Kitabı oku: «Locos por volar»

Locos por volar
Melanie Scherencel Bockmann

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Dedicatoria
El primer día de vacaciones
¡Hay equipo!
El nuevo vecino
Y ahora, ¿qué haremos?
El zorrino
Un día caluroso
La bicicleta de mamá
Una sorpresa inesperada
El error contable
¡Fuego!
El accidente
Una nueva idea
El vuelo inaugural
El concurso de talentos
La mejor idea
Locos por volar
Melanie Scherencel Bockmann
Título del original en inglés: Just Plane Crazy, Review and Herald Publ. Assn., Hagerstown, MD, E.U.A., 2006.
Dirección: Claudia Brunelli
Traducción: Natalia Jonas
Diseño de tapa: Mauro Perasso
Diseño del interior: Nelson Espinoza
Ilustración de tapa: Mauro Perasso
Ilustración del interior: Shutterstock
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXX
Es propiedad. Copyright de la edición original en inglés © 2006 Review and Herald Publ. Assn. Todos los derechos reservados.
© 2019, 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana. La edición en castellano se publica con permiso de los dueños del Copyright.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-297-8
Publicado el 30 de octubre de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)
E-mail: ventasweb@aces.com.ar
Web site: editorialaces.com
Scherencel Bockmann, MelanieLocos por volar / Melanie Scherencel Bockmann / Dirigido por Claudia Brunelli / Ilustrado por Mauro Perasso. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineTraducción de: Natalia Jonas.ISBN 978-987-798-297-81. Narrativa infantil y juvenil estadounidense. 2. Literatura infantil y juvenil. I. Brunelli, Claudia, dir. II. Perasso, Mauro, ilus. III. Jonas, Natalia, trad. IV. Título.CDD 813.9283 |
Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicatoria
Para mi esposo, Tim...
Eres mi amor, mi inspiración, mi aventurero valiente. Te seguiré a cualquier parte.
Para Jagger...
Eres la luz de mis ojos. Nunca olvides que a veces las cosas más grandes vienen en los envases más pequeños. Espera y verás.
Para Tyson...
Desde el momento en que naciste reconocí tu asombrosa fuerza interior. Fuiste predestinado para ser un guerrero de luz, y estoy orgullosa de ser tu mamá.
Para Jef...
No conozco a alguien con sueños más grandes que los tuyos, y apenas puedo esperar a ver las grandes cosas que lograrás. Quizás algún día estaré escribiendo sobre tus aventuras.
Para Beau...
A veces, cuando te acomodo el corbatín antes de un evento especial, cuando miro deportes contigo un domingo de tarde, o cuando te escucho mientras me dices una confidencia, me doy cuenta de lo afortunada que soy. Gracias por permitirme ser parte de tu vida.

1
El primer día de vacaciones
Gaby entrecerró los ojos y miró el panel de instrumentos del avión Cesna 185; entonces, golpeó cuidadosamente con el dedo el empañado medidor de combustible. Como se había imaginado, la aguja estaba cerca del indicador de vacío. Le corrió un escalofrío por el cuerpo. El rebelde armado lo acorralaba tan de cerca que Gaby apenas se atrevía a moverse; mucho menos, a decir algo. Pero manteniendo la vista hacia abajo, juntó valor y habló.
–Nuestras reservas de combustible casi se han acabado –dijo Gaby en voz alta, para que se escuchara por sobre el rugido del motor de la aeronave.
Evitando cuidadosamente el contacto visual, tragó con fuerza y continuó:
–El avión no volará mucho más. Le advertí cuando se subió a la fuerza al avión misionero que no tenía suficiente combustible para un viaje tan largo.
–¡Tenemos que llegar a nuestro destino! Necesitamos los suministros que hay en este avión para nuestra causa.
El secuestrador apretó el arma en sus manos con tanta fuerza que sus nudillos quedaron blancos.
Gaby miró por la ventanilla que vibraba, orando mientras observaba las copas de los árboles del territorio selvático desconocido más abajo. Sería cuestión de minutos hasta que el motor se apagara y el abismo de árboles los tragara, de modo que nunca más se escuchara de ellos. Su frente brillaba por las gotas de sudor mientras él trataba de pensar en alguna forma de escapar del choque inminente.
