Kitabı oku: «Resolver los conflictos con la comunicación noviolenta», sayfa 3
EL LENGUAJE DE LAS NECESIDADES
“Todo conflicto es la expresión trágica de una necesidad insatisfecha”
Entiendo que las necesidades son algo muy importante, pero he de reconocer que la palabra me resulta complicada: necesidades. Tiene algo de escasez, de carencia, algo así como estar necesitados. ¿Se ha quejado alguien alguna vez de este concepto?
Todo el mundo. A mí tampoco me gusta la palabra necesidad, porque tiene muchas connotaciones negativas que no tienen nada que ver con la belleza que veo ahí. Para mí, las necesidades son manifestaciones de la vida. Pero el concepto se suele asociar con “necesitado”, “ansioso”, “dependiente”, “egoísta” y otras cosas desagradables. Durante mucho tiempo he buscado una palabra que describa lo que quiero expresar. Pero no he encontrado ninguna que sea mejor. Resulta significativo que en nuestro idioma y en nuestro entorno cultural no exista otra palabra más positiva para ello. No hemos aprendido a contemplar nuestras necesidades como un regalo hermoso y valioso.
Por eso digo siempre que se trata de estas dos preguntas:
• ¿Qué está vivo en ti? Y,
• ¿Qué haría más rica tu vida?
Para mí es importante que la gente entienda este planteamiento. ¿Qué está vivo en ti? Se trata de eso. Yo hablo sobre sentimientos y necesidades, porque me parece el camino más lógico de ocuparme de estas preguntas. Pero, si a alguien se le ocurre algo mejor, estoy abierto a sugerencias.
Además propongo integrar en nuestro vocabulario expresiones sobre nuestras necesidades. No es tan difícil, porque en principio sólo tenemos nueve necesidades básicas. Por lo menos es lo que opina el economista chileno Manfred Max-Neef, cuya teoría global está basada en las necesidades humanas. En mi libro (3) he incluido una lista de 20 a 30 necesidades, pero estoy de acuerdo con Max-Neef de que hay sólo nueve categorías generales en las que caben prácticamente todas. Por supuesto que existen muchas expresiones para hablar de las necesidades y compartirlas y es importante encontrar las palabras con las que uno se identifique.
¿Nueve necesidades? Así de pronto se me ocurren ya tres necesidades: comer, beber, dormir …
Podemos agruparlas todas bajo la necesidad de cuidado corporal, junto con el bienestar corporal y algo así como protección y alojamiento. Las demás son: la necesidad de seguridad, la necesidad de comprensión (yo también la llamo empatía), necesidad de creatividad, de amor, (a mí me gusta más hablar de la necesidad de intimidad), la necesidad de juego, descanso, autonomía y sentido, y también se podría hablar de una necesidad espiritual.
Hablar el “lenguaje jirafa” implica emplear en cualquier situación palabras para expresar lo que nos pasa interiormente. Y para ello resulta muy útil generarse un vocabulario personal para poder describir estas nueve necesidades.
El ser humano es un ser gregario, es decir, necesitamos los unos de los otros para poder satisfacer nuestras necesidades. Y al mismo tiempo soy responsable de mis sentimientos y de la satisfacción de mis necesidades.
Hay una necesidad que oigo muchas veces y que utilizo, la necesidad de respeto. Todo el mundo sufre si no es tratado con respeto. Lo mismo vale para el reconocimiento. Tengo la impresión de que, al utilizar estas palabras para designar la necesidad, se pone de manifiesto un dilema: depende del otro que yo sea tratada o no con respeto, es el otro quien decide si satisfacer o no mi necesidad de respeto.
Respeto no es una buena palabra para expresar la necesidad que hay detrás. Y al mismo tiempo se trata de una necesidad importante y por eso la utilizamos tanto.
