Kitabı oku: «La Corte de los Ángeles»

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Laura Brehm
LA CORTE DE LOS ÁNGELES


Brehm, M. Laura

La corte de los Ángeles / M. Laura Brehm. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2012-8

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Sinopsis

Chloe D’Lacruz es mitad bruja blanca y mitad ángel, y está destinada a ocupar el lugar de su padre en el Concejo de los ángeles, aunque se oponga a la idea y su tío conspire a que eso no suceda, las leyes medievales no están hechas para ser cambiadas. Sus aventuras junto con su amiga Greta, la meterán en más de un problema y, enamorada de un hechicero considerado inapropiado, deberán enfrentar al destino que ya está escrito para ellos.

Índice de contenido

Portada

Créditos

Sinopsis

Índice

Prólogo – Una madre para ella

12 años más tarde

La intrusa

El origen

El idioma de las brujas

El hechicero

Como imanes

Rompiendo reglas

Revelaciones

Memorias

El Consejo

Los poseídos

El entrenador

Polvo de ángel

Punto ciego

Día gris

La otra cara

Visita inesperada

Morgana

Visiones

Todo por amor

Después de la tempestad

Su Romeo

Detalles preliminares

El arma mortal

Último día

La guardia real

Armas del cielo

El momento de pelear llegó

Maldito dolor

El juicio

A mi amiga, Gisela, que estuvo desde el comienzo de esta novela y me alentó a que todo llega.

Prólogo Una madre para ella

La casa se había convertido en un infierno, brujas oscuras por todos lados, fuego consumiéndolo todo a su paso. Estábamos en lo que era el comedor, un lugar que solía ser muy feliz, de risas y en donde la pequeña Chloe había dado sus primeros pasos. Ahora la realidad era muy diferente y perversa.

—¡Lisandra! — Su voz salió entrecortada, por una puntada de dolor que atravesaba su pecho, instintivamente llevó su mano al lugar—. ¡Por favor cuida de mi pequeña Chloe, es todo lo que me queda en este mundo! —dijo afirmando con la cabeza y oprimiendo la herida que surcaba su corazón—. No me voy a permitir perderla a ella también. —Mi corazón estaba perplejo y adormecido por el dolor de ver cómo la luz de mi señora y amiga se iba apagando. Ella estaba dispuesta a luchar hasta su último aliento, con tal de que su pequeña hija viviera.

Esta guerra sin fin, contra el bien y el mal, en donde lo único que se ganaban eran más muertes, jamás terminaría. Las fuerzas oscuras nunca se rendirían y la luz nunca dejaría de luchar. Aunque se necesitara todo el poder del cielo para lograrlo.

La guerra que había comenzado en el jardín, dejando inconscientes a los ángeles que estaban para protegernos, ahora se estaba desarrollando dentro de la casa. Arrasando todo a su paso. Se escuchó una explosión proveniente del otro lado de la puerta. La puerta principal estaba hecha de madera y vidrio, no se había construido con el fin de resistir una batalla; ambas sabíamos que la destrucción de la casa sería en cuestión de minutos. La casa era el mismísimo infierno, los vidrios empezaron a estallar y cada ventana rota significaba más fuego. Toda la construcción crujía y se caía en pedazos. El humo inundaba toda la estancia. Los hechizos que mi señora conjuraba eran inútiles ante la magnitud del mal de las oscuras. Todavía no sabíamos por qué venían a la casa de una bruja blanca. Para las oscuras, una bruja blanca no representaba amenaza. Así que la mayor parte del tiempo vivíamos sin mayores sobresaltos.

Mi señora se reincorporó sin hacer alusión a su dolor, se puso en guardia para enfrentarse a cualquier cosa que entrara al salón en donde nos encontrábamos. Un hechizo de protección a la puerta era lo único que nos daría unos segundos extra. La sangre que emanaba de su pecho empapaba su camisa, tiñéndola de escarlata. Su rostro estaba oscuro por causa del hollín que desprendían las cenizas. Y era imposible no notar los surcos dejados por las lágrimas en sus mejillas. Debajo de esa máscara de hollín, sudor, lágrimas y esperanzas rotas, pude notar cómo iba perdiendo el conocimiento, su cuerpo estaba apagando sus funciones motrices, la estaba abandonando. Su alma era la única que la ayudaba a seguir adelante con esta lucha. Pero era tanta la sangre que brotaba de la herida que sus fuerzas ya no le respondían. Y aun así no perdía su elegancia y belleza, con un metro setenta y cinco y sus finas curvas, era toda una fiera cuando se trataba de defender a su familia o lo que quedaba de ella. Su pequeña hija era el vivo retrato de su madre, aunque tenía la sonrisa de su padre. El padre de Chloe, Tobías Amaya, era un ángel, que había muerto unos meses atrás, en una misión diplomática que salió mal.

