Kitabı oku: «Caballero, Heredero, Príncipe », sayfa 3
CAPÍTULO CUATRO
Lucio blandía la espada por encima de su cabeza, regocijándose por el modo en que destellaba con la luz del amanecer, en el instante antes en que mató al anciano que osó ponerse en su camino. A su alrededor, caían más plebeyos a manos de sus hombres: los que osaban resistirse y los que eran lo suficientemente estúpidos para estar en el lugar erróneo en el momento equivocado.
Él sonreía mientras los gritos resonaban a su alrededor. Le gustaba cuando los campesinos intentaban luchar, porque esto solo daba a sus hombres una excusa para demostrarles lo débiles que eran en realidad comparados con sus superiores. ¿A cuántos había matado en saqueos como este? No se había molestado en llevar la cuenta. ¿Por qué tendría que prestar la mínima atención a los de su especie?
Lucio miró a su alrededor mientras los campesinos empezaban a correr e hizo un gesto a unos cuantos de sus hombres. Echaron a correr tras ellos. Correr era casi mejor que luchar, porque existía la posibilidad de cazarlos como la presa que eran.
“¿Su caballo, su alteza?” preguntó uno de sus hombres, que llevaba al semental de Lucio.
Lucio negó con la cabeza. “Mi arco, creo”.
El hombre asintió y le pasó a Lucio un elegante arco recurvo de ceniza blanca, mezclado con cuerno y endurecido con plata. Colocó una flecha, tiró la cuerda hacia atrás y la soltó. Lejos en la distancia, uno de los campesinos que corrían cayó al suelo.
Ya no quedaba con quien luchar, pero aquello no significaba que hubieran acabado allí. Ni de lejos. Había descubierto que esconder campesinos podía ser tan divertido como correr o luchar con los que estaban en su camino. Existían muchas maneras de torturar a los que parecía que tenían oro y muchas maneras de ejecutar a los que podrían tener afinidad con los rebeldes. La rueda ardiente, la horca, el nudo corredizo… ¿qué tocaría hoy?
Lucio hizo un gesto a dos de sus hombres para que empezaran a abrir puertas de una patada. De vez en cuando, le gustaba quemar a los que se escondían, pero las casas tenían más valor que los campesinos. Una mujer salió corriendo y Lucio la cogió, arrojándola con indiferencia hacia uno de los esclavistas que les había dado por seguirlos como hacen las gaviotas con los barcos de pesca.
Entró sigilosamente en le templo de la aldea. El sacerdote ya estaba en el suelo, sujetándose la nariz rota, mientras los hombres de Lucio reunían adornos de oro y plata en un saco. Una mujer con la sotana de una sacerdotisa se encaró a él. Lucio se fijó en un destello de cabello rubio que escapaba por debajo de su hábito, un incuestionable parecido en rasgos que hizo que se detuviera.
“No puede hacer esto”, insistió la mujer. “¡Somos un templo!”
Lucio la agarró y apartó la capucha de su sotana para mirarla. No era el doble de Estefanía –ninguna mujer de baja cuna podría serlo- pero estaba lo suficientemente cerca para serle de valor por un rato. Al menos hasta que se aburriera.
“Me envía tu rey”, dijo Lucio. “¡No intentes decirme lo que no puedo hacer!”
Demasiadas personas lo habían intentado durante su vida. Habían intentado ponerle límites, cuando él era la única persona en el Imperio que no debería tener límites. Sus padres lo intentaron, pero él sería rey un día. Sería el rey, a pesar de lo que había encontrado en la biblioteca cuando el viejo Cosmas pensó que era demasiado estúpido para entenderlo. Thanos aprendería cuál era su lugar.
Lucio agarró fuerte con su mano el pelo de la sacerdotisa. Estefanía también aprendería cuál era su lugar. ¿Cómo se atrevía a casarse con Thanos así, como si fuera el príncipe deseado? No, Lucio encontraría la manera de compensarlo. Separaría a Thanos y a Estefanía con la misma facilidad que partía las cabezas de aquellos que iban a él. Pediría a Estefanía en matrimonio, tanto porque era de Thanos como porque sería el adorno perfecto para alguien de su rango. La disfrutaría y, hasta entonces, la sacerdotisa que había atrapado sería una sustituta apta.
