Kitabı oku: «La ciencia y los monstruos», sayfa 2

Yazı tipi:

Más allá de la química: otros mecanismos de zombificación

Siempre me ha gustado la idea del monstruo interior. Me gusta que los zombis seamos nosotros. Los zombis son los monstruos de cuello azul.

George A. Romero, director de cine

Hasta el momento hemos diseccionado al zombi “folklórico”, monstruo isleño al que sólo le faltaban algunos retoques para ser parte de la globalización de la cultura popular. Fue en su viaje de Haití a Hollywood cuando los zombis sufrieron una serie de transformaciones que garantizaron su sobrevivencia y su relevancia más allá del género de horror.

Antes de su debut cinematográfico, los zombis del folklore haitiano se asemejaban bastante a otros monstruos continentales: los vampiros. Eran como primos lejanos: por un lado, los muertos vivientes; por el otro, los no muertos. Fue gracias a Bram Stoker y Drácula que estos últimos empezaron a saborear las mieles de la fama literaria y de los títulos nobiliarios y tomaron distancia de sus parientes tercermundistas y rurales.

Correspondió al mismo actor responsable de la imagen más popular de Drácula en el cine dar la bienvenida a los zombis en la industria fílmica: Béla Lugosi, quien en 1932 protagonizó White Zombie, la primera película en la que aparecen los muertos vivientes. Este primer acercamiento hollywoodense a los zombis se asemejó bastante a un “viaje de exploración” en el que los asistentes a las salas de cine “visitaron” a estas criaturas en su “ambiente natural” haitiano. Cuando se estrenó, White Zombie fue considerada racista, colonialista, sexista (los únicos estadounidenses del filme susceptibles de ser zombificados eran mujeres); hoy es una película de culto y un clásico del cine de terror.

En los años posteriores a White Zombie, los muertos vivientes carecían del atractivo suficiente para codearse con monstruos más afortunados como vampiros y hombres lobo. Les faltaba agresividad, ser más atemorizantes. Si lo más terrible que uno podía esperar de un zombi era convertirse en otro al visitar Haití, no había demasiado material de pesadilla en esto. Pero en 1968 el director George A. Romero cambiaría radicalmente la percepción de la audiencia sobre la amenaza zombi.


En Night of the Living Dead, Romero agrupó a una horda innumerable de zombis, los volvió adictos a la carne humana y los dejó sueltos en territorio estadounidense para que se alimentaran a sus anchas. El miedo a ser zombi se convirtió así en terror a ser comido por una multitud de zombis o a transformarse en otro zombi caníbal al ser mordido por uno. Desde entonces, una característica fundamental e inevitable en este género es encontrarse en un mundo en donde los muertos vivientes se han vuelto una plaga de casi imposible erradicación: los zombis son la Legión de Jinetes del Apocalipsis.

El éxito desproporcionado –considerando el modesto presupuesto de la película, tan sólo 114 000 dólares– de Night of the Living Dead llevó a Romero a filmar cinco secuelas. Teniendo en cuenta todo esto, en un Planeta de los Zombis cada ciudad debería tener una estatua de George A. Romero.

Pero aún quedaba un problema: si queremos un mundo inundado por zombis, necesitamos un mecanismo zombificador más eficiente que un ejército de hechiceros vudús dueños de una flota pesquera responsable de atrapar toneladas de peces globo. Que este mecanismo refleje el miedo o la paranoia presentes en las mentes de cada generación aumenta bastante la posibilidad de romper un récord de taquilla o, por lo menos, de recuperar la inversión.

Dada su historia colonial, la peor pesadilla para los campesinos y trabajadores rurales de Haití era seguir trabajando como esclavos después de muertos, convertidos en zombis: ni siquiera la muerte les aseguraba descansar, por fin, en paz. Para el público estadounidense de los años sesenta, el terror era de origen nuclear y, en el caso de la trilogía inicial de George A. Romero, provenía del espacio, pues la radiación emitida por una nave procedente de Venus era la causante de la plaga de zombis.

