Kitabı oku: «El Prode»

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Tramannoni, Marcelo

El Prode / Marcelo Tramannoni. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

150 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-87-0344-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi familia por su apoyo irrestricto

y en especial a mi esposa Mirtha.

Dicen que detrás de todo escritor,

siempre hay una musa inspiradora

y ella lo ha sido en todos los órdenes de mi vida.

Agradecimientos

Por el invalorable apoyo brindado a esta novela, con el aporte de su profesionalismo, capacidad, experiencia y conocimientos, expreso mi más profundo y sincero agradecimiento a:

Beatriz Pérez Deidda. Escritora prolífera e inspirada poetiza enamorada del soneto. Obtuvo numerosos premios en certámenes de Argentina, Uruguay y EE.UU. (Chesterfield, St.Louis y Miami) Ha sido Jurado titular en concursos de la Asociación Internacional de Clubes de Leones, Grupo Gente de Letras y otras entidades del quehacer literario. Activo miembro de la Sociedad de Poetas y Escritores de La Matanza. Ha publicado con éxito e integra más de treinta antologías. En fin, una profesional de las letras de larga y reconocida trayectoria y un ser humano excepcional. Moderada en la corrección de mis errores, pero generosa en los conceptos expresados en el prólogo.

Marcelo Manuel Oviedo. Poeta y escritor, premiado en numerosos certámenes literarios. Coordinar de talleres de poesía y para personas con capacidad diferente Integrante de S.A.D.E., miembro de Ronda Literaria y Gente de Letras. Ha publicado libros de poemas que merecieron el reconocimiento y elogios de lectores y profesionales de las letras y participó en numerosas antologías. El breve análisis que hace de la obra, sintetiza todo el drama que en ella se oculta.

Oscar Rivas. Generoso e incondicional artista amigo, que me honra con su arte. Un dibujante con mayúscula. Maestro de la pluma y el pincel. En su trayectoria profesional merece destacarse su activa colaboración con Guillermo Divito en su Revista Rico Tipo y luego sus trabajos junto a Juan Carlos Colombres “Landrú”, dando vida a los personajes políticos de Tía Vicenta. Otros muchos autores lo convocaron para ilustrar sus libros. Su imaginación y capacidad creativa guiaron la mano con la cual plasmó, en las magníficas ilustraciones de portada y contratapa, el espíritu de mi novela. El acierto de sus dibujos estriba en la lograda analogía entre las imágenes y la narración.

Prólogo

Con una trayectoria amplia y muy rica en el rumbo literario, MARCELO TRAMANNONI se ha desempeñado con gran lucimiento en diversas ramas de este fascinante quehacer, en especial en el cuento y la novela breve. Ha participado en certámenes nacionales e internacionales con gran fortuna, y el resultado han sido los numerosos premios obtenidos.

Paralelamente, su destacada labor en el Leonísmo desde 1991 lo llevó a propiciar desde allí múltiples acontecimientos artísticos y culturales, hasta llegar a organizar el Primer Certamen Literario Leonístico Internacional, que desde 1993 en sucesivas ediciones anuales, convocó a autores de habla hispana de todo el mundo.

El florecido camino trazado fructifica hoy con el alumbramiento de su primera novela, una disciplina muy compleja y al mismo tiempo altamente apasionante, pues aunque ofrece gran libertad para componer personajes, insertar historias entrecruzadas o sujetas unas a otras, suceden casos en los que el autor termina consustanciado fuertemente con alguna de sus criaturas, fruto de su propia creación. Es que el novelista debe tener – a diferencia de quienes incursionamos en la poesía, por ejemplo– además de su disposición creadora, una marcada inclinación a la perseverancia, a la puntualidad en cada detalle; en suma, una curiosa habilidad para urdir historias mediante un entramado casi siempre escabroso, para lo cual resultan indispensables la mesura, la precisión..., y mucha memoria.

