Kitabı oku: «Pablo VI, ese gran desconocido», sayfa 3

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3. Seminarista y sacerdote bresciano

El obispo le permite estudiar como alumno externo en el seminario

Como no andaba bien de salud, el obispo Jacinto Gaccia dijo que estudiara externo. Juan Bautista dedicaba más horas al estudio que en el horario del seminario. Y sus notas durante cuatro cursos de Teología oscilan entre «el nueve y el diez». La categoría del claustro de profesores del Seminario de Brescia está reflejada en un dato curioso: Juan Bautista escuchó las lecciones de cuatro futuros obispos. La Teología dogmática la explicaba Tovini; la Moral, Elchisto Melchiorri, luego obispo de Tortona; y Juan Bautista Bosio, luego arzobispo de Chieti; el Derecho, Domingo Menna, después obispo de Mantua; y Sagrada Escritura, Mario Toccabelli, más tarde obispo de Siena.

Ayuda a su párroco a componer la homilía del domingo

Durante estos cinco años la vida del seminario estaba compuesta de estudio, clases y vida de piedad. En los ratos libres, Juan Bautista ayudaba al párroco de San Juan. En los fines de semana escribía algún artículo para la Voce del Popolo. El párroco le encomendó que atendiera la congregación de los Luises, y Juan Bautista se ocupó a fondo de ella, visitando una por una las familias de los chicos. La inteligencia del improvisado «coadjutor» con su cura llegó a tal externo que el párroco le pidió que redactara las homilías de los domingos, y el bueno del cura se las aprendía de memoria.

Alumno externo del Seminario de Brescia

El candidato al sacerdocio, siempre enfermizo, inició sus estudios filosóficos y teológicos casi a los 19 años de edad en el seminario sacerdotal de Brescia como alumno externo. Siguió, pues, viviendo en la casa paterna, volvió a enfermar y estudió por su cuenta. En una meditación sobre una versión italiana abreviada del poema De profundis de Oscar Wilde, subrayó, por ejemplo, aquel pasaje que dice: «Sufrir es un instante muy largo», anotando al margen: «Los pobres son sabios y están inclinados al amor al prójimo y a la bondad mucho más que nosotros». ¿Era un anuncio de su opción posterior por una Iglesia de la pobreza?

Poco tiempo en el seminario

Así pues, Montini emprendió su camino al sacerdocio casi sin haber hecho apenas vida de seminario. «Mi seminario fue el padre Caresana», diría más tarde. Por motivos de buen orden, y no sin que les faltase en parte razón, el rector y el director espiritual del seminario diocesano de Brescia –que Montini apenas había visitado, y que hoy lleva su nombre como centro de pastoral– desaconsejaron al obispo la ordenación del candidato, sobre todo porque siempre estaba enfermo. «Entonces, lo consagraremos precisamente para el paraíso», decretó el obispo Giacinto Gaggia, que a su vez cursó una dispensa, ya que el candidato no tenía todavía la edad exigida por el Derecho canónico, y lo ordenó sacerdote el 29 de mayo de 1920, domingo de la Santísima Trinidad.

El horario que tenía que seguir en su casa

Su padre ejercía de «superior» y le impuso este horario de estudio:

 14.30-16.30: estudio.

 16.45: visita al Santísimo en la iglesia.

 17.30-18.30: estudio.

 19.00: cena y tiempo libre.

 22.00: acostarse.

 En los tiempos libres podía ejercitarse en tocar el piano.

En estos años (1914-1918), debido a que los jóvenes estaban en el frente de batalla, debido a la I Guerra mundial, en el Seminario de Brescia solo había seis seminaristas en Teología.

Su abuela le regala la primera sotana

El obispo tenía claro que su vocación era muy sólida y que su ambiente familiar era digno de confianza. El clérigo Montini siguió vistiendo de modo civil hasta el 19 de noviembre de 1919, cuando su abuela Francisca le regaló la primera sotana. El rector era monseñor G. B. Pé, un sacerdote reservado, inteligente y comprensivo. Un año antes (1915) Italia había entrado en guerra. Esta guerra había alejado a muchos sacerdotes de su ministerio y, a los clérigos, de su tranquila preparación para el sacerdocio, al ser llamados al frente como enfermeros o a los hospitales para echar una mano.

