Kitabı oku: «2020 el año de la pausa obligada»
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ISBN: 978-84-1114-039-3
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Prólogo
El comienzo del año siempre lo afrontamos con ilusión, con nuevas metas y proyectos que pretendemos alcanzar. Es un punto de inflexión, un cambio constante, un navegar por nuevas aventuras. 2020 no fue la excepción, no obstante, nadie esperaba que este fatídico año nos cambiase la vida a todos sin importar nuestro oficio, condiciones personales o el lugar donde vivimos.
El año 2020 llegó para arrasar con todo y nos puso al límite. Sin embargo, no todo fue malo: la pandemia en general y los meses de confinamiento en particular nos sirvieron para hacer un gran repaso a nuestras vida: qué funciona, qué está fallando y cómo podemos cambiarlo.
Que estas páginas sirvan como retrospectiva de lo que la pandemia nos dejó: todo aquello que ganamos, perdimos y vivimos en el año que cambió nuestras vidas.
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Quiero dedicar esta obra a todas las almas inocentes que se llevó la pandemia, sobre todo aquellas que han abandonado este mundo sin recibir un último abrazo, beso o gesto de cariño.
También la dedico a todo el personal sanitario que decidió dejar de lado, como pudo, sus miedos y temores para ponerse al servicio de la sociedad entera y combatir desde el minuto cero y en primera fila la COVID-19.
No quiero dejar de enviar un especial cariño y mucha luz y paz a todas aquellas personas que aún hoy sufren en silencio la pérdida de algún ser querido o padecen alguna de las consecuencias psicológicas que ha dejado el confinamiento y esta crisis sanitaria, como la ansiedad, la depresión o el miedo.
Y para todas aquellas mujeres que se sienten en la obligación de agachar la cabeza y aceptar imposiciones, vivir presas de la necesidad y en la eterna queja, os animo a despertar, descubrir vuestro poder interior y pasar a la acción.
Pase lo que pase, siempre hay luz al final del camino. Solo hay que confiar en uno mismo y vivir en gratitud.
Si tú necesitas expresar lo que sientes o quieres compartir tu historia conmigo, puedes escribirme a hola@pausaobligada.com ¡Estaré encantada de escucharte!
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Año nuevo, vida nueva.
No hay mejor momento para mí que el Año Nuevo para proponerme terminar con todo aquello que no me ha hecho bien e iniciar cambios y nuevos proyectos en búsqueda de mi tan ansiada felicidad y paz mental.
Así empiezo cada año, con nuevas promesas de cierres necesarios, una lista interminable de objetivos por cumplir y la esperanza de vivir el mejor año de mi vida. Es increíble cuánta ilusión deposito en 365 días sin saber si serán capaces de soportar ese peso. O sin saber si la vida me tiene preparada otras sorpresas y lecciones. Pero así estoy acostumbrada a manejarme. Y, por supuesto, el 2020 no podía ser diferente.
La expectativa por el nuevo año es tan grande que, un mes antes de su comienzo, ya tengo definidas mis nuevas metas. Con mi hermana, solemos autorregalarnos las agendas anuales y las estrenamos antes de Navidad, colocando allí todos nuestros nuevos deseos a modo de declaración sagrada.
Debo admitir que muchos de esos deseos se han ido repitiendo año tras año debido a mis frustrados intentos de hacerlos realidad. Sin embargo, en el último tiempo he progresado bastante gracias a la ayuda mágica de nuevas herramientas que he sumado a mi planificación anual. Una de ellas ha sido delinear los objetivos lo más claro posible, con datos muy concretos, fechas y ayudas visuales.
Con esta poderosa herramienta arranqué mi 2020 sintiéndome invencible. Sabía que este año iba a ser diferente. Este año no iba a postergar decisiones importantes. Este año no iba a soportar maltratos. Este año iba a decir NO a todo aquello que me hiciera daño. Este año no iba a ignorar mis pasiones. Este año iba a alzar mi voz y hacerme valer. Este año iba a cumplir con todo aquello que me prometiera hacer. Este año iba a ser un gran año e iba a alcanzar exitosamente todas estas metas:
Todo estaba perfectamente definido y, con mi poderoso tablero de visión, sentía que nada ni nadie podía detenerme. En mi mente, estos grandes sueños ya eran una realidad. Pero mis esfuerzos de visualización y la práctica del poder de la atracción no dieron sus frutos.
