Kitabı oku: «Mayo del 68 - Volumen I»

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El 68 fue sin duda un año agitado, lleno de acontecimientos de distinto signo, de grandes esperanzas y sueños y también de violencia y disturbios. El año en que una generación de jóvenes se rebeló contra el mundo de sus padres, que consideraban injusto y despreciable. En el recién concluido cincuenta aniversario de estos sucesos se ha hablado mucho de ello. Algunos lo idealizan y otros lo consideran la fuente de todos los males actuales. Hay quien quiere revivirlo y quien pide que pasemos página y lo olvidemos. Es cierto que las barricadas duraron apenas unas semanas, y que la imaginación no llegó al poder, ni lo imposible se hizo realidad.

Pero el mundo no fue igual después de aquello pues estalló una contracultura en reacción a una sociedad acomodada y puritana, que cambió el curso de la historia occidental. Por eso dicen algunos que fue –es– la revolución más larga de la historia.

Mayo del 68

Una época de cambios, un cambio de época

Volumen I

Congreso internacional. 8-10 de noviembre de 2018

Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)

CONGRESO INTERNACIONAL

8-10 DE NOVIEMBRE DE 2018

UNIVERSIDAD FRANCISCO DE VITORIA (MADRID)

Mayo del 68

Una época de cambios,

un cambio de época

VOLUMEN I


Mayo del 68. Una época de cambios, un cambio de época

Congreso internacional. 8-10 de noviembre de 2018. UFV (Madrid)

Directora

María Lacalle Noriega

Coordinadora Elena Postigo Solana

© 2019 Los autores de sus textos

© 2019 Editorial UFV

Universidad Francisco de Vitoria

Crta. Pozuelo-Majadahonda, km 1,800

28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)

editorial@ufv.es

www.editorialufv.es

Primera edición: mayo de 2019

ISBN obra completa edición impresa: 978-84-17641-38-2

ISBN obra completa edición digital: 978-84-17641-39-9

ISBN volumen I edición impresa: 978-84-17641-34-4

ISBN volumen I edición digital: 978-84-18360-21-3

Depósito legal: M-18987-2019

IImpresión: Safekat, S. L.

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Impreso en España - Printed in Spain

ÍNDICE

Prólogo

María Lacalle Noriega

I. Contexto histórico cultural y causas

Contexto histórico-cultural de Mayo del 68

Francisco José Contreras

From Sexual to Global Revolution

Gabriele Kuby

Mujer, sexualidad y familia en los años 50

Paola Binetti

II. Algunas consecuencias de la revolución del 68

Fragmentación familiar e invierno demográfico

Julio Iglesias de Ussel

Distorsión de la maternidad y la paternidad

Marta Albert Márquez

Victims of the Sexual Revolution

Mark Regnerus

Global Politics and Guidelines

Marguerite A. Peeters

La ideología de género y sus consecuencias sobre la relación paternofilial

María Calvo Charro

Género y deconstrucción del lenguaje

María Caballero Wangüemert

III. Bases científicas de la identidad sexual

Bases biológicas y genéticas de la sexualidad

Nicolás Jouve de la Barreda

Dimorfismo sexual e investigación

José López Guzmán

IV. La propuesta antropológica: hombre y mujer

Posmodernidad, personalismo y persona

Xosé Manuel Domínguez Prieto

Sexualidad, sociedad y política

María Lacalle Noriega

La famille, pilier d’écologie humaine

Tugdual Derville

Educación de la afectividad

Nieves González Rico

Crecer y acompañar

Sonia González Iglesias

V. La perspectiva teológica

El hombre y la mujer en el proyecto de Dios

Francesco Giosuè Voltaggio

Una lectura bíblica del amor humano

Ángel Barahona

Una belleza que salva La grandeza de la sexualidad humana

José Granados

PRÓLOGO

María Lacalle Noriega

Querido lector,

Presento con mucho gusto las actas del congreso celebrado entre el 8 y el 10 de noviembre de 2018 en la Universidad Francisco de Vitoria bajo el título Mayo del 68: una época de cambios, un cambio de época.

