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Al respecto, vale una aclaración de otro tipo. La manía clasificatoria de las culturas europeas produce siempre terrenos pantanosos y deja fuera regiones enteras. Yo, que siempre investigué literaturas basadas en visiones no europeas del mundo (esencialmente las de los negros y amerindios de los Estados Unidos), que no tienen tendencias clasificatorias sino holísticas, sé perfectamente que hay libros que podrían ubicarse en otras secciones pero esa es justamente la intención del índice: se trata de una clasificación de límites permeables y debatibles, una clasificación con espíritu bastante anticlasificatorio.

La primera división —entre notas principales y reseñas o comentarios— está basada en la diferencia entre notas centrales y notas tipo reseña. Dentro de esas dos grandes secciones, los criterios van cambiando y por lo tanto, es más práctico explicarlos en cada uno de los prólogos.

Todos los criterios menos el último están basadps en datos más o menos objetivos. La última sección —la de los libros raros y extraordinarios— es diferente porque ahí el criterio está relacionado con la “evaluación/recomendación” y no con el origen del libro, su género o cualquier otra característica. El criterio “extraordinario” es impresionista y absolutamente personal. En esa sección, presento reseñas de libros que fueron para mí, inolvidables y sobre todo, sorprendentes. Como lectora, esos libros y no otros me produjeron una impresión irrepetible. Son libros diferentes, sí, pero tal vez haya lectores a quienes dejen absolutamente indiferentes. Lo que cuenta en esa última sección del libro es mi recepción personal de esos libros, mi “gusto”.

Así, toda la clasificación que se ve en el índice es intencionalmente fallida. Creo que eso permite ver relaciones entre autores y culturas nacionales que se perderían en una clasificación demasiado cerrada. Veremos qué puede sacar cada uno de ella.

Hace muchos años, apenas salida de la Facultad de Filosofía y Letras, fui con una amiga a pedir trabajo. Y el director del suplemento del primer diario en que trabajé (estas reseñas pertenecen en su gran mayoría a mi largo período en el segundo) terminó aceptándonos. Mi amiga lo dejó enseguida. Yo no. Para mí, amante feroz de la lectura, ese trabajo era uno de los mejores del mundo: un trabajo en el que me pagaban por leer.

NOTAS PRINCIPALES

ENTREVISTAS A ESCRITORES

Prólogo

Para quienes hacemos crítica literaria, la entrevista es una práctica poco frecuente. Nuestro trabajo se relaciona con la obra más que con la persona que la produjo. Por otra parte, los periodistas del cuerpo principal del diario hacen todo tipo de entrevistas: a políticos, a jueces, a médicos, etc. En cambio, nosotros, los “críticos literarios” entrevistamos casi únicamente a escritores.

Tal vez por eso, hay ciertas preguntas generales que se repiten en casi todas las entrevistas que hacemos, preguntas que tienen que ver con la escritura misma. Con esas preguntas sobre el trabajo del escritor es posible, aunque para nada conveniente, llevar a cabo una entrevista a un escritor sin haber leído su obra. Como escritora, me molesta bastante ese tipo de entrevistas, que giran siempre alrededor de preguntas del estilo de: ¿Cuál es su método de escritura?, ¿Qué siente cuando ve un libro publicado?, ¿Se arrepintió de haber publicado alguno de sus libros?, ¿Cuál de sus libros prefiere?

Al contrario, cuando hay lectura previa (en lo posible de más de una obra del autor o autora, idealmente de toda la obra), las preguntas son específicas y los resultados, mucho más satisfactorios para los dos colaboradores/autores de la nota y para quienes lean la entrevista más adelante. Y sin embargo, eso no significa que no se hagan las preguntas generales: de hecho yo hago algunas con bastante frecuencia, como puede verse en los ejemplos de esta sección.

Las entrevistas no se llevan a cabo siempre de la misma forma. La más común y tal vez la más satisfactoria para el entrevistador es la que se realiza cara a cara, es decir, una en la que entrevistador y entrevistado se reúnen en un mismo lugar, ya sea neutral (un café, un hotel) o no (las instalaciones de la publicación en que trabaja el periodista o la casa del escritor). Pero en ciertos casos, eso es imposible por lejanía geográfica y las entrevistas se realizan por otros medios: yo llevé a cabo entrevistas por teléfono y también por correo electrónico.

