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Crisis civilizatoria: energías limpias y gestión local

Asistimos al despliegue de una encrucijada orgánica del sistema mundo vigente hasta los años setenta. Como crisis estructural, significa que han cambiado sus dos variables fundamentales: el paradigma o patrón energético y la pauta comunicacional, dominantes desde el siglo XVII. Esto, a su vez, implica cambios en lo relacionado con el sistema económico: producción, distribución, intercambio y consumo de bienes y servicios. En consecuencia, ocurren cambios en las tensiones y conflictos sociopolíticos, en el sistema educativo –científico, tecnológico y cultural– y en las formas de gobierno y administración de las diversas instituciones económicas, políticas, sociales e ideológicas, es decir, en las formas de gestión y de participación –la democracia, a lo largo y ancho del sistema y subsistemas que lo organizan–. Este tipo de encrucijadas se caracterizan por poner en nuevas condiciones y perspectivas a la vida humana y su entorno.

Reconocemos que la humanidad se encuentra actualmente en un estado de dificultades, al decir de los más variados autores que debaten su carácter: “en los países capitalistas desarrollados aparecieron más signos de la crisis en la década de 1970 y principios de la década de 1980” (O’Connor, 1989, p. 27).

Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo xx y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, pues, de la mayor crisis de la historia. (Pardo, 10 de octubre del 2011)

Al decir de Wallerstein,

[p]ero el caso es que el mundo está en medio de una crisis estructural y por lo tanto fundamental, de muy largo plazo y por lo tanto que no se presta a una solución sino aun desdoblamiento de muy largo plazo. Simultáneamente, estamos también en medio de un estancamiento económico mundial, que es lo que muchos llaman la crisis. (Wallerstein, 1983, p. 14)

Si consideramos el carácter o tipo de encrucijada en mención, autores como Paul Krugman (2014) consideran que es una situación funcional al sistema capitalista y otros, como Jeremy Rifkin, la suponen de carácter orgánico o estructural. Una crisis es funcional cuando le resulta necesaria al sistema para retroalimentar sus amenazas y mantenerse vigente; en ese sentido, sus ruidos son transitorios, de corto tiempo y rápida caducidad. Es orgánica, en cambio, cuando impele un cambio de la civilización en la que está inmerso todo el sistema (Ornelas, 2013; Rifkin, 2010). También implica la institucionalización de una nueva condición de la convivencia humana en todas sus variables; al decir de Ernesto Laclau, “crisis orgánica [es] cuando el sistema simbólico requiere ser reformado de un modo radical” (Laclau, 2008, p. 166).

Este tipo de situaciones representa una situación sinigual para la humanidad, pues se constituye en una deconstrucción de largo aliento de la civilización vigente, al requerir años y centurias para su resolución, como lo ilustra la historia. En ese sentido, vamos para media centuria de vivir en transición; desde la década de los ochenta, esta hace más intensos sus ruidos al incorporar nuevos ingredientes como la situación medioambiental, las migraciones de orden planetario y la inestable alternancia entre gobiernos autoritarios y populares, tan evidente en América Latina.

Periodo precivilizatorio

Históricamente la humanidad ha asistido a dos grandes momentos civilizatorios: el primero, el neolítico, hace unos 6000 años; y el segundo, el capitalismo moderno, a partir del siglo XVI. Dichos momentos cruciales tuvieron en las ciudades sus escenarios protagónicos. La nueva fase a la que estamos asistiendo pone la vida en el centro de sus preocupaciones.

