Kitabı oku: «Un océano de luz», sayfa 2
Lo que Wallace sugiere se reconoce fácilmente como un tipo de antigua disciplina contemplativa llamada «vigilancia» o «atención». El cultivo de la vigilancia interior requiere que nos volvamos íntimamente conscientes de los pensamientos que estamos teniendo, más de lo que Wallace cree. El monje del desierto del siglo IV Evagrio Póntico fue un maestro de la vigilancia interior altamente cualificado 15. De hecho, vemos que Evagrio nos exige que nos volvamos más hábiles de lo que Wallace sugiere. Hacernos conscientes de nuestros pensamientos-sentimientos a medida que surgen y se desvanecen es un entrenamiento para algo más: la unión amorosa con Dios a través de la contemplación. Para Evagrio, la vigilancia interior es necesaria pero insuficiente para la contemplación. Porque, una vez que hemos aprendido a ser conscientes de nuestros pensamientos, ¿qué los desencadena? ¿Se juntan o actúan individualmente? ¿Hay algunos que nos planteen más dificultades que otros? ¿En qué circunstancias somos más vulnerables a los pensamientos dolorosos y cuándo somos menos vulnerables a sus ataques? Hemos de aprender a abandonar esos pensamientos para poder entrar en la zona abierta y amplia cuyo nombre es oración. Tal como Evagrio lo plantea con su característico estilo críptico, «la oración es la supresión de los pensamientos» 16.
Merton sugiere que la contemplación, la «percepción interior de la presencia directa de Dios, no es tanto cuestión de causa y efecto cuanto una celebración de amor. A la luz de esta celebración, lo que más importa es el amor en sí, el agradecimiento, el consentimiento a la bondad infinita y rebosante de amor que procede de Dios y revela [a Dios] al mundo» 17. La apertura de la percepción de la «presencia directa de Dios» y nuestro consentimiento a la «bondad rebosante de amor» no son descubrimientos ni acontecimientos separados en el tiempo; primero va una y luego el otro. Ocurren simultáneamente. Si no somos conscientes de la presencia directa, Merton asegura que «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 18. La interioridad humana y su plena floración como contemplación tienen un papel relevante a la hora de «abrir nuevos caminos y nuevos horizontes» 19.
El 11 de octubre de 2012, el 104º arzobispo de Canterbury, el Dr. Rowan Williams, se dirigió al Sínodo de los obispos en Roma 20. En un discurso inspirado e inspirador, Williams recordó a los obispos la absoluta centralidad de la contemplación para la viva humanidad en Cristo. «La humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa» 21. Williams continuó diciendo algo que seguramente sorprendió a algunos de los obispos: «La contemplación está lejos de ser solo un tipo de cosa que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad, libertad de las costumbres egoístas y codiciosas y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene» 22. Y siguió diciendo: «Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa» 23. En esta desafiante afirmación que Williams dirigió a los obispos católicos reunidos en sínodo, podemos escuchar los ecos distantes de Merton. Sin una humanidad moldeada por la contemplación «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 24. La cultura del marketing y la publicidad impregnan nuestra cultura e invaden nuestra vida espiritual. La práctica de la contemplación no está lejos del alcance de su avidez. La avidez espiritual y las fuerzas de la economía de mercado convierten la espiritualidad en general en una industria, en un producto que se coloca en una estantería y que se vende bien. Y, lo que es aún más triste, esta cultura afianza la habitual convicción, ya profundamente arraigada, de que estamos separados de Dios como de un objeto. Y, por tanto, creemos que necesitamos una estrategia espiritual, como la práctica de la contemplación, para adquirir algo que, para empezar, ni siquiera habíamos perdido del todo; y, una vez adquirido –o eso pensamos–, lo hacemos nuestro. Una vez que es nuestro tratamos de controlar el aspecto que creemos que debe tener una vida espiritual. La espiritualidad queda absorbida en una empresa «egoica» y muy atractiva. Rowan Williams afirma este asunto con gran audacia. «Es una cuestión profundamente revolucionaria» 25.