Con la respiración entrecortada, se preparaba para dar las últimas instrucciones.

—Los voy a entretener todo lo que pueda. Después va a ser tu protegida. —Con su mano temblorosa me tomó por la nuca, para intentar no caer; me miró a los ojos y me dijo—: Lisandra... cuídala como yo no lo podré hacer, prométeme que vas a ser una madre para ella, vas a ser lo único que ella tenga, cuídala y cuéntale cómo la quise y cómo la voy a seguir queriendo cuando ya no esté. —Su petición fue con todo el dolor de su alma, de alguien que ama a su hija.

Soltó mi cuello y con esa mano tomó mi antebrazo, conjurando así un hechizo que me uniría en cuerpo y alma a su pequeña hija, mi adorada niña. Mi brazo pasó del color rojo al negro, a medida que terminaba el hechizo. Dejando una marca con el símbolo de unión, de mi unión con ella, una unión que tan solo la muerte rompería.

Antes de que pudiera salir en busca de la pequeña Chloe, escuché a mis espaldas cómo la puerta, la única barrera de defensa, se rompía, explotando y esparciendo madera por cada rincón del suelo.

—¡Mi señora! —grité dándome la vuelta.

—¡Vete! —ordenó, y con sus últimos esfuerzos me empujó hasta dejarme en la otra habitación, y cerró la puerta.

Esa sería la última vez que vería a mi señora con vida. Ehla D’Lacruz era de esas personas humildes de espíritu, sin importar su posición. Ella me rescató de uno de los momentos más difíciles de mi vida, en donde seguir viviendo o morir para mí era lo mismo. Amaba a su familia y siempre había lugar para alguien más. Jamás cuestionó las órdenes de la Corte, tanto de las brujas como de los ángeles. En la posición en la que se encontraba a veces le resultaba muy difícil vivir en los dos mundos. Al casarse con un ángel, y no con cualquier ángel, debía seguir al pie de la letra las reglas y más aún cuando era considerada inapropiada para desposar a un ángel. Y aun así tenía tiempo para llevar una vida mundana, estar con su pequeña hija, rescatarme y seguir dando el ejemplo.

Ahora había puesto todas sus esperanzas en mí. Mi responsabilidad sería cuidar de su pequeña, la persona, quien, en un futuro, formaría parte de algo mucho más grande que todos nosotros.

Encontré a Chloe muy asustada y temblando, en una habitación de la casa de huéspedes, que estaba casi en el final del patio trasero de la mansión. Pequeña para tener cinco años, sus ojitos me miraron, fueron lo primero que vieron cuando su madre la dejó ahí, pidiéndole que se escondiera, que haga el menor ruido posible. Y como una buena niña hizo todo lo que se le ordenó. Con todas mis fuerzas la tomé en mis brazos y corrí al bosque alejándome lo más que podía, viendo cómo el viento avivaba las llamas, el mismo diablo había subido a soplar el viento para terminar de destruir a esa familia a la que ya nada le quedaba.

La carretera no se encontraba muy lejos de la mansión, pero dadas las altas horas de la noche se hallaba desierta. Encontrándose a oscuras, la única iluminación que teníamos era la luz de la luna llena, tan limpia, tan pura. ¡Qué ironía de la vida!, la luna parecía pura en un día como hoy. Caminando con la pequeña Chloe de la mano. Aun asustada, pero ya sin los temblores que recorrían su cuerpo.

—Lisa, ¿mi mamá en dónde está? —El silencio se apoderó de mí. ¿Qué le diría a una niña de cinco años?—. Ella vendrá por nosotras, ¿verdad?, mi mamá nunca me va a dejar, ¿no es así? —Su manito me apretaba cada vez con más fuerza. Y las lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas.

—Mi chiquita. —Me arrodillé para quedar a su altura, la tomé de sus manitos—. Tu mamá te ama con todo su corazón, y ella va a estar siempre contigo.