La civilización neolítica se erige a partir del fin de las comunidades precivilizatorias (paleolíticas y mesolíticas) que datan de 1500 000 años. Estas formas originales de organización humana, denominadas también como comunidades gentilicias o clánicas, hacían uso del fuego junto con el lenguaje o comunicación oral. Fueron y son —pues aún existen vestigios vivientes— ajenas a la figura del Estado, aunque no a la jefatura gubernamental ejercida por los consejos de ancianos sobre bandas que contaban con 50 personas, o por aldeas conformadas por 150 miembros. Todos se conocían e identificaban cara a cara; entre ellos primaban los lazos de intercambio recíproco, constituido a través del lenguaje oral en una red vinculante:

[L]a gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso […] La reciprocidad es la banca de las sociedades pequeñas. (Harris, 1993, p. 6)

Señala Humberto Maturana que la reciprocidad es un hecho que nos resulta significativo por cuanto valida nuestra condición de animales compartidores, que transferimos lo que uno tiene al otro. Esta naturaleza implica cercanía, confianza e intimidad, de la cual surgirá el lenguaje como un modo de convivir “en la coordinación de la conducta y en las coordinaciones de las coordinaciones de la conducta”, es decir, inmerso en el lenguajear; en las emociones que ocurren al vivir juntos en el lenguaje (Maturana, 2008, p. 44). Todos crecen, a partir de entonces, en el lenguaje2.

Si en esas comunidades se dio algún tipo de liderazgo político, este fue ejercido por individuos llamados cabecillas, que carecían de poder para obligar a otros a obedecer sus órdenes (Harris, 1993), en el marco de una cultura matrística, fundamentada en la relación madre-hijo. Esta cultura vivía en medio de tensiones y conflictos tribales de carácter ritual del orden mágico-religioso, y su reproducción formativa se sustentaba en la transmisión oral del conocimiento y en el aprender haciendo, imitativo y replicativo.

Existió una cultura matrística (de matriz), no matriarcal, desde unos 8 mil años hasta 5 mil años a. de C. Recientes hallazgos arqueológicos indican que, en Europa, en la zona del Danubio y en los Balcanes, se desarrolló una sociedad matrística. No era una sociedad en que las mujeres dominaran a los hombres, sino una cultura en que hombre y mujer eran copartícipes de la existencia, no eran oponentes. Había complementariedad. Las relaciones entre los sexos no eran de dominación ni de subordinación. Se vivía de la agricultura, pero sin apropiación de la tierra, que pertenecía a la comunidad. (Maturana, 1 de marzo del 2010)

Esta cultura quedaría obliterada con la aparición de la civilización, que emerge acompañada de una cultura patriarcal, de disputa competitiva, que niega la reciprocidad humana al negar al otro y trenza las relaciones humanas en la tensión, el conflicto y su máxima expresión, la guerra.

En ese periodo precivilizatorio, la vida, como el bien y valor más significativo de los seres humanos, estaba supeditada a la sobrevivencia.

Ese Estado de la humanidad lo podemos ver sintetizado en la tabla 1.

TABLA 1. Periodo precivilizatorio


Periodos: paleolítico y mesolítico
• Uso del fuego. • Condición comunicacional: oral • Cibernesis: comunidad de ancianos (senados). • Jefes y cabecillas. La matrística. • El lugar: del nomadismo al hogar, la aldea. • Tecnología: uso del fuego. la madera y la piedra. • La vida: supeditada a la sobrevivencia.

Fuente: elaboración propia.

Periodo civilizatorio premoderno

Hace unos diez mil años, junto a la domesticación de animales como los vacunos y los equinos, la humanidad inventó la agricultura, que llevó a su sedentarización y la posterior constitución de civitas (ciudades). A partir de ese hecho se hablará de la civilización humana. Esos asentamientos urbanos van a requerir un acopio permanente de energía a través del uso generalizado de la biomasa renovable, concentrada en la leña y el estiércol de los animales, constituida entonces en su principal fuente energética y causa de sucesivas tensiones y conflictos.

