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Temas fundamentales en la vida de Pilar
Al realizar una visión de conjunto de la vida de Pilar Bellosillo, se puede ver con claridad que hubo una serie de temas que primaron en su interés y que fueron los que orientaron su vida y su obra. Podemos señalar fundamentalmente tres.
El tema de la mujer
Pilar estuvo desde muy pronto inquieta y preocupada por la situación de las mujeres. En la época de la posguerra española, época de necesidad y de hambre, el impacto era muy evidente: las mujeres eran quienes más duramente sufrían esa situación de precariedad, por un lado, por su condición de madres y de cuidadoras tradicionales de las necesidades de la casa y de los hijos; y, por otro lado, por su falta de preparación y educación para atender unos problemas que necesitaban de mayores conocimientos y habilidades que los que habitualmente se les habían proporcionado.
Desde su puesto en Acción Católica, primero en las Jóvenes, después en Mujeres, fue cambiando el sentido de las actividades de los grupos: desde una tónica de actividades piadosas, de celebraciones litúrgicas con mucho cuidado formal y poco contenido teórico, fue impulsando actividades con carácter más social: centros de educación, academias para obreras, etc. El horizonte de actividades se fue enriqueciendo y, desde unas tímidas incursiones en el mundo de la realidad circundante, se pudo ir evolucionando hacia una llamada de atención muy fuerte, muy rotunda a que el catolicismo, el cristianismo, la religión, no puede quedarse en posturas estéticas y espiritualistas. La Semana-Impacto fue la herramienta que años después, institucionalmente, se arbitró para que todas las integrantes de la Acción Católica tuvieran una semana, por lo menos, de reflexión, estudio y toma de decisiones acerca del lugar a ocupar en el entorno social que les rodeaba.
El sentimiento de solidaridad con las mujeres fue en Pilar muy temprano. No encontramos nunca en sus escritos, en ningún sentido, ni a favor ni en contra, comentarios acerca de los problemas políticos del momento ni de las dramáticas situaciones creadas por la guerra. No hace mención a vencedores y vencidos. Sus alusiones son a las necesidades materiales que encuentra a su alrededor, alusiones discretas y atentas a no herir la sensibilidad de quienes está hablando. Y su convencimiento de que las actividades espirituales no pueden salir adelante si las necesidades materiales no están resueltas. Ante ese panorama, hay que resaltar la convicción de Pilar de la importancia de la iniciativa de las mujeres y de su responsabilidad en la posible superación de esa situación.
Examinando su trayectoria, podemos ver que la experiencia en la España de la década de los años cuarenta, en la Rama de Jóvenes y luego en la de Mujeres, le acerca a unas determinadas necesidades y problemas, y le hacen elaborar, junto con el equipo de amigas y colegas de la Acción Católica, unas posibles soluciones que, por otro lado, serán fundamentalmente las mismas que más tarde aplicará a situaciones de otros países, cuando tenga responsabilidades internacionales.
Se trata de soluciones y estrategias basadas en el sentido común, sin grandes proyectos ni campañas, pero que van asentando sólidamente unas herramientas de trabajo y, sobre todo, la apelación a la educación y a la responsabilidad de las mujeres.
La mujer y la Iglesia
En realidad, es este un segundo tema en conexión directa con el anterior. Pilar fue madurando sus ideas sobre la mujer, expresadas en cursillos, conferencias y escritos, que eran criticados y matizados tanto por la práctica que desarrollaba en los centros que la Acción Católica iba creando, como por convicciones teóricas que se iban haciendo cada vez más maduras y firmes, al contacto con diversas instancias del más alto nivel académico. No es de extrañar pues, que cada vez fuera más evidente la contradicción que las teorías de la Iglesia mantenían con su práctica. Esa contradicción se manifestó públicamente en el concilio Vaticano II. Pilar estaba presente en el aula conciliar y allí quedó puesta de relieve esa contradicción, de manera flagrante. De esa manera, a partir de ese momento, las mujeres católicas que tenían alguna representación eclesiástica se pusieron a la tarea de lograr que se llevara a la práctica la convicción de la dignidad de la mujer y de su igualdad con los varones.
La experiencia del concilio Vaticano II impactó fuertemente toda una época, toda una generación. La experiencia personal que Pilar nos cuenta fue espléndida: ver el debate y la discusión abierta sobre temas de trascendencia tanto para la Iglesia como para el mundo. Por otro lado, la extrañeza de los padres conciliares al ver allí a un grupo de mujeres, y casi no saber cómo tratarlas, pero manteniendo una relación de igualdad que, como dice Pilar «por lo que conozco, no ha tenido continuidad». Allí eran las mujeres las consultadas para los temas que las concernían, porque: «Nosotros, decía el patriarca Máximos IV, tenemos complejo de viejos solterones» (Conclusiones del primer día. Sugerencias). También en el Concilio se incrementa para Pilar, la relación con importantes intelectuales españoles y extranjeros, creyentes de otras confesiones religiosas.
Su pensamiento respecto a ese tema está descrito en un artículo con el expresivo título «Justicia para la mujer dentro de la Iglesia»15. Sin embargo, ese texto fue publicado en 1971, es decir, después de que hubieran ocurrido los múltiples desaires y la marcha atrás de las posiciones de la Iglesia con respecto a los intentos de las mujeres de lograr una reforma de la situación de la mujer dentro de la institución, tal y como se explica en los capítulos siguientes.
Pilar nunca habló de sí misma como feminista. Al contrario: en esos años esa palabra significaba desgarro, ruptura, violencia. Ella nunca creyó en la posible eficacia de tales conductas. Siempre fue sensata, comedida; reflexionaba largamente cada decisión. Sin embargo, una vez tomada una postura, la llevaba adelante por encima de todo. Tenía constancia, una lógica de sentido común que proporcionaba solidez al trabajo bien hecho y bien pensado, por tanto, sin vuelta de hoja. Tuvo conflictos muy fuertes, con el episcopado español y con la Curia romana. Pero formalmente siempre tuvo la discreción, el cuidado de no hacer un escándalo de ello.
Tal actitud le sirvió para no romper la relación con una estructura, la eclesiástica, tan formal, tan jerárquica, tan estructurada. Porque tal ruptura hubiera significado el fin de la actividad central de Pilar y también la renuncia a su objetivo a largo plazo, es decir, actualizar, modificar, renovar el papel de la mujer en la Iglesia.
Un profundo amor a la Iglesia
Pilar se presenta como una persona profundamente religiosa, que orienta su vida desde muy pronto hacia el servicio de la Iglesia. Su fe es profunda y sencilla, en el sentido de que no es una fe atormentada, que busque respuestas a problemas, como fue tan habitual en una etapa en la que el existencialismo estaba presente en todas las cuestiones, y especialmente en las religiosas, sino más bien una práctica cotidiana y confiada en las enseñanzas de la Iglesia, sin grandes problemas teóricos. Su interés y su misión, tal y como las vio con claridad, consistieron en potenciar a la Iglesia desde dentro y en tratar de desarrollar esas enseñanzas que recibía con la misma lógica interna que llevaban dentro de sí mismas. Como muchos otros católicos reflexivos y consecuentes, quedó deslumbrada con la convocatoria del concilio Vaticano II, y hace suyos sus objetivos: renovar la Iglesia, evangelizar el mundo y rehacer la unidad visible de los cristianos.
Pero ese deslumbramiento, y el entusiasmo que llevaba consigo, quedó puesto a prueba de manera verdaderamente dura en el posconcilio. Las afirmaciones literales que se habían hecho en el aula conciliar y, desde luego, la lógica interna que soportaba aquellas afirmaciones quedaron contrariadas en muchos aspectos. Algunos de ellos, como el tratamiento del tema de la mujer dentro de la Iglesia, con una grave falta de coherencia que, en el caso de Pilar, dado el entusiasmo por el tema y los puestos de relevancia, que ella tenía en las organizaciones internacionales dependientes de la Iglesia, suponían una fuerte decepción incluso a nivel personal.
Sin embargo, es admirable ver que nunca deja Pilar de confiar en la Iglesia de Cristo. Habla de momentos difíciles, incluso «dramáticos», pero jamás se le ocurre –por lo menos no lo dice–, que eso pueda ser motivo para marcharse de la Iglesia, o para pasar a una actitud pasiva, ante tamañas dificultades.
Por el contrario, Pilar toma siempre decisiones de prudencia y discreción, optando por no dar al público noticia de las graves anomalías de la Comisión Pontificia sobre la Mujer, en aras de no dañar a la Iglesia. Una decisión que puede ser opinable, de la que se puede discrepar en cuanto a la funcionalidad de cara a lograr los objetivos que se proponía, pero que tiene la clara y siempre sostenida intención de su amor a la institución. No se trata únicamente de un silencio pasivo, sino que, inmediatamente, se pone manos a la obra en los terrenos que para ella eran prioritarios: el ecumenismo y la labor eclesial, entendida como labor de comunidad, lo más amplia, numerosa y plural posible. Aquella primitiva solidaridad con las mujeres, nacida de la mirada de las necesidades y problemas que acuciaban en momentos duros en cuestiones materiales, se va convirtiendo a lo largo de su vida en una solidaridad profundizada en lo que las mujeres son capaces y deben hacer en un mundo que tiene sus dificultades, a veces enormes, pero siempre con posibilidad de ser superadas. En una de sus últimas intervenciones llamaba a esa Unión Mundial de Mujeres, dentro de la Iglesia y fuera de ella.
Por eso, termina la reflexión sobre su vida, con la frase, «al final de esta jornada, tenemos que decir al Señor que estamos dispuestas a empezar de nuevo»16.
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Su paso por la presidencia de la Acción Católica Española
Pilar Bellosillo entró a formar parte del Consejo de Jóvenes de Acción Católica después de un cursillo realizado en 1938, en Zaragoza, en plena guerra civil. A los 25 años tomó la decisión de dedicar su vida totalmente a la Iglesia, propósito en el que perseveró y que realizó de manera ejemplar a lo largo de toda su existencia.
Presidenta nacional de las Jóvenes
En 1940 fue nombrada presidenta nacional de las Jóvenes de Acción Católica en sustitución de María Madariaga que, por cumplir la edad reglamentaria, debía pasar a la Rama de Mujeres. Esta sustitución no fue fácil porque María Madariaga había sido una presidenta con una personalidad muy marcada y Pilar Bellosillo llegaba con poca experiencia. Sin embargo, con su buen hacer, su sencillez y su don de gentes, tardó poco tiempo en hacerse aceptar. Tenía el claro propósito de crear un equipo de trabajo, en el que figuraron, entre otras, Mercedes Boceta y Juanita Espinós como vocales de Propaganda, Carmen Enríquez de Salamanca y Mª Luisa Fuertes que organizaron el secretariado de Universitarias, Mary Muñoz como tesorera y Carmen Vallina.
Recién acabada la guerra civil la tarea más inmediata era reconstruir la Acción Católica. En primer lugar, las propias oficinas del Consejo Nacional. Las dirigentes nacionales de las Jóvenes de Acción Católica al tener acceso a su sede social en Madrid se la encontraron completamente saqueada. Hubo que reconstruir todo desde la primera ficha hasta el último mueble, según frase que consta en la memoria correspondiente. El día 26 de abril de 1940 se inauguró el nuevo secretariado con una misa oficiada por el vicario de Madrid-Alcalá y la asistencia de dirigentes nacionales de todas las Ramas y de la Junta Técnica. El consiliario de la Acción Católica, Félix Bueno, obispo de Tortosa, bendijo los locales.
También fue preciso reconstruir la Acción Católica en las diócesis en las que había desaparecido a consecuencia de la larga contienda. Ello obligó a Pilar Bellosillo a realizar numerosos viajes de propaganda y a tener intervenciones públicas en diferentes localidades de España. En la memoria del año 1942 se afirmaba que esta propaganda había sido especialmente intensa, y se habían celebrado cerca de 350 actos en distintas diócesis. Pilar Bellosillo viajaba habitualmente con Mercedes Boceta, que era la secretaria del Consejo Superior. En 1942 visitaron juntas Ceuta, Melilla y Tánger, que entonces era un protectorado bajo la tutela de España. Allí quedaron muy impresionadas de la atención que los franciscanos dedicaban a la Acción Católica.
Entre estos actos públicos eran muy relevantes las ceremonias de apertura y clausura de curso, las imposiciones de insignias a las nuevas socias, a menudo con escenografía muy espectacular, jóvenes ataviadas con traje negro y mantilla, autoridades y banderas. Existen numerosas fotografías donde puede verse a Pilar Bellosillo llevando dicho atuendo.
Pero ya por entonces se iba viendo que era preciso que las actividades no se limitaran a la tarea de reconstrucción. Al ver la situación de la España de posguerra, el espíritu apostólico que movía a aquellas jóvenes exigía iniciar nuevas obras e intensificar la formación de la juventud a través de círculos de estudio, conferencias y cursillos, academias nocturnas, etc. La educación como instrumento de superación fue una constante que marcó para siempre a Pilar. El Consejo Superior de las Jóvenes de Acción Católica impulsó los estudios y programas sobre dogma, moral y liturgia. Se inauguró también una biblioteca que se inició con 500 volúmenes y se comenzó la publicación de diferentes revistas: Circular de dirigentes. Normas y Orientaciones, cuya tirada total en conjunto fue de 50.000 ejemplares. Solo en el año 1940, como consta en la memoria correspondiente, fueron 1.181 los centros en que se celebraron círculos de estudios con un total de 32.296 sesiones de trabajo, 242 cursillos y 1.639 conferencias.
Las Jóvenes de Acción Católica organizaban numerosos actos piadosos: tandas de ejercicios espirituales a los que asistían miles de asociadas y de simpatizantes, retiros, peregrinaciones, misas de comunión como entonces se decía, porque al ser obligatorio el ayuno total desde la noche anterior para poder comulgar, había misas tardías en las que no se distribuía la comunión.
Pilar Bellosillo se ocupó también de la acción en favor de las jóvenes obreras. Se crearon centros especiales para ellas y academias de formación similares a las que habían existido en la etapa anterior a la guerra, para las que se redactó un reglamento.
En 1942 se inició la acción con jóvenes universitarias. Carmen Enríquez de Salamanca, que acababa de licenciarse en Filosofía y Letras, fue encargada de su organización. Se actuó con gran minuciosidad buscando en cada universidad las mejores candidatas posibles para ofrecerles asistir a un cursillo de formación que tuvo lugar en Algorta, en el colegio del Sagrado Corazón, en julio de 1942. Fue seleccionado un grupo entre las jóvenes que reunían dos condiciones: tener buen expediente académico y contar con la recomendación de dos instituciones de su localidad. Las clases fueron impartidas por profesores muy prestigiosos: Manuel García Morente, Alejandro Martínez Gil y Salvador Muñoz Iglesias. La directora del curso fue Carmen Enríquez de Salamanca y la secretaria Mª Luisa Fuertes. Asistieron estudiantes de las universidades de Madrid, Barcelona, Salamanca, Oviedo, Murcia, Santiago, Valencia, Valladolid, Zaragoza, Granada, La Laguna. Fue tal la eficacia del curso que el año siguiente se había creado la sección de universitarias de Acción Católica en todos los distritos de España. En agosto de 1943 se celebró un cursillo similar en el colegio del Sagrado Corazón de Placeres, en Pontevedra, con profesores como Jesús Iribarren y Baldomero Jiménez Duque. De esta sección de universitarias salieron años más tarde muchas de las dirigentes nacionales e internacionales: Sagrario Ramírez, Rosita Menéndez, Mª Jesús Fuertes, Carmen y Mary Salas, Piluca Rodríguez, etc.
No hay constancia de que Pilar Bellosillo tuviera en esta época ninguna iniciativa personal especial salvo cumplir escrupulosamente sus tareas, trabajar en equipo y alejar toda tentación de protagonismo, quizá por marcar una diferencia con la etapa anterior. Sin embargo, hay que tener en cuenta que tenía sobre sí una gran responsabilidad ya que en el año 1942 la Rama de Jóvenes de Acción Católica llegó a contar con 100.000 asociadas, de las cuales 36.000 figuraban como activas, y se mantenían en funcionamiento 2.297 centros. Este fue para Pilar un período de preparación para las extraordinarias tareas que acometió más tarde.
Ella misma ha escrito el proceso que siguió en su vida:
«Descubro, siendo muy joven, que mi fe no es un privilegio para mi sola, sino una gracia que debo compartir, y que si estoy en la Iglesia no es solo para beneficiarme de ella, sino para ponerme a su servicio. La guerra civil fue, para cuantos la vivimos, una experiencia muy dura. Una vez terminada había mucho que reconstruir. Es el momento en el que tomo el compromiso de dedicarme al apostolado, compromiso que va a durar toda mi vida. Es el comienzo de una aventura personal apasionante que aún no ha terminado»1.
De la actividad de Pilar Bellosillo en la Rama de las Jóvenes de Acción Católica no conocemos mucho más. Carmen Enríquez de Salamanca, que trabajó con ella en aquellos años, recuerda sobre todo que supo rodearse de gentes competentes a las que dejaba actuar sin ponerles límite. La segunda de las tres etapas de la Acción Católica descritas por Miguel Benzo, coincide en general con esta etapa de Pilar:
«La Acción Católica posterior a 1939 respondió a una “pastoral de autoridad”. La ilusión de una unanimidad religiosa conquistada para siempre le hizo participar de un clima triunfal. Por eso, porque en el optimismo del momento se creía asegurada la orientación cristiana de toda la sociedad española, más que preocuparnos por dar testimonio en los distintos ambientes, más que de la atracción de los que no creen a la fe, más que de la inspiración cristiana de las estructuras sociales, la Acción Católica es la proclamación pública por parte de los seglares de su permanencia y fidelidad a la “cristiandad victoriosa”. Ese es el sentido que adquieren entonces las insignias, los estandartes y los desfiles espectaculares. La Acción Católica busca, más que la formación profunda de sus miembros, la presencia en todas las parroquias de España, en todas las ceremonias religiosas e incluso civiles»2.
Presidenta nacional de las Mujeres
En 1946, después de cumplir los 30 años, como indicaban los reglamentos, pasó Pilar a la Rama de Mujeres dejando el Consejo de las Jóvenes en manos de Carmen Enríquez de Salamanca. El traspaso de poderes fue muy cordial y tuvo lugar en una asamblea reglamentaria celebrada en Azpeitia donde se bailó el aurrescu en un ambiente festivo. Pronto fue llamada a formar parte del Consejo superior de las Mujeres de Acción Católica como secretaria de Propaganda primero, vicepresidenta después y presidenta desde 1952. Su presidencia marcó numerosos cambios y fue fecunda en obras.
Los cambios, según su estilo de actuar, fueron suaves y paulatinos y solo se notaron pasado un tiempo. Pilar Bellosillo sustituyó en la presidencia a María González de Castejón, que era hija de los condes de Aybar. Todo el antiguo equipo de colaboradoras era de parecida extracción social: señoras en general cultas y dedicadas seriamente a su trabajo, pero sin cualificación profesional. Las reuniones reglamentarias se celebraban por las mañanas puesto que por la tarde tenían otros compromisos sociales. Para realizar el trabajo administrativo tenían contratadas a personas que eran tratadas con toda consideración y que recibían un salario justo, pero a las que no se consideraba miembros de la asociación.
Al cabo de poco tiempo las nuevas vocales del Consejo eran mujeres más jóvenes, casi todas universitarias, con compromisos profesionales. Las reuniones empezaron a celebrarse por la tarde porque la mañana estaba dedicada a tareas del mundo laboral. Con el tiempo, las personas ocupadas del trabajo administrativo fueron socias de la Acción Católica que necesitaban una compensación económica para dedicarse a estos menesteres. Como consecuencia, sin notarse mucho, todo cambió. Hay que hacer constar en honor de las antiguas vocales que recibieron a las nuevas con la mejor disposición y hasta con alegría, puesto que valoraban la renovación que se iba haciendo. Mary Salas, que fue una de las que entró en esta etapa, recuerda con qué buena voluntad pedían su opinión señoras de mucha más edad y experiencia.
Además de estos cambios personales, en los años cincuenta la Acción Católica en general y la Rama de Mujeres en particular experimentarán otros de mayor envergadura. Muchas causas contribuyeron a ello, pero dos fueron determinantes: la apertura al mundo internacional y el reconocimiento de los movimientos especializados en la reforma estatutaria, que tuvo lugar el año 1959 pero había ido gestándose progresivamente en años anteriores.
En 1952 Pilar Bellosillo entró a formar parte del Consejo de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), que en estos años tenía mucha vitalidad y estaba presidida por una mujer francesa de gran personalidad, Marie de Rostu. La Rama de Mujeres de Acción Católica de España pertenecía a la UMOFC desde hacía muchos años, pero en la época inmediatamente anterior sus representantes acudían a las reuniones internacionales con la idea de que tenían que aportar más que recibir. De alguna forma participaban en la creencia de que España era la «reserva espiritual» de Europa. En la década de los cincuenta ese espíritu fue cambiando y las mujeres españolas, a través de Pilar Bellosillo, empezaron a mirar a la UMOFC como un punto de referencia de donde les podían venir nuevas ideas.
En mayo de 1954 se reunió en Madrid el Consejo de la UMOFC, como paso previo al congreso internacional que tuvo lugar en Fátima inmediatamente después. Fue recibido por el Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica, presidido por Pilar Bellosillo, que era también vocal del Consejo de la UMOFC desde 1952. Muchas mujeres españolas tuvieron entonces la ocasión de conocer a dirigentes de otros países que ocupaban cargos de responsabilidad en organizaciones católicas y también en el mundo civil, algunas de las cuales eran expertas y consultoras ante diferentes organismos de las Naciones Unidas con las cuales la UMOFC mantenía estatuto de consulta.
Para entonces el Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica de España estaba tan compenetrado con la acción de la UMOFC, a través de Pilar Bellosillo y su equipo, que, bajo su impulso, había iniciado en 1953 un programa de promoción, similar al que la organización internacional estaba llevando a cabo en sus asociaciones del mundo entero con el fin de sensibilizar a las mujeres para la nueva dimensión que estaba adquiriendo su papel dentro de la sociedad.
El programa de la UMOFC se apoyaba en los repetidos llamamientos que Pío XII había hecho a las mujeres para que asumieran las nuevas responsabilidades que se les exigían y para que se adhirieran a su proyecto de convertir el mundo de «selvático en humano». La mujer era una de las fuerzas que el Papa quería incorporar a este plan de acción. Ya en abril de 1939, al poco tiempo de su elección, en su primer discurso a las mujeres católicas, Pío XII las invitó a tomar parte en el combate y a actuar con valor: «La mujer debe asumir sus responsabilidades en todos los terrenos y hacer frente a las exigencias de un apostolado efectivo». En octubre de 1945, el llamamiento a las mujeres católicas de Italia se hizo apremiante: «Vuestra hora ha sonado, mujeres y jóvenes católicas. La vida pública os necesita». Dos años más tarde, en 1947, dirigiéndose al Congreso Internacional de Ligas Católicas Femeninas, precisó aún más su pensamiento: «Antes, la mujer católica solo había pensado desempeñar dignamente el papel de gobernar un hogar sano o de servir a Dios en el claustro; pero ahora sale afuera y aparece en la arena para tomar parte en la lucha». Las mujeres católicas aceptaron el desafío lanzado por el Papa y dedicaron su atención prioritaria a la tarea de formar a sus afiliadas.
En España, las mujeres de Acción Católica se sumaron a esa tarea iniciando un plan de formación a fin de «hacer de la mujer una personalidad perfecta y una verdadera cristiana». Para lograr este objetivo emprendieron un serio estudio sobre esta cuestión tomando como base cuatro documentos de Pío XII: la carta a la presidenta de la Federación de Mujeres de la Acción Católica de Alemania, del 17 de julio de 1952, cuyo texto comenzaba: «En los momentos actuales hace falta dotar a la mujer de una recta personalidad cristiana»; el discurso a las mujeres católicas de Italia del 21 de octubre de 1945, titulado: «La personalidad de la mujer cristiana consiste en conservar e incrementar los valores humanos y sobrenaturales que Dios le ha dado»; el discurso al Congreso Internacional de las Ligas Católicas Femeninas «Programa de acción», de 11 de octubre de 1947, y el radiomensaje de Navidad de 1952, sobre «La despersonalización del hombre moderno».
A fin de facilitar el trabajo que debían llevar a cabo todos los centros de Acción Católica de España, el Consejo Superior de Mujeres publicó un folleto3 del que se hicieron varias ediciones y donde se recogían los cuatro documentos citados con subtítulos y notas realizadas para facilitar su manejo. Paralelamente se editó otro folleto, con siete guiones de trabajo de diversos autores que servían de base para los círculos de estudio. El séptimo guion, titulado: «La personalidad de la mujer cristiana y la vida católica internacional», estaba firmado por Pilar Bellosillo4.
En los años siguientes el programa continuó con la publicación de sucesivos folletos: el estudio de la personalidad de la mujer «en la vida familiar» (1954), como «miembro de la Iglesia» (1955) y «en la vida social» (1956). Del último fue autor Félix Obieta, conocido especialista en la materia que era entonces secretario del Instituto Social León XIII. Los textos se estudiaban en todos los centros parroquiales y organizaciones nacionales y diocesanas a lo largo de un curso completo.
Desde la perspectiva actual los planteamientos de aquel plan de formación nos parecen muy moderados porque, aunque incitaban a las mujeres a tomar nuevas responsabilidades, seguían haciendo hincapié en la tarea primordial de esposa y madre. Pero, a pesar de todo, suponían una apertura en aquella sociedad en la que las mujeres tenían muy limitadas sus posibilidades de acción. Conviene recordar que en aquellos años las mujeres en España eran consideradas como menores sujetas a tutela y les estaba prohibido acceder a numerosas profesiones.
El plan de formación, a través de una pedagogía activa, que se detalla en los folletos, sirvió sobre todo para iniciar a las militantes a pensar por su cuenta y a extraer sus propias conclusiones.
Tres realizaciones notables
Dando un paso más, a finales de los años cincuenta Pilar Bellosillo, como presidenta nacional de las Mujeres de Acción Católica, puso en marcha tres realizaciones muy importantes en las que se implicó muy personalmente: los Centros de Formación Familiar y Social, la Campaña contra el hambre y la Semana-Impacto. Cada una de ellas requiere una explicación más detallada.
1º Los Centros de Formación Familiar y Social
Las Mujeres de Acción Católica, desde sus comienzos en 1919, bajo el impulso del cardenal Guisasola5, tuvieron una gran preocupación social y, conscientes de la precaria situación cultural de la mujer, dedicaron una atención fundamental a su educación. Posteriormente, con Pío XI, la Acción Católica tomó un tinte más marcadamente apostólico y religioso, pero, en los años cuarenta, Pío XII, como hemos visto, pidió a las organizaciones femeninas católicas del mundo entero que trabajasen en la formación integral de la mujer para que fuera capaz de asumir las nuevas responsabilidades que la sociedad le exigía.
En esta línea se sitúan los Centros de Formación Familiar y Social, un proyecto que empezó a gestarse en 1956, año en el que la UMOFC lanzó una encuesta a todas sus organizaciones afiliadas del mundo entero, para conocer la formación que las mujeres católicas recibían a través de dichas organizaciones. El resultado fue muy contundente. Las organizaciones de la UMOFC impartían una intensa formación religiosa, seguida de una fuerte formación familiar; pero la formación cultural era escasa y menor aún la formación de tipo social, político o cívico. Sin duda se pensaba que estas facetas de la formación humana no eran competencia de las organizaciones religiosas. El hecho cierto es que la encuesta puso de relieve que las mujeres católicas mostraban unas fuertes carencias culturales que, según los comentarios hechos por la UMOFC en sus boletines, ponían en riesgo la misma formación religiosa por la falta de base en que sustentarla.
La UMOFC ponía de manifiesto esa carencia de una forma muy gráfica. Utilizando libros de tamaños diferentes, cada uno de los cuáles correspondía a la proporción de las horas dedicadas por las organizaciones católicas a cada tipo de formación, se intentaba construir una pirámide, con el resultado de que la formación religiosa caía por tierra al apoyarse en una formación cultural muy exigua. En consecuencia, la UMOFC incitó a sus organizaciones miembros a emprender una acción cultural de gran profundidad y amplio alcance.