En los años setenta, el director David Cronenberg nos mostró cómo la zombificación podría ser por contaminación médica en Shivers (1975) y Rabid (1977). En los años ochenta se trató de contaminación química en The Return of the Living Dead (1985). En el siglo XXI, las biotecnologías tenían que ser culpables al producir virus zombificantes como los ficticios rage –que, a pesar de haber sido traducido como “rabia” en algunos países, no hay que confundir con el rhabdovirus, auténtico causante de hidrofobia– en 28 Days y T-virus en Resident Evil, ambas estrenadas en el año 2002.

Con el comienzo del nuevo siglo llegó otra vez la hora de evolucionar para los zombis. Aunque el director Danny Boyle estima que la suya no es una película de zombis por considerar que estas tienen sus raíces en la paranoia nuclear, ese miedo, como hemos visto, hace tiempo que se ha convertido en paranoia viral (¿quién le teme al virus de la gripe porcina? Perdón, al H1N1. Al menos en México, donde estuvimos a un paso –o al menos eso creímos– del Apocalipsis Porcino, la respuesta es: todo mundo).

Quienes intentan salvarse de los zombis en 28 Days (que, estrictamente, no están muertos) deben tener en cuenta que las diferencias entre los contagiados con el virus y un zombi “clásico” de las películas de Romero se reducen a que necesitan correr más rápido. Los nuevos zombis pueden ahora entrenarse sin problema alguno para competencias de velocidad; por eso la primera de las reglas para sobrevivir en Zombieland (2009) es “cardio”: mantenerse en forma para evitar ser alcanzado por la nueva cepa de veloces zombis. ¿Quién no extraña los viejos días en que era posible paladear tranquilamente un plato de fugu?

Las crónicas de Finnmark: brujas, hongos y ergotismo

No quiero hablar mal de las mujeres. La mayoría de ellas son encantadoras. Pero es un hecho que todas las brujas son mujeres. No existen brujos.

Roald Dahl, Las brujas

Para desgracia de cientos de mujeres, la premisa con la que el autor más conocido por obras como Charlie y la fábrica de chocolate inicia su historia sobre la lucha de un niño y su abuela contra unas brujas –cuyo estereotipo tiene un gato negro, un caldero y una escoba voladora– es la misma que durante la Edad Media y buena parte de los siglos posteriores se creyó a pie juntillas en Europa y América. Esta creencia había desatado la cacería de brujas, cuyos juicios más famosos fueron los de Salem (Massachusetts, en los Estados Unidos), en 1692, si bien no se comparan en magnitud y severidad con los que por esa época tuvieron lugar en Noruega. Evidencia reciente ha permitido exonerar a todas las presuntas culpables de una alianza satánica al explicar en términos médicos cómo detrás de cada mal supuestamente producido por prácticas de brujería no se hallaba el demonio, sino un pequeño honguito de aspecto inocente, pero con el poder de llevar a quien lo consume a la antesala del infierno.

Antes de que la botánica, la química y la medicina nos ayuden a revelar al verdadero culpable, no está de más que la historia nos enseñe un poco sobre las características de los juicios en que estas mujeres estuvieron involucradas. Durante el siglo XVII, los habitantes de Finnmark, Noruega, fueron testigos del enjuiciamiento por brujería de 137 mujeres, de las cuales dos tercios (92) fueron sentenciadas a muerte o murieron durante las persecuciones. Los jueces mostraron bastante crueldad y creatividad a la hora de imponer los castigos, pues 85 de estas supuestas brujas fueron quemadas en la hoguera, tres murieron colgadas, dos en prisión y dos como consecuencia de las torturas diseñadas para salvar su alma –ya que no su cuerpo– de las garras del demonio. En Rogaland, otro poblado de Noruega, el número de juicios fue todavía mayor: 141. Considerando que se trataba de pueblos con alrededor de 3000 a 4000 habitantes, podemos apreciar cómo en ese entonces, para los noruegos, las brujas eran tan comunes como lo son para nosotros los encuentros con ángeles y extraterrestres.

