Kitabı oku: «Papelucho, Romelio y el castillo», sayfa 2

Yazı tipi:

V

–¿Qué te parece si lo pasamos bien aunque llueva? –le pregunté.

–Claro que es buena idea –dijo con cara de funeral–. Pero ¿cómo?

Lo miré de hipo en hipo.

A veces es la gente y no la vida la que frie-ga… quiero decir que uno está decidido a fregarse y no quiere desfregarse, porque en ese momento le tinca salvaje seguirse fregando y que no tenga remedio su fregancia.

–En esta casa hace falta una Domitila –dije sobándome las tripas hambrientas.

–¿Qué es una Domitila? –preguntó –. ¿Algo como una damajuana?

–No, ganso. La Domi es esa clase de gente que adivina cuando uno tiene hambre y siempre tiene una sopaipilla guardada en el horno.

–¿Sopaipilla caliente? –los ojos del Romelio relampaguearon.

–Da igual si está fría cuando se tiene hambre –dije, pero Romelio no entendió.

–Cuando uno es solitario ni siquiera tiene hambre –alegó.

Cambié el enfoque y le pregunté:

–¿Tu papá es sicópata?

–No. Es agricultor.

–Quiero decir… –me anduve confundiendo– ¿dónde está tu familia, mamá, hermanos, etcétera?

–Ni idea –arriscó los hombros–. Un día amanecimos los dos solos y él dijo que todos se habían ido…

–Lógico, pensé, pero no lo dije. Yo también casi me fui…

Entonces me percutió en las narices un olorcito a huevos fritos que devoraba el papá del solitario.

VI

No sé si fue la lluvia o el olor de los churumbélicos huevos fritos, pero de pronto la cocina se llenó de voces de gente y clamores surtidos. Parecía un Festival de Viña. Los Romelios se enredaban entre abrazos y polleras. Estaban colorados, sulfurosos y desconocidos. Yo había desaparecido para ellos.

Aproveché de raspar la sartén con sus huevos quemados mientras trataba de entender el asalto.

Había cuatro lolas y la más gordota no soltaba al Romelio de su abrazo. Era la mamá y las otras tres eran tan ídem que uno se sentía tridimensiónico y pensaba que más valía que fueran una sola. De repente me descubrieron y se me vinieron encima como si yo fuera una torta.

–Hola. Yo soy Loreto –dijo una y no me soltó más las manos. Pero otra la empujó y me anunció que era “Trini”. La tercera, una tal “Mafalda”, me acorraló en un rincón.

Ahí apareció el Romelio y se acordó de mí:

–Son mis hermanas trillizas –explicó.

Eran de esas que nacen en países lejanos pero despegadas. De buena se libró el Romelio cuando nació aparte.

–Ella es mi mamá –dijo el solitario con cara de premiado abriendo cancha para mostrar a la lola más grande.

–La lluvia nos dio la buena idea de hacer esta visita sorpresa –dijo la mamá, poniendo en la mesa esos guisos jugosos que salen en la tele.

Las trillizas me hablaban a un tiempo.

–No te olvides de que soy Trini –decía una.

–Yo soy Loreto, ¡no vayas a confundirme! –decía la otra.

–¡Soy Mafalda, la única! –exclamaba la tercera.

–No pueden saber cuál es cuál –les dije acercándome a la lujurienta mesa–. ¡Nunca lo sabrán!

Pero en lugar de alejarlas, me rodearon, eso sí ofreciéndome más y más cosas ricas. Yo me reía en mi dentror. La vida es así. Cuando uno cree que se va a morir de hambre, le llega lo mejor…

Cuando acabé de tragar, le dije al Romelio, alejándome con él:

–Quiero que me contestes unas preguntas.

–Dispara no más –contestó con voz distinta y cara de Pepsodent.

–¿Por qué se fueron y por qué volvieron tu mamá y las trillizas? ¿Tiene algo que ver con la lluvia?