La tiró hacia uno de sus hombres para que la vigilara y salió a ver qué otras diversiones encontraba en la aldea. Una vez fuera, vio a dos de sus hombres atando a uno de los aldeanos que había echado a correr a un árbol, con los brazos en cruz.
“¿Por qué habéis dejado a este con vida?” preguntó Lucio.
Uno de ellos sonrió. “Ahora Tor me estaba contando algo que hacen los norteños. Lo llaman el Águila de la Sangre”.
A Lucio le gustó cómo sonaba. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba cuando escuchó el grito de uno de los centinelas, que estaban allí para vigilar si venían los rebeldes. Lucio miró a su alrededor, pero en lugar de una muchedumbre de escoria común, vio una sola figura cabalgando en una silla de montar probablemente del tamaño de la suya. Lucio reconoció la armadura al instante.
“Thanos”, dijo. Chasqueó sus dedos. “Bien, parece que el día de hoy va a resultar más interesante de lo que pensaba. Tráeme mi arco otra vez”.
***
Thanos espoleó a su caballo para que fuera hacia delante cuando vio a Lucio y lo que su hermanastro estaba haciendo. Cualquier duda que le quedase por haber dejado atrás a Estefanía se quemó en el calor de su ira al ver a los campesinos muertos, a los esclavistas, al hombre atado a un árbol.
Vio que Lucio daba un paso y levantaba un arco. Por un instante, Thanos no podía creer que lo hiciera, pero ¿por qué no? Lucio había intentado matarlo antes.
Vio que la flecha salía volando y levantó el escudo justo a tiempo. La punta golpeó la parte exterior metálica de su escudo antes de rebotar. Le siguió una segunda y, esta vez, lo perforó, deteniéndose a solo unos centímetros de la cara de Thanos.
Thanos obligó a su caballo a marchar cuando una tercera flecha pasó zumbando por su lado. Vio que Lucio y sus hombres iban cayendo mientras él escoraba a través del lugar donde ellos estaban. Se dio la vuelta y desenfundó su espada, justo cuando Lucio consiguió ponerse de pie.
Thanos colocó la espada contra el corazón de Lucio. “Detén esto ahora, Lucio. No permitiré que mates a nadie más de nuestro pueblo”.
“¿Nuestro pueblo?” replicó Lucio. “Ellos son mi pueblo, Thanos. Mío para hacer lo que quiera con él. Deja que te lo demuestre”.
Thanos vio que desenfundaba su espada e iba hacia el hombre que estaba atado al árbol. Thanos se dio cuenta de lo que iba a hacer su hermanastro y puso a su caballo en movimiento una vez más.
“Detenedlo”, ordenó Lucio.
Sus hombres obedecieron de un salto. Uno fue hacia Thanos, apuntando con una lanza hacia su cara. Thanos la paró con su escudo, cortando la punta del arma con sus espada y, a continuación, dando una patada al hombre que se cayó despatarrado. Dio una puñalada cuando otro corrió hacia él, clavándola en el hombro de la cota de malla del hombre y sacando la espada de nuevo.
Se forzó a ir hacia delante, a través de la presión de sus contrincantes. Lucio todavía se dirigía hacia la víctima que había elegido. Thanos blandió su espada hacia uno de los matones de Lucio y fue a toda prisa hacia delante mientras Lucio echaba su espada hacia atrás. A duras penas Thanos consiguió interponer su escudo cuando el golpe sonó a metal contra metal.
Lucio agarró su escudo.
“Eres predecible, Thanos”, dijo. “La compasión siempre fue tu debilidad”.
Empujó tan fuerte que tiró a Thanos de la silla. Rodó a tiempo para evitar un golpe de espada y se quitó las correas del escudo del brazo. Cogió su espada con las dos manos mientras los hombres de Lucio se acercaban de nuevo. Vio que su caballo se alejaba corriendo, pero aquello significaba que ahora no tenía la ventaja de la altura.