Gracias al diligente trabajo de Hans Hanssen Lilienskiold, funcionario público responsable de la administración del distrito de Finnmark entre 1684 y 1701, sabemos con lujo de detalle todo lo concerniente a los juicios de brujas. Lilienskiold reunió todos los testimonios, las confesiones, las sentencias y los demás datos relativos a cada una de los cientos de mujeres acusadas de brujería en un libro escrito a mano e ilustrado al que tituló Speculum Boreale. Esta obra fue presentada a Federico IV de Dinamarca, por ese entonces rey de Noruega, y publicada después por distintos editores, incluida una impresión reciente en 1998.

En nuestra historia, lo más relevante es que el manuscrito de Lilienskiold proporcionó la evidencia a partir de la cual el botánico Torbjørn Alm, en el año 2003, pudo concluir que una enfermedad causada por el consumo del hongo Claviceps purpurea tuvo un papel primordial en los embrujos y maleficios que aquejaron a los finmarqueses.6

El cornezuelo Claviceps purpurea es un hongo negro de tipo ascomiceto, lo que significa que se reproduce a través de las esporas que se forman dentro de una estructura en forma de bolsa llamada ascus, a diferencia de los basidiomicetes, que las producen en un basidio, como los champiñones y otros típicos hongos con “sombrero”. Este cornezuelo infecta el centeno y, en menor medida, el trigo y otros granos, cuyas semillas son entonces suplantadas por el esclerocio del hongo. El esclerocio es una masa endurecida de micelios, formados a su vez por un conjunto de hifas o filamentos en forma de tubo que contiene nutrientes y que el hongo forma para sobrevivir ante condiciones ambientales adversas.

¿Visiones religiosas o posesiones diabólicas? Ergolina, LSD y el “fuego de san Antonio”

Es un poco como los juicios de brujas en Europa, cuando aquellas que perecían al ser mantenidas bajo el agua eran consideradas inocentes porque no tenían suficiente poder de bruja para salvarse, mientras que las que sobrevivían estaban, por cierto, poseídas fuertemente y necesitaban ser sumergidas de nuevo.

John Allan Hobson, neurofisiólogo


El esclerocio tiene la peculiaridad de contener un gran número de sustancias conocidas como alcaloides, algunos de ellos muy venenosos y todos en alguna medida psicoactivos. En otras palabras, esto quiere decir que afectan el funcionamiento del sistema nervioso inhibiendo el dolor, alterando nuestros estados de ánimo o provocando alucinaciones. Una pequeña muestra de algunos famosos alcaloides, como la que sigue, nos permitirá ubicar rápidamente a qué nos referimos con esto: cafeína, cocaína, morfina, nicotina, quinina y marihuana. Menos famosos que los anteriores, algunos de los alcaloides de este hongo son la ergotamina, la ergosina, la ergocriptina, la ergocristina y la ergocornina; por lo tanto, su ingestión puede ocasionar un envenenamiento conocido como –¿a que no adivinan?– ergotismo, del que existen dos tipos:

1. Ergotismo convulsivo. Provoca alteraciones neurológicas, convulsiones y ataques epilépticos. Sus síntomas típicos son los siguientes: sensaciones de hormigueo –que en medicina se conocen como “formicación” (no confundir con “fornicación”), del latín formica (“hormiga”)– en la piel y en las extremidades, vértigo, dolores de cabeza, contracciones musculares dolorosas, problemas gastrointestinales, vómito y diarrea y perturbaciones en los sentidos y en las percepciones. Los efectos mentales pueden incluir psicosis, melancolía o delirio.

2. Ergotismo gangrenoso. Los síntomas son prácticamente iguales a los del primer caso dado que, de hecho, se trata de la misma enfermedad. Sólo hay que añadir una complicación: la presencia de vasoconstricción o estrechamiento de los vasos sanguíneos de las extremidades, lo que puede ocasionar que se gangrenen y que sea necesario amputarlas en un plazo de veinticuatro horas o menos.