Algo se me escapó de las manos. Algo escapó de mi control, si es que alguna vez lo he tenido. Algo me obligó a hacer una pausa y no fue muy bonito. Un torbellino de emociones negativas e inquietantes interrogantes invadieron mi mente y paralizaron mi cuerpo durante mucho tiempo. Poco a poco, fui transformando todos los por qué en para qué y aprendiendo a calmarme, a aceptar esa pausa y a buscar esa gran enseñanza detrás de ella.
El camino no ha sido fácil, aunque la experiencia ha sido sumamente enriquecedora y gratificante. Soy consciente de que no soy la misma de antes y descubrí que, si bien cuesta mantener el positivismo y confiar en que todo estará bien, si realmente se quiere, este estilo de vida es posible.
Al final de todo, fui capaz de agradecer esa pausa y su forma de manifestarse, porque me permitió amigarme con mi sombra, reconectarme con mi esencia, soltar la ilusión del control, entregarme a lo desconocido, abrazar la incertidumbre, reencontrarme con mis afectos y aprender nuevas formas de demostrar amor, cariño y compasión.
Y así fue como se manifestó realmente mi 2020…
ENERO
Mujer Maravilla
La paz mental no se negocia. En el 2020 quería conseguir que nada ni nadie me desestabilizara. Quería ser capaz de cuidar de mi salud, decir no cuando sintiera que debía decirlo y poner sanos límites allí donde hiciera falta para hacerme valer y respetar. Claramente, el plano laboral era el lugar perfecto para poner en práctica esto último. Y estaba decidida a lograrlo, costara lo que costara.
La aventura vegana
Comencé enero con la misma fuerza que empiezo todos los años. Estaba a tope con la planificación en detalle de todos mis proyectos y muy excitada por la ilusión de un año prometedor. Me sentía invencible y poderosa, aunque debo admitir que también estaba un poco agobiada. Es que siempre me pasa lo mismo. Comienza un nuevo año, me atoro de planes y me vuelvo loca porque quiero ver resultados inmediatos. ¿Paciente yo? ¡Ni de coña!
Así andaba esos primeros días del mes, a tope, pero no tan a tope, intentando encontrar el bendito punto medio que tanto me cuesta y la forma más rápida y eficiente para alcanzar mis objetivos.
Una noche me dejé sorprender por la euforia de una idea loca y desafiante, bien al estilo de las que me gustan a mí: se me ocurrió convertirme al veganismo. Para una amante de la carne como yo, esta idea podía sonar un poco a delirio. Para mí se trataba de uno ampliamente justificado, porque no había terminado muy bien el año en términos de salud y tenía que hacer lo imposible por mejorar en este aspecto. Había tenido dos episodios de pseudodesmayo en diciembre (¡descartado tema embarazo!) y me tenían que hacer análisis y pruebas para dar con el diagnóstico. Algunos de los médicos que me atendieron durante esos episodios llegaron incluso a asustarme: me dijeron que mi corazón podía no estar produciendo una proteína y que debían colocarme un holter para monitorearlo.
Ante ese panorama, me puse a pensar qué más podía hacer para ayudar a mi corazón a estar mejor. Lo más conveniente hubiera sido dejar de fumar. Sin embargo, no me sentía preparada para tomar esa decisión. Lo que sí hice fue prometerme que controlaría más mi ansiedad por el tabaco y eliminaría lo que yo llamo «puchos innecesarios»: aquellos cigarrillos que uno fuma por aburrimiento, para matar el tiempo o para combatir la soledad y que realmente no terminan dando ningún placer. A nivel de actividad física llevaba, dentro de todo, una vida bastante activa. Iba al gimnasio unas cuatro veces a la semana y caminaba durante casi dos horas al día para ir a la oficina y volver a casa. Pero faltaba algo más. Mientras pensaba y reflexionaba qué otro desafío podía sumar a mi vida, descubrí un documental en Netflix llamado What The Health y decidí mirarlo. La verdad es que me generó bastante angustia y desesperación al advertir que todo lo que estamos acostumbrados a comer no resulta tan beneficioso como pensamos para nuestro cuerpo ni nuestra salud. Parecía incluso que todo estaba perdido, que no había ninguna salvación, que estábamos condenados a reventar nuestras arterias de grasa y terminar aniquilados por alguna enfermedad letal o un paro cardíaco fruto de nuestra mala alimentación, hasta que, al final del documental, presentaron la mágica solución del veganismo.