Muchas veces, cuando la gente usa la palabra respeto, en realidad se refieren a algo distinto, lo que buscan es ser reconocidos por lo que son. Apuesto a que, si nos tomáramos tiempo para determinar lo que hay detrás de la necesidad de respeto, descubriríamos que en el fondo, a un nivel más profundo, hay una necesidad de empatía. Pero para eso es necesario un nivel de conciencia elevado y por eso muchas personas sintetizan todo esto en la palabra “respeto”.
El problema es que, como las necesidades ocupan un lugar menor en nuestra forma habitual de comunicarnos, no tenemos muchas palabras para designarlas. Las culturas desarrollan un gran vocabulario para aquellas áreas a las que dan mucha importancia. Así, en los países donde hay mucha nieve, existen diferentes palabras para designar todo tipo de nieve. Ése es el problema fundamental de las necesidades. Nuestra cultura no presta demasiada atención a las necesidades y por eso no hay un vocabulario extenso para ellas. A menudo, en las palabras que utilizamos para designar las necesidades hay encerrada una estrategia; eso pasa, por ejemplo, en palabras como “respeto” y “reconocimiento”. Así, cuando hablamos de la necesidad de respeto, en realidad esa palabra está describiendo lo que debe hacer la otra persona, y eso no es una necesidad, sino una estrategia.
Una estrategia es, por tanto, una representación muy concreta o la forma favorita de satisfacer una necesidad. Por ejemplo, cuando tengo la necesidad de descansar y recuperarme, una de mis estrategias favoritas consiste en dar un largo paseo. Existen otras muchas estrategias para satisfacer esa necesidad: algunas personas hacen deporte, otras se dan un baño. Todos tenemos las mismas necesidades, pero ideas y estrategias totalmente diferentes para satisfacerlas. Y creo que la cosa se complica en el momento en que hay más de una persona implicada.
La cosa funciona cuando conocemos nuestra necesidad y no nos aferramos a una estrategia concreta. Cuando tengo claro esto, puedo preguntarle a cualquiera si me ayuda a satisfacer mis necesidades. Pero doy por sentado que sólo lo hará si lo quiere hacer. No tengo ninguna expectativa, sólo le digo lo que me gustaría.
¿Ninguna expectativa? Suena más fácil de lo que luego es en realidad. ¿Qué ocurre si tengo una crisis y tengo la imperiosa necesidad de que mi mejor amiga esté ahí, dándome empatía? Si soy sincera, tengo la esperanza de que no me deje en la estacada. O en una relación de pareja, ahí también tenemos expectativas.
Según mi definición, la necesidad no se dirige hacia una persona concreta o a una conducta determinada. En su situación está mezclando la necesidad con la petición. Es muy importante diferenciarlas claramente. Porque sólo entonces podremos reconocer que vivimos en la abundancia. Cuando contemplo las necesidades que tengo sin asociarlas a una estrategia concreta, entonces el mundo entero se ofrecerá a mí para satisfacerlas.
En cuanto confundimos la necesidad con la petición y pensamos que nuestra necesidad sólo puede ser satisfecha por una persona determinada o de una manera concreta, nos estamos limitando y transformamos la abundancia en escasez. Además, la persona a la que le decimos:
-“Necesito empatía y tú tienes que dármela”.
Escuchará una exigencia. Nadie tiene ganas de darme algo cuando la satisfacción de mis necesidades depende sólo de él. Imagínese la carga que sería para usted, si fuese la única persona que pudiera satisfacer mis necesidades.
Así, si puedo disociar el cumplimiento de mis necesidades de determinadas personas, encontraré a alguien –y hay 6000 millones de personas en el mundo– que pueda hacer algo por mí. Si me incluyo yo, también puedo hacer algo: me puedo dar autoempatía para satisfacer mi necesidad de empatía.
Por supuesto que algunas veces tenemos una fuerte preferencia a la hora de dar satisfacción a nuestras necesidades. Por ejemplo, cuando se trata de la necesidad de ternura o intimidad, puede ser que esté pensando en una persona en concreto. Pero eso no cambia en nada el hecho de que esa necesidad la puedo colmar a través de múltiples vías.