El 68 fue sin duda un año agitado, lleno de acontecimientos de distinto signo, de grandes esperanzas y sueños y también de violencia y disturbios. El año en que una generación de jóvenes se rebeló contra el mundo de sus padres, que consideraban injusto y despreciable. En el recién concluido cincuenta aniversario de estos sucesos se ha hablado mucho de ello. Algunos lo idealizan y otros lo consideran la fuente de todos los males actuales. Hay quien quiere revivirlo y quien pide que pasemos página y lo olvidemos. Es cierto que las barricadas duraron apenas unas semanas, y que la imaginación no llegó al poder, ni lo imposible se hizo realidad. Pero el mundo no fue igual después de aquello pues estalló una contracultura en reacción a una sociedad acomodada y puritana, que cambió el curso de la historia occidental. Por eso dicen algunos que fue —es— la revolución más larga de la historia.

La Universidad Francisco de Vitoria convocó este congreso porque creemos que es hora de cuestionar el legado recibido, de elegir lo que queremos hacer con él, de decidir con qué nos quedamos y qué rechazamos. Sin caer en idealizaciones falsas ni en condenas injustas.

Lo primero es intentar comprender por qué aquellos jóvenes despreciaban de tal manera los valores heredados de sus padres; por qué quisieron romper con toda autoridad, con la tradición; por qué buscaron la felicidad en la liberación de todo vínculo, en el relativismo moral e intelectual, en el sexo desvinculado del amor y de la procreación, en el culto al yo y sus deseos, el individualismo más desaforado, en la emancipación de las normas morales y de las instituciones tradicionales; qué corrientes de pensamiento influyeron en ellos, qué circunstancias sociales, políticas, económicas, les llevaron a ese desarraigo profundo.

La revolución del 68 supuso una reacción contra muchas cosas que ciertamente necesitaban mejorar, comenzando por la visión predominante en la Iglesia sobre el sexo, visión deficiente y pobre que hacía difícil vivir el amor humano en toda su grandeza. El deseo sexual es una de las pulsiones más potentes que hay en el ser humano, y la que más repercusiones tiene en toda su vida. Y lo cierto es que desde la Iglesia esto no se ha reconocido hasta muy recientemente. Se puede decir que esta ausencia de propuesta contribuyó a pavimentar el camino de la revolución sexual.

Pero a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que la revolución sexual también ha fallado. La revolución sexual prometía goce sin trabas, más y mejor sexo, felicidad completa, autoconstrucción, autonomía personal absoluta… La cuestión es si esas promesas se han cumplido, y la respuesta es claramente negativa. La vida sexual de las personas está con frecuencia sumida en la confusión y en el vacío, bajo una aparente liberación subyace una profunda insatisfacción. La crisis del matrimonio y de la familia provoca mucho sufrimiento. La adicción a la pornografía y la sexualización de la infancia son tragedias que tenemos delante de los ojos. La confusión sobre la propia identidad cuestiona incluso qué significa ser humano. Y nadie parece saber adónde nos conduce todo esto.

Lo cierto es que no podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro, y podemos ver en medio de la confusión actual una oportunidad para pensar seriamente en aquello en lo que creemos y en la manera de ofrecerlo al mundo. El objetivo último del congreso era proponer una visión grande y hermosa de la sexualidad, una visión fundada en una antropología cristiana que nos permita vivir una sexualidad plenamente humana. En el congreso hemos querido plantear la necesidad de que los cristianos ofrezcamos al mundo una historia mejor, una historia contada con nuestras propias convicciones y nuestra visión de la sexualidad. Una historia cargada de esperanza, de optimismo, llena de inspiración y de pasión. Una historia contada con palabras, con hechos, con arte, con imágenes, con experiencias. Y queremos contarla desde la Universidad, como en el 68. En lugar de barricadas, drogas y violencia queremos ofrecer una respuesta verdadera a los anhelos más profundos del corazón humano. Porque nosotros también queremos amor y libertad, queremos sexo, queremos ser felices. De hecho, podríamos hacer nuestra la famosa frase ¡haz el amor y no la guerra!. Un amor verdadero y ordenado, y una paz profunda y auténtica, que empieza por nosotros mismos y nuestras relaciones más cercanas.