Me abrazó y rompió a llorar, su llanto desgarraba hasta el corazón más congelado y sin vida. No había palabras para consolar a una niña que había perdido a su padre hacía cuestión de meses y a su madre hacía minutos. La levanté y así caminamos juntas. En ese momento deseé con todas mis fuerzas ser una verdadera bruja blanca, así podría hacerle un hechizo que la hiciera dormir y soñar con un mundo mejor, en donde todos eran felices y la destrucción y el mal serían cosa del pasado.

Estuve a punto de perder los estribos por la oscuridad absoluta de la carretera cuando me encandilaron unos faros de luz blanca, el vehículo no bien me captó en su campo de visión frenó de golpe.

—Señora, ¿se encuentra bien? —preguntó el extraño mientras bajaba de su auto y se acercaba a nosotras a toda prisa.

—Sinceramente no... ¿Nos podría alcanzar a la terminal, por favor? —Mi pregunta terminó con lágrimas que ya no podía contener, en estos momentos no necesitaba ser fuerte, podía llorar, intentar desahogarme. Y una vez llegado al lugar, pensaría a dónde iríamos.

El hombre, sin nombre aun y expresión seria abrió la puerta del acompañante para que subiéramos. Senté a la pequeña Chloe en mi regazo y se acurrucó sin hablar.

Los ojos del extraño se encontraron con los míos, pero lo único que reflejaron era su color ambarino. Su expresión era difícil de descifrar. Su ropaje por otro lado tampoco arrojaba información extra. Vestía jean azul y una camisa a juego.

Después de unos minutos se presentó.

—Rafael —dijo cortés—. La estación más cercana está a una hora de distancia —concluyó, esperando una contestación.

—Gracias. —Fue lo único que me atreví a decirle. Ya que las lágrimas amenazaban con salir nuevamente. Con tanta angustia contenida, no había reparado en la persona que nos estaba transportando. Lo estudié una segunda vez, tomándome unos minutos más de la cuenta, pero sin descubrir nada de nuevo, no era un tipo que llamara mucho la atención, podría pasar desapercibido. Tenía tez clara, cabello oscuro y estatura promedio.

Después de andar veinte minutos me di cuenta de que intentaba preguntarme algo, lo miré para incentivarlo. Al fin y al cabo, era su vehículo.

—¿Para dónde se están dirigiendo con exactitud? Tal vez podría llevarlas —preguntó en tono de duda o con un poco de indecisión. Pero al fin el hombre se sintió más relajado. Intentaba comportarse con toda la naturalidad posible.

—¿Importa? —Mi respuesta lo tomó con la guardia baja, me observó por un momento y luego volvió la vista al camino. Estaba decidida a no revelarle nada.

—Supongo que no… —Encogió los hombros como resultado de su indignación.

Cuando estaba lo suficientemente relajada para observar el vehículo, ahora que se encontraba más iluminado por las luces de la carretera, pude notar que tenía una insignia familiar, o por lo menos familiar para mí, no era la primera vez que la veía. Eran dos alas terminadas con plumas largas, y en el medio de ellas había una especie de T. Eso me sobresaltó, sabía que la había visto en algún lado, pero en estos momentos no podía recordar dónde. Podría haber sido en un libro o en la tele. En cualquier lugar, la lista era infinita.

—¿Quién te envió por nosotras? —demandé un tanto ansiosa y resentida. Mi extraño después de todo no lo era tanto.

Mi experiencia me decía que había comprendido mi pregunta, sabía que yo sospechaba de lo que podía llegar a ser. Se tomó unos segundos para responder.

—Me preguntaba cuánto te tomaría darte cuenta —me acusó con resignación—. Y eso no es bueno Se supone que te han entrenado bien. —Su afirmación me dolió—. Y tendrás que cuidar bien de esa niña —me volvió a regañar.

—¿Darme cuenta? ¿¡Quién eres!? O ¿qué eres? —Mis preguntas se apresuraron a salir, y mi cara de horror era indescriptible. Me sentía confundida, impotente, porque, si él tenía razón, yo debería saber qué hacer en esta situación, si no lo podía reconocer, cómo podía proteger a mi pequeña en el mundo de los mundanos.

—Soy Rafael —repitió su nombre como si eso pudiera significar algo para mí, pero no a responder mi pregunta.

