Kitabı oku: «Tu nombre me inspira»
Mario Spin
Tu nombre
me inspira
Antología de cuentos titulados con
nombres de mujer.
Tu nombre me inspira
Primera edición: Julio 2021
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
© Del texto 2020, Mario Espín
©Edición: Genessis García
©Maquetación: Gabriel Solorzano
©Diseño de portada: Daniel Espín
©Ilustración pagina 15: Josselyn Navarro (@jndraw26)
©Ilustración pagina 99: Sara Espín (@s.arae)
©Ilustración pagina 107: Richard Morán (@richardmoran01)
©Ilustración pagina 143: Daniel Espín (@deg_ilustrador)
©Ilustración pagina 201: Sara Macías Chonlong (@smch_draw)
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Luna Nueva Ediciones.
Guayas, Durán MZ G2 SL.13
ISBN: 978-9942-8853-9-5
ISBN digital: 978-9932-8854-8-0
¿Sabes? Escribí una historia que lleva de título tu nombre.
El dilema ahora es:
¿De quién será el crédito?
¿Mío?, por escribirlo. ¿O tuyo?, por inspirarlo.
Recomendaciones del autor
Antes de leer cada cuento, piensa en el Nombre, ¿qué te inspira? ¿De qué crees qué trata? ¿Sobre una mujer? ¿Un color? ¿Una ciudad? ¿Un elemento de la naturaleza? ¿O qué te indica tu imaginación?
Entonces empieza a leer, y descubre que tan cerca o lejos, estuviste de acertar.
Primer cuento
Hasta que la última hoja del árbol caiga
Siempre lo veía cuando pasaba por esa esquina. Era un muchacho de cabello negro, con una mirada penetrante. Sus manos parecían no tener vida y él era prácticamente un solitario.
Los primeros días cuando nos mudamos a ese barrio, me daba miedo mirarlo. Por la expresión de su cara, él parecía saber todo de mí. Además siempre estaba sentado detrás de aquella ventana color gris oscuro.
Una noche me quedé a observarlo desde mi casa, con la ayuda de un telescopio. No recuerdo haberlo visto mover los labios. Solo un mayordomo le traía lo que él quería. Se comunicaban a través de algo parecido a una computadora.
Este muchacho esperaba algo o a alguien. Una tarde me di cuenta de lo que anhelaba. Quería que caiga la última hoja de un árbol enorme, pero: ¿para qué?, era mi pregunta.
Pasaron semanas, el otoño ya se terminaba, y aún quedaba follaje. Hasta que en la última noche de la estación, cayó la esperada hoja. Entonces el joven falleció.
Soñé con su muerte durante meses. Luego decidí platicarles a mis padres. Ellos me contaron que ese niño era paralítico y como no tenía padres, prefirió esperar hasta que la última hoja del árbol caiga, para tener el descanso eterno.
Mario Spin, 12 años (2002)
Alisson
w x y z A b c d e
Después de 6 años volví a casa. Había logrado lo que parecía imposible: graduarme en una prestigiosa Universidad extranjera, en la carrera de mis sueños. En el aeropuerto me recibieron como héroe. Y en casa, mis familiares me organizaron una pequeña reunión. Fue realmente reconfortante. Sentir que había alcanzado la cima.
Nos tomamos fotos para conmemorar el momento. E inevitablemente terminaron en las redes sociales. En poco tiempo, la mayoría de conocidos se enteraron: había vuelto y triunfante. Inmediatamente la gente escribió para felicitarme.
Algunos me invitaron a salir o reunirnos a platicar, sea por genuino interés o simplemente por el chisme. No confirmé nada a nadie, solo les dije que eventualmente nos podríamos juntar. Y entre tantos mensajes, solo uno me llamó la atención: el mensaje de Alisson.