A partir de noviembre de 1919 vive en el seminario

A mediados de noviembre de 1919 pasó a vivir en el seminario y se vio «sometido» a los requisitos canónicos previos a la ordenación sacerdotal. Y hasta febrero de 1920 fue recibiendo las llamadas «órdenes menores»: tonsura, (coronilla), ostiariado, lectorado, acolitado, como paso previo a las mayores: subdiaconado, diaconado y presbiterado. La seriedad con que iba dando los pasos hacia el sacerdocio lo muestra una carta a su amigo Andrea Trebeschi, en la que le decía: «Ya soy subdiácono. Y lo soy tras unos días de ferviente meditación, tan tranquilos y robustecedores como pocos hasta ahora en mi vida. Experimento la alegría de este paso que me distancia para siempre de mi pasado y de sus deseos humanos, para enriquecerme con las promesas y las fatigas de la consagración total y, en estos días, con la fuerte dulzura del amor más puro».

El Seminario de Brescia olía a farmacia

Montini no entendía aquella guerra en la que sus amigos, como Lionello Nardini, tenían que irse al frente como subtenientes de artillería, y lo mismo su compañero del alma, Andrea Trebeschi, que se había incorporado como oficial del ejército italiano. Pero a él lo habían declarado inútil. El seminario olía a farmacia, y solo quedaban seis seminaristas. Las habitaciones y otros rincones libres servían de complemento del hospital de Brescia. Y allí las escenas eran terribles: jóvenes mutilados, mentes trastornadas, toda una cadena diaria de sangre y lágrimas.

Recibe la tonsura de manos de monseñor Gaggia

El mismo día en que el obispo de Brescia, monseñor Giacinto Gaggia, le confirió la tonsura (30 de noviembre de 1919), el seminarista Montini escribía a su padre: «A todas las personas queridas que comparten conmigo las emociones y las gracias que dan inicio a mi nueva vida (...). La ceremonia de la tonsura es bastante breve; pero, en las palabras de su rito: el Señor será la parte de mi heredad, encierra el programa esencial de la religión, y expresa, en la antítesis de que el Señor sea parte, cuanto de más complejo, misterioso e inefable se encuentra en el destino sobrenatural y en la vocación. Palabras, por tanto, que producen vértigo y llevan al éxtasis, y que, en la acción de gracias ininterrumpida que tienen derecho a reclamar de mi pobre corazón humano, tan privilegiado, me obligan a incluir la gratitud que debo mostrar hacia quien me educó para gozar de tal fortuna».

Era ya un alma adulta, saturada de filosofía y de mística. Algunos años antes, cuando tenía quince años, había escrito a su amigo Andrea Trebeschi en estos términos: «Yo, pobre y pequeño ser, encerrado en una nubecilla de polvo errante, ¿saldré mañana al sol y seré capaz de comprender esta luz infinita? ¿Vagaré mañana por los espacios infinitos cantando con potente voz himnos al Creador?

Recibe el subdiaconado en enero de 1920

Las órdenes menores le fueron conferidas por el obispo de Brescia, monseñor Gaggia, el 14 de diciembre de 1919. Y al inicio de 1920 recibió el subdiaconado: «Experimento las vibraciones del Magnificat», escribió a un sacerdote amigo suyo, don Francesco Galloni. Alegría en el corazón por su total consagración a Dios, pero también pena y tedio por cuanto sucedía a su alrededor: los desórdenes populares de la posguerra, la violencia de un partido contra otro. En la ciudad del oratoriano padre Caresana, en Vigevano, unas religiosas y sus jóvenes alumnos fueron agredidos desconsideradamente por un grupo de bolcheviques.

Confidencia a su párroco antes de ordenarse diácono

Antes de ordenarse diácono le dice a su párroco don Galloni: «Experimento las vibraciones del Magnificat... Que el Señor, que me ha dado una clara visión de mi nulidad, me dé también la de su fuerza». Algunos meses después de la ordenación le confía a su amigo Andrea Trebeschi: «Solo temo que la costumbre y el hombre viejo aplaquen el éxtasis continuo, el vértigo del asombro de saberme señalado por Dios».