El malhechor empujó su arma contra el rostro de Gaby.
–Solo haz lo que te digo –demandó, blandiéndole el cañón del arma cerca del ojo derecho.
–¡Está bien! ¡Basta! Pausa. Ten cuidado con esa rama –le dijo Gaby a su hermano menor, Tim. La tomó y la sostuvo mientras hablaba:
–Mamá dijo específicamente que podías usar una rama solo si no me pinchabas el ojo con ella.
–Estoy siendo cuidadoso.
Tim la jaló con brusquedad de la mano de Gaby, y la volvió a poner en posición mientras se ajustaba la bandana camuflada que se le había caído sobre los ojos. Entonces, dijo:
–Y tú eres la víctima. Las víctimas no pueden hacer demandas. Ahora, actúa asustado de mí.
–No necesito actuar –replicó Gaby, protegiéndose con una mano el rostro de la punta de la rama–. Estoy aterrorizado de que hagas una brocheta con mi ojo.
Profundamente consciente de la peligrosa arma que el secuestrador insistía en mantener cerca de su rostro, Gaby examinó el espeso paraguas de árboles que había más abajo. No había lugar donde aterrizar. Pronto estarían en manos de la gravedad. Entonces, repentinamente, se le ocurrió la idea que le había rogado a Dios que le diera para escapar. Calculando el momento perfecto, en un movimiento fluido, le quitó el arma de la mano al secuestrador y saltó del avión.
El viento le silbaba en los oídos mientras se ajustaba el paracaídas y buscaba frenéticamente el cordón de apertura. El paracaídas se abrió y lo hizo subir bruscamente en el aire, para seguir balanceándose y aterrizar lentamente en el suelo de la selva. En ese mismo momento, el avión se detuvo y cayó en picada entre los árboles. Cuando se asentó el confeti de hojas trituradas y tierra, Gaby vio los escombros e hizo una mueca. El Cesna 185 no tenía arreglo, y el secuestrador había perecido. Gaby debía encontrar la manera de sobrevivir solo en la selva.
–Espera un minuto. No quiero perecer –se quejó Tim–. Quiero seguir jugando.
Gaby suspiró y sacudió la cabeza.
Milagrosamente, el secuestrador sobrevivió al accidente aéreo, y continuó poniendo a prueba la paciencia del valiente piloto misionero. Gaby intentó liberarse del enredo del paracaídas, pero no tuvo éxito. Su captor emergió de los escombros y se paró frente a él.
–Pensaste que podías escapar, ¿cierto?
El rebelde lanzó una terrible carcajada.
–Bueno, piloto misionero, incluso si hubieras sobrevivido y yo no, no podrías resistir al ataque de las serpientes venenosas y los animales salvajes de la selva peruana.
Sin advertencia alguna, otros rebeldes más pequeños emergieron del monte y atacaron a Gaby. Él yacía indefenso, a merced de ellos.
–¡Ey! Esto no es justo –dijo Gaby, sacándose de encima a Tim; a su hermanito menor, Cris; y a su hermanita bebé, Lara, mientras ellos reían y le hacían cosquillas con sus dedos–. Yo soy solo uno, y ustedes son tres.
No había caso. Los rebeldes nativos lo dominaron con tácticas de tortura, y pronto lo dejaron cautivo en una celda de bambú mientras ellos celebraban su captura. Gaby los observaba sin miedo alguno desde el interior de la celda improvisada, seguro de que esto era parte del plan de Dios para convertir a los rebeldes en soldados del Reino de la Luz.
La princesa guerrera de la tribu salió de su choza.
–¿Tienes hambre? –indagó.
Su voz era tan amable.
–¿Qué? –preguntó Gaby.
–Dije: “¿Tienes hambre?” –repitió la mamá–. Sal de debajo de la mesa ratona y lávate las manos para la cena.
–Noooo, mami, todavía no –se quejó Tim–. Cris, Lara y yo todavía no nos convertimos.
–Discúlpame –dijo la mamá levantando a Cris en sus brazos y haciéndole cosquillas debajo de los brazos–. La princesa guerrera de la tribu ha hablado. Nada de comportamiento incivilizado esta noche. Y apreciaría mucho que alguno de ustedes, por favor, rescatara mis sillas del comedor de los escombros del avión en la sala de estar y las trajera a la mesa.
