Kitabı oku: «Las Sombras»

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María Acosta

Las sombras

Secretos del pasado

Este libro es una obra ficticia. Nombres, personajes, organizaciones y lugares son fruto de la imaginación de la autora. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

LAS SOMBRAS

Copyright © abril 1998 María Acosta Díaz

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Primer volumen de la serie

Klauss-Hassan

Agradezco a mis padres, Manolo y Chenta, que ya no están conmigo, el apoyo que me han dado en todos estos años, a mi hija María, que tantas tonterías y locuras me ha aguantado, a su marido Nico, que soporta a una suegra un poco locuela con paciencia. A todos ellos gracias por todo el apoyo que me han dado en los momentos difíciles.

A ellos va dedicado este primer libro de las aventuras de Klauss-Hassan, de su compinche Francesco dalla Vitta y de sus enemigos Carla, la veneciana, y sus amigos.

Prólogo

-Bien, ahora que todo ha terminado cuéntenme detalladamente cómo fueron capaces de meterse en semejante lío –dijo el comisario Soler

Antes de responder medité cuidadosamente qué es lo que le iba a decir y cómo, no era nada fácil explicar la historia de las sombras y las consecuencias de aquella aventura que había comenzado con una broma de borrachos. Resultaba difícil ordenar las ideas, sobre todo teniendo en cuenta que eran casi las cinco de la madrugada y llevábamos más de dos días sin dormir. El comisario Soler era un hombre simpático que nos había llevado a su casa para que pudiéramos descansar pero también era policía y quería conocer la verdad; viendo que nadie quería hablar desapareció durante unos instantes, se oían ruidos en la cocina. Encendí un cigarrillo a pesar de la garganta seca y la boca pastosa. Cuando al fin regresó lo hizo trayendo una bandeja con café para todos y una serie de recortes de periódico:

-Esto nos ayudará a reconstruir toda la historia-dijo mostrándonos una noticia fechada dos meses atrás.

SE CUMPLE UN MES DE LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE CUATRO JÓVENES EN MADRID

Madrid, 24 de julio.- La policía sigue buscando a los cuatro jóvenes que desaparecieron hace cuatro semanas en el madrileño barrio de Chueca; al menos allí fueron vistos por última vez. La policía ha facilitado una descripción de ellos basada en la información dada por los vecinos y amigos de los jóvenes; todo aquél que pueda ayudar en la aclaración del caso debe llamar al siguiente número de teléfono 743-78-25 de Madrid o bien a la comisaría más cercana:

Teresa García Olavide, 20 años; 1,75 de estatura, morena, vestía en el momento de la desaparición pantalón vaquero recto, camiseta azul marino y cazadora vaquera con ribetes rojos en mangas y cuello.

Sofía Castro Souto, 22 años; 1,75 de estatura, morena, vestía pantalón vaquero ajustado, camiseta blanca con dibujo en negro del grupo musical AC-DC y cazadora vaquera.

Luís Barros Sánchez, 23 años; 1,80 de estatura, moreno, vestía pantalón vaquero de color negro, camisa a rayas rojas y blancas y cazadora vaquera negra.

Ricardo García Olavide, 22 años; 1,75 de estatura, moreno, vestía pantalón vaquero ajustado blanco con rayas azules, camiseta roja y cazadora vaquera.

Todos calzaban zapatillas de deporte y tenían el pelo corto.

La noche de San Juan

Lo íbamos a pasar en grande. Los tres últimos días habíamos estado ocupados organizando la Noche de San Juan; todos los años celebrábamos esta fiesta. Como nuestra economía no era demasiado boyante decidimos hacer una colecta; Sofía se ofreció a comprar todo lo necesario. Por la tarde iríamos a casa de Teresa donde nos encontraríamos con Ricardo, Paul e Irene. Era mediodía, habíamos metido todo en una bolsa de deportes y salimos a tomar unas cañas por el barrio antes de la comida; telefoneamos a unos amigos ya que habían dicho que, probablemente, llevarían sardinas para asar. No estaban en ese momento así que nos dirigimos a la Plaza del Dos de Mayo, rulamos casi una hora de bar en bar; volvimos a llamarles y esta vez contestó Carlos:

-¿Vais a venir esta noche? Vaya, lo siento; bueno, si os animáis estaremos en la Plaza de Lara. Hemos comprado cuatro litros. Si no aparecéis os llamaré la próxima semana; hasta luego.