Actualmente se sabe que la diferencia entre ambas formas de ergotismo es causada por la presencia de diferentes niveles de vitamina A en el sujeto afectado: si tuvo la mala suerte de consumir muchas zanahorias como parte de su dieta y contar por ello con niveles altos de esta vitamina en su cuerpo, será aquejado por la modalidad gangrenosa.

Tras conocer estos síntomas podemos notar que describen bastante bien lo que le pasaba a Regan/Linda Blair en The Exorcist (1973), sin necesidad de intervención satánica alguna; quizá su madre le preparó un sándwich con pan infectado por este hongo y la siguió envenenando sin saberlo durante toda la película. Imaginémonos entonces la facilidad con la cual un campesino de la Edad Media aquejado de ergotismo concluía que había sido embrujado por su vecina más cercana, o incluso por su esposa (uno nunca sabe). Sobre todo si consideramos que de la ergolina, una de las sustancias psicoactivas contenidas en el cornezuelo, se obtiene uno de los alucinógenos favoritos de nuestros tiempos: la dietilamida de ácido lisérgico, mejor conocida como LSD.

Algunos científicos atribuyen al ergotismo la lentitud con que en la Europa de la Edad Media, luego de sobrevivir a la mayor epidemia de todos los tiempos –la peste negra–, se recuperó la tasa de crecimiento poblacional. Tan sólo en Francia se estima que, en el año 994 de nuestra era, alrededor de 40 000 personas murieron por ergotismo. El envenenamiento causado por esta enfermedad era identificado en esa época con el latinajo ignis sacer, que se traduce como “fuego sagrado”, y la Iglesia católica no tardó en encontrar un santo patrono para defender a los suyos del mal: san Antonio.

Según las descripciones disponibles provistas por sus contemporáneos, san Antonio experimentó en carne propia esa enfermedad. Las alucinaciones del santo varón –a diferencia de cuando el enfermo era mujer– se interpretaron como visiones celestiales en lugar de posesiones demoníacas. En homenaje al santo varón, el “fuego sagrado” fue también conocido como “fuego de san Antonio”.

En el siglo XII, los enfermos de ergotismo peregrinaban al monasterio en Viena donde supuestamente se guardaban las reliquias de san Antonio y, tras pasar un tiempo allí, varios mostraban signos de recuperación o se sanaban por completo. Y antes de atribuir a la fe de los peregrinos tan milagrosa curación, algunos investigadores –ya sabemos que la ciencia nunca pierde la oportunidad de meterse donde no la llaman– proponen una explicación alternativa: posiblemente, durante la estancia de los peregrinos en el monasterio, los monjes los alimentaran con pan de centeno no contaminado por el hongo, lo que les daría la oportunidad de sanar al dejar de ingerir al causante de su mal.

Cómo ser una bruja en una lección: pan, cerveza y esclerocios

La mayoría de los libros sobre brujería te dirán que las brujas trabajan desnudas. Esto se debe a que la mayoría de los libros de brujería fueron escritos por hombres.

Neil Gaiman, escritor

Una característica sobresaliente en las acusaciones de brujería durante los juicios de Finnmark es que la gran mayoría de los denunciantes mencionan que los síntomas que hemos identificado con el ergotismo ocurrieron tras ingerir pan o alguna comida que –no nos extraña– contenía centeno o algún otro grano, o bebidas como cerveza y leche, susceptibles también de ser contaminadas por el hongo. La cerveza, en especial, podía convertirse en una poción digna de ser enseñada a Harry Potter por el profesor Severus Snape, con un poderoso efecto alucinante al elaborarse a partir de malta proveniente de centeno infectado.