Junto a la agricultura, el acopio de biomasa y el extractivismo de metales como el hierro, el cobre, el oro y la plata, va a emerger la propiedad privada, la diferenciación social de clases y géneros, el matrimonio monogámico y el sistema religioso propiamente dicho –afín al poder teocrático–, entre otros. En paralelo y en congruencia con ese proceso, emerge el Estado: una organización del poder de carácter despótico, en sus versiones asiática, esclavista y feudal, cuya soberanía se ejerce de manera patrimonialista para gestionar los recursos energéticos y productivos. En ese tipo de Estado,

[…] el soberano es visto como el señor que dispensa su favor y su gracia al pueblo; los puestos públicos no son asignados por capacidad y competencia sino por lealtad y simpatía; no hay una formación estricta y regulada de los funcionarios sino una nominación que obedece a la conveniencia de quien posee la autoridad; la actividad de dichos funcionarios con frecuencia se extiende más allá de lo que les está expresamente señalado; el desempeño de los cargos se remunera sobre todo por el usufructo que de ellos se pueda hacer; se obedece más a la disposición individual del gobernante que a leyes fijas y establecidas. (Villar, 2013)

Ese ejercicio del poder sobre la sociedad requiere del nuevo invento: la escritura, o lenguaje escrito, que se superpone al lenguaje oral y la memoria o conocimiento que transmite, y lleva al traste a las dirigencias de los consejos de ancianos de las comunidades clánicas. Ahora el nuevo poder despótico será legalizado o constitucionalizado al amparo de la norma escrita, que guarda como memoria letrada el conocimiento y tiene su punto de partida en el código de Hammurabi3.

En esta fase de humanidad civilizada, las tensiones y su grado de conflicto antagónico revisten el carácter de guerra militar propiamente dicha, que requieren de un cuerpo armado permanente: el ejército. Este, el cuerpo físico del mismo Estado, se da el derecho de ejercitar la soberanía sobre la vida de los cuerpos por la vía de su negación: la muerte. Institucionalmente, es un aparato armado dedicado fundamentalmente a la conquista de pueblos, el acopio de biomasa y la construcción de imperios.

En este periodo premoderno, las formas de reproducción social, cultural y educativa estarán diferenciadas por clases, estratos, géneros y razas, de acuerdo con el lugar ocupado en la sociedad. Esta asignación implica condiciones de vida indignas para los condenados al trabajo, en calidad de esclavos, siervos, extraños o bárbaros, y para las mujeres, dominadas y reducidas a la vida doméstica. En cambio, las circunstancias son nobles para los privilegiados: el trabajo, que consideran indigno, les resulta ajeno, y tienen el derecho de ejercer el poder político administrativo sobre la sociedad, es decir, definir a su criterio el destino de todos.

Históricamente, esas formaciones sociales son conocidas como sociedades hidráulicas (Wittfogel, 1966) y están dispersas en el planeta: Europa, China, India, África, Mesoamérica y América andina. En ellas la vida está supeditada a los caprichos del poder despótico.

Ese periodo premoderno de la humanidad es sintetizado en tabla 2.

TABLA 2. Periodo premoderno: asiático, esclavista, feudal


Periodo premoderno: siglos V a. de C-siglo XV d. de C.
Patrón energético: leña, biomasa. Giro comunicacional: la escritura. Administración: patrimonialista despótica. Territorio: los imperios. Tecnología: hidráulica. artesanía y manufactura. La vida: supeditada al Estado despótico.

Fuente: elaboración propia.

Periodo moderno de la energía fósil y la imprenta

A partir del siglo xv emerge el carácter moderno de la civilización, que tendrá como patrón energético fundamental la energía fósil —no renovable— en sus dos fuentes fundamentales: el carbón mineral4 y, posteriormente, en el siglo XIX, los hidrocarburos. A este patrón quedan atadas la ciencia y la tecnología5. Para su proceso productivo, este tipo de energía requiere de grandes capitales, que solo son posibles a través de la constitución de grandes corporaciones financieras e industriales de carácter monopólico, constituidas en gigantescas sociedades económicas, inicialmente privadas y posteriormente estatales. Estas corporaciones serán los actores económicos fundamentales de esta fase civilizatoria. De otra parte, en el siglo XVI, Johannes Gutenberg diseña la imprenta de tipos móviles. Su invento da origen a un nuevo giro comunicacional humano: al desplazar la escritura amanuense del anterior periodo premoderno, facilita la producción generalizada de libros y la difusión de las ideas.