-¿Qué han dicho, Luís? ¿No van a ir? –preguntó Sofía.

-No, Arturo se ha puesto malísimo; ya sabes como es: ayer salieron de marcha y hoy tiene una resaca tamaño king size. Me han dicho que si ven que mejora quizás se acerquen pero no es seguro.

-Bueno, vamos a comer, luego podemos salir a tomar unas copas para que el cuerpo se vaya acostumbrando a la marcha.

Volvimos a casa. Estábamos poniendo el mantel cuando llamaron al timbre: era Eduardo que venía a ver a Sofía por no sé qué historias de una reunión que tenían la próxima semana. Esta chica no paraba; siempre de aquí para allá asistiendo a mesas redondas y conferencias convocadas por asociaciones que no conocía nadie. Ella disfrutaba como una loca. Le abrí la puerta:

-¿Está Sofía?

-Pasa, íbamos a comer.

-Pondré otro plato; esta noche vamos a saltar la hoguera y beber queimada, ¿te apuntas?

-No lo sé, puede –contestó Eduardo –tengo que hacer unas cuantas visitas esta tarde y no tengo ni idea cuándo terminaré.

-¡Bueno, sí! ¡Hasta las cuatro de la madrugada vas a andar de reuniones! ¡No fastidies!

Allá tú, lo vamos a pasar bomba. A las doce nos plantaremos en la plaza y seguro que hasta las cinco de la madrugada estaremos de jarana. Si te apetece ya sabes lo que tienes que hacer. Vamos a comer.

Sofía y Eduardo se tiraron lo menos dos horas hablando de solidaridad y revolución, yo intervenía de vez en cuando, aún así alucinaba por un tubo. Según lo habíamos planeado salimos a beber algo después de que Eduardo se fuese todo espídico a una serie de reuniones que le hacían moverse de un extremo a otro de Madrid. Serían las diez de la noche cuando cogimos el petate y nos dirigimos a casa de Teresa. No estaba todavía por lo que nos acercamos al “Botas” a rocanrrolear un rato. Tomamos un par de birras y metimos cien pelas en la máquina de bolas; Sofía se puso como una moto jugando. Esta chica es la hostia, parece que hace gimnasia cuando se lía con los “flippers”. Volvimos a casa de Teresa, quizás ya habían regresado nuestros amigos. Las ventanas estaban iluminadas y tocamos al timbre para que nos abrieran:

-¿Quién es?

-Luís y Sofía.

-Subid, Paul e Irene aún no han llegado.

La casa en la que entramos es un viejo edificio de Lavapiés al que han reformado por dentro. Ellos viven en el primer piso, lo cual es una suerte sobre todo no habiendo ascensor. La puerta está entornada así que entramos y cerramos detrás de nosotros; Teresa está en la cocina abriendo una botella de vino y Ricardo está en la sala buscando un disco un poco marchoso:

-Dejad la bolsa en la cocina, ¿vamos a hacer la queimada aquí dentro?

-¡No, hombre! ¡Si tenemos que hacer una hoguera! –exclamó Sofía.

-¿Es que hay que ponerla al fuego? –dijo Ricardo.

-No te enteras tío: la hoguera es para saltarla y purificarte de las brujas y los malos rollos, y la queimada se hace en un cacharro con azúcar, rodajas de limón y aguardiente de orujo y se le prende fuego al preparado; entonces se va consumiendo el alcohol y adquiere un tono color tostado gracias a que el azúcar lo conviertes en caramelo y lo vas mezclando con el aguardiente, de ahí el nombre.

-¡Ah! Ya entiendo. Pero tú habías dicho que iba a ser en casa. Nosotros citamos aquí a Paul e Irene debido a eso en que habíamos quedado –dijo Ricardo refiriéndose a Sofía.

-Lo que yo te dije es que la haríamos en la plaza y que si la policía nos desalojaba de allí que nos veníamos con la queimada a la casa. Además, lo suyo es el aire libre –contestó ella.

Mientras tiene lugar esta conversación yo he encontrado un disco de hace unos cuantos años, de Ramoncín, ese que dice soy el rey del pollo frito y, asimismo, Teresa vuelve de la cocina con el vino y unos vasos:

-¡Líate un canuto o dos, anda!

