Kitabı oku: «Tocado y transformado», sayfa 2
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JACOB USA EL ENGAÑO PARA CONSEGUIR
LA BENDICIÓN
“Aconteció que cuando Isaac envejeció dijo…
Hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo,
y comeré, para que te bendiga antes que muera”
Gn. 27:4
¡Jacob había conseguido la primogenitura y ahora quiso conseguir la bendición! En esta empresa tuvo una aliada, su madre. Rebeca conspiró con él para engañar al padre y robar al hermano: “Ve ahora al ganado, y tráeme de allí dos buenos cabritos de las cabras, y haré de ellos viandas para tu padre, como a él le gusta; y tú las llevarás a tu padre, y comerá, para que él te bendiga antes de su muerte” (vs. 9-10). ¡Muy bonito! ¿Cómo puede amar Dios a una persona así? “Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Romanos 9:13).Tiene que ser uno de los versículos más difíciles de entender en toda la Escritura. ¿Dios es injusto? ¿Puede odiar a una persona? ¿Prefiere al que hace lo malo antes que a la víctima? La única conclusión a la cual podemos llegar es que este texto es una manera muy humana de decir que Dios es soberano. No es arbitrario. No es incomprensible. A la hora de la verdad prefiere a alguien que valora su bendición más que a alguien que no, aun si esa persona está cargada de pecado. El peor pecador, aunque robe, engañe y mienta para conseguir la bendición de Dios, puede conseguirla, pero no sin pasar por una disciplina muy fuerte. En el camino, Dios hará justicia. Pero siempre premia al que le busca de todo corazón, aunque esa persona sea abominable. Este es el evangelio.
Tú eres malo. Pero deseas a Dios de todo corazón y no sabes exactamente cómo llegar a Él. Temes que te vaya a despreciar porque no eres digno, ¡pero no te desesperes! Dios ama al pecador que le busca, y Jacob es la prueba.
Conocemos el resto de la historia. Lo único que le preocupaba a Jacob era ser descubierto. Al cual le contesta su madre: “Hijo mío, sea sobre mí tu maldición” (v. 13). Efectivamente, la maldición cayó sobre ella, pero no en aquel momento. Dios también hizo justicia con ella. Cuando el complot fue descubierto, su madre le avisó y Jacob tuvo que huir para salvar su vida de la ira de su hermano. Estuvo fuera muchos años y, cuando volvió, su madre ya había muerto. Rebeca no volvió a ver más al hijo a quien tanto amaba.
Estas historias son muy duras, como la vida misma. No son cuentos de hadas. Al contrario, nos horrorizamos por la falta de integridad de estos personajes hasta que nos damos cuenta de que no somos mejores. El único bueno, justo y perfecto de la película es Dios. Nos preguntamos: “¿Cómo puede amarnos dado cómo somos?” ¡El género humano está podrido hasta la médula! Todo lo que hacemos está corrompido por nuestro egoísmo. Esto hace que nos maravillemos aún más cuando pensamos en el deseo del Señor Jesús de sacrificarse por amor a nosotros. No tiene explicación.
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LA BENDICIÓN
“Isaac se acercó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le bendijo, diciendo: Dios, pues, te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto; sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren”
Gn. 27:27-29
“La bendición” no son meras palabras. Tampoco es magia. No conlleva poderes especiales, ni la capacidad para hacerse realidad. El poder de su cumplimiento no procedió de Isaac. La bendición era una profecía inspirada por el Espíritu Santo acerca de lo que Dios iba a ser para Jacob y sus descendientes los judíos a lo largo de la historia. Era como la bendición que Zacarías pronunció sobre su hijo Juan el Bautista en el tiempo de su nacimiento: “Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc. 1:76-80). Es una profecía de Dios y, como toda profecía, se cumple no porque el que la escucha tiene fe, ni porque la persona que la pronunció puede hacer que ocurra, sino porque Dios lo ha dicho. Es Palabra de Dios. Lo que Él dice, lo hará: “Yo vigilo sobre mi palabra para que se cumpla” (Jer. 1:12; BTX).
