Kitabı oku: «Verbos de cal y arena»
Verbos de cal y arena
Mónica Balmelli
ISBN: 978-84-19198-01-3
1ª edición, junio de 2021.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
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Observar
Uno de los primeros recuerdos que tiene de ella misma es el de ir mirando por la ventanilla del bus al resto de las personas y preguntarse: ¿Qué están sintiendo ellos?, ¿Cómo viven sus vidas?, ¿Qué palabras utilizan para expresar su amor, su dolor, su ira?
Desde tan pequeña que apenas sabía lo que significaban esas palabras, ya se recuerda observando, larga y minuciosamente, tantas situaciones y personas como se le iban presentando.
Observaba las posturas, las expresiones faciales, el timbre de las voces, las palabras.
Observaba el comportamiento de las hormigas, las lombrices, las gallinas, los gatos y los perros.
Observaba las nubes, las partículas de polvo danzando sobre los finos rayos de luz que dejan pasar los agujeros de las persianas bajadas, lo bien que huelen las mandarinas cuando se comen al sol de una tarde de invierno.
Escuchar
A Daniela le tranquilizaba escuchar la voz y la risa de su madre. Una conversación entre sus padres era como una caricia reconfortante. También le gustaba escucharlos cantar y charlar con otras personas.
En muchas ocasiones, sobre todo cuando estaba cansada o molesta por algo, la niña trepaba al regazo de su madre y pegaba la oreja a su pecho, mientras la conversación de los adultos seguía su curso. El sonido y las vibraciones de la voz de su madre desde dentro la adormecían y le daban una sensación de bienestar difícil de conseguir en otros momentos del resto de su vida.
Sentir
El padre llegó con un loro pequeño entre sus manos y las dos niñas se sintieron asombradas y conmovidas. Le llamaron Piringo y el animalito aprendió a vivir con ellos. No tenía jaula, su casita era una caja de cartón con papeles y retazos de telas. Andaba suelto por la casa y el padre le cortaba la punta de las plumas de las alas para que no volara.
Dejaban la camita en el baño para que durmiera allí por las noches y, por las mañanas, Piringo trepaba con sus patitas y su pico por la colcha de las camas de las niñas y las despertaba con suaves golpecitos de su pico en sus caras.
Un día, al volver de la casa de los abuelos, encontraron al loro ahogado en el inodoro. Daniela sintió tantas cosas a la vez que quedó paralizada por el impacto. Sintió culpa porque estaba segura que había sido ella la que había dejado la tapa del inodoro abierta antes de salir. Sintió un profundo dolor dentro de ella, no como cuando se pegaba o se caía . Sintió rabia contra sí misma por haber sido tan irresponsable.
Nunca olvidaría esa experiencia ni el amor por ese pequeño compañero, ni la sensación de despertar con la suavidad de un besito de loro.
Tocar
La madre estaba haciendo caramelo. Calentaba el azúcar en una olla y luego lo extendía en la fría encimera de mármol de la cocina para que se solidificara.
Daniela observaba todo el procedimiento desde cierta distancia porque su mamá le había dicho que era peligroso. La madre terminó y se fue a hacer alguna otra tarea hasta que se enfriara el caramelo.
Pero Daniela era impaciente y tenía que comprobar cómo estaba aquello que le hacía la boca agua. Puso su mano sobre el caramelo y, un segundo después, aullaba de dolor.
Nada de lo que hubiera tocado antes le había provocado una reacción tan dolorosa.
Jugar
El día de reyes era una fiesta y comenzaba temprano. Antes de salir el sol, su hermana menor Paula y ella ya estaban levantadas, con los pelos revueltos y la sonrisa de ilusión en sus caras.
Todos los años, los reyes les traían una muñeca a cada una y otros juguetes que dejaban como en exposición y las dos jugaban juntas durante días con los regalos anuales. No había otros en todo el resto del año, así que había que aprovechar la ocasión .