Cuando decido expresar a una persona mis necesidades, entonces es importante pensar qué palabras escojo. Pero mucho más importantes que las palabras son la actitud y la energía con las que expreso mi necesidad. Quiero explicárselo con un ejemplo. ¿Qué necesidad podría ser difícil de expresar a otra persona?
La necesidad de atención y conexión genera muchas veces conflictos en las relaciones de pareja.
Muy bien, el sentimiento podría ser de soledad. A partir de ahí puedo expresar mi necesidad con tres actitudes diferentes.
Así, una opción es: me siento solo porque mi necesidad de conexión no está satisfecha y llego a ti y te digo algo como “oye, ya llevamos todo el fin de semana juntos en esta casa y no puedo recordar una sola vez en la que hayamos cruzado una palabra … y, sabes, me había hecho muchas ilusiones de pasar estos días juntos. Ya sé que tienes muchas cosas que hacer y que por eso estás todo el día con el ordenador … y no quiero ponerte nervioso, pero hace poco que he leído que la pareja media pasa muy poco tiempo juntos, quiero decir, tiempo verdaderamente compartido …, sabes, y cuando pienso esto, me recuerda a mis padres, ellos tampoco tenían tiempo para dedicarse el uno al otro …”
Gracias, ya es suficiente. Creo que he entendido a qué se refiere:
“no ser pesado”. La verdad es que esta forma de hablar le pone a uno realmente furioso.
Sí, porque cuando estoy en esa energía no tengo la sensación de que mis necesidades sean un regalo. Pienso que tener necesidades significa ser dependiente y vivir una situación de carencia. Entonces me construyo la imagen de un ser humano que no tiene derecho a tener necesidades. Y como me censuro y me prohíbo tenerlas, temo que los demás me enjuicien. Así que me justifico durante dos horas para convencerles. Esto, naturalmente, pone al otro nervioso y reacciona con: “ya, ya, luego”, o algo parecido, lo que me confirma que no tiene ganas de pasar tiempo conmigo.
¿Y cuál es la alternativa eficaz?
Para ello es imprescindible tener conciencia de que nuestras necesidades son regalos. Yo lo llamo energía de Papá Noel, porque suena como: -“Ho, ho, ho, afortunado. De entre los seis mil millones de personas de la Tierra te he escogido a ti para satisfacer mi necesidad de atención y conexión”. Y lo digo en serio. Si contemplamos nuestras necesidades como regalos, le damos al otro la oportunidad de realizar lo que más le gusta hacer a las personas: ayudar a que la vida sea más rica y hermosa. Y como jirafa, sólo quiero que el otro satisfaga mi necesidad si él lo desea. Es difícil de imaginar por qué alguien no querría satisfacer mis necesidades, pero si decide no hacerlo, tendrá sus buenos motivos.
La imagen de la necesidad como un regalo es muy gráfica, porque pone en evidencia la alegría que da salir al encuentro del otro sin expectativas. Incluso cuando no quiero satisfacer la necesidad del otro, lo puedo tomar como un regalo y apreciarlo.
Me decía que había tres actitudes diferentes; tengo curiosidad por conocer la tercera.
Está relacionada con la primera variante.
-“Apaga el maldito ordenador. Si no me dedicas tiempo de verdad, me marcho”.
Esto quiere decir que planteo exigencias. Cuando expreso así mis necesidades, seguramente es porque durante mucho tiempo no me he atrevido a hacerlo y cada vez me he ido poniendo más furioso y entonces me sale algo así. Pero obedece al mismo principio que en el primer ejemplo: no creo que mis necesidades sean importantes. Yo llamo
• A la primera variante, “no aburrir”,
• A la segunda “Papa Noel” y
• A la tercera “o esto, o lo otro”.