Alisson era una amiga de muchos años, de quien yo estaba perdidamente enamorado. Nunca le dije lo que sentía, por miedo al rechazo. Mi temor era que se alejara de mí. Yo era consciente que sus gestos eran amables. No estaba mal interpretando su amistad. Simplemente era inevitable sentir cosas por ella. Alisson realmente me encantaba. Ella me ponía nervioso, y al mismo tiempo, me sentía tan cómodo estando a su lado.
La última vez que nos vimos, fuimos a un supermercado. Compramos refrigerios. Al pasar por una repisa, vio un vino llamado “Alisson”, igual que ella. Entonces asumió que “el destino quería que brindemos”. Cada uno compró una botella y nos fuimos a mi casa. Estuvimos comiendo todas las frituras. Antes de abrir las botellas, recordé: el vino mientras más añejo, sabe mejor. Así que le propuse:
—¿Te parece si guardamos este botella y la bebemos cuando regrese, para celebrar?
Ella aceptó de inmediato. Buscó unos papelitos adhesivos y una lapicera de su cartera. Me dijo que lo anotara. Lo hice y pegué la nota con el motivo escrito, junto al envase de mi botella.
Tomé el sacacorchos, dispuesto a destapar la restante, pero ella lo impidió.
—Tú ya escogiste cuando beberemos tu botella. Me toca elegir una ocasión, para abrir la mía —me dijo.
Se quedó pensativa un instante, luego su rostro se iluminó y comenzó a escribir. Pegó el papelito en el envase y no me lo mostró. Yo había asumido que beberíamos al menos un vino esa noche. Ella mantuvo su decisión: no me mostraría la nota, ni me diría el motivo. ¿Cómo se supone que yo iba a adivinar?
Ella me aseguró.
—Cuando sea el momento indicado, beberemos juntos.
Tal vez pasarían muchos años para entonces. Pero esa era la ventaja del vino: mejoraba con el tiempo. Yo acepté sus condiciones, porque era muy difícil para mí decirle que no. Ella guardó su botella en la cartera, y yo puse la mía en el ropero, esperando la ocasión prometida.
Aquella, fue la última vez que nos vimos. Ella tenía un trabajo de medio tiempo, y no asistió a mi despedida en el aeropuerto. Yo no podía reprocharle nada. Había sido maravillosa conmigo todo este tiempo. Una vez en el extranjero, Alisson y yo nos escribíamos con frecuencia. A veces hacíamos una videollamada y conversábamos hasta la madrugada.
—¿Cómo estás? ¿Ya comiste? ¿Estás aprendiendo? ¿Tienes amigos nuevos? ¿Qué has hecho? ¿Has visitado lugares turísticos?
Eran varias de las cosas que ella me preguntaba, y yo tenía tanto que contarle. Y así fueron los primeros meses.
Con el tiempo, la frecuencia fue disminuyendo. Sea porque ella estaba ocupada, o porque yo tenía que entregar algún proyecto o estudiar para un examen. No era culpa de nadie, son cosas que pasan. Uno no siempre puede estar disponible para quienes les importa, porque las responsabilidades se interponen.
A finales del segundo año pasó lo inevitable. Ella cambió la foto de perfil de su teléfono. Aquella donde se veía con su hermosa sonrisa y su sombrero, con la playa de fondo. La reemplazó por una, donde estaba abrazada con un tipo. Alisson no era una persona de poner fotos con “cualquiera”. Supe que él representaba algo para ella. Semanas después lo oficializaron: estaban saliendo.
Obviamente me afectó un poco. Pero, ¿qué podía hacer? Ella tenía derecho a ser feliz con quien quisiera. Al final y al cabo, yo nunca me declaré. Y aunque se lo hubiera dicho, ella no me correspondería. Era una cruel realidad, de la cual siempre fui consciente. Al ver la foto de ellos juntos, terminé aceptándolo. Nunca se lo dije personalmente, pero le deseé lo mejor.
