Kitabı oku: «Arena Uno. Tratantes De Esclavos», sayfa 2
La primera cosa que noté acerca de esta pequeña casa es su calidez. Tal vez sea porque es muy pequeña, con un techo bajo, y está construida junto a la montaña de piedra; o tal vez porque está protegida contra el viento. A pesar de que las ventanas están abiertas a los elementos, a pesar de que la puerta sigue abierta, debe estar por lo menos quince grados más caliente aquí; mucho más caliente de lo que ha estado la casa de papá, es decir, incluso con una chimenea encendida. La casa de papá fue construida con poco presupuesto, para empezar, con paredes delgadas y revestimiento vinílico, en la esquina de una colina que siempre parece estar en la ruta directa del viento.
Pero este lugar es diferente. Las paredes de piedra son gruesas y bien construidas, me siento cómoda y segura aquí. Imagino lo cálido que sería este lugar si cierro la puerta, pongo tablas en las ventanas, y enciendo la chimenea, la que parece estar en buenas condiciones.
El interior consta de una gran sala, y entrecierro los ojos en la oscuridad mientras escudriño el suelo, en busca de algo, cualquier cosa, que pueda rescatar. Sorprendentemente, parece que a este lugar nunca ha entrado nadie desde la guerra. Todas las otras casas que he visto tenían ventanas rotas, escombros esparcidos por todo el lugar, y era obvio que habían sacado cualquier cosa útil, hasta el cableado. Pero ésta, no. Estaba prístina, limpia y ordenada, como si su propietario se hubiera levantado un día y se hubiera ido. Me pregunto si fue antes de que empezara la guerra. A juzgar por las telarañas en el techo, y su increíble ubicación, muy bien escondida detrás de los árboles, supongo que así fue. Que nadie ha estado aquí en varias décadas.
Veo la silueta de un objeto contra la pared del fondo, y me dirijo hacia ella, con las manos al frente, a tientas en la oscuridad. Cuando mis manos lo tocan, me doy cuenta de que es un mueble con cajones. Paso los dedos por su superficie lisa, de madera, y siento que está cubierto de polvo. Paso los dedos por las pequeñas manijas – las perillas de los cajones. Jalo delicadamente, abriéndolos uno por uno. Está demasiado oscuro para ver, así que toco cada cajón con mi mano, peinando la superficie. El primer cajón no tiene nada. Tampoco el segundo. Abro todos ellos, de forma rápida, mis esperanzas decaen -- cuando de repente, en el quinto cajón, me detengo. Allí, en la parte de atrás, siento algo. Lo saco poco a poco.
Lo acerco a la luz, y al principio no puedo descubrir lo que es, pero luego siento el papel de aluminio delator, y me doy cuenta que es una barra de chocolate. Le dieron algunas mordidas, pero todavía tiene su envoltura original, y está bien conservado. Lo desenvuelvo un poco y lo pongo frente a mi nariz y lo huelo. No puedo creerlo: es chocolate de verdad. No hemos comido chocolate desde la guerra.
El olor me causa una punzada de hambre aguda, y necesito de toda mi fuerza de voluntad para no abrirlo y devorarlo. Me obligo a permanecer fuerte, volviendo a envolverlo cuidadosamente y guardándolo en mi bolsillo. Voy a esperar hasta estar con Bree para disfrutarlo. Sonrío imaginando la expresión de su cara cuando ella le dé su primer bocado. Será invaluable.
Reviso rápidamente los cajones restantes, con la esperanza de encontrar todo tipo de tesoros. Pero todos los demás están vacíos. Regreso a la habitación y la recorro a lo largo y ancho, por las paredes, en las cuatro esquinas, en busca de cualquier cosa. Pero no hay nada en la casa.
De repente, piso algo suave. Me arrodillo y lo recojo, sujetándolo hacia la luz. Estoy sorprendida: es un oso de peluche. Está usado y le falta un ojo, pero aun así, a Bree le encantan los osos de peluche y extraña el que dejó. Se sentirá eufórica al ver esto. Parece que este es su día de suerte.