La comunicación telefónica disminuye la comunicación en el sentido de que quien pregunta no tiene contacto directo con el entrevistado, no ve ni sus expresiones físicas ni sus gestos, que podría describir en la nota. Lo que se preserva es el tono de voz, que por supuesto es uno de los centros de la comunicación oral.

En las entrevistas por correo electrónico, lo oral desaparece. En mi caso, entré a ese tipo de comunicación al revés: como entrevistada. Por correo electrónico, el género “entrevista” cambia enormemente porque deja de ser esencialmente la transcripción de un texto oral, a dos voces, y se convierte en un diálogo por escrito (de esos que históricamente se daban en la correspondencia, con largos monólogos de los dos lados y mucho tiempo entre pregunta y respuesta; y que ahora, con el correo electrónico o el chat se han convertido en verdaderos diálogos instantáneos que, sin embargo, no son orales sino escritos). La entrevista al escritor griego Markaris que aparece en esta sección se hizo de esa forma y es evidente que se trata de otro tipo de texto porque ambos interlocutores pueden revisar y redactar cuidadosamente el discurso: es un diálogo pero sin ninguna espontaneidad.

Las entrevistas que hice a Michael Cunningham y a Joyce Carol Oates fueron las que armé con mayor facilidad: los dos eran autores que yo había leído mucho y la comunicación con ellos (aunque fuera a la distancia) me dio la oportunidad de despejar dudas que siempre había tenido. El caso de Amos Oz fue diferente: tuve el tiempo suficiente para leer tres novelas antes de sentarme a hablar con él pero Oz era un autor que yo conocía solo de nombre y que no volví a leer. En la comunicación con él, me pareció importante tocar también temas políticos (sobre todo, el problema Israel/Palestina). Mi conclusión es que las entrevistas que se preparan sin tener una familiaridad completa con el autor son menos satisfactorias pero entiendo que a veces un suplemento no cuenta con el entrevistador adecuado.

La entrevista a Petros Markaris y la que le hice a Joyce Carol Oates se hicieron por correo electrónico. Yo había leído a Markaris casi completo y me entusiasmó la idea de entrevistarlo por dos razones diferentes: me gusta su literatura policial y hay enormes similaridades entre la crisis económica en Grecia, retratada en sus últimos libros y lo que sucedió en mi país, Argentina, en 2001-2002. Markaris escribió sus respuestas con cuidado y yo las traduje. Hubo repreguntas y varias etapas de “charla”. Por supuesto, imposible decir nada sobre la forma en que habla, su tono, sus gestos.

Como siempre me he dedicado a la literatura extranjera, tuve pocas posibilidades de hacer entrevistas cara a cara, con grabador en mano. En esta selección, fueron de ese tipo las que les hice a E. Annie Proulx, a José Saramago (unos años antes de que fuera Premio Nobel) y tres que realicé a autores amerindios estadounidenses. La de Proulx y Saramago se hicieron cuando ambos vinieron a la Feria del Libro de Buenos Aires. Las últimas tres (resumidas y acortadas en la nota que se publica aquí) en Albuquerque, Nuevo México, cuando yo fui al congreso de la NALS (Asociación: Native American Literatures Studies) en 2010, con ayuda de una beca de la Universidad de Buenos Aires.

Cuando se hace cara a cara, la comunicación es muy diferente y eso se nota en las notas. Además del tono de voz, el ritmo de la charla y las pausas, que también pueden notarse en el teléfono, hay gestos, miradas, movimientos que serían imperceptibles sin la presencia del entrevistado en la habitación. Eso pesa en la redacción de la nota porque, por lo menos en mi caso, yo creo importante transmitir ese tipo de detalles para completar una imagen del “personaje”.