-Ya que somos cuatro es más práctico una trompeta ¿no?; hace tiempo que no hago una. Vamos a ver, un par de papelillos, la china, un cigarrillo y medio, y el filtro –enumera Sofía mientras extendía las cosas encima de la mesa –ahora, como yo hago los canutos con la izquierda tengo que poner el pegamento de uno de los papelillos por arriba y el otro cruzado…¡ya está!. Ponme un vaso de vino para inspirarme, gracias –y le pega un largo trago al Sangre de Toro –está de puta madre, chachi que sí. La vamos a coger buena esta noche, me da la impresión.

-Como siempre por San Juan.

-Y yo el doble –dice Sofía –porque aunque no quiera voy a inhalar todos los vahos que desprenda el aguardiente al quemarse, sumado a que no me voy a privar de beber…

-Tú no te pases que luego acabas a cuatro patas.

-¡Mira quien fue a hablar! Yo por lo menos me acuerdo de lo que he hecho aunque esté borracha, no como otros, Luís, bonito. Tú tranqui que yo aguanto. Toma enciende la trompeta y no te duermas con ella en la mano que somos cuatro a fumar. Bueno, a por otro vasito. ¿Podemos tomar algo de comer, no? Si no va a sentarnos mal tanta priva, ¿qué te parece Teresa?

-Bien, vamos a la cocina; ahora venimos a por el canuto.

-¿Quieres escuchar algo en especial, Sofía?

-Pon la cinta de Siniestro Total que hay en mi cazadora-contestan desde la habitación de al lado.

Le paso la trompeta a Ricardo y me voy a ver qué es lo que están haciendo de comer. Las encuentro frente a frente en la mesa partiendo espárragos trigueros:

-No tardamos ni una hora, ya verás: guiso de espárragos trigueros con costilla de cerdo. ¿Y el canuto? –dice Teresa.

-Ahora os lo doy, lo tiene Ricardo.

-¡Guau! ¡Mirar lo que he encontrado! ¡Dos tripis en la funda de “The Wall” envueltos en un papel con una dedicatoria!

-¡Ostras tío! No me acordaba de ellos, me los regaló el enrollado del Super en mi cumpleaños; ahora me viene a la memoria que no los tomamos porque estábamos tan pedos que meternos algo más era ya una pasada. ¡Putamadre! Hacemos cuatro partes y cuando acabemos con la queimada los comemos para continuar la marcha toda la noche o lo que cuadre. ¡Chachi que sí! Pásame el porro –dice Teresa.

-Esto hay que celebrarlo haciendo otra trompeta-dice Sofía frotándose las manos mientras se dirige a la sala-además voy a ponerme un chupito de pacharán, ¿alguien quiere?

-Todos queremos.

Así que nos ponemos a beber pacharán y a hablar de lo bien que nos lo vamos a pasar esa noche hasta que por fin se termina de hacer la comida. Cenamos rápido y en silencio; Ricardo y yo vamos a la cocina a preparar unos carajillos de ron. Llaman por el portero automático: son Paul e Irene que traen otras dos botellas de orujo, dejo la puerta entornada y oímos risas subiendo la escalera:

-¡Pero que torta más idiota, tronco! ¡ja, ja, ja, ja!

-Tengo el culo hecho puré –dice Paul –¡ay! ¡hostias, no voy a poder sentarme en toda la noche! ¡hola a todos!

-¿Qué, ya te has caído como siempre? –inquiere Ricardo.

-¡Es de película cómica el tipo este! –dice Irene –¡Estábamos…ja ja ja…bajando las escaleras del metro cuando…es que es de partirse…va y se cae de culo y…bajó así todas las escaleras de Noviciado! ¡Es que lloraba de risa, chachi que sí!

-Anda, tómate una copa –dice Teresa.

-Un camión cisterna lleno de ron voy a tener que beberme para olvidar lo que me duele.

Esto sólo me ocurre a mí, soy como un imán para las tortas bobas.

-¡Pero siéntate hombre!-dice Sofía.

-¡Muy graciosa la niña! ¡Bueno, vale ya; a ver si vais a estar cachondeándoos de mí toda la noche! ¡Ya está bien, joder, tíos! –contesta él empezando a enfadarse.

-No te mosquees tronco, es que eres el colmo de las desgracias. Tómate otro pacharán y pasa olímpicamente de la historia –dice Sofía conciliadora –estábamos a punto de marcharnos a la Plaza de Lara para montar la queimada, nos habéis cogido por los pelos en casa.