Pongo el oso en mi cinturón, y al levantarme, siento que mi mano toca algo suave en el suelo. Lo agarro y la sostengo, y me encanta darme cuenta de que es un pañuelo. Es negro y está cubierto de polvo, así que no podía verlo en la oscuridad, y al ponerlo en mi cuello y pecho, puedo sentir su calor. Lo saco por la ventana y agito con fuerza, quitando todo el polvo. Lo veo a la luz: es largo y grueso, no tiene ni siquiera un agujero. Es como oro puro. Inmediatamente lo pongo alrededor de mi cuello y lo meto debajo de mi blusa, y ya me siento mucho más abrigada. Estornudo.
El sol se oculta, y como parece que ya he encontrado todo lo que puedo, comienzo a salir. Al dirigirme a la puerta, de repente, golpeo el dedo de mi pie con algo duro, de metal. Me detengo y me arrodillo, tocándolo en caso de que sea un arma. No lo es. Es una redonda manija de hierro, pegada al suelo de madera. Parecida a una aldaba. O un mango.
Tiro de éste hacia la izquierda y hacia la derecha. No ocurre nada. Intento hacerlo girar. Nada. Entonces me arriesgo y me paro a un lado y tiro de él con fuerza, hacia arriba.
Se abre una trampilla, levantando una nube de polvo.
Miro hacia abajo y descubro un espacio de acceso, a unos cuatro pies de altura, con piso de tierra. Mi corazón se alegra ante las posibilidades. Si vivimos aquí y hay algún problemas, podría ocultar a Bree aquí abajo. Esta pequeña casa de campo se vuelve aún más valiosa ante mis ojos.
Y no sólo eso. Al mirar hacia abajo, veo algo brillante. Empujo la puerta de madera por completo y rápidamente bajo por la escalera. Está muy oscuro aquí abajo, y pongo las manos delante de mí, andando a tientas. Al dar un paso hacia adelante, siento algo. Vidrio. Los estantes están integrados en la pared, y alineados en ellos hay frascos de vidrio. Frascos de conservas.
Saco uno y lo sostengo frente a la luz. Su contenido es de color rojo y blando. Parece mermelada. Desenrosco rápidamente la tapa de estaño, lo acerco a mi nariz y lo huelo. El olor acre de las frambuesas me golpea como una ola. Meto el dedo, lo saco y lo pongo con indecisión en mi lengua. No puedo creerlo: es mermelada de frambuesa. Y su sabor es tan fresco como si la hubieran hecho ayer.
Aprieto rápidamente la tapa, pongo el frasco en mi bolsillo, vuelvo rápidamente a las estanterías. Extiendo la mano y siento docenas más en la oscuridad. Agarro la más cercana, corro de nuevo hacia la luz, y lo miro. Parecen ser pepinillos encurtidos.
Estoy asombrada. Este lugar es una mina de oro.
Me gustaría poder llevarme todo, pero mis manos están heladas, no tengo nada para cargarlos y está oscureciendo. Así que pongo el frasco de encurtidos donde lo encontré, subo por la escalera, y al regresar a la planta principal, cierro la trampilla firmemente detrás de mí. Me gustaría tener una cerradura; me pone nerviosa dejar todo eso allá abajo, sin protección. Pero luego me recuerdo a mí misma que este lugar no se ha tocado en años, y que probablemente nunca lo había visto nadie, si no se hubiera caído ese árbol.
Al salir, cierro la puerta completamente, sintiéndome protectora, con la sensación de que ésta es nuestra casa.
Con los bolsillos llenos, me apresuro a ir hacia el lago, pero de repente me quedo pasmada al escuchar un ruido. Al principio me preocupa que alguien me haya seguido, pero al girar poco a poco veo otra cosa. Un ciervo está allí, a tres metros de distancia, mirándome. Es el primer ciervo que he visto en años. Sus grandes ojos negros mirándome, y de repente gira y se va corriendo.