–Pregúntaselo al papá. Es cosa de él.

–¿Por qué llaman castillo a esta casa?

–Tampoco es asunto tuyo. Y te diré que eres un buen preguntón.

Romelio pareció enojarse.

–¿Se irá luego tu familia? Me gustaría irme con ella…

Allí el Romelio se enrabió de verdad y me tiró un canillazo pero la Loreto se tiró en picada a coquetearme y me revolvió el enojo con la defensa.

La Trini y la Mafalda me libraron de ella pero me arrinconaron y se sentaron encima. Romelio lo encontraba divertido y se reía gorgoroso.

Apreté mi energía nuclear y de un solo salto disparé lejos a las chinchosas trillizas.

–Ya no llueve –declamé, disimulando mi enojo–. ¿Por qué no salimos a patinar en el barro?

La idea les cayó regio pero el famoso papá la achicharró con la suya:

–¡No saldrán con este barro! –exclamó.

–Somos scouts, papá…

–Si pueden, entonces, hagan una buena acción en el castillo. Arreglarán la gotera de la mansarda…

Ahora me daba cuenta de que ahí donde yo dormí era lo que se llamaba mansarda. ¿Sería antes una cárcel?… Y comencé a pensar que a lo mejor esos baúles que había arriba guardaban huesos.

–Somos scouts, no gásfiters… –y el Romelio alargó su trompa.

–A un scout lo mueve una buena acción –alegó el poderoso.

–No es una buena acción parchar goteras. Si yo lo hiciera, le robaría el trabajo al gásfiter.

Mi amigo creció al decirlo.

–Él no vendría con este diluvio, y entretanto puede inundarse todo el castillo.

–¿Y se vendría abajo?

–Sí.

–Papá –dijo con su vozarrón–, ¿cuánto pagarías por el trabajo?

–Lo que vale el trabajo. Lo justo.

–¿Justo de poco o justo de mucho?

–pregunté yo. No me gustaba nada pasarme el día parchando el techo.

El dueño del castillo no dijo nada, pero su cara era un atoro de insultos.

–Papá, habla claro. Papelucho es visita y también su papá trabaja en computadores. No puedes explotarnos.

–Cien pesos si no hay más goteras –dijo.

Alegamos, pero como no había otro panorama, subimos al cuartucho a trabajar. Flotaban las maletas y me daba terror que se abrieran y aparecieran las calaveras de los presos, pero no quise asustar al Romelio.


El catre nos sirvió de andamio y subimos a taponear las goteras del techo. Metíamos un clavo en cada gotera, pero con cada uno que entraba, se derrumbaba un pedazo de yeso, dejando la gotera convertida en catarata.

–No hay caso –dijo el Romelio estilando barro y agua, y tirándose en la cama donde yo había dormido.

Había dejado de llover y el trabajo era demasiado difícil…

Es lo malo cuando deja de llover, no se encuentran las goteras. Por más que el suelo sea un pantano resbalante, no existen más goteras. ¿Cómo se puede arreglarlas si no están?

–Hay que buscarlas –exclamó el Romelio, que es negociante pero honrado…

Parados en los catres, íbamos golpeando el techo cada uno con un palo. Cuando parecía más firme ¡zas!, se vino abajo un pedazo grandote con una catarata surtida. Además de agua y barro, caían cosas raras y tenebrosas. Los dos saltamos lejos asustados.

–Ahí estaba la gotera –dijo el Romelio.

–Justo encima de donde yo dormía – alegué enojado–. Si ese saco pesado me cae encima, me mata.

–Pero no te mató. Ahora veamos cómo tapar este tremendo agujero.

Romelio, siempre práctico, buscaba un pedazo de cartón para tapar el hoyo.

–Más importante que tapar el hoyo es ver qué hay en ese saco. Puede ser un esqueleto… –dije con mi carácter de investigador.

Pero a Romelio se le pararon los pelos y no quiso acercarse al saco que estaba donde yo dormí.