–¿Podemos seguir jugando después de la cena? –rogó Tim a Gaby.
Sus ojos brillaban de la emoción mientras arrastraba su silla hasta el comedor.
–La próxima vez, ¿puedo ser yo el piloto misionero, y tú, Lara y Cris los rebeldes?
–Veremos –dijo Gaby mientras le desacomodaba el cabello a Tim con cariño–. Pero ve a lavarte las manos para la cena.
Justo entonces, el papá entró por la puerta del frente.
–Huele muy bien aquí –dijo, levantando en sus brazos a Lara y dándole un besito a la mamá–. ¿Se divirtieron en su primer día de vacaciones de verano?
–Sí –Gaby se encogió de hombros mientras acercaba su silla hasta la mesa del comedor–. Si te parece que ser secuestrado por rebeldes nativos, tirarte en paracaídas para escapar y chocar tu avión en la selva es divertido.
Miró al otro lado de la mesa, a Tim, y le hizo una mueca graciosa.
–Ah, veo que has estado entreteniendo a tus hermanitos y a tu hermanita para ayudar a mamá otra vez –dijo el papá conteniendo la risa–. Nunca se cansan de jugar al piloto misionero con su hermano mayor, ¿no es así?
Gaby sacudió la cabeza con una sonrisa, acercó su silla a la mesa y se sacó la gorra para orar.
La mamá aseguró a Lara a su silla alta, y luego se sentó a la mesa con todos los demás. El papá sonrió y le guiñó el ojo. Entonces, la tomó de la mano e inclinó la cabeza para bendecir los alimentos.
–Hablando de pilotos misioneros, hoy recibí una carta –dijo el papá cuando terminó la oración.
Se sirvió un poco de guiso de arroz, y se lo pasó a Gaby.
–¿Recuerdan los amigos de mamá y míos que son misioneros en Perú? Nos enviaron otra carta. Se las leeré durante el culto vespertino hoy.
–Ah, Gaby –agregó–, también llegó algo para ti.
Gaby tragó un bocado de ensalada.
–¿Para mí? ¿Qué es?
–Es esa revista de vuelo que pediste. Se ve genial, y hasta tiene una guía para construir un avión, con todo tipo de especificaciones y materiales.
Gaby sabía que tenía que comer un poco más de su cena para satisfacer a su mamá antes de poder mirar la revista. Terminó tan rápido como pudo, y luego hizo un bollo con su servilleta antes de levantar su plato y su vaso vacíos.
–Papá, ¿dónde está la revista? –preguntó Gaby mientras enjuagaba su plato en la pileta de la cocina.
–Está en la mesa ratona –dijo el papá limpiándose la boca–. Muchachos, ¿practicaron con sus trompetas hoy?
–Por media hora –respondió Gaby, tomando su nueva revista y dirigiéndose a su dormitorio.
“Esto es increíble”, pensó Gaby. Estaba desparramado en su cama, con los pies colgando del borde mientras miraba los aviones que se mostraban. Cada imagen tenía una vista completa, y una transversal para que se pudiera ver el interior de los aviones. Hojeó las páginas hasta que llegó a la imagen de una aeronave Super Cub amarilla. Boquiabierto, Gaby contempló sus hermosas y elegantes líneas, y su borde negro.
–La leyenda vive –susurró Gaby, pensando en las imágenes de su enciclopedia de aeronaves–. Oh... aquí hay una a la venta que se ve prácticamente como nueva.
Sería la avioneta perfecta para un piloto misionero: la cantidad adecuada de espacio para cargamento, y dos asientos: uno para él y otro para su mejor amigo, Marcos. No es veloz, pero sí liviana y ágil. Tiene un compartimento completamente cerrado para el motor y un motor poderoso para despegues y aterrizajes cortos. Tenía que ser lo más asombroso que había visto alguna vez. Tomó el teléfono y llamó a Marcos.
–Hola...
–Hola. Soy yo –dijo Gaby, apenas Marcos pronunció alguna palabra–. ¡Adivina qué me llegó por correo hoy!
–¿Un elefante? –intentó adivinar Marcos irónicamente.
–No, mejor –se rio Gaby–. Es esta revista que había estado esperando. Te la mostraré mañana. Tienes que venir a ver esto.