-¿Es que no la vamos a hacer aquí? Es lo que nos habían dicho Teresa y Ricardo –dice Irene.

-¡Que va!

-Además, hemos quedado con una serie de colegas en la plaza a partir de las doce; los gitanos se tirarán agua para celebrar la entrada del verano y luego vendrán a la hoguera. Hace un par de años montamos una buena: bebieron hasta los municipales y los serenos que pasaban por allí, estuvimos cantando y tocando palmas hasta las seis de la madrugada. ¡Tope guay! –dice Luís.

-Vamos para allá –dice Sofía impaciente –yo me encargo de llevar el aguardiente, Ricardo la cacerola y Teresa el azúcar, los limones y las manzanas.

-¿Llevamos el casete y algunas cintas? –pregunta Paul.

-Creo que no, acaban siendo un incordio –dice Irene.

-Esperad, tenemos que repartir los tripis. Ricardo, tráete la cuchilla y un espejo pequeño que hay encima del radiador en la cocina. Que cada uno se lo coma cuando le mole. Como sólo hay dos tengo que dividir cada uno de ellos en tres partes; espero que sean buenos y alucinemos cantidad, toma Irene, vete pasando el espejo y que cada uno coja su trozo. Yo voy a papearlo ahora así cuando haga la queimada vacilaré un montón –dice Sofía.

-Vámonos, Teresa cierra con llave –dice Ricardo.

LA POLICÍA SIN PISTAS EN EL CASO DE LOS JÓVENES DESAPARECIDOS EN EL BARRIO DE CHUECA.

Madrid, 2 de julio.- Han pasado dos semanas desde que los vecinos de Lavapiés y Malasaña vieron por última vez a Ricardo y Teresa García Olavide, residentes en la calle de Lavapiés, sita en el barrio del mismo nombre, y a Luís Barros Sánchez y Sofía Castro Souto, naturales de La Coruña y residentes en la calle Jesús del Valle, sita en el barrio de Malasaña.

Un conocido de los hermanos García Olavide, J. R. M., dice haberlos visto salir alrededor de las doce de la noche portando una serie de bolsas. La policía sigue investigando la zona aunque el resultado de sus esfuerzos ha sido nulo hasta ahora. Las personas más allegadas a los cuatro jóvenes han declarado no saber nada de ellos desde el día de la fiesta de San Juan.

El comisario Soler, encargado de la investigación, pide la colaboración de los vecinos así como de todas aquellas personas que los hayan visto o que puedan aportar datos que ayuden a la resolución del misterio. Estos son los teléfonos de contacto con la policía:

o bien 642-59-35

Hace una noche increíble, sin nubes, tan sólo corre una ligera brisa; los bares están abarrotados de gente, los niños juegan en las aceras, y en los bancos de la Plaza de Lavapiés se beben litronas y se fuman canutos, se oye una canción de Los nikis, en el centro alguien ha encendido una hoguera. Torcemos a la derecha por Sombrerete, al fondo de la calle se ve una aglomeración de gente: es el Y punto, rock and roll y música heavy, abierto hasta las seis de la madrugada todos los días y a tope de basca los fines de semana. En la Corrala, muchachos y muchachas gitanos corren de un extremo a otro con botellas de plástico, pequeños cubos e incluso con las manos llenas de agua, mojándose unos a otros; están la mayoría empapados. Gritos, risas, cuidado, os vais a mojar nos dice un chaval que no tendrá más de doce años. En la plaza de Lara encontramos el mismo panorama, a un lado las madres y hermanas demasiado mayores para estos juegos observan como se divierten. Nosotros entramos en lo que debió ser el patio del antiguo orfanato; hay que bajar unas escaleras. Es un punto que cuatro o cinco coches hayan aparcado justo enfrente de la pequeña escalinata, ya que de esta manera, si baja por Mesón de Paredes algún coche de la policía municipal o alguna lechera no podrán vernos.

Mientras Sofía comienza a preparar todo lo necesario para hacer la queimada, el resto vamos a buscar madera para construir la hoguera:

-Cuando volváis casi estará a punto la primera ronda. A ver si viene alguno de los que avisé –dice ella.

-Espero que tengamos la suerte del año pasado cuando nos topamos con dos contenedores llenos de madera –apunta Ricardo.

