios gráficos: la potencialidad de una fuente
Nota al catálogo
Siglo XVIII
Siglo XIX
Anexo
Bibliografía
Introducción
Hace dos años se publicó, por este mismo sello editorial, Historia de los sismos en el Perú. Catálogo: siglos XV-XVII. El volumen que el lector tiene ahora entre las manos es la continuación de dicha publicación, y en él nos hemos abocado al ordenamiento de los eventos sísmicos ocurridos en el Perú entre los siglos XVIII y XIX.
Noventa y nueve fueron los eventos sísmicos que identificamos para los siglos XV-XVII; el presente catálogo continúa dicha secuencia y aumenta el número de registros a 3.304, lo cual ha sido posible debido a la mayor disponibilidad de fuentes bibliográficas que contienen información sísmica. El uso de fuentes conocidas, como la Gaceta de Lima o diversos periódicos publicados en varias ciudades peruanas a lo largo del siglo XIX, entre otras, ha permitido incrementar sustancialmente dicho volumen. Mantenemos la misma intención que expresamos antes, a saber: depurar los catálogos sísmicos disponibles a partir de la consulta exhaustiva de fuentes históricas capaces de confirmar los eventos ya identificados e incorporar muchos nuevos. No consideramos necesario extender la consulta a los archivos. Es evidente que la búsqueda de información y referencias de eventos sísmicos en fuentes primarias daría resultados halagüeños; sin embargo, para que esa búsqueda resultara significativa habría que disponer de un equipo de apoyo y contar con una disponibilidad amplia de tiempo. El presente trabajo, al igual que el anterior, es el resultado de una empresa individual, posible de llevarse a cabo gracias al apoyo institucional de la Universidad de Lima.
Identificar y ordenar la facticidad sísmica secular fue nuestro propósito inicial, circunscribiéndola solo a un periodo que llega hasta fines del siglo XIX. Decidimos no abordar el estudio del siglo XX, pues van apareciendo nuevos tipos de fuentes, especialmente las que provienen de la propia ciencia sismológica. Los sismogramas que producen entidades científicas desde inicios del siglo XX representan, también, un nuevo tipo de fuente cuya decodificación, creemos, corresponde más al saber del geofísico que al del historiador. La confección de dos catálogos dedicados al ordenamiento de eventos naturales ocurridos en más de cuatrocientos años nos place sobremanera, pues abrigamos la esperanza de que la información que contienen resulte útil para distintos fines, sean los estrictamente académicos, los profesionales o, incluso, los del público en general.
Para cada evento sísmico identificado y luego incluido en el catálogo ofrecemos la información básica, formada por aquellas referencias que permiten ubicarlo en el espacio, aparte de sus características macrosísmicas y el índice de credibilidad que se desprende de la calidad de las fuentes. Hemos acudido a los mismos repositorios bibliográficos utilizados en la investigación anterior.
A lo largo de algunos años, la Universidad de Lima apoyó los varios proyectos sobre los que se sostiene este trabajo. Creo que esta es la ocasión propicia para expresar mi agradecimiento a sus autoridades por la confianza recibida; no obstante, todo lo escrito es responsabilidad del autor. El apoyo familiar fue esencial: a Constanza, María Eugenia y Ela les agradezco por ayudarme a sobrellevar las dificultades que conlleva toda investigación.
Estudio preliminar
Los sismos históricos y las fuentes
1. Ocho décadas de noticias locales: la Gaceta de Lima (1743-1826)
En enero de 1744 aparecía en Lima la Gaceta de Lima, que se convertiría en una de las principales publicaciones periódicas de la época virreinal. Aun cuando ciertos autores plantean la idea de que la Gaceta surgió años antes (Temple 1965), no se conoce de manera directa ningún ejemplar que así lo pruebe, y los esfuerzos desplegados para hallarlo han sido infructuosos. Se trata de una publicación oficial que se extendió hasta la década de 1790 y que luego apareció con el nombre de Gaceta del Gobierno de Lima, entre 1810 y 1813, a la cual siguió la Gaceta del Gobierno del Perú (1967), publicada en la época bolivariana, entre 1823 y 1826. De nuestra revisión de los ejemplares originales y de las ediciones facsimilares de esta última, apenas hemos hallado una sola referencia a eventos sísmicos, casi escondida en la información y planteada de manera indirecta, tal como se puede apreciar en la referencia correspondiente al año 1823. Antes bien, es voluminosa la cantidad de referencias que se desprenden de la consulta de las reproducciones facsimilares de la Gaceta de Lima correspondientes al periodo 1756-1765, debidas a la iniciativa de José Durand.