Por salud mental, configuré mis redes sociales para que no aparecieran notificaciones de ella. No estaba enojado ni celoso, simplemente creí que lo mejor era evitar sus fotos y publicaciones. Me sirvió. Con las semanas me olvidé del asunto. Empecé a salir. Conocer más gente. Incluso tuve citas con extranjeras. Dejé a un lado mi faceta introvertida. Nunca creí gustarle a una europea, y lo conseguí. Fueron experiencias nuevas para mí. Se transformaron en los mejores años de mi vida, a nivel social.
Igual no todo fue diversión, viajes y citas. Hubo momentos duros. Donde dudé de mí, y mi capacidad incluso. No desistí. Era consciente del esfuerzo económico de mis padres, y no podía decepcionarles. Entre tantas noches de incertidumbre, y desveladas de madrugadas, redoblé mi esfuerzo. Así pasaron los años. Y pese a todo: lo logré. Me gradué.
Por eso, al volver, y leer el mensaje de Alisson, me sorprendió. Tenía mucho tiempo sin saber de ella. Habíamos perdido todo tipo de contacto. Incluso tenía un número nuevo, el cual adjuntó en su mensaje. Le escribí y arreglamos vernos en su nueva casa, el viernes de noche. Su foto de perfil actual, era una recreación: estaba sola en la playa con su sombrero, aunque un look nuevo. No importaba lo que se hiciera en el cabello, se veía igual de linda.
Más llamativo que su imagen, me resultó su recordatorio.
—Espero aun conserves la botella de vino, que nos prometimos.
Yo había olvidado el asunto por completo. Por suerte, mi habitación se mantenía intacta después de 6 años. En el mismo ropero, encontré aquella botella, con el papelito que indicaba: “Para celebrar con Alisson, después de graduarme”.
Finalmente había llegado la ocasión.
El viernes fui a la dirección indicada. Era un departamento pequeño y cómodo. Al menos ya tenía independencia. Ella lucía tan bonita y encantadora. Nos dimos un caluroso abrazo, que me puso nervioso. Pasé a la sala y estuvimos conversando un buen rato, poniéndonos al día, respecto a nuestras vidas. Le conté muchas de mis anécdotas. Sobre todo las buenas. Preferí evitar las experiencias vergonzosas. Ella me escuchaba atentamente. Solo me interrumpía con su esporádica risa.
Alisson también me contó sobre ella. Brevemente habló de su ex. No dio detalles sobre su relación, apenas mencionó que terminaron hace unos meses. Ella le restó importancia al asunto, y continúo platicándome de otras experiencias más agradables. Realmente adoré sus relatos, y el carisma que tenía al hablar.
Llegada las 21h00, Alisson me invitó a la mesa. Había preparado una cena para ambos. Fue un gesto muy tierno. Quedé sorprendido por su comida: sabía muy bien. Años atrás había probado un almuerzo cocinado por ella, que le quedó insípido. Esta vez, era diferente. Había mejorado en sus habilidades culinarias. La felicité. Y quedamos que la próxima ocasión yo le prepararía algo. Y durante la cena, fue el momento. Abrí mi botella. Nos serví. El sabor del vino era exquisito. Había valido la pena la espera.
Después de la cena, nos bebimos el resto de la botella. Y volvimos a la sala, a seguir conversando. En algún punto, Alisson propuso mirar una película juntos. Apagó todas las luces del departamento. Trajo su laptop y buscó un film de terror. Ella se recostó a mi lado, para ver más cómodos. Yo puse mi brazo a su alrededor. De vez en cuando acariciaba su cabello. Honestamente no presté atención a la película. Estaba demasiado feliz teniéndola cerca, que no me importaba el resto.
Finalizada la primera, buscó otra película. Y nuevamente se acurrucó sobre mí. Incluso, pasada la medianoche, Alisson se había quedado dormida sobre mis piernas. Yo no quise despertarla. Simplemente apagué la computadora y la dejé a un costado. Asumí que yo también debía dormirme, en mi posición actual.