Noche de bronca, noche mágica

Ya sola coloco mi cazadora en el suelo y me siento. No tengo un recipiente de barro así que me he traído una tartera de casa, echo el azúcar, el aguardiente, el limón en rodajas y unos trozos de manzana; cojo el cazo, pongo un poco de azúcar en él, lo humedezco con aguardiente y le prendo fuego; con cuidado lo acerco a la tartera, muy despacio para que encienda bien, y lo hace: una bellísima llama azul aparece en la superficie. Ahora es cuestión de paciencia para que adquiera ese tono dorado. De vez en cuando levanto el cazo lleno de fuego azul y desde lo alto dejo caer una cascada de fuego. Enciendo un cigarrillo. Huele bien. Levanto los ojos y veo a alguien que se acerca, es un colega del barrio:

-Ya me extrañaba no verte por aquí –me dice sentándose a mi lado.

-Me he cambiado de barrio, ahora vivo en Malasaña, en Jesús del Valle.

-¡Chachi! ¿no?

-Prefería Lavapiés, Malasaña está muy matado. Este barrio molaba más –le digo al tiempo que levanto el cazo y dejo caer un poco de aguardiente –¡Ya ves! Como todos los años por estas fechas…una queimadita para celebrar San Juan.

-¿Y tu colega? No me acuerdo como se llama…

-Luís, ha ido con unos amigos a buscar maderas para hacer una hoguera; fuego por dentro y fuego por fuera ¡hay que purificarse bien, tronco!

Vemos venir a un par de gitanillos, hace un rato estaban en la Corrala tirándose agua, deben tener unos quince años:

-¿Qué es eso?

-Una queimada.

-¿Nos puedes dar un poco?

-Es muy fuerte, lleva aguardiente, no creo que os guste además aún no está acabada, le falta un rato.

-¡Mira lo que hemos encontrado! –gritan mis colegas, que vuelven todos con una puerta debajo del brazo.

-¡Hola tronco! –dice Luís dando la mano al chaval larguirucho que está conmigo –¡hace tiempo que no te veía, como cambiamos de casa! ¿Ya te lo ha contado Sofía, no?

-Sí, creía que os habíais ido de Madrid.

Mientras el resto de la banda está reuniendo la madera en un montón para encender la hoguera yo apago la queimada y comienzo a repartir vasos entre la basca, a los gitanillos les doy uno avisándoles que si no les gusta me la den; hacemos una trompeta mientras que se enfría un poco la bebida. Espero que en el transcurso de la noche aparezca alguno de los colegas de los que avisé por teléfono:

-¡Guau! ¡Está fuerte esto!

-¡Está de putamadre! La manzana está de vicio –digo yo relamiéndome ya que me ha salido muy dulce, que es lo que me gusta.

Vemos pasar un coche del 092 pero o no han visto la que tenemos montada aquí o están pasando olímpicamente; no me extrañaría esto último ya que en la Noche de San Juan cantidad de gente está construyendo hogueras. Reparto la segunda ronda de queimada e inmediatamente comienzo a preparar otra, los gitanillos alucinan:

-¿Me dejas hacer eso? –dice uno de ellos cuando me ve levantando el cazo y dejo caer una columna de color azul en el recipiente.

-Bueno, pero ten cuidado no vaya a caer fuera. Toma.

-Yo primero –dice el más corpulento.

-No, yo –protesta el otro.

-Tranquilos, poco a poco, por orden ¿eh? –digo dándoselo al primero que lo pidió –toma Ricardo, fuma.

-¿Podemos secarnos? –nos dicen unos chavales completamente mojados; tendrán entre quince y diecinueve años.

-¡Tú mismo! ¿Quieres beber? –le digo tendiéndole un vaso –te calentará por dentro.

-Vale, ¿está muy fuerte?

-Ahora os doy un vaso a cada uno cuando acabe con esta.

La noche comienza a animarse: al principio éramos cinco y al cabo de una hora hemos llegado a reunirnos más de veinte tipos alrededor de la queimada. Los vapores se meten por la nariz, ¡buena la voy a coger!, miro al resto del personal y también está a punto de caramelo. Teresa me pide el cucharón, me voy a saltar la hoguera. ¡Qué pasote! Justo ahora va y me sube el tripi, ¡vaya alucine!, veo a Luís que se parte el pecho de risa porque Ricardo está haciendo el orangután, chachi que también está haciéndoles efecto…

-Abrevia Sofía –dice el comisario Soler.