“Matadlo”, dijo Lucio. “Daremos la culpa a los rebeldes”.
“Eres bueno intentándolo, ¿eh?” replicó Thanos. “Qué lástima que no se te de nada bien acabar la faena”.
Entonces uno de los hombres de Lucio fue a toda velocidad hacia él blandiendo una maza con clavos. Thanos se puso dentro del arco del golpe, cortó en diagonal y después dio vueltas con su espada estirada para mantener a los otros a raya.
Entonces se metieron rápidamente, como si supieran que ninguno de ellos podía esperar derrotar a Thanos uno a uno. Thanos lo vio y se puso de espaldas a la pared de la casa más cercana para que sus contrincantes no pudieran rodearlo. Ahora había tres hombres cerca de él, uno con un hacha, uno con una espada corta y uno con una espada curvada en forma de hoz.
Thanos mantenía su espada cerca mientras los vigilaba, no quería dar a ninguno de los mercenarios una oportunidad de enredarse con su espada el tiempo suficiente para que los otros se colaran.
El que estaba a la derecha de Thanos intentó una estocada con su espada corta. Thanos la paró en parte, sintiendo cómo rebotaba en su armadura. El instinto le hizo dar la vuelta y tirarse al suelo, justo a tiempo para que el hacha del de la izquierda le pasara por encima. Thanos dio un golpe de espada a la altura del tobillo para hacer caer al matón, después dio la vuelta a su espada y dio un golpe hacia atrás, escuchando un grito cuando se encontró con el primer hombre.
El de la espada curvada atacó con más cautela.
“¡Atácalo! ¡Mátalo!” ordenó Lucio, claramente impaciente. “¡Oh, yo mismo lo haré!”
Thanos se defendió cuando el príncipe se unió a la lucha. Dudaba sobre lo que Lucio hubiera hecho si no hubiera habido otro hombre allí para ayudarlo y quizás había más que estaban de camino. En realidad, lo único que debía hacer Lucio era retrasar las cosas y Thanos se encontraría altamente sobrepasado en número.
Por eso Thanos no esperó. En cambio, atacó. Lanzó golpe tras golpe, alternando entre Lucio y el matón que Lucio había traído con él, siguiendo un ritmo. Entonces, de repente, se detuvo. El que empuñaba la hoz se quedó atacando al aire. Thanos lanzó un golpe al vacío y la cabeza del hombre salió volando.
En un instante estaba sobre Lucio, espada contra espada. Lucio le intentó dar una patada, pero Thanos esquivó el golpe apartándose hacia un lado y alargando el brazo por encima de la guarda de la espada de Lucio hasta poner la mano sobre el mango. Thanos tiró hacia arriba y arrancó la espada de las manos de Lucio y, a continuación, dio un golpe hacia un lado. Su espada rebotó contra la pechera de Lucio. Lucio sacó un puñal y Thanos cambió el agarre de su espada, blandió por lo bajo con la punta de la empuñadura para que la guarda se enganchara en la rodilla de Lucio.
Empujó y Lucio cayó. Thanos le tiró el puñal de la mano con una patada con una fuerza aplastante.
“Dime otra vez que la compasión es mi debilidad”, dijo Thanos, levantando la punta de su espada hacia el cuello de Lucio.
“No lo harías”, dijo Lucio. “Solo intentas asustarme”.
“¿Asustarte?” dijo Thanos. “Si pensara que asustarte funcionaría, te hubiera asustado hasta dejarte medio muerto hace años. No, voy a ir hasta el final”.
“¿Hasta el final?” dijo Lucio. “Esto no tiene final, Thanos. “No hasta que yo haya ganado”.
“Tendrías que esperar mucho tiempo para eso”, le aseguró Thanos.
Levantó la espada. Debía hacerlo. Tenía que detener a Lucio.
“¡Thanos!”
Thanos echó un vistazo al escuchar la voz de Estefanía. Ante su sorpresa, vio que se acercaba, cabalgando sola a todo galope. Llevaba un vestido de montar que distaba mucho de sus habituales vestidos elegantes y, por el desaliñado estado en el que estaba, parecía que se lo había puesto corriendo.