Los argumentos a favor del veganismo lograron convencerme. Aunque sabía que iba a extrañar mucho la carne, decidí probarlo. En realidad, estaba convencida de que era capaz de pasarme a este estilo de vida. Con ese entusiasmo, fui al súper y me compré todas las opciones veganas que encontré. Me provocó bastante rabia descubrir que este tipo de dieta cuesta más dinero que las otras, porque el comer sano debería ser una opción accesible y asequible para todos. Al parecer, el sistema tiene sus razones para no permitirlo y seguir fomentando el consumo de comida basura o alimentos disfrazados de saludables. Esto de una dieta más cara llegó a hacerme replantear mi decisión, pero ya estaba empecinada en intentarlo. Además, recordé que me había propuesto ser muy próspera y abundante, con lo cual, no tendría que preocuparme por tema dinero para nada.
Pues bien, luego de un par de semanas, me di cuenta de que el seitán y el tofu no eran compatibles conmigo. Aunque me había esforzado en probar diferentes formas de cocción, me fue imposible digerirlos. Incluso llegué a comerlos con asco. Decidí dejar de lado la aventura vegana, pues no tenía ningún sentido seguir una dieta de esa manera. No obstante, esta experiencia me ayudó bastante a variar mis comidas y, gracias a ella, volví a hacerme amiga de las lentejas.
Y la pasta se hace esperar
Mientras lidiaba con todo ese rollo del veganismo, me iba preparando para conseguir una de mis más importantes metas del año. Debía presentar los resultados de un trabajo de marketing que venía haciendo para unos emprendedores y conseguir que pagaran un precio más justo por mis servicios.
Durante los últimos tres meses que había estado trabajando para ellos, sabía que había dado de más. Les había mostrado mi expertise y, sobre todo, mi compromiso para con el proyecto. Les había presentado, además, maneras creativas y diferentes de poner en valor su negocio y, según lo que me indicaban, estaban muy felices conmigo.
Al parecer, muchos están acostumbrados a valorar el trabajo del otro de la boca para afuera y, al momento de materializar esa valoración, se quedan únicamente ahí: en esas bonitas palabras de enhorabuena. Y eso fue lo que pasó.
Claro que estaba agradecida por ese feedback positivo, ya que en otros trabajos ni siquiera eso te dan. No obstante, la realidad es que uno no come ni viaja ni paga la renta con palabras. Para todo eso se necesita dinero.
Sabía que no podía pedir mucho más. Recién estaban arrancando con el negocio y no tenían mucha pasta. Por eso, después de presentarles los resultados de estos meses de trabajo, les ofrecí tres opciones posibles para que escogieran cómo querían seguir con mis servicios. El trabajo me gustaba y la propuesta de valor de esta empresa me atraía mucho, pero no estaba haciendo ningún voluntariado ni tampoco quería hacerlo. Mis servicios tenían un valor y ese valor se los había bajado bastante cuando arrancamos con el objetivo de que conocieran mi potencial y mi forma de trabajar y, luego, ajustáramos el precio.
Al final de la reunión, me dijeron que no podían pagarme más: si bien estaban muy contentos y agradecidos conmigo, no podían destinar más presupuesto para marketing y debía ser yo quien decidiera continuar o no con ellos.
Sinceramente, no me esperaba esa respuesta, como tampoco me esperaba miles de euros más. Sí confiaba en que iba a recibir un pequeño aumento en reconocimiento de todo lo que había hecho. Me enojé bastante con la situación, porque encima esa poca pasta extra que ganaba con ellos la necesitaba. ¡Detesto tanto hacer cosas por necesidad! ¡Siento que me quito valor y respeto cada vez que agacho la cabeza para aceptar algo que no quiero! ¿Y cómo puedo esperar que el resto me respete si yo misma no lo hago? Lamentablemente, no veía otra salida. Necesitaba dinero para cumplir con todo lo que me había propuesto para el año. Así que les dije que acordaba seguir, aunque con algunas condiciones. Había llegado el momento de poner esos sanos límites o de hacerme valer como pudiera. Decidí continuar con el mismo precio pero con diferente alcance, un alcance mucho menor al que les venía ofreciendo hasta el momento.
