Kitabı oku: «Violencia de género contra mujeres», sayfa 2
La evidencia empírica muestra que la violencia contra las mujeres no se manifiesta como episodios aislados en los que existen desvíos de una normalidad no violenta (Kelly, 1988). Por el contrario, hay una normalización de la violencia por razones de género que es ejercida contra las mujeres (Scheper-Hughes & Bourgois, 2004; Sigríður, 2015). Sin embargo, esta se agrava, varía y cobra un matiz particular cuando se interseca con variables como el origen étnico, la clase, la orientación sexual, la identidad de género, entre otras (Crenshaw, 1991; Thiara & Gill, 2010; Balfour, 2013; Dell & Kilty, 2013; Pollack, 2013).
Los patrones de victimización en la violencia de género contra las mujeres
Las investigaciones existentes sobre violencia de género contra las mujeres han evidenciado la prevalencia y la extensión del fenómeno (Russo & Pirlott, 2006; Fríes & Hurtado, 2010; Walby, Tower & Francis, 2014; 2016). Por ello, ha sido catalogada incluso como un problema de salud pública (Krug y otros, 2002; OPS, 2005; ONU Mujeres, 2012, p. 1).
Los estudios victimológicos realizados en torno a esta problemática han sido contundentes al evidenciar que la victimización por razones de género experimentada por las mujeres durante su vida se muestra como un patrón de constante presencia más que como episodios aleatorios (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2008). Estos eventos se inscriben y reproducen al interior de un «contínuum de la violencia» (Kelly, 1988). Las experiencias de violencia se presentan en todos los espacios en los que las mujeres nos movilizamos e interactuamos (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2016) y se entrelazan en patrones de victimización que se presentan de manera más o menos frecuente o grave (Lenton y otros, 1999; Tjaden & Thoennes, 2001; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014).
Al respecto, se han propuesto dos teorías para explicar este fenómeno: la polivictimización y la victimización distintiva (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014). La primera teoría pone énfasis en la existencia de una conexidad y dependencia entre los eventos de violencia. Las mujeres victimizadas por hechos de violencia basada en género tienen una alta probabilidad de experimentar nuevas situaciones de violencia debido al cambio en su estado socioemocional ocasionado por una o una serie de victimizaciones traumáticas11 (Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 850). Estas experiencias de violencia generan que pierdan el control sobre ciertos aspectos centrales de sus vidas (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 857).
La segunda teoría se centra en la «heterogeneidad de las mujeres», determinada en función de un conjunto de rasgos estables o condiciones socioeconómicas que aumentan el riesgo de victimización de algunas mujeres en largos periodos de sus vidas12 (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 850; Walby, Tower & Francis, 2016, p. 192). Para esta teoría, las variables de género, raza y clase —entre otras— son fundamentales para la comprensión de los procesos de victimización13.
Estos patrones de victimización son identificables por: a) la frecuencia y la variedad de las agresiones experimentadas por las mujeres, b) la identidad del agresor y c) el impacto que genera la agresión en la vida de las mujeres (Hernández, 2019, p. 5; Rodríguez- Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 858). La incorporación de estas variables en el análisis dota a las definiciones de polivictimización y victimización distintiva de un significado empírico más extenso que permite considerar las diferencias entre estas dos formas de victimización en una amplia gama de contextos (Rodríguez- Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 858).
Asimismo, estos patrones y la tipología de agresores se encuentran estrechamente vinculados por rasgos individuales y estructurales de dominación y opresión de los cuerpos de las mujeres (Hernández, 2019, p. 6). Como resultado, cada tipo de violencia genera consecuencias disímiles en relación con las características individuales y contextuales de la víctima y del agresor (Lynch, 1996; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014).
En ese sentido, es fundamental reconocer que los contextos y los espacios en los que se produce y reproduce la violencia nunca son neutrales, ya que están atravesados por sistemas de opresión que no solo moldean o estructuran el curso de vida de las personas (Lynch, 1996) y la sociedad, sino que son determinantes para comprender el tipo de violencia basada en género, así como los patrones de victimización que las mujeres experimentamos.
Las interseccionalidades de la violencia basada en género. La necesidad de su abordaje desde la teoría victimológica
La introducción de la teoría crítica feminista en los estudios y discusión al interior de la criminología radical en la década de 1970 (Lynch, 1996, pp. 4 y 5; Burgess-Proctor, 2006, p. 27) supuso un cambio en la comprensión de las experiencias de las mujeres al integrar en sus estudios las variables raza y género, además de la de clase (Lynch, 1996, p. 5). El mayor aporte de este nuevo enfoque teórico fue encontrar y explicar la conexión existente entre la violencia contra las mujeres ejercida por varones y las experiencias de abuso durante la niñez, así como las estrategias de sobrevivencia utilizadas por las mujeres que son generalmente criminalizadas (Pollack, 2013, p. 104).