La esposa del sacristán del lugar, por ejemplo, confesó haber aprendido brujería gracias al consumo de gachas que contenían objetos negros –posiblemente fragmentos de esclerocio–. Tres semanas después de haber ingerido este alimento, Satanás la visitó en la forma de un gato. Otra mujer atribuyó sus habilidades de hechicería al consumo de leche con algo negro en el fondo. Una tercera acusada afirmó que Satán la reclamó para su servicio luego de beber una cerveza que le dio una mujer en el poblado de Nordland; esa misma mujer trató de obligarla a comer algo que, en vez de ello, dio a un perro, el cual de inmediato se volvió loco, corrió hacia el mar y se ahogó. Una de las sentenciadas a muerte aseguró que, luego de tomar una cerveza preparada por otra de las acusadas, podía volar por los aires a cualquier parte que quisiera… El resto de los testimonios se asemejan mucho a los aquí descriptos.

De todas las personas acusadas de brujería en estos juicios noruegos, sólo una era hombre. Antes de desatar la ira de las feministas, debemos mencionar que hay evidencia de que las mujeres son más susceptibles a manifestar los síntomas del ergotismo que los hombres, lo que en alguna medida podría explicar la discriminación a favor de los supuestos brujos.

Los niños y los adolescentes son los más vulnerables al ergotismo, un factor que debe tomarse en cuenta en el caso de los juicios de Salem, en los que la mayoría de las víctimas fueron, precisamente, adolescentes. El micólogo Gordon Rutter7 propone una hipótesis que nos permite entender la razón de que la epidemia de hechicería en Salem se extendiera sólo desde diciembre de 1691 hasta finales de 1692.

Rutter señala que, en la época de los juicios de Salem, cuando la comida abundaba, una nueva cosecha por lo general no se consumía sino hacia finales del año, cuando ya había sido agotada la anterior. Los registros de cosechas en Salem indican que en 1691 el centeno se mantuvo en los graneros hasta noviembre y diciembre, mes en que se registró la primera víctima de brujería. En la primavera de 1692, una inundación destruyó las cosechas, a lo que siguió una temporada de sequía, por lo que la escasez de comida llevó a los salemitas a hacer pan con el centeno contaminado que tenían guardado –los esclerocios permanecen químicamente activos hasta por dieciocho meses–, cuya ingestión dio lugar a los restantes casos de brujería de 1692. Una vez que las cosechas se recuperaron al año siguiente y que el nuevo centeno sin contaminar permitió la elaboración de pan sin propiedades alucinógenas ni los restantes síntomas de ergotismo, la práctica de la brujería en Salem se dio por terminada.


2. Astronomía tenebrosa

El silencio eterno de estos espacios infinitos me aterra.

Blas Pascal, matemático y físico


Locutor en la radio: Desde Tacoma a Vladivostok, los astrónomos informan sobre una alteración iónica en la cercanía del cinturón de Van Allen. Los científicos recomiendan tomar las precauciones necesarias.

Homero: ¿Qué saben esos zoquetes?

Los Simpson, “Treehouse of Horror VI” (1995)


Frankenstein, hijo de la luna: astronomía forense, estudios sobre el sueño y el origen de un monstruo

Lo bueno de ser el doctor Frankenstein es que siempre puedes hacer nuevos amigos.

Aaron Allston, escritor


No existe en toda la historia de la literatura ninguna obra que se aproxime en popularidad a Frankenstein, considerada por muchos como la primera novela de ciencia ficción,8 cuando se trata de aleccionar a los científicos sobre los límites y los peligros de la ciencia. Pero la posible moraleja ha sido interpretada de muy diversas –casi incontables– maneras, dependiendo de quien la enuncie.