Reunión de los profesores antes de ordenarlo

Como requisito para su admisión al sacerdocio, se reunió el claustro de profesores del seminario presididos por el obispo monseñor Giacinto Gaggia. A la hora de expresar su parecer, hubo más de uno que, admitiendo la idoneidad moral e intelectual del candidato, objetó que poco podía esperarse en la diócesis de un joven de salud tan precaria. Monseñor Gaggia dio una respuesta que pasaría a todas las biografías del futuro papa: «Bien, quiere decirse que lo ordenaremos al joven Battista para el cielo». ¡Claro que sí! Pero antes para un fecundo ministerio durante décadas para toda la Iglesia católica.

Juan Bautista es ordenado sacerdote

Se ordena sacerdote el 29 de mayo de 1920 en la catedral de Brescia. Parece que el alba que llevaba se confeccionó con parte del traje de novia de su madre. Y predica en su primera misa Angelo Zammarchi, director de la editorial La Scuola. Su padre hizo grabar una imagen que reproducía una oración de san Pío X, palabras que se revelaron proféticas sobre dos focos espirituales del hijo: «Concede, oh Dios mío, que todas las mentes se unan en la Verdad y todos los corazones en la Caridad». También en este día grande para el nuevo sacerdote Montini le llega un telegrama de don Luigi Sturzo, famoso sacerdote fundador del Partido Popular italiano. Angelo Zammarchi, director de la editorial La Scuola, fue el que predicó en la primera misa de Montini, el 30 de mayo de 1920.

El día de su ordenación sacerdotal

Con el rostro entre las manos, ante la Virgen de las Gracias, Montini rezaba y pensaba: «A partir de este momento mi vida será inmolación y servicio. El mundo me espera; hay que cambiarlo. Pero debo empezar por mí». «Todo in nomine Domine». Y ese sería más tarde su lema episcopal, y también como Sumo Pontífice.

Sus compañeros de la FUCI le regalan el «Diccionario de teología católica»

Al día siguiente de su ordenación celebró su primera misa en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias. Fue su padrino el conde Giovanni Grosoli Pironi, amigo de la familia, representante del movimiento católico italiano. Allí estaban, emocionados, dos diputados del PPI, amigos de su padre: Giovanni Longinotti y Luigi Bazoli. También los muchachos de La Fionda, que le regalaron un ejemplar del voluminoso Dictionnaire de théologie catholique.

Amor a la santa misa

Volvamos ya a acompañar a Juan Bautista en el último tramo de la senda que le condujo hasta su «Introibo ad altare Dei», al sacerdocio.

El altar fue su meta: «¡el altar y Cristo!», repetía. A partir de su primera misa. No dejó nunca de celebrar la ofrenda eucarística, ni siquiera con la fiebre a cuestas. Cuenta su secretario particular que, el último día de su vida, aquel 6 de agosto de 1978, logró convencerle de que no debía celebrar, solo a condición de que él, don Macchi, diría la misa en la capilla contigua a la habitación del Papa, de manera que pudiese seguirla a través de la puerta abierta. La siguió de hecho con mucha devoción, y participó en ella con el corazón y con la voluntad.

Siempre recordaba y celebraba el aniversario de su ordenación. El domingo 1 de junio de 1930, cuando cumplía diez años de sacerdocio, estaba de retiro en la abadía de Montecassino (siempre amó esas estancias benedictinas; de joven quiso ser monje de san Benito).

Juan Bautista quería ser vicario parroquial

Se cuenta que solicitó a su obispo un puesto como vicario parroquial, pero que este no quiso otorgárselo a su «candidato del paraíso», sobre todo por considerarle dotado de una inteligencia extraordinaria. Y así maduró la idea, después de hablar con los padres de Montini, de enviarlo a Roma para ampliar estudios en la Ciudad Eterna. Sobre todo cuando el padre y el hermano mayor pasaban allí una buena parte del año por causa de sus obligaciones parlamentarias y profesionales. Se pensó que podría vivir en una casa sacerdotal, porque estaba habituado a la atmósfera doméstica y, ni siquiera en Roma, pensaba el obispo, era necesario exigirle la severa disciplina del seminario.

La tesis doctoral en Derecho canónico

Hay un pequeño misterio en las notas biográficas de Montini correspondientes a 1910-1920, víspera de su ordenación sacerdotal: de dónde sacó tiempo y fuerzas para preparar una tesis doctoral en Derecho canónico y presentarla en la Facultad Pontificia de Milán. Cierto que todavía estaba sin promulgar la revisión de estudios superiores eclesiásticos, realizada más tarde por Pío XI, y dominaba en las universidades clericales una cierta benevolencia. De todos modos la aventura del joven seminarista, que defendió una tesis de Derecho privado, da medida de la capacidad y del esfuerzo. Y pensar que ni era seminarista interno ni era soldado, porque tan pronto los médicos le veían surgía un diagnóstico alarmante: inútil, salud peligrosamente floja...