Interrogado sobre su negativa a escribir novelas, el gran JORGE LUIS BORGES supo dar esta ingeniosa respuesta: “Yo creo que hay dos razones específicas: una, mi incorregible holgazanería, y la otra, el hecho de que como no me tengo mucha confianza, me gusta vigilar lo que escribo y, desde luego, es más fácil vigilar un cuento en razón de su brevedad, que vigilar una novela. Es decir, la novela uno la escribe sucesivamente, luego esas sucesiones se organizan en la mente del lector o en la mente del autor; en cambio uno puede vigilar un cuento casi con la misma precisión con la que uno puede vigilar un soneto: uno puede verlo como un todo. En cambio, la novela se ve como un todo cuando uno ha olvidado muchos detalles, cuando eso ha ido organizándose por obra de la memoria o del olvido, también. (...)”

Y es verdad: una obra breve suele ser un golpe, una ráfaga de la capacidad creadora. En la novelística impera una amplia visión, un soplo constante y, al decir del Gran Maestro, una postura vigilante durante el paso por el largo camino, sus ramales, sus bifurcaciones, por el que debe andar y desandar con sumo cuidado.

MARCELO TRAMANNONI nos presenta un caso totalmente creíble, sin fantasías. Una crónica que pone a la luz las debilidades humanas: deslealtades, intrigas, confabulaciones, naturales productos de excesivas ambiciones.

Ya el título –referido a los Pronósticos Deportivos que en su tiempo provocaban una verdadera conmoción cada domingo por la noche ante las pantallas de los televisores por saber cuántos serían los afortunados ganadores de la fecha– anticipa un argumento donde la codicia es un viento que sobrevuela constantemente todo el entramado.

Una prosa en extremo cuidada, amena, con interesantes diálogos en lenguaje coloquial, lo que le confiere una gran naturalidad; un desarrollo bien distribuido, ordenado en capítulos (XXII), permite al lector ahondar en la excitante trama y, si la ansiedad no lo supera, llegar al desenlace sin escudriñar el final.

En suma. EL PRODE es una novela con un componente aleccionador: nos desnuda, nos muestra cómo la tan ansiada fortuna, una vez que llega, se convierte en causa y objeto de una total perdición.

Beatriz Perez Deidda

Capítulo I

Tras el rectángulo iluminado del cristal opaco, donde se puede leer bajo el número 313: “M. MORANDI Y CIA. ASESORES INMOBILIARIOS”, se oye el rítmico golpeteo de una máquina de escribir.

El inmueble de oficinas está silencioso. Son casi las once de la noche y la mayoría de ellas han cerrado hace más de tres horas.

Joaquín, el encargado del edificio, recorre los pasillos solitarios pulsando los picaportes, controlando que todos los despachos estén cerrados. Al llegar a la puerta 313, la luz interior despierta su atención, abre y se asoma a su interior:

–¡Eh…Don Raúl! ¿Todavía trabajando? ¿Qué va a hacer con tanta guita, eh?– y uniendo la acción a la palabra, entra sin esperar respuesta de su ocupante.

Raúl Vergara, contador y asociado de la empresa, enfrascado en el boleto de compra venta que estaba preparando, se sobresalta al escuchar el vozarrón del individuo y levanta la vista del teclado tratando de identificar, por sobre el borde de la lámpara de escritorio, a la borrosa figura que se enmarca en la puerta de la oficina.

Hace girar la pantalla como un reflector y descubre a su inesperado interlocutor:

–¡Ah…es usted Joaquín! ¿Qué tal, cómo anda?

–Bien. ¿Y usted don Raúl?

–Bien, gracias. La verdad que me asustó un poco. Estaba tan metido en lo que escribía que no lo sentí cuando abrió la puerta. ¿Qué hora es?

–Son casi las once, don Raúl– responde Joaquín– ¿Tiene trabajo extra?