Ambas condiciones son fundamentales para el despliegue de las creencias y valores modernos fundamentados en el poder de la razón –que ningunea las emociones–, como la crítica y el individualismo; de la modernización que reviste el modo de producción capitalista con base en la producción e intercambio competitivo de mercancías a escala; y del poder financiero imperialista moderno (Harari, 2017). Bajo esas condiciones se instaura la segunda fase civilizatoria de la humanidad, denominada sociedad moderna.

En términos sociopolíticos, en esta fase se van a manifestar dos formas organizativas político-administrativas: la liberal capitalista y la socialista estatista. Ambas ponen en el centro del ejercicio del poder al Estado nacional, a la democracia representativa –y su centralismo democrático–, a los partidos políticos y a los ordenamientos territoriales geopolíticos, en correspondencia –y símil– con la dinámica del mercado monopolista capitalista corporativo o estatista socialista.

En el sistema representativo —al haber delegado el elector mediante el sufragio su voluntad política a quien lo representa— el centro de gravedad del poder reside inevitablemente en los representantes y en los partidos que los agrupan, y ya no en el pueblo. (De Benoist, 2016)

La gestión administrativa liberal o socialista real de las diversas formas sociales modernas se corresponde con la llamada administración científica taylorista-fordista, sustentada en los principios de la eficiencia y la eficacia —desarrollados por las grandes empresas— y difundida como pauta hegemónica de conducta al resto de la gestión de los diversos subsistemas que componen el cuerpo social. Es un sistema de gestión vertical que jerarquiza de arriba hacia abajo, se enmarca en la producción de mercancías y su distribución, a través de la oferta y la demanda, la división del trabajo y la incesante acumulación de capital —su razón y destino final— y, de esa manera, conforma todo un sistema mundo, al decir de Wallerstein6.

La cultura y su difusión están estrechamente relacionadas con la impresión a escala del lenguaje escrito que, al tiempo que hace masiva la opinión pública, promociona el individualismo, el éxito y la competencia como sus valores fundamentales. Es una cultura fragmentada y fragmentadora que separa el pensar del hacer, la institución educativa de la actividad práctica, el campo de la ciudad, la naturaleza de la sociedad, el Estado de la sociedad civil, etc. En fin, es una cultura de y para una sociedad esquizofrénica, que requiere para su tratamiento de la clínica psicoanalítica freudiana. En esta fase moderna la vida queda supeditada al poder del mercado como mercancía y a disposición y servicio de la defensa patriótica del Estado.

Ese periodo lo podemos ver sintetizado en la tabla 3.

TABLA 3. Periodo moderno: capitalista y socialista estatista


Periodo moderno: siglos XVI-XX
Patrón energético: fósil. Carbón y petróleo. Giro comunicacional: la imprenta. Administración científica: taylorista-fordista. Estado: democracia liberal representativa. Territorio: el país y la nación. La vida: supeditada al mercado y al Estado.

Fuente: elaboración propia.

Ad portas de una nueva fase civilizatoria

En nuestro criterio, la situación energética de los años setenta del siglo xx inaugura el cierre de la fase moderna descrita e impele la constitución de una tercera fase en la historia de la humanidad, sustentada en las denominadas energías limpias y en la red comunicacional o internet. Ambas son comprendidas desde lo local y, a su vez, están interrelacionadas.