Tengo la sensación de que mucha gente piensa que son responsables de las necesidades de otras personas y por eso tienen miedo a decir que no cuando les piden algo. Y esto les lleva a decir “sí” a algunas cuestiones que verdaderamente no desean.
Realmente es lo más grave: “decir que “sí” cuando pienso “no”. Esto es muy peligroso, déjeme que le explique por qué.
Una madrugada, a las dos de la mañana, sonó el timbre de mi casa; llovía y al abrir me encontré con una mujer embarazada que estaba hecha un mar de lágrimas.
-“Mi marido me ha echado. Le he pedido una cosa y ha empezado a gritarme: ¡fuera, vete, vete!’”
Hay otras formas más agradables de despertarse. No tenía una idea clara de qué se trataba, y le dije:
-“Pase usted. ¿Es usted vecina nuestra?”
-“No, vivo al otro lado de la ciudad”.
-“¿Y cómo ha llegado usted hasta aquí?”
-“He llamado a mi madre, que vive en California (por aquel entonces yo vivía en Texas) y le he contado que mi marido me ha echado. Hace poco que ha participado en un taller suyo y pensó que sería bueno que viniera hasta aquí y hablara con usted”.
-“Ah, de acuerdo”.
-“Llevo casada ocho años y mi marido ha cumplido siempre todos mis deseos, ha hecho siempre todo lo que le he pedido con una sonrisa en los labios. Y de repente le pido algo, una tontería, y empieza a gritarme: ¡fuera!”
En ese momento supe dónde estaba el problema: durante ocho años, él había estado diciendo que “sí”, pero pensando que “no”. Había dicho que “sí” a todo, porque tenía miedo de decir que “no”. Todo lo hizo no porque quisiera, sino para comprar su amor y no sentirse culpable. Esto tiene un precio muy alto, porque la persona que siempre dice que “sí” está pasando permanentemente por encima de sus necesidades, generando poco a poco dentro de sí una rabia enorme.
Al final resultó ser así, tal y como yo me había imaginado.
¿Cómo está usted tan seguro?
Porque desperté al marido. Pensé, ¿voy a estar yo aquí sentado con esta mujer, en mitad de la noche, mientras este tipo está tan tranquilo durmiendo? Así que le llamé y le invité a nuestra pequeña reunión. Estuvimos hablando toda la noche y averiguamos que el problema estaba en que él no tenía ni idea de cuáles eran sus necesidades. Era una persona agradable. Cuídese de las personas agradables. Las jirafas no son agradables.
Déjeme hacer un resumen general del tema de las necesidades: son muy importantes y si las tomamos como un regalo podemos alegrar a los demás. Esto quiere decir que la actitud con la que comunicamos nuestras necesidades es más importante que nuestro lenguaje. Y, además, mi felicidad no depende de que los demás satisfagan mis necesidades.
Buddha lo expresó de una manera muy bonita: nunca dependas de tus estrategias.
¡Qué bueno que cite a Buddha! Siempre he pensado que los budistas consideran deseable liberarse de sus necesidades.
He tenido largas charlas con budistas acerca de esto. Yo valoro mucho el budismo, he extraído gran parte de mis ideas de Buddha. Peo no creo que Buddha haya dicho nunca: “no tengas necesidades”. No puedo imaginarme que haya dicho nunca algo tan absurdo; pienso que no podríamos vivir sin aire. Pero algunos budistas con los que he hablado lo ven de otra manera, consideran que no tener necesidades es en cierto modo sagrado.
Quizás esté uno liberado de necesidades cuando está iluminado.
Incluso entonces hay que hacer pis y estoy seguro de que los iluminados también comen en algún momento. Nadie me cuenta que no beba o que no coma. No lo creo.
LA FILOSOFÍA DE LA ABUNDANCIA
“En cada momento tenemos el potencial de servir a la vida o de destruirla”
Usted parte de la idea de que la mayor parte de la humanidad está inmersa en el lenguaje y los pensamientos chacales, es decir, que todos hemos aprendido a criticar, a valorar y juzgar. ¿Cómo podemos cambiar estas formas de pensar y comportarnos en las que estamos tan entrenados? ¿Cómo logra que la gente conecte con sus sentimientos y necesidades y con los de los demás?