–No mucho. Sólo un boleto de venta medio complicado, que necesitamos tener listo para mañana a primera hora. Por eso me quedé. Se trabaja mejor estando solo. Ya lo tengo listo. Si me espera, cierro y salimos juntos.

Sin aguardar respuesta, Raúl se pone de pie, cierra el cajón del escritorio, coloca la funda a la máquina de escribir y, tras echar una mirada en torno, verificando que esté todo en orden, apaga la lámpara y se encamina hacia la salida, donde lo aguarda sonriente Joaquín.

–Qué tipo pesado– piensa Raúl mientras permite que el otro, con evidente obsecuencia, lo preceda hasta el ascensor, le abra sus puertas y lo acompañe incluso hasta el subsuelo, donde tiene estacionado su automóvil.

Don Joaquín se apresura a llegar hasta el coche, le sostiene la puerta abierta hasta que Raúl entra, se sienta y lo pone en marcha. Luego la cierra suavemente y se queda mirando sonriente su imagen reflejada en el vidrio polarizado de la ventanilla.

–¡Qué pelotudo! ¿Qué hace ahí, parado sonriendo estúpidamente? ¡Váyase hombre. Déjese de jeringuear!– murmura calladamente Raúl, sin bajar el vidrio.

Como respondiendo a esos pensamientos, con una última sonrisa Joaquín se retira mientras masculla entre dientes:

–¡Engrupido de mierda! Por los pocos pesos que da de propina y que seguro los afana de la oficina, se cree que tengo que tratarlo como a un rey. Qué se habrá creído. Seguro que en la casa le lava los calzones a su mujer y aquí, ni te mira si no lo llevas por delante, igual que ahora, que se va sin saludar! ¡Qué trabajo podrido, qué lo parió!

Ya en la calle, Raúl enciende un cigarrillo mientras espera que el semáforo le dé paso. Con la luz en amarillo, arranca acelerando y tiene que aguantarse los insultos del conductor de un “fitito” que cruza algo demorado y al que esquiva por pocos centímetros.

Le contesta con un gesto obsceno, sacando su mano izquierda por la ventanilla durante largo rato, aun cuando ya no es posible que el otro lo vea.

–¡Qué día, Dios mío!– exclama para sí.

Se siente tremendamente fastidiado con todo lo que lo rodea. Incluso consigo. Con su trabajo, que le permite vivir más o menos bien, pero no como él quisiera.

Además, las exigencias de su mujer son mayores cada día. No le alcanza nunca el dinero que le da. Siempre encuentra motivos para nuevos gastos. Ahora hace yoga, cosmetología y participa dos veces por semana en reuniones de “contemplación interior”.

Se ha preguntado mil veces: ¿Qué es eso? No lo sabe. ¿Qué beneficio obtiene? Tampoco. Lo único verdadero de todo ello es que los martes y viernes tiene que cenar solo, comiendo lo que Laura le deja en la heladera y que la mayoría de las veces es un poco de jamón y queso, con la clásica notita: “No me esperes levantado, regreso tarde. Un beso. Laura”.

Pensar que cuando dejó de trabajar en el Ministerio y su cuñado le ofreció el puesto de contador en la inmobiliaria y asociarlo, le pareció que tocaba el cielo con las manos. Al principio todo anduvo bien. Pudieron satisfacer un montón de carencias y darse algunos gustos que hasta entonces tenían prohibidos. Cambiaron el departamento por otro más grande. Compraron un auto nuevo. Pasaron por primera vez un mes de vacaciones en Mar del Plata y renovaron por completo su vestuario.

Pero cuando todo eso se hizo rutina, Laura empezó a beber y a tener exigencias y caprichos cada vez mayores. Haciendo un breve balance, llega a la conclusión de que sigue teniendo problemas, quizás distintos a los de antes, pero que debe solucionar con mayor aporte económico y a los que se suman nuevos inconvenientes y frustraciones.