Para algunos, estamos ante un nuevo tipo de sociedad, precisamente por las características originales que las redes adoptan. Las NICTS son el elemento fundamental de esta profunda transformación. […] Este paradigma entró en gestación desde los años cincuenta con el desarrollo de los circuitos integrados y, en los setenta con los microprocesadores, viendo una expansión progresiva hacia redes interactuantes más poderosas en una escala global. (Escobar, 1999, pp. 356-357)

La inflexión que se manifiesta a partir del crack petrolero, acaecido entre 1973 y 1974, va a cuestionar tanto al modelo de Estado de bienestar keynesiano como al socialista real soviético, al poner de manifiesto una serie de síntomas propios de una encrucijada sistémica, por lo permanente y global: el lunes negro del 19 de octubre de 1987, los tequilazos mexicanos de 1994 y 2009, los ruidos del milagro asiático en 1997, junto a Japón, Rusia y el corralito argentino de 1999 que se repite en el 2002, la burbuja de las puntocom en el 2001, la recesión en el 2008 en Estados Unidos, la debacle griega asesorada por el FMI en el 2010, la recesión española entre el 2008-2010, y la más reciente y global del 2015-2016.

Como tabla de salvación ante estas situaciones, renacen formas políticas trasnochadas, nacionalistas y chovinistas de la mano de regímenes autoritarios de índole corporativista, o emergen como novedosas formas híbridas, como la China capitalista económica y socialmente y comunista políticamente, en medio de un mundo que se mantiene en una situación de tensa incertidumbre. De esta forma es caracterizado un periodo de transición, en donde lo viejo se resiste ante lo nuevo que empieza a emerger.

El cambio de rumbo hacia la eficiencia energética solo comenzó en serio tras la primera crisis del petróleo en 1974. El Club de Roma había advertido del círculo vicioso que estaba produciendo: explosión demográfica, incremento de la producción industrial, aumento de la demanda energética y contaminación excesiva. (Pauli, 2011, p. 181)

En esa situación crucial se destaca la denominada incertidumbre ambiental, visibilizada en la década de los ochenta y estrechamente relacionada con la producción y consumo de las energías fósiles,

[…] resultado del uso de maquinarias pesadas, la depredación de los bosques, la minería tanto formal como informal, el mal uso de los suelos, la indolencia ante la desaparición de elementos abióticos y bióticos. También se evidencia mediante la sobrepoblación, tanto de personas como de especies, los animales y plantas en peligro de extinción, la depredación de combustibles fósiles no renovables, el mal o deficiente uso o aprovechamiento de los recursos renovables. Así como los efectos dejados por las guerras y el crecimiento insostenible de las industrias entre otras. Sin embargo, todos estos problemas tienen un denominador común: la conciencia social. (Reynosa, 2015)

Ese impacto ambiental y el agotamiento en el mediano-largo plazo del petróleo (50-100 años) hacen necesaria la generalización del uso de la energía eléctrica, cuya producción se alimenta de diversas fuentes limpias. La producción y utilización de esta electricidad, debido a la diversidad de fuentes, no requiere de grandes capitales y concentraciones industriales y financieras, como tampoco de medios de transporte de igual índole. Sus propiedades naturales —renovables, dispersas y localizadas— permiten su uso de una forma ambientalmente sana, su cogestión y autogestión individual y colectiva. Estas son sus principales fuentes:

• Energía solar: la energía que se obtiene del sol. Las principales tecnologías son la solar fotovoltaica (aprovecha la luz del sol) y la solar térmica (aprovecha el calor del sol).

• Energía eólica: la energía que se obtiene del viento.

• Energía hidráulica o hidroeléctrica: la energía que se obtiene de los ríos y corrientes de agua dulce.

• Biomasa y biogás: la energía que se extrae de materia orgánica.

• Energía geotérmica: la energía calorífica contenida en el interior de la Tierra.

• Energía mareomotriz: la energía que se obtiene de las mareas.

• Energía undimotriz u ola motriz: la energía que se obtiene de las olas.

• Bioetanol: combustible orgánico apto para la automoción que se logra mediante procesos de fermentación de productos vegetales.

• Biodiésel: combustible orgánico para automoción, entre otras aplicaciones, que se obtiene a partir de aceites vegetales.

