Kitabı oku: «Verbos de cal y arena», sayfa 2

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Besar

A Daniela siempre le habían gustado los chicos y había aprendido a relacionarse con ellos de una manera natural. No necesitaba dar rodeos ni inventarse artificios para acercarse a alguno que le gustara e iniciar una conversación. Había notado que eran mucho más abiertos a ese tipo de abordaje de lo que sus amigas creían.

Una noche de carnaval, en un teatro de barrio, Daniela aprendió a besar.

Sus relaciones fueron cambiando pero los besos eran un regalo ansiado que le enseñarían otras cosas sobre el sexo.

Bailar

Llegó el momento en que sus amigas, sus compañeras de clase y hasta ella misma cumplieran 15 años. Comenzó a recibir invitaciones a esos cumpleaños bastante antes de que a ella le llegara la edad. Algunas chicas hacían sus fiestas en grandes salones, con mesas y sillas para los invitados, con mucha comida y bebida y, por supuesto, con música. Otras hacían la fiesta en sus propias casas, en la que todo era un poco más modesto pero no faltaba la música ni la diversión. En todas las fiestas, Daniela bailaba hasta el amanecer en grupo, de a tres, en pareja o sola.

Ella sabía que su madre no se podría permitir una de esas fiestas tan bonitas en un gran salón, y tampoco le interesaba llevar uno de esos hermosos vestidos largos y vaporosos que llevaban las otras quinceañeras. Aunque sí que le hacía mucha ilusión organizar un baile y así se lo expresó a su madre.

Celina se puso a ello. Como el cumpleaños sería en verano, la generosa vecina les ofreció su casa y su jardín para el festejo. Su madre encargó a una compañera suya que hiciera una gran torta de cumpleaños, pagó a unos jóvenes para que se ocuparan de la música y comunicó a amigos, familiares y vecinos que trajeran comida y bebida para compartir.

La noche de la fiesta, aquel lugar estaba irreconocible. Daniela nunca había visto tanta gente allí, pasándolo tan bien, charlando, jugando, riendo y, sobre todo, bailando.

Su padre llegó con traje y corbata y con la intención de bailar un vals con su hija. Sin embargo, Daniela tenía muy claro que su fiesta era diferente y abrir el baile como lo hacían todas no estaba en sus planes.

Asistieron hasta personas de la familia que ni siquiera conocía. Todos le hicieron regalos y el padre de Marina llevó su cámara y se dedicó a hacer unas fotos maravillosas que Daniela conserva como un tesoro.

Hablar

Los amigos hablaban de todo: de cómo sería su futuro, de la situación general del país, de sus ilusiones, de sus miedos, de absolutamente todo. Tenían la peregrina idea de que vivirían juntos para siempre y, en el caso de que alguno quisiera casarse y formar una familia, podrían construir una casa grande donde los hijos de todos crecieran juntos.

Alguna vez salió el tema de irse del país. Marina decía que ella estaba dispuesta a vivir en otra parte, que la familia de su padre había venido de Italia y que a ella no le importaría volver. A Daniela le entró miedo porque no se imaginaba el resto de su vida sin su amiga. Intentó convencerla de que en ningún otro sitio estaría mejor que en su país.

En ocasiones, el destino se burla de lo que alguna vez hemos dicho y eso fue precisamente lo que años más tarde le pasó a Daniela.

Nacer

Después de años de haberse divorciado del padre de sus hijas, Celina comenzó una relación con un hombre que le había presentado un amigo en común. Se llamaba Pedro y era músico. Solía ir a su casa con su guitarra y les amenizaba la tarde con canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y otros autores que sonaban mucho en ese momento.

La relación siguió adelante y se plantearon vivir juntos, así que agrandaron y mejoraron el pequeño apartamento alquilado y, finalmente, comenzaron la convivencia. Volvían a ser cuatro, pero eso duró poco porque pronto se enteraron de que Celina tendría un bebé.

Daniela fue feliz con la noticia y la felicidad fue total el día que nació su nuevo hermanito. Lo de hermanito es un decir, porque era una criatura enorme de más de 4 kilos.