Destaco en particular dos de las entrevistas: la de José Saramago y la que le hice a Simon Ortiz, el poeta acoma pueblo. Entrevisté a Saramago como lectora apasionada de sus novelas. Él todavía no había recibido el Nóbel pero se oía su nombre cada vez que lo entregaban. La verdad es que me dio miedo entrevistarlo porque aunque había leído su obra de principio a fin (en ese momento estaba escribiendo Ensayo sobre la ceguera), no sabía (ni sé) casi nada de Portugal y por lo tanto sentía que me faltaban tanto el idioma del original como el contexto. Nunca voy a olvidar su amabilidad, su humildad, su sonrisa, y la forma en que hablaba, tan parecida a su manera de escribir. En cuanto a Simon Ortiz, a quien después traduje y con quien sigo en contacto por mail, publiqué la entrevista casi entera como prólogo a la traducción de su libro “Un buen viaje”. Tampoco en ese caso voy a olvidar su deseo de llegar al otro, su preocupación por explicar en profundidad, sus pausas largas (que yo no toleraba y siempre interrumpía, cosa que ahora lamento), la hondura enorme de pensamiento.

Para terminar de describir el trabajo que se hace en una entrevista, habría que agregar que la entrevista en sí misma no es más que el principio. Después de hacerla, el redactor o redactora tiene que transcribirla, traducirla (en algunos casos) y adaptarla al espacio disponible en la publicación. En ese sentido, la nota que se refiere a los autores amerindios estadounidenses es diferente a todas las demás. En ese caso, como no me dieron el espacio suficiente para publicar las tres entrevistas por separado (no hay demasiado interés en estos autores, desconocidos en Argentina), no tuve más remedio que hacer un resumen y combinar las tres. En sí mismo, eso dice mucho sobre quiénes consiguen espacio en los diarios y quiénes no y sobre el rol de los diarios en la formación del canon.

NOTAS

Amos Oz: el hebreo como instrumento musical

Cuando afirma que todos los habitantes de Israel viven la historia como experiencia personal, sabe lo que dice. Nació en Jerusalén en 1939, cuando su país estaba todavía bajo mandato británico, y dice que las primeras palabras que aprendió en inglés fueron “British, go home”. Sus padres eran refugiados de Lituania y Ucrania. Su madre se suicidó cuando él tenía doce años. Tres años después, Amos Oz se cambió de nombre y se fue a vivir a un kibutz. Estuvo en las guerras de 1967 y 1973 y vive desde hace años en Arad, un pueblo en el que, según dice, se escucha el español de los argentinos.

P: La historia y el momento histórico aparecen siempre en sus novelas. ¿Cuál es para usted la relación entre historia y literatura?

R: No creo que pueda definirla, pero diría que, en mi país, no hay línea divisoria entre lo público y lo privado. En Israel, la historia se vive como experiencia personal. Todos son refugiados y sobrevivientes o hijos de sobrevivientes y refugiados. Pero si tuviera que definir sobre qué escribo, diría que no es sobre historia sino sobre la familia. Para mí, la familia es la institución más misteriosa, emocionante y paradójica del mundo. Pero las familias tienen mucho que ver con la historia...

P: ¿Definiría su literatura como “realista”?

R: No es mi trabajo definir mi literatura, pero no la llamaría “realista”. Habría que buscar otro nombre: para mí no hay línea divisoria entre realidad y fantasía. Ambas son parte de la misma experiencia cotidiana.

P: Ya que hablamos de experiencias, ¿la suya en el kibutz marcó su trabajo?

R: Sí, pero no escribo sobre los kibutz. No soy sociólogo. En Un descanso verdadero, el kibutz es sólo un telón de fondo. Repito: yo escribo pequeñas historias de familia. Aunque es cierto que ante el esfuerzo del kibutz por cambiar la naturaleza y el ser humano, mi reacción es una mezcla de ironía y admiración.

P: El kibutz y los pueblos del desierto son parte de una nación. ¿Sus libros pertenecen a una literatura nacional?

R: No. Yo escribo dentro de la tradición de un idioma. El hebreo es mi instrumento musical. No creo que mis novelas sean afirmaciones sobre el estado de la nación. Son música de cámara. Pero están escritas en hebreo y el hebreo evoca cierto conglomerado de sensibilidades: recuerdos colectivos, una cultura, una herencia, una mentalidad.

P: ¿Una cultura? En todo caso, una cultura muy heterogénea.

R: Cierto. En Israel, hay un común denominador pero también enormes diferencias. Los judíos vinieron desde ciento treinta y seis países y tienen una relación amor-odio con su país de origen. Y con el nuevo país. Para mí, Israel es una gran polifonía. Mire, yo diría con una sonrisa que Israel no es una nación. Es una ruidosa colección de discusiones a gritos. Somos seis millones de Primeros Ministros, seis millones de profetas, seis millones de Mesías. Todo el mundo está gritando. Nadie escucha. Excepto yo, que me gano la vida escuchando.

