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La respuesta al choque: el diálogo de civilizaciones

En este siglo, de manera particular, tiene sentido demandarse acerca de la supuesta superioridad occidental, y especialmente sobre las bases del discurso universalista que en la última década ha entrado en crisis, cediendo terreno a quienes promueven la idea según la cual el particularismo niega tal universalidad y reivindica las atipicidades de cada cultura.

Los cimientos del universalismo que para muchos obstruyen el diálogo de culturas pueden tener dos orígenes. El primero se podría rastrear a partir de los estoicos y la idea de cosmopolitismo introducida por estos y que trae consigo un plano universal. Y el segundo origen de esta tendencia se podría encontrar con el idealismo kantiano, que supone una de las bases más consolidadas de la universalización. En uno de los textos que aborda el estudio de lo universal en contraste con lo común el autor francés François Jullien describe el conjunto de ideas kantianas a este respecto:

Kant tenía al menos el mérito […] de no dejar espacio para la ambigüedad: la exigencia de una universalidad —universalidad en sentido estricto: de derecho— válido efectivamente tanto para la moral como para el conocimiento. Bajo esta premisa única, no hay margen para la diversidad de culturas —Kant […] no se cuestiona sobre aquello, o más bien siquiera lo sospecha. Para él, un yo (sujeto) cultural no existe, ya que toda conducta humana está sometida por principio a la misma ley, concebida esta a partir de la universalidad propia de las leyes de la naturaleza que han servido para que la ciencia haya descubierto la necesidad lógica; en consecuencia este imperativo, siendo universal, solo puede ser único (Jullien, 2008, p. 22).

Al mismo tiempo, Jullien advierte algo esencial para la lógica de lo expuesto: así como existe una tradición universalista, es posible rastrear una contracorriente que disiente y se opone a esa uniformización, reivindicando la singularidad. Aunque parezca un debate superado, el mundo apenas presencia su iniciación (Jullien, 2008, pp. 28-29). El momento es ideal, no solo porque el contexto más sobresaliente sea el de la globalización, sino por algunos cambios en la política internacional que han derivado en un protagonismo de la cultura.

Siguiendo esta idea, es posible identificar al menos tres momentos que hacen de la cultura, un tema de la mayor relevancia en las relaciones internacionales, y justifican el tan nombrado de debate entre el diálogo o choque de civilizaciones.

En primer lugar, el triunfo de la revolución iraní en 1979, que sentó las bases para una tensión constante entre una parte del mundo musulmán y algunos Estados de Occidente, que hablando en nombre de su civilización decidieron aislar a ese régimen teocrático. Este es un momento clave para el debate sobre las culturas, porque traduce uno de los errores más crasos cometidos por algunas naciones de Occidente.

Se trató en su momento de asumir que el islam chií, al ser más ortodoxo que el sunní, era por lo tanto hostil a los valores liberales proclamados por Occidente, con el talante rebatiblemente universal del que se ha venido hablando. Desde ese entonces, Irán se ha convertido en uno de los referentes de anti-occidentalismo, aunque dependiendo del Gobierno de turno, ese discurso se ha flexibilizado o endurecido. Vale la pena recordar el mandato de Mohammad Jatamí y la elección reciente de Hassan Rohani. Se trata en ambos casos de políticos que han apostado por un acercamiento con Occidente, y han simpatizado por la idea de un diálogo entre culturas.

Otro momento fue el triunfo de la revolución maoísta en China, que no ha dejado de provocar un vivo debate acerca de la universalidad de los derechos humanos. Esta discusión no solo se ha presentado por el carácter universal de esas garantías, sino por la posibilidad de que un Estado privilegie una generación de derechos por encima de otra, como ocurre con los sistemas socialistas, en los que el colectivo prima sobre el individuo. El caso de la Republica Popular es llamativo por lo siguiente: el autoritarismo es innegable y se manifiesta en una represión constante contra los disidentes, y en las limitaciones al ejercicio de algunos derechos de primera generación. Pero, al mismo tiempo, el régimen tiene en su haber conquistas sociales de resaltable envergadura: desde hace 30 años, alrededor de 600 millones de personas han superado la pobreza (Shih, 2013).