Es indiscutible que el desarrollo y el avance de la criminología se beneficien de la integración de diferentes teorías criminológicas (Barak, 1998). Si bien es cierto que anteriormente los estudios criminológicos y victimológicos han estudiado la relación existente entre la criminalidad y variables como el origen étnico, clase o género, no se habían realizado estudios cuyo objetivo fuera entender la interacción y la conexión entre dos o más de estas variables con el crimen (Barak, 1998, p. 251) o la victimización.
La teoría crítica feminista multirracial (Zinn & Dill, 1996) ha evidenciado y explicado de manera extensa cómo las variables raza, clase y género se intersecan e interactúan como «fuerzas estructuradoras» de la sociedad. Estas impactan en: a) la forma como las personas actúan, b) las oportunidades que se encuentran disponibles o se muestran como alcanzables para ellas y c) la manera en que su comportamiento es socialmente definido (Lynch, 1996, p. 4) por los sujetos hegemónicos. Es decir, «cada una de estas variables, ya sea de manera independiente o conjunta, modela o estructura el curso de vida de una persona» [...] configurándose como un mecanismo de estratificación» (nuestra traducción) (1996, p. 8).
La presencia de estas variables (género, raza y clase) en la realidad de una persona genera efectos negativos contextuales (Anderson & Hills, 1995, pp. XI-XIII). Las consecuencias para las personas que se encuentran intersecadas por estas variables no deben ser analizadas como una ecuación matemática, sino en función del efecto contextual que originan (Lynch, 1996, p. 9; Collins, 2000 citada en Viveros, 2016, p. 6). En ese sentido, la experiencia situada de las mujeres víctimas de violencia influirá no solo en cómo la violencia se expresa o cómo es ejercida en contra de ellas, sino en cómo el sistema y, en específico, el sistema de justicia responde ante estos hechos de violencia14.
Algunos estudios han sugerido que cuando
el género se interseca con la desigualdad económica las probabilidades de experimentar crímenes violentos aumenta [...]. [L]a reducción de los ingresos de las mujeres, los hogares y los servicios especializados puede reducir la capacidad de las mujeres para salir de hogares violentos, lo que genera consecuencias [negativas] en la tasa de delitos violentos domésticos (nuestra traducción) (Walby, Tower & Francis, 2016, p. 1207).
La incorporación del enfoque interseccional a la discusión criminológica y victimológica ha significado un avance teórico —puesto que evidencia y nos ayuda a comprender que existe un sistema complejo de estructuras de opresión que se manifiestan de manera simultánea y múltiple (Crenshaw, 1991; Viveros, 2016)— y metodológico. Este enfoque exige a las y los investigadores que se aproximen al estudio de estas dinámicas desde métodos empíricos que permitan explorar qué es lo que significa e implica ser y vivir como una mujer victimizada en determinado lugar del entramado social (Burgess-Proctor, 2006, p. 40).
El uso de metodologías cualitativas nos permitirá entender cómo los patrones de victimización están racializados y generizados15, así como cuál es su forma de (re)producción. La introducción de este enfoque y estas metodologías a los estudios de victimización femenina por violencia de género permitirá comprender las dinámicas de violencia e invisibilización de la violencia. Lo anterior facilitará la construcción de mejores herramientas de prevención e intervención.
Aportes de los conceptos de violencia simbólica y violencia estructural para una comprensión integral de la violencia basada en género
En los acápites anteriores hemos analizado las nociones sociológicas de violencia estructural y violencia simbólica a la luz de una lectura de género; asimismo, hemos realizado un análisis victimológico de la violencia de género con especial énfasis en aquella ejercida contra las mujeres. Sostenemos que estas herramientas son útiles para esclarecer y evidenciar facetas particulares de la violencia por razones de género. Sin embargo, hasta la fecha, no necesariamente se ha esbozado una teoría comprehensiva que haga dialogar a la victimología con estos conceptos sociológicos de violencia.
Este diálogo permitirá que el análisis de los actos de victimización concretos no se sustente únicamente en sus características como hechos aislados, sino que también considere el contexto; es decir, el lugar que dicho acto ocupa en el orden de género en el que la violencia simbólica y la violencia estructural se (re)producen.
Una lectura conjunta de estas nociones aumenta nuestro espectro de análisis de lo que entendemos y comprendemos por violencia basada en género. Las historias de vida de las mujeres victimizadas por este tipo de violencia se inscriben en patrones de polivictimización o victimización distintiva. Por ello, es importante:
Entender a la violencia simbólica junto con otros discursos sobre la violencia tradicional, pues proveen una visión más rica de los «mecanismos» de la violencia y nuevas herramientas para conceptualizar la violencia a través de varios campos sociales y de nuevas estrategias para la intervención (nuestra traducción) (Thapar-Björkert, Samelius & Sanghera, 2016, p. 144).