Laura nunca aceptó el hecho de no poder tener hijos y por eso, cuando no bebe sin medida, busca ocupar todo su tiempo libre en mil tareas, inútiles a los ojos de Raúl, pero a las que ella reviste de trascendental importancia, para justificar toda esa necesidad de llenar sus horas vacías.

Lo complicado del boleto que tuvo que preparar, lo había alterado un poco, luego el inesperado encuentro con Joaquín, después el tarado del “fitito” al que casi se lleva puesto y ahora, el pensar en Laura y sus manías, colman la medida y con un ánimo de mil demonios, deja el auto en la cochera y sube a su departamento.

Al abrir la puerta del living y ser recibido por la oscuridad y el silencio, cae en la cuenta de que es viernes y seguro que Laura no está. Confirma la ausencia recorriendo los ambientes vacíos y luego, ya en su habitación, reemplaza el traje, la corbata y los zapatos por un piyama y un par de cómodas pantuflas.

En la heladera encuentra el clásico cartelito, pero en lugar de los saludos, hay dibujado un par de labios femeninos y varias veces la palabra “Chuick”

–¡Puhaj…! ¡Qué cursi, Dios mío!– exclama para sí y lo rompe en pedacitos.

Retira el jamón, el queso, el sobre de mayonesa y una gaseosa. Lleva todo a la mesada de la cocina y mientras se prepara un emparedado, mira distraídamente en la televisón, las peripecias de un pirata enano que lucha contra un estrambótico tiburón. Cuando termina de acomodar el fiambre entre las rodajas de pan lácteo y se sienta dispuesto a disfrutar de alguna película de acción, han comenzado las noticias.

Habitualmente nunca presta mucha atención a las mismas, salvo el tramo deportivo, en especial cuando se anuncian los partidos de futbol del fin de semana y se barajan los resultados que, eventualmente determinen los puntos a considerar para definir la tarjeta ganadora del concurso de pronósticos deportivos o PRODE. El locutor concluye su monólogo a gritos, haciendo mención al pozo acumulado del mismo y que esta semana asciende a una cifra récord, varias veces millonaria.

–¡La pucha…!–piensa Raúl– ¡Con una fortuna así, qué fácil resultaría superar todos sus problemas! Mandaría todo al Demonio, incluso a Laura y todavía sobraría dinero para conocer Europa o EE.UU. y radicarse donde más le gustara.

Toda la vida ha querido viajar, pero nunca pudo llegar más allá de Montevideo y eso, únicamente cuando estuvo de luna de miel. Poco recuerda de la ciudad, ya que durante los diez días que estuvo en ella, apenas salió algunas horas del hotel.

–¡Qué linda época aquella!– piensa con nostalgia. Recién casado, lleno de ilusiones y proyectos, viviendo junto a Laura las emociones de descubrir todos los días cosas nuevas. Despertar a primera hora de la mañana, luego de una noche apasionada, sintiéndose todavía excitado y encontrar a una Laura dispuesta y más ardiente que horas antes.

Qué lejos le parece todo eso. El regreso a la vida diaria, los problemas cotidianos, la lucha por la subsistencia y la imposibilidad de darle hijos, pareció enfriar todo el ardor de Laura y hoy, sus relaciones se limitan a escasos encuentros cada vez más espaciados y en los que ambos simulan más de lo que gozan.

Por suerte existe Silvia. Qué pegada fue contestar aquel aviso donde se ofrecía permutar casa quinta por departamento en el Centro. Hizo un negocio redondo con el matrimonio que quería irse a la provincia y de ella trajo muy conforme, a la heredera de la casa quinta, a la que instaló en el coqueto piso dejado por la pareja, el que hoy siente como un nuevo hogar y a Silvia, como una segunda esposa.

Ella es una amante extraordinaria. Llena de delicadeza, de dulzura, dueña de una imaginación portentosa que la lleva a realizar todo tipo de extravagancias durante sus relaciones y que lo enloquecen. Pero también necesita mucho dinero para satisfacer los gustos de ella y sus caprichos, única manera de mantenerla junto a él.