Una vez amaneció lloviendo a cántaros y les extrañó mucho cuando papá y mamá les dijeron que miraran por la ventana, que afuera había otro regalo.
Allí estaba, tapada con un plástico, una enorme hamaca de madera de esas que tienen dos asientos enfrentados. Los vecinos escucharon los gritos de alegría de las niñas, que mostraban su ansiedad de estrenar el hermoso regalo, aunque eso significara tener que mojarse.
Ese fue el último día de reyes que pasaron los cuatro juntos porque sus padres se separaron casi al final de ese mismo año y, un tiempo después, las niñas descubrieron que la hamaca la había hecho su padre, que era carpintero, y no los reyes magos, como ellas creían.
La madre, las niñas y la hamaca se fueron a casa de los abuelos maternos, que vivían en el mismo barrio, cambiando completamente la dinámica familiar, tanto de las unas como de los otros, y adornando el porche con un armatoste bonito pero amargo, que les recordaba a diario que la alegría no dura para siempre.
Pelear
A partir de entonces aprenden a pelear. Las niñas se peleaban entre ellas pero también con su tío más pequeño, que tenía la misma edad que Daniela.
Tres niños casi de la misma edad que tenían que compartir espacio, afecto y hasta clase en la escuela; esto era motivo de conflictos permanentes.
Por momentos, la convivencia se hacía muy difícil y Celina, la madre de las niñas, tenía que trabajar y se veían poco.
La abuela Celeste hacía lo que podía y, para ayudarla, estaba la tía Graciela, quien salía ya de su adolescencia.
Un tiempo después de haber llegado a casa de sus abuelos, todos conocieron la noticia de que Graciela estaba embarazada y, como no estaba casada ni parecía que fuera a hacerlo, llegó otra niña a la ya masificada familia.
Sin saberlo ni proponerlo, la pequeña tuvo la capacidad de unirlos un poco más a todos y fue dulce verla crecer, jugar con ella, dedicar ratos a enseñarle a hablar, caminar y otras destrezas que aprenden los niños.
Volar
Algunas tardes de lluvia o cuando había cortes de luz, lo que ocurría con cierta frecuencia, niños y adultos se sentaban a jugar a las cartas, juegos de mesa y, a veces, se aventuraban con el juego de la copa.
Antes de comenzar el juego de la copa, Graciela se encargaba de escribir las letras en papelitos, el si, el no y alguna frase ocurrente. Ponían los papeles escritos en círculo y una copa de cristal boca abajo en el centro. Graciela asustaba a los niños diciendo que un espíritu vendría a contarles el futuro. Todos ponían sus dedos en la base de la copa y alguien hacía una pregunta.
Sorprendentemente, la copa comenzaba a moverse por el círculo formando palabras y frases y contestando si o no.
Raúl, que era el tío de la edad de Daniela, preguntó si alguna vez iba a volar y la copa fue formando una respuesta que provocaría la hilaridad de grandes y chicos: “si, vas a volar de una patada”.
Años después, Daniela recordaría aquella frase, ya que la realidad no fue muy distinta al augurio, y pensaría con una sonrisa que aquel espíritu de la copa tenía un peculiar sentido del humor.
Silbar
El padre de las niñas venía a verlas regularmente, una o dos veces a la semana. Él tenía un código para que las niñas supieran que estaba cerca y, antes de doblar la esquina de la calle de los abuelos, silbaba un silbido largo y agudo, con cinco notas, siempre las mismas, que desencadenaba que dos pares de piernas comenzaran una carrera loca y terminaran trepando un cuerpo de hombre.
Paula disfrutaba cada momento con su padre, pero Daniela sabía cuándo estaba tranquilo, cuándo estaba triste y cuándo desesperado con sólo echarle un vistazo de lejos. Eso la desconcertaba y necesitaba hacerle preguntas a su madre.