La contemplación es crucial para ese florecimiento e integridad humanos que encontramos en la intimidad trascendente que llamamos Dios. El don de la contemplación transforma nuestro corazón y lo libera de diferentes maneras: 1) la contemplación disipa la falsa ilusión de que estamos separados de Dios; 2) hace surgir la sencilla comprensión de que Dios es todo amor, un fondo sin fondo del ser; 3) en la medida en que somos, somos en Dios; 4) la contemplación nos libera de las ilusiones que dominan, confunden y paralizan el florecimiento humano; 5) nos libera de la falsa ilusión de que Dios es un objeto del que carecemos y que, por tanto, tenemos que buscar; 6) la contemplación nos libera de las semillas de violencia en nuestro propio corazón, especialmente de nuestras obsesiones individuales y sociales por encontrar a alguien a quien culpar de los males que nos suceden: estas obsesiones no hacen sino hacer que nos inclinemos hacia nosotros mismos, ciegos a lo que constituye un ser humano.
La práctica de la contemplación es buena no solo para nosotros, sino también para todo el mundo. Muchos testimonios a lo largo de la tradición contemplativa son testigos de ello. Entre ellos no podemos dejar de mencionar al autor de La nube del no saber: «La obra contemplativa del espíritu es la que más agrada a Dios. Pues, cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo demás, los santos y los ángeles se regocijan y se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo. Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta actividad» 26.
Algunos contemplativos han comprendido que su propio papel en el orden espiritual de las cosas se extiende incluso más allá de su vida. Santa Isabel de la Trinidad escribe: «Creo que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios mediante un ejercicio sumamente simple y amoroso, y en mantenerlas en ese gran silencio interior que le permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él» 27.
En nuestra propia época, el monje serbio del siglo xx Tadeo de Vitovnica escribe: «Si nuestros pensamientos son amables, pacíficos y serenos, vueltos hacia el bien, entonces también influimos en nosotros mismos e irradiamos paz a nuestro alrededor: en nuestra familia, en todo el país, en todas partes. Esto es verdad no solo en la tierra, sino en todo el cosmos también. Cuando trabajamos en los campos del Señor, creamos armonía. Divina armonía, paz y serenidad difundidas por todas partes» 28. Este serbio afirma con gran convicción que el silencio está en nuestro interior. Pero también es consciente de la naturaleza destructiva de nuestro aferramiento a pensamientos que poco tienen que ver con el amor, la paz y la justicia en las personas y entre los pueblos. «Sin embargo, cuando alimentamos pensamientos negativos, esto produce un gran mal. Cuando hay mal en nuestro interior, lo irradiamos entre los miembros de nuestra familia y allí por donde vamos [...] Los pensamientos destructivos aniquilan la calma interior, y entonces no tenemos paz» 29. La dimensión apostólica de la contemplación nunca disminuye y nos sitúa en el corazón del equilibrio espiritual del universo.
Hay un asombroso número de personas que, por una razón u otra, piensan que la vida contemplativa es, en el peor de los casos, algo irrelevante que implica, de alguna manera, cortar con el mundo y despreocuparse de él y de sus problemas y, en el mejor, algo a lo que muy pocos somos llamados. Los santos y sabios de la tradición contemplativa cristiana –y también de las tradiciones contemplativas no cristianas– saben desde hace mucho tiempo que este escenario no está en el ámbito de lo posible. Tal como el poeta Franz Wright lo ha expresado, «el camino de Emaús es este mundo» 30. «Contemplación» es un término que describe lo más sutilmente relevante que le puede ocurrir a una persona antes de la muerte y durante la muerte. Es la consumación en Dios tanto de la vida como de la muerte. Santa Isabel de la Trinidad lo afirma, con concisión y con una asombrosa ortodoxia: «Él es vuestra alma, y vuestra alma es él» 31.