En algún momento de la madrugada, Alisson se despertó y se percató que estaba sobre mis piernas. Ni se inmutó. Se mantuvo en esa posición y al notar que yo también había despertado, me preguntó tímidamente:
—¿Por qué eres tan lindo conmigo?
Me quedé reflexivo un instante. Y supe que debía decírselo. Me había quedado callado demasiado tiempo. Sí, era consciente que podría ser el final de nuestra amistad. Pero, necesitaba decírselo. Y prefería morir en el intento, que vivir arrepentido por nunca intentarlo.
Me armé de valor y confesé. Le dije que sentía cosas por ella, desde siempre. Mi breve discurso no fue muy poético, ni elocuente. Simplemente fui sincero y directo. Le comenté lo importante que era para mí. Confesar, me alivió. Ella me escuchó, sin interrumpirme. Estuvo seria todo el tiempo. No hizo gestos, ni de aprobación ni rechazo. Solo escuchó. Cuando acabé de expresarle mis sentimientos, ella preguntó.
—¿Terminaste?
Y yo temeroso asenté con la cabeza. Alisson se levantó y fue a la cocina. Yo no tenía idea de qué sucedería. Me mantuve sentado, quieto y muy tenso.
De pronto, ella volvió con un par de copas y su botella de marca “Alisson”. Me entregó el sacacorchos y el vino. Por primera vez pude leer el contenido del papelito. Mi rostro se llenó de emoción. Alisson se sentó a mi lado, me dio un beso y con el tono más dulce, y una bonita sonrisa, me dijo:
—Ahora es el momento indicado.
Belén
x y z a B c d e f
Apenas son las 6:30am del domingo, y el deber llama. El detective, quien sufre de insomnio, está mal dormido; sus ojeras ya son parte habitual de su rostro. Llega a la dirección indicada. Es un barrio elegante, de gente pudiente. Alrededor del edificio en cuestión, hay un puñado de vecinos curiosos. La policía les pide que se marchen.
Él avanza a la escena del crimen. Hay un cuerpo estampado contra el pavimento. La sangre cubre alrededor, y no deja diferenciarla bien. El oficial a cargo se le aproxima con una carpeta, donde está el informe preliminar y le pone al tanto de la situación.
Nombre de la victima: Belén
Sexo: Femenino.
Edad: 16 años.
Tipo de crimen: Aparente suicidio
Detalles: Belén vivía en un edificio con su familia: padre, madrastra y medio hermano. Al parecer saltó desde su balcón durante la madrugada, y nadie lo notó. Hoy a las 5:30am, un vecino que salía a trotar, vio el cadáver y lo reportó.
El detective sujeta la carpeta, mientras cuestiona:
—¿Ya interrogaron a los familiares y testigos?
—Estamos en eso.
—¿Puedo interrogarlos por mi cuenta?
—Por supuesto.
El investigador habla primero con el padre. Un señor de 42 años, trajeado. Un sujeto adinerado y ocupado, que pasa más tiempo pendiente de sus negocios, que de su familia.
—No lo entiendo, simplemente no lo entiendo —dice el padre afligido.— Ella era tan linda. Tan dulce. La niña de mis ojos.
—¿Se le ocurre alguna razón por la que ella tomara esa fatal decisión?
—No, la verdad no… Ella era muy feliz aquí en el departamento. Mi esposa la cuidaba, junto con la empleada. Yo la veía los fines de semanas, al volver del trabajo, y la consentía.
—Su esposa era la madrastra de ella, ¿verdad? ¿Qué ocurrió con la mamá?
—Falleció cuando ella tenía 11 años. Cáncer.
—Y con su esposa actual, ¿hace cuánto se casó?
—Hace casi 4 años. Tenemos un hijo en común. Belén lo quería mucho.
—¿Su esposa y Belén tenían buena relación?
—Por supuesto. Pasaban juntas todo el tiempo.