No tengo palabras. He pasado mes tras mes buscando un ciervo, con la esperanza de poder acercarme lo suficiente para lanzarle mi cuchillo. Pero nunca había sido capaz de encontrar uno en ningún lugar. Tal vez no estaba cazando lo suficientemente arriba. Tal vez siempre han vivido aquí.
Decido volver a primera hora de la mañana, y esperar todo el día si es necesario. Si estuvo aquí una vez, tal vez regrese. La próxima vez que lo vea, lo mataré. Ese ciervo nos daría de comer durante varias semanas.
Estoy llena de nuevas esperanzas mientras me apresuro hacia el lago. Cuando me acerco y reviso mi caña, mi corazón se emociona al ver que se ha doblado casi a la mitad. Temblando de emoción, me apresuro a través del hielo, resbalando y deslizándome. Tomo la caña, que se sacude violentamente, y rezo para que se sostenga.
Extiendo mi mano y la sujeto firmemente. Puedo sentir la fuerza de un gran pez tirando hacia atrás, y en silencio aflojo la cuerda para que no se rompa, para que el anzuelo no se rompa. Le doy un tirón final, y el pez sale volando del agujero. Se trata de un enorme salmón, del tamaño de mi brazo. Aterriza en el hielo y da giros de 180 grados en todas direcciones, deslizándose. Corro y me agacho para atraparlo, pero resbala de mis manos y vuelve a caer en el hielo. Mis manos están demasiado babosas para sujetarlo, así que bajo mis mangas, meto la mano y lo sujeto con mayor firmeza esta vez. Se desploma y se retuerce en mis manos durante unos treinta segundos, hasta que finalmente, se tranquiliza y muere.
Estoy sorprendida. Es mi primera captura en meses.
Estoy eufórica mientras me deslizo por el hielo y lo dejo en la orilla, metiéndolo en la nieve, con temor de que de alguna manera resucite y salte de nuevo al lago. Tomo la caña de pescar y la cuerda, y las sostengo con una mano, luego sostengo el pescado con la otra. Puedo sentir el frasco de mermelada en un bolsillo, y el termo de savia en la otra, junto con la barra de chocolate y el oso de peluche en mi cintura. Bree va a tener una abundancia de riquezas esta noche.
Sólo me falta tomar una cosa. Me acerco a la pila de leña seca, nivelo la caña de pescar en mi brazo y con la mano libre recojo la mayor cantidad de leña que puedo cargar. Dejo caer un poco, y no puedo llevar todo lo que me gustaría, pero no me quejo. Puedo volver por el resto en la mañana.
Con las manos, brazos y bolsillos llenos, me resbalo y deslizo por la cara de la empinada montaña en la última luz del día, teniendo cuidado de no dejar caer nada de mi tesoro. Mientras, no puedo dejar de pensar en la cabaña. Es perfecta, y mi corazón late más rápido ante las posibilidades. Esto es exactamente lo que necesitamos. La casa de nuestro papá es demasiado visible, está construida en una calle principal. He estado preocupada desde hace meses, porque estar ahí nos hace demasiado vulnerables. Con solo un tratante de esclavos inesperado que pase por ahí, estaríamos en problemas. He estado queriendo mudarnos desde hace mucho tiempo, pero no tenía ni idea de adónde ir. No hay otras casas aquí arriba.
Esa pequeña casa de campo está tan arriba, tan lejos de cualquier carretera y construida literalmente en la montaña - está tan bien camuflada, que es casi como si hubiera sido construida sólo para nosotras. Nadie podría encontrarnos allí. E incluso si lo hicieran, no podían acercarse a nosotros con un vehículo. Tendrían que subir a pie, y desde ese punto de vista, yo los detectaría a una milla de distancia.
La casa también cuenta con una fuente de agua dulce, un arroyo que pasa justo por delante de su puerta; yo no tendría que dejar sola a Bree cada vez que haga senderismo para bañarme y lavar nuestra ropa. Y ya no tendría que cargar baldes de agua de uno en uno, desde el lago, cada vez que preparo la comida. Amén de que con el enorme follaje de los árboles, estaríamos lo suficientemente ocultas para encender fuego en la chimenea cada noche. Estaríamos más seguras, más cálidas, en un lugar lleno de peces y caza -- y equipada con un sótano lleno de comida. Mi decisión está tomada: Nos mudaremos allá mañana.