Me sentí muy frustrada durante varios días. Adiós al primer gran objetivo que tenía para este año. Adiós a los planes que había hecho con ese supuesto dinero extra que iba a ganar. ¡Qué impotencia! Iba entendiendo que es mejor poner límites de entrada para no perder tiempo ni sacrificarse por una recompensa que tarda en llegar o que nunca se materializa.
Justo volvió Marcos de vacaciones para levantarme el ánimo y decirme, una vez más, que todo iba a estar bien. Luego de escucharme y permitirme liberar mi enojo, me recordó que tenía otra charla pendiente con Víctor, mi jefe en mi actual trabajo. ¡Cómo olvidarme de eso! Se iban a cumplir dos años desde que había entrado a la empresa y ya me tocaba el aumento. No podía posponerlo más. El «no» ya lo tenía, solo debía animarme a pedir ese dinero extra, pero siempre me excusaba en no encontrar el mejor momento para plantearlo.
En el pasado, cada vez que me atreví a gestionar alguna solicitud de incremento salarial con mis superiores o personas de más autoridad, las conversaciones no fueron muy gratas que digamos e incluso algunos llegaron a reírse en mi cara y tratarme de loca y desubicada. Con lo cual, siempre terminaba decepcionada, impotente y muy frustrada, sabiendo que no soy una persona que pide cosas a cambio sin dar en exceso. Siempre que solicito algo, lo hago porque ya he tocado fondo y me sobran las razones y evidencias que avalan mi merecimiento de una mayor recompensa. Evidentemente, esas experiencias me han marcado tanto que aún hoy siento temor con el solo hecho de imaginarme hacer esos pedidos de dinero. De ahí mis excusas para posponer esa famosa charla con Víctor.
Le imploré a Marcos que me ayudara a practicar esa conversación porque él es muy bueno negociando y yo no iba a permitir seguir siendo mileurista por el resto del año. Como siempre, tenía muchos argumentos a mi favor. Solo debía estructurarlos bien, dejar de lado mis miedos y encontrar la mejor estrategia para abordar el tema.
Visitas que llenan el alma
Pasaba mis días esquivando el peso de la rutina y tratando de mantenerme positiva sabiendo que esta vez sí conseguiría el aumento de salario que me merecía, al igual que el resto de mis objetivos del 2020. Sin embargo, a mediados de mes, el temporal Gloria ya anticipaba un año bastante revuelto, lleno de furia y resistencia, donde la calma iba a ser difícil de encontrar.
Por aquel entonces, estaba ansiosa, esperando una visita muy importante de Argentina. En medio de esa borrasca, tuve la dicha de reencontrarme con una gran amiga del colegio: la querida Tortu. Intelectual y con su mirada bondadosa, en su primer viaje a «las Europas», como solemos decir algunos, la Tortu no podía perderse la deslumbrante arquitectura gótica y modernista de la capital catalana. Así que Barcelona era una parada obligada en ese viaje.
Hacía más de cinco años que no nos veíamos. Uno puede incomodarse con esta clase de reencuentros si hace tiempo que no ve a alguien ni habla con esa persona. Pero con la Tortu las cosas eran diferentes. Ese volver a encontrarse se sintió cercano, como si hubiéramos quedado ayer para unos mates o unas cañas.
Fue hermoso tenerla de visita. La Tortu llegó para levantarme el ánimo y brindarme un cariño que se sintió como si viniera de parte de todos los afectos que tengo en Argentina y que hace bastante tiempo que no puedo verlos. Me llenó de luz y fuerzas para decirle adiós a enero y seguir con la frente bien en alto dispuesta a conseguir todo lo que me había propuesto para este año.