–Me cargan las calaveras –exclamó, tapándose la cara.

–Dime una cosa, ¿tu papá construyó esto que llaman castillo o se lo ganó en un concurso?

–Lo compró, es mucho más viejo que él.

–En ese caso, hay alguna esperanza de que tenga cuestiones secretas. Puede tener un entierro… Busquémoslo…

–¿Entierros de almudes de oro? –al Romelio le brillaron los ojos avarientos.

–O de momias –dije pensaroso.

–¿Qué son esas?

–Huesos de asesinados hace miles de años –dije con mi experiencia.

El Romelio se puso verde y se me acercó amenazante.

–Si tocas ese saco, ¡te aturdo a palos!… –chilló.

El saco intocable quedó ahí perpetuo. Ro-melio y yo nos mirábamos forcejeando a ver cuál de los dos era más Superman. De repente, mis ojos lo hicieron pestañear y aproveché el momento para alcanzar el saco.

Me cayó encima el tarado y rodamos nosotros y el saco por el barro. Los puñetes sonaban como granizo negro y la ropa mojada era un elefante al apa.

Mis piernas ahora se enredaban en un rinoceronte sonoro que se arrastraba conmigo por el suelo. Una feroz patada disparó lejos al pesado animal que se desintegró.

Yo estaba libre de él pero me chachareaba en las orejas el ruido de sus tripas. Miré al Romelio, que ya no me pegaba, y vi en sus ojos una extraña luz mágica. Parecía embrujado…

–¿Qué te pasa? –lo remecí electrónico.

–¡Mira!… –dijo sin mover los ojos. Asustado miré lo que él miraba…

Del rinoceronte-saco caían unas tapas de mermelada, limpias y brillantes. Cogí una y la sostuve en mi mano. Era pesada y gorda y grabada con un águila. La mordí y me quebré un diente. Romelio me la quitó y yo alcancé a gritarle:

–¡Cuidado! –mientras me sobaba el pedazo de diente que me quedó.

–Son monedas de oro –tartamudeó el Romelio poniéndose tiritón de arriba abajo y con cara de calavera.

–¡Ya!, pero no te vas a morir por eso –lo sacudí otra vez con fortaleza.

No pudo contestarme porque se tiró encima del chorro de monedas que sangraba el rinoceronte fallecido.


VII

Viendo la avaricia de mi amigo Romelio, me dio un feroz desprecio por él, pero después pensé que esas malditas monedas le podrían servir para comprarse una moto y me empezó a rugir a mí también lo avariento igual que a él.

El brujuriento saco del tesoro había caído sobre la cama en que yo dormí y estuvo escondido quiensá cuántos siglos esperando que yo golpeara el techo.

Cuando el papá del Romelio compró esa vieja casa, no compró sus secretos ni tesoros ni goteras. La compró peladita y sin misterios. Y hay una ley antigua y campesina que dice que los entierros y minas de oro son del que los encuentra.

El saco de monedas de oro era mío, según esa ley. Entonces pensé: “¿Qué vale más, una moto o un amigo? Igual que ahora me llueve oro del techo, puedo tener una moto propia cualquier día… Mejor, guardo el amigo…”.

Romelio miraba mi silencio con cara sospechosa, leyendo mis pensamientos y amontonando las monedas bajo sus asentadurías.

Nadie hablaba. Puras miradas con recados surtidos.

–Oye –dijo él por fin–, ayer leyeron en clase el Juicio de Salomón.

Yo me estaba esperando un puñete o un garabato, así que me caí rotundamente sentado. Pensé: “Este gallo no entendió ni jota de lo que dijo Salomón…”.

–Todos lo escuchamos… –dije.

Romelio se levantó.

–No recuerdo lo que pasó al final –carraspeó–, pero sí me acuerdo de que partieron al niño en dos y le dieron la mitad a cada una de las mujeres que peleaban por él…

Yo iba a explicar que la verdadera mamá… etc., etc., cuando el Romelio abrió el saco y separó las monedas en dos montones.