I

Contexto histórico cultural y causas

CONTEXTO HISTÓRICO-CULTURAL

DE MAYO DEL 68

Francisco José Contreras

UNA GENERACIÓN AFORTUNADA Y ABURRIDA

Mayo del 68 fue en verdad una revolución muy extraña. Es quizá la única de la historia en la que los revolucionarios desdeñaron ocupar el poder casi abandonado por sus titulares (en los últimos días de mayo, con el país paralizado por la huelga general, el Gobierno noqueado y el presidente De Gaulle fugado durante venticuatro horas a la base militar de Baden-Baden);1 pero los soixante-huitards, según su propia confesión, no deseaban ejercer el poder político, sino cambiar la vida.

También es, como indicara Jacques Baynac, la primera revolución que fue fruto no de la miseria, sino de la riqueza.2 Si los revolucionarios clásicos habían acusado al sistema capitalista-burgués de causar pobreza, los de 1968 le van acusar de todo lo contrario: de haber creado la affluent society (Galbraith), la ‘sociedad de la abundancia’.3 De hecho, los franceses llamarían después al periodo 1945-75 los Treinta Gloriosos (los alemanes hablarían del wirtschaftswunder, el ‘milagro económico’): una época dorada de pleno empleo y crecimiento ininterrumpido, con tasas del 5% anual de incremento del PIB. Es cierto que Francia había conocido en la década de los cincuenta la humillación de Indochina y la traumática guerra de Argelia; pero, cerrado el asunto argelino en 1962 y consolidada la democracia bajo la égida de De Gaulle, la historia francesa parecía haber llegado a un final feliz de progreso constante, paz social y universalización del bienestar. La cuestión obrera había quedado resuelta por la elevación general del nivel de vida: la clase trabajadora se había incorporado al sistema.4

Lo que decimos de Francia vale para el conjunto de Occidente. La etapa 1945-68 había resultado brillante también en el aspecto demográfico. Las bajas de la Segunda Guerra Mundial quedaron pronto compensadas por el gran baby boom de posguerra, que se prolongaría hasta principios de los setenta (y el cambio cultural sesentayochista tendría mucho que ver en su final).5 Los cincuenta y primeros sesenta fueron una edad dorada del matrimonio y de la familia nuclear (en la memoria norteamericana, los cincuenta han quedado como la era de Oozie y Harriet, en alusión a una serie de TV protagonizada por una típica familia de clase media). En Estados Unidos —y seguramente los datos son extrapolables a otros países— hacia 1960 había más porcentaje de gente casada que nunca antes o después: el 90% de las personas en la franja de edad de treinta a cincuenta años, según cifras de Charles Murray.6 El divorcio, allí donde existía, era difícil e infrecuente; pese a todo, un 56% de los norteamericanos decían en las encuestas que habría que endurecer más los requisitos para el divorcio, mientras que solo un 9% opinaba que habría que aligerarlos. Un 86% de los norteamericanos de 1960 contestaban negativamente a la pregunta «¿es correcto que una mujer tenga relaciones sexuales antes del matrimonio con el hombre con el que sabe que se va a casar?».

Revolución de ricos, revolución que no busca el poder… y revolución generacional. Mayo del 68 fue protagonizado por la primera cohorte de jóvenes occidentales que no había conocido privaciones en su infancia y que había podido acceder masivamente a la educación superior: en Francia, el número de universitarios pasó de 200 000 en 1958 a 500 000 en 1968.7 Sus padres habían conocido las penurias de la Gran Depresión de los treinta, de la Segunda Guerra Mundial, de la dura reconstrucción de los últimos cuarenta…8 Ellos, en cambio, habían crecido ya con la televisión, con los pañales desechables, con coche en el garaje y con la posibilidad de acceder a la universidad. Eran los beneficiarios de los grandes sacrificios de la generación anterior. Sí, hijos de papá. Niños criados en la abundancia relativa que llegaron a dar por supuesta, a considerar natural esa prosperidad (una de las características del hombre-masa según Ortega y Gasset: dar por supuesto lo arduamente adquirido y heredado).9 No solo a darla por supuesta, sino también a despreciarla.