FEBRERO
En busca de la felicidad
En febrero, a nivel de objetivos, todo parecía más fácil. O, al menos, eso era lo que yo pensaba. Tenía que conseguir hablar con mi jefe y pedirle el bendito aumento de salario. Con ese dinero extra, ya podía empezar a organizar esos viajes que tanto deseaba para el resto del año y darle forma a mis otras metas. Era el momento de ir a por todas.
Rumbo al exorcismo
Los demonios estaban en mi cabeza y en mi cuerpo. Me pasé dos semanas practicando con Marcos la famosa charla con mi jefe. Desplegamos el arte de la negociación, repasamos los diferentes escenarios posibles y analizamos la mejor manera para afrontarlos y renegociar ante cada uno de ellos. Por más que practicara, los demonios seguían allí y hubo noches que no me dejaron dormir. Sabía que, para vencerlos, el primer paso era animarme a enfrentarlos. Y eso fue lo que hice. Había encontrado la estrategia perfecta para dar lugar a esa conversación con Víctor y me sentía preparada para abordar el tema si así me lo permitía, aunque estaba segura de que terminaríamos fijando una cita para hablar en detalle de mi salario.
Por ese entonces, mi jefe y yo manteníamos más bien charlas de pasillo. Cada vez que Víctor quería revisar algún tema conmigo, me preguntaba cómo iba todo desde la puerta de su oficina, evitando mi paso hacia dentro de ella. Era como si intuyera mi jugada. Decidí adelantarme y hacer un check list de temas pendientes para revisar con él. Y, con esa excusa, irrumpí en su despacho.
Mis piernas no dejaban de temblar. Yo me hacía la fuerte y segura, intentando disimular mi voz entrecortada por los nervios. Mientras hablaba con él, recordaba mentalmente las razones que tenía para no seguir posponiendo esta charla. Para bien o para mal, tenía que avanzar con este tema. Cada vez que revisaba esos motivos en casa, sentía un gran enojo conmigo misma, cuestionándome por qué había dejado pasar tanto tiempo para pedir el aumento. Ya no quería seguir estancada con esto y de nada me servía continuar con los lamentos por algo que no había hecho. Por eso, luego de revisar el check list de pendientes, le comenté a Víctor que el otro día LinkedIn me había recordado que ya llevaba dos años en la empresa y que, sorprendentemente, no me había percatado de eso porque mi salario había sido siempre el mismo. Como era de esperarse, él se sumó a esa reacción de sorpresa: «¡Ya dos años! ¡Cómo pasa el tiempo!». «Ya, ya, se pasa volando —le respondí—. Necesitamos hablar y revisar mis condiciones», acentué. Frente a esto, me dijo que no había ningún problema en hablar del tema, pero que se encontraba muy liado. Y quedamos en que me avisaría cuándo tendríamos esa reunión.
El primer paso ya estaba dado. Me sentía muy orgullosa. Había enfrentado al demonio que me impedía hablar de dinero con alguien superior a mí. En realidad, había generado el espacio para poder tener esa conversación. Ahora tocaba esperar el día de la cita, pero tampoco mucho, pues quería que el aumento se hiciera efectivo a final de mes.
Decidí esperar una sola semana. Tiempo suficiente para reservar un día y una hora en la agenda para la reunión. Sin embargo, todo terminó siendo un verdadero parto, con una eterna espera. Y tuve que perseguir a Víctor, incluso hasta la cocina, para concertar la bendita cita, cita que luego fue posponiendo por varios días más.
Me tocaba ahora el último entrenamiento en materia de negociación efectiva para esa gran conversación, pero antes me merecía disfrutar un poco de la buena vida…
La experiencia 5 estrellas
Dicen que para conseguir que los deseos se cumplan, hay que soñarlos, visualizarlos y vivir como si ya fueran una realidad, como si ya se tuviera eso que tanto se anhela. Con Marcos decidimos aplicar esa filosofía.
Me sorprendió para el Día de los Enamorados con una noche en un hotel 5 estrellas en Barcelona. El hotel pertenecía a la misma cadena de hoteles a la que habíamos terminado varados el año pasado cuando hicimos nuestro primer viaje juntos. Habíamos ido a Oporto y no pudimos regresar a casa. Nos habían cancelado el vuelo debido a las protestas en Cataluña contra la sentencia condenatoria a los líderes del procés. Y debimos quedarnos allí durante tres días, felices y con todo pago. Así que, esa noche de los enamorados tenía un alto componente de aventura y complicidad.