Con la ayuda de la autoempatía. Casi siempre empiezo mis talleres diciéndole a la gente: “pensad en una situación, a ser posible actual, en algo que hayáis hecho que os gustaría no haber cometido. Dicho de otra manera, si repito lo mismo en “lenguaje chacal”: ¿cuándo ha sido la última vez que habéis cometido un error? Si habéis aprovechado bien el trabajo del taller, nunca más volveréis a tener el pensamiento de haber cometido un error. Porque nadie ha cometido nunca un error y nunca hará algo malo. Pero si ahora mismo pensáis que existen errores, entonces describid una situación así. Y tratad de recordar lo que os habéis dicho a vosotros mismos en esa situación”.
Yo llamo a esa voz que nos habla el juez interior. Las valoraciones son muy importantes en nuestra vida, porque queremos saber si lo que hacemos sirve a la vida. Y la pregunta es: ¿cómo nos juzgamos a nosotros mismos, si no somos completamente perfectos? Cuando éramos niños aprendimos a juzgar severamente nuestro comportamiento en función de reglas morales. Correcto, incorrecto, bueno, malo. En vez de ser empáticos con nosotros mismos, hemos aprendido a hacernos reproches. Eso lleva a las profecías autocumplidas, porque si todo el tiempo me estoy diciendo “¡qué tonto soy!”, difícilmente me volveré más listo.
Para cambiar todo ese patrón, debemos empezar con nosotros mismos. Nos transformamos en un sistema vivo, sin reproches, sin castigos, sin vergüenza, sin culpa. El juez quiere ayudar a que nuestras necesidades se satisfagan y con esta finalidad cuestiona nuestro comportamiento. Pero este pobre juez ha sido educado en el “lenguaje chacal”, ¿cómo va uno a crecer sin odiarse? Las intenciones del juez son buenas, sólo tenemos que conseguir que valore nuestro comportamiento sin violencia. Así podremos encontrar un camino más efectivo para satisfacer nuestras necesidades, con menos costes.
¿A qué se refiere usted cuando dice más “efectivo” y con “menos costes”?
Imaginemos que soy un perro y como algo que me puede poner enfermo. Entonces intento aprender algo de esa situación para que mi necesidad de alimento pueda satisfacerse en el futuro de una manera más efectiva y con menos costes. Como lamentablemente no soy un perro, cuando me duele el estómago me digo: “cómo puedes ser tan tonto, siempre comes guarrerías y ya sabes que no te sientan bien, ¿cuándo serás más responsable?” Y me he explicado a mí mismo por qué ha ocurrido eso: porque soy irresponsable. Así que sigo haciendo exactamente lo mismo.
Siempre que veo un perro le envidio. Los perros no tienen por qué pasar por todo esto para satisfacer sus necesidades.
Si mi juez interior hubiera disfrutado de una educación orientada hacia la vida, seguiría con detalle mi comportamiento y cuando viera que hago algo que pasa de largo de mis necesidades, me preguntaría: “eso que estás haciendo, ¿está al servicio de la vida?” Y si no fuera así, me preguntaría:
-“¿Qué podrías hacer para encontrar un camino más efectivo y menos doloroso?”
Entonces no me haría más reproches y no pensaría que he hecho algo malo. Tampoco pensaría que he hecho algo correcto. En realidad es así: cuánto más analizamos las cosas en nuestra cabeza, menos vivimos. Así que enseñemos a nuestro juez interior el “lenguaje jirafa”. Esto lo lograremos en la medida en que nos interesemos por él y le brindemos empatía. Reeduquemos a nuestro juez interior con la ayuda de la autoempatía. ¡Podríamos aprender tanto de nuestras limitaciones!. Ojalá pudiéramos disfrutar al comportarnos equivocadamente, sin perder automáticamente el respeto hacia nosotros mismos. En esto, la autoempatía desempeña un papel fundamental y es de gran ayuda.