Dedicamos el presente libro al espíritu de David Foster Wallace, Flannery O’Connor, Howard Thurman, Evagrio Póntico, Thomas Merton, Rowan Williams, santa Isabel de la Trinidad y muchos otros a quienes el lector conocerá por primera vez o que son amigos que el lector se alegrará de ver de nuevo. Desde un punto de vista cristiano, la contemplación revela nuestra inmersión en el misterio de Dios en Cristo, donde san Pablo dice que nuestras vidas están escondidas (Col 3,3) y donde Dios se revela como el Ser de nuestro ser, el Amor de nuestro amor, la Vida de nuestra vida. El misterio de Dios en Cristo trata de llevar hacia sí a los demás a través de nosotros, como alimento para el hambriento, ropa para el desnudo, justicia para el prisionero y compasión para el extranjero, la viuda, el huérfano. La contemplación y el estilo de vida que lleva hacia allí y que procede de allí solo nos hace una pregunta: «¿Qué aspecto tiene la bondad en cualquier momento?».
Este libro es un volumen complementario de los dos precedentes, En la tierra silenciosa y Una ausencia iluminada (para leer este libro no es imprescindible haber leído los dos anteriores). El primer volumen responde a una cierta necesidad en la literatura contemplativa. Hay varios libros muy buenos sobre contemplación. Sin embargo, en ese momento no se habían escrito demasiados libros pensando en personas que estaban en un nivel intermedio, es decir, aquellos que ya tenían una práctica bien establecida. En la tierra silenciosa hay suficientes aspectos para atraer principiantes –¿no lo somos todos?–, pero se centra sobre todo en quienes ya tienen una práctica bien establecida y pueden afrontar los retos a los que todos nos enfrentamos con la ayuda de esa práctica ya madurada. Una ausencia iluminada fue escrito pensando en los mismos lectores, pero prestando más atención a algunos de los temas más complejos –y a menudo amenazadores– a los que solemos enfrentarnos más adelante en la práctica madura. De hecho, esos desafíos pueden presentarse siempre que la amante Providencia lo considere apropiado: el tedio, por ejemplo. El paralizador tedio en –y con– la práctica de la contemplación es normal en cualquier práctica madura y puede empezar a asentarse bastante pronto. Cuando el tedio comienza su profunda labor de horadación de nuestra práctica, podemos pensar a veces que hemos perdido nuestra vida de oración e incluso toda nuestra fe. Esto es, con frecuencia, lo que hace que la gente salte como un resorte de su banco de oración para ir en busca de un tipo de oración más jugosa. En la medida en que este nuevo tipo de oración que hemos descubierto sea auténtico, por lo general volveremos a la sequedad del desierto. No solemos librarnos de la sequedad cuando dejamos de pedir que se aleje. La aridez espiritual es el terreno natural de la quietud.
La naturaleza de la consciencia protagoniza con fuerza Una ausencia iluminada y se presenta con la intención de alejar nuestra atención de aquello de lo que somos conscientes y llevarla a la propia consciencia: al despertar en sí. La mente automáticamente se resiste a ello, y por eso escuchamos a gente decir cosas como: «Soy consciente de mi consciencia». La consciencia de sí no puede convertirse en un objeto a no ser que se haga con un truco engañoso. Una ausencia iluminada habla también de que el silencio no significa solo ausencia del sonido de las olas.
Para una mente serena, hasta el ruido más irritante rebosa de silencio. Obviamente, tenemos una clara predilección por uno frente al otro. El libro también contempla algunas de las «purificaciones intelectuales». Estas liberaciones se dirigen a las más elevadas facultades mentales, especialmente el orgullo y la mente que se aferra demasiado. Abrasadora, dolorosa y tan prolongada y frecuente como sea necesario, todo se consigue por medio de la Luz amorosa.
El presente volumen, Un océano de amor, desarrolla algunos de los temas de los dos libros precedentes e introduce otros nuevos, pero los estudia desde un ángulo distinto y con gran detalle. La parte primera desarrolla aún más y hace más hincapié en la falsa ilusión de estar separados de Dios. Para ello, simplemente, damos voz a la gran nube de testigos de la tradición contemplativa. Aunque son diferentes unos de otros –pertenecen a diferentes siglos, a diferentes ámbitos, culturas, sexo y lenguas–, juntos cantan en armonía, polifonía y contrapunto la «canción de la unión». Si Dios no fuera ya el fundamento de nuestro ser, el aliento divino que nos ha insuflado la vida, no existiríamos.