“¡Thanos, no!” gritó mientras se acercaba.
Thanos agarró su espada con más fuerza. “Después de todo lo que ha hecho, ¿no crees que se lo merece?”
“No se trata de lo que merece”, dijo Estefanía, desmontando mientras se acercaba. “Se trata de lo que tú mereces. Si lo matas, te matarán por ello. Así es como funciona y no te perderé de ese modo”.
“Escúchala, Thanos”, dijo Lucio desde el suelo.
“Cállate”, dijo Estefanía bruscamente. “¿O quieres provocarlo para que te mate?”
“Debo detenerle”, dijo Thanos.
“No de este modo”, insistió Estefanía. Thanos sintió la mano de ella sobre su brazo, apartándole la espada. “No de un modo en el que te puedan matar. Juraste ser mío por el resto de nuestras vidas. ¿De verdad era para tan poco tiempo?”
“Estefanía…” empezó Thanos, pero ella no le dejó terminar.
“¿Y qué sucede conmigo?” preguntó. “¿En qué peligro me encontraré si mi marido mata al heredero al trono? No, Thanos. Déjalo. Hazlo por mí”.
Si se lo hubiera pedido otro, Puede que Thanos hubiera seguido adelante. Había demasiado en juego. Pero no podía poner en peligro a Estefanía. Clavó la espada en la tierra, a poco más de un centímetro de la cabeza de Lucio. Lucio ya estaba rodando por el suelo y salió corriendo en busca de un caballo.
“¡Te arrepentirás!” gritó Lucio. “¡Prometo que te arrepentirás!”
CAPÍTULO CINCO
Thanos vio que los guardias lo esperaban en el largo camino hacia las puertas de la ciudad, cuando él y Estefanía regresaron a casa. Levantó el mentón y continuó cabalgando. Lo esperaba. Y no escaparía de ello.
Evidentemente, Estefanía también los vio. Thanos vio que se ponía tensa en la silla, pasando de relajada a estirada y formal en un instante. Era como si se hubiera caído una máscara delante de su cara y Thanos, de manera automática, estiró el brazo y deslizó una mano sobre las de ella mientras esta sujetaba las riendas.
Los guardias cruzaron sus alabardas para bloquearles el paso mientras se acercaban y Thanos detuvo su caballo. Lo colocó entre Estefanía y los guardias, por si Lucio había sobornado a los hombres para que lo atacaran. Vio que un oficial salía del nudo de guardias y saludaba.
“Príncipe Thanos, bienvenido de nuevo a Delos. Mis hombres y yo hemos recibido instrucciones de acompañarlo a ver al rey”.
“¿Y si mi marido no quiere ir con vosotros?” preguntó Estefanía en un tono que hubiera ordenado a todo el Imperio.
“Perdóneme, mi señora”, dijo el oficial, “pero el rey nos ha dado órdenes claras”.
Thanos levantó una mano antes de que Estefanía se pusiera a discutir.
“Comprendo”, dijo él. “Iré con ustedes”.
Los guardias iban al frente y, para su crédito, consiguieron que pareciera la escolta que decían ser. Los llevaron a través de Delos y Thanos se dio cuenta de que la ruta que escogieron atravesaba las partes más hermosas de la ciudad, ciñéndose a las avenidas flanqueadas por árboles que albergaban las casas nobles, evitando las peores partes incluso cuando formaban una ruta más directa. Quizás intentaban mantenerse en las áreas más seguras. Pero quizás pensaban que los nobles como Thanos y Estefanía no querrían ver la miseria de otras partes.
Pronto, las murallas del castillo estaban por encima de ellos. Los guardias les guiaron a través de sus puertas y los mozos de cuadras se llevaron sus caballos. El camino a través del castillo parecía más confinado, con más guardias rodeándolos en los estrechos espacios de los pasillos del castillo. Estefanía cogió la mano de Thanos y la apretó suavemente para tranquilizarlo.
Cuando llegaron a los departamentos reales, unos miembros de la escolta real les bloquearon el camino a la puerta.