4. Estudios en Roma, porque lo quiere el obispo

Enviado al Colegio Lombardo de Roma

Se pensó además que el recientemente ordenado sacerdote debía estudiar Literatura e Historia en la universidad estatal de La Sapienza, emprendiendo después una carrera científica. Pero el deseo paterno de un entorno familiar a la vez que sacerdotal para su hijo no pudo cumplirse. Y es que en la casa de monseñor Giovanni Mercati no pudo quedarse. Y así el obispo lo envió precisamente al Seminario Lombardo de Roma, reabierto tras la pausa de la I Guerra mundial. Era una casa desangelada, fría, muy estropeada por fuera, y con muchísimas escaleras para acceder a las habitaciones.

Estudia la «Historia de los concilios» de Hefele

El obispo monseñor Gaggia le pidió que estudiara Historia y Literatura en la universidad civil de La Sapienza. A Montini ambas disciplinas le gustaban. Ya hemos visto la vocación literaria de Montini en los jesuitas, con La Fionda, y ayudando a su párroco de Brescia a preparar los sermones dominicales. Parece que el obispo Gaggia le aconsejó estudiar la Historia de los concilios de Hefele:

«Lea a Hefele –los dieciocho tomos–, ahí está todo. En él encontrará la teología, la filosofía, la espiritualidad, la política, el humanismo y el cristianismo, los errores, los debates, la verdad, los abusos, las leyes, la virtud, la santidad de la Iglesia. Su historia de los concilios es una enciclopedia de la Iglesia».

El Colegio Lombardo estaba en via Mascherone

Provisionalmente el seminario había encontrado cobijo en un palacio del siglo XVII, que en tiempos había pertenecido a la orden de los Caballeros Teutónicos. No tenía ningún tipo de calefacción. Desde la monumental puerta barroca hasta la celda del joven Montini había que subir 130 escalones. El registro de entradas consigna su nombre el 10 de noviembre de 1920, como estudiante de Filosofía en la Gregoriana.

En una carta desde el Colegio Lombardo a su amigo Andrea Trebeschi le dice: «No estoy acostumbrado a vivir en un ambiente intelectual y disciplinado. Me parece que me estoy convirtiendo en una persona de provecho».

Francesco, hermano del Papa, que luego sería médico, recordaba: «Como el estado de salud de don Battista dejaba siempre mucho que desear, y por ello se temían los efectos que el invierno de Brescia podía tener para él, el obispo no sabía dónde poder colocarlo. Finalmente lo envió a Roma, al seminario lombardo, via del Mascherone 58, en las proximidades del Palazzo Farnese. No he olvidado la primera visita que le hice: comprobé que su celda –sin estufa– era mucho más fría que su habitación en la casa de Brescia, que al menos tenía calefacción».

La vida de la abuela Francesca se apaga

En su primera Navidad romana, su hermano le trajo noticias tristes de la abuela Francesca, que no se encontraba nada bien. En aquel mes de diciembre de 1920 comenzó el declive, y ya no levantaría cabeza. Su salud se fue deteriorando poco a poco... Pasaron dos meses, y llegó febrero de 1921. Battista veía, desde lejos, que la abuela se apagaba: «Tengo siempre en la mente la dolorosa vigilia de la querida abuela, pienso con pena en su largo sufrimiento y en su lento declinar»... Y el día 26 del mismo mes, rodeada de los suyos, se apagó aquella lámpara viva y fuerte. Su abuela murió sin poder acariciar el rostro de su querido nieto sacerdote.

Le gustaba mucho escribir cartas a su casa

Tres días después escribía a su familia: «Aquí estoy, pues, y estoy contento..., estoy en buena compañía y llevamos una vida muy familiar. No necesito nada, al menos por ahora; solo un certificado de la administración municipal sobre mi traslado de domicilio, y ello para la cartilla de alimentación». Se conservan más de 1.100 cartas y misivas (contando las de los años jóvenes) que abren un «escenario» y trazan el cuadro de una familia unida, que bien puede provocar un sentido de nostalgia en este nuestro tiempo de lazos matrimoniales y familiares tan flojos. Siendo todavía inexperto en las lides de la vida, preguntaba una y otra vez al padre y a la madre, al tío y la nonna, lo que tenía que hacer en este o en aquel caso. Y no tanto porque fuera un indeciso, sino porque quería hacerlos participantes de todo lo suyo, encontrando siempre tiempo para comunicarse con ellos.