El teólogo Paul Tillich dice: “vivir implica tener coraje, incluso coraje para pecar” (4). Esto presupone que en todo momento somos responsables de cómo queremos dar forma a nuestra vida. Con posterioridad sabremos si hemos tenido éxito o no.
Voy a retomar su ejemplo: me he comido tres trozos de pastel de nata y ahora me encuentro mal. Mi juez interior me dice: “esto te pasa porque eres siempre muy ansiosa”. Así que le doy empatía y escucho sus necesidades. De esta manera descubro que en realidad quiere decir: “no quiero que te encuentres mal, quiero que te alimentes de tal manera que estés sana y te encuentres bien”. Esto me suena mejor.
Pero seguimos sin resolver un problema. Aunque no ha sido bueno para mi estómago, cuando me comí los tres trozos de esa tarta increíblemente rica, tenía otra necesidad importante.
Sí, hasta ahora sólo he hablado del juez interior. Hay otra parte muy importante en nosotros, yo la llamo el elector interior. En este caso tenemos que hablar con él. Es él, quien cuida de que en cada momento nuestra vida esté plena y sea hermosa. Tiene el encargo de nutrirnos y cuidarnos. Hay muchas cosas que pueden enriquecer nuestra vida, por lo que es fácil darse cuenta de la gran responsabilidad que tiene. Imagine la cantidad de decisiones que su elector interior ha tenido que tomar ya hoy. ¿Cuándo me levanto? ¿Qué voy a comer? ¿A dónde voy, qué haré allí, qué diré si me encuentro a alguien? Esto da una gran cantidad de trabajo. Por otro lado, esto también nos demuestra lo ricos y poderosos que somos. Cada uno de nosotros es una central eléctrica, tenemos incontables recursos. Porque en cada momento tenemos el potencial de servir a la vida o de destruirla. Tenemos que tomar muchas decisiones. Creo que es importante tomar conciencia del poder de nuestras palabras, de nuestras acciones y preguntarnos: ¿cómo podemos utilizar toda esta riqueza?
Así, el trabajo de nuestro elector interior es cuidar de que tengamos una vida plena, y el juez interior dictamina si lo consigue o no. Debemos ser empáticos con estas dos partes nuestras.
Una vez que los asistentes a mi taller han descrito lo que el juez interior les ha dicho, entonces nos dirigimos al elector interior y le pregunto: “cuando has hecho eso que llamas error, por ejemplo, cuando te has comido la tarta de nata, ¿qué te ha llevado a hacerlo? ¿qué necesidad tenías en ese momento?” También damos empatía al elector interior para entenderle.
Ninguno de los dos, ni el elector ni el juez interior tienen malas intenciones. Los dos pertenecen al mismo equipo, ambos cuidan de nuestro bienestar. Así, hagamos lo que hagamos, empezamos por tomar conciencia de que no fue un error. Para todo lo que hacemos tenemos buenos motivos. Lo hemos hecho para satisfacer una necesidad. Esto no quiere decir que justifique mi comportamiento, sólo pretendo ver la realidad. No digo que estuviera bien, no digo que estuviera mal.
Para mí, la autoempatía significa esto: aprendemos a entender de forma empática a nuestro juez interior para comprender qué necesidad quería satisfacer. Y escuchamos de forma empática a nuestro elector interior cuando dice qué necesidad quería satisfacer. A veces ambos tienen la misma necesidad, pero el elector interior ha escogido una estrategia para satisfacer la necesidad que no funciona, o funciona, pero el juez interior no la aprueba, porque no satisface otras necesidades importantes.
¿Y qué pasaría si mi elector interior dijera: tenía que comer tanto pastel porque mi madre no paraba de ponerme trozos en el plato y era su cumpleaños y se había esforzado mucho y yo no la quería defraudar?