“El rey desea hablar con el Príncipe Thanos a solas”, dijo uno.
“Yo soy su esposa”, dijo Estefanía en un tono tan frío que Thanos sospechaba que la mayoría de personas se hubieran apartado al instante.
Pero no pareció afectar en absoluto a la escolta real. “Aún así”.
“Todo irá bien”, dijo Thanos.
Cuando entró, el rey lo estaba esperando. El Rey Claudio se puso de pie, apoyado sobre una espada cuya empuñadura tenía la forma de los tentáculos de un kraken retorcido. Casi le llegaba a la altura del pecho y Thanos no tenía ninguna duda de que la hoja estaría afiladísima. Thanos escuchó el chasquido de la puerta al cerrarse tras él.
“Lucio me contó lo que hiciste”, dijo el rey.
“Estoy seguro de que vino corriendo directo hacia ti”, respondió Thanos. “¿También te contó lo que estaba haciendo entonces?”
“Estaba haciendo lo que se le ordenó”, dijo de golpe el rey, “con el fin de ocuparse de la rebelión. Pero tú saliste a atacarlo. Mataste a sus hombres. Dice que lo derrotaste con engaños y que lo hubieras matado a él también si Estefanía no hubiera intervenido”.
“¿Cómo detiene a la rebelión la matanza de aldeanos?” replicó Thanos.
“Te interesan más los campesinos que tus propias acciones”, dijo el Rey Claudio. Levantó la espada que tenía como si la estuviera empuñando. “Es traición atacar al hijo del rey”.
“Yo soy el hijo del rey”, le recordó Thanos. “No ejecutaste a Lucio cuando intentó que me mataran”.
“Tu cuna es la única razón por la que todavía estás vivo”, respondió el Rey Claudio. “Tú eres mi hijo, pero también lo es Lucio. No te aferres en amenazarlo”.
Entonces la ira creció en el interior de Thanos. “No me aferro a nada que pueda ver. Ni siquiera al reconocimiento de quien soy”.
Había unas estatuas en un rincón de la sala, que representaban a famosos antepasados de la línea real. Estaban apartadas de la vista, casi escondidas, como si el rey no quisiera acordarse de ellas. Aún así, Thanos las señaló.
“Lucio puede mirarlas y reclamar la autoridad remontándose a los días en que el Imperio se levantó por primera vez”, dijo. “Él puede reclamar los derechos de todos aquellos que ganaron el trono cuando los Antiguos abandonaron Delos. ¿Qué tengo yo? ¿Vagos rumores sobre mi nacimiento? ¿Imágenes que recuerdo a medias de unos padres que no estoy ni seguro de que fueran reales?”
El Rey Claudio fue caminando a pasos largos hacia el lugar en sus aposentos donde estaba su gran silla. Se sentó en ella, sosteniendo la espada sobre sus rodillas.
“Tienes un lugar de honor en la corte”, dijo.
“¿Un lugar de honor en la corte?” respondió Thanos. “Tengo un lugar como príncipe de repuesto que nadie quiere. Puede que Lucio intentara matarme en Haylon, pero tú fuiste el que me mandó allí”.
“Debemos aplastar a la rebelión, esté donde esté”, replicó el rey. Thanos vio que deslizaba su pulgar por la hoja de la espada que sostenía. “Debías aprenderlo”.
“Oh, lo he aprendido”, dijo Thanos, moviéndose hasta quedarse delante de su padre. “He aprendido que prefieres librarte de mí que reconocerme. Yo soy tu hijo mayor. Según las leyes del reino, debería ser tu heredero. El hijo mayor ha sido el heredero desde los primeros días de Delos”.
“El hijo mayor que sobreviva”, dijo el rey en voz baja. “¿Crees que vivirías si se supiera?”
“No finjas que me estabas protegiendo”, respondió Thanos. “Te estabas protegiendo a ti mismo”.
“Mejor que pasar el tiempo luchando en representación de gente que ni lo merece”, dijo el rey. “¿Sabes qué parece cuando tú andas por ahí protegiendo a campesinos que deberían conocer cual es su lugar?”