Desde su publicación en 1818, la obra de Mary Shelley ha inspirado cientos de novelas y más de ochenta obras de teatro que han abarcado hasta el género de los musicales gracias a Mel Brooks, responsable también de la pavorosamente cómica película Young Frankenstein (1974). También medio centenar de películas en las que el monstruo a veces es la víctima, otras tantas el héroe y, en ocasiones, el villano. En estas siempre se ha destacado la versión “clásica” protagonizada por Boris Karloff en 1931 que nos legaría la imagen del monstruo que sería desde entonces adoptada por la cultura popular en cine, televisión, cómics y videojuegos: la cabeza aplanada, la costura a un lado de la frente y un tornillo a cada lado del cuello. No olvidamos las decenas de cómics en los que Frankenstein se codea incluso con otros superhéroes de la compañía DC y forma parte de la Liga de la Justicia Oscura (advertencia para quienes no son fanáticos de los cómics: el supervillano Solomon Grundy NO es Frankenstein, aunque ambos bien podrían ser hermanos). La probabilidad de que una persona ignore quién es este monstruo es extremadamente baja; si bien la probabilidad de que haya leído la novela es otra cosa. Quien se cuenta entre los lectores de Frankenstein y tuvo la fortuna y la paciencia de no saltarse la introducción que para la segunda edición, la de 1831, escribió su autora (la primera edición se publicó de manera anónima) estará enterado de primera mano sobre las circunstancias que rodearon la gestación del libro.



Sobre Mary Shelley recayeron desde hace varias décadas sospechas que más de un académico manifestó sin pudor alguno. No sólo se han mostrado escépticos acerca de su autoría, sino que, además, la han tachado de plano de mentirosa a la hora de hablar sobre la noche en que, se supone, tuvo la idea de dar vida a cadáver tan exquisitamente horripilante.

No fue sino hasta el año 2012 que la ciencia puso punto final a esta discusión, con ayuda de la luna y el mal tiempo. Pero antes de ver qué tienen que decir la astronomía y la meteorología forense sobre el misterio de la creación de Frankenstein, necesitamos dar algunos detalles sobre los que participaron en él.

En junio de 1816, en dos mansiones conocidas como Villa Diodati y Maison Chapuis, próximas una a otra y ambas localizadas en una colina a orillas del lago Lemán o lago de Ginebra, en Suiza, durante varios días y noches caracterizadas por la presencia de tormentas eléctricas, un grupo de escritores se reunió a contar historias de aparecidos. No se trataba de escritores provincianos cualesquiera, sino de los ya desde entonces famosos poetas lord Byron, Percy Shelley, Mary Godwin –quien después sería esposa de Shelley, pero en esa reunión aún conservaba su apellido de soltera– y el médico y escritor John Polidori. También los acompañaba la hermanastra de Mary Godwin, Claire Clairmont. Godwin y Shelley se alojaron en Maison Chapuis, que ahora ya no existe y que en 1816 era la más próxima al lago.

En su introducción de 1831, Mary Shelley señala que “aquel verano se reveló como húmedo y poco propicio para el genio, y la lluvia incesante nos confinaba frecuentemente durante días enteros en la casa”, por lo que, durante varios días y como ya hemos mencionado, este grupo de amigos decidió entretenerse mediante la lectura en voz alta de historias de fantasmas. Inspirado por estas narraciones, lord Byron propuso que cada uno de los cuatro ahí reunidos escribiera su propia historia de fantasmas. Cada uno se puso a trabajar en eso,9 y todas las mañanas Mary Shelley se mortificaba al oír la pregunta obligada: “¿Has pensado en una historia?”, porque tenía el síndrome de la página en blanco: no se le ocurría absolutamente nada. Pero una conversación entre lord Byron y Percy Shelley le daría la feliz idea a partir de la cual inventar su narración; en palabras de Mary Shelley, según la traducción de Mercedes Rosúa (2008):

Hablaron de los experimentos del doctor Darwin […], el cual metió en un recipiente de cristal un puñado de fideos hasta que, por algún medio extraordinario, comenzaron a moverse voluntariamente. Sin embargo, no se habría infundido vida de este modo.