–Está bien –Marcos sonaba desalentado–. Pero tengo que ordenar mi dormitorio primero.
–¿Por qué? –se quejó Gaby–. Es el primer día de las vacaciones de verano.
–Lo sé –suspiró Marcos–, pero mamá me dijo que no se acuerda de qué color es la alfombra por todas las cosas que están tiradas. Dice que soy un prisionero hasta que mi dormitorio quede tan limpio como el de mi hermana.
Gaby se pegó en la frente con la palma de su mano y se dejó caer sobre la alfombra.
–¡No! Tu hermana es una maniática patológica del orden. Bien te podrían haber dicho que estarás castigado para siempre.
–Lo sé –dijo Marcos–. Mamá no tiene misericordia.
–Entonces apúrate –demandó Gaby–. Y ven aquí tan pronto como puedas.
–Lo intentaré –respondió Marcos, no muy esperanzado–. Si no me ves pronto es porque me han detenido las fuerzas enemigas.
Hizo una pausa y suspiró nuevamente.
–Ah, adivina qué. Alguien se está mudando frente a tu casa. Hoy vi el camión de mudanzas.
–¿Tienen chicos de nuestra edad? –preguntó Gaby levantándose del piso para mirar por la ventana.
–No lo sé –respondió Marcos–. Vi que estaban bajando una bicicleta, así que quizá sí. Tendremos que ir a ver. Espera un segundo. Mi hermana me está diciendo algo.
Gaby escuchó a Marcos cubrir el teléfono con la mano, y una conversación silenciada. Un momento después, su amigo volvió al teléfono.
–Me tengo que ir. Carla quiere usar el teléfono, y no me va a dejar en paz hasta que lo logre. Si tan solo mi hermana usara sus poderes para el bien, y no para el mal.
Gaby sonrió. Podía escuchar a su mamá llamándolo desde abajo para el culto vespertino.
–De todas formas, me tengo que ir. ¿Nos vemos mañana?
–Espero.
Gaby colgó el teléfono y atisbó una vez más por la ventana de su dormitorio a la casa que estaba enfrente. Efectivamente, las luces estaban prendidas, y por la ventana Gaby podía ver cajas de mudanza apiladas en la sala de estar.
–Gaby, ¿estás viniendo? –llamó el papá.
Gaby bajó tranquilamente las escaleras y se desplomó en el sillón, sentando a su hermanito Cris en su falda en el proceso. La mamá, Tim y Lara estaban acurrucados en el otro sillón, y el papá estaba en el asiento reclinable con los anteojos puestos.
Gaby cerró los ojos y dejó que su imaginación viajara a Perú mientras escuchaba a su padre leer. Las historias que venían en las cartas de los misioneros siempre le hacían volar la imaginación. Casi podía oír los gritos de hambrientos animales de la selva, y el zumbido agudo de insectos parásitos. Se imaginaba hombres y mujeres hostiles haciendo todo lo que podían para detener el trabajo de los misioneros, y las circunstancias milagrosas que rodeaban los accidentes aéreos y otras situaciones en las que Dios intervenía contra todo pronóstico. Gaby estaba totalmente seguro de una cosa: un misionero no podía ser un flojo. Tenía que estar listo para todo. Y tenía que estar lleno del Espíritu Santo y tener una fe en Dios tan firme como el hierro. Gaby se podía imaginar volando sobre las selvas en su brillante Super Cub amarilla, viviendo a base de fe y resistiendo las fuerzas del mal al cumplir tareas para Dios.
Todos se quedaron sentados en silencio por un momento cuando el papá terminó de leer la carta.
–Parece que necesitan provisiones –dijo la mamá, con una mirada pensativa en su rostro–. Especialmente pañales y otras cosas para bebés. Deberíamos armar un paquete para enviar a la misión.
Para cerrar el culto, la familia se tomó de las manos en un círculo, y cada uno tuvo su turno para orar. Gaby oró especialmente por los misioneros y pidió a Dios que los protegiera y les diera el poder del Espíritu Santo en su trabajo.
Luego de ayudarle al papá a cepillar los dientes de los pequeños y a ponerles los pijamas, y después de darle un abrazo de buenas noches a su mamá, Gaby se metió en su cama y miró hacia arriba. Pronto apareció la carita de Tim, mirándolo hacia abajo desde la cucheta de arriba.