Una tarde de inusual calor para ser invierno, Paula y ella fueron andando hasta el hospital, donde lo conocieron y se enamoraron de él.

Lo llamaron Martín y fue el primer niño que Daniela sintió como suyo.

Como Celina y Pedro trabajaban, Daniela empezó a estudiar en el turno nocturno y se ocupó de cuidar a Martín durante el día. Crecía rápido y era muy inteligente. Con un año y medio el pequeño contaba con un amplio repertorio de palabras que utilizaba de manera precisa. Sus hermanas jugaban a enseñarle las letras de unos cubos de plástico. Cada cubo tenia seis letras, una por cada cara, que relacionaba con palabras cuya inicial coincidía con la letra representada. Fue la base para que antes de los cuatro años el niño ya supiera leer.

Cuando Martín tenía tres años, Daniela se marchó de la casa de su madre para comenzar otra etapa de su vida.

Traicionar

Daniela estaba comenzando su juventud y sus amigos seguían siendo los mismos. Pero un día ella cometió un gran error que provocó que se distanciara de ellos durante tres años: traicionó a una de sus amigas.

A Silvia siempre le había gustado un chico del que Daniela sólo conocía el nombre: Fabián. Una noche que salieron todos juntos, se lo encontraron disfrutando de la misma actividad que ellos. Enseguida lo integraron al grupo. Silvia y Fabián salieron solos alguna vez, sin llegar a mucho; se estaban conociendo.

Pero el verano llegó y, como siempre, Silvia y Marina se fueron de vacaciones con sus padres. Daniela, en cambio, nunca iba de vacaciones y Montevideo es una ciudad pequeña. Por casualidad se encontró con Fabián, con su irresistible sonrisa y sus masculinos brazos abiertos. Ese día ambos se conocieron mucho más de lo que él había llegado a conocer a Silvia.

Comenzaron una relación más formal y al cabo de un año fueron a contarle a Celina que habían decidido vivir juntos.

Pero ya no volvió a salir con Marina, Bruno dejó de hablarle y a Silvia la vio por última vez el día que fue a contarle lo que había hecho.

Trabajar

Durante su adolescencia, Daniela ya hacía algunos trabajos como repartir publicidad o cuidar de los hijos de algún vecino.

Cuando cumplió los 18 años y las empresas ya podían hacerle un contrato, empezó a buscar empleos de jornada completa.

Desde siempre supo que, más temprano que tarde, su vida económica dependería exclusivamente de ella. Sus padres eran trabajadores que, como la mayoría, vivían al día y apenas les daba para cubrir las necesidades básicas de sus respectivas familias.

Debido a su falta de experiencia, los primeros trabajos a los que pudo acceder fueron tareas tediosas que lo único que le aportaban era cansancio. Sin embargo, no decayó en su voluntad de seguir aprendiendo para, algún día, poder dedicarse a algo que le gustara y motivara.

Encontrar

Estando con Fabián, fueron un día hasta el teatro Solís a comprar unas entradas para ver un espectáculo. Se trataba de un concierto en el que Daniel Viglietti cantaba sus canciones y Mario Benedetti recitaba sus poemas. Le habían puesto por título “A dos voces”.

Después de comprar las entradas, se quedaron admirando la impresionante arquitectura del teatro y Daniela estaba absorta observando las columnas cuando, al girarse de repente para comentarle algo a Fabián, se encontró de frente a escasos centímetros de Mario Benedetti, quien le tocó el brazo y le dijo : “Disculpe”.

Ella se quedó petrificada por la impresión, no le salió ni una palabra de su garganta y supuso que la mandíbula le llegaría al pecho, aunque no tenía un espejo para comprobarlo.

Le llamó la atención haberse encontrado con sus ojos a la altura de los suyos y pensó que era increíble que alguien tan grande tuviera tan poca estatura. Daniela siempre había admirado su poesía y su particular forma de expresarse, tan sencilla que hasta siendo una niña podía entenderlo y a la vez tan compleja que era capaz de hacerla sentir intelectual y emocionalmente conectada con el autor.

