Kitabı oku: «Que todos alaben al Señor», sayfa 2
Éste es el argumento que se presenta en forma de imagen cuando el salmista reúne al coro y es lo que vemos también, por supuesto, en el Nuevo Testamento. ¿Puedes pensar en doce hombres más distintos unos de otros que los doce discípulos? Comparemos, por ejemplo, a Pedro y a Juan: Juan el místico, el poeta, el contemplativo; Pedro el atrevido, el activista, el valiente.
Y ahora piensa en un hombre como Pablo, que era totalmente distinto de los otros, o Natanael, o Andrés. Podemos mirar la lista entera y pensar en todos ellos. Si simplemente aplicamos los cánones de la psicología, o si los analizamos según nuestra filosofía, diríamos que todos estos hombres eran fundamentalmente diferentes. Y es que lo eran, pero sin embargo eran uno en su mensaje, en su alabanza. Eran uno en este himno, en este coro. Y eso pasaba no sólo con ellos, sino con toda la iglesia de Cristo después de ellos.
Por eso las biografías son tan importantes para mí. Lee las vidas de hombres y mujeres cristianos y verás que por naturaleza son personas totalmente distintas las unas de las otras, pero que llegan todos a un lugar común. Todos hacen lo mismo. No son como sellos de correo, claro, pero en esencia todos experimentan lo mismo, testifican lo mismo. Se unen en un mismo himno.
Es difícil pensar en dos hombres más diferentes que Martín Lutero y Juan Calvino, que fueron parcialmente contemporáneos. El volcánico y explosivo Lutero y el cuidadoso, preciso y lógico Calvino. Y ambos hicieron exactamente lo mismo. Y lo mismo pasa con cualquiera que haya destacado en la historia de la iglesia a lo largo de los siglos.
Entonces, voy a repetir la segunda idea: Si la característica principal de los cristianos es que alaban a Dios, es una característica de todos los cristianos, de cada uno. No importa lo que seas por nacimiento, naturaleza o antecedentes. Si vienes a Dios en Cristo, habrá en ti lo mismo que hay en todos los otros cristianos. Aceptar a Cristo nos lleva a un denominador común; introduce en nosotros un factor común.
¿QUÉ PRODUCE LA UNIDAD DE ALABANZA?
Y finalmente me gustaría hacerte una pregunta: ¿Qué produce esta unidad en alabanza? El salmista invita a personas del norte, sur, este y oeste, y les pide que canten exactamente lo mismo, con las mismas palabras. ¿Qué los lleva a hacerlo? ¿Qué produce esta sorprendente unidad? Él mismo nos da la respuesta en estos tres primeros versículos.
El Carácter de Dios
La primera cosa que produce la unidad de alabanza es el carácter de Dios, su bondad. “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia.” El cristianismo no empieza por nosotros, empieza siempre por Dios. Si hoy nos falta esta unidad es porque a la gente le encanta empezar por ellos mismos y se olvidan de Dios.
Pero el salmista lo pone en el orden correcto. Empieza por Dios, y esto es lo que afirma: que en el momento en que una persona conoce a Dios y entiende algo de quién es Dios y cómo es, lo alabará por su carácter, porque Dios es bueno. Si no estamos alabando a Dios como deberíamos es por una sola razón: porque no lo conocemos. ¿Sabes lo que está ocurriendo en el cielo ahora mismo? Los ángeles más brillantes están alabando a Dios. Están dándole alabanza, honor y gloria al Dios Todopoderoso. “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.3). Todos los coros angélicos están alabando a Dios. ¿Por qué? Porque él es Dios. “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmos 19.1). Si pudiéramos verlo, toda la naturaleza declara la gloria, las maravillas, la grandeza de Dios. Y si la humanidad no hubiera caído, sujetándose al pecado, todo el mundo estaría alabando y adorando a Dios. Para eso nos creó, y eso es lo que hacían los hombres mientras su relación con Dios estaba intacta.
Querido amigo, esto es de vital importancia. ¿Sabes que si acabas en el infierno, será por esta razón, que no has alabado a Dios? Olvídate del pecado por un momento. Olvídate de ti mismo y de tu vida. Lo primero es: ¿estás alabando a Dios? ¡Para eso fuiste creado! Dios debe recibir alabanza por ser quien es, porque es Dios, y no creo que haya ningún pecado peor que no alabarlo. Lo voy a decir abiertamente, a riesgo de que se me malinterprete: ésa es la razón por la que el Nuevo Testamento nos transmite la idea de que no hay esperanza para el fariseo orgulloso. Una persona satisfecha de sí misma y que se cree moralmente superior, según la Escritura, es un pecador mucho mayor que un borracho o una prostituta, y por eso no hay ni una pizca de alabanza a Dios en su vida. Este tipo de persona pasa todo el tiempo alabándose a sí mismo.
Piensa en la imagen que nos presenta el Señor del fariseo y el publicano. Escucha al fariseo: “Dios te doy gracias”. ¿Por qué? Pues “porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano” (Lucas 18.11). “¡Yo soy tan maravilloso!” No alaba a Dios porque Dios es Dios, sino que se alaba a sí mismo por ser bueno. Ayuna dos veces a la semana; les da la décima parte de sus bienes a los pobres; no es como el publicano, el extorsionista, sino que es un hombre bueno. Le da las gracias a Dios por eso, pero realmente no le está dando las gracias a Dios en absoluto. Se está dando las gracias a sí mismo. Le está hablando a Dios sobre sí mismo. Ni pide nada ni agradece nada. El pecado más terrible, por tanto, es el querer ser admirado; es depender de la religiosidad; confiar en tu propia moralidad, en tu propia manera de pensar, o en cualquier otra cosa que no sea la gracia de Dios en Cristo.
Dios debe recibir alabanza porque es Dios, y si no lo alabamos, ésa es la esencia del pecado. No le estamos dando a Dios la gloria que merece por su majestad, su poder, su dominio, su divinidad, su eternidad. “Alabad a Jehová, porque él es bueno.” Y no lo alabamos porque no notamos su bondad: “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45). ¡Ése es Dios! El Dios que envía las estaciones una tras otra y que hace fructificar la tierra, que bendice a los hombres a pesar de su pecado. ¡Ése es Dios! Y si lo conociéramos, lo alabaríamos. Debemos alabarlo porque es bueno.
La Misericordia de Dios
Pero él nos da otra razón para alabarlo: que “para siempre es su misericordia”; es decir, aunque no lo hayamos alabado y no lo alabemos como deberíamos, él no ha terminado con nosotros; no nos ha dado la espalda; nos ha mirado con misericordia y con compasión.
Mira su misericordia para con los hijos de Israel, quienes le volvieron la espalda y se alejaron de él y lo olvidaron y levantaron otros dioses y lo insultaron adorando a ídolos. ¿Por qué no los destruyó? Sólo hay una respuesta: “para siempre es su misericordia”. Él soportó su maldad, nos dicen. Pero si quieres conocer la misericordia de Dios, mira a Cristo; mira al niño de Belén; mira la cruz. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3.16). “Para siempre es su misericordia.” ¡Sí! ¿Y cómo lo demuestra? Pues lo veremos en detalle más adelante, Dios mediante, pero lo resumo aquí como hace el salmista en estos tres primeros versículos. La misericordia de Dios se nota en que nos mire siquiera. No nos merecemos ni eso. Si recibiéramos lo que nos merecemos, seríamos destruidos. Pero Dios sigue con sus ojos puestos en nosotros y en nuestro mundo, y luego dice: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo y los ha congregado de las tierras…” ¡Qué perfecta presentación del evangelio!
La Redención
Dice que han sido redimidos del poder del enemigo. Eso significa que todos nos hemos visto en un estado de aflicción en este mundo. Veremos, a medida que estudiamos este salmo, que no importa si esta gente está vagando por el desierto o encadenada en la cárcel o agonizando en el lecho de muerte o dando tumbos como borrachos en medio de una tormenta en alta mar. Todos ellos “clamaron a Jehová en su angustia”. Las cosas les van mal y están angustiados. Se sienten frustrados, desesperados porque no pueden hacer nada. En su impotencia se acuerdan del Dios al que habían olvidado y claman a él pidiendo misericordia y compasión, y él los escucha y los libra de su aflicción.
Esto es algo común a todos los cristianos, y no se puede ser cristiano sin vivirlo. Los cristianos son personas que han experimentado gran angustia, que se han sentido desesperados por su condición. Entiéndeme bien; si nunca te has sentido desesperado con respecto a ti mismo, no puedo decirte que seas cristiano. Los cristianos son aquellos que se han sentido tan desesperados con respecto a ellos mismos y a su vida que no han sabido qué hacer. Como se nos dice aquí, han estado frustrados, en agonía; no han sabido dónde estaban. Han pasado nuevas páginas; han hecho propósitos de Año Nuevo; han intentado hacer el bien; han hecho más donaciones a causas nobles. Han ayunado, orado y trabajado, y aun así han seguido sin saber qué hacer. Han estado perdidos.
Y en su más completa desesperación, han clamado al Señor. Ése es el cristiano. Los cristianos son personas que lo han intentado todo, han agotado todas las posibilidades pero han visto que nada les sirve y han encontrado todo lo que buscaban en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Sienten desesperación e impotencia con respecto a sí mismos porque se dan cuenta de que no pueden ser sus propios salvadores y se deleitan al oír el mensaje de que Dios los amó tanto que envió a su único Hijo al mundo a rescatarlos, a morir por ellos, a liberarlos, a reconciliarlos con Dios. “Los libró de sus aflicciones.” Nos ha redimido: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo.”
A los enemigos los describiré más adelante, Dios mediante, pero todos sabemos quienes son, ¿no es cierto? Lujuria, pasión, celos, envidia, avaricia, odio, malicia, desdén, impureza, vileza, perversión. Ahí están: las cosas que nos desaniman y nos aprisionan, de las que nunca podemos salir. La persona más moral del mundo puede que sea la que el enemigo tenga agarrada con más fuerza. El enemigo la tiene bien atrapada en los grilletes de su farisaísmo, pues se siente satisfecho de sí mismo y se cree moralmente superior a los demás. Ésos son los enemigos de los que nos libra Dios.
Todos los cristianos tienen esa experiencia. No importa cuál sea su pecado o la forma que adopte, ni su temperamento, ni su nacionalidad. Si son cristianos, se han sentido desesperados y han encontrado la salvación en Jesucristo solamente. Por lo tanto, todos los cristianos pueden unirse en el mismo himno porque están alabando al mismo Dios, que es bueno, cuya misericordia permanece para siempre, que los ha redimido, sí, y los ha congregado y los ha traído a este lugar de abundancia, donde tienen una nueva naturaleza, una nueva vida, una bendita esperanza y al Espíritu Santo que mora en ellos para conducirlos y guiarlos. El Dios que les ha dado poder para vencer al pecado los ha congregado y los lleva juntos a su hogar eterno.
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El desierto
Anduvieron perdidos por el desierto, por la soledad sin camino, Sin hallar ciudad en donde vivir.Hambrientos y sedientos,Su alma desfallecía en ellos.Entonces clamaron a Jehová en su angustia, Y los libró de sus aflicciones.Los dirigió por camino derecho,Para que viniesen a ciudad habitable.Alaben la misericordia de Jehová,Y sus maravillas para con los hijos de los hombres.Porque sacia al alma menesterosa, Y llena de bien al alma hambrienta. (Salmos 107.4-9)
Como hemos indicado, el tema central de este salmo es la alabanza que debemos ofrecerle a Dios por su bondad. Lo alabamos porque es bueno y por la manifestación de su bondad en nuestra salvación. Es una alabanza a Dios por “su misericordia”, que es “para siempre”.
En otras palabras, el tema del salmo es que la salvación sólo viene del Señor, tema que el salmista nos presenta de diversas maneras. Dios es el único que debe ser alabado porque aparte de él no hay salvación, mientras que en él la hay en abundancia. Y como he explicado antes, la salvación es para todo el mundo, para todos los que la buscan; para todos los que toman conciencia de su necesidad: los del norte y del sur, del oriente y del occidente, sin tener en cuenta su carácter, estado, origen, capacidad, ni ninguna otra cosa. Es para todos los que se dan cuenta del peligro en el que están y que desean ser liberados de las manos del enemigo, que los retiene en tan terrible cautiverio.
Pero habiendo hecho esta afirmación en los tres primeros versículos, el salmista no se contenta meramente con hacer una proposición general; ahora nos da ejemplos e ilustraciones. Es como un hombre que establece una tesis y luego pasa a probarla, o como una sinfonía, lo cual es bastante apropiado para un salmo que, a fin de cuentas, es una canción. En la introducción nos dice lo que va a hacer, después lo hace en una serie de movimientos y lo combina todo al final. Aparte de tener un gran valor como verdad espiritual, este salmo también merece nuestra admiración como composición artística.
Así que ahora empezamos a considerar estos distintos casos que el salmista nos presenta. Son cuatro ejemplos que, según la mayoría de los estudiosos, deben usarse e interpretarse metafóricamente. Aunque describe a personas con ciertos problemas físicos y es cierto, por supuesto, que Dios puede librarnos, y de hecho nos libra, de ellos. Sin embargo, lo más importante es que la liberación física no es sino una parábola y una señal de lo que Dios hace por nosotros de manera infinitamente mayor en un sentido espiritual y con respecto a nuestras almas.
Como ya he indicado, la opinión general es que probablemente se trate de un salmo que hace referencia a la cautividad de los hijos de Israel, por lo cual todas sus imágenes e ilustraciones pueden entenderse principalmente como referencias a la liberación de los hijos de Israel de esa cautividad literal. Pero eso, por su parte, no es más que un gran ejemplo de la liberación del cautiverio espiritual que encuentran nuestras almas en Cristo.
Decimos, por tanto, que se deben interpretar todas en ese sentido principalmente metafórico, como vamos a hacer ahora con esta primera ilustración. Otra cosa importante a tener en cuenta mientras vemos estos ejemplos es que cada uno de ellos representa una imagen del pecado. El pecado es algo muy poderoso que se manifiesta en un sinfín de maneras. Ésa es parte de su sutileza, por supuesto, y como no somos conscientes de esto, a veces no lo reconocemos aunque lo estemos buscando. Tendemos a pensar que el pecado siempre aparece de la misma forma, pero no es así. La mayor parte de las personas puede reconocer el pecado si se viste con harapos, pero muchos no lo reconocen si se viste de forma elegante. Muchos reconocen el pecado si se manifiesta en los barrios pobres de una gran ciudad, pero no lo reconocen en las áreas más ricas, aunque a fin de cuentas es la misma cosa.
Para usar una ilustración, el pecado es una enfermedad que tiene muchos síntomas, de los cuales el salmista intenta darnos algunos ejemplos. Nos muestra que todos tienen su origen en el pecado, pero lo que nos quiere decir es que cualquiera que sea la manifestación de la enfermedad, Dios puede sanarnos y librarnos de ella. En cada caso dice que “clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones” (versículo 6).
Es decir, no importa la forma que adopte el pecado; sólo tenemos que clamar al Señor, y él nos librará. Veamos cómo se demuestra esta verdad en la primera imagen, que aparece en los versículos 4 a 9. Aquí, obviamente, el pecado se presenta como lo que hace que nos perdamos. Una de las definiciones etimológicas correctas del pecado es no dar en el blanco, como si estuviéramos apuntando a un objetivo, pero llega el pecado, desvía la bala y nos hace fallar. No dar en el blanco; perderse; no alcanzar el objetivo; hacerse a un lado; desviarse. Esta primera ilustración nos da una imagen extraordinariamente vívida y dramática del pecado como algo que nos hace perdernos en esta vida y en este mundo y no llegar al destino para el que fuimos creados.
PRIMERA IMAGEN: PERDER EL RUMBO
Veamos la primera imagen y saquemos de ella unos cuantos principios y enseñanzas. Ésta es una imagen del pecado muy común en la Escritura; la encontramos en muchas partes. ¿Qué tipo de persona descubrimos en este pasaje? Veamos la descripción: “Anduvieron perdidos por el desierto, por soledad sin camino, sin hallar ciudad en donde vivir. Hambrientos y sedientos, su alma desfallecía en ellos. Entonces clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones”. Son los llamados intelectuales. La imagen nos muestra a personas que intentan encontrar una ciudad donde habitar en un desierto. Están buscando un lugar donde vivir y donde poder obtener cierta satisfacción, pero el problema es que no lo encuentran. Están perdidos en una tierra árida y carente de caminos que les lleven a la ciudad. Van y vienen, mirando, buscando; en cierto sentido, es un retrato completo de la raza humana desde el origen de la historia: el hombre buscando una ciudad.
EN BUSCA DE LA VERDAD
Pero nosotros estamos particularmente interesados en este tema en el sentido intelectual que se presenta aquí. Podríamos decir que es la imagen de personas en busca de la verdad, hombres y mujeres que buscan satisfacción y entendimiento intelectual. Se encuentran en esta vida y en este mundo, sí, pero han recibido ciertos dones. Tienen una mente que se vuelve activa y comienzan a hacerse preguntas, como debería ser, lo cual es excelente; y las grandes preguntas que se hacen son: ¿Qué es la vida? ¿Dónde empezó todo? ¿De dónde viene el mundo? ¿Ha existido desde siempre, o fue creado en un momento dado? ¿Qué es esta cosa tan extraordinariamente escurridiza que llamamos “vida”? Vemos un animal que está lleno de vida y que no para, pero de repente, cuando volvemos a mirar, está muerto. El cuerpo sigue ahí, pero la vida se ha ido. Lo mismo pasa con una flor. Y lo mismo pasa con el hombre. ¿Qué es la vida?
Cualquier ser pensante, cualquier persona que tenga cerebro y lo use se hará preguntas parecidas a éstas. Ése es el tipo de persona que vemos aquí, el tipo de persona intelectual que busca entender la vida, su significado, su propósito. Eso es la ciudad, la ciudad de descanso y de satisfacción intelectual. Se trata de la búsqueda –una búsqueda tan antigua como la humanidad misma– de una filosofía de vida, una visión de la existencia que incluya, especialmente, al ser humano. En términos más técnicos, es la búsqueda de una filosofía de vida, una forma de vivir, una perspectiva que realmente sea satisfactoria.
No hay más que leer la historia de la humanidad para darse cuenta de que la actividad intelectual de los hombres ha sido tremenda. Se han enfrentado al misterio de la vida desde tiempos inmemoriales, como se puede ver en escritos antiguos e incluso en la mitología. La gente busca una piedra filosofal o una bola de cristal donde encontrar la respuesta al enigma de la existencia y del universo. Buscan la ciudad, la ciudad de la verdad. No sólo buscan satisfacción intelectual; también buscan reglas de vida, porque vivir es un problema: las relaciones humanas, cómo llevarse bien con los demás, etc. El ser humano sigue buscando estas reglas; en otras palabras, sigue buscando algún tipo de código o instrucciones que le permitan hacer estas cosas sin verse siempre rodeado de problemas y agobiado, consternado, deprimido, frustrado. Siempre ha estado buscando alguna receta, una ley que se pueda dictar que de repente arregle todos estos problemas. La gente de hoy en día sigue buscando con la misma intensidad. Ése es el tipo de persona que vemos aquí.
Pero no es sólo eso: hay más. Conforme avanzamos por la vida, descubrimos que van surgiendo ciertos problemas y dificultades. Nos encontramos con enigmas que van más al á de nuestra búsqueda y nuestra inquietud intelectual que piden satisfacción y solución. Y mientras buscamos respuestas, nos suceden cosas; la humanidad también está batallando con este problema desde el principio. ¡Oh, “los tiros penetrantes de la fortuna injusta”! ¡Oh, los golpes del destino! Ése es el problema.
Pero, ¿qué podemos hacer ante los avatares del destino? Y sobre todo, cómo podemos comprenderlos? ¿Por qué nos pasa este tipo de cosas? ¿Por qué existen las enfermedades y las plagas? ¿Por qué hay tormentas? ¿Por qué hay calamidades? ¿Por qué hay guerras? Ésta es la cuestión. Estas cosas llegan y nos golpean y pasamos la vida intentando entenderlas. ¿Tienen algún propósito? ¿Es la vida tan sólo un tablero de ajedrez, y nosotros las piezas que están siendo manipuladas por fuerzas invisibles sin que podamos hacer nada? ¿Es posible reducir toda nuestra experiencia en la vida y en el mundo a una razón ordenada? ¿Podemos descubrir la piedra filosofal, la respuesta a todas estas preguntas?
Éste es el tipo de persona que estamos viendo aquí, el que está preocupado por todo esto, y hay una cosa más que quiero decir. Son personas que también buscan seguridad y protección. Ésta es una verdad universal, ¿no es cierto? Puede que nunca haya sido más obvio que hoy en día. La palabra del momento es seguridad. Estamos todos haciendo pactos, incluidos los países, y la tragedia de la vida es que en nuestro deseo de conseguir la seguridad, provocamos la guerra. Pero lo que buscamos es la seguridad. Las naciones del otro lado del Telón de Acero le aseguran al mundo que lo único que quieren es seguridad. Se sienten amenazados y atacados. Y la otra mitad del mundo dice lo mismo. Queremos seguridad, y la queremos también en el ámbito personal, individual. Hay cosas que nos amenazan continuamente: la enfermedad, los accidentes, la edad avanzada y la propia muerte, que están siempre en el fondo, acercándose cada vez más a nosotros.
A lo largo de su existencia en el mundo, el hombre ha estado clamando por esta seguridad: algo de protección, una torre segura donde refugiarse en el día maligno que está por venir; un sitio donde estar protegido contra todo, pudiendo recostarse tranquilo. Ésa es la búsqueda. Como la gente del salmo, los hombres buscan una ciudad donde vivir, una “ciudad habitable”.
El salmista describe todo esto de forma dramática, pero lo que de verdad nos está diciendo sobre estas personas es que no son capaces de encontrar el rumbo. Es un desierto en el que no hay caminos; no encuentran una ciudad habitable. Me gustaría analizar contigo este problema, esta imagen, en su totalidad. No hace falta esforzarse mucho para imaginárselo, ¿verdad? Muchos de nosotros lo conocemos, quizá por experiencia propia.
EL FRACASO
Empezamos esta búsqueda siendo jóvenes, y al principio es muy emocionante. Partimos con la convicción de que vamos a tener éxito donde nuestros antecesores han fracasado. ¡Y cada generación piensa lo mismo! Cada generación está orgullosa de sí misma y desprecia a las anteriores. “¡Ah, sí! Ellos no sabían, no habían progresado, no tenían el conocimiento que tenemos nosotros; pero nosotros sí que lo vamos a conseguir.” Así es hoy en día, ¿no es cierto? Así que empezamos confiados, seguros de nosotros mismos, llenos de fuerza. “Por supuesto”, decimos, “vamos a llegar a la ciudad. ¡Por supuesto que vamos a llegar!” Para nosotros lo importante es la búsqueda. Es divertido, y con esta actitud tendemos a sonreírles a los mayores. Decimos que viajar con esperanza es mejor que llegar. ¡Es el ejercicio de nuestro genial cerebro! No queremos llegar; el viaje es un ejercicio intelectual buenísimo; ¡es emocionante!
Vagando por el Desierto
Así que nos lanzamos al desierto pensando que vamos a llegar enseguida a la ciudad habitable. Contamos con la emoción del viaje, la curiosidad intelectual. Decimos que queremos conocer todos los puntos de vista y probamos esto y aquello porque nuestra mente tiene capacidad suficiente para asimilarlo todo. Así que consultamos a la filosofía, o quizá a distintas religiones. ¿Por qué? Pues porque nos interesa la verdad. No es que seamos egoístas, no es que lo hagamos por motivos personales, no estamos hablando de ser “salvos” ni nada por el estilo. Sólo queremos expandir un poco nuestras grandes mentes y obtener conocimientos e información de todas partes.
Así que al á vamos en esta emocionante búsqueda de la verdad. Y al entrar en el desierto para buscar el camino, nos encontramos con ciertas personas que se ofrecen a ayudarnos. Están deseando hacerlo; se alegran de conocer a alguien con cerebro que está intelectualmente vivo y alerta y que es capaz de reírse del pasado y de todo lo que se ha enseñado hasta el momento. Están encantadísimos de conocernos y nos dicen “Sí, tú sígueme, y escúchame, y lee mis libros, y haz lo que te enseño, y te llevaré a la ciudad habitable”. Así que los seguimos, pero no parece que lleguemos.
Y luego nos encontramos con otro que nos dice que, por supuesto, esa idea está equivocada, que está anticuada. No, es esto; ésta es la última moda. Y una vez más le encontramos el mismo encanto y lo seguimos con el mismo entusiasmo, pero, una vez más, no llegamos.
Espero que entiendas que no estoy fantaseando, simplemente estoy describiendo lo que está haciendo ahora mismo mucha gente en el mundo. Están buscando respuestas en la filosofía, en el conocimiento, en las sectas; en definitiva, en todas estas cosas que se nos ofrecen como la solución a los problemas de la humanidad. Pero no parece que lleguemos a la ciudad y después de un tiempo descubrimos que ni siquiera los guías en quienes hemos confiado saben dónde están. Ellos tampoco han llegado. Quizás empecemos a notarlo en su manera de vivir y su concepto de la moralidad, pero, en cualquier caso, descubrimos que no llegan en ningún sentido. Creíamos que eran maravillosos, pero no conocen el camino. Son falsos guías que nos han dado falsas esperanzas.
Desilusionados
Después de preguntar a muchos de ellos, finalmente empezamos a dudar. Empezamos a notar cómo pasa el tiempo, que nos estamos haciendo mayores y que aún estamos donde empezamos. Hemos leídos muchos libros; hemos escuchado muchas enseñanzas; hemos seguido a muchos hombres; pero la verdad es que cuando nos enfrentamos a nosotros mismos, a nuestra vida, a nuestro entendimiento, a la muerte y a la eternidad, tenemos que admitir que estamos exactamente donde empezamos. Nuestro conocimiento no ha aumentado. No hemos avanzado ni un solo paso. Hemos estado andando, hemos estado viajando, y pensábamos que habíamos encontrado más de un camino que nos llevaría a una carretera, pero lo cierto es que no ha sido así. Una vez más, estamos en un desierto sin caminos. Hemos estado andando en círculos.
Pero desgraciadamente, no termina ahí. La vida sigue y el día ya no luce con un sol brillante. Ha pasado el mediodía, ha terminado la merienda, empiezan a aparecer las sombras de la noche, a lo lejos se percibe una niebla que no presagia nada bueno y seguimos sin encontrar la carretera. No estamos en un camino que nos lleve a una ciudad. Y por si fuera poco, empezamos a sentirnos cansados; hemos andado mucho; hemos luchado mucho; de vez en cuando teníamos que quitar la maleza. Nos dijeron que iba a hacer falta esforzarse, y nos esforzamos; estamos cansados y empezamos a tener hambre: “Hambrientos y sedientos, su alma desfallecía en ellos”.
A estas alturas ya estamos entrados en años. Empezamos a envejecer, la noche llega y las sombras se alargan; nuestras fuerzas flaquean, y cuando alguien llega y dice “Tengo un libro, léelo. Te ayudará a…”, nosotros respondemos: “Lo siento, ya he leído muchos y me han dicho lo mismo muchas veces. Por favor, no me molestes”. Ya no tenemos energía para leer más libros ni discutir. Hace cincuenta o sesenta años era genial, pero ya no podemos seguir. Podría decirse que nuestras almas se derriten dentro de nosotros, hambrientas y sedientas. “Su alma desfallecía en ellos”, dice el salmista.
Y aquí estamos, acercándonos poco a poco al final, angustiados y cada vez más desesperados. Al final de una larga vida estamos exactamente donde estábamos al principio, solo que ahora no somos jóvenes y hemos perdido nuestra fuerza y nuestra capacidad para recuperarnos. Hemos perdido la fe y la esperanza; hemos perdido la elasticidad, nos sentimos fracasados, estamos cayendo; tenemos hambre y sed; nuestras rodillas tiemblan, el final se acerca y la noche cae; estamos saliendo del mundo y no sabemos hacia dónde.
“Entonces clamaron a Jehová en su angustia.” Y luego una declaración increíble: “y los libró de sus aflicciones”. Llegados a este punto, siento la tentación de concluir porque ése es el mensaje, eso es todo el evangelio. ¡Es eso!
Pero alguien puede pensar “Sí, ésa es una imagen preciosa, pero ¿es verdad? ¿Qué es lo que estás enseñando, realmente? ¿Qué estás diciendo?” Bueno, ya lo he ejemplificado con una imagen; ahora voy a ponerlo en forma de principios o proposiciones. Éste es el primero: la enseñanza de la Biblia desde el principio hasta el final es que no hay camino en la vida y no hay verdad en la vida aparte del Señor Jesucristo. Por tanto, al considerar la imagen del Salmo 107:4-9, tengamos también en mente Juan 14:6. “Anduvieron perdidos por el desierto, por soledad sin camino, sin hallar ciudad en donde vivir”; “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”
LA RESPUESTA
Ésa es la respuesta, pero quiero desarrollarla un poco más. De manera escueta, la proposición es que no hay vida ni verdad en el mundo aparte de Cristo. Esto no es una aseveración dogmática; es algo que puedo probar, y puedo hacerlo por boca de los que no creen en la Biblia. Lo puedo probar por boca de los humanistas, los seguidores de la filosofía de moda hoy en día. Según dicen, el humanismo científico es lo que de verdad nos va a llevar a “la ciudad habitable”.
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