Pero una generación en sentido histórico no es simplemente una cohorte de edad: es necesario que tenga conciencia de tal y que esgrima alguna idea nueva contra las generaciones anteriores. La condición se cumple plenamente en la generación del 68,10 que salía a manifestarse contra la guerra de Vietnam o a buscar la playa bajo los adoquines mientras en los transistores sonaba My generation, de los Who. En tiempos anteriores, la juventud había sido simplemente una fase de transición hacia la edad adulta: «No hay que tratar a los jóvenes como una categoría separada: uno es joven, y pronto deja de serlo, y ya está»,11 decía un De Gaulle exasperado por el juvenilismo sesentayochista. Cuando el propio De Gaulle fue joven, la juventud era breve: pocos accedían a la educación superior; lo normal era que un hombre de ventidós o veintitrés años estuviese ya casado y trabajando. Ahora, en los sesenta, la sociedad puede permitirse por primera vez el lujo de prolongar la etapa de formación y mantener a una muy numerosa clase juvenil improductiva, exenta de responsabilidades laborales y familiares.12

El joven del 68 está, pues, suspendido en un vacío biográfico históricamente inédito, un hiato entre infancia y edad adulta. En algunos, saber que sus padres a su edad ya estaban trabajando generará una especie de culpabilidad: «Tenía casi 25 años, en esa frontera que, solo unos años antes, implicaba que uno era definitivamente un adulto; pero yo no me sentía adulta en absoluto», testimonia Sheila Rowbotham.13 En otros producirá angustia: el sociólogo Edgar Morin, en artículo publicado en Le Monde en 1963, explicó que la incipiente rebeldía juvenil ocultaba «una angustia ligada al envejecimiento», «el deseo de ganarle tiempo a [la llegada de] la inexorable seriedad, a los conflictos y tragedias reales del hombre y de la sociedad».14

En realidad, el sesentayochismo tuvo mucho de síndrome de Peter Pan. El universitario de 1968 no quiere ingresar en el mundo adulto de límites, obligaciones y responsabilidades, un mundo que le parece mediocre y frustrante. De ahí la contestación a los valores de sus mayores. La vaporosa revolución soñada por los sesentayochistas (cambiar la vida) consistiría en una prolongación infinita —y extendida a toda la sociedad— de la libertad de la juventud.15

Como veremos después, los pensadores del 68 oficiales (los Marcuse, Reich, Lacan, Foucault, etc.) en realidad no eran muy leídos antes de 1968. Las que sí fueron bestsellers hacia 1965-67 fueron las obras de los situacionistas como Guy Débord o Raoul Vaneigem. Esas obras contienen más bien una protesta literario-existencial contra el modo de vida de la generación del wirtschaftswunder (trabajo duro e incremento del bienestar) que una llamada a la revolución social. La Europa próspera y pacificada de los Treinta Gloriosos les parece a los situacionistas gris y aburrida. Por ejemplo, Vaneigem escribe en su Tratado del saber vivir para uso de la joven generación: «Trabajar para sobrevivir, sobrevivir consumiendo y para consumir: el ciclo infernal nos ha atrapado». En la sociedad del bienestar «la garantía de no morir de hambre se compra al precio de morir de aburrimiento». Sí, hemos triunfado sobre la guerra, la peste y la escasez…, pero el resultado es el tedio: «Ya no hay Guernica, ya no hay Auschwitz, ya no hay Hiroshima. ¡Bravo! Pero, ¿y la imposibilidad de vivir, y la mediocridad asfixiante, y la ausencia de pasión? […] ¿Y esta manera de no sentirnos verdaderamente nosotros mismos [tout à fait dans sa peau]?».16