-Es verdad tronca, ¡mira que te enrollas! –opina Teresa.

-Es que me lo pasé tope ese día –les replico al tiempo que enciendo un cigarrillo.

-Pero no tiene importancia para la investigación. Continúa desde el momento que salisteis de Lavapiés; que alguien vaya a por más café, por favor-contesta el comisario.

Sobre las cinco de la madrugada acabamos la juerga, recogemos todo y lo dejamos en casa de Ricardo y Teresa; todavía tenemos ganas de marcha. Así que nos ponemos a buscar un bar subiendo por la calle de Lavapiés. Nada. Luís propone ir a tomar un chocolate con churros a Sol, en un sitio que abre a estas horas.

PELEA TIPO EL SALVAJE OESTE EN PLENO CENTRO DE MADRID

Ayer, a las cinco de la madrugada, en un conocido local de las inmediaciones de la calle Mayor, se organizó una pelea digna de una película de John Ford. Según testigos presenciales, sobre las cuatro y media llegaron cuatro jóvenes en avanzado estado de intoxicación etílica. “Estaban muy borrachos, pidieron un chocolate con churros pero el camarero no quiso servirles”-declaraba una persona ajena a la pelea-“la verdad es que les contestó mal y entonces una de las chicas le replicó una burrada, el camarero quiso pegarle, uno de los chavales salió en defensa de ella; otro de los camareros había ido a buscar al churrero y a otra gente que estaba en la cocina. Luego alguien tiró una taza y un plato, y a partir de ahí se lió todo”.

La policía se personó en el local a los diez minutos pero los jóvenes habían desaparecido, quince personas fueron detenidas aunque se les puso en libertad tan pronto prestaron declaración.

-Nos cogió en la segunda subida del tripi, realmente fue una pasada por nuestra parte –dijo Teresa al comisario Soler.

-Sigue ¿cómo llegasteis a Chueca y qué pasó allí?…Todavía no me explico como fuisteis capaces de lanzaros a una aventura tan incierta y peligrosa.

-La culpa la tuvieron los ácidos –apunta Teresa –yo no lo había comido, lo reservé para más tarde y luego me olvidé de él, me di cuenta de que todo aquello era real por eso mismo.

Sofía es especialista en meter la pata, de buena nos hemos librado en el bar. Realmente el tío se pasó llamándola heavy de mierda pero luego ella remató la jugada llamándole cabrón y colocándole un mini de cerveza por sombrero. Menos mal que se armó un barullo de mucho cuidado y nos pudimos escaquear antes de que llegase la pasma. Ponemos rumbo a Chueca, siempre a la búsqueda de un bar abierto. Está chapado todo. Luís y Ricardo se paran a mear en una esquina:

-¡Tanta cerveza y priba es la hostia!

-¡Mira tronco, allá hay otro tipo igual que nosotros! –dice Ricardo.

-Es un dibujo en la pared –dice Sofía.

-¡Que va! Es un tipo –digo yo.

-No parece que se mueva –observa Luís mirando de reojo.

-Yo creo que es un dibujo –insiste Sofía.

-¡Ya está! No podía aguantar más.

-Ya habéis acabado, ¿no?, vamos a ver aquello de cerca, parece muy real –digo.

La confusión sobre lo que estamos viendo es debido a que aquel rincón se encuentra mal iluminado y a que nosotros estamos relativamente lejos como para distinguir lo que significa aquella sombra. Curiosos, nos acercamos. Sofía tenía razón, es un dibujo:

-¡Está chachi dibujado! –dice Luís –desde lejos parece un tío, ¿verdad?

-Sí, está dabuten, parece que está trepando, ¿no? –dice Ricardo acoplándose a la sombra y colocando manos y piernas en la misma posición que en la pared –desde allá y con esta piedra que tiene delante parecía que estaba meando. ¿Sabes dónde me gustaría estar ahora?

-No –contesta Luís.

-En Coruña, en la playa de Riazor. Allí he visto un dibujo como este.

Nada más pronunciar estas palabras desapareció. No había bebido tanto como para tener visiones y, si ni siquiera me había tomado el ácido, no podía ser una alucinación producida por él. Realmente Ricardo se había volatilizado. El resto de la banda se estaba riendo pues creían que todo era una broma del cachondo de Ricardo:

-Este tipo está colgado, ahora va y se abre –dice Sofía.