–¿Sí? –preguntó Gaby mientras estiraba sus brazos y los cruzaba detrás de la cabeza.
–Bueno... solo pensé en decirte que he decidido que quiero ser un misionero –dijo Tim–. No como lo que jugaste conmigo hoy. Quiero ser un misionero de verdad.
Gaby sonrió en la penumbra.
–Sí; yo también –susurró.
La carita de Tim desapareció sobre la cucheta de arriba, y Gaby sintió cómo la cama se balanceaba un poquito cuando su hermanito se ponía cómodo y se cubría con la frazada hasta el cuello. Pronto Gaby lo escuchó respirar suave y parejo. Pero él no podía dormir. No podía dejar de pensar en la carta que había leído su papá, y una pelota de entusiasmo en la boca del estómago no le dejaba cerrar los ojos. Se estaba formando una idea en la mente de Gaby. ¿Por qué esperar? Podía comenzar a juntar fondos para comprar esa Super Cub ahora mismo... este verano. Entonces, cuando recibiera su licencia de piloto, ya tendría una aeronave y podría comenzar a ser un piloto misionero mucho antes.
Gaby trató de cerrar los ojos y descansar con el sonido de las lluvias de verano del noroeste cayendo afuera. Pero con todas las ideas que comenzaban a dar vueltas en su cabeza, no sabía cómo lograría dormir aunque fuera un poquito.

2
¡Hay equipo!
–¿Me pasé toda la mañana limpiando mi dormitorio para poder ver la imagen de una avioneta? –dijo Marcos, poco impresionado con la revista de su amigo.
–¡Ey! No es cualquier avioneta. Hasta yo limpiaría tu dormitorio por esto –aseguró Gaby mientras pasaba las páginas que mostraban la Super Cub–. Escucha. ¿Recuerdas cómo siempre hablábamos sobre ser pilotos misioneros?
–Sí –afirmó Marcos mirando los dibujos de reojo–. Sigue hablando.
–Solo mira por un momento las especificaciones de esta avioneta –dijo Gaby señalando cada característica mientras–. Es perfecta. Dos asientos, lugar para los suministros médicos, libros, alimentos y lo que fuera. Es liviana y fácil de pilotear, y probablemente se le deben poder poner pontones para aterrizar en el agua, así que se la podría llevar a cualquier parte. Es perfecta para un equipo de pilotos misioneros, ¿no te parece?
–Bueno... sí... sería genial... –Marcos comenzó a decir, pero Gaby lo interrumpió antes de poder decir nada demasiado sensato.
–Y si... solo escucha... ¿y si comenzamos a recaudar los fondos para comprar la Super Cub? –propuso Gaby golpeando la imagen con su mano–. Para cuando tengamos la edad suficiente para obtener nuestras licencias de pilotos, y en realidad no falta tanto, tendremos suficiente dinero ahorrado para comprar la aeronave.
Gaby esperó con impaciencia que a Marcos le “cayera la ficha”, y luego de unos pocos segundos, Marcos comenzó a asentir.
–Sí; o sea, sí, ¿por qué no? –dijo Marcos con la voz cada vez más cargada de entusiasmo–. Podríamos comenzar a juntar nuestras mesadas, quizá abrir una cuenta de ahorros y ganar intereses por el dinero que depositamos.
Gaby veía en el rostro de su amigo que ya se había convencido de la idea.
–Sí –dijo Gaby–. Hagámoslo.
–Sí, hagámoslo –dijo una voz ahogada desde debajo de la cama.
Gaby y Marcos se miraron el uno al otro, se arrodillaron y levantaron el borde del cubrecama para mirar.
–Tim. ¿Qué estás haciendo ahí abajo? –quiso saber Gaby–. Esta era una reunión privada.
Tim se golpeó la cabeza mientras se abría camino para salir de debajo de la cama. Se paró y miró a Gaby y a Marcos mientras se frotaba con fuerza la cabeza con la palma de la mano.
–Auch.
Gaby trató de ser paciente con él.
–Tim, vas a tener que salir y dejar que Marcos y yo charlemos. Jugaré contigo más tarde, pero ahora, Marcos y yo tenemos mucho que planificar.