2. Periódicos
En las últimas décadas, los historiadores han ido entreviendo cada vez más la importancia del uso de los periódicos para reconstruir la época republicana, y algunos trabajos (Glave 2004) dejan testimonio de lo extendido y productivo de aquel uso. La primera mirada de conjunto sobre el periodismo peruano la ofrece Raúl Porras Barrenechea (28 de julio de 1924), cuando, con apenas 24 años, publica un extenso artículo en las páginas de Mundial. Para Porras, los periódicos peruanos de inicios del siglo XIX son portadores de consignas políticas. En la misma línea están las reflexiones que provienen del historiador mayor de la República, Jorge Basadre: son numerosos los comentarios sobre ideologías adoptadas por periódicos, que inserta en su Historia de la República del Perú, su obra magna.
Dado el sesgo abiertamente político que encarnaban dichas publicaciones, no es extraño que otro grupo de historiadores haya dedicado trabajos a la identificación de la línea política que un diario enarbolaba: en ese rumbo se encuentran los de Ella Dunbar Temple, sobre El Investigador; José Agustín de la Puente, sobre la Abeja Republicana (1971); Raúl Zamalloa (1964a y 1964b), acerca de los periódicos de la Confederación Perú-Boliviana, y —los más recientes— Ascención Martínez (1985), sobre el periodismo de la Independencia, y Luis Miguel Glave, acerca de las características del periodismo regional cusqueño. Cada trabajo logró su objetivo, ofreciendo una imagen extensa y clara de las tendencias y preferencias que cada diario adoptaba.
Muchas de las investigaciones citadas testimonian la deuda contraída con los catálogos de periódicos que se fueron publicando en el país desde fines del siglo XIX. El primero de ellos fue el que publicó Mariano Felipe Paz Soldán en las páginas de la Revista Peruana, la cual fundó en 1879 y que era administraba por su hermano Carlos. A pesar de su extensión, el catálogo distaba de ser completo. Un trabajo posterior (San Cristóbal 1927) entrevió varios títulos ausentes, los que formaron un breve listado que fue publicado en 1927.
Otras contribuciones fueron enormemente importantes, pues presentaron colecciones de periódicos depositadas en bibliotecas o archivos. En ese grupo se encuentran los trabajos de Manuel de Odriozola relativos a la colección que se hallaba depositada en 1879 en la Biblioteca Nacional del Perú —utilísima, pues brinda un panorama previo al incendio de la biblioteca en 1943—, y el de Pedro Mañaricua (1944), bibliotecario del Convento de San Francisco de Ayacucho, que ofrece una síntesis del primer siglo de periodismo cultivado en esta ciudad. Muy completo es el que dio a luz Alejandro Tumba Ortega (1945) sobre la colección que custodiaba la Universidad de San Marcos hacia 1940. Un trabajo más reciente (Glave 1999a) es el útil ordenamiento de las colecciones de la Biblioteca de la Universidad San Antonio Abad y del Archivo Departamental del Cusco.
Otro tipo de catálogo es el que se aboca a identificar un tipo específico de publicación; es el caso de la lista de periódicos oficiales dada a luz por Enrique Dammert en 1928. El mismo carácter temático tienen publicaciones que se circunscriben a reseñar el desarrollo del periodismo en una sola localidad: valiosa es la de Félix Denegri Luna (1962), sobre el temprano periodismo cusqueño, o una más reciente, de Glave (1999b), sobre el mismo tema. Una cronología de mayor amplitud es la que se ofrece en el trabajo de Fructuoso Cahuata (1970), para el mismo departamento. El texto de Carrasco Apaico (1988) es pertinente para Ayacucho (véase también Carrasco Apaico 1991).
La búsqueda de noticias sísmicas en los periódicos que circularon en el Perú en la primera mitad del siglo XIX es ingrata. A lo largo de la investigación, los diarios que hemos revisado son:
Los resultados de nuestra búsqueda nos dejan en la misma situación que se presentó en México en la década de 1980, cuando un equipo de historiadores expresó su inconformidad por el escaso hallazgo de dichas noticias (García Acosta 1996).
Sabemos que no hemos agotado la revisión de periódicos peruanos de esa época. De la consulta de varios catálogos de estos periódicos del siglo XIX, fácilmente accesibles (Paz Soldán 1879; Odriozola 1929), puede advertirse la ausencia de varios diarios en las bibliotecas que hemos consultado en Lima.