P: ¿Qué piensa usted sobre la situación de Israel?

R: Ah, con respecto a eso, quiero compartir con ustedes las buenas noticias. Hoy en día, los judíos israelíes y los árabes palestinos saben exactamente cómo va a terminar este conflicto: con una partición en dos estados. Todos lo saben, incluso los que odian y rechazan esa idea. Por primera vez en cien años, los pueblos están delante de los líderes. El paciente está listo para la cirugía pero los médicos son cobardes.

P: ¿Usted cree que los líderes van a aceptar esa solución?

R: Personalmente, me gustaría ver al señor Sharon y al señor Arafat juntos en el infierno. Creo que son un desastre para su gente. Y si ellos no aceptan, aceptarán los próximos líderes. No tengo la fecha exacta pero puedo afirmar que cuando esto termine, va a haber dos estados soberanos viviendo uno al lado del otro, sin amor pero en paz. Mire, no hay otra alternativa. Hay cinco millones de judíos en este país y no se van a ir a ninguna parte; hay tres o cuatro millones de palestinos que tampoco piensan irse. No pueden convertirse en una sola familia así que van a tener que vivir como vecinos. Es muy simple.

P: ¿Y hay ya una generación de líderes preparados para eso?

R: No tengo dudas de que los líderes están ya entre nosotros. No le puedo dar los nombres. No los conozco. Nadie sabe quién va a ser el héroe. Ni siquiera el héroe lo sabe pero cuando llega el momento, la persona indicada está ahí. Mejor dicho, las dos personas. Hacen falta dos. Hay un proverbio árabe que hay que recordar cuando se habla de paz: “si quieres aplaudir, necesitas dos manos”.

P: ¿Usted cree que sus novelas sirven al proceso de paz, que ayudan?

R: No. En las novelas, quiero contar una historia. Cuando quiero ayudar, escribo un ensayo político y le digo a mi gobierno que se vaya al diablo. Por desgracia, no me hacen caso. Así que ni siquiera los ensayos ayudan mucho. Yo no escribo literatura para cambiar nada. No creo que la literatura sea un arma. Escribir una historia es una ocupación completamente distinta de la de decirle al gobierno que se vaya al diablo. Una misma persona puede ser un excelente ginecólogo y un estupendo amante. Pero no al mismo tiempo.

P: En este momento, hay judíos argentinos se están mudando a Israel por la crisis económica (Esta entrevista se hizo en 2002).

R: Lo sé. Incluso llegaron a mi pueblo, en Arad. Y ahí los recibió un grupo de argentinos que vino en la década de 1970, huyendo de la dictadura. Así que en Arad, tenemos una sociedad argentina de dos capas. El idioma argentino se oye bastante en nuestras calles.

P: ¿Cree usted que sus libros están relacionados con los de otros escritores judíos de la diáspora, Malamud, Bellow, Singer?

R: No. Mis libros están dentro de la tradición hebrea. Los escritores judíos que escriben en otros idiomas son sólo primos segundos. Tal vez podría decir que tal vez comparto con ellos una fascinación por la comedia de familia. Pero no me veo como parte de un grupo internacional de escritores judíos.

P: En sus obras hay un gran interés por las relaciones entre los individuos y la comunidad. A veces, aparece incluso un narrador en primera persona plural, un “nosotros”.

R: En mis novelas, el “nosotros” es siempre humorístico, cómico. En cuanto a las relaciones entre individuo y comunidad, John Donne, el poeta inglés dijo: “ningún hombre es una isla”. Mi humilde contribución a esa frase sería “pero todo ser humano es una península”. Usted, yo, todos estamos relacionados en parte con la familia, la sociedad, la religión, el país, y en parte, miramos hacia el océano, hacia el silencio. Así que: “ningún hombre es una isla y todos los seres humanos son una península”. Yo escribo sobre los seres humanos como penínsulas.

P: En sus novelas, hay momentos en los que se hace una enumeración de escenas de la comunidad, como una especie de panorámicas del grupo.