—Sabes a lo que me refiero —puntualicé indignada.

—Sí —dijo en un suspiro y negando con la cabeza a una pregunta no formulada—. Sé a lo que te refieres, siento no haber llegado antes, por lo que me doy cuenta Ehla D’Lacruz no te dijo nada sobre mí. Y ahora ya no se encuentra con nosotros. —Su rostro era el vivo retrato de la desolación.

Ehla D’Lacruz era mi señora, una de las más grandes brujas blancas que habían existido. Aún seguía sin comprender, lo único que se me ocurría era que podía ser el arcángel Rafael. Otro Rafael con relevancia en la historia de las brujas no había, bueno, digamos que en la historia de las brujas no, en la historia de mi señora, sí. Pero eso no tenía mucho sentido, mi señora no tenía tanto poder para pedir ayuda a un arcángel o ¿sí?...

—¡Sí! —Su respuesta a mi pensamiento fue contundente—. Tu señora, así como la llamas, me invocó para que vaya a ayudarla en su..., bueno, nuestra pelea. Cuando mis intentos de ayudarla no fueron suficientes, decidí bajar a la tierra y ayudar a su hija, mantenerla con vida es ahora mi nueva misión, aparte se lo debo a su padre.

Yo estaba escuchando lo que me decía, pero no razonaba, cómo podía saber lo que estaba pensando. Había leído sobre los ángeles y arcángeles, pero eso era todo, mi conocimiento moría ahí.

—No te preocupes, las voy a llevar a un lugar seguro, para que puedan vivir tranquilas, y esto no va a volver a pasar. —Su comentario me hizo perder el hilo de mis pensamientos.

—¿Cómo puedo confiar en usted? —De nuevo mi pregunta volvió a salir sin pensar, un poco agresiva.

—No puedes, los hechos te lo demostrarán por sí solos, pero recuerda esto: debes cuidarla, ella va a marcar un cambio en la historia, tal vez pueda lograr lo que muchos de nosotros intentamos una y otra vez, que esta batalla por el bien y el mal termine. —Tan rápido como contestó a mi pregunta volvió a su estado sereno, relajado, como había estado desde el primer momento en que lo vi.

El único ángel que conocía era el padre de Chloe, y por lo que había aprendido de él, los ángeles eran un intermediario de los arcángeles que estaban en el cielo. Ya que estos no podían bajar hasta nuestro mundo. Entonces los ángeles habitaban el plano terrenal. ¿Pero si los arcángeles no pueden bajar? ¿Cómo lo habrá hecho este individuo?

—Posesión —respondió de nuevo en mi mente, fuerte y claro.

—¿¡Perdón!? —No me iba a acostumbrar a que él pudiera leer mis pensamientos y menos que hablara en mi cabeza.

—De la única forma en que nosotros podemos bajar a la tierra es por medio de la posesión, ocupamos el cuerpo de otra persona por un período corto, después lo tenemos que devolver.

—Ya entiendo... ¿Y este cuerpo recuerda lo que le sucedió? —pregunté intrigada, después de todo, uno no ve a un arcángel todos los días.

—No, por lo general es como un sueño para ellos, algo que está más allá de su entendimiento. Tampoco nuestra posesión los lastima.

Luego de unos minutos sin que ninguno hiciera alguna pregunta en voz alta, empecé a analizar todo lo que había ocurrido las últimas doce horas. Ahora estábamos yendo a un lugar al que yo no conocía, tenía que empezar una nueva vida con una niña de cinco años sin su madre y sin su padre. Durmiendo en mi regazo pensaba en todas las cosas por las que tendría que pasar. La miré y le hice una promesa silenciosa—. Te prometo hoy y como se lo prometí a tu madre, voy a estar siempre para protegerte y voy a intentar ser una madre para ti.

—Sé que lo vas a ser. Y ella va a ser la hija que siempre quisiste. Pero un día va a llegar el momento en que la vas a tener que dejar ir, y espero que así lo hagas. Tal vez no entiendas el motivo que la impulse a hacer ese cambio. Por eso estoy seguro de dejarte la niña, es lo mejor que podemos hacer. No dudes en llamarme si me necesitas. —Su comentario era más parecido a una visión que a un consejo.

Circulamos por medio de varios pueblos y tomamos distintas carreteras. Y sin previo aviso retomó la conversación.