LOS ACONTECIMIENTOS

El desarrollo de los hechos de Mayo del 1968 muestra la misma ambigüedad: una revolución que, aunque use un lenguaje vagamente socialista y diga combatir el capitalismo y el imperialismo, en realidad se refiere primordialmente al individuo y a la vida privada. Por ejemplo, es poco conocido que los disturbios de 1968 fueron preludiados el año anterior por otros, menos traumáticos y duraderos pero muy significativos: un grupo de estudiantes ocupó durante varios días, en marzo de 1967, el edificio de una residencia de estudiantes femenina de la universidad de París-Nanterre en protesta contra el reglamento que prohibía el acceso de los varones a los dormitorios. Quedaba así claro desde el principio que, entre las normatividades rechazadas por los rebeldes de 1968, la moral sexual tradicional ocupaba un lugar importante, y quizá el que más.17 El que se iba a convertir en líder oficioso de los soixante-huitards, el franco-alemán Daniel Cohn-Bendit, también saltó a la notoriedad cuando apostrofó al ministro de Juventud y Deportes, François Misoffe, durante una visita a Nanterre en enero de 1968: «He leído su libro blanco de la juventud, y no dice nada sobre sexualidad». Misoffe le recomendó que se bañase en la piscina helada para calmar sus ardores. Los estudiantes calificaron su respuesta de fascista. (La fascistización sistemática de toda autoridad u oponente —y sobre esto habremos de volver— es otro de los legados del 68: alcanzará incluso a personas que, como el decano Grappin, habían militado en la resistencia y conocido los calabozos de la Gestapo).

Mayo del 68 propiamente dicho comienza el 21 de marzo, cuando un grupo de estudiantes antimperialistas atacan las oficinas de American Express en París en protesta por la guerra de Vietnam —que entra justo entonces en su periodo más intenso, tras la ofensiva del Tet en enero del mismo año— y resultan detenidos varios de ellos. Al día siguiente los estudiantes ocupan varios edificios en la universidad de Nanterre: surge así el llamado movimiento del 22 de marzo. A partir de entonces se sucederán en Nanterre algaradas y asambleas. La extrema izquierda clásica intenta pilotar el movimiento, con éxito solo parcial: se hace patente la dualidad —que formuló acertadamente Jean-Pierre le Goff—18 entre un polo neoleninista y otro cultural-libertario. Por otra parte, dentro de la propia izquierda es claro el divorcio entre los comunistas clásicos y los maoístas entonces en auge (el 25 de abril, estudiantes maoístas de la UJCML escrachan una conferencia de Pierre Juquin, del comité central del Partido Comunista Francés). Ante el desorden generalizado y la imposibilidad de proseguir las clases,19 el decano Pierre Grapin ordena la suspensión de la actividad docente en Nanterre a partir del 3 de mayo.

Pero entonces el epicentro del conflicto se traslada a la Sorbona, en el corazón de París. A partir del 5 de mayo se producen choques con la policía, cada vez más violentos. El pretexto es protestar contra las sanciones académicas dictadas contra los estudiantes que habían dañado las oficinas de American Express. Pero cuando el rector Roche recibe el 10 de mayo a una comisión de tres jóvenes, se ve incapaz de satisfacerlos, porque sus reivindicaciones son tan gaseosas como el propio movimiento; Cohn-Bendit declara al salir: «No hemos hemos entablado negociaciones; solo le hemos dicho al rector que lo que está ocurriendo en las calles es que toda una juventud se expresa contra un cierto tipo de sociedad».20

En la segunda quincena de mayo, la situación nacional llegará a estar fuera de control.21 De un lado, las protestas estudiantiles se hacen cada vez más violentas: casi todas las noches se producen choques con los antidisturbios, a los que los jóvenes llaman nazis (CRS = SS); se desempiedran calles enteras («Bajo los adoquines está la playa»), se queman muchos automóviles y se arrancan más de cien árboles para construir barricadas. Mayo del 68 se saldará con cientos de heridos y detenidos, importantes daños materiales y cinco muertos (dos estudiantes, dos obreros y un policía).22

El momento en que a la Quinta República parece fallarle el suelo bajo los pies llega cuando una parte de la sociedad —del arzobispo de París a los cineastas reunidos en Cannes— se solidariza con los enragés (‘enfadados, enrabietados’) de la Sorbona. El 14 de mayo se declaran en huelga los obreros de Sud-Aviation en Nantes. En pocos días, el paro general se extiende como mancha de aceite. A partir del 20 de mayo, con unos diez millones de trabajadores en huelga, llegará a faltar combustible y productos de primera necesidad. Se producen muchas ocupaciones de fábricas; en algunas, los obreros declaran la autogestión. Un viento de anarquía parece recorrer el país: la liga de fútbol se suspende y jugadores ocupan el edificio de la Federación de Fútbol; los párrocos critican abiertamente a sus obispos; los técnicos de la TV francesa se ponen en huelga y algunos programas no pueden emitirse. En los colegios se suspenden las clases, y los alumnos de los liceos se suman a la movilización, que se está extendiendo de París a las provincias. De Gaulle parece superado por las circunstancias, y su alocución televisada del 24 de mayo carece de nervio y determinación.