La incorporación de las categorías de violencia simbólica y violencia estructural en el estudio de la violencia basada en género contra las mujeres resalta la centralidad de: a) la experiencia de la mujer victimizada, c) el contexto específico que hizo posible la (re)producción de la violencia, c) el impacto generado por el hecho de violencia en la vida de las mujeres y d) la actuación o respuesta del entramado social y el aparato estatal.
El concepto de violencia estructural explica que los patrones de victimización estudiados se encuentran circunscritos en mecanismos estructurales de violencia y discriminación en una sociedad cisheteropatriarcal y binaria. En otras palabras, la violencia de género es parte constitutiva y constituyente de la sociedad en la que vivimos y no una característica incidental de ella. Por tanto, la estructura social ha sido configurada de tal forma que es casi imposible que una mujer no experimente —por lo menos— una de las distintas formas de violencia por razones de género.
A partir de un análisis interseccional, podemos identificar que los contextos y los espacios en los que se produce la violencia no son neutrales. Los sistemas de dominación (género, clase, raza, discapacidad, condición migratoria, entre otros) determinan las características y el tipo de violencia que las mujeres experimentaremos. Por ejemplo, la violencia estructural por razones de género y por origen étnico a las que se ve expuesta una mujer afrodescendiente o indígena se configura de una manera particular a través de determinados actos de violencia que reflejan y reafirman la estructura de opresión que atraviesa sus cuerpos racializados y generizados.
Los casos de victimización distintiva pueden ser explicados a la luz de lo planteado por Galtung, dado que estos se producen de manera acíclica y varían en su intensidad. Es decir, no todos los eventos de violencia guardan una conexión directa entre sí. En ese sentido, se evidencia que la victimización, aun cuando está ligada a la experiencia de vida de la víctima, no tiene su origen en un escenario neutral. Al desarrollarse su historia de vida en un contexto de violencia estructural y violencia simbólica, las variables como raza, género y clase son relevantes para la estratificación social y la violencia —así como los tipos de violencia— ejercida sobre sus vidas y sus cuerpos.
La inscripción de la violencia simbólica y la violencia estructural en los cuerpos de las mujeres genera que estas muchas veces no la reconozcan como tal y que, cuando lo hacen, las estrategias que utilizan para evitar futuras experiencias de victimización (por ejemplo, actitudes no confrontacionales, entre otras) legitiman y consolidan las dinámicas de la violencia estructural y simbólica que originaron la violencia en su contra. En consecuencia, la violencia simbólica no solo atraviesa y configura el tejido social, sino que se encuentra presente y atraviesa nuestros cuerpos, construyendo subjetividades.
El análisis no sería completo si no entendemos que las distintas manifestaciones de la violencia basada en género se producen en un contexto en el que la violencia simbólica y la violencia estructural legitiman y favorecen las relaciones y las formas de interacción violenta entre varones y mujeres. De esta manera, normalizan su producción y reproducción como un acto de (re)afirmación de la masculinidad hegemónica y, por tanto, de la dominación masculina. Como consecuencia, los actos de violencia de género contra las mujeres de tipo no criminal son normalizados con mayor facilidad, lo que origina una invisibilización de otros patrones de victimización —y, por tanto, del «contínuum de la violencia»— e imposibilita una oportuna intervención que evite historias de vida con patrones de violencia sistemática.
La estructura social en donde se produce y reproduce la violencia estructural y simbólica genera que las mujeres victimizadas se encuentren en una situación de mayor vulnerabilidad y sean entendidas como «más disponibles» tanto para los agresores, como para la sociedad que las ve como vidas y cuerpos prescindibles que permiten legitimar su propia estructura. Los imaginarios tradicionales que se generan, por ejemplo, en torno a los elementos que colocan a las mujeres en una situación de mayor vulnerabilidad (forma de vestir, ausencia de compañía, tránsito en horarios nocturnos, entre otros) provocan que la discusión sobre la atención y la aproximación al fenómeno de la violencia prescinda del análisis a partir de los mecanismos generados por la violencia estructural y la violencia simbólica. Esto a la vez determina cómo las propias instituciones abordan la violencia, para prevenir e intervenirla, lo cual genera respuestas ineficaces e inefectivas.
Este diálogo teórico nos permite evidenciar y entender otros tipos de violencia por razones de género en contra de las mujeres que han sido histórica e institucionalmente invisibilizados (como la violencia patrimonial, la violencia obstétrica, los micromachismos, la violencia cotidiana, entre otras); metodológicamente, ello es posible a partir de estudios cualitativos que aborden las dinámicas de dominación, legitimación, producción y reproducción social en las que se inscribe la violencia de género en contra de las mujeres. Por ello, es fundamental no perder de vista la forma en la que las variables de género, raza y clase —entre otras— se contextualizan no solo como patrones de dominación y opresión, sino también de victimización. Esto hará posible que generemos modelos de prevención, intervención y atención más efectivos.