R: Sí, claro. A veces, mis personajes y yo estamos pensando en lo que nos hace a todos parte de algo y otras veces nos concentramos en lo que nos hace únicos y solitarios. Las enumeraciones pertenecen al primer momento pero hay una relación dialéctica entre los dos. Después de todo, cuando pasamos mucho tiempo en soledad, deseamos estar con otros y cuando pasamos mucho tiempo con otros, queremos que nos dejen solos. Ésa es la comedia humana como yo la entiendo.

P: Entonces, respecto de las relaciones humanas, sus obras están emparentadas con las ideas de Martin Buber.

R: Sí. Se puede decir que los tipos de relaciones humanas de los que habla Buber —las relaciones tipo yo-eso y las tipo yo-tú—tienen mucha importancia en algunos de mis trabajos. La posibilidad de que dos seres humanos se miren directamente a los ojos y se escuchen —de que tengan una relación yo-tú— es un milagro. En general, cuando dos personas hablan, aunque estén enamoradas, no se están escuchando. Por eso un diálogo real, un momento de verdadero encuentro, es un milagro.

P: Me da la impresión de que, en sus libros, los personajes capaces de escuchar nunca son jóvenes.

R: No creo que tenga que ver con la edad sino con el dolor y el sufrimiento. El sufrimiento es el común denominador de toda la literatura mundial. Es el lenguaje que comprende todo ser humano. Alguna gente que ha sufrido mucho se vuelve más capaz de escuchar. Otra gente, menos. A veces, no siempre, el dolor y el sufrimiento nos enseñan a escuchar.

P: Otra característica de sus novelas es la aparición de pequeños cuentos muy intensos, un poco al margen del argumento principal. Por ejemplo, me acuerdo de uno sobre un mono en No digas noche.

R: Para mí, esas historias están profundamente relacionadas con la principal pero no en el sentido del argumento. No quiero describir la relación pero es importante. El mono de Nigeria y el chico muerto en la pequeña ciudad israelí están relacionados, muy relacionados. Yo creo que existe una red de relaciones entre la gente, y no pasa necesariamente por el argumento.

P: ¿Y el espacio? ¿No tiene un papel semejante en sus novelas?

R: Ah, sí. Para mí, las montañas, los desiertos, el mar, la noche y el día son personajes. Yo veo cierta analogía entre un hombre y un mono y una noche en el desierto; o entre una mujer, una mañana de invierno y el viento. Hay analogías en todas partes, no sólo entre los seres humanos sino también entre nosotros y el resto del universo. Incluso en términos del universo, somos penínsulas. Tenemos cierta parte que está inclinada hacia el desierto o hacia el océano o hacia las montañas. O hacia los cielos nocturnos.

P: Sus historias están contadas por muchas voces y narradores. ¿Esto tiene que ver con una idea sobre la verdad?

R: ¿Recuerda cuando dije que mis obras son música de cámara? Yo escribo tríos o cuartetos o quintetos. Polifonías. En general, no hay un único protagonista en mis novelas. Tal vez también tiene que ver con mi idea de la democracia. Nadie debe ser el dueño absoluto de la historia. Los cambios en el punto de vista están relacionados con cierta forma de relativismo, con una coexistencia de diferentes versiones. Por ejemplo, si escribo acerca de un matrimonio como en No digas noche, habrá más que dos puntos de vista en esa historia. El marido va a traer al juego a sus padres, muertos o vivos, y a sus abuelos. Lo mismo hará su mujer. Cada vez que una mujer y un hombre hacen el amor, es una orgía. Yo escribo sobre orgías en las que toman parte innumerables fantasmas.

P: En su última novela, El mismo mar, aparece un nuevo tipo de narrador. ¿Cree usted que en realidad estuvo ahí siempre?

R: No estoy seguro: en El mismo mar, aparezco yo muy explícitamente, con mi nombre. Soy un personaje menor, sin demasiada importancia en la polifonía de la novela pero soy una presencia concreta.

P: ¿Le parece que ese narrador va a reaparecer en sus próximos libros?

R: Sospecho que la respuesta es sí. En mi último libro, Una historia de amor y oscuridad, una novela autobiográfica que salió aquí hace tres semanas, ese narrador está vivito y coleando.