-¿Mami, ya no querés a papá?
-Si, Daniela, lo sigo queriendo. Pero me mintió y ya no puedo confiar en él. Por eso ya no podemos estar juntos, ¿me entendés?
Entendió que la mentira era algo que tenía el poder de destruir una familia, que podía hacer sufrir a más personas que las implicadas y que nunca sería una buena idea utilizarla.
Golpear
Era el 25 de agosto, el día que se celebraba la independencia, y, al anochecer, las luces de las casas de todo el barrio se apagaron. Pero no era un apagón de esos a los que estaban acostumbrados porque la vieja heladera seguía funcionando.
Al rato comenzaron a escucharse ruidos lejanos a los que se les iban sumando gradualmente ruidos más cercanos, hasta que finalmente se escuchaban por todos lados. La abuela Celeste y Celina repartieron latas, cacerolas viejas y cosas con que pegarles y les dijeron a los niños que golpearon con fuerza. Hasta la pequeña de la familia, que sólo tenía unos meses, le daba golpecitos con un juguete a un plato de plástico.
Los niños creyeron que era una fiesta y disfrutaron, rieron y se llenaron de esa impresionante energía que lo rodeaba todo.
Luego supieron que el “caceroleo” había sido en todo Montevideo y no sólo allí, sino en el país entero, y que la gente había decidido manifestarse para pedir que volviera algo que se llamaba democracia.
Leer
Por esa época, Daniela ya leía todo lo que cayera en sus manos. Su madre le compraba libros viejos y luego los cambiaban por otros, más viejos aún, pero que acaparaban toda la atención de la niña. Revistas y cómics destartalados corrían la misma suerte que los libros.
Paula y Raúl jugaban mucho en la calle con los otros niños del barrio pero Daniela prefería pasar las horas leyendo.
Un día, llegó Celina con un libro nuevo, bellamente encuadernado, que olía maravillosamente y tenía unas ilustraciones muy realistas y coloridas. Para Daniela era hipnótico pasar sus hojas y atrapante leer sus relatos. Era un libro de historias bíblicas que despertaron la curiosidad y la fantasía de la niña.
Conocer
Celina comenzó a ir a una iglesia cercana y llevaba a las niñas con ella. Si bien ella creía en Dios, asistir a la iglesia era la única manera de conocer gente y organizar reuniones durante ese periodo de dictadura militar por el que estaba pasando el país.
Los viernes por la noche se reunía un grupo de personas en la casa de alguien y los adultos hablaban, se contaban sus cosas y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Mientras tanto, los niños jugaban juntos; afuera si hacía buen tiempo o en otra habitación si era invierno.
En esas reuniones, Daniela y Paula conocieron a Marina y Silvia, que eran hermanas y con edades muy parecidas a las de ellas. Las cuatro niñas se hicieron amigas enseguida.
Daniela y Marina pronto buscaron estar a solas, ya que habían encontrado una afición que compartían: inventar y contarse historias. Las dos eran grandes lectoras y habían desarrollado mucho su imaginación.
Además, Marina estuvo un tiempo en cama por una enfermedad sin riesgo de contagio pero que debía guardar reposo y Daniela aprovechaba para hacerle compañía y contarle las historias que había ido pensando durante la semana.
Cuando Marina por fin se encontró mejor, las dos amigas salían a dar vueltas por el barrio, paseando para estirar las piernas y hablando concentradas en sus asuntos.
En varias de esas ocasiones, si miraban para atrás, podían ver dos cabecitas que asomaban por detrás de algún árbol, reconociendo a sus respectivas hermanas, que las seguían a escasa distancia.
Mirar
En una de esas reuniones, pero más como una celebración porque era en otra casa y con más gente, Daniela conoció a Bruno. Era un niño moreno, de pelo rizado y con unos ojos verdes que a ella le parecieron fascinantes. Los dos intercambiaron pocas o incluso ninguna palabra, pero no podían dejar de mirarse.