Las posibilidades para profundizar en un solo caso pueden darse si existe un registro exhaustivo de los diarios publicados en cada ciudad. En realidad, se trata de una empresa de gran envergadura, que puede acometerse si se cuenta con un equipo de trabajo. En el siguiente ejemplo se observa que 16 diarios hacen una información voluminosa para una sola ciudad, Ayacucho, los que, por añadidura, se publican en la primera mitad del siglo XIX. Ellos son, según su orden de aparición:
1823 | La Aurora Austral |
1833 | La Oliva de Ayacucho* |
1834 | El Alambique |
1835 | El Nueve de Diciembre |
1835 | La Voz del Morochuco* |
1835 | El Ayacuchano |
1835 | El Victorioso* |
1835 | El Cadete en Jefe |
1842 | El Desmentidor |
1842 | La Estrella de Huamanga |
1843 | Ayacucho Libre |
1844 | El Restaurador de Ayacucho |
1845 | El Franco |
1847 | El Grito de la Libertad* |
1848 | El Prisma* |
1848 | La Alforja |
Esta lista es resultado de la información consignada en catálogos de publicaciones periódicas del siglo XIX, actualmente disponibles (Paz Soldán, etc.). El primer problema al que nos enfrentamos es la ubicación de los diarios acompañados de un asterisco: cinco de dieciséis representa casi la tercera parte de la oferta conocida, pero es el total de la oferta disponible. Un segundo problema es, ya ubicado el diario, averiguar si existe de él una colección completa, en la que, sabiendo la frecuencia de aparición, pueda conocerse si se cuenta con todos y cada uno de los números que aparecieron. Tal información se complica cuando, a pesar de saber de cuándo data el primer número, se ignora la fecha en que apareció el último. No obstante, debe considerarse el hecho de que existieron publicaciones que tuvieron cortísima vida, lo cual obra a favor de una consulta menos tediosa (en relación con este punto, cabe indicar que en ninguno de los cinco casos anteriores tuvimos al frente una colección completa).
Por último, nos topamos con el problema más agudo: la escasísima o casi nula presencia de referencias sísmicas en los periódicos. Para el caso de Ayacucho, conocemos de las preferencias políticas que La Voz del Morochuco (31 de enero de 1835) manifestó por el general Salaverry, o de las de El Victorioso (2 de diciembre de 1836) a favor de su rival, el general Santa Cruz. La única referencia que tenemos sobre temas sísmicos en Ayacucho es la información sobre el terremoto ocurrido en Tacna en 1833, cuando La Oliva de Ayacucho (25 de octubre de 1834) hace saber a los lectores que “Por comunicaciones particulares recibidas el próximo pasado correo se sabe de un fuerte terremoto que ha asolado muchos pueblos de la costa el 18 del anterior setiembre…”. Evidentemente, consideramos que se halla dentro de la esfera de lo posible el hallazgo de información sobre sismos en aquellos números de diarios que no hemos consultado debido a su no disponibilidad.
Cabe hacer una atingencia complementaria. Aunque pudiera parecer algo secundario, se requiere conocer cuándo se inicia la publicación de un diario en una localidad, pues de esa manera se puede planificar mejor la estrategia para su búsqueda y hallazgo. Es lo que hicimos para el caso de la ciudad de Puno. Se sabe que no solo la ciudad, sino el departamento entero, carecía de un periódico a fines de la década de 1820, según la información proporcionada por El Peruano del Sud, el cual indicaba, en su prospecto publicado a inicios de 1829, que “el departamento carecía de un periódico”, y anunciaba que se publicaría los jueves de cada semana. Sus temas girarían alrededor de asuntos gubernativos y económicos, incidiendo en la potencialidad de la explotación minera y pecuaria de la zona. El primer número apareció el 23 de abril de 1829, exponiendo un proyecto sobre desarrollo de la minería. La publicación excedió largamente lo anunciado, pues hemos hallado referencias variadas, como la elección de congresistas en Puno, el desarrollo de la enseñanza de las ciencias por el Colegio Nacional de Artes y Ciencias o la difusión de la vacuna contra la viruela.
Hemos consultado una colección incompleta —disponible en la Colección Denegri, la más completa de periódicos peruanos del siglo XIX— y tenido a la vista hasta el número 49, publicado el 14 de octubre de 1829. La colección incluye números hasta julio de 1831, tercer año de publicación (que fue el último), cuando el periódico ya aparecía los sábados y no los jueves, como originalmente se había ofrecido.