Los revoltosos del barrio latino, aparentes triunfadores, no saben qué hacer con su victoria, porque ningún programa concreto tienen, ni el deseo de asaltar el poder del Estado. Ocupan varios edificios, el teatro Odéon entre ellos, donde se vivirá varias semanas en delirante asamblea permanente. Imprimen con ciclostatil el periódico L’Enragé, órgano de la revuelta. En los dazibaos de la Sorbona y el Odéon van floreciendo los famosos eslóganes: «Prohibido prohibir», «No cambiemos de empleador [empresa]: cambiemos el empleo de la vida», «Ni Dios, ni metro» (juego de palabras basado en la homofonía de las palabras francesas para amo y metro: maître, mètre), «Seamos realistas: pidamos lo imposible», «Corre, camarada, ¡el viejo mundo te persigue!», «La noción de normalidad es el principal instrumento de alienación de las sociedades actuales», «Pongamos la sociedad al servicio del individuo, no el individuo al servicio de la sociedad», «Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas», «Vivir en el presente», «La imaginación al poder», «Crear o morir». No, no era un programa de gobierno.23 Y, junto con los lemas utópico-libertarios, otros más violentos: «Si encontráis un CRS [policía antidisturbios] herido, ¡rematadlo!, “¡Muerte a los gilipollas! (Mort aux cons!)». El con (‘gilipollas’) era, en el imaginario sesentayochista, el francés medio, satisfecho con su horario de ocho a tres, su pisito y sus vacaciones en la playa;24 O sea, sus padres.

Lo que había convertido a Mayo del 68 en un verdadero desafío al sistema era la convergencia de la movilización estudiantil con la obrera. Por tanto, la amenaza empezó a conjurarse cuando el Gobierno consiguió desactivar la segunda con los Acuerdos de Grenelle (27 de mayo), extraordinariamente generosos: subida de un 35% en el salario mínimo, aumento general de salarios de un 10%, reducción de la jornada laboral en una hora. El embajador británico había acertado cuando declaró: «Mientras los estudiantes quieren cortar el árbol de la sociedad, los trabajadores simplemente quieren disfrutar de un mayor porcentaje de sus frutos».25 La mera formulación de las reivindicaciones salariales y sindicales en términos satisfacibles por el sistema implicaba ya romper con el espíritu sesentayochista de enmienda a la totalidad y cambio completo de sociedad.

Sin embargo, todavía tendría lugar el extraño episodio del 29 de mayo: De Gaulle suspende un consejo de ministros y dice que se va a pasar el fin de semana a su casa de campo; en realidad, embarca a su familia en un avión y vuela a la base militar francesa en Baden-Baden (desde la Segunda Guerra Mundial había tropas francesas en suelo alemán). Hasta hoy los historiadores discuten si fue un momento de pánico (cuando aterrizó, le dijo al general Massu «tout est foutu», ‘todo está perdido’), una nueva fuga de Varennes, o si pretendía asegurarse el apoyo del ejército para una eventual represión militar de la revolución.