Ellos continúan platicando un rato. Para el padre, Belén era un ejemplo de buena niña, feliz y hogareña. Él simplemente la tiene idealizada. Después de la charla, procede a hablar con la madrastra. Una mujer de 30 años, algo creída. Ella sostiene en sus brazos al hermanito de la víctima, un pequeño de 2 años.
A diferencia de su marido, la madrastra no está triste, luce calmada. Tampoco comparte la misma percepción de Belén. Para ella, la adolescente era una malcriada, consentida del papá, y problemática. Menciona que discutían a menudo por culpa de sus arranques infantiles, y que Belén tenía celos de ella, porque pensaba que le quitaba la atención de su padre.
—Todo el tiempo inventaba excusas para salir: con su amiga, o con el noviecito.
—¿Novio?
—Bueno, no oficialmente. Su padre no la dejaba tener novio. Pero era obvio que entre ella y ese chico que insistía ver, había algo más que una amistad.
—¿Usted no le daba permiso para salir?
—A veces. Lo que pasa que es mi marido no le gustaba que ella estuviera fuera del departamento, excepto por cuestiones de estudio. Yo solo cumplía su orden, pero la mala era yo. ¡Ja!
—¿Y a usted se le ocurre el motivo por el cual Belén saltaría? ¿Depresión tal vez?
—Depresión. ¡Ja! ¿Por qué estaría deprimida? ¿Por tener una vida de niña mimada? ¡Tonterías!
—¿Cree que pudo ser un accidente? Quizás Belén se asomó por el balcón por algún motivo, resbaló y cayó. ¿Piensa que algo así fuese posible?
—Podría ser. Era una niña torpe y descuidada. No me sorprendería si se resbalase.
Definitivamente Belén no era de su agrado, es la conclusión a la que él llega. Mientras la escucha decir cosas malas de la víctima, el investigador se plantea la duda: ¿y si la madrastra la empujó? Ya no sería un suicidio, sino un asesinato. O tal vez no la tocó físicamente, pero pudo influenciarla a saltar. No tiene pruebas, más allá de una sospechosa, así que por ahora se mantiene como una vaga hipótesis.
Después de entrevistar a la madrastra, procede a hablar con la empleada. La mujer llega al edificio a las 8 am, porque la policía la llamó. Su trabajo es de lunes a viernes, y algunos sábados, si es que la familia se lo pide. Cobra extra por aquello.
Es una señora agradable. Ella le confirma lo que suponía: el padre pasaba muy poco en la casa, y casi no conocía a su propia hija. Aunque admite que la amaba mucho, y trataba de compensarla con obsequios caros cada fin de semana.
Respecto a la madrastra, menciona que ellas tenían discusiones fuertes cada semana. Había días enteros donde ninguna de las dos se dirigía la palabra. Eran situaciones muy incómodas, porque a ella le tocaba ser la intermediaria. Belén a menudo quería salir del departamento: sea con sus amigos, o a dar una vuelta, para desestresarse.
—A veces, cuando Belén insistía mucho, le permitían ir al parque cercano, pero bajo mi vigilancia. Eso le molestaba, porque buscaba su espacio, y los señores no se lo daban.
—¿Y en el parque se citaba con alguien?
—Sí, con su mejor amiga un par de ocasiones… Pero una vez me pidió un favor.
—¿Cuál favor?
—No le diga a los señores. Me despedirían.
—Tiene mi palabra de confidencialidad.
—Bien… Se encontró con el chico que le gustaba en el parque. Yo solo la llevé, y después me fui. Los dejé a solas una hora, porque es todo lo que le permitían. Volvimos al departamento, como si hubiésemos estado juntas las dos, sin decirle a nadie.
—¿Solo ocurrió una vez?
—Si… la segunda vez que me pidió lo mismo, tuve que negarme. No quería que se le volviera costumbre. Además era arriesgado para mí. Me metería en problemas con los señores. Eso provocó que Belén se enojara conmigo varios días.