Afirmamos lo anterior porque en el prospecto de La Voz de Puno, aparecido el 10 de setiembre de 1831, se indica: “Hemos tenido por conveniente mudar el nombre del periódico de esta ciudad…”, y se justificaba dicha decisión en un deseo de afirmar la identidad regional: “El título de Peruano del Sud es extensivo a cualquier papel escrito por un peruano que haya nacido en cualesquiera departamento del sur y queremos que el que damos a luz sea más departamental…”. El primer número de La Voz de Puno apareció el sábado 17 de setiembre de 1831, publicado por la imprenta del Gobierno, administrada por José Apolinar Infanzon, el mismo que aparece como encargado de la publicación anterior. El último número que consultamos —en una colección también incompleta— fue el 42, de enero de 1833. El diario, al parecer, se mantuvo vigente por espacio de tres años y medio, pues en abril de 1835 se publicaba, por la misma imprenta del Gobierno, El Puneño Libre.
Como manifestamos líneas atrás, aun cuando pudiéramos tener un panorama completo de la dinámica local del periodismo, ese panorama se torna aún más difícil cuando nos hallamos frente a una zona con escasa actividad sísmica. Y ese es el caso de Puno: ya a mediados del siglo XIX, Mateo Paz Soldán (1863), ilustre sabio arequipeño, indicaba que la zona era escasa en sismos.
Los sismos han dejado una “memoria sensible” en las sociedades. Uno de ellos fue el gran terremoto y tsunami que asoló el sur del Perú y el norte de Chile en agosto de 1868. En agosto de 1887, en Tacna y en plena ocupación chilena, un vecino evocaba con profunda emoción lo ocurrido en la ciudad casi veinte años atrás, el 13 de agosto de 1868, cuando en calidad de testigo experimentó el temor causado por los minutos durante los cuales la tierra tembló violentamente en el sur peruano (El Tacora, 13 de agosto de 1887). Sin ninguna duda, el testimonio que evocamos es valioso, pues revela cómo, al cabo de tantos años, un evento natural extraordinario puede legar tan imborrable huella en aquellos que lo enfrentaron. Y aunque el testimonio no sea contemporáneo, creemos que es particularmente revelador de la enorme potencialidad que se esconde en los periódicos de Lima y provincias sobre la temática sísmica. Evidentemente, sería interesante hurgar en ellos, año a año, en la misma fecha, para analizar el periodo posterior a un sismo o terremoto, lo cual podría deparar hallazgos testimoniales inéditos, capaces de ofrecer, incluso, información nueva sobre el evento.
En ocasiones, la prensa regional no solo informa aportando noticias inéditas sobre sismos no registrados con anterioridad, sino que también corrobora información sísmica proveniente de otros lugares; es lo que encontramos en un periódico ancashino, que daba cuenta de un sismo ocurrido en el siglo XIX.
Por consiguiente, la consulta ideal de un periódico radica en el establecimiento del momento en el que se inicia la publicación de uno en una localidad; la disponibilidad de cada uno de los diarios publicados en ella dentro de un lapso de tiempo limitado, y la posibilidad de que pueda consultarse la colección completa de los números que vieron la luz. Solo así, en condiciones ideales, se podría ponderar el verdadero valor de los periódicos locales para informar sobre fenómenos sísmicos. No obstante, a pesar de que el panorama documental de publicaciones periódicas pareciera representar un terreno yermo, aún queda la consulta de las memorias de prefectos y subprefectos, funcionarios que ejercieron el poder en el ámbito local. Listados elaborados por bibliotecólogos expertos muestran que, con la excepción de una publicada para el Callao en 1863, todas las memorias prefecturales aparecen sistemáticamente desde la década de 1870 (Ballón y Esparza 1953). No nos cabe ninguna duda de que las memorias prefecturales anteriores a 1870 existen, aunque inéditas, constituyendo, en ese caso, información de archivo, no incluida dentro de los límites que planteamos para la presente investigación.