Y el tercer episodio es la guerra de Biafra en Nigeria, y que constituye un caso fundamental en el debate sobre la universalidad de principios. Cuando un grupo de provincias declaró la independencia de Nigeria, estalló la guerra civil, que terminó en una tragedia humanitaria y en la muerte de miles de nigerianos por la situación de hambruna provocada por el desabastecimiento utilizado como arma de guerra, por las fuerzas nigerianas que luchaban contra la secesión biafreña. Este conflicto inauguró el debate sobre la posibilidad de intervenir en territorios donde los límites de la guerra fuesen rebasados y se diera la muerte de civiles protegidos.

Desde ese momento, se activó la idea del humanitarismo defendida por Bernard Kouchner y Mario Bettati (Bettati y Kouchner, 1987). Inspirada en el idealismo kantiano, se trata de defender los derechos de los individuos en algunas circunstancias concretas cuando estos son transgredidos y los Estados por acción u omisión son responsables de ello. Dicho de otro modo, el propósito es reivindicar lo humano por encima de lo estatal.

Estos tres momentos resumen tensiones y revelan las limitaciones del universalismo. A su vez, dejan entrever la forma como la defensa a ultranza del particularismo es utilizada para justificar las infracciones a los derechos humanos. En los últimos años, con la expansión de algunos grupos que promueven el islam radical en el norte de África y en Medio Oriente, el debate se ha complejizado. No obstante, una de las respuestas más contundentes a este dilema reside en el diálogo entre las culturas. Esto implica que haya una mayor comprensión sobre las diferencias entre las naciones, y que a través de la promoción de estas diferencias se entienda que las supuestas incompatibilidades entre los sistemas de valores y de pensamiento son más bien el producto del desconocimiento de otras culturas y no tanto de una hostilidad entre ellas.

La diplomacia cultural: ¿una forma de diálogo entre civilizaciones?

Ante el debate entre choque o diálogo entre culturas, un esquema de cooperación se puede desprender desde la interdependencia que marca la vida de las naciones en la globalización. A pesar de las diferencias entre los Estados, es innegable que la dependencia mutua es cada vez mayor, no solo por el comercio, sino por la visibilidad que han adquirido las culturas, gracias a las nuevas tecnologías y las posibilidades de comunicaciones que estas suponen.

Desde las relaciones internacionales, quienes más han enfatizado en los vínculos transnacionales entre Estados son los autores Robert Keohane y Joseph Nye, fundadores de la teoría bautizada como la interdependencia compleja (Keohane y Nye, 2001). Esta sugiere que la cooperación entre Estados no solo es un ideal, sino que desde lo práctico se pude conseguir y es viable.

Los autores hablan de tres características que marcan las relaciones entre los Estados y que son fundamentales para entender el papel de la cultura como elemento constitutivo de la diplomacia en el siglo XXI.

La primera de ellas sugiere la existencia de múltiples canales (Keohane y Nye, 2001, p. 21) que vinculan a los Estados y que sobrepasan el plano diplomático. Esto quiere decir que actores subnacionales pueden participar de la proyección de un Estado hacia el exterior. En el caso cultural la importancia de estos actores es incontestable, porque en varios casos de diplomacia cultural, son las comunidades las que protagonizan la política exterior.

La segunda característica está estrechamente ligada a la cultura. Keohane y Nye consideran que no existe un orden jerárquico para los asuntos internacionales (Keohane Nye, 2001, p. 21). Esto implica que en el contexto de la globalización, los temas militares y de seguridad, que tendían a ser observados como los más relevantes, han cedido terreno frente a otros como los derechos humanos, el medio ambiente, las migraciones, el desarrollo sostenible, y, por supuesto, la cultura. En la Guerra Fría, cuando primaba la bipolaridad y había tal inquietud por la posibilidad de destrucción mutua entre los dos grandes bloques, era normal que la seguridad fuese la principal área temática. No obstante, el fin de esa bipolaridad ha allanado el camino para que otros temas sobresalgan y tengan el valor que no se les daba durante la Guerra Fría.

Y por último, el papel del uso de la fuerza militar ha sido revaluado. Esto implica que habida cuenta de la interdependencia entre Estados, la cooperación en el plano de la seguridad y de la defensa es posible. Con ello, en varios casos donde la cooperación regional militar es un hecho comprobable, se puede afirmar que se ha superado el dilema de seguridad.2

En esta lógica de apertura y de cooperación el tema cultural tiende a sobresalir, y constituye una forma efectiva de lograr el acercamiento entre Estados. Bajo este esquema se entiende que algunas naciones hayan apelado a la diplomacia cultural como una forma de proyectar sus intereses en el campo internacional.

Se puede entender la diplomacia cultural como la utilización de patrones, rasgos y matices que caracterizan a una nación en función de su política exterior y rebasando en ello los canales formales diplomáticos. Aunque parezca contradictorio, la diplomacia cultural ha rebasado a la diplomacia, por esto último.

Se trata de una idea revolucionaria, porque constantemente se pensaba que los recursos de poder más efectivos eran los tangibles, pero con la irrupción de la cultura y del poder blando una profusión de instrumentos que contrastan con los que prevalecieron en la primera mitad del siglo XX tuvo lugar. Esta vez, se trata de recursos intangibles, que distan de la coacción que marcó la proyección de algunas potencias, especialmente de los dos grandes poderes durante la Guerra Fría.

Pero así como lo plantea Édgar Montiel, los atributos de poder cambian y con ello surgen nuevas formas de proyección:

Países como China e India, de fuerte crecimiento económico, han comprendido que una presencia internacional basada solo en criterios económicos o militares no es suficiente. Poseedores de una tradición cultural acumulada durante siglos, que abarca diversos ámbitos —las ciencias, la arquitectura, la filosofía, la medicina o el arte culinario—, han reforzado considerablemente sus políticas culturales y su participación en la industria de bienes culturales. No es sorprendente el incremento de la presencia de películas realizadas en India (en Bollywood), no solo en salas europeas o norteamericanas, sino también en Kabul, en Santiago o en alguna ciudad de África. O el fuerte crecimiento de la industria china de bienes culturales, que pasó de 0,2 % en 1985, a la sorprendente cifra de 8,9 % de participación mundial en 1984. Una presencia en el mundo cuyo corolario quizás sean los Juegos Olímpicos de 2008 que se desarrollarán en Beijín. Tampoco debe admirarnos que dos recientes premios Nobel de literatura fueran concedidos a un novelista chino, Gao Xingjian, (2000) y —tan solo un año después— a un miembro de la diáspora hindú en el Caribe, V. S. Naipaul (Oficina de la Unesco para Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela en representación ante el Gobierno de Ecuador, 2008, p. 25).

Édgar Montiel ha sido uno de los que más ha profundizado en materia de diplomacia cultural y en el uso de recursos no tangibles como instrumentos de política exterior. Del extracto anterior se puede concluir que las posibilidades de proyección de los Estados a partir de esta nueva dimensión son innumerables.

Claro está, esta utilización de la cultura ha despertado un debate acerca de la manera en que esta puede ser un medio para fines políticos, lo que genera polémica. No siempre esta diplomacia despierta consensos, porque la cultura como medio o instrumento encuentra disidencias. Esta idea, fuertemente arraigada en algunos círculos, no es nueva. Ello se puede percibir en algunos ejemplos de la historia y otros casos más recientes en los que el papel de la cultura ha sido fuertemente rebatido, cuando se ha puesto al servicio de un Estado o de alguna institución.

Uno de los casos más polémicos del siglo XX ocurrió cuando el entonces escritor soviético Boris Pasternak fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En ese momento, se pensó que la selección de Pasternak constituía un apoyo a la disidencia soviética. Años atrás se sospechaba que el escritor era crítico del sistema y su amistad y correspondencia con Albert Camus era considerada por muchos como una muestra de rebeldía. Sin embargo, en 1958 terminó renunciando al galardón, evitando así la tortura y la persecución. Este caso puso de manifiesto los riesgos que comportaba la politización de la cultura. Tanto por parte del régimen soviético que aspiraba a que toda la creación artística promoviera el comunismo, como por parte de quienes hubiesen podido galardonar a Pasternak como señal política a la disidencia contra el comunismo soviético.

Otro episodio de este corte ocurrió en 1964, y tuvo como protagonista al filósofo y literato francés Jean-Paul Sartre, quien también rechazó el Nobel de Literatura. La respuesta dada por el autor se ha convertido en un manifiesto para criticar el papel de las instituciones en la cultura. Un rol que se entiende desde esta perspectiva como una injerencia, lo que en últimas trató de reivindicar Sartre con el polémico rechazo.

He aquí su justificación para declinar semejante reconocimiento:

J’ai refusé le Prix Nobel de littérature parce que je refusais que l’on consacre Sartre avant sa mort. Aucun artiste, aucun écrivain, aucun homme ne mérite d’être consacré de son vivant, parce qu’il a le pouvoir et la liberté de tout changer. Le Prix Nobel m’aurait élevé sur un piédestal alors que je n’avais pas fini d’accomplir des choses, de prendre ma liberté et d’agir, de m’engager. Tout acte aurait été futile après, puisque déjà reconnu de façon rétrospective. Imaginez: un écrivain pourrait recevoir ce prix et se laisser aller à la déchéance, tandis qu’un autre pourrait devenir encore meilleur. Lequel des deux méritait son prix? Celui qui était au sommet et qui a redescendu la pente ou celui qui fut consacré avant d’atteindre le sommet? J’aurais pu être l’un des deux, et jamais personne n’aurait pu prédire ce que je ferais. On est ce que l’on fait. Je ne serai jamais récipiendaire du Prix Nobel, tant et aussi longtemps que je pourrai encore agir en le refusant (Sartre, 2005 p.4).

La postura de Sartre muestra en detalle las razones por las cuales la utilización de la cultura por parte de las instituciones genera críticas, y por qué se piensa que en ello hay una deshumanización de la misma, al servicio de la burocracia del Estado.

No obstante ello no ha impedido que el concepto se haya profundizado y se aluda cada vez más a él. Los casos más recientes en los que se habla de diplomacia cultural exitosa son Brasil, China, Francia, Japón y México, entre otros.

Valga anotar que estas naciones no han sido ajenas al debate sobre la uniformidad en la cultura o su instrumentalización. Francia, que tanto ha insistido en la promoción de la cultura a través de la Francofonía, se enfrenta a duras críticas de quienes ven en la promoción de sus valores culturales una nueva forma de colonialismo, sobre todo en regiones donde París tiene buenas relaciones con gobiernos abiertamente autoritarios, como ha ocurrido con Argelia y Túnez. A la diplomacia francesa le ha costado mucho explicar cómo siendo la democracia un valor tan arraigado en su política, se insiste en respetar a líderes como Bel Ali, en su momento dictador tunecino, o a Abdelaziz Bouteflika, actual presidente argelino y receptor constante de críticas por autoritarismo.

A pesar de ello, se debe reconocer que toda la proyección cultural francesa no pasa por la vía diplomática, y que la universalidad de sus valores no es una imposición del Quai d’Orsay en algunas de sus excolonias. Valga decir que la literatura francesa se ha abierto un camino con escritores como Honoré de Balzac, Charles Baudelaire, André Gide, Jean Gionno, Claude Simon, o André Malraux, entre otros.

Los otros casos revisten los mismos debates que son suficientemente complejos. Lo que sí está claro es que difícilmente la cultura se abandonará como un insumo de política exterior. México no podrá hacer abstracción de su protagonismo en el boom latinoamericano ni Brasil dejará de promover su desempeño deportivo como elemento de atracción. Los retos que comportan el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 de Río de Janeiro así lo testimonian.

En el caso de Japón y China el tema de la cultura es aún más complejo. Aunque ha habido una proyección de estas naciones apalancada en este concepto, también es cierto que la cultura se ha tratado de instrumentalizar en favor del nacionalismo. Basta revisar el boicot a autores japoneses promovido por Beijing cada vez que sube la tensión con su vecino. El reconocimiento a Mo Yan como Premio Nobel de Literatura en 2012 demostró que autores afines al régimen comunista podían ser admirados en Occidente.

Todo ello revela pues una complejidad que hace de la diplomacia cultural un tema del mayor interés para las Relaciones Internacionales. Su estudio aparece como una tarea inaplazable.

Referencias

Bettati, M., y Kouchner, B. (1987). Le devoir d’injèrence. París: Denoël Editions.

Fukuyama, F. (1988) “El fin de la historia?”. Estudios Públicos, 5-31.

Huntington, S. (1993). “The Crash of Civilizations?”. Foreign Affairs, 22-49.

Jullien, F. (2008). De L’universel, de l’uniforme, du commun et du dialogue entre les cultures. Normandie: Fayard.

Keohane, R., y Nye, J. (2001). Power and Interdependence. Nueva York: Adisson Wesley Longman.

Oficina de la Unesco para Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela en representación ante el Gobierno de Ecuador (2008). “Encuentro Andino sobre Diplomacia Cultural”. En É. Montiel, La cultura recurso estratégico de la política internacional. Introducción al concepto. Bogotá: Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, 15-43.

Said, E. W. (1990). Orientalismo. Madrid: Libertarias.

Sartre, J.-P. (s.f.) Fabrique de Sens. Obtenido de signataire du Manifeste des 121. Disponible en: http://www.fabriquedesens.net/Jean-Paul-Sartre-signataire-du

Shih, T. H. (29 de marzo de 2013). South China Morning Post. Disponible en: http://www.scmp.com/news/china/article/1202142/chinas-formula-reduce-poverty-could-help-developing-nations

Traynor, I. (10 de junio de 2010). “Srebrenica genocide: worst massacre in Europe since the Nazis”. The Guardian.

Encuentros y desencuentros de los estados BRIC y el empleo del poder blando

Juan Nicolás Garzón Acosta3

Introducción

Algunas categorías, como países en subdesarrollo o del tercer mundo, son consideradas en la actualidad como anacrónicas en tanto desconocen las realidades propias de la globalización y, por el contrario, optan por generalizaciones arbitrarias que impiden comprender un mundo colmado de particularidades nacionales. Paralelamente al desprestigio que padecen ciertas formas de encasillar a los países, han surgido acrónimos como BRIC, MINT o Civets, que han servido para designar a un conjunto de Estados que gozan de una atención creciente en virtud de su rol o de su potencial —económico, político o cultural— en el contexto de las relaciones internacionales contemporáneas.

A pesar de lo llamativas que puedan llegar a ser varias de las economías emergentes, es probable que el grupo de países sobre el cual más se ha discutido y escrito corresponda a los BRIC, grupo conformado por Brasil, Rusia, India, China y, más recientemente, Sudáfrica.4 Actualmente los países BRIC han logrado aumentar su influencia mundial, en buena medida gracias al respaldo que les genera un desempeño económico que en términos generales es consistente a pesar de las grandes turbulencias que ha experimentado el capitalismo en los últimos años.

Los BRIC han avanzado en términos de alcanzar cierto grado de formalización de su organización de Estados. A partir de un número importante de reuniones de jefes de Estado, ministros y altos representantes, han ido fortaleciendo la institucionalidad del grupo, alcanzando algunos acuerdos. No obstante, la posibilidad de que estos países logren encontrar la articulación necesaria para actuar de forma más coordinada en los escenarios económico y político mundiales resulta aún difusa. La importancia e influencia de estas naciones en los próximos años puede depender de la manera en la que proyecten su poder y logren hacerlo de una forma relativamente armónica que sirva a los propósitos de su posicionamiento regional y global.

Precisamente, en materia de influencia la disciplina de las relaciones internacionales ha tratado de dar luces que permitan avanzar en la comprensión del carácter y dinámica del poder en el mundo globalizado, y en ese sentido la perspectiva de Joseph Nye acerca de la existencia de un poder blando, alternativo a las formas tradicionales de concebir la potencia fundadas en la coerción o la amenaza del uso de la fuerza (poder duro), se constituye en una herramienta de análisis muy conveniente para abordar algunas cuestiones sobre el uso de esta forma de poder por parte de los Estados BRIC.

Este capítulo busca analizar algunos elementos relacionados con el origen y características de los países BRIC, entendiendo que la economía es el factor clave de su convergencia y sobre esa base examinar el empleo del poder blando como un instrumento para proyectar su influencia en el sistema internacional. Para ser más preciso, se abordarán algunos aspectos acerca del origen económico del grupo con el fin de analizar, en primera instancia, cómo los proyectos económicos de cada una de las naciones involucradas experimentan similitudes y diferencias, asumiendo que estas últimas pueden dificultar el posicionamiento del grupo como un actor relativamente coherente en el escenario internacional. En una segunda parte se examinará cómo a partir de los propósitos comunes en materia económica, algunos materializados, otros no, los países BRIC han tratado de emplear el poder blando para alcanzar metas más ambiciosas, como por ejemplo ser los protagonistas de la construcción de un orden mundial alternativo.

2.El dilema de la seguridad consiste en la sensación de vulnerabilidad de un Estado cuando otro aumenta sus capacidades militares.
3.Catedrático de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. Profesor titular de los cursos de Análisis Político de los Modelos Económicos y Crítica Política de la Economía.
4.A partir del 2010, a los Estados BRIC se les unió Sudáfrica, quien se ha integrado al resto de países y ha participado en los diversos encuentros de alto nivel, organizando incluso el Quinto Encuentro de los BRICS en Durbán en marzo de 2013, no obstante, el presente capítulo excluye intencionalmente esta última incorporación, concentrándose en los países que originalmente conformaron el grupo.

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Litres'teki yayın tarihi:
22 ekim 2025
Hacim:
233 s. 6 illüstrasyon
ISBN:
9789587386974
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