Sea como fuere, De Gaulle vuelve de Alemania veinticuatro horas después dispuesto a encauzar la situación: en su discurso radiado del 30 de mayo, más enérgico que el titubeante del día 24, anuncia que disuelve la Asamblea Nacional y convoca elecciones legislativas, al tiempo que denuncia «la intimidación, la intoxicación y la tiranía ejercidas por grupos organizados y partidos totalitarios»26 y llama a «la acción cívica» como respuesta. De hecho, la Francia conservadora, ante el vacío de poder, se estaba ya organizando en comités de defensa de la república, y fraternidades de excombatientes se estaban movilizando para una eventual resistencia armada. Pero la respuesta de la mayoría silenciosa no necesitará ser violenta: esa misma tarde, un millón de personas marchan pacíficamente por los Campos Elíseos en protesta contra los desórdenes, con pancartas como «Limpiad la Sorbona» y «Defended a la Francia que trabaja». Muchos trabajadores habían vuelto a sus puestos tras los Acuerdos de Grenelle; las huelgas se desinflan en los primeros días de junio. Y a mediados de mes son desalojados policialmente los últimos ocupantes del Odéon y la Sorbona. Las elecciones del 30 de junio, finalmente, se saldan con un triunfo arrollador de la derecha gaullista, que amplía su mayoría. Más allá del resultado, el hecho mismo de que las elecciones se celebraran implicaba el retorno a una normalidad institucional que la comuna estudiantil rechazaba como fraudulenta y opresiva.

EL POS-68

Mayo del 68 parecía, pues, terminar en fracaso: De Gaulle y el sistema salían reforzados. En otros países donde se habían desarrollado movimientos juveniles análogos —por ejemplo, el verano del amor de 1967, los hippies, la contestación a la guerra de Vietnam, etc., en Estados Unidos— se va a producir también un giro a la derecha de los electores: las presidenciales de noviembre de 1968 las gana el republicano Richard Nixon.

Pero hemos visto ya que los sesentayochistas —o, al menos, el polo cultural-libertario del 68— no buscaban el poder político. La evolución del movimiento en los años que siguen a 1968 puede resumirse así: el polo neoleninista insiste en la búsqueda de una revolución socialista clásica, y se produce en 1968-74 una proliferación de partidos y grupúsculos trotskistas, maoístas, etc., muy activos, que no llegarán a tener mayor incidencia electoral. Los más radicales entre ellos pasarán a la lucha armada, y de ahí la aparición o relanzamiento a partir de 1968 de bandas terroristas como la Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas, la ETA o el IRA (estas dos últimas, junto con la componente nacionalista, desarrollaron también otra marxista-revolucionaria), que se cobrarán entre todas unas 3000 vidas en las décadas de los setenta, ochenta y noventa.

Pero el 68 no ha modelado nuestra sociedad a través de ese activismo político o terrorista clásico, a la postre fracasado, pues la extrema izquierda no llegó al poder. La verdadera herencia inconsciente de Mayo del 68 ha sido la difusión generalizada de la sensibilidad del polo cultural-libertario, como señala Josemaría Carabante: «Los estudiantes no terminaron con el sistema contra el que se levantaron, pero cuando salieron de las aulas contribuyeron a difundir nuevos valores y a cambiar los estilos de vida y las costumbres existentes».27

Los avatares del polo neoleninista no merecen mayor atención, más allá de la amarga paradoja de que mientras los jóvenes checos arriesgaban sus vidas para salir del comunismo (la Primavera de Praga coincide cronológicamente con el Mayo francés, y la represión soviética de agosto se cobraría setenta y dos víctimas),28 en Francia otros jóvenes luchaban por entrar en él. La intervención soviética —que se sumaba a las de Berlín 1953 y Hungría 1956— contribuyó a desacreditar el socialismo real a ojos de los estudiantes occidentales, pero no los llevó a abjurar del marxismo: fabulaban nuevas versiones trotskistas o maoístas (ignorando que el Gran Salto Adelante chino se había cobrado decenas de millones de víctimas entre 1959 y 1961, y la revolución cultural al menos un millón más a partir de 1966), o bien se ilusionaban con los experimentos socialistas del tercer mundo, de la Cuba de Castro al Vietnam de Ho Chi Minh. En Francia bulle en la primera mitad de los setenta una frenética sopa de letras ultraizquierdista, en la que destacan la Ligue Communiste de Alain Krivine (trotskista) y la Gauche Proletarienne de Alain Geismar (maoísta). España atravesará su propio sarampión de ultraizquierda en los primeros años de la Transición: PT, ORT, Joven Guardia Roja, etc. Ni ellos ni sus homólogos de otros países europeos superarían umbrales de voto prácticamente testimoniales.

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9788418360213
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