Lo reconoce, ya no es joven. Su abdomen abultado y su calva incipiente, no sirven para conquistar y mantener enamorada a ninguna mujer. Debe compensar su falta de atractivo mediante el aporte generoso de regalos costosos, que en nada mejoran su economía. El pensar en Silvia lo ha excitado. Decide llamarla. Total, Laura volverá tarde y a él siempre le queda la excusa de argumentar que lo llamaron para un asesoramiento inmobiliario y se entretuvo más de la cuenta. Con una sonrisa levanta el auricular.

La señal de llamada se repite varias veces antes de que la voz de Silvia se escuche en el teléfono:

–Hable…

–Hola mi amor. ¿Cómo te va?

–¿Quién es? –la voz de Silvia suena cautelosa.

–¡Cómo quién es! ¿Desde cuándo te llama otro que no sea yo, eh? ¡Confesá! ¿A quién esperabas! –bromea Raúl.

–Raúl…! Mi amor…!– exclama Silvia – ¡Qué alegría! Nunca me llamas a esta hora. Por eso me sonaba extraña tu voz. ¿Cómo está mi papi lindo? ¿Qué quiere de su nena?

–Nada que no me puedas dar– responde Raúl y agrega de inmediato –Quiero verte ahora. ¿Podés?

–Pero mi amor …¿A esta hora? –protesta Silvia.

–Sí,.. a esta hora. ¿Por qué no? ¿Qué tiene de raro? ¿Acaso hay algún horario para hacer el amor? –interroga Raúl simulando estar enojado.

–¡Toda hora es buena, papito!– contesta mimosa Silvia y agrega –Vení que te espero. Me voy a dar un baño de inmersión para que me encuentres toda perfumada y tibia. ¡Toda…toda para vos!

–Salgo para allá en seguida, chau…–dice Raúl y cuando va a colgar, la voz de Silvia, gritando, le hace levantar nuevamente el teléfono.

–¡Raúl…Raúl…hola…hola…Raúl!

–¿Qué pasa…qué pasa…que querés?

–Traete algo para picar, mi amor. Todavía no cené y ahora ya no voy a salir a comprar nada. ¿Querés? –vuelve a sonar mimosa la voz de la joven.

–Bueno. Está bien. Algo voy a llevar. Quedate tranquila. Chau.–responde él.

–Chau bichito– le contesta ella.

Raúl piensa que ha sido muy tonto comer ese emparedado. Ahora ya no tiene apetito, pero sin embargo tendrá que comprar por ahí cualquier porquería y volver a cenar con Silvia. No importa. Los beneficios bien justifican el sacrificio.

Vuelve a ponerse el traje y la corbata. Escribe unas líneas en una servilleta de papel, explicándole a Laura los motivos de su salida y la deja junto con los restos de su cena, sobre la mesada de la cocina.

Poco rato después, mientras procura que no se le caigan los paquetes adquiridos en la rotisería, apretándolos con el mentón contra el pecho, pulsa el timbre del l0º H, pensando que si acertara el Prode, toda la situación cambiaría. Podría mandar todo al diablo, su mujer, su cuñado, la inmobiliaria, cambiar totalmente la vida que lleva y, quizás, hasta convencer a Silvia de irse con él al extranjero.

Capítulo II

El teléfono comienza a sonar mientras coloca la llave en la cerradura. Intenta hacerla girar, pero sólo da media vuelta. Maldice entre dientes. Nunca recuerda con cuál cerradura, de las dos que tiene la puerta, cierra al salir por la mañana. Mientras cambia la llave y busca otra en el llavero, el teléfono deja de sonar.