—¿Eso cuándo pasó?
—Hace como 2 semanas creo. No recuerdo bien.
—Y el viernes, fue la última vez que usted la vio con vida. ¿Notó que ella actuara raro? ¿Diferente? ¿Estaba molesta? ¿Deprimida? ¿Discutió con la madrastra de nuevo?
—No, la verdad no. Ese día, estuvo tranquila. De hecho fue de las pocas veces que vi a Belén y la madrastra estar en paz. Tampoco es que congeniaran. Pero al menos no discutieron. Jamás vi a Belén tan callada como ese último viernes.
—Bien, gracias por su cooperación.
Terminado su interrogatorio con las personas que convivían con Belén, supo quiénes serían los siguientes: su amiga y el novio. La policía hace las averiguaciones, y consigue las direcciones de ambos. El detective trepa a su auto, y va primero a conversar con el muchacho, quien vive relativamente cerca.
Cuando están frente a frente, el joven de 19 años, niega conocerla. Está muy nervioso. No obstante debe admitirlo, cuando el detective le muestra unos captures de pantallas. Son los chats entre ellos desde hace 3 meses, que encontraron en el celular de Belén, el cual la policía requisó como evidencia.
Entonces comienza a hablar. Relata que la conoció en el parque por mera casualidad, y se gustaron mutuamente de inmediato. Pero al estar con la empleada vigilada, solo alcanzaron a intercambiar números. Iniciaron los chats, donde la fue conociendo virtualmente. Admite que la invitaba a salir a menudo, aunque ella se excusaba que no le daban permiso. Aun así se las ingeniaron para verse un par de veces. Las citas duraban una hora o menos.
—Según la última conversación que tuvieron el miércoles pasado, terminaste con ella por chat.
—Lo siento. Sé que no fue caballeroso de mi parte, hacerlo de ese modo. No tuve opción. Me hubiese gustado hablarlo en persona, pero literal ella no podía salir.
—¿Y por qué tomaste esa decisión?
—Por el mismo motivo: no podíamos vernos casi nunca. No importaba cuán comprensivo yo fuese, y lo dedicado a qué funcionara lo nuestro, a ella se le complicaba. Y mi paciencia se agotó, y tuve que decirle que hasta aquí lo intentaba.
—¿Y cómo se lo tomó? ¿No la llamaste?
—No… ella era muy emotiva, lloraba a la menor provocación, incluso por cosas pequeñas.
—No quisiste lidiar con su llanto.
—Créame: Belén lloraba todo el tiempo, y yo la consolaba. Yo era parte de su vida, pero ella no era parte de la mía. Se lo expliqué. Simplemente ella pensaba que el esfuerzo máximo debía ser mío, y no mutuo.
—Después del miércoles de ruptura, ¿no volvieron a tener contacto alguno?
—No. Fue la última vez que conversamos. Aunque su amiga me envió un mensaje el jueves, diciéndome que era un cobarde, basura, etc. Yo no respondí a su provocación.
El investigador platica un poco más. Sin embargo, llega a la conclusión que en verdad el joven sentía cosas por Belén. De algún modo entiende su postura, sobre la frustración de una relación sustentada en el mundo virtual, en vez del real.
Posteriormente, viaja donde la amiga. Una adolescente de 16 años. Ella se nota desanimada. Primero le relata las aventuras y travesuras compartidas con Belén. Eso no es del interés investigativo, sin embargo el detective le permite desahogarse. Sabe que lo necesita.
Entonces le platica cosas sobre el chico. Al parecer el vínculo no era tan sano. Él exigía verla más seguido, y Belén se sentía sofocada, porque sabía que no podría. La amiga no estaba muy de acuerdo con esa relación. Aunque si admite, que ambos se gustaban demasiado, y que el joven la cortejaba bonito.