Lo que Dios prometió a Jacob fueron riquezas y poder (vs. 28-29). También le prometió que los judíos dominarían sobre las naciones vecinas (v. 29). Y también que aquellas que se alinearan con Israel serían bendecidas por Dios y que las que se opusieran serían malditas (v. 29). Son promesas y profecías de largo alcance.
La historia ha mostrado la veracidad de esta profecía. ¿Dónde están los amorreos, los heteos, los ferezeos, los jubuseos y los heveos hoy día? Han desaparecido juntamente con otros pueblos e imperios. Muchas de las naciones mencionadas en el Antiguo Testamento han desaparecido, pero Israel permanece aun a pesar de feroces persecuciones desde el tiempo de la conquista de Asiria hasta el holocausto en la Alemania de Hitler y la Guerra de los Siete Días (que Israel ganó a pesar de no tener ninguna posibilidad de victoria). En 1948, Israel se restableció como nación y continuará existiendo como tal hasta el final de los tiempos.
Jacob conocía el valor de la bendición y la buscó usando el engaño y la mentira. La consiguió mostrando una terrible falta de respeto a su padre, defraudando a su hermano y dividiendo a la familia. ¡Y Dios se la dio!
Preguntémonos: ¿Merezco yo las bendiciones que tengo en Cristo? ¿Cómo las he conseguido? ¿Sé cuáles son? ¿Las valoro?
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JACOB HUYE
“Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán”
Gn. 27:42-43
Rebeca continúa controlando y manipulando a su marido Isaac. Como pretexto para conseguir que acepte su plan, le convence de que Jacob necesita casarse con una mujer creyente y de que, para buscarse esposa, debería ir a la familia de su hermano en Harán, en un viaje de unos 800 km. Lo que realmente quiere es ayudarle a escapar de la ira de su hermano. Utiliza a Dios para fines propios. Isaac es convencido y envía a Jacob a casa de Labán con su bendición: “Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; y te dé la bendición de Abraham, a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham” (28:3, 4). Cuando Esaú se dio cuenta de que sus padres no estaban contentos con sus esposas paganas, pensó agradarles tomando otra esposa que fue la hija de Ismael, hermano de su padre. Así que la línea de Esaú se mezcló con la línea de Ismael, mientras el linaje de Jacob descendería de los parientes de Abraham en Harán.
“Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán” (v. 10). Al dejar la tierra de la promesa, Dios se le apareció a Jacob en sueños para ratificarle personalmente la promesa que había hecho a Abraham e Isaac. Dios es un Dios personal. No es suficiente creer en el Dios de tus padres y abuelos. Él tiene que ser tu Dios también; y, a este fin, Dios se manifestó a Jacob para ratificar el pacto que había hecho con su padre y su abuelo. Dios tomó la iniciativa en este encuentro. Jacob no le estaba buscando en aquel momento aunque, de manera carnal, ya había mostrado que quería la heredad y la bendición divinas. Ahora Dios viene a él. Es su primer encuentro con Dios: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella” (v. 12). Dios se revela como el Dios de Abraham e Isaac. Años más tarde, Dios se revelará como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y se quedará con este nombre para siempre; pero ahora Jacob tiene que llegar a conocerle. Él es el Dios que viene a nosotros a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa y se nos revela como acto soberano de su gracia. Fue fiel a su promesa a Abraham de ser su Dios y el de sus descendientes después de él; ahora viene a su nieto, Jacob.
“Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y tu descendencia” (v. 13). Dios prometió la tierra a Abraham. Vivía en ella como extranjero, siendo dueño solo de la tumba donde enterró a Sara. Su hijo Isaac vivió en la tierra, también como extranjero y peregrino. Jacob había nacido allí e iba a heredar todo cuanto tenía Isaac, y ahora Dios le ratifica la promesa. ¿Promete Dios y no da? Periódicamente repite la promesa para refrescar nuestra memoria, porque tarda en venir. ¡Lo que realmente había prometido a Abraham fue que iba a heredar el mundo! (Ro. 4:13); pero aquella promesa, por su misma naturaleza, solo puede cumplirse después del retorno de Cristo. Dios no da menos de lo prometido, sino más; pero de forma diferente de lo que nosotros pensamos.
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JACOB EN BET-EL
“Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra,
y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios
que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba
en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado
te la daré a ti y tu descendencia. Será tu descendencia
como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente,
al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra
serán benditas en ti y en tu simiente”
Gn. 28:12, 14
Allí en Bet-el, huyendo de su hermano por haberle despojado de lo más valioso que tenía, lejos de su hogar, emprendiendo un viaje que le llevaría al lugar donde Dios trabajaría su carácter por medio de alguien aún más engañador que él, Dios se aparece al solitario viajero. Fue su primera noche fuera de casa. Se acostó en tierra con una piedra por almohada y tuvo una visión. En ella, Dios le prometió abundancia de descendientes y que todo el mundo sería bendecido por medio de uno de ellos, Jesús, quien iba a traer salvación y vida eterna a todos los que deseen recibirla de toda nación, pueblo y lengua de la tierra por medio de Él. Él es la escalera que sube al cielo, el enlace entre Dios y el hombre: “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tu eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1:49-51).
Jesús es la Puerta al Cielo, es el Camino que nos conduce allí, es la escalera para subir a Dios: nadie viene al Padre si no es por Él (Juan 14:6). Es el único acceso. Él es quien nos pone en contacto con Dios, nos mantiene en comunión con Él, y al final nos llevará para estar con Él. Nos abre la puerta al mundo invisible. En Él tenemos el Cielo abierto y acceso al Padre. Descendió del Cielo para abrirnos el Cielo, y es lo que estaba haciendo por Jacob allí en Betel.
“He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (v. 15). Dios va a guardar su salida y su entrada (Salmo 121:8), tal como lo hace con cada uno de nosotros en nuestro peregrinaje. No nos dejará hasta no cumplir todo lo que nos ha prometido. Jacob estará fuera durante muchos años. Muchas cosas le pasarán. Será tratado injustamente, será odiado, su corazón será quebrantado, y perderá lo que más amaba antes de volver a casa; buscarán su vida para matarle; pero, todo el tiempo, Dios estará con él, guardándole. Por la gracia y la misericordia de Dios, Jacob volverá un día a la tierra que ahora está abandonando por su pecado, pero no será el mismo Jacob. Dios habrá tratado con el pecado en él, pero sin destruirle.
Dios ha prometido a Jacob la tierra y muchos descendientes, que bendecirá a todo el mundo por medio de uno de ellos y que estará con él en su peregrinaje y lo traerá de nuevo a la tierra prometida. ¿Qué más podía pedir? La bendición que su padre había pronunciado sobre él fue real. Y también lo es el Dios de su padre.
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MÁS CERCA, OH DIOS, DE TI
“Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar. Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella”
Gn. 28:11-13
¡Más cerca, oh Dios, de Ti, más cerca, sí!
Aunque una dura cruz me levanta a mí,
será mi canto aquí: Más cerca, oh Dios, de ti.
¡Más cerca, sí!
Y si cual Israel, rendido el pie,
en piedra de Betel, me recosté,
en sueños aún te vi, y estuve junto a ti.
¡Más cerca, sí!
La escala sigo yo, que al cielo va;
por gozo o por dolor, quiero ir allá.
Un ángel venga a mí, para ir con él a ti.
¡Más cerca, sí!
Y luego al despertar, te alabaré;
de gracias un altar, levantaré.
Mi corazón allí, más cerca está de ti.
¡Más cerca, sí!
Y cuando al fenecer, volando allá
con inmortal placer, te vea, ya.