—Estamos llegando.

La carretera empezaba a entrar en un pueblo, bien iluminado, la entrada tenía un arco que decía “Bienvenidos a Rosario”.

—¡Me gusta! —dije sorprendida, era más de lo que esperaba.

—Acá van a encontrar todo lo que necesiten, Rosario es un pueblo muy amable y las van a aceptar bien, tan solo di que eres su tía y que su madre murió en un accidente de tráfico, así nadie te hará preguntas al respecto.

Él ya tenía todo pensado, se veía que lo conocía y que lo había estudiado de antemano, cruzamos todo el centro, había algunos semáforos, y muchos locales de todo tipo, pero el que más se destacaba era una tienda de sortilegio. Eso me llamó la atención. Lo miré y apunté con el dedo en donde había estado el lugar.

—Rosario es un poco supersticioso —dijo encogiéndose de hombros.

Lugar ideal para nosotras, pensé irónicamente. La carretera estaba terminando de cruzar el pueblo cuando dobló a la derecha para tomar una calle más angosta, que después de unos metros se convertía en un camino de ripio. Al cabo de recorrer dos cuadras más o menos entramos en el patio de una casa tipo colonial. Era bastante grande y estaba pintada de beige con tejas rojo carmesí.

—¿Acá es donde viviremos? —pregunté entusiasmada. No paraba de sorprenderme, estaba anonadada ante el paisaje que tenía delante de mis ojos.

—¡Sí!, espero que sea de su agrado. Y Lisa... ¡buena suerte! —dijo el arcángel

12 años más tarde

El televisor estaba a un volumen más alto que el necesario. Indignada con lo que mis oídos estaban escuchando llamé a Lisa.

—¡Lisandra! —grité furiosa—. Escucha lo que dice un pastor sobre las brujas. —Con mi voz más sarcástica empecé a repetir lo que había dicho—. Es difícil distinguir claramente entre brujería, hechicería y magia... Estas prácticas utilizan medios ocultos que no son de Dios, para producir efectos más allá de los poderes naturales del hombre. La brujería es perversa porque recurre a espíritus malignos. Implica un pacto, o por lo menos una búsqueda de la intervención de esos espíritus. El ser brujo o bruja se obtiene por vínculos satánicos en los que se entra por una “dedicación”, muchas veces dentro de la familia.

—¡Chloe!, si te vas a poner así cada vez que leas o veas algo de eso, vas a envejecer más rápido —comentó entre risas proveniente del pasillo, ella siempre se tomaba las cosas con más calma y tenía los consejos más sabios.

—Es indignante escuchar cada insensatez. —Me acomodé mejor en el sillón para estirar las piernas—. Primero somos las que traemos la peste, luego nos comemos a sus hijos y ahora y siempre hacemos pactos con el “príncipe de las tinieblas”. ¡Buu! —pensé dentro de mí.

—Mi cielo, ya te lo dije —comentó cansada de repetir una y otra vez la misma frase.

—Gracias, Lisa —le respondí con una sonrisa. Al final tenía razón, no me servía de nada—. Pensándolo bien... ya no quiero ver más sobre todo eso, esa clase de gente vive en la ignorancia.

Aunque nunca faltaba el aficionado a las películas de magia, que sin ser consciente, se acercaba bastante a descubrir nuestro mundo. Los mundanos, los seres mágicos y los seres de luz han convivido desde los comienzos de la tierra, nosotros intentamos mantener nuestro mundo lo más privado posible. En cambio, a las brujas oscuras no les importa quién resulte herido, por lo general, son bastantes descuidadas a la hora de conseguir lo que quieren.

A través de las décadas, siglos y supongo que milenios siempre íbamos a ser los malos de la película, sin diferenciación. La quema de Salem mató a muchas mundanas inocentes, las personas buscan fantasmas en donde no los hay, desde ese entonces se carecía de razonamiento y se sigue igual. Aunque a Lisandra no le gustaba que viera esa clase de programas, nunca me obligó a que dejara de ver, ella lleva siendo mi protectora durante doce años, era lo más cercano a una familia, junto con mi mejor amiga Greta Valdez. Lisa Blanc es toda una dama victoriana, muy bella, con sus 1.68 m de altura y su silueta lánguida, ojos oscuros como la noche y una sonrisa que deja ver la mayoría de sus dientes, pelo lacio hasta la cintura al que siempre lleva recogido. Sé que ama cuidarme como a una hija y de alguna manera le correspondía, mi madre y yo venimos de una familia de brujas blancas muy antigua y Lisandra cuando conoció a mi madre se convirtió en su ayudante, como no tiene sangre de bruja blanca u oscura no puede realizar magia o encantamientos. Su fuerte son los brebajes y la jardinería, para prepararlos. Además, le gustan las actividades al aire libre, así que por eso se encargaba de la huerta. Aunque no me oponía que de vez en cuando compráramos en la tienda local de sortilegios, sin embargo, ella dice que llamaríamos la atención de algún curioso si lo hacíamos muy a menudo.