Gaby y Marcos sacaron todo el dinero que tenían en sus billeteras, y lo amontonaron todo junto en el piso. Marcos comenzó a contarlo mientras Gaby buscaba su calculadora.
Tim no cedió:
–Pero yo también quiero ir en la avioneta.
–No puedes –dijo Gaby acompañándolo hacia la puerta–. Marcos y yo no estamos jugando. Esto no es lo mismo que lo que juego contigo. Estamos hablando en serio. Además, es una Super Cub con dos asientos. No hay lugar para nadie más.
Marcos suspiró mientras levantaba la mirada.
–Bueno, tenemos un gran total de $ 67,14. Qué patético.
–¿Eso es todo lo que tienen entre los dos? –Tim se rio–. Tengo más que eso yo solo, porque no gasto todo como hacen ustedes. Tengo ahorrados como $ 100. Puedes preguntarle a mamá.
–Fuera, Tim –demandó Gaby, perdiendo la paciencia–. No es lindo presumir.
Entonces sacudió la cabeza mientras apretaba las teclas de la calculadora.
–Realmente es un comienzo humilde –se quejó Gaby–. Y según mi estimación, combinando nuestras mesadas nos llevará 63,1 años juntar suficiente dinero para comprar la aeronave.
Tim se abrió paso entre los dos muchachos más grandes y miró la imagen de la Super Cub.
–Yo no soy pesado –dijo señalando la vista transversal del área de cargamento de la aeronave–. ¿Por qué no pueden poner un asiento ahí para mí?
–Tim, sal afuera y déjanos hablar –Gaby suspiró–. No entrarías; y además, no quiero a mi hermanito siguiéndome en misiones peligrosas.
–Eso –agregó Marcos señalando a Gaby con el pulgar–. Lo que él dijo.
–No estorbaré –se resistió Tim.
–Estás estorbando ahora. ¡Mamá! –llamó Gaby poniéndose de pie y tratando de arrear a Tim hacia la puerta.
Gaby y Marcos lo arrastraban con fuerza, pero Tim se logró sujetar del pilar de la cama y se agarró con todas sus fuerzas.
–Suelta –dijo Gaby entre dientes mientras luchaba contra el pequeño cuerpo delgado de Tim.
Tim se aferró del poste con desesperación.
–Por favor, déjenme quedarme. Pueden... pueden quedarse con mi mesada.
Gaby y Marcos dejaron de tirar y se miraron el uno al otro; entonces observaron el rostro esperanzado de Tim.
–¿Dijiste que tienes ahorrados como $ 100? –preguntó Gaby lentamente.
Tim asintió.
–Pensándolo bien, podría llegar a caber –dijo Marcos levantando los hombros–. No pesaría más que el cargamento.
–Es cierto –dijo Gaby calculando mentalmente la capacidad máxima de carga–. Podríamos poner un pequeño asiento para él en la parte del cargamento. Probablemente habría suficiente oxígeno allí para que sobreviva.
–Y hasta podríamos usarlo como táctica de distracción en caso de emergencia –notó Marcos–. Sabes, podría distraer a los funcionarios que puedan tratar de detenernos mientras nosotros nos escapamos por otro lado.
Gaby y Marcos soltaron las piernas de Tim, y él cayó al piso. Justo entonces la mamá se asomó por la puerta.
–¿Está todo bien? Tim, ¿estás molestando a tu hermano mayor de nuevo?
Tim miró a Gaby, rogándole con la mirada.
Gaby pensó con rapidez antes de responder:
–Está bien, mami. Puede quedarse aquí si quiere.
La mamá parecía confundida. Los miró y sacudió la cabeza.
–Estaba segura de que me habían llamado –los muchachos podían oír su voz alejándose por el pasillo.
–Está bien; estás adentro –dijo Gaby finalmente.
–¡Gracias! –dijo Tim arreglándose la ropa–. Iré a sacar mi mesada de la alcancía.
–Pero tendrás que ser un socio silencioso –susurró Gaby.
–¿No puedo hablar? –Tim no lo podía creer.
Marcos se rio.
–“Socio silencioso” quiere decir que contribuirás con tu mesada, pero Gaby y yo tomaremos todas las decisiones importantes.
Tim parecía satisfecho siempre y cuando fuera parte del plan. Buscó en un cajón hasta que encontró un frasco de plástico, lo abrió y vació sus ahorros en la pila.