Es como si me hubieran quitado un peso de encima. Me siento renacer. Por primera vez desde que recuerdo, no siento el hambre que me carcome, no siento el frío lacerando mis dedos. Incluso el viento, mientras voy bajando, parece estar en mi espalda, ayudándome en el trayecto, y sé que las cosas finalmente han cambiado. Por primera vez desde que recuerdo, sé que ahora podremos salir adelante.
Ahora podemos sobrevivir.
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D O S
Cuando llegué a la casa de papá era el ocaso, la temperatura bajaba, la nieve empezaba a endurecerse y crujía bajo mis pies. Salgo del bosque y veo ahí nuestra casa, visiblemente ubicada al lado de la carretera, y me siento aliviada de saber que todo se ve tranquilo, tal y como lo dejé. De inmediato busco en la nieve cualquier pisada -- o huellas de animales – saliendo o entrando y no encuentro ninguna.
No hay luces en el interior de la casa, pero eso es normal. Me preocuparía si las hubiera. No tenemos electricidad, y las luces sólo significarían que Bree ha encendido velas - y ella no lo haría si no estoy yo ahí. Me detengo y escucho durante varios segundos, y todo está quieto. No hay ruidos de lucha, ni gritos de auxilio, no hay quejidos por enfermedad. Doy un suspiro de alivio.
Una parte de mí siempre tiene miedo de que al regresar encuentre la puerta abierta, la ventana destrozada, huellas de pisadas hacia la casa, a Bree secuestrada. He tenido esta pesadilla varias veces, y siempre despierto sudando, y camino a la otra habitación para asegurarme de que Bree está ahí. Ella siempre está ahí, sana y salva, y me reprendo a mí misma. Sé que debería dejar de preocuparme, después de todos estos años. Pero por alguna razón, simplemente no puedo evitarlo; cada vez que tengo que dejar sola a Bree, es como si me clavaran un cuchillito en mi corazón.
Aún en estado de alerta, detectando todo lo que me rodea, examino nuestra casa a la luz del día, que se consume. Honestamente, nunca fue buena, para empezar. Un rancho típico de montaña, que parece una caja rectangular sin carácter, adornado con revestimiento de vinil aguamarina barato, que parecía viejo desde el principio, y que ahora se ve deteriorado. Las ventanas son pequeñas y escasas y están hechas de un plástico barato. Parecen de las que hay en un complejo de casas rodantes. Tal vez de 4.5 metros de ancho por unos nueve de profundidad, que debía ser de un dormitorio, pero el que la construyó, en su sabiduría, la hizo de dos pequeñas habitaciones y una sala de estar aún más pequeña.
Recuerdo haberla visitado cuando era niña, antes de la guerra, cuando el mundo era todavía normal. Cuando papá estaba en casa, nos traía hasta aquí los fines de semana, para escapar de la ciudad. Yo no quería ser desagradecida, y siempre le puse una buena cara, pero secretamente, nunca me gustó; siempre me pareció oscura y estrecha, y había un olor a humedad. Cuando era niña, recuerdo que no podía esperar a que el fin de semana terminara para alejarme de este lugar. Recuerdo secretamente que prometí que cuando fuera mayor nunca volvería aquí.
Ahora, irónicamente, estoy agradecida por tener este lugar. Esta casa me salvó la vida -- y la de Bree. Cuando la guerra estalló y tuvimos que huir de la ciudad, no teníamos opciones. Si no fuera por este lugar, no sé adónde nos habríamos ido. Y si este lugar no estuviera tan lejos y en lo alto como está, entonces probablemente habríamos sido capturadas por los tratantes de esclavos hace mucho tiempo. Es curioso cómo se puede odiar tanto a las cosas cuando somos infantes y que terminamos apreciando siendo adultos. Bueno, casi adultos. A los 17 años, me considero una persona adulta, de todos modos. Probablemente he envejecido más que la mayoría, en los últimos años.