Fue una experiencia totalmente vip. La idea no era solo celebrar juntos un día que ninguno de los dos festejaba desde hacía años, sino que también era parte de vivir como reyes y atraer esos viajes que queríamos hacer en el 2020.
Llegamos al hotel y nos enviaron a la planta 25 para hacer el check-in privado, donde nos brindaron una cálida bienvenida con una copa de champagne. Mientras hacíamos el registro, cruzábamos miradas cómplices con Marcos sin poder disimular nuestra alegría. Ya nos sentíamos en el paraíso.
Pasamos inmediatamente al Open Bar. Había snacks, tapas y más bebidas, ¡todo gratis! Cuando te dicen que todo es gratis uno se desespera y no sabe por dónde empezar. Terminamos haciendo un gran picapica apreciando unas tremendas vistas panorámicas de Barcelona.
En medio del disfrute de todo ese glamour, empecé a sentir un poco de miedo. Había muchos chinos en el hotel y, al verlos, me acordé lo del virus de China que decían que se venía para estos lados. Al parecer, todo había surgido en un mercado de animales silvestres en una ciudad llamada Wuhan, donde había murciélagos infectados y el virus consiguió pasar a los humanos. No sabía muy bien si ese traspaso se había producido porque alguien se había comido al murciélago o porque este había mordido a algún humano al mejor estilo de película de Hollywood. Tampoco me quedaba claro, o no me había informado bien, si se trataba de una gripe normal o si era algo más serio. La cuestión era que ya había muchos infectados y varios muertos y habían puesto a esa ciudad en cuarentena. Luego seguí bebiendo y me olvidé de ese miedo.
Fuimos a dar unas vueltas por el hotel para conocer las instalaciones. Visitamos la zona del gimnasio y del spa. Queríamos hacer uso de todos los espacios, aunque ya era un poco tarde. Decidimos ir a la habitación, vestirnos más chulos y prepararnos para la cena romántica (estaba incluida, no podíamos dejarla pasar). Al final, no fue la gran cosa y tampoco comimos mucho porque estábamos muy llenos del picapica. Nos fuimos a dormir con la idea de despertarnos temprano para aprovechar el gimnasio y el spa antes del check-out.
A la mañana siguiente, me resultó imposible abandonar la cama. Era una de esas grandes y cómodas que te invitan a dormir para siempre. Quería quedarme allí todo el día. Claro, pidiendo room service. Pero Marcos insistió con el disfrute de las instalaciones.
Nos quedaban exactamente dos horas antes del check-out, situación que requería mucha optimización del tiempo para conseguir hacer todo lo previsto:
¡Lo conseguimos! ¡Cumplimos todo a rajatabla! Y tocó volver a la realidad. El spa nos había relajado tanto que estábamos hechos una seda. Quien nos hubiera visto en ese momento, se hubiera partido de la risa con nosotros: fingiendo una vida y viviendo otra… durmiendo en un hotel 5 estrellas y volviendo en autobús a casa.
Llegué al piso tan excitada con la experiencia vip que se me ocurrió repetir algo parecido para el cumpleaños de Marcos a fin de mes. En un principio, la idea era hacer esos viajes de ida y vuelta el mismo día a Milán. Pero Marcos ya me había pedido que lo dejáramos para más adelante, para cuando pudiéramos quedarnos más días con la idea de disfrutar bien de la ciudad. En realidad, algo dentro de él le decía que no debíamos ir ahora. Luego advertimos que, al parecer, el universo nos hizo evitar un gran foco de contagios.
Me puse a buscar opciones. A la experiencia vip no llegaba con mi presupuesto. Sin embargo, conseguí reservar una noche en un hotel muy chulo con un estupendo spa, ideal para una doble celebración: un cumpleaños mágico para Marcos y el comienzo de una vida próspera para mí, con el merecido aumento de salario hecho realidad.