• El hidrógeno: es el elemento más ligero, básico y ubicuo del universo. Nunca se termina ni contiene un solo átomo de carbono; por lo tanto, no emite dióxido de carbono al ser utilizado como fuente de energía eléctrica. “Será la próxima gran revolución tecnológica, comercial y social de la historia” (Rifkin, 2004, p. 20).

Como también es posible obtener electricidad a partir del calor, la fricción, la presión, el magnetismo y la bioquímica, se abre entonces todo un arcoíris de posibilidades energéticas. Este incluye la producida por los mismos cuerpos biológicos a través de la química del potasio, el sodio y el calcio, que no necesita de pilas, cables ni metales, por lo cual requiere menos energía externa y la disminución en la dependencia de la minería. “Se trata de un nuevo enfoque de la gestión de la demanda: la intervención en el lado del suministro […] teniendo en cuenta que los ecosistemas generan energía de manera mucho más eficiente que nuestros sistemas artificiales” (Pauli, 2011, p. 182).

De esa manera se abre la posibilidad de obtener electricidad a partir de las diferencias entre el pH del suelo y el de los árboles, a partir de las diferencias de temperatura de los cuerpos con su entorno cálido o frío, a partir de la gravedad y la presión –por ejemplo, por la fuerza ejercida por las estructuras de los edificios sobre un suelo de cristales piezoeléctricos–, por la vibración, o a partir de la energía cinética generada por el movimiento propio del sistema sanguíneo. También se hace posible la construcción de pilas de combustibles que operan como miniplantas energéticas: almacenan energía química y la convierten en electricidad mientras se les suministra combustible oxidante.

A diferencia de las fuentes fósiles, que son depósitos de energía que en el consumo se disipan entrópicamente —de ahí su efecto ambiental—, tenemos que estas fuentes alternativas —como la solar, la mayor de todas— permiten la concentración de la energía disipada localmente —a través de paneles solares— o mediante el uso de las diversas fuentes descritas —ubicadas en lugares dispersos— para transformarlas en electricidad, que cubre las necesidades globales desde múltiples nodos locales y a través de redes de intercomunicación. Así que podemos ir dejando de lado esas imágenes de grandes depósitos de los que salen diversas fuentes contaminadas y contaminantes, para imaginar flujos limpios de energía más intercomunicados, diversos y constantes. Estos mantendrían en funcionamiento permanente la red sin stock críticos por efecto de la acumulación y obrarían armoniosamente a través de la complejidad distribuidora-productora. Tales redes intercomplejas van siendo topias, como internets7 de energía locales, como se ilustra en la India,

[…] en dónde debutó a lo grande en julio de 2012, cuando el país sufrió el peor apagón, entrando en pánico gran parte del país, mientras en una pequeña aldea de una zona rural de Rajastán siguió como si nada gracias a su microrred de electricidad verde. (Rifkin, 2014, p. 135)

Este sistema de producción, intercambio y distribución de energía diversa y local interconectada pone en otros términos a las grandes corporaciones transnacionales, montadas sobre los grandes yacimientos de energía fósil y su estructura de administración vertical y monopólica, para dar cabida al ejercicio de la participación directa de los productores y distribuidores individuales y colectivos —organizados en pequeñas y medianas empresas comunitarias autosuficientes, autogestoras y cogestoras con otras comunidades e individuos locales—. Esta producción diversa, como decía Gandhi, no se basa en la fuerza, sino en la gente en su propio hogar; no es una producción para las masas sino de las masas. Este sistema de producción, de la mano de las tecnologías de punta como la producción en 3D, sigue la filosofía de acceso de código abierto —por ejemplo, el software con las instrucciones para imprimir objetos no es propiedad de nadie— y ocupa materiales de origen local; todo lo anterior la hace una tecnología que no requiere de grandes capitales y de aplicación universal.