Eran miradas intensas que encerraban muchas preguntas que ninguno se atrevía a formular. Quizá se miraran así porque se estaban reconociendo mutuamente. Dicen que las almas viven muchas vidas y se suelen reencontrar…
Él era un año y pico mayor que ella, el segundo de cuatro hermanos varones y, en ese momento, ninguno de los dos sabía que su amistad duraría toda la vida.
Cantar
En la escuela formaron un coro con los niños de 3°a 6°. La profesora de canto, la señorita Noemí, oronda y severa, los separó en dos grupos. Las voces agudas eran el grupo A y las voces graves eran el grupo B. Y empezó a enseñarles canciones, a ensayar, a repetir y repetir estrofas hasta que quedaba satisfecha con el resultado.
Les enseñó a respirar con el abdomen y a soltar el sonido apoyando con el diafragma. A mantener una nota larga y, por supuesto, ¡a no hacer portamentos! En eso insistía rigurosamente. Les enseñó unas nociones básicas de música pero los niños preferían cantar.
A Daniela y a Paula les tocó cantar en las voces A mientras que a Raúl, en las voces B. Cuando volvían a casa, a veces se les podía oír cantando las canciones que estaban aprendiendo y le daban el concierto a todos aquellos que quisieran escucharlos y, si no querían, también.
El coro de la escuela fue bastante activo y hacían intercambios y actuaciones en otras escuelas. Los niños lo pasaban en grande.
Daniela siguió cantando toda su vida, siempre formando parte de algún coro y viviendo gratificantes experiencias en torno a la música.
Votar
La democracia llegó, al fin. Celina les contó a las niñas que ellas nacieron en un periodo en el que la gente no podía reunirse, ni expresarse, ni exigir sus derechos. Que fueron años duros; que los que, a pesar de las prohibiciones, seguían luchando, a menudo desaparecían o tenían que irse de Uruguay para que no los llevaran presos. Les dijo que a partir de ese momento las cosas podían mejorar porque la gente volvería a votar para elegir el gobierno.
Las elecciones fueron en Noviembre y, desde hacía semanas, se veía toda la ciudad engalanada con los colores de los partidos políticos.
Las niñas acompañaron a su madre a votar, participando con entusiasmo del ambiente festivo que se vivía.
Daniela notó algo distinto en los rostros de sus vecinos, algo que no había visto antes y que le costaba interpretar. Buscó en su memoria lo que había leído en los libros hasta que dio con una palabra que lo definía perfectamente: esperanza.
Buscar
La catequesis fue una búsqueda. Daniela comenzó a asistir una vez a la semana para conocer de qué se trataba. Le contaron que tomaría la comunión, pero que para eso tendría que prepararse y algunos de sus amigos ya lo habían hecho, así que le pareció interesante.
Nada más lejos de ello. Las clases eran extremadamente aburridas, no le aportaban nada nuevo y le molestaba que alguien a quien no conocía de nada intentara manipular sus pensamientos, actitudes o emociones.
Se aventuró un día a hablar con el cura de la parroquia, que era un hombre bueno, siempre dispuesto a una palabra amable, y que ella apreciaba mucho.
-Juan, no quiero seguir con la catequesis- le dijo con cara compungida.
-¿Por qué?- le preguntó él .
-Porque no me creo nada de lo que me están contando.
Él la miró con ternura y sólo le dijo: - Ya encontrarás tu camino.
Nunca tomó la comunión.
Estudiar
La escuela era un lugar interesante, aprender era fácil y en ocasiones hasta divertido. Se llevaba bien con casi todos pero Daniela no hacía sus amistades allí, aunque siempre había alguien con quien pasaba más ratos o compartía otras cosas.
Los años de primaria pasaron rápida y fácilmente.
La educación secundaria fue diferente. El primer año fue de adaptación, pero los siguientes cinco años fueron maravillosos. Interactuaba socialmente con toda clase de gente y sus amigos iban al mismo centro.