Cuando aquel admirable hombre se alejó, ella buscó el rostro de Fabián, quien la miraba desde una distancia en que lo había visto todo con una amplia sonrisa. Daniela le comentó que el hombre olvidaría ese encuentro al instante siguiente mientras que ella lo recordaría toda su vida.

Discutir

Dicen que lo que mal empieza mal acaba.

Esa relación por la que dejó a sus amigos, a su madre, y hasta a ella misma, tuvo sus momentos buenos pero predominaron los malos. Discutían mucho; estaban bien una semana y dos semanas mal.

Además, él tenía un hermano que estaba casado con una mujer más joven que Daniela y el matrimonio ya tenía dos niños. Daniela sentía que tenía que competir todo el tiempo con la mujer de su cuñado para poder mantener la atención y el cariño de Fabián ya que la fraternal relación estaba basada en una rivalidad que salpicaba muchos aspectos de sus vidas.

Sentía celos y estaba agotada. Un día se miró en el espejo y se preguntó quién era. Miró a Adriana, la joven madre, una de las personas más bondadosas que había conocido, y se dijo que no podía seguir así. Todo lo que no le gustaba de sí misma tenía que ver con esa tóxica relación.

Dejó a Fabián y se llevó consigo una valiosa lección sobre los celos. Le parecieron un sentimiento primitivo, poco reflexivo y bastante inútil, que nada tenían que ver con el amor, más bien lo contrario, ya que reflejaban una parte muy desagradable de ella misma y anulaban la maravillosa persona que sabía que podía llegar a ser. Decidió desterrarlos de su vida para siempre.

Era necesario disculparse con Adriana, quien había sido objeto de sus perfidias y que, a pesar de eso, nunca había albergado ningún sentimiento negativo hacia Daniela. Tras una sincera conversación con ella, en la que expuso su arrepentimiento, Daniela se ganó su amistad y la de sus dos preciosos hijos, una niña y un niño, que después de tantos años aún la llaman tía.

Perdonar

Lo primero que hizo fue ir a hablar con Marina. Ya habían tenido contacto anteriormente pero no se sintió segura hasta que dejó a Fabián definitivamente. Le pidió consejo y ayuda a su amiga para ir a hablar con Silvia.

Silvia la esperó en su casa una tarde; Marina le había dicho que Daniela iría allí. Se la encontró tranquila y hermosa. Le dedicó una sonrisa y empezaron a hablar después de tanto tiempo.

Daniela le pidió perdón, le dijo que la había echado mucho de menos, que sólo quería volver a ser su amiga y que la quería mucho. Silvia le contestó que ella la había perdonado hacía tiempo, que gracias a ese acontecimiento ella había recibido el amor y el apoyo de un amigo con el que había comenzado una relación que la hacía muy feliz.

-¿Y quién es ese amigo? – le preguntó Daniela gratamente sorprendida.

-Javier- le contestó Silvia.

- ¿Javier? ¿Nuestro Javier?

-¡Sí! – contestó Silvia con una gran sonrisa.

Se abrazaron emocionadas y, felices de haberse reencontrado, se desearon lo mejor para sus respectivas vidas y se prometieron seguir juntas para compartirlas.

Al salir de la casa de su amiga, Daniela iba pensando amargamente en cuántas más cosas se habría perdido durante ese tiempo debido a su orgullo y estupidez.

Caminar

Daniela tenía un nuevo trabajo y lo estaba disfrutando. Básicamente, consistía en caminar y eso era algo que le gustaba y que había hecho durante toda su vida. Era en una empresa de correos con distribución en todo Montevideo. Ella era mensajera y repartía la correspondencia de bancos y tarjetas de crédito. Sus zonas eran las de mayor densidad, o sea, Centro, Ciudad Vieja y Pocitos, aunque en ocasiones la mandaban a otras zonas no tan densas, que hacía que le llevara más tiempo terminar las entregas.