Enfrentando demonios
Después de tres semanas de espera, no me imaginaba una negativa para el ajuste salarial. Ningún jefe podía ser tan cruel de hacerte esperar tanto tiempo para, finalmente, decirte que no a este pedido. Por eso, descarté inmediatamente este escenario y me centré en practicar la negociación para los otros posibles.
Mis argumentos a favor del aumento giraban en torno a los siguientes aspectos:
Expectativas salariales versus salario real. La propuesta económica que me habían hecho en mi última entrevista no se ajustaba del todo a mis expectativas salariales, teniendo en cuenta la posición que iba a ocupar y las responsabilidades que esta implicaba. Sin embargo, acepté la oferta porque realmente necesitaba el dinero y con la condición de hacer una revisión al año de mi ingreso. Esa revisión nunca se hizo. Ni la empresa generó el espacio para conversarlo ni yo me animé a plantearlo.
Antigüedad. Ya se habían cumplido dos años en la compañía sin ningún tipo de ajuste salarial. Venía haciendo muy bien mi trabajo y la empresa únicamente me daba, a cambio, nuevas y más responsabilidades.
Principales logros. A lo largo de mi trayectoria en la compañía, había varios logros de los que estaba orgullosa y que sabía que habían resultado muy productivos para la empresa y la marca en general. Me preparé un listado de esos grandes éxitos laborales para mencionarlos en la conversación con Víctor.
Otros aportes. Más allá de esos logros, quise definir también qué otro valor o habilidad había aportado a la empresa hasta el momento y qué podía seguir aportando en el futuro. Escogí los mejores y seleccioné ejemplos muy concretos de cada aspecto para compartirlos con mi jefe.
Contrato versus realidad. Este era mi argumento favorito. Mi contrato indicaba que mi categoría profesional era la de auxiliar administrativo. Sin embargo, mi posición real siempre ha sido la de responsable de marketing. Evidentemente, entre esos dos puestos había una gran diferencia de sueldo.
Frente a todo esto, el ajuste salarial ya era un hecho para mí. Faltaba solamente llegar a un acuerdo con Víctor respecto a cuánto dinero extra estaba dispuesto a pagarme.
Víctor es un hombre inteligente y hábil para los negocios. Sabía que iba a jugar el rol de dueño para excusarse de no haber estado al tanto de mi situación en concreto. Y sabía que, antes de mencionar un monto, iba a preguntarme la cifra que yo tenía en mente. Con lo cual, antes de hablar con él, debía definir mi nueva expectativa salarial. Esto no significaba que iba a llegar a la reunión y soltarle en la mesa ese monto. No. Debía ser mucho más astuta que él. Primero, tenía que saber en qué parámetros me podía mover. Luego, cuando me preguntara cuánto esperaba cobrar, debía repreguntarle para evaluar su reacción. En función de eso, podría explicarle en detalle los valores reales de mercado para mi actual posición o puestos similares y acordar, finalmente, mi nuevo salario.
Estaba claro que no podía pedir millones de euros más. En este tipo de situaciones, siempre es más conveniente ser realista y adaptarse a la coyuntura actual de la empresa y del sector de actividad a la que esta pertenece. Y, si este último parece tener una proyección de crecimiento y éxito, es preferible ajustar un poco más la expectativa salarial, ya que siempre pueden jugar la carta de que la empresa es la excepción a la regla y está lejos de esa realidad próspera.
Con todo esto en mente, investigué cuáles eran los salarios promedios de un auxiliar administrativo, un administrativo, un técnico de marketing, un técnico de comunicación y un responsable de marketing en los diferentes sectores productivos y aquellos relacionados con los de mi empresa para contar con un marco real dentro del cual moverme. Y, con ello, definí el aumento mínimo que estaba dispuesta a aceptar.
No me quedé solamente con eso. Me puse a pensar también qué podía negociar en caso de que Víctor no aceptara ese monto mínimo. Se me ocurrió pedirle algunos días de teletrabajo o ajustar un poco los horarios para tener más viernes libres por la tarde. Hasta llegué a pensar que me podía regalar el día de mi cumpleaños sin tener que ir a trabajar y sin descontármelo de mis vacaciones. En definitiva, eran opciones que a la empresa no le costaban un ojo de la cara; en cambio, para mí, significaban mucho.