3. Limitaciones de los catálogos disponibles
La consulta directa de las fuentes originales permite encontrar patentes diferencias con los registros incluidos en los catálogos históricos disponibles (Polo 1899; Silgado 1978). Véase el siguiente ejemplo. En 1806, Hipólito Unanue publicó El Clima de Lima, primera obra dedicada a analizar la múltiple influencia del clima sobre diversos órdenes de vida en esta ciudad, donde el famoso médico incluye dos tablas meteorológicas en las que anota las fluctuaciones diarias de la temperatura registrada en Lima en el bienio 1799-1800, y en las que también inserta un listado de sismos sentidos a lo largo de ambos años. Para 1800 anota un total de doce sismos, indicando solo la fecha en que fueron sentidos en Lima, a seis de los cuales los califica de recios — que entendemos como fuertes—, omitiendo cualquier otra especificación, como duración o dirección del movimiento (Unanue [1806] 1940). Cuando pasamos a cotejar la lista de sismos proporcionada por Unanue con los registros consignados por Polo, observamos que el polígrafo sólo anotó seis sismos —por añadidura, los recios—y dejó de lado los seis restantes. Si Polo compuso una lista tan prolija, cabe preguntarse sobre las razones que lo llevaron a omitir la mitad de registros consignados en la fuente original (Unanue), que, entendemos, fue la que presumiblemente consultó.
Sin embargo, no se trataría solo de una omisión, pues pareciera que Polo habría querido “interpretar” la magnitud de cada sismo: mientras que en la fuente original, como se dijo, seis de ellos son calificados por Unanue como recios, Polo los adjetiva de otra manera, transformando un sismo —según el caso— en recio, mediano, ligero, regular o débil. Si en la fuente original seis sismos son calificados con el mismo adjetivo, toda fuente secundaria debería haber aplicado, o bien el mismo adjetivo, o bien un término equivalente, para los seis casos; pero Polo no solo no respetó la denominación original, sino que eligió cinco adjetivos sustitutivos de recio, muy diferentes entre sí. Por nuestra parte, consideramos que si bien algunos términos —recio o mediano— respetan la calificación original, otros —ligero o débil— desinforman totalmente sobre las características de la ocurrencia sísmica.
Por cierto, la “buena voluntad” de Polo, de matizar un “aburrido” listado sísmico, ha generado una abierta distorsión, que se volvería preocupante si los modernos geofísicos aceptasen ad pedem litterae el testimonio de Polo sin consultar la fuente original. El asunto se tornaría aún más grave si los mismos científicos se lanzasen a establecer posibles magnitudes a partir de los adjetivos de aquel. ¿Acaso asignarían la misma magnitud a dos sismos, uno calificado de recio y otro de débil? ¿Sabrían que, en la fuente original, ambos son entendidos de manera exactamente igual y calificados como recios? Creemos que a partir de un ejemplo como éste puede entenderse la importancia de cotejar en forma debida los registros consignados en los catálogos sísmicos actualmente vigentes, con la valiosa y, muchas veces, olvidada información proporcionada por las fuentes originales y que se compusieron contemporáneamente a los eventos que narran.
Si en el caso anterior se ha demostrado una situación palpable de omisión y distorsión, lo que observamos para 1812 revela un traslado incompleto de la información de origen. Francisco Romero, religioso que ocupara interinamente el cargo de cosmógrafo, indicaba que, ese año:
… [abril] El 14 a las tres y un cuarto hubo un temblor con dos remesones bien fuertes, el movimiento fue del centro a la superficie, duró más de un minuto y volvió a repetir aunque más remisamente a las cuatro y tres cuartos… (Romero [1813]: s/p).1
Fuentes posteriores, como Córdova y Urrutia (1844) y Polo (1899), siguen al cosmógrafo Romero:
… En 14 de abril a las 3 hubo un temblor con dos remezones bien fuertes que repitió a las 4 ¾… (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 141).
… El 14, fuerte movimiento de tierra en Lima, a las 3 de la tarde, y otro a las 4 y ½. También se sintieron éstos en Arequipa… (Polo 1899).
En las tres citas se advierte coincidencia en cuanto a fecha (14 de abril) y magnitud (“remezones bien fuertes”/ “fuerte movimiento”), pero no en cuanto a hora, pues en la fuente original se indica 3.45 de la tarde y en las posteriores 3.00 de la tarde, diferencia nada desdeñable de tres cuartos de hora. La primera es, además, rica en información sobre el sismo, pues da indicaciones sobre su duración (más de un minuto), su comportamiento (“fue del centro a la superficie”) y, en relación con el sismo inmediatamente posterior, señala que este se comportó “más remisamente”, es decir, fue más leve. Tales detalles no son, lamentablemente, recogidos en las fuentes secundarias.