El doctor Darwin a quien se refiere no es el archirreconocido Charles Darwin, sino su abuelo Erasmus Darwin. Y si nos parece muy extraño que un naturalista tan respetado como él experimentara con la reanimación, no de cadáveres sino de pasta –¿tal vez con la intención de reemplazar al Monstruo Volador de Espagueti?–,10 la culpa no es únicamente de la traductora. Ella complicó aún más el enredo al sustituir la palabra vermicelli, usada por Shelley en el original en inglés, por “fideos”, pensando tal vez que no todos los lectores de habla hispana somos expertos en comida italiana. En realidad, la responsabilidad del enredo, como han señalado otros investigadores, es de la propia Shelley, pues quizá Byron y Percy –a estas alturas del libro ya podemos tutearlos– hablaran sobre lo que, respecto de la idea de la generación espontánea, era el género de protozoo Vorticella (no vermicelli).

En su obra The Temple of Nature (1802), Erasmus Darwin había escrito:

Así, el vorticella o animal rueda [es un rotífero, parece una campanita], que se encuentra en agua de lluvia que ha estado estancada algunos días en canalones de plomo… aunque no muestra señales de vida excepto cuando está en el agua, aún es capaz de continuar vivo por varios meses, si bien mantenido en un estado seco.

En la misma obra, Darwin nos dice que:

En pasta compuesta de harina y agua que se ha vuelto agria, los animáculos [como bautizó Anton van Leeuwenhoek a lo que ahora conocemos como microorganismos] llamados anguilas, Vibrio anguillula [se refiere al género que hoy en día conocemos como Amoeba], son vistos en gran abundancia.

Y más adelante, Darwin afirma que: “Aun las partículas orgánicas de animales muertos pueden, cuando están expuestas a cierto grado de calor y humedad, retener algún grado de vitalidad”. Por un lado, tenemos el Vorticella, y, por otro, la generación espontánea y la pasta con animáculos. Lo que pasó entonces fue que Mary Shelley confundió Vorticella con vermicelli y mezcló esta pasta con la generación espontánea, lo que podría haber tenido resultados negativos si hubiera sido estudiante de Erasmus, pero que tuvo consecuencias inmejorables para la literatura.

El último elemento que empleó Mary Shelley para ensamblar su propio monstruo fue la mención del trabajo del físico italiano Luigi Galvani. Este científico había mostrado que, al estimular con una corriente eléctrica los nervios de las ancas de una rana muerta, estas extremidades comenzaban a moverse como si su dueña cobrara vida de nuevo y empezara a saltar. Shelley escribió: “Quizá un cadáver podría ser reanimado; el galvanismo había dado pruebas de tales cosas”.

6.Torbjørn Alm, “The witch trials of Finnmark, Northern Norway, during the 17th century: evidence for ergotism as a contributing factor”, Economic Botany, vol. 57, nº 3, 2003, pp. 403-416.
7.Gordon Rutter, “Witches, madness and a little black fungus”, Field Mycology, vol. 4, nº 2, 2003, pp. 44-48.
8.Entre ellos, el escritor Brian Aldiss, autor del cuento “Los superjuguetes duran todo el verano”, historia en la que se basa la película A. I. Artificial Intelligence (2001), de Steven Spielberg.
9.La historia que Polidori escribió fue “El vampiro”, precursora directa de las posteriores novelas y los cuentos de chupasangres, entre los que se incluye el clásico de Bram Stoker.
10.Esta divinidad posmoderna fue creada –en una inversión de los papeles de Dios y humanos– en 2005 por el físico estadounidense Bobby Henderson, quien la hizo responsable de cambiar en favor de los científicos los resultados de sus dataciones de fósiles con carbono 14 y otros isótopos radiactivos. Con esta sátira, Henderson se mofaba de la decisión de la Junta Estatal de Educación de Kansas de impartir otras teorías, como el diseño inteligente, como supuestas e igualmente válidas alternativas a la evolución por selección natural, lo que no sería menos absurdo, según el físico, que profesar su recién propuesta religión adoradora del Monstruo Volador de Espagueti, conocida como “pastafarismo” o “pastafarianismo” por la unión de las palabras “pasta” y “rastafari”.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

Türler ve etiketler
Yaş sınırı:
0+
Litres'teki yayın tarihi:
24 temmuz 2023
Hacim:
181 s. 52 illüstrasyon
ISBN:
9789876297943
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip