Kitabı oku: «Una cárcel sin barrotes»

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UNA CÁRCEL

SIN BARROTES

La vivencia de un

ataque de ansiedad

Marc Ricou Fustagueras















TITULO: Una cárcel sin barrotes.

La vivencia de un ataque de ansiedad.

AUTOR: Marc Ricou Fustagueras ©, 2021

DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Enclave Gráfica©

ILUSTRACIONES: Rubén G. Castro©

DIBUJOS: Realizados por los hijos de Sandra y Marc:

Eric Ricou (con 8 años) e Ian Ricou (con 4 años)©

ASESORAMIENTO LINGÜÍSTICO: Eva Ramírez Miras - Tu voz en mi pluma

1ª EDICIÓN: septiembre 2021

ISBN: 978-84-18575-96-9

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Todos los derechos reservados.

Al lector:

Este libro explica la vivencia de un ataque de ansiedad relatado tal

y como lo sintieron y lo vivieron en primera persona los miembros de una familia.

Se ha escrito tal y como se vivió.

Es pura verdad y realidad.

Esperamos que pueda servirle

a quien, sin saberlo, está en la cárcel sin barrotes, o a compañeros de viaje de alguien que está en esa cárcel

y no entiende el porqué de

algunas cosas.

Deseamos que la historia os guste.


Marc cayó en la cama, llorando y sin poderse mover.

¿Cómo había podido llegar a ese punto?



Fases Vitales

01. Éxito

02. Oscurece

03. El alma y el cuerpo

04. Las almas sanadoras

05. El entrenamiento

06. Vuelve la luz

07. Liberación

08. El entrenamiento final

09. La vuelta

10. Herramientas


Éxito

Marc comienza a trabajar como administrativo en lo que era una gran empresa familiar. Con todo su empeño y esfuerzo había logrado trabajar en algo que le permitía aprender día tras día. Se divertía en su trabajo y, gracias a los diferentes responsables que había tenido en la empresa, crecía como profesional con todos y cada uno de los proyectos que acometía. Muy pronto le llegó el momento de liderar equipos lo que le permitió descubrir que podía promover el crecimiento de las personas y a la vez crecer con ellas. De esta forma se sentía realizado y feliz.

Una mañana, cinco años atrás, fue nombrado responsable máximo de su función para toda la península ibérica. Era uno de sus sueños, triunfar dentro de una de las grandes empresas de la península, la mayor en su sector. Lo que le hacía más feliz era que el equipo sería mayor, que podría organizar y establecer todos los puntos de la estrategia con total libertad. Siempre, a su manera, conociendo a su gente, preocupándose por ellos, y creando relaciones que iban más allá de una simple relación profesional o de la de jefe-empleado.

Paralelamente al desarrollo y al éxito en su vida profesional, en lo personal había podido formar una hermosa familia. Conoció a Sandra, su esposa, cuando ambos tenían 18 años y ya hacía más de veinte años de ese encuentro. Ella era un pilar básico para él. Habían creado una asociación perfecta que les hacía tener muy claro lo que pensaban en cada momento y sabían cuándo uno o el otro necesitaba más ayuda para tirar hacia delante. Esa simbiosis fue mejorando con el crecimiento de la familia. La llegada de los niños fue algo excepcional. La mezcla de amor, responsabilidad y desconocimiento era algo que le enloquecía y le permitía desarrollar toda su faceta creativa y crecer con los pequeños Eric e Ian.

El trato con las personas había sido siempre una cuestión vital. Necesitaba de sus iguales, de sus equipos, de sus jefes, había algunas situaciones que iban más allá del trabajo: la enfermedad de un hijo de alguien de su equipo, la celebración del colegio, la graduación, las clases de inglés, la necesidad de acompañar a un padre al médico. Se involucraba en todos y cada uno de los temas que a él le preocupaban en su vida personal, siempre se ponía en la piel del otro. Para él existía una máxima: Haz aquello que te gustaría que te hicieran a ti, trata a los demás como te gusta que te traten, y aquello que no te gusta no lo desees para los demás.

Eso hacía que los éxitos siguieran llegando. Como en todos los equipos había situaciones a resolver. Al promover siempre el diálogo, aunque fuera incómodo, él siempre tenía tiempo para escuchar todas aquellas proposiciones, propuestas, quejas, mejoras, etc. Aunque a veces eso le implicara invertir más tiempo de lo necesario, eran horas importantes para la consecución de los objetivos y para el buen hacer del equipo.

De igual manera, muchas veces, abría sus puertas a solucionar problemas en otros departamentos. Ponía por delante de sus objetivos cualquier problema que a él le parecía crítico en cualquier otra área si con su tiempo o el de su equipo podía mejorar el rendimiento global de la compañía y esto lo hacía sentir orgulloso. Creía que las personas se dividían en dos tipos, aquellas que ayudan y aquellas que no. Las que ayudan suman; las que no, restan. Su visión siempre era transversal, global, pensaba en el consumidor, en la fábrica, en ayudar a aquel empleado que por lo que fuera un viernes se había quedado en un aeropuerto sin conexión. Todo aquello figuraba y se escribía en su agenda sin importar qué había escrito antes.

Esto lo había aprendido en su etapa profesional en Argelia. La necesidad de tocar todos los instrumentos de la orquesta se hizo visible en aquel proyecto. Los títulos, los nombres en las tarjetas de visita, quedaban de lado; el liderazgo se había de ganar y demostrar en cada acción, en cada decisión. Desde estar en el almacén ayudando a descargar un camión, hasta pasar por la fábrica para apoyar en alguna avería o ayudar a algún cliente en la puesta en marcha.

Esa transversalidad fue clave para que conociera toda la cadena del negocio. Quedarse sentado en un despacho viendo las cosas pasar para reportarlas en un powerpoint no era factible si quería ser verdad y realidad. Si quería transmitir cultura del esfuerzo, del conocimiento del negocio, del saber lo que se cuece, no era posible hacerlo sin vivir las cosas de primera mano. De esta manera cuando alguien le hablaba de algún tema a solucionar sabía que él entendía perfectamente lo que costaba en tiempo y en esfuerzo. También cuando él pedía algo la gente sabía desde que lugar lo estaba pidiendo, desde un lugar de conocimiento y consciencia. De ahí que en sus etapas posteriores siempre hubiera tenido claro que los problemas, los proyectos, los cuellos de botella se tenían que palpar, vivir, para poderlos entender. Por ello, siempre que podía se guardaba tiempo para visitar una fábrica, un almacén o un mercado; esto lo hacía extensivo a sus equipos. Quería que la gente conociera las fábricas, los almacenes, las delegaciones, y a las personas que trabajan en cada ubicación. A posteriori, cuando se necesitaba cualquier tema de aquellas personas a las que se había visitado, la respuesta era inmediata. Todos agradecían el tiempo que les había dedicado en sus visitas y se disponían a ayudar y colaborar en cualquier momento. Esto era recíproco, también ellos sabían que podían llamarle siempre, y, obviamente, él se desvivía por ellos: faltaba tinta en una impresora de Fuerteventura, el aire acondicionado de Jerez no funcionaba, el mobiliario de San Sebastián no llegaba correctamente, todos problemas que para otras personas pasaban desapercibidos, para él y todo su equipo eran importantes y les daban respuesta.

La felicidad por el buen trabajo, la consecución de los objetivos, los éxitos profesionales, se trasladaban a la vida familiar. Hacía malabarismos para poder estar y disfrutar al máximo de la familia con las horas que tenía.

Como hemos hablado antes, durante ese período su hijo Eric creció y nació Ian. La experiencia de ser padre le cambió la vida completamente. Cuando cogió la manita de Eric por primera vez en aquella sala de partos sintió que un rayo de energía les conectaba para siempre. Luego, al sostenerlo en sus brazos para acercarlo al pecho de Sandra, una gran sensación de felicidad lo colmó. La primera vez que ambos dijeron sus primeras palabras fueron mágicas. Ambas ocasiones, maravillosas. También tenían los momentos de gestionar las emociones. Esto les ponía a prueba, Algunas tardes llegaba a las 19:15 y estaban en plena cena con los nervios a flor de piel. Sandra cansada de dos horas de batalla con ellos, pero él sabía cómo arrancar una sonrisa, liberarla, y hacer que todo fluyera durante 45 minutos antes de ponerlos a dormir.

Sandra, o como un buen amigo le dijo una vez, su ángel, fue un soplo de aire fresco en todos y cada uno de los momentos de su vida. Todas las decisiones tomadas con ella habían sido fáciles y gratificantes. Conjuntamente decidieron que querían poder estar, como mínimo, uno de los dos cerca de sus hijos. En esos momentos, debido a la situación profesional, les pareció mejor que fuera Sandra quien aparcara su vida profesional y se hiciera cargo de la casa y de los niños. Él siempre había valorado aquella decisión, y la reevaluaban continuamente para estar seguros de que ambos estaban satisfechos con lo que estaban haciendo. Lo decidieron después de aterrizar de Argelia, cuando empezaron una vida con la intención de tener hijos. Para Sandra, CEO (Chief Executive Officer) consejera delegada, de la familia Ricou-Payà, esta etapa de éxitos de Marc no había sido fácil; había representado muchas tardes y noches sola, poniéndose a la espalda toda la responsabilidad de los pequeños y de la casa. Como buena CEO sabía el qué, el cómo y el cuándo. Organizaba los tiempos para asegurar que los objetivos familiares llegaran a buen puerto; gestionaba el presupuesto, realizaba la contabilidad, aseguraba los recursos para cada actividad. Una CEO en toda regla.

Ambos sabían que cuando Marc llegaba del trabajo debía coger la mochila y liberarla un poco de la tarea familiar. Por encima de las leyes y de lo que los sabios comentan, después de más diez años de casados y más de veinte años de relación, seguían enamorados como el primer día, pero con la tranquilidad de conocer todos y cada uno de los rincones de sus cuerpos y de sus pensamientos, y eso hacía que ellos fueran una unión perfecta. Sandra sabía que la manera que tenía él de vivir su trabajo hacía que todo fluyera, ya que, aunque les robaba tiempo de estar juntos, podían llegar a encontrar el balance para que todo rodara en la misma dirección.

Los éxitos, la luz, la alegría, la felicidad — aunque con desgaste, cansancio, viajes y muchas horas fuera de casa— seguían y brillaban por encima de todo e iluminaban todas las facetas de su vida.


Oscurece

Los éxitos continuaron hasta llegar a ser realmente espectaculares. Se podía decir que habían conseguido crear un equipo de alto rendimiento (EAR). Esto había sido un sueño cumplido. Trabajó con Gus, coach profesional y amigo, durante más de seis años. En ese tiempo, Gus y su empresa The Look le habían ayudado individual y colectivamente a desarrollarse como líder de equipos y como miembro de EAR, y por fin lo habían logrado. El equipo era excepcional, se entendían, sabían qué hacer en cada momento. Tenían una mezcla de experiencia y juventud perfecta con conocimiento de todas las patas del negocio. Cada una de las personas que había designado como sus primeras espadas, a la vez, eran líderes de sus pequeños equipos que mostraban una comunión perfecta. Esas diecinueve personas hicieron historia en su empresa y en su función, y él estaba muy orgulloso de ello.

Esos éxitos hicieron que, cuando la organización se incorporó en un proyecto de fusión para convertirse en la empresa más grande de Europa dentro de su negociado, y la más grande del mundo de su grupo, él fuese escogido para desarrollar su función a escala global de la mano de sus homónimos a escala europea. Siempre vio ese momento como una oportunidad, recordó a todo el personal que debían ponerse al día con el inglés cuanto antes.

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