Si esta casa no se hubiera construido en la carretera, y estuviera tan expuesta, si fuera sólo un poco más pequeña, estuviera más protegida, más adentro del bosque, no creo que me preocuparía tanto. Por supuesto, tendríamos que aguantar las delgadas paredes, el techo con goteras, y las ventanas que dejan pasar el viento. Jamás llegará a ser una casa cómoda ni cálida. Pero al menos sería segura. Ahora, cada vez que la miro, y veo el amplio panorama allá afuera, no puedo evitar pensar que es un blanco fácil.
Mis pies crujen en la nieve cuando me acerco a la puerta de vinilo, y se escuchan ladridos desde el interior. Es Sasha, haciendo lo que le enseñé a hacer: proteger a Bree. Estoy muy agradecida de tenerla. Cuida a Bree con tanto esmero, ladra al menor ruido; me da suficiente tranquilidad cuando salgo a cazar. Aunque al mismo tiempo, me preocupa también que su ladrido nos delate; después de todo, un perro que ladra, generalmente significa que hay seres humanos. Y eso es exactamente lo que un tratante de esclavos quiere escuchar.
Me apresuro a entrar en la casa y rápidamente la hago callar. Cierro la puerta tras de mí, haciendo malabares con los leños que traigo en la mano, y entro en la oscura sala. Sasha se calma, moviendo la cola y saltando sobre mí. Es una perra labrador color chocolate, de seis años; Sasha es la perra más leal que jamás podría imaginar -- y la mejor compañía. Si no fuera por ella, creo que Bree habría caído en una depresión desde hace mucho tiempo. Yo también podría estarlo.
Sasha me lame la cara, lloriqueando, y parece más emocionada que de costumbre; olfatea mi cintura, mis bolsillos, detectando que he traído a casa algo especial. Dejo los leños para poder acariciarla, y al hacerlo, puedo sentir sus costillas. Está demasiado flaca. Me siento culpable. Por otra parte, Bree y yo también lo estamos. Siempre compartimos con ella lo que encontramos para comer, así que las tres estamos en las mismas condiciones. Aun así, me gustaría poder darle más.
Ella acerca la nariz al pescado, y al hacerlo, vuela de la mano y cae en el suelo. Sasha se lanza inmediatamente sobre él, sus garras hacen que se deslice por el suelo Ella salta sobre el pescado de nuevo, esta vez mordiéndolo. Pero a ella no debe gustarle el sabor del pescado crudo, así que lo deja. Pero juega con él, saltándole encima una y otra vez, mientras se desliza por el suelo.
"¡Sasha, detente!", le digo en voz baja, para no despertar a Bree. También temo que si juega con él demasiado tiempo, podría abrirlo y perder parte de la carne valiosa. Obediente, Sasha se detiene. Sin embargo, puedo ver lo emocionada que está, y quiero darle algo. Meto la mano en el bolsillo, abro la tapa de lata del frasco de conservas, saco un poco de la mermelada de frambuesa con el dedo, y se la doy.
Sin perder el ritmo, lame mi dedo, y de tres grandes lamidas, se ha comido todo lo que le serví. Se lame los labios y me mira con los ojos bien abiertos, con ganas de que le dé más.
Le acaricio la cabeza, le doy un beso, y vuelvo a levantarme. Ahora me pregunto si estuvo bien darle un poco, o si fui cruel por darle tan poco.
La casa está a oscuras como siempre está en la noche, mientras trastabilleo. Rara vez encenderé una hoguera. Por mucho que necesitemos el calor, no quiero correr el riesgo de llamar la atención. Pero esta noche es diferente: Bree tiene que ponerse bien, tanto física como emocionalmente, y sé que una hoguera hará que lo logre. También me siento más abierta a ser audaz, teniendo en cuenta que vamos a mudarnos de aquí mañana.