Dios no sabe estar ausente. Es decir, iría contra la naturaleza de Dios el que apareciera y desapareciera. Pero nosotros podemos ignorar esta presencia íntima y construir un estilo de vida que mantiene esta ignorancia. San Agustín nos da una pista de por qué vivimos como ausente lo que en realidad está íntimamente presente. «Tú eras interior a mi propia interioridad» 32. Dios está demasiado cerca de nosotros como para que lo percibamos con la vista. El problema no es que Dios esté ausente, sino que está íntimamente presente. Si nos da miedo mirar porque tememos qué vamos a encontrar, nunca estaremos a gusto con nosotros mismos, nunca nos sentiremos cómodos en nuestra propia piel. Si no estamos a gusto con nosotros mismos, nunca conseguiremos darnos cuenta de que vivimos en la casa del Padre, donde hay muchas moradas (Jn 14,2).
¿Qué nos impide darnos cuenta de lo que está tan sencilla e íntimamente presente? Algunos intentos teológicos de contestar a esta pregunta han pasado a nosotros a lo largo de los siglos. Pero, desde un punto de vista más práctico, el de la práctica de la contemplación, podemos decir que nuestra mirada está, en cierto modo, saturada. Como resultado podemos sorprendernos juzgando a los demás cuando no sabemos lo que significa la vida para ellos o las tremendas dificultades que pueden estar atravesando. La respuesta de Jesús a esta situación es una de sus respuestas más famosas: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo?» (Mt 7,1-4). El problema es que nuestra mirada está fuertemente sobrecargada, nuestra mente está profundamente abarrotada. La parte segunda utiliza esta metáfora de abarrotar y despejar nuestra mente como una manera de pensar en cómo funciona la práctica de la contemplación. La metáfora nos permite observar el proceso de liberación desde un punto de vista diferente al de adquirir algo que pensamos que no tenemos y que, por tanto, debemos planear cómo adquirir, poseer y controlar.
Imagina una luminosa y espaciosa habitación cuyo suelo de madera encerada está repleto de montones de trastos de todo tipo. La práctica de la contemplación va gradualmente despejando nuestra mente, va poco a poco revelando el precioso suelo encerado –el radiante fundamento de todo– que no sabíamos que estaba ya ahí. Este libro evita el uso de la mente para no dar la impresión de que la mente es un estado o algo estático. A veces hablamos de la mente como si fuera algo estático. Hay quien puede decirnos: «Vuelve cuando mi estado mental mejore». Pero, en realidad, la mente –el flujo mental– tiene mil brazos que están en constante movimiento. La mente está en constante cambio, nunca es fija ni permanente. Aquí destacaremos tres manifestaciones de la mente: reactiva, receptiva y luminosa. Analizaremos las mismas preguntas respecto a las tres: ¿cómo es la práctica? ¿Cómo es el ego? ¿Qué habilidades contemplativas están desarrollándose? ¿Cuáles son algunos de los desafíos especiales?
Nuestro metafórico hilo conductor de abarrotamiento y limpieza –el proceso de liberar, dejar estar, abandonar, no aferrarse– coloca en primer plano algunos temas clave para la práctica de la contemplación que a veces se pasan por alto en muchos buenos libros sobre contemplación que destacan el crecimiento, el desarrollo, el progreso y la adquisición de algo de lo que carecemos. Algunos de esos temas son: 1) la inutilidad de nuestra preocupación por nuestro propio progreso; 2) el uso del atractivo de los senderos de contemplación como una manera de mantener a Dios a distancia; 3) la excesiva insistencia en ser conscientes de o estar atentos a objetos en nuestra consciencia, que tiene un papel vital, pero transitorio: si la consciencia se detuviera aquí, impediríamos el florecimiento de nuestra práctica como la desnuda sencillez de apuntar directamente a la inmensidad luminosa; 4) la inmensidad luminosa no puede ser un objeto del que ser conscientes, porque es el fundamento radiante de todo lo que existe; 5) el centrarnos en nuestro propio progreso, crecimiento y desarrollo nos conduce con frecuencia a los objetos restantes de nuestra propia fascinación: nosotros como nuestro propio proyecto contemplativo.