Mi canto será allí: Más cerca, oh Dios, de ti.
¡Más cerca, sí!
Himnario de las Iglesias Evangélicas en España, pág. 130
No sabemos si lo que Jacob quería era estar más cerca de Dios o solamente tener la bendición de Dios; sospechamos que esto último. ¡Poco soñaría lo que ésta le iba a costar! Tendría que estar veinte años fuera de casa siendo engañado y maltratado, enfrentarse con la muerte y, finalmente, con Dios mismo, en una batalla de lucha libre. ¡Nunca estuvo Dios más cerca de él que cuando luchó con él para llevarle al extremo de sí mismo! Pues lo que nos separa de Dios no es el espacio, sino nuestro carácter pecaminoso; y, si queremos estar cerca de Dios, Él mismo tiene que tocarnos y cambiarnos; doloroso proceso, pero esto sí nos lleva más cerca de Él. Cantemos la primera estrofa con esto en mente.
9
JACOB CONOCE A RAQUEL
“Siguió luego Jacob su camino, y fue a la tierra de los orientales. Y miró, y vio un pozo en el campo”
Gn. 29:1-2
Jacob llegó a Padan-aram y Dios lo tenía todo preparado para su llegada. Preguntó por su tío Labán y, mientras aun hablaba, he aquí apareció su hija Raquel, ¡la esposa que había venido a buscar! Ella vino al pozo para abrevar a sus ovejas porque era pastora. Jacob quitó la piedra de la boca del pozo y le ayudó a darles de beber. “Y Jacob besó a Raquel y alzo su voz y lloró” (v. 11). Para él era demasiada emoción contenida y estalló en llanto. Se había terminado el largo viaje y Dios le había conducido justo a la familia de su tío. Raquel notificó su llegada a su padre y Labán “corrió a recibirlo, y lo abrazó, y lo besó, y lo trajo a su casa” (v. 13).
Después de trabajar para él durante un mes, Labán le preguntó qué quería que le pagase por su trabajo y Jacob contestó que trabajaría siete años a cambio de Raquel, porque se había enamorado de ella, pues “Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer” (v.17). Labán tenía dos hijas, pero la mayor no era guapa como su hermana menor. Así que Jacob trabajó siete años para conseguir a Raquel por esposa. Tanto la quería que el tiempo pasó volando.
Durante siete largos años, Labán fue afable con Jacob, sabiendo todo el tiempo que le iba a engañar. Detrás de su trato amable hacia su sobrino escondía un plan cruel que le traería sufrimiento a este durante toda la vida. Jacob había engañado a su hermano y ahora Labán le iba a engañar a él. Dios pone a gente en nuestras vidas para devolvernos lo que nos merecemos. Cosechamos lo que sembramos. Tenemos que encontrar a personas tan embusteras como nosotros para quebrantarnos y ser transformados. Jacob estaba en la línea de la bendición, ¡y esto era parte integral de la bendición! Ahora Dios estaba trabajando su carácter para hacer de él una persona honesta. La disciplina de Dios es dolorosa; no nos deja con nuestros hábitos pecaminosos. Nos tiene que cambiar. De eso se trata la vida: de conocer a Dios y cambiar. Jacob tenía dos asignaturas pendientes, ¡pero Dios estaba en ello!
Después del maravilloso banquete de bodas que, sin duda, fue acompañado con mucha bebida, en la oscuridad de la noche, escondida detrás del velo que le cubría la cara, estaba Lea, la otra hija de Labán, la no muy agraciada. La luz de la mañana reveló lo que Labán había hecho; ¡Jacob había dormido con la mayor!, la no amada; pero ya era tarde, el matrimonio ya se había consumado.