Entra al departamento con bastante mal humor. Tuvo que levantarse temprano para concurrir a la modista. Luego a la peluquería. Al medio día tenía que almorzar con Germán y llegó con tanto atraso, que no lo encontró. –¡También ése…!– Es insoportable de puntilloso y caprichoso con los horarios. Lo aguanta sólo por lo generoso que es con los obsequios que le hace, a cambio de los momentos de sexo que pasan juntos.

Además de ser un pedante, físicamente es totalmente insulso. Es el amante más burgués que ha tenido. Con su bigote a lo Hitler y el cabello corto, parece una caricatura de aquellos oficiales alemanes que ha visto en tantas películas de guerra. Solo falta que hagan el amor al son de alguna marcha militar.

Para colmo, se considera un gran amante, y ella para no ofenderlo y perderlo como cliente, debe simular que luego de cada encuentro queda totalmente agotada y satisfecha, cuando en realidad se siente asqueada y molesta.

Mientras así divaga, ha llegado al dormitorio y comienza a desvestirse. Totalmente desnuda se tira sobre el lecho, enciende un cigarrillo y mientras aspira con deleite el humo dulzón, se masajea distraídamente los miembros doloridos y la nuca tensa.

El sonido estridente de la campanilla del teléfono la sobresalta y se sienta para atenderlo. Piensa que es Germán que la llama para indagar por qué no fue a la cita.

–Hable …

–Hola mi amor. ¿Cómo te va?– la saluda una voz suave del otro lado de la línea. Le resulta conocida pero no está muy segura. Germán no es.

–¿Quién es?– pregunta cautelosa, tratando de ganar tiempo y no equivocarse.

–¡Cómo quién es! ¿Desde cuándo te llama otro que no sea yo, eh? ¡Confesá! ¿A quién esperabas?– le recriminan entre risas y entonces reconoce a su interlocutor.

–Raúl…! Mi amor…!– exclama, mientras piensa para sí: –¡Otro pesado más!– Es que estoy de turno? ¡Debe ser viernes 13, por lo “enyetado”!

Superando el malestar que le provoca la llamada de Raúl, simula atenderlo con dulzura para sacárselo de encima sin ofenderlo, pero no encuentra argumentos suficientemente válidos y finalmente termina accediendo a que él venga.

Cuando va a colgar el auricular, se acuerda que no ha cenado, que en la heladera no debe haber mucho y como tampoco tiene ganas de preparar comida, ni salir a comprarla, vuelve a levantar el tubo y grita:

–¡Raúl…Raúl…hola…hola…Raúl!– con la esperanza que el otro no haya colgado todavía. Por suerte es escuchada y entonces, con su voz más mimosa le pide que traiga algo para cenar, a lo que Raúl asiente. Satisfecha de cómo ha manejado la situación, cuelga el teléfono y desconecta la ficha para llevarse el aparato al baño y poder atender desde allí cualquier otro llamado.

El agua caliente relaja sus músculos tensos. Recuesta la cabeza contra el borde de la bañera y se abandona a la deliciosa sensación de la espuma perfumada que la envuelve en una nube crujiente y vaporosa.

Sin proponérselo, se encuentra comparando a Germán con Raúl. Éste es mucho más humano, más cordial y en cierta forma lo aprecia. Aunque no por ello deja de considerarlo un pesado. Casado con una mujer autoritaria e histérica, le ha confesado muchas veces, que no la ha dejado para irse a vivir solo, por cobardía, por temor a quedarse sin nada, ya que todos sus recursos dependen de la relación con su cuñado, dueño de la inmobiliaria, quién con toda seguridad, en una situación de separación, apoyaría a su hermana.

No puede evitar una sonrisa al recordar cuando un domingo, luego de hacer el amor, él le propusiera ver en la televisión el resultado de los partidos de fútbol para poder controlar los aciertos en su tarjeta del Prode. Le ha confesado que es un fanático del concurso y que si llegara a acertarlo, toda su vida cambiaría. No sólo se separaría de Laura, sino que la llevaría a ella de vacaciones a Europa y hasta le propondría irse a vivir juntos.