Continúa hablando sobre la familia. Básicamente refuerza las ideas previas: el padre era alguien ausente casi todo el tiempo, y su relación con la madrastra era compleja. Con su hermanito se llevaba bien. Menciona como dato adicional, que para verse con el joven, Belén había ideado recientemente un plan de escape.
—¿Escaparse con él? ¿Irse a vivir juntos?
—No… Me refiero a entrar y salir del edificio, sin que su familia lo notara. Al parecer había encontrado un ducto o algo así. La idea era pelearse fuerte con su madrastra, para tener la excusa de encerrase horas en su cuarto. Sin comer, ni hablar con nadie. Antes ya habían ocurrido situaciones así. Belén esta vez, iniciaría a propósito las peleas, así su madrastra la enviaría a su habitación sin cenar. Entonces, escaparía.
—¿Y le funcionó?
—Nunca pudo realizarlo. Al menos que yo sepa. Porque la idea se le ocurrió la semana pasada. Igual no creo que le sirviera ya.
—¿Por qué?
—Porque el chico la terminó. Iba a escaparse, para verlo más seguido. Sin él, su plan perdía sentido.
—Entiendo.
En ese momento, ella le platica sobre otros compañeros de clases, quienes eventualmente podrían servir de testigos. La conversación resulta muy fructífera.
Luego de la entrevista, el detective vuelve a su casa, ya siendo de noche. Ha sido una jornada larga y pesada, más de lo habitual. Él también vive en el último piso de un edificio, pero en una zona de clase media—baja. Es un paisaje deprimente, más si lo comparas con el barrio de Belén.
En casa, nadie lo espera. Enviudó un par de años atrás, después que su esposa e hija fallecieran en un accidente de tránsito. Desde entonces ha sido una persona solitaria. Del trabajo al departamento, del departamento al trabajo. Tal vez por eso sufre de insomnio.
Está acostumbrado a ver todo tipo de casos. Muertes atroces. Crímenes indescriptibles. No obstante, cuando se trata de suicidios, siente una negatividad extra. Muchos colegas, amigos y familiares se quitaron la vida, por diversas razones. Alguno tenía una enfermedad terminal, y ya no quiso sufrir. Otros por depresión, e incluso por cuestiones económicas. Esta es la primera vez que lidia con un suicidio adolescente.
¿Saltó por decisión propia? ¿La obligaron? ¿La empujaron? ¿Se resbaló? ¿Lo hizo por despecho al chico? ¿Por qué su padre no la comprendía? ¿Extrañaba a su madre demasiado? ¿O por qué no soportaba vivir con la madrastra? ¿Quizás se sentía prisionera en su propia casa? O tal vez el conjunto de todas esas causales, ¿provocaron la desgracia?
El investigador deja escrito su propio reporte en la carpeta, cumpliendo su deber. En realidad, ninguna de esas dudas le preocupa. Sabe que eventualmente, la policía encontrará la respuesta. Solamente piensa en lo muy joven que Belén era. Lo mucho que tenía por vivir. Las cosas bonitas que se perderá. Son esos pensamientos que lo agobian a nivel personal.
Ya es medianoche. Se fuma un cigarrillo mientras reflexiona de la vida. Abre la puerta corrediza y se asoma por su balcón. Contempla toda la ciudad. Luego mira hacia abajo, e intenta visualizar lo que Belén sintió antes de saltar. El miedo. La angustia. Aunque también cree que ella buscaba “escapar” de su realidad. Y tal vez saltando, esperaba conseguirlo.
En un acto temerario, el detective se trepa al barandal de su balcón, y se mantiene en equilibrio, de pie. Cierra sus ojos, y siente el aire correr a su alrededor. Intenta buscar la paz, que no consigue desde que enviudó. Que un hombre cansado y quien sufre de insomnio, esté parado sobre ese delgado barandal, definitivamente no es una buena idea. Podría ocurrir una tragedia.