La parte tercera aborda el tema de la depresión, especialmente la depresión que no se disipa como debería, según dicen las investigaciones científicas. La depresión puede dejarnos a muchos aplanados o aún peor: atrapados en las arenas movedizas del estigma, en las que empeoramos nuestra situación cuando tratamos de librarnos de ellas. Este último capítulo trata de mostrar que la práctica de la contemplación revela la posibilidad de hacer un profundo servicio a todos los que sufren depresión. Nuestro propio abandono y nuestra derrota pueden convertirse en un puente para todos los que carecen de él.
Las observaciones y reflexiones de este libro no son sino barcos de papel en el río. Quizá uno o dos puedan tocar tierra en ti.
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UN SILENCIO QUE BRILLA COMO EL SOL.
LA CANCIÓN DE LA UNIÓN
«El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande»
(Is 9,2; Mt 4,16).
¡Porque tengo voz!
(El discurso del rey).
Cristo es el yo de nuestro yo
(SAN IRENEO).
INTRODUCCIÓN. LUZ SOBRE LUZ
«¿Cómo puedes ver nada con tanta luz?», exclama la escritora norteamericana del siglo xx Dorothy Parker (1893-1967). Famosa por su mordaz ingenio y sus variadas conversaciones con otros escritores de élite de su época, Parker se había puesto ciega de alcohol la noche anterior y tenía resaca. En ese estado era incapaz de soportar la luz del día. El dilema de Parker difiere notablemente de la experiencia iluminadora del prisionero liberado del famoso mito de la caverna de Platón. Cuando por fin sale, purificado y liberado de la sombría ignorancia, de la única realidad que ha conocido nunca, debe primero proteger sus ojos del sol hasta que va poco a poco acostumbrándose al esplendor iluminado del Bien.
La luz que Dorothy Parker no puede soportar es también distinta de la luz de la que habla Jesús: «Reflejo de su gloria» (Heb 1,3). O el luminoso esplendor que Jesús declara cuando «seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17,1-3).
Está la luz que hace que san Pablo –por entonces aún llamado Saulo– se detenga súbitamente en su camino a Damasco cuando «de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra» (Hch 9,3-4). San Pablo se queda ciego durante tres días como resultado de su encuentro con la Luz divina del Resucitado. Pablo no está ciego de alcohol, sino que ha quedado cegado por la Luz. Pablo va poco a poco entrando en esta Luz divina, que se convierte en la fuerza impulsora de toda su vida y misión. Además, esta Luz divina se convierte en algo tan íntimamente ligado a la identidad de Pablo que, cuando mira en su interior, no ve a nadie que se llame así. De ahí su exultante comprensión: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,19-20). San Pablo mira en su interior y no ve a nadie más que a Cristo.
GRANDES TAÑIDOS DE LUZ: UN CORO DE UNIÓN
Este Misterio, luminoso e íntimo, ha besado las vidas de los grandes santos y sabios de la tradición contemplativa; ellos se dan cuenta de que este Misterio creador y sustentador es también el terreno empapado de Luz que es fundamento del ser humano, fundamento de la luz, la vida y el amor. Este luminoso Misterio también besa la vida de cada uno de nosotros, si no, no existiríamos.
La unión con Dios no es algo que podamos o necesitemos adquirir. A través de las aptitudes contemplativas de receptividad y liberación comprometidas, percibimos esta unión cada vez con mayor profundidad y claridad a lo largo de los días que se nos han concedido. Dios es demasiado sencillo como para estar ausente. Somos nosotros quienes, con nuestras complicadas y abarrotadas mentes, permanecemos ignorantes de que esta Luz fundamental florece perpetuamente en el fértil e inescrutable aquí y ahora. Tal como san Agustín escribió en sus Confesiones: «Tú eras más interior que mi más honda interioridad» 1. Parafraseando esta línea, el Maestro Eckhart predica: «El alma toma su ser inmediatamente de Dios: por tanto, Dios está más cerca del alma de lo que el alma está de sí misma, y, por tanto, Dios está en la base del alma con toda su divinidad» 2. San Agustín también conoce esta luz que es cimiento: «Esta es la luz, verdadera y única luz, en la que se unifican cuantos la ven y la aman» 3.