–¡Las pretensiones del viejito! ¡Querer vivir con ella!– Bueno, tan viejo no es. Debe tener alrededor de 45 años, pero su aspecto lo muestra mayor. Debe ser por su incipiente abdomen y su calva precoz.

Pero como amante es mucho mejor que Germán. Diría que realmente está enamorado. Tiene delicadeza en el trato y sus palabras de pasión suenan casi sinceras. Es respetuoso con sus tiempos y considerado en todo. La visita generalmente en horas de la tarde o al medio día, previo llamado por teléfono y muchas veces, sin haberse acostado con ella, le deja dinero “para los gastos de la casa”, como él dice. En ocasiones se aparece con obsequios para uso personal o para engalanar el departamento.

Tiene el don de acertar casi con sus gustos o sus necesidades. Claro que ella contribuye a ese acierto, dejando deslizar ocasionalmente comentarios inocentes y al paso, en los que se refiere a cosas que le agradan o le hacen falta y que en cuanto pueda las va a comprar. Es casi seguro que, a los pocos días, él aparece con el objeto en cuestión.

Otro que no resiste comparación con Raúl es Rogelio, uno de los empleados de la inmobiliaria. Con él tuvo hace mucho tiempo un breve romance, pero que duró el tiempo suficiente como para llegar a conocerlo. Es un petulante, egoísta y aprovechador que vive sólo para sí, procurando sacar el mayor beneficio con el menor esfuerzo, sin importarle los demás, incluso pidiendo dinero, que generalmente no devuelve o favores que nunca retribuye.

Quiso la casualidad que cuando una amiga le recomendara la inmobiliaria de Morandi y Asociados por el tema de la permuta, se encontrara con Rogelio como empleado de la misma. Cabe reconocer que por una vez se portó correctamente y la contactó directamente con su superior.

Así conoció a Raúl. La empatía fue inmediata. Minutos después de iniciar el trato, los diálogos se sucedían fluidos y entre risas, como si llevaran mucho tiempo de conocerse.

Él le propuso algunas alternativas que ella aceptó de inmediato, totalmente convencida de su profesionalismo y de que el resultado sería positivo. No se equivocó. Una semana después concretó la permuta. Quedó asombrada cuando Raúl declinó cobrarle honorarios por su intervención, claro que después, ella lo invitó a cenar y dieron comienzo a su relación, estrenando el departamento en el dormitorio.

Desde entonces la visita periódicamente y contribuye generosamente con sus gastos. Además, acepta todo cuanto ella le hace y todo parece producirle gran satisfacción, lo que no deja de agradar a Silvia, que se siente halagada en su fuero íntimo.

El agua se ha enfriado. Sale de la bañera y mientras se seca frente al espejo se mira en él. Todavía tiene formas firmes y opulentas. La sesión semanal de gimnasia y el régimen de comida que observa, contribuyen a que con treinta años, siga conservando las formas que tenía hace más de diez atrás. Sabe que su cuerpo es hermoso y que los hombres gustan de él. Por eso, haciéndole un guiño picaresco a su imagen, exclama: –¡Que paguen si lo quieren disfrutar!

Se está envolviendo en un toallón cuando suena la chicharra del portero eléctrico. Sabe que es Raúl por la forma de tocar. –Adelante– murmura en el auricular, mientras presiona el interruptor y escucha el zumbido de apertura.

Apaga las luces del living y de la cocina. Deja encendida sólo una pequeña lámpara roja que proyecta su luminosidad desde atrás del sofá y la del marco que sostiene el gran espejo que cubre casi la totalidad de una pared del dormitorio, junto al lecho.

Se apresura a abrir la puerta, que deja entornada y se esconde detrás de la misma. Cuando Raúl entra, se detiene extrañado ante la penumbra que lo recibe y entonces ella surge por detrás y le hecha los brazos al cuello, mientras lo muerde en la oreja.