Lo interesante del asunto es que, si bien estas energías no son aún dominantes en la canasta energética —pues alcanzan cuando más el 10 % del planeta—, sí van siendo un hecho cada vez más generalizado y objeto de atención por parte de las sociedades y Estados proclives al bienestar o buen vivir, como lo podemos ver ilustrado en la tabla 4.

TABLA 4. Países productores y usuarios de energías limpias


Fuente: Hermosilla (2013).

En América Latina el caso más elocuente es Costa Rica, que generó 99,35 % de su electricidad con recursos renovables durante el primer semestre del 2017, según datos del Centro Nacional de Control de Energía (Cence).

Entre el 1 de enero y el 30 de junio, el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) produjo 5575,61 gigavatios hora con las cinco fuentes renovables de la matriz nacional: agua (74,85 %), geotermia (11,10 %), viento (11,92 %), biomasa (1,47 %) y sol (0,01 %). El respaldo térmico representó 0,65 %. (Madriz, 5 de julio del 2017)

Por eso consideramos que estamos transitando hacia una nueva fase en la historia de la humanidad: estamos pasando de procesos macros y gigantes, de causas y efectos de grandes revoluciones, a otra de procesos micros, de pequeñas revoluciones locales, cotidianas y permanentes. Dichas revoluciones son proclives a la generación de tecnologías pequeñas y hermosas, como diría Schumacher (1983): arquitectas de lazos de reciprocidad solidaria, proclive a la conformación de comunidades que se reconocen e identifican en el diálogo participativo de sus diferentes saberes, y que pulsan en pro de la satisfacción del bienestar y felicidad de todos y todas en convivencia armoniosa.

Esta civilización se puede denominar del procomún colaborativo, al decir de Jeremy Rifkin: “está en alza y es probable que hacia 2050 se establezca como el árbitro principal de la vida económica en la mayor parte del mundo” (Rifkin, 2014, p. 11). A partir de ese año, consideramos que el petróleo entrará en picada productiva ante el agotamiento de las últimas reservas, en la actualidad, objeto del fracking.

Esta supuesta nueva situación civilizatoria requiere de nuestra habilidad para conceptualizar lo que está apareciendo, para pensar y actuar de otra manera la política y el tipo de educación y cultura requeridas. Las redes deben ser vistas como la fuente de prácticas culturales y posibilidades prometedoras. De esta manera es posible hablar de una política cultural del ciberespacio, así como la de la producción de ciberculturas que crean resistencia, transformación o presentan alternativas a los mundos dominantes, ya sean virtuales o reales (Escobar, 2003, p. 355).

La revolución científica y cultural, junto al uso de la razón, reivindica la emoción, el lenguaje, la biología del amor y la noción de lo público, por cuanto es el

[…] amor […] la emoción que funda lo social: sin la aceptación del otro en la convivencia no hay fenómeno social. Y hubo una cultura matrística que funcionó bajo esos principios: sin dominación de un sexo sobre el otro y sin guerras. ¿Se trata acaso de retornar a aquella cultura de hace 8 mil años?

No, es imposible. Pero sí podemos intentar una convivencia basada en el respeto, en la colaboración, en la conciencia ecológica y en la responsabilidad social. Y el camino para lograrlo es la democracia.

Los grandes valores, los grandes ideales de justicia, paz, armonía, fraternidad, igualdad han nacido de la biología del amor y son los fundamentos de la vida en la infancia. Yo pienso que estos valores son propios de la experiencia de la educación basada en la cultura matrística que recibe el niño en su infancia, fundada en el respeto, la cooperación, la legitimidad del otro, en la participación, en el compartir, en la resolución de los conflictos a través de la conversación. (Maturana, 1 de marzo del 2010)

En esas condiciones, la vida misma se erige como el máximo bien y valor de nuestro ser, lo cual se hace evidente mediante el respeto expresado en todas las formas. Este supuesto periodo civilizatorio de la humanidad lo podemos ver sintetizado en la tabla 5.

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188 s. 31 illüstrasyon
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