Jacob se puso furioso. El engañador había sido engañado. Parece que había heredado el carácter de su tío. Su madre era igual. El engaño fue el pecado por excelencia de la familia. Ahora tendría que trabajar otros siete años para conseguir a Raquel. Lo hizo, y finalmente se casó con el amor de su vida. Ahora Jacob tenía dos esposas, una a la que amaba y otra a la que no. El quebrantamiento de corazón y el sufrimiento estaban de camino.
Pregunta para reflexionar: ¿Me veo reflejado en algunas de las personas que Dios ha traído a mi vida?
10
¡DOS ESPOSAS!
“Y dio Labán a Raquel su hija su sierva Bilha por criada.
Se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea”
Gn. 29:29-30
Al meditar en esta historia pueden surgir ciertas preguntas, por ejemplo: ¿Apoya la Biblia la poligamia? No. La hace constar como hecho histórico y relata los resultados trágicos que produce. ¡Dios usó la poligamia para dar origen a las doce tribus de Israel! ¿Utiliza Dios el pecado para cumplir sus propósitos? Sí. La crucifixión de Cristo es el ejemplo supremo: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23). ¿Aprueba Dios el pecado? No. ¿Encaja en su plan eterno? Sí. ¿Esto lo podemos entender? No. Absolutamente todo en la historia de la raza humana está impregnado con el pecado. Dios lo toma en cuenta y lo incorpora en sus propósitos. Su obra se lleva a cabo dentro de la realidad de nuestra condición humana. Utiliza el pecado en nuestras vidas y el pecado cometido contra nosotros para realizar lo que tiene en mente. Utilizó el pecado de Labán para quebrantar a Jacob. Utilizó el pecado de Jacob para cumplir su obra en su madre y en su hermano. Su padre también pecó al permitir el favoritismo en su hogar. Y el resultado es todo esto que estamos viendo ahora, porque el pecado de una sola persona es un enredo que tiene consecuencias que afectan muchas vidas. Jesús vino para desenredarlo todo: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).
Pues aquí está Jacob con dos esposas. Una de ellas, Raquel, no puede tener hijos, lo mismo que le había pasado a Rebeca (Gn. 25:21) y lo mismo que le había pasado a Sara (Gn. 17:17). La línea santa no vino sino con intervención especial de parte de Dios. Estas mujeres dieron a luz a pesar de su esterilidad natural, por obra directa de Dios, pero no sin mucho sufrimiento previo, porque Dios creó a la mujer para reproducirse y ella lleva este deseo muy adentro. “Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero” (Gn. 30:1).
Dios está dando hijos a Jacob en la tierra de su peregrinaje. De Lea: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón; de Bilha, sierva de Raquel: Dan, Neftalí; de Zilpa, sierva de Lea: Gad, Aser; de Raquel: José, Benjamín. Dios usó la rivalidad entre las dos hermanas para que deseasen tener más hijos, aun por medio de sus siervas, algo que se hacía con frecuencia en aquellos días. Sara había utilizado este método y el resultado fue Ismael. Ahora Lea and Raquel están usando este método y el resultado son las doce tribus de Israel, los doce hijos de Jacob. ¿Por qué en el caso de Sara lo censuramos, pero en el caso de Lea y Raquel no? ¿Es porque el caso de Sara resultó en un rival para el hijo de la promesa, pero en el caso de estas dos hermanas el resultado fue para la bendición de Israel, para fundar la nación? ¿Acaso depende del resultado?
Toda la historia de estos nacimientos está marcada por rivalidad, celos, envidia, desprecio, dolor, odio, frustración, enfado y egoísmo. ¡Pero el resultado fue el pueblo de Dios! “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveramos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera” (Romanos 6:1-2). Si no fuese por la gracia de Dios a pesar de nuestro pecado, no habría ningún Israel, y no existiríamos ninguno de nosotros. Dios nos habría fulminado a todos. La gracia de Dios en medio de nuestro pecado nos sobrecoge. Es el único trasfondo humano que hay, y es el que Dios usa para prepararnos para recibir el evangelio. Jesús vino al mundo para salvar a pecadores.
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