–¡Eh…pará …pará…salí loca, me vas a hacer tirar todo al suelo!– protesta él, entre enojado y divertido. Silvia advierte entonces la pirámide de pequeños paquetes en precario equilibrio en una mano y en las dos botellas que lleva en la otra.

–Hay mi amor… perdóname. No me di cuenta de todo lo que traías– y cerrando la puerta con un golpe de pie, ayuda a Raúl a llevar todo hasta la cocina. Luego se vuelve y, mientras lo empuja suavemente le dice: –Bueno, bueno…usted se me va de aquí, se me pone cómodo y me espera en el living. ¡Papito lindo!– y dándole un breve beso en los labios termina de hacerlo salir.

Ya sola, rápidamente guarda una de las botellas de vino en la heladera, acomoda el pollo trozado y las distintas ensaladas en varias fuentes pequeñas sobre una bandeja, agrega un bol con hielo, la otra botella de espumante y con todo ello se dirige al living.

Raúl se encuentra junto al tocadiscos. Se ha quitado el saco, la corbata y arremangado la camisa. Al verla llegar, sale a su encuentro, ayuda a dejar todo sobre la mesa ratona y luego la abraza y besa apasionadamente. Deja correr sus manos por la espalda desnuda y deslizándolas por debajo del borde del toallón, trata de aprisionar las nalgas de la muchacha que, con un gritito agudo, se desprende del abrazo y dando un paso atrás, lo amenaza sonriendo.

–¡Quietas las manos! ¡Si no te portás bien, no te doy nada! ¿Estamos? ¡Por favor, un poco de juicio! Lo primero es lo primero. El pollo está caliente y el vino frío. Mi corazón sólo tibio. ¡Disfrutemos primero de la cena y después veremos qué pasa!

Raúl se ha quedado un poco sorprendido por la actitud de la joven, a la que sabe desprejuiciada y que nunca ha rehuido acostarse con él. Ante su evidente perplejidad, Silvia vuelve a aproximarse y oprimiéndole suavemente la cara, mientras lo besa levemente, murmura: –No hay apuro, mi amor…, primero cenemos. Después escucharemos música, querido… y cada minuto que transcurra envuelto en melodías…acrecentará mi impaciencia por amarte y mi corazón arderá junto al tuyo. Ven, siéntate a mi lado– y sin esperar respuesta se deja caer en el diván, recogiendo las piernas debajo de ella, mientras reconoce lo cursi y poco creíble de su discurso y espera que él no lo haya notado.

Raúl la sigue sonriendo y se sienta a su lado. Toma la botella, quita el corcho y sirve el vino. En tanto Silvia coloca algunas porciones de pollo y ensalada en sendos platos. La cena resulta breve. Si bien, para la impaciencia de él, le parece demasiado extensa.

Silvia deja el plato sobre la mesita, cruza los brazos por detrás de su nuca y mirándolo a los ojos se dejar caer contra el respaldo del diván. Raúl vuelve a llenar las copas y se acerca a la joven, ofreciéndole una.

–Eres una gatita. Una gatita traviesa y sugestiva que me tiene loco – le dice mirándola a los ojos y sentándose junto a ella comienza a besarla. La joven se deja acariciar, pero cuando él avanza osadamente sus manos por debajo del toallón, lo aparta con suavidad y poniéndose de pie le recrimina sonriente:

–¡Raúl Vergara, eres un hombre imposible! ¡No te puedo dar un minuto de confianza que ya te tomás toda una hora!– e inclinándose nuevamente sobre él, le muerde ligeramente los labios y sin darle tiempo a reaccionar o detenerla, recoge su copa y haciéndola tintinear contra sus perlados dientes, se dirige hacia la alcoba mientras deja caer el toallón que la cubría.

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261 s. 3 illüstrasyon
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9789878706474
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