Cruzo la habitación hasta el armario y saco una vela y un encendedor. Una de las mejores cosas de este lugar era su enorme alijo de velas, una de las pocas buenas consecuencias de que mi padre fuera un infante de marina, por ser un fanático de la supervivencia. Cuando de niñas veníamos de visita, la electricidad se iba durante cada tormenta, por lo que él había almacenado velas, decidido a vencer a los elementos. Recuerdo que solía burlarme de él, por eso lo llamaba: "acumulador" cuando descubrí todo su armario lleno de velas. Ahora que me quedan pocas, desearía que hubiese guardado más.
He mantenido con vida nuestro único encendedor, usándolo con moderación, y sacando un poco de gasolina de la motocicleta una vez cada pocas semanas. Doy gracias a Dios todos los días por la moto de papá, y también estoy agradecida por haberle puesto combustible una última vez; es la única cosa que tenemos que me hace pensar que todavía tenemos una ventaja, que tenemos algo realmente valioso, una manera de sobrevivir, si las cosas se van al infierno. Papá siempre tenía la moto en el pequeño garaje adjunto a la casa, pero cuando llegamos por primera vez, después de la guerra, lo primero que hice fue sacar a darle una vuelta por la colina, hacia el bosque, escondiéndola debajo de arbustos y ramas y espinas tan gruesas que posiblemente nadie podría encontrarla. Pensé que si descubrían nuestra casa, lo primero que harían es revisar el garaje.
También estoy agradecida de que mi padre me enseñara a conducirla cuando yo era más joven, a pesar de las protestas de mamá. Fue más difícil aprender a conducirla que la mayoría de las motos, por el sidecar que trae. Recuerdo que cuando tenía doce años, aterrorizada, aprendí a conducirla mientras papá estaba sentado en el sidecar, dándome órdenes cada vez que el motor se me apagaba. Aprendí sobre estas empinadas e implacables carreteras de montaña, y recuerdo haber tenido la sensación de que íbamos a morir. Recuerdo estar mirando por encima del acantilado, viendo la caída, y llorando, insistiendo en que él condujera. Pero él se negaba. Se quedaba allí sentado obstinadamente durante más de una hora, hasta que por fin yo dejaba de llorar y lo intentaba de nuevo. Y de alguna manera, aprendí a manejarla. En resumen, esa fue mi crianza.
No he tocado la moto desde el día en que la escondí, y ni siquiera me arriesgo a ir a verla, excepto cuando tengo que sacarle el combustible, e incluso sólo voy a hacerlo por la noche. Me imagino que si alguna vez nos vemos en problemas y necesitamos salir de aquí rápido, pondré a Bree y a Sasha en el sidecar y nos iremos a un lugar seguro. Pero, en realidad, no tengo idea acerca del lugar al que podríamos ir. De todo lo que he visto y escuchado, el resto del mundo es un páramo, lleno de criminales violentos, pandillas y pocos sobrevivientes. Los pocos violentos que han logrado sobrevivir se han congregado en las ciudades, secuestrando y esclavizando a quienquiera que encuentren, ya sea para sus propios fines, o para participar en los enfrentamientos a muerte en los estadios. Supongo que Bree y yo somos de las pocas sobrevivientes que aún viven libremente, por nuestra cuenta, fuera de las ciudades. Y entre los pocos que aún no han muerto de hambre.
Enciendo la vela, y Sasha me sigue mientras camino lentamente a través de la casa a oscuras. Supongo que Bree está dormida, y eso me preocupa: normalmente no duerme tanto. Me detengo ante su puerta, indecisa acerca de despertarla. Al estar ahí parada, miro hacia arriba y me asombro de ver mi propio reflejo en el pequeño espejo. Me veo mucho mayor, como cada vez que me veo en el espejo. Mi rostro, delgado y anguloso, está sonrojado por el frío, mi cabello castaño claro me llega a los hombros, enmarcando mi cara, y mis ojos gris acero me miran como si pertenecieran a alguien que no reconozco. Son ojos severos y penetrantes. Papá siempre decía que tenía ojos de lobo. Mamá siempre decía que eran hermosos. No estaba segura de a quién creer.