-Vamos a jugar unos chinos mientras se decide a venir, estará en algún bar; ¿qué nos jugamos? –pregunta Luís.

-¿Quién paga la próxima ronda si encontramos un sitio abierto?

-Guay.

Cuando están a punto de comenzar la tercera partida aparece por la esquina opuesta a la que nos encontramos, tan campante, como si no hubiera ocurrido nada, y yo estoy segura de que hace un momento lo vi esfumarse delante de mis narices:

-¡Pasa tronco! –grita Luís.

-¡Eh!

-¡Joder tío! ¿Dónde te habías metido? –pregunta Sofía mientras le ofrece un cigarrillo de esos sin filtro que fuma ella.

-Me ha debido pegar un subidón increíble porque cuando me he dado cuenta me encontraba en una tasca gallega que hay cerca de aquí y que no conocía.

-¿Una tasca gallega? –se extraña Luís.

-Sí, ¿qué flipe, no?, por allí a la izquierda, la primera calle que cruza.

-No recuerdo ver ninguna por la zona que me dices –digo yo.

-Pues yo me acabo de beber un vino allí, además un Ulla, y tenían tapas de cocina, chachi que sí –insiste Ricardo.

-Pues vamos allá; unos vinitos vendrán de putamadre-dice Sofía impaciente como siempre en estos casos, cuando hay papeo y priba de por medio. Yo no me lo acabo de creer, pero no cuento a nadie mis sospechas. Así que guiados por Ricardo vamos en busca de la taberna:

-¡Estaba aquí! –dice.

-Pues ya ves que esto es un solar abandonado –digo yo, casi convencida de que no íbamos a encontrar el lugar donde él había estado hace un momento.

-Me habré equivocado de calle, a lo mejor es la siguiente…Tampoco. Tengo que dar con el bar, seguro que está por aquí cerca, sólo tardé un par de minutos en llegar a donde estabais vosotros.

Damos vueltas por las calles próximas pero nada. Ricardo no se lo explica, mi teoría, aunque parezca increíble, es que esa sombra, de alguna manera, es capaz de que la gente viaje en el espacio con sólo desearlo. Los otros no se enteraban de nada con el moco que tenían; al final decidimos ir a dormirla cada uno a su queli quedando para comer al día siguiente en nuestra casa, mañana les contaría lo que había visto y ya con calma investigaríamos lo ocurrido.

-Me costó trabajo convencerlos, ¿se imagina, comisario?

-Desde luego.

-Además esa noche tuve un sueño bien extraño: estaba en mi cama durmiendo, en un momento dado me despertaba pero en un sofá y vestida con una túnica de seda blanca; a mi alrededor se encontraba más gente en el mismo estado que yo, me levanté sorprendida. Vi claridad al fondo de un pasillo que se encontraba a la espalda del sofá en que había aparecido. Lo seguí y me topé con una escalera de caracol que descendía al piso de abajo; aquello parecía un laboratorio, tubos de ensayo y artilugios de todo tipo llenaban la habitación. En una silla estaba doblada perfectamente mi ropa, así que me cambié y salí. Estaba en Riazor, enfrente de mí se encontraba la playa, comencé a caminar y al doblar la esquina me hallé de repente en la plaza de Chueca, en Madrid. Pensé que en lo que había soñado podía estar la clave de lo ocurrido anoche, si dormidos podemos viajar en el tiempo y en el espacio ¿no sería posible que alguien hubiese descubierto un sistema sencillo de trasladarse más allá de lo que se llama comúnmente realidad? Siempre me han interesado cantidad estos temas, ¿a usted no, comisario Soler?

-La verdad es que mi trabajo no me deja mucho tiempo para soñar. Continúa.

-Eso es imposible –dice Ricardo –estarías alucinando, tronca.

-No me comí el tripi, estoy completamente segura: desapareciste por la pared, esta noche os lo mostraré.

-Bueno, no ocurrirá nada; pero no veo la razón para negarle ese capricho a Teresa –dice Sofía apoyándome, aunque no está, en absoluto, convencida.

-Vale, te haremos caso pero me da la impresión de que te patinan las neuronas –replica Ricardo.

Luís no dice nada, está a la expectativa como siempre, es escéptico por naturaleza y no toma partido en ningún caso. Dejamos de hablar del tema y pasamos la tarde jugando al parchís y cosas así. Alrededor de las diez salimos.

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