«Continúo estando siempre en Brescia», escribía Battista desde Roma a sus 23 años. Y seguía sin saber muy bien lo que sería de él. Y volvía una y otra vez a su salud supuestamente quebradiza. A veces va bien, pero por lo general se siente mal físicamente. Y casi en ninguna misiva falta la referencia correspondiente, si bien es verdad que según pasa el tiempo lo hace cada vez de forma más suave y tranquilizando siempre. No podemos librarnos de la impresión de que su débil constitución fue una preocupación que llegó a serle connatural.

También escribía postales para ahorrar tiempo

A menudo escribía solo una postal para ahorrar tiempo y dinero, muy en la línea y mentalidad del prealpino italiano, laborioso y más bien lacónico. Frecuentemente mandaba recados con parientes o conocidos, que viajaban de Roma a Brescia y habían de regresar pronto. Y también porque, a medida que iba escalando peldaños en la jerarquía eclesiástica, temía una inspección política, sobre todo durante la II Guerra mundial. Se hizo más cauto en sus manifestaciones, utilizaba cada vez más abreviaturas en los nombres de personas que no resultaban fácilmente inteligibles para el no iniciado, y confiaba sus misivas, incluso después de la constitución del Estado del Vaticano el año 1929 (y después de haber adquirido la ciudadanía del mismo con su residencia dentro del Vaticano), no al correo vaticano, sino siempre al correo italiano.

Una de las postales más simpáticas de Montini

Una de las comunicaciones más simpáticas a la familia se encuentra en una postal del 28 de diciembre de 1920, en la que esboza un plano de la ciudad de Roma intramuros con los edificios numerados y descritos al margen, y que el padre, el hermano mayor y él mismo visitaban con más frecuencia: la residencia pensionista, el senado, algunas iglesias, la universidad estatal de La Sapienza y la Universidad Pontificia Gregoriana.

Carta a sus padres pidiendo las cosas que necesita

Quince días después escribía a sus padres: «Entre las virtudes que me faltan, y que no son pocas, se encuentra la de ordenar debidamente el tiempo, las ocupaciones y las energías. De no tener un horario establecido previamente, no puedo imaginarme lo dispersa y desordenada que resultaría mi jornada de trabajo. A menudo hago un poco de examen de conciencia por lo que se refiere a mi camino, pero sin lograr un mayor reposo y orden; desearía ambas cosas desde luego, y sería necesario habida cuenta del fin de mi estancia en Roma... Me había alegrado con la idea de unos estudios históricos, y ahora tengo delante de mí libros de Filosofía y de Latín. Había pensado en una silla dentro de una habitación aislada o de una biblioteca, y ahora me encuentro irritado una y otra vez en medio de una multitud de jóvenes, que son mucho más fuertes que yo».

El amigo influyente de los Montini

De acuerdo sin duda con la madre y, sin duda también, tras las pertinentes conversaciones con el hijo durante las vacaciones estivales de Battista en el hogar paterno, el padre intervino rogando a un político más joven que él, alumno suyo en periodismo y amigo de toda la vida, que por entonces era secretario de Estado en el ministerio italiano de trabajo y previsión, a fin de que pusiera en juego sus relaciones con altas personalidades «papales». Se llamaba Giovanni Maria Longinotti (1876-1944). Procedía de una familia de terratenientes de la campiña de Brescia; había hecho sus estudios y se había doctorado en Química en la Universidad de Parma. Se comprometió como redactor en el periódico local católico de Brescia, que dirigía Montini padre, a la vez que como sindicalista católico y promotor de las cooperativas agrarias y de la seguridad social; en enero de 1919 fue cofundador del Partido Popular Católico (PPI); fue elegido como diputado católico al parlamento italiano; durante dos años ejerció como secretario de Estado, pero bajo la presión creciente de la dictadura fascista se retiró de la vida política. Adquirió con el patrimonio familiar amplias propiedades inmuebles en la ciudad de Brescia, y a unos 60 kilómetros al norte de Roma, en Lago di Vico, municipio de Ronciglione, cultivó siguiendo el ejemplo de las religiosas alemanas que allí trabajaban desde hacía largo tiempo una tierra de barbecho, introdujo nuevos métodos de cultivo, llevó a cabo una plantación de avellanos y se dedicó a su familia, a su mujer y a los siete hijos que con ella había tenido. Y volvemos aún al infortunado Longinotti. Entre sus relaciones «papales» se contaba también su amistad con Pío XI, cuyos comienzos no son fáciles de datar con precisión.