Este capítulo nos permite escuchar. Escuchamos la canción de la unión que ha entonado a lo largo del tiempo el coro de quienes se han adentrado profundamente en el sendero de la comprensión contemplativa. Cada uno de nosotros tiene una voz en este coro, pero, debido al rumor del ruido interior que fluye en nuestra cabeza, vivimos casi sordos a nuestras propias voces que entonan esta canción de la unión, que habla de nosotros, siempre escondidos en Dios. Este coro también da fe de la intimidad de esta unión fundamental, cantada a lo largo de los siglos en diferentes épocas y lugares. Porque esto que llamamos ser está siempre oculto, nunca podemos verlo ni cartografiarlo como un objeto de nuestra consciencia, porque es el terreno que sustenta la consciencia, el propio hacerse consciente que brilla desde nuestros propios ojos. Al mismo tiempo, funda la alegría, siempre creciente, al ver la hermosa singularidad de los rasgos de cada uno de nosotros. Este placer que dilata el corazón revela la sencillez de toda la creación tal como es. En la aritmética de la unión divina, uno más uno es «ni siquiera uno». Sin esta unión fundamental jamás podríamos percibir el particular dinamismo en la identidad creada de toda la creación en evolución.
El obispo y teólogo del siglo IV san Gregorio de Nisa afirma que «Dios mora en ti, te atraviesa, pero no está encerrado en ti» 4. Aquí se hace eco del salmista: «Señor, tú me sondeas y me conoces [...] Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno [...] Cuando, en lo oculto, me iba formando» (Sal 139). La presencia de Dios, que busca y tamiza, se produce por iniciativa de Dios. No es algo que nosotros tengamos necesidad de buscar, porque ya nos es dado por Dios como don desde toda la eternidad. Nos hacemos aún más presentes a esta Presencia solo por medio de la liberación y siendo receptivos. No por medio del interesado aprovechamiento de la adquisición. No vamos en coche de un lado a otro de la ciudad en busca de nuestros orificios nasales. No los vemos, pero aun así confiamos, volvemos en coche a casa y aparcamos en el garaje.
El teólogo y obispo del siglo IV san Ambrosio de Milán canta sobre esta intimidad divina en el lenguaje del descanso divino. En su Comentario sobre los días de la creación, Ambrosio explica por qué Dios espera al último día de la creación para crear al ser humano. «Seguramente es el momento ya de que nosotros hagamos nuestra contribución al silencio, porque ahora Dios descansa de su obra de creación del mundo. Dios ha encontrado reposo en los recovecos más profundos de la humanidad, en la mente y el propósito de la humanidad [...] Dios encuentra consuelo en estos rasgos, pues, como su propio testimonio manifiesta, “¿en quién encontraré reposo sino en el ser humano, que es humilde y pacífico?”» 5. Desde la perspectiva de la teología, la creación no se preocupa por algo que ha ocurrido hace mucho tiempo, sino que más bien expresa una relación fundante en el momento presente, la plena floración de la identidad humana, que permanece como algo siempre oculto en el misterio de Cristo en Dios (Col 3,3). Para san Ambrosio, la inefable verdad de la identidad humana es que somos el shabbat de Dios. Solo hay un shabbat, y es de Dios.
Juan Escoto Eriúgena, o simplemente Eriúgena (810-877), maestro espiritual y teólogo de la alta Edad Media, que ha pasado con frecuencia inadvertido, es un asombroso maestro espiritual del siglo IX. En su Homilía sobre el prólogo del evangelio de Juan, Eriúgena escribe de Juan: «No habría ascendido a Dios si antes no se hubiera convertido en Dios» 6. Esto es cierto también para cada uno de nosotros, pero no quiere decir que, si nos miramos en el espejo, no veamos más que una barba y unas cejas necesitadas de un poco de color o un peeling químico. Eriúgena está sencillamente hablando de la comprensión translúcida de la verdadera naturaleza de nuestras profundidades más recónditas. La «divinización» o theosis es un antiguo término teológico para ello (cf. 2 Pe 1,4). La afirmación más famosa sobre esto quizá sea la que hizo san Atanasio de Alejandría: «Dios se hizo humano para que los humanos podamos hacernos Dios» 7. Lo que Dios es por naturaleza, nosotros llegamos a serlo por gracia.