Marcos frunció el ceño.
–Todavía estamos muy lejos de donde queremos llegar.
–Sí –replicó Gaby–. Tendremos que pedir un adelanto de nuestro dinero de cumpleaños, y de Navidad, y de la universidad. O podríamos pedirles un préstamo a nuestros padres.
Marcos se puso de pie.
–Sí, como si eso fuera a funcionar. Piénsalo y después me cuentas qué se te ocurre. Pasaré más tarde y podremos hacer una tormenta de ideas.
–Eso suena bien –dijo Gaby.
Cuando el papá llegó a la casa esa tardecita, Gaby le contó sobre el plan y le preguntó si tenía alguna idea de cómo podían obtener el dinero.
–¿Quizá te gustaría hacer una donación considerable a la causa? –le preguntó esperanzado–. ¿O tal vez un préstamo moderado?
El papá miró pensativamente las imágenes de la Super Cub en la revista.
–Bueno, Gaby, pienso que comenzar a ahorrar dinero ahora es un plan fantástico –dijo impresionado–. Me alegra que estés estableciendo objetivos honrosos y trabajando para lograrlos. Sin embargo –continuó–, en lugar de tomar prestado o suplicar por el dinero para la avioneta, me parece que apreciarías más tus logros si ganaras el dinero de la manera tradicional.
–¿De la manera tradicional? –repitió Marcos como si las palabras tuvieran un gusto extraño. Él y Gaby estaban caminando por la vereda.
–¿Qué se supone que significa eso?
–No lo sé.
Se detuvieron un poco después de la casa de sus nuevos vecinos, y Gaby empezó a hurgar el suelo con un palito.
–¿Qué ideas se te ocurrieron a ti?
–Traté de que mi mamá me aumentara la mesada. Dijo que pagaría mucho si mi dormitorio permanecía limpio.
Marcos hizo una mueca.
–Bueno... todos sabemos que esa opción no entra en consideración.
Ambos muchachos caminaban por la calle en silencio, muy pensativos. El sol había salido después de todo, y los charcos en las veredas se evaporaban lentamente, junto con el entusiasmo de los muchachos.
–Mira –señaló Marcos–. El Sr. Flores está haciendo una venta de garaje. Vayamos a ver qué está vendiendo.
Gaby y Marcos saludaron al Sr. Flores, su vecino, y se pusieron a merodear por las mesas, mirando las cosas en venta.
–¿Qué es esto? –preguntó Gaby levantando un artefacto de metal.
–Trampas para animales –dijo el Sr. Flores.
–¿Se refiere al modo en que los antiguos cazadores solían obtener pieles para vender?
Gaby giró una trampa en su mano y trató de abrirla.
–Así es –dijo el Sr. Flores.
–Ey –dijo Marcos tomando a Gaby del hombro–. ¿Sería esa una manera “tradicional” de obtener dinero? ¿Vender pieles de zorro a personas ricas?
–No estoy seguro de que a mis padres les guste que fuera a cazar –Gaby frunció el ceño y miró a Marcos.
–Sí, a los míos tampoco –Marcos estuvo callado por un momento, y luego se volvió a animar–. Solo que nosotros lo estaríamos haciendo por una buena causa. O sea, estamos recaudando dinero para ser pilotos misioneros, ¿cierto? Además de eso, recuerdo perfectamente haber leído en la Biblia que Nimrod fue un cazador poderoso delante del Señor. Si tienen alguna objeción, les diremos que estamos siguiendo el ejemplo de Nimrod.
–Me parece que tienes que atrapar algo antes de calificarte como “cazador”, pero también me parece que tienes un buen punto.
Gaby tomó las trampas y fue a negociar un precio con el Sr. Flores, usando parte del dinero de la avioneta como inversión. El Sr. Flores les mostró a los muchachos cómo armar las trampas y ponerle carnada.
–Probablemente tendrían que ponerlas en los bosques, lejos de las casas –dijo el Sr. Flores–. Deberían poder atrapar algún conejo.
Gaby sonrió cortésmente ante la sugerencia del Sr. Flores. Pensó que sería maleducado decirle que sus objetivos eran mucho más altos: atrapar zorros y vender las pieles.
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