E. Annie Proulx: casi nadie escribe sobre el campo

Como autora, empezó a escribir tarde, a los cincuenta años pero fue la primera mujer en ganar el PEN/ Faulkner Award en 1992. Leerla es explorar regiones completas desde los rincones menos afortunados y menos conocidos, tal vez los rincones que más necesitan que alguien los cuente. Sus historias dicen vidas pequeñas, rurales, sufridas y las dicen desde la luminosidad intensa de algunos momentos cotidianos: el descubrimiento del amor o del espanto, el renacimiento de la esperanza.

En la entrevista, habló en un inglés pensado, cuidadoso, que analizaba la respuesta palabra por palabra. Como en sus libros, sus ideas llegaban una tras otra en un ritmo tranquilo y emocionante; como en sus libros, bajo la superficie del lenguaje, ella contaba el mundo, lo interrogaba.

En sus libros, usted explora Texas, Wyoming, Terranova… ¿Qué función tiene la geografía en ellos?

La geografía es muy importante para mí. Es el principio de la historia. Sobre todo si estoy trabajando en una novela, lo primero que hago es estudiar el paisaje, estar en él, viajar por él, averiguar sobre el clima, la geología, el agua. Las vidas de los personajes tienen que ver con la geografía. Es de la mayor importancia saber qué come la gente ahí, qué hace para vivir, cómo se comporta, sus horarios…

Entonces, ¿usted viaja a los lugares sobre los que va a escribir?

Sí. Cuando quiero escribir sobre un lugar, voy y me quedo un tiempo. En general, es un lugar que visité antes. Por ejemplo, en Un as en la manga, yo había estado viajando por el país y había cruzado esa zona de Texas muchas veces. Me interesó que hubiera muchas casas viejas medio derruidas, muchos árboles rotos, maquinaria agrícola abandonada…, y también molinos rotos. Decidí que quería escribir una historia sobre ese lugar, alquilé una casa a un ranchero y me quedé unos seis meses.

Y también estudia el dialecto local, que se pierde un poco en la traducción.

Sí, sí.

A mí me parece que sus libros están trazando un mapa de su país…

Tal vez. Muchas veces, hasta hago un mapita del área...

En Atando cabos y Un as en la manga, los protagonistas son personas que llegan a un lugar y se adaptan lentamente… ¿Es ésa una historia en la que usted está especialmente interesada?

Creo que tal vez está relacionada con mi familia. La familia de mi padre bajó desde el Canadá francés a los Estados Unidos. Conseguir que la aceptaran aquí fue un proceso de generaciones así que soy sensible a los problemas y dificultades de los inmigrantes.

¿Cree usted que la migración es un tema importante? A nivel mundial…

Es muy, muy importante. En Los crímenes del acordeón, hay siete, ocho, nueve personajes que vienen desde diferentes países a los Estados Unidos.

Otro de los problemas mundiales es la ecología. En Un as en la manga, se manipula a los cerdos para que aumenten de peso hasta que se les quiebran las patas. ¿Le interesa la ecología?

(Tarda en contestar). Sí, claro, pero usted apunta a algo interesante… Yo soy muy consciente de la variedad tremenda que hay entre los lectores… Dependo de que ellos traigan sus propias experiencias, observaciones e intereses a la historia, de que la completen con cosas que no se dicen tan abiertamente. Así que sí, ahí se sugiere que ya destruimos grandes espacios de Norte América y el mundo…, pero yo dejo que los lectores sigan por sí mismos ese tema. Así que si usted ve, en mis libros, un interés en la ecología, eso me dice que usted está interesada en eso.

Sí, claro, pero las escenas están ahí… Creo que algo parecido pasa con otra característica de su ficción: esas pequeñas historias que nunca se completan, que no terminan… ¿Las escribe concientemente? ¿Por qué?

(Piensa). Sí, es un proceso conciente porque creo que es un reflejo de nuestras vidas… Todos tenemos encuentros y hacemos amigos y conocemos gente cuyas historias no terminan, desaparecen frente a nosotros, especialmente si uno se está moviendo. Y sí, eso también queda en manos de los lectores. Además, para mí es realmente divertido no terminar las historias…

Sus libros tienen detalles muy exactos de tecnología y se preocupan por problemas prácticos y soluciones prácticas…

Personalmente, a mí me gusta leer libros que explican cómo se arreglan las cosas o cómo funcionan. Estoy muy interesada en el trabajo físico así que le doy un buen lugar en mis libros.