El cardenal Gasparri entra en la vida de Montini

Pietro Gasparri (1852-1934). Con este último mantenía una estrecha relación el ya mentado Giovanni Maria Longinotti desde su época de actividad política; con él se encontraba a menudo paseando por el gran parque de Villa Doria Pamphili, que se extiende en las inmediaciones del Vaticano y que por entonces solo estaba abierto a las personalidades amigas o al menos conocidas de la familia principesca. En uno de tales encuentros Longinotti habló al cardenal secretario de Estado de las singulares dotes del joven sacerdote Montini. El cardenal transmitió la referencia, como solía hacer, al sustituto del secretario de Estado, Giuseppe Pizzardo, que sería el gran promotor de Montini.

El encuentro con el sustituto Pizzardo

El joven sacerdote Montini, que contaba entonces 24 años, se encontró por vez primera con el sustituto Pizzardo el jueves 26 de octubre de 1921 por la tarde, en un encuentro que sería decisivo. El amigo paterno y secretario de Estado italiano, Longinotti, intervino como presentador y asistió a la conversación. Don Battista relató aquel cambio radical de su vida que significaba abandonar la carrera de los estudios humanísticos y entrar en el reino de la diplomacia vaticana; la información amplia e inmediata iba dirigida a su familia: «Para empezar he recibido de inmediato una lección diplomática, influida tal vez más por las circunstancias que por la voluntad humana, sobre las maneras con que se toma posesión de un hombre, que ciertamente debe atribuirlo a una actitud de obediencia, pero que debe hablar de una sujeción de la propia voluntad. Yo creí poder salvarme con un sentimiento de inseguridad, mientras que desde el principio debería haber adoptado una actitud resuelta... En un instante mi vida experimenta un giro completo: esa es la primera condición del servicio a la Iglesia, ligada a una amarga renuncia... ¿Tengo que dejarme guiar y manejar como un ciego por la misteriosa dirección de la Providencia? Esta reflexión me quita la paz. ¿He deseado personalmente demasiado poco o tengo que querer lo que no he querido?».

Pizzardo fue el maestro de Montini en la Secretaría de Estado

Giuseppe Pizzardo (1877-1970) era oriundo de Savona. Estudió primero en el seminario diocesano y después en el seminario lombardo de Roma; en 1903 fue ordenado sacerdote; se doctoró en Derecho canónico y en Teología; pasó después a la academia diplomática pontificia y en 1908 se incorporó al servicio diplomático de la Santa Sede, siendo enviado al año siguiente como secretario a la nunciatura de Múnich. Tres años más tarde fue llamado a Roma, al departamento de asuntos eclesiásticos extraordinarios de la secretaría de Estado; en 1921 fue nombrado sustituto del secretario de Estado y en 1929 secretario para asuntos extraordinarios; un año después era elevado a la dignidad de arzobispo; en 1937 era creado cardenal, siendo durante muchos años prefecto de la Congregación para la Educación Católica.

Estudios de Derecho canónico

Con el consentimiento de su obispo diocesano, su nuevo superior Pizzardo dispuso su ingreso en la academia diplomática pontificia y un estudio acelerado del Derecho canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana. Todo «de golpe y porrazo», como escribía el interesado a su casa con el ruego de que le enviasen algunas cosas: el tomo de Institutiones iuris ecclesiastici de Joseph Laurentius, aparecido en Herder, un crucifijo nuevo, una pequeña alfombra usada, un cubierto y una jabonera.

Ingresa en la academia diplomática

Indicaba su nueva dirección: Piazza della Minerva 64, Roma, «sin ninguna otra indicación», pues la escuela diplomática continuaba llamándose por entonces Academia dei nobili ecclesiastici (Academia de nobles eclesiásticos), una designación que evidentemente no era de su gusto.

Se acomodó relativamente pronto a su nuevo entorno; encontró «soportables los rostros severos» y su jornada como un «juego con el plan de estudios», en cuyo marco ya era penoso tener que perder una hora abrochándose los botones, aunque pensaba en plan de broma que también era necesario «entender que tener cordura era para un diplomático principiante una nota esencial de su carrera». Y añadía en tono reflexivo: «Es posible interpretar el Evangelio en ese lenguaje, tiene que ser posible, aunque resulte muy, muy difícil... Cuanto más lejos se siente uno de las formas externas de la realización del Evangelio, más necesidad tiene de la práctica espiritual. Pero si ya es difícil la práctica de la paradoja que son las virtudes cristianas, resulta casi imposible con unos medios que la contradicen fundamentalmente. Cierto que para Dios es posible todo lo que al hombre le parece imposible, y ciertamente que aquí hay que escuchar el sentir, el corazón de la Iglesia. ¡Pero cuánto mejor están aquellos para los que la Iglesia es el pueblo creyente, que no para quienes la sirven bajo su aspecto burocrático y jurídico!».

Para un diplomático los botones de la sotana son importantes

Siempre pensó que abrocharse la sotana era «una pérdida de tiempo». Y con un poco de humor escribía a su casa, en diciembre de 1921: «Ayer he tenido que perder una hora para abrochar no sé cuántos botones, y entended bien, para un diplomático presentarse abotonado es un requisito esencial en su carrera»... En la academia diplomática había demasiados botones, colores, reverencias, filigranas. A él le gustaba recorrer la vida de sacerdote de modo más sencillo, en contacto con la gente. Y así lo escribía a sus padres: «Aquí se tiene la sensación de sentir pulsar el corazón de la Iglesia, que vive de Dios, pero, ¡cuánto más afortunados son aquellos para quienes la Iglesia es el pueblo, la masa fiel y sin nombre, que aquellos otros que la conocen y la sirven en su aspecto burocrático y jurídico!».

Los padres le siguen pagando la pensión en la Academia de nobles

Durante el tiempo que pasó en la Academia de nobles, más o menos un año escolar, no recibía salario alguno. Y a él le dolía el que, pese a estar «ya en una edad razonable», tuviese que seguir siendo un peso para la bolsa paterna y se imaginaba como «uno de aquellos niños mimados, que saben calcular el precio de su vida cómoda, pero no saben ganárselo».

En la academia diplomática le suben la pensión

En la misma carta de comienzos de enero de 1922 comunicaba a su padre que la dirección de la academia había subido la pensión diaria de 10 a 15 liras de la noche a la mañana, y «soñando con los ojos abiertos» agregaba la reflexión de que tal vez podría interrumpir el camino recién iniciado y regresar a casa. Se preguntaba si, como «proletario» (sus tres compañeros de curso procedían de familias nobles, como entonces era habitual), no se le podría hacer eventualmente alguna rebaja en el precio, «para no reforzar la ligadura en vez de romperla». Pero la subida de la pensión quedó anulada, y los estudios continuaron normalmente.

Un estudio de Montini en la academia diplomática que dio que hablar

Pero el sustituto Pizzardo habló de un aplazamiento de algunos meses. Entre tanto el diplomado principiante tomó parte en los ejercicios y seminarios de la academia sobre historia y diplomacia. Se ha conservado un trabajo de seminario, calificado con la nota de «muy bueno» bajo el título: «¿Qué influencia tuvo el gran cisma de Occidente en la reforma protestante?». Por lo demás cabía esperar lo que después quedó consignado en forma de reflexión: «Desde arriba nada nuevo; pero tal es en sentido cristiano la función de los instrumentos, que solo trabajan al momento de su empleo; asemejarse a uno de tales instrumentos representa siempre un sacrificio para quien conoce el excelso obrar jerárquico y divino». La espera y la incertidumbre se prolongaron tres semanas, al cabo de las cuales el sustituto Pizzardo le dijo, «en un tono increíblemente indiferente, que yo no debía pensar ni en un regreso a la diócesis de origen ni en estudios ulteriores, sino que tenía que prepararme para viajar. Propuso Polonia o Perú o Hungría, sin función alguna, fuera del encargo de observar el funcionamiento de una nunciatura».

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