Sus compañeros eran agradables y había muy buen ambiente. La mayoría eran hombres, que hacían sus entregas en bicicleta o en moto.

El jefe era una persona encantadora. La primera navidad que ella pasó allí, él los invitó a todos a cenar en un bar del Centro, formando una mesa larga, pero con una charla animada e interesante. Casi todos eran jóvenes y desbordaban energía.

Uno de esos jóvenes era Joan. Se encargaba de supervisar y coordinar las entregas. Estaba pendiente de todos los mensajeros y sus rutas. Resolvía problemas dentro y fuera de la oficina.

Un día, Daniela se sorprendió a sí misma observándolo. Él estaba de espaldas a ella, preparándose un café en la cocina. Le gustaba su espalda ancha. Era alto y delgado y siempre iba impecable, aunque no en plan formal. Era atento y tenía un sentido del humor inteligente y agudo. Sus ojos eran verdes, pero no como los de Bruno, que parecían del color del mar en un día de tormenta; los de Joan eran del color de la yerba mate.

Ese día se dio cuenta de que Joan no le era para nada indiferente.

Brillar

Había quedado con Adriana para ir a un acto político. Daniela pasaría por su casa, la ayudaría con los niños y se irían los cuatro en bus. Era temprano por la tarde y hacía un día espléndido de comienzos de otoño. El viaje en bus con dos niños pequeños atravesando todo Montevideo no llegó a ser pesado. Iban conversando de todo un poco, Adriana la ponía al tanto de las nuevas habilidades de sus hijos y Daniela le contaba sobre su trabajo y también sobre Joan y lo mucho que le gustaba.

Al llegar al lugar del acto, las calles y las plazas estaban llenas de gente con banderas y se palpaba un gran ambiente de camaradería. Grupos compartiendo un mate, gente que se había llevado sus sillas plegables, niños corriendo y chillando y la música animando antes de que comenzaran los discursos.

Ya habían encontrado un lugar donde situarse para poder ver y oír a los oradores, cuando Daniela vio por el rabillo del ojo a Joan con otros jóvenes. Le dio un codazo a Adriana y acelerada le dijo señalando en su dirección- Mirá, ahí está Joan–

Adriana no lo conocía, así que le preguntó cuál de todos era. Daniela, sin ser consciente de lo extraño que sonaría, le dijo : -Ese que está brillando, ¿no ves a ese que brilla?

Adriana se la quedó mirando perpleja unos segundos y soltó una sonora carcajada. Daniela se acercó al grupo para saludarlo, notando la satisfacción en el rostro de Joan.

Enamorar

No hacía mucho tiempo que Daniela había terminado su relación con Fabián, y Joan lo sabía. Ellos hablaban a menudo, él la esperaba a veces para comer juntos y otras veces la acompañaba a su casa.

Daniela tenía la sensación de que él estaba más que interesado en ella, pero también de que no quería presionarla de ningún modo. Ella agradecía ese gesto porque sabía que hay un proceso que es necesario vivir cuando una relación acaba. Pero, a la vez, Joan le gustaba tanto que, un día que se sentía fuerte y decidida, lo invitó a ir al cine para ver Forrest Gump. Quedaron en reunirse más tarde para ir a tomar algo antes de la película.

Se encontraron en una plaza del Centro al atardecer. Fueron a comer algo antes de ir al cine. Al salir, aún les quedaba un buen rato antes de que comenzara la película. Se sentaron en un banco y se tomaron de la mano. Joan le dijo que hacía tiempo que la quería. Ella le dijo que lo sabía y que la forma que él tenía de cuidarla y de ser tan considerado también la había enamorado.

Se besaron y se fueron con el alma abierta a ver una película ideal para ese estado emocional.

Regalar

Decidieron no decir nada en la oficina, al menos por un tiempo. Se veían todos los días en el trabajo y, cuando terminaban sus respectivas jornadas, volvían a verse.

Él la acompañaba a la casa de su madre, a la que ella había vuelto cuando terminó con Fabián. Otras veces, ella iba a la casa de él.