Espero que su elector interior nunca utilice el Amtsprache, la jerga burocrática:
“Tenía que hacerlo”, “no tenía elección”, “órdenes de arriba”, “no tenía tiempo”, “siempre lo hacemos así”, “así lo mandan las órdenes”. Yo llamo jerga burocrática a cualquier intento de eludir nuestra propia responsabilidad por nuestros actos. Espero que nuestro elector interior sepa decir: “decidí hacerlo”. Porque, en mi opinión, no hacemos nada que no hayamos decidido hacer libremente. La jerga burocrática, el Amtsprache, es peligroso. He tomado esta palabra de Adolf Eichmann. Cuando estaba siendo juzgado por sus crímenes, le preguntaron si le había resultado difícil mandar a miles de personas a la muerte. Y contestó: “la verdad, era muy fácil”. Y entonces explicó que el lenguaje se lo puso fácil. Tanto él como sus oficiales hablaban ese lenguaje, que les daba la sensación de no ser responsables de sus actos; ellos mismos bautizaron este lenguaje como el Amtsprache, la jerga burocrática.
Así que vamos a hacer consciente a nuestro elector interior para que tome la responsabilidad de sus decisiones y para que se exprese en el “lenguaje jirafa” que habla de sus necesidades.
La pregunta es cuánta capacidad de decisión real tiene el elector interior. Me temo que en nuestro sistema de valores el juez interior ejerce mucha más influencia. Imaginemos que todas las mañanas me levanto a las siete en punto para comenzar a trabajar a las ocho en punto. Seguro que me gustaría mucho más quedarme en la cama, beber un té, leer hasta el mediodía y entonces, en algún momento, después de hablar por teléfono con mis amigos, ponerme a trabajar. Mi juez interior dice: tengo la necesidad de que seas eficiente. Así que mi elector interior obedece y me levanto a las siete. Pero eso no significa que me guste hacerlo.
Entonces tendremos que dar empatía a ese elector interior, para que deje de actuar así. Porque bajo ningún concepto queremos que haga algo que no sea fácil para él.
¿Fácil? ¿Qué quiere decir eso? ¿Y qué hago con el trabajo que se acumula en mi escritorio?
Cuando trabajaba como psicólogo en una clínica tomé la determinación de apuntar todas las tareas que pensaba que tenía que hacer, a pesar de que las odiaba. Y no quería hacer nada que no fuera fácil. Incluso el trabajo duro resulta fácil si lo hago para servir a la vida. Encabezando mi lista de tareas que hacía con desgana estaba escribir los informes de los pacientes. Un trabajo horrible que, a mi juicio, no servía a nadie. Cuando recapacité sobre por qué los seguía escribiendo, el único argumento que pude encontrar fue mi sueldo. Y esto es algo que afirmo en todos mis talleres: nunca trabajes por dinero.
¿Quiere decir que el dinero no es una buena motivación para trabajar, cuando es la única? Por otro lado, el dinero puede enriquecer nuestra vida en muchos sentidos.
A quien plantea este argumento, le suelo decir: gana dinero por hacer el trabajo que realmente quieres hacer. ¿Ves la diferencia? Nunca trabajes por dinero, sino ocúpate de conseguir el dinero que necesitas para poder hacer el trabajo que quieres hacer. Ninguna madre da el pecho a su hijo para conseguir algo de comer a cambio. Pero si no tiene nada que comer, no podrá dar de mamar a su hijo.
Entiendo la diferencia. Y me resulta mucho más fácil levantarme por las mañanas cuando soy consciente de lo enriquecedor que es mi trabajo. Pero, ¿eso funciona siempre? Quiero decir, para mucha gente se trata simplemente de ganar un sustento para sí y su familia.
Le animo de corazón a que disuada a su elector interior a hacer algo por alguno de estos motivos: por dinero, amor, para obtener reconocimiento, para evitar un castigo, por sentimientos de culpa o por deber. A eso me refiero cuando digo: no hagas nada que no sea fácil (5).