Rápidamente alejo la mirada, no quería verme a mí misma. Extiendo la mano y volteo el espejo para que eso no vuelva a suceder.
Poco a poco abro la puerta de Bree. En cuanto lo hago, Sasha entra y corre al lado de Bree, acostándose y apoyando su barbilla sobre su pecho, mientras le lame la cara. Nunca deja de sorprenderme lo unidas que son ellas dos; a veces siento que están más unidas que nosotras.
Bree abre lentamente los ojos y los entrecierra en la oscuridad.
"¿Brooke?", pregunta.
"Soy yo", le digo en voz baja. "Estoy en casa".
Ella se sienta y sonríe mientras sus ojos se iluminan con aprecio. Ella se encuentra en un colchón barato en el suelo y se despoja de su delgada manta y comienza a salir de la cama, todavía en piyama. Se mueve más lentamente de lo habitual.
Me agacho y le doy un abrazo.
"Tengo una sorpresa para ti", le digo, apenas capaz de contener mi emoción.
Ella mira hacia arriba con los ojos bien abiertos, y luego los cierra y extiende sus manos, esperando. Ella es tan crédula, tan confiada, que me sorprende. Estoy indecisa sobre qué darle primero, y le doy el chocolate. Meto la mano en el bolsillo, saco la barra, y poco a poco la coloco en la palma de su mano. Ella abre los ojos y mira sus manos, entrecerrando los ojos en la luz; indecisa, acerco la vela.
"¿Qué es?", pregunta.
"Un chocolate”, respondo.
Ella levanta la vista como si yo le estuviera jugando una mala pasada.
"Es en serio", dije.
"Pero, ¿de dónde lo has sacado?" Pregunta ella, sin comprender. Ella mira hacia abajo como si un asteroide acabara de aterrizar en su mano. No la culpo: ya no hay tiendas, no hay gente alrededor, y no hay ningún lugar a menos de ciento sesenta kilómetros, donde yo pudiera encontrar una cosa así.
Le sonrío. "Santa Claus me lo dio para ti. Es un regalo de Navidad anticipado".
Ella frunce el ceño. "No, en serio", insiste.
Respiro profundamente, al darme cuenta de que es hora de decirle lo de nuestra nueva casa, lo de mudarnos de aquí mañana. Trato de pensar en la mejor manera de expresarlo. Espero que se emocione tanto como yo, pero con los niños, nunca se sabe. Una parte de mí, se preocupa acerca de que ella pudiera sentirse apegada a este lugar, y que no quiera dejarlo.
"Bree, tengo grandes noticias", le digo, mientras me inclino hacia abajo y la tomo de los hombros. "Hoy descubrí el lugar más increíble, allá arriba. Es una pequeña casa de piedra, y es perfecta para nosotras. Es acogedora, cálida y segura, y tiene la más hermosa chimenea, que podemos encender todas las noches. Y lo mejor de todo es que tiene todo tipo de comida. Al igual que este chocolate".
Bree vuelve a mirar el chocolate, analizándolo, y abre los ojos aún más cuando se da cuenta de que es de verdad. Ella quita suavemente la envoltura y lo huele. Cierra los ojos y sonríe, luego se inclina para darle una mordida, pero de repente se detiene. Ella me mira con preocupación.
"¿Y para ti?" pregunta" ¿Sólo hay una barra?"
Así es Bree, siempre tan considerada, aunque se esté muriendo de hambre. "Muérdelo tú primero", le digo. "No hay problema".
Ella jala la envoltura hacia atrás, y le da una gran mordida. Su rostro, ahuecado de hambre, se llena de euforia.
"Mastica lentamente", le advierto. "No quiere que tengas un dolor de estómago".
Ella se desacelera, saboreando cada bocado. Corta un gran pedazo y lo pone en mi mano. "Es tu turno", dice ella.