Joan vivía en la casa de su madre y tenía tres hermanos menores. Daniela aún no los conocía porque él tenía una habitación apartada de la casa y, como cuando iban era de noche, ni siquiera entraban a saludar.

Una tarde él le dijo que quería presentarle a su familia. La primera impresión fue que la estudiaban, pero eso no le molestó en absoluto. Los que más la miraban eran su hermana Violeta y su hermano Alfredo.

Violeta era de la edad de Paula y Alfredo estaba en plena adolescencia. La madre, Ester, y el hermano de 7 años, Víctor, hablaban poco y parecían tímidos.

Daniela notó enseguida una relación en los nombres de los cuatro hermanos. Todos se llamaban como cantautores cuyas canciones eran de un importante contenido social.

Por esa razón su suegra le cayó bien desde el principio. Si sus hijos se llamaran Julio, Raphael o Pimpinela, la historia hubiera sido otra.

Ella era viuda, el padre de los tres mayores había muerto cuando Joan era adolescente. El pequeño Víctor era fruto de una relación posterior con un hombre español, al que Ester había conocido en Buenos Aires cuando, por diversos motivos, la familia había tenido que trasladarse a vivir allí. Habían estado viviendo fuera de Uruguay durante 10 años y en ese momento estaban intentando volver a establecerse. El padre de Víctor había vuelto a España, sin perder el contacto con su hijo ni con Ester, aunque ya no seguían su relación sentimental.

Del encuentro de esa tarde, Joan luego le contó a Daniela que Violeta sospechaba que él tenía novia porque lo había visto limpiar y ordenar su habitación. Ella le había preguntado si la susodicha se llamaba Milagros, porque sólo uno haría que él se encomendara a semejante tarea. Daniela pensó que el humor agudo era cosa de familia.

Un día, él le regaló un libro cancionero de Silvio Rodríguez con una dedicatoria que la hizo sentir que iba por donde tenía que ir en su vida : “Pequeña pongo a sus pies mi vida y mi condición, algunos dirán que es poco pero con ello va un corazón”.

Era parte de una canción de Víctor Heredia que Daniela había escuchado muchas veces y deseó regalarle a él la parte que seguía de la canción : “le entrego la luz del día y su melodía de sol”.

Comunicar

Pocos meses habían transcurrido desde el comienzo de su relación cuando Daniela notó que no le había llegado su regular menstruación. Sintió miedo porque no sabía si estaría preparada para ser madre y se preguntó en qué momento habría sido el descuido, ya que tomaban precauciones. Intentó tranquilizarse y se dispuso a hablar con Joan. Decidieron ir a comprar un test de embarazo y luego ya verían lo que pasaba. Salió positivo y, más allá del susto inicial, Daniela se permitió soñar con un niño en su regazo, con unos ojitos mirándola y sus bracitos extendidos hacia ella.

Hablaron largamente del asunto y concluyeron que estaban preparados para darle la bienvenida a ese ser, que no en vano se presentaba en un buen momento de sus vidas.

Primero fueron al médico a confirmarlo. Luego empezaron a buscar un lugar al que llamar hogar. Querían seguir conociéndose, convivir y estar lo más centrados posible para cuando llegara el bebé.

Por último, cuando ya habían encontrado un apartamento en el que comenzar su vida en común, informaron a familiares y amigos que harían una inauguración de su nueva casa y que los esperaban a todos.

Marina llegó con una vajilla, unos tíos de Joan con un juego de toallas, Bruno con un precioso tapiz hecho a mano... Todos colaboraron con algo para la casa.

En ese contexto, comunicaron la noticia de que pronto se agrandaría la familia. Las felicitaciones y los abrazos se sucedieron.

La reflexión que ocupó la mente de Daniela al irse a dormir esa noche fue que, aunque a veces pareciera que uno no es el que elige el siguiente paso que va a dar, la vida te va guiando justamente hacia donde tienes que ir y que es maravilloso poder contar con una red de gente que te apoye y no te deje solo en el camino. Agradeció a la vida ser una de esas afortunadas personas.

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