Cuando usted va a escribir sobre algo…, digamos, sobre barcos en Atando cabos, ¿investiga al respecto o elige el tema porque ya lo conoce?

No, yo investigo… Nunca me gustó el consejo que le dio esa profesora de la secundaria a Hemingway, cuando le dijo que hay que escribir siempre sobre lo que se conoce. Para mí tiene que ser al revés: hay que conocer lo que se escribe.

Por eso, sus novelas tocan un abanico de temas: agricultura, carpintería, navegación…

Para mí, ésa es una de las alegrías de la vida: averiguar cómo funcionan las cosas.

¿Hay alguna razón por la que sus personajes viven en el campo o en pueblos chicos?

Hasta hace muy poco, yo viví casi siempre en lugares rurales. Solamente viví dos veces en ciudades grandes a los veintitantos, más o menos, durante un año en cada caso… Y siempre sentí que los centros de poder, donde está la gente que toma las decisiones, son muy crueles con los lugares rurales. Yo trato de explicar cómo son las cosas en el campo a un noventa por ciento de los lectores, porque los lectores son urbanos en un noventa por ciento. No hay mucha gente que escriba sobre lo rural.

Cierto… La ciudad es el sitio de los siglos XX y XXI.

Sí, el campo es exótico para nosotros…

Exótico es la palabra perfecta, pero hay algo que une lo rural y lo urbano en sus libros: el dinero.

Bueno, yo escribo sobre los Estados Unidos, ¿no? Donde el dinero es muy, muy importante.

¿Y la violencia? Es fundamental en muchos de sus libros. En el Wyoming de Brokeback Mountain, por ejemplo…

De nuevo, este país tiene una historia muy, muy larga de violencia, sobre todo en el Oeste. El Oeste no está totalmente civilizado… La gente de Wyoming sigue orgullosa de su pasado violento, cuando gobernaban los fuera de la ley, los violentos, los que hacían justicia por mano propia… Habría sido muy raro que no hubiera violencia… Está ahí en la vida así que está ahí en el libro.

Sí, pero también hay violencia en Atando cabos, y en Los crímenes del acordeón, que no transcurren en el Oeste.

Ésa es la violencia de la gente que llegó primero contra los que vinieron después… Son los crímenes contra los recién llegados…

Y es la historia de los inmigrantes en todas partes… Ya que hablamos de discriminación… ¿Qué piensa de Obama en la presidencia? ¿Esperaba algo así en los Estados Unidos?

No. Lo deseaba pero no lo esperaba. Para nada. Creo que hubo una cantidad de personas que empezó a creer que podía pasar y pasó… No parecía posible… De todos modos, no sabemos si es solamente una anomalía o algo permanente…

Para volver a la literatura, Los crímenes del acordeón es una novela distinta en su literatura. Lo que está en el centro es el tiempo y no el espacio. Es casi una historia de los Estados Unidos en el siglo XX… ¿La pensó de esa forma?

(Piensa un momento). En cierta forma, una forma chiquita, lo que usted dice es absolutamente exacto… Me parece una observación muy perceptiva de su parte. No creo que lo haya notado nadie, además de mí misma.

Si es una historia del último siglo en los Estados Unidos, tiene sentido que muchos relatos queden sin terminar…, todo está inacabado todavía.

Totalmente cierto.

Hay otra razón por la que esa novela es distinta de las demás y es la reflexión sobre el arte. ¿Escribió usted sobre arte en otros libros?

Sí, publiqué una serie de ensayos sobre fotografía y pintores estadounidenses en The Guardian. Mi madre era pintora y siempre me pareció que la vida es más deliciosa si se sabe algo sobre su lado creativo.

Pero en su ficción no es común encontrar personajes con tendencias artísticas, excepto los músicos del Acordeón.

Tiene razón. En esa novela, yo tenía una buena oportunidad para mencionar a los músicos y asociarlos con el instrumento. Era muy natural hacerlo.

¿Cree que el arte es una forma de explorar la historia, la geografía, la identidad, la violencia…?

Creo que sí, si se cuenta a la literatura como una de las artes…

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9788491341727
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