Le encantaba aprender, aunque eso no quiere decir que le gustara estudiar. Le alcanzaba con estar atenta en clase, participar y hacer uso de su vasto vocabulario para salir airosa de escritos y exámenes.
La cosa se complicó cuando llegó a la universidad y se dio cuenta de que en los doce años previos no había aprendido a estudiar.
Morir
La abuela Celeste se enfermó de cáncer. El abuelo decidió vender la casa en la que vivían todos para poder pagar medicamentos y tratamientos.
De esa manera comenzó un tortuoso periplo de inyecciones, mudanzas y desasosiego.
Ella murió aún siendo joven, dejando un vacío inmenso en el resto de la familia.
Ya nada volvió a ser lo mismo y Celina se fue por su lado, con sus dos hijas a punto de empezar la adolescencia.
Agradecer
Ahora estaban las tres solas, intentando salir adelante en un momento difícil, no sólo para ellas, sino en general. Había poco trabajo, mal pagado y Celina trabajaba en todo lo que le iba saliendo.
No tenían un lugar propio para vivir, así que pasaron un tiempo cuidando a una anciana en su casa, luego cuidando de una casa porque su dueña estaba de viaje; hasta que una señora que conocían de las reuniones semanales de los viernes le ofreció a Celina alquilarle un pequeño apartamento que tenía al fondo de su propia casa.
Aquello les pareció un paraíso. Era diminuto, con una habitación mal ventilada, pero estaban las tres juntas y tranquilas.
Las tres le dieron las gracias a la señora, que se convirtió en una buena vecina y amiga.
Celina encontró un trabajo estable y con mejores condiciones laborales.
Muchas veces se habían sentido vulnerables pero siempre habían podido contar con personas que con un pequeño gesto solidario, ayudaron a solventar difíciles situaciones; y eso no lo han olvidado nunca.
Socializar
El grupo de amigos de Daniela se iba agrandando. Marina y Silvia, una vecina de ellas llamada Valeria, Bruno y el mejor amigo de éste, Javier. Paula orbitaba entre ese grupo y otros amigos que tenía, aunque siempre se apuntaba a salidas y cosas interesantes que surgieran.
A la vez, el propio grupo interactuaba con otros grupos de adolescentes, con individuos muy diferentes a ellos pero que les aportaban diversidad y alegría.
Salían mucho, siempre estaban organizando algo: ir al teatro, una actividad para el fin de semana, campamentos para el verano. El presupuesto era muy ajustado y, la mayor parte de las veces, nulo.
Sus padres les dejaban hacer sus planes porque confiaban en ellos y sabían que estarían juntos cuidándose y apoyándose.
Una vez llegaron a juntarse treinta chicos y chicas para ir a la playa a pasar un par de días. Pidieron a un padre que tenía un bus que los llevara y los fuera a recoger y así pasaron un fin de semana entre las dunas y las olas de un balneario cercano.
Reír
El especialista en hacer reír era Bruno. Dondequiera que fueran, él sabía qué decir o cómo actuar para que al resto les entrara un ataque de risa.
Algunas veces iban andando hasta el Parque Rodó y, si tenían algo de dinero, se subían a los juegos mecánicos.
En una de esas atracciones se subieron todas las chicas y Bruno se sentó frente a ellas con la intención de hacerles una de sus divertidas actuaciones. Cuando comenzaron las sacudidas al ritmo de la música, él empezó a gesticular haciendo como que se caía accidentalmente con las manos encima de los pechos de la chica que estaba sentada a su lado. No llegaba a tocarla, sólo hacía la mímica, demostrando un perfecto dominio de su cuerpo al controlar los movimientos a pesar de las violentas sacudidas del aparato.
Pocas cosas les había hecho reír tanto a las amigas que miraban todo desde el otro lado de la plataforma.