De nuevo san Agustín proporciona una esclarecedora perspectiva cuando dice con sencillez: «No se puede amar lo que no se conoce» 8. Si deseamos algo, debemos, de algún modo, haberlo conocido. Nadie desea tomarse un helado con sabor a manta escocesa, porque no existe. Los seres humanos no suelen desear cosas que no existen. ¿Te gustaría llevar el mismo corte de pelo que el marciano que viste en el centro comercial el mes pasado?
Si experimentamos deseo de Dios, Verdad, Belleza, Felicidad, Paz y Silencio que no tiene antagonista, es porque, de algún modo oculto, hemos conocido a Dios, y, para que este conocimiento oculto haya tenido lugar, Dios debe habernos conocido primero de alguna manera escondida. Nuestro anhelo de Dios es una respuesta a haber sido ya antes tocados y abrazados por Dios. El deseo no es sino nuestro instinto guiado por Dios, incluso cuando hay interferencias, confusión y pasamos por alto las huellas una y otra vez. «Nos creaste para ti –dice san Agustín–, y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» 9. Agustín escucha los ecos distantes del salmista: «Solo en Dios descansa mi alma» (Sal 62 [61]).
El siglo XIV puede presumir de tener numerosos maestros espirituales. Entre ellos destacan especialmente el Maestro Eckhart y Jan van Ruysbroek. El papa Juan Pablo II cita al Maestro Eckhart en una de sus audiencias semanales: «¿Acaso no enseñó el Maestro Eckhart a sus discípulos: “Todo lo que Dios os pide con insistencia es que salgáis de vosotros mismos [...] y que dejéis que Dios entre en vosotros”?» 10. Este fraile dominico predica: «El fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo es el fondo de Dios» 11. En un sermón de Adviento, Eckhart dice: «Dios implanta constantemente una fuerte luz en el alma [...] En su nacimiento, Dios se derrama en el alma con tanta luz que se desborda en las capacidades y en el exterior del ser» 12. Eckhart dice que a veces la Luz se eleva desde el interior de la luz de la conciencia con tanta fuerza que tenemos un constante sentimiento de estar contemplando una inmensidad muy luminosa. También nos damos cuenta de que lo que contempla la inmensidad luminosa es en sí mismo una luminosa inmensidad. Los contemplativos maduros verían aquí un ejemplo de lo que le ocurrió a Pablo: «Dios le bañó con su luz en su camino» 13. O cuando el monje del desierto del siglo IV Evagrio Póntico dice: «Son pruebas de la impasibilidad [apatheia] que el intelecto haya empezado a ver su propio resplandor, que se mantenga sosegada ante las visiones que se presentan durante el sueño y que mire los objetos con serenidad» 14. «Mientras contempla los asuntos de la vida» es un eufemismo clásico; pues de la apatheia surgen nuestros ataques de depresión, de crisis de salud que aparecen súbitamente, de la nada, el dolor de un divorcio difícil, la inesperada pérdida de un hijo mortinato, así como nuestras alegrías y nuestros triunfos, incluso nuestros mayores éxitos y nuestros problemas más pequeños: toda nuestra vida tal como es. No tenemos mucho problema en percibir la luz y la voluntad de Dios en las cosas positivas que nos suceden en la vida; pero la mayoría de nosotros tenemos muchas más dificultades para darnos cuenta de que, como sabía el salmista, «la tiniebla es como luz para ti» (Sal 139). Tanto en la desesperación como en el placer nos abandonamos y descansamos en la plenitud de Dios (aunque claramente tenemos nuestras preferencias).