–Estas son para ti y estas para mí –dijo–, a juicio de Salomón.

Quedé paralelo y mudo, pero guardé en mi bolsillo el oro que me tocó. También aproveché de retarme por mal pensado, porque Romelio no era avariento, era tan justo como Salomón.

Cuando bajamos, temblaba la escalera bajo el peso de nuestros cuerpos sonoros y millonarios. Las trillizas secaban platos en la cocina y los papás dormían su siesta. Igual que otros papás creen que es el despiporre el roncar el domingo y no les interesan ni los secretos ni los misterios y prefieren roncarse su domingo.

–Tendremos que esconder nuestro tesoro –dijo el Romelio– antes de que las trillizas lo descubran…

Y entramos al cuartucho de herramientas buscando algún rincón en ese cachureo.

Resbalaba la leña, palas quebradas, fierros mohosos, sillas sin patas, cantoras sin oreja, tejas, latas oxidadas y sacos podridos. No había dónde pisar ni menos un escondite intocable.

Por fin el Romelio halló una taza de excusado quebrada y ahí vaciamos nuestro oro, sabiéndolo seguro.

Al salir nos encontramos con las alborotadas trillizas que nos andaban buscando. Proponían mil juegos y por fin, para librarnos de ellas, salimos a correr por las lomas.

–Ustedes son las liebres y nosotros, cazadores.

Resbalaban por el barro y apenas se levantaban se volvían a caer, rodando loma abajo. Los cazadores, tan embarrados como ellas, les disparábamos sin siquiera movernos, aburridos.

Nos fuimos alejando y dando vueltas por el famoso castillo, husmeando y rastreando en busca de túneles secretos.

Encontramos solo un tronquito de espino quebrado que brillaba como un vidrio, mojado por la lluvia.

–Oye –dije al Romelio–, si el avaro escondió su oro en el entretecho, es seguro que enterró algo valioso junto a este tronco. En este peladero, es lo único que plantó.

Lo tocamos. Era suave y helado.

–Es ágata –exclamé lujuriento–. Esa cuestión maravillosa que es madera hecha cristal, o sea, roca-vidrio de miles de años…

–¿Miles de años? –repitió el Romelio–. ¿Miles de años de verdad?

–Me carga ser tira pinta, pero tú me obligas –exclamé furiondo al Romelio–. Todos saben lo que es un ágata, o sea, a los que les gusta leer y averiguar.

–Lo que pasa es que tú te crees el hoyo del queque porque te gusta leer. ¡A mí no! –me interrumpió.

–No te gusta porque te cuesta. Igual que el fútbol, a uno le gusta cuando sabe chutear.

Y junto con decir esto, le di una gran patada al milañero que yo pensé tendría sus raíces en Japón…

Pero ni supo resistirme. Rodó loma abajo y aró en una poza.

Alcancé a oír la risa del Romelio, pero le duró poco porque los dos nos hundimos con suelo y todo. Seguro que desaparecí, porque cuando escupí el barro para poder respirar, Romelio se agarraba de mí para poder respirar él.

Por fin logré salir.

Una raíz larga y negra salió también conmigo. Era el Romelio.

Nos revolcamos en la hierba hasta poder abrir los ojos y mirar entre las casposas pestañas. Allá lejos divisé el tronco de ágata brillante como un sol. Parecía llamarnos.

Pero ya una vez me había traicionado haciéndome creer en su firmeza y ahora recordé que lo importante era el hoyo y su barro catalítico. En esa melcocha sopienta debía estar el tesoro que enterró el avaro y marcó con el único arbolito.

Romelio me miraba como esperando que yo decidiera y decidí:

–El hoyo no se va a mover, y puede estar más duro mañana. Llevémonos el tronco de ágata.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺353,24
Yaş sınırı:
0+
Hacim:
72 s. 21 illüstrasyon
ISBN:
9789563634174
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок