Kitabı oku: «Bastianos»

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NORMA DIANA GONZÁLEZ

MAURO NICOLAS VOYNES

Bastianos
Cuentos Fantásticos


González, Norma Diana

Bastianos : cuentos fantásticos / Norma Diana González ; Mauro Nicolas Voynes.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-1747-0

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Voynes, Mauro Nicolas. II. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

“A todos los soñadores,

que se aferran a la escritura, durante las tormentas”.

En la antigua ciudad de Bubastis, se veneraba a la diosa Bastet, señora de los felinos, en su estilizado cuello, un collar dorado con zafiros finamente tallados y en sus desafiantes orejas destellaban aretes de perfecta circunferencia con cuentas de lapislázuli. Sus ojos opacaban este entorno, el misterio de la noche se encontraba en ellos.

Las fiestas en su honor eran cada vez más fastuosas. La vulgaridad de la opulencia desenfrenada irritaba todos sus sentidos. Se sentía cautiva, de la adoración melosa y posesiva de sus seguidores. Cansada del vaho a vómitos fermentados, un atardecer se fue, justo cuando la luz de Venus anticipaba la noche.

Alrededor del siglo diecinueve retornó, se dio cuenta de que la habían olvidado, estaba sepultada por un sinfín de nuevos cultos y lentamente llegó a las ruinas de su gran metrópoli.

La Miseria la recibió enfundada en sus mejores galas, estaba sentada sobre los restos de un capitel, con su sonrisa desdentada. Todo el lugar le pertenecía, era la nueva señora y decidió hablarle del destino de sus pequeños.

A partir de la caída de la casa real Tolomeo, sus hijos fueron embarcados a diferentes destinos, muy apreciados por los barcos mercantes por mantener a raya a las alimañas. Pero el culto de la cruz los detestaba tanto como a las mujeres, a las cuales culpaban por la caída del paraíso.

Describió detalladamente las maneras en que sometieron, torturaron y asesinaron tanto a las mujeres como a los gatos. Extasiada, relató cómo la persecución y muerte de sus hijos permitió que proliferaran las ratas, sus mejores aliadas en la propagación de la peste negra.

El sol estaba agonizando cuando Bastet dejó Egipto, a través de los mantos de las décadas, caminó y navegó sin rumbo. Viviendo con el relato de La Miseria y un dolor inmenso que la sofocaba, el 31 de diciembre de 1999 llegó al puerto de Mar del Plata.

Su culto desapareció, sus artefactos estaban aletargados en las vitrinas de los museos, algunos en las manos de amantes de la belleza o en las bóvedas de especuladores financieros, toda llama de esperanza se había perdido.

En una cochera subterránea, entre emanaciones de sépticos, escuchó el clamor de bienvenida al nuevo milenio. Desolada y abatida, la majestuosa señora de los felinos se derrumbó sobre el frío piso de cemento cubierto de aceite apelmazado. Lloró y de sus lágrimas nacieron siete gatos.

La suerte y Cabeza Negra

Andrés frota su cuerpo con el jabón de jojoba de la nueva línea Eolo, mientras se asegura que su abdomen no asimiló el choripán, comido a escondidas de sus amigos, cuando fue a dejar a su jefe al aeropuerto. Seca su cuerpo con las toallas doble hilado blanco hielo, comprado en Puerto Madero, junto con las sábanas de hilo egipcio.

Frente al espejo hidrata su piel, mientras se aplica la crema de afeitar se mira al espejo y un escalofrío le recorre el cuerpo. El mísero baño refleja su realidad contrastada con sus aspiraciones, mira su reloj y cae en la cuenta de que los minutos ya se han puesto en su contra de vuelta.

Aún apresurado por cambiarse, no puede dejar de mirar su billetera de cuero de carpincho, que guarda más papeles que dinero, tarjetas personales de gente que con suerte tarde o temprano lo atenderán y brindarán un mejor trabajo.

Enseguida vuelve a caer en la cuenta de su retraso, siempre lo mismo, se pierde en sus fantasías, sale de su casa tan apurado que decide dejar de lado su recorrida para asegurarse dejar todo bien cerrado…

Baja a la cochera, una señora está cambiando el neumático justo detrás de su auto impidiendo toda maniobra evasiva. La mujer le solicita ayuda y él le da una mano, no por amabilidad, sino por necesidad, en el apuro mancha su camisa con los restos de aceite añejo, toma aire y continúa.

A toda velocidad circula con el auto de la empresa, en un abrir y cerrar de ojos la barrera es bajada por el encargado, quien le informa que debe cuatro meses de alquiler y no puede salir hasta cancelar la deuda. Después de diez minutos logra canjear su salida por un fino reloj belga, comprado con el último aguinaldo.

No bien logra salir lo recibe un imponente piquete (manifestación que involucra corte de calle), en la desesperación abandona el auto y se introduce en la estación de subte para comprar una tarjeta de servicio telefónico y se da cuenta de que no tiene cambio. Sale de la estación y el piquete desapareció, así como el equipo de sonido del auto, junto con la gabardina verde marino.

Nuevamente en camino no evade ni un solo cruce, la imponente luz roja lo recibe en cada esquina, como la mismísima peste negra. Logra estacionar el auto a cuatro cuadras, se coloca el suéter de cachemira para cubrir la mancha negra de aceite y en medio de la plaza una fina llovizna matinal lo deja como un perro mojado.

En la puerta giratoria se da cuenta de su aspecto y en el ascensor toma conciencia de que su aspecto se corresponde con el olor. Ingresa al lobby de la empresa con paso decidido y su jefe inmediato lo espera con la liquidación, exigiéndole las llaves del auto.

Mojado, abatido, desorientado, llega al mediodía a su departamento, si se puede llamar así a un monoambiente con vista al foso, donde solo encuentra la puerta forzada, su colchón en el piso, todo revuelto, una zapatilla izquierda y un gato siamés sobre la mesa.

Quiere gritar, llorar, pero se acurruca en su viejo colchón de lana, el tiempo corre al tic tac del reloj de pared, el cual yace destartalado cerca de la ventana. La luz de la luna se filtra en el foso y recorta la figura del felino. Sí, sobre la mesa alguien observa esta escena bizarra.

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