Observé a mi cuidadora cómo lo hacía. Ella se encontraba en el salón que usaba para preparar pócimas, encontraba fascinante cómo, con pocos ingredientes, preparaba los mejores brebajes. No me dejaba incursionar con los libros de herbolaria mágica, decía que era muy peligroso, Lisa se encargaba de todo y se empeñaba en que aprendiera mucha teoría, cuando digo mucha, ¡es mucha teoría! No me dejaba usar la magia, algo que era natural para mí. Pero sin importar cuánto lo intentara me resultaba muy difícil hacer un hechizo.

—Voy a ir al jardín —comenté, mientras me dirigía a la puerta que daba al patio trasero. Como de costumbre no me prestaba mucha atención cuando estaba en su salón.

Nunca pude hacer crecer nada... hasta ahora, jamás iba a hacer ni la mitad de buena que ella, en cuanto a jardinería se tratara, pero siempre lo intentaba, algún día, tal vez algo bueno salga de esto. Esta vez en el jardín no me sentía tan perdida, mi plantita de hierbabuena había crecido y eso significaba que podía mejorar. Lisa siempre me decía: “la perseverancia es la regla para el triunfo”. Empecé a regarla cuando mi móvil sonó.

Mensaje de texto de Greta.

—Estoy en Pipos, te espero hasta las 20 h.

Miré el reloj del celular y faltaban treinta minutos para la hora, sabía que si no llegaba puntual ella se pondría de mal humor. Le regalé una última mirada con ternura a mi retoño y salí corriendo para mi habitación. No era muy grande, pero estaba bien distribuida, una cama en el centro, con un ropero en la pared, frente a la ventana que daba al balcón y una mesa de estudio en la pared que quedaba libre. Agarré lo primero que encontré, por lo menos iba a ser mejor que mi pantalón deportivo y mi camiseta a rayas. Sobre la cama se encontraba un jean que había dejado Lisa para que guardara. En el primer cajón del ropero encontré una camiseta con mangas japonesas, por último, tenía que arreglar mi pelo, tema aparte y sin solución. No era que no lo intentara cada día, pero tenía ese pelo rebelde que siempre buscaba su camino. Con el minuto que me sobraba me miré al espejo que estaba pegado en la puerta del ropero, vi a una chica a la que le faltaba maquillaje, y un poco de emoción en su vida. —Nada de lo que no se pueda arreglar —me dije optimista. Le sonreí a la chica delante de él y me fui.

A Greta siempre le gustó el color de mi pelo, nada en especial, un castaño oscuro, muy común en este pueblo, ella decía que me afinaba más el rostro y resaltaba mis ojos color almendra. El tono de mi piel ayudaba a que me pareciera a un muerto, era demasiado pálido incluso para estar en primavera, eso se lo debía a los genes de mi padre. Los rayos del sol se alejaban de mí cada vez que me quería acercar.

Mensaje de texto de Greta.

—Se te está haciendo tarde, sabes que no me gusta que me hagan esperar.

Mensaje de texto de Chloe.

—Estoy en camino.

Al bajar las escaleras, encontré a Lisa esperándome.

—¿Te vas? —preguntó, con expresión que no supe adivinar.

—Sí, Greta me está esperando en Pipos, y tengo que llegar dentro de 10 minutos, ¡deséame suerte! —le dije apresurándome hacia la puerta de entrada.

—¡Suerte! —gritó Lisa caminando hacia esta—. No regreses muy tarde —exigió.

—Es sábado. —me quejé.