Por otro lado, una de estas últimas introduce una información innovadora, no consignada en la fuente original: se trata del dato incluido por Polo, de que los dos movimientos sentidos en Lima el 14 de abril de 1812, también fueron percibidos en zonas muy alejadas, como Arequipa, caso para el que deberíamos suponer ocurrieron a la misma hora. Hecho el respectivo cotejo con una valiosa fuente original —el catálogo sísmico del viajero Castelnau para Arequipa—, comprobamos que esta no menciona ningún sismo ocurrido en dicha ciudad ese día de abril de 1812. Por ello, estaríamos en condiciones de afirmar que el supuesto efecto del sismo de Lima en Arequipa —lo que serviría para asignarle, de manera equivocada, una magnitud mayor que la que se le reconoce— podría, simplemente, tratarse de un “inserto” de Polo.
Otro caso que merece destacarse es la incertidumbre sobre el origen de la información debido al desconocimiento de una fuente original. Respecto al comportamiento del mar durante el sismo de diciembre de 1806, Córdova y Urrutia afirma: “A las 8 de la noche salió el mar de límites, desamarró los buques y arrastró cuanto había en la playa, levantando un ancla de 30 quintales por encima de la casa del capitán del puerto para echarla a una laguna…” (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 138), signo inequívoco de un incremento notable del nivel del mar, efecto, probablemente, de un tsunami. En la referencia de Polo se notan apenas algunos datos incluidos por Córdova y Urrutia, que mostramos a continuación:
… El 1.o de diciembre, de 6 a 6 y 1/2 de la tarde, fuerte temblor en Lima, que duró de 1 y 1/2 a 2 minutos. Vino del N. y su movimiento ondulatorio hizo oscilar las torres de los templos de la ciudad por mucho tiempo, estropeó algunos edificios. A las 8 de la noche salió el mar de sus límites en el Callao; a las 9 y 1/2 se repitió el fenómeno con más violencia, subiendo la marea diez y ocho pies, y a las diez quedó el mar tranquilo. Con la braveza, el mar desamarró los buques y arrastró cuanto había en la playa, levantando un ancla de treinta quintales por encima de la casa del capitán del puerto, para echarla a una laguna. Causó averías a algunos buques, y pérdidas en la playa a los comerciantes que tenían en ella mercaderías… (Polo 1899: 26).
Una diferencia saltante entre ambas fuentes es la hora de ocurrencia del tsunami del Callao: si seguimos a Córdova, se habría presentado a las 8 de la noche; si nos basamos en Polo, se produjo recién hora y media después: 9 y media de la noche. Además, lo consignado por el segundo resulta más completo, pues indica la evolución del fenómeno con la mención de la hora de inicio, la hora de mayor efecto y el momento en que finalizó: en su efecto telúrico y marítimo, el fenómeno sumó dos horas de duración.
No obstante, pareciera que Polo tuvo a la vista una fuente original desconocida; es lo que podemos afirmar a la luz de la información de la única fuente original que hemos consultado: el Almanaque Peruano y Guía de Forasteros correspondiente a 1807, publicación oficial encargada al cosmógrafo mayor, a la sazón, Gabriel Moreno, renombrado científico peruano establecido en Lima. Y aquí notamos un error de Polo en la referencia a su fuente de consulta. En una nota a pie de página, en la que cita la fuente en que se basó para referir el evento de Lima y Callao en diciembre de 1806, indica que aquella ha sido “Paredes, Guía del Perú para 1808”, lo cual es erróneo por dos motivos. En primera instancia, se trata de un dato incompleto, dado que el verdadero nombre de la publicación oficial que por entonces el gobierno encargaba al cosmógrafo mayor era Almanaque Peruano y Guía de Forasteros, y no solo Guía de Forasteros, como dice Polo. En segundo lugar, el apellido Paredes, que aparece como autor de la Guía, hace referencia, creemos, a José Gregorio Paredes, médico y científico limeño que tuvo a su cargo la redacción de dicha obra en tres periodos: 1809-1810, 1814-1824 y 1828-1839, en su condición de cosmógrafo titular. Al asumir la responsabilidad de dar a luz la publicación, Paredes reemplazaba a Gabriel Moreno, quien se había hecho cargo de ella por espacio de una década (1799-1809), lo que significa que si Polo consultó la Guía de 1808, esta debió ser la que publicó Moreno. Por consiguiente, atribuir a Paredes la redacción de la Guía de 1808 no es exacto, pues quien debería aparecer como autor es Moreno.