No estoy segura de haber entendido del todo lo que quiere decir con la palabra “fácil”. Esa expresión me parece irritante, porque suena a despreocupación.
No es una idea original mía. La primera vez que leí algo al respecto fue en un libro del experto en religiones Joseph Campbell (6). Ha dedicado toda su vida a estudiar las religiones del mundo. Y su conclusión fue que todas ellas tienen el mismo mensaje básico: no hagas nada que no sea fácil, y será fácil cuando lo hagas desde la necesidad de servir a la vida: algunos lo llaman Dios. Cuando ésa es la única motivación, entonces puede que el trabajo sea duro y agotador, y aún así será fácil. Cuando leí por primera vez el libro de Joseph Campbell, me resultó chocante y me dejó bastante escéptico. Pero cada vez tengo más claro lo importante que es que lo que hagamos sea fácil.
A menudo trabajo en países en los que está en cuestión la vida y la muerte y donde intentamos evitar la opresión y el genocidio. Y algunas veces resulta muy peligroso. Si tengo una visión clara de por qué estoy allí –y estoy allí para lograr que la vida sea más valiosa–, entonces me resulta fácil.
¿Y qué pasa con la gente que tiene que luchar para sobrevivir? Me refiero a la gente que no tiene ninguna opción.
Es una pregunta interesante, porque en muchos de los países donde yo trabajo la situación es así. Veo a niños de cuatro años que tienen que caminar largos tramos para traer agua a su familia. En occidente les decimos a los niños de clase media: “tienes que sacar la basura, todos tenemos que ayudar en casa”. Creo que la actitud con la que ayudan esos niños en casa es muy distinta a la de los niños que saben que su familia necesita el agua para sobrevivir. Así, cuando hablo de que sea fácil, no me refiero a que siempre sea divertido. Creo que te sientes diferente cuando haces algo por obligación –si llevo agua para gente rica para ganar dinero– a cuando tu acción satisface claramente tus necesidades o las de otras personas.
Poco a poco voy entendiendo a qué se refiere. En muchos aspectos puedo imaginarme hacer cosas con esa energía. Pero también se me ocurren muchas áreas en las que esto no funciona.
Quiere decir que en algunos ámbitos todavía no ha aprendido cómo funciona esto, ¿no?
Yo soy muy cuidadoso con la expresión “esto no puede ser” o “yo no puedo”. Prefiero decir: “todavía no sé cómo”.
Y claro, para hacer algo que no es fácil necesitamos una conciencia clara y mucha empatía para con el elector interior y el modo en cómo satisface sus necesidades. El día en que comencé a elaborar esa lista para comprobar por qué hago algunas cosas, me encontré con un verdadero reto: a las dos de la madrugada oí llorar a nuestro bebé en la habitación de al lado. ¿Qué piensa que dijo mi elector interior?
-“Tienes que dar de comer a tu bebé”.
Así que suspiré y me arrastré de la cama con esa energía negativa. Al mismo tiempo estaba intentando enseñar a mi elector interior a no hacer nada que no sea fácil. Así, en medio de la noche, estaba confrontado a un verdadero reto, pero fui inflexible y me volví a acostar. Ah, eso estuvo bien, me acordaré de lo bien que sienta no hacer nada que no es fácil. El bebé seguía gritando y yo ya veía los titulares en los periódicos del día siguiente: “Psicólogo perturbado deja morir de hambre a su hijo”. Pero bastaron diez segundos para que desapareciese el “tienes que” de mi cabeza e imaginara al pequeño, en la habitación de al lado, que todavía no podía procurarse solo la comida. ¡Y tenía hambre! Me levanté disparado, le di el biberón y lo hice con alegría. No yo, sino algo en mí lo hizo, fue algo natural. Hemos aprendido a hacer las cosas con un sentido del deber, pero eso no nos hace sentir bien, porque no es una necesidad natural.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.