Ambos conceptos teóricos permiten analizar y reconocer la importancia de entender la violencia por razones de género como un contínuum y no centrar el foco de atención en un tipo particular de violencia (Kelly, 1988). Asimismo, posibilitan entender que en determinados contextos la violencia simbólica y la violencia física coexisten, sin que ello implique que deban ser entendidas como una dicotomía (Thapar-Björkert, Samelius & Sanghera, 2014, p. 149). Como ha señalado Krais (1993) los modos de dominación elementales (violencia física) deben ser entendidos de manera conjunta con los modos de dominación complementaria (violencia simbólica).
Finalmente, es importante recordar que los mecanismos generados por la violencia simbólica y estructural hacen posible la (re)producción y la legitimación de las relaciones de poder y, por ende, el ejercicio y la normalización de la violencia por razones de género. A pesar de que la violencia simbólica y estructural no tiene una naturaleza física, hace posible la presencia de otro tipo de violencia que sí es tangible.
Conclusiones
Este artículo ha demostrado la necesidad de que las teorías criminológicas y victimológicas integren las nociones sociológicas de violencia simbólica y violencia estructural en su análisis sobre la violencia basada en género contra las mujeres. Esto permitirá tener una amplia comprensión de: a) los mecanismos y estructuras de la violencia basada en género y b) los actos que constituyen violencia por razones de género.
El análisis de estas nociones sociológicas a partir del enfoque de género evidencia que los actos de violencia de género se (re)producen y legitiman en un contexto de dominación estructural contra las mujeres. A través del concepto de violencia simbólica y de la teoría desarrollada por Bourdieu, se explican los mecanismos de producción y reproducción de la violencia que legitiman la estructura de dominación.
Estas violencias (simbólica y estructural) se incrustan en el tejido de la sociedad, pero también en el cuerpo de las mujeres, desde donde reproducen y legitiman patrones de opresión y, por tanto, de violencia. La naturaleza estructural de la violencia contra las mujeres evidencia que esta es parte fundante del tejido social, no solo una característica incidental. En otras palabras, la existencia de determinada sociedad no se puede concebir ni justificar sin la presencia y el despliegue de determinados actos de violencia.
La data sobre violencia de género contra las mujeres ha evidenciado la prevalencia y la extensión de este fenómeno a niveles epidémicos y ha revelado la existencia de una normalización de los actos violentos (Kelly, 1988) que se inscriben en la vida de las mujeres como un «contínuum de la violencia». Los patrones de victimización femenina por razones de género han sido explicados por dos teorías: polivictimización y victimización distintiva. Estos patrones de victimización se producen en un contexto definido por la violencia simbólica y violencia estructural, lo que implica que las variables como el género, la raza y la clase son estructuradoras de la sociedad y moldean la experiencia de las personas. Como consecuencia, las distintas manifestaciones de la violencia basada en género contra las mujeres se configuran y varían —tanto en tipo como en gravedad— en función de la intersección de estos sistemas de dominación y opresión en sus cuerpos.
Estos enfoques permiten que no perdamos de vista e incidamos, sobre todo, en el análisis de los patrones de victimización no criminal que son los que menos atención han recibido por parte de los estudios victimológicos. La violencia simbólica y la violencia estructural evidencian que aquellos actos de violencia que pueden parecer menos importantes o lesivos (por ejemplo, la microagresiones) se vinculan con actos de violencia directa como la violencia física, dentro una sociedad que es estructuralmente violenta.
Asimismo, los efectos de la violencia de género en contra de las mujeres van más allá del acto de violencia concreto, lo cual también genera violencia simbólica. Al ser la violencia basada en género contra una mujer un mecanismo de legitimación y (re)producción del sistema de dominación, los efectos desplegados por estos actos violentos no serán direccionados únicamente a la víctima directa, sino que las mujeres en su conjunto serán víctimas —aunque indirectas— al reafirmarse la estructura social y, por tanto, las dinámicas de opresión. Como resultado, serán colocadas en una situación de especial vulnerabilidad aquellas mujeres que se ven intersecadas por las mismas variables (ya sean de raza, género o clase) que la víctima de violencia directa.
Todo esto permite una reconfiguración de la forma en que se estudia la violencia, a partir de una reteorización de las teorías criminológicas y victimológicas, así como de las metodologías tradicionales para analizar la violencia. Este cambio configura una herramienta importante para diseñar e implementar medidas de intervención y prevención frente a casos de violencia contra las mujeres de una forma más efectiva y eficiente.
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