Poco a poco lo pongo en mi boca, dándole una pequeña mordida, dejándolo en la punta de mi lengua. Lo chupo y a continuación lo mastico lentamente, saboreando cada momento. El sabor y el olor del chocolate llenan mis sentidos. Posiblemente es la mejor cosa que he probado.
Sasha lloriquea, acercando su nariz al chocolate, y Bree corta un trozo y se lo ofrece. Sasha lo quita de sus dedos y lo traga de un bocado. Bree se ríe, encantada con ella, como siempre. Luego, en una sorprendente muestra de autocontrol, Bree envuelve la mitad restante de la barra, estira la mano y sabiamente lo pone en lo alto de la cómoda, fuera del alcance de Sasha. Bree todavía se ve débil, pero puedo ver que empieza a reanimarse.
"¿Qué es eso?" me pregunta, señalando mi cintura.
Por un momento no me di cuenta de qué estaba hablando, y bajé la mirada y vi el oso de peluche. Con toda la emoción, casi lo había olvidado. Estiré la mano y se lo entregué.
"Lo encontré en nuestra nueva casa", le dije. “Es para ti".
Bree abre los ojos llena de emoción mientras sujeta al oso, envolviéndolo en su pecho y meciéndose hacia atrás y adelante.
"¡Me encanta!", exclama Bree, sus ojos brillan". ¿Cuándo podemos mudarnos? ¡No puedo esperar!"
Me siento aliviada. Antes de que pueda responder, Sasha se inclina y pega la nariz contra el nuevo oso de peluche de Bree, olfateándolo; Bree lo frota juguetonamente en su cara, y Sasha se lo arrebata y sale corriendo de la habitación.
"¡Oye!", grita Bree, estallando en un ataque de risa, mientras la persigue.
Ambas corren hacia la sala de estar, enfrascadas en una lucha por el oso. No estoy segura de quién lo disfruta más.
Voy tras ella, ahuecando la vela con cuidado para que no se apague y para llevarla directamente a mi pila de leña. Puse algunas de las ramas más pequeñas en la chimenea, y luego arranqué un puñado de hojas secas de una cesta que estaba junto a la chimenea. Me alegro de haberlas recogido el otoño pasado para que sirvan para encender el fuego. Funcionan de maravilla. Pongo las hojas secas bajo las ramas, las enciendo y la llama no tarda en subir y lamer la madera. Sigo poniendo hojas en la chimenea, hasta que finalmente, las ramas están totalmente prendidas. Soplo la vela, guardándola para otra ocasión.
"¿Estamos teniendo una hoguera?", Bree grita emocionada.
"Sí", le digo. "Esta noche vamos a celebrar. Es nuestra última noche aquí".
"¡Viva!" grita Bree, dando saltos, y Sasha ladra junto a ella, uniéndose a la emoción. Bree corre y agarra algo de la leña, ayudándome mientras la coloco sobre el fuego. La ponemos con cuidado, dejando espacio para el aire, y Bree sopla sobre ella, avivando las llamas. Una vez que la leña se enciende, coloco un tronco más grueso en la parte superior. Sigo apilando troncos más grandes, hasta que por fin tenemos una hoguera.
En momentos, la habitación está encendida, y ya se puede sentir el calor. Estamos junto al fuego, y yo extiendo mis manos, frotándolas, dejando que el calor penetre en mis dedos. Poco a poco, la sensación comienza a regresar. Me descongelo gradualmente por el largo día al aire libre, y empiezo a sentirme yo misma de nuevo.
"¿Qué es eso?", pregunta Bree, señalando el piso. "¡Parece un pescado!".
Ella corre hacia él y lo agarra, recogiéndolo, y resbala de sus manos. Ella se ríe, y Sasha, sin perder el ritmo, se abalanza sobre él con sus patas, haciendo que se deslice por el suelo, "¿Dónde lo atrapaste?", grita Bree.
Lo recojo antes de que Sasha pueda hacer más daño, abro la puerta, y lo echo fuera, en la nieve, donde se conservará mejor y fuera de peligro, antes de cerrar la puerta detrás de mí.