Ella siempre se preocupaba mucho por mí, a veces demasiado. En cambio, Greta era un poco de aire fresco, ella era igual que yo, pertenecíamos a diferentes familias, pero las dos descendíamos de la misma bruja blanca, podríamos decir que éramos una especie de primas. Ella era un poquito más alta y tenía una complexión delgada, ojos claros como el mar y rostro anguloso, cabello rubio que casi le llegaba a la cintura, con mucho brillo, aunque diga que no, sabía que hacía algún hechizo para que se viera así. Tenía un sentido de la moda ¡dramático!, como buena geminiana que era, jamás la ibas a ver de zapatillas. Incluso, sus zapatillas tenían plataforma. El brillo era su mejor compañía. Aparte de eso era amistosa, compasiva y muy solidaria, aunque tenía una desventaja a mi ver, disfrutaba la vida al máximo y eso hacía que se metiera en algunos problemas de vez en cuando.

Estacioné mi auto modelo 2009 color arena, al lado del flamante deportivo de ella. El estacionamiento estaba detrás del bar. Pipos era el mejor lugar para alguien que buscaba distraerse, escuchar buena música y, más allá de todo, tener intimidad. El dueño casi nunca estaba y las pocas veces que lo frecuentaba se encontraba en la cocina. No era una persona muy sociable y él lo sabía, Adrián Domac tenía alrededor de cincuenta y cinco años, petiso y barrigón. Una persona un tanto solitaria, cuando se lo proponía. Él dejaba que sus camareras trabajaran a discreción, pero sin restricciones. El bar gozaba de muchos más años de los que llevaba viviendo en este lugar, no era muy grande; el dueño se las había ingeniado bien para acomodar todo en su lugar, la arquitectura en forma rara de T y toda su decoración parecía o más bien pertenecía a los años 50. La mayor parte de las paredes habían sido reemplazadas por ventanales. Dando la mejor calidad en vista, por eso era muy transitado por los turistas. La puerta principal de doble ala hecha casi en su totalidad de vidrio. Aunque el vidrio era el que pasaba la factura de los años de maltrato. En los espacios que no estaban rayados había calcomanías de productos de gaseosas y cervezas de algún tiempo atrás.

—Justo a tiempo —pensé al ver la vieja puerta de Pipos.

Entré al bar y vi muchos rostros extraños, Rosario era un pueblo no muy grande, y en cierta forma nos conocíamos todos, aunque estas personas eran extrañas para la mayoría que frecuentaba el lugar. Busqué con la mirada a Greta, lo que se me dificultó un poco, el bar estaba más oscuro de lo habitual. Debían de haberse quemado algunas lamparitas y el dueño no las había reemplazado aún. La barra que se encontraba enfrente de la puerta principal, con sus butacas forradas en cuero roja, estaba vacía. Siguiendo el recorrido de la T, había una mesa de pool con pequeños estantes para apoyar las bebidas. El sector de las mesas para comer era el más importante, este lo coronaba. Si conseguías el lugar del medio, tenías todo el panorama del pequeño bar, en cambio las puntas contaban otra historia muy diferente. El ala de la derecha daba justo a las playas de Rosario, podías ver el oleaje en todo su esplendor, subir y bajar la marea y la gente caminando en la arena. En cambio, en la otra ala estaban las luces del pueblo, el bulevar Estrada que comenzaba en el paseo marítimo. Si conocía a mi amiga, sabía que ella me estaría esperando en el ala que daba a la costa, porque le gustaba presumir que sus ojos hacían juego con el mar.

Greta no había notado mi llegada. Seguí la dirección de su mirada, aunque no era de extrañar saber en dónde descansaban sus ojos. Estaba perdidamente mirando a un grupo de chicos nuevos, mientras montaban una escena en la otra ala, había algo en ellos un tanto siniestro, un tanto bello. Igual que la maldad, bella para ser mala y siniestra para no serlo.

—¡Hola...! —dije moviendo mi mano delante de su rostro para traerla de nuevo a la realidad.

—Hola, Chloe, ¿¡Chloe!? —Hubiera jurado que se había olvidado de mí—. ¡Tengo muchas cosas planeadas para esta n-o-c-h-e! —terminó deletreando noche, se ve que algo no le gustó—. ¡Chloe! —se quejó observándome de arriba abajo, y de abajo arriba. Me miraba como si fuera obvia su reacción. Sin embargo, todavía no entendía lo que me quería decir, me senté enfrente de ella esperando la respuesta a su repentino mal humor.

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