“¡Parece que alguien se preocupa de ellos!” gritó Thanos. Entonces no pudo evitar alzar la voz, porque parecía que era la única manera de comunicarse con su padre. Quizás si se lo pudiera hacer entender, entonces el Imperio cambiaría por fin a mejor. “Parece que sus gobernantes no son enemigos que han salido a matarlos, sino personas a quien se debe respetar. ¡Parece que sus vidas significan algo para nosotros, ¡no solo aquello que debemos apartar mientras tenemos fiestas brillantes!”
El rey se quedó en silencio durante un rato después de aquello. Thanos veía la furia en sus ojos. Aquello estaba bien. Iba a la par con la ira que sentía Thanos casi a la perfección.
“Arrodíllate”, dijo al fin el Rey Claudio.
Thanos dudó, solo por un instante, pero parece ser que fue suficiente.
“¡Arrodíllate!” vociferó el rey. “¿O deseas que te obligue a hacerlo?” ¡Todavía soy el rey aquí!”
Thanos se arrodilló sobre la dura piedra del suelo ante la silla del rey. Vio que el rey levantaba la espada que sostenía con dificultad, como si hiciera mucho tiempo que no lo hacía.
Los pensamientos de Thanos fueron hacia la espada que tenía a su lado. No tenía duda de que, en el caso que hubiera una batalla entre él y el rey, el sería el ganador. Él era más joven, más fuerte y había entrenado con lo mejor que podía ofrecer el Stade. Pero aquello significaría matar a su padre. Más que eso, realmente sería traición.
“He aprendido muchas cosas en mi vida”, dijo el rey y la espada todavía estaba allí preparada. “Cuando tenía tu edad, era como tú. Era joven, era fuerte. Luchaba, y luchaba bien. Maté hombres en la batalla y en duelos en el Stade. Intentaba luchar por todo lo que creía que era correcto”.
“¿Qué te sucedió?” preguntó Thanos.
El rey arrugó el labio e hizo una mueca. “Aprendí algo mejor. Aprendí que si les das la oportunidad, la gente no se une para elevarte. Al contrario, intentan derribarte. He intentado mostrar compasión, pero lo cierto es que eso no es más que insensatez. Si un hombre se alza contra ti, entonces destrúyelo, porque si no lo haces, te destruirá él”.
“O conviértelo en tu amigo”, dijo Thanos, “Y te ayudará a mejorar las cosas”.
“¿Amigo?” el rey Claudio levantó la espada otro centímetro. “Los hombres poderosos no tienen amigos. Tienen aliados, sirvientes y parásitos, pero no pienses ni por un instante que no se volverán contra ti. Un hombre sensato los mantiene en su lugar o vigila si se alzan contra él”.
“La gente merece algo mejor que esto” insistió Thanos.
“¿Crees que la gente obtiene lo que merece?” gritó el Rey Claudio. “¡Obtiene lo que coge! Estás hablando como si pensaras que el pueblo son nuestros iguales. No lo son. Nos educan desde que nacemos para gobernarlos. Somos más educados, más fuertes, mejores en todos los aspectos. Quieres poner a criadores de cerdos en castillos a tu lado, mientras yo quiero enseñarles que su lugar está en su pocilga. Lucio lo entiende”.
“Lucio solo entiende la crueldad”, dijo Thanos.
“¡Y crueldad es lo que se necesita para gobernar!”
Thanos vio que el rey blandía la espada entonces. Quizás se podría haber agachado. Quizás incluso podría haber hecho un movimiento hacia su propia espada. En cambio, se quedó arrodillado observando como la espada se deslizaba hacia su cuello, siguiendo el arco del acero a la luz del sol.
Se detuvo a poca distancia de cortarle el cuello, pero no a mucha. Thanos sintió el escozor cuando la hoja tocó su carne, pero no reaccionó, a pesar de lo mucho que lo deseaba.
“No te encogiste”, dijo el Rey Claudio. “Apenas parpadeaste. Lucio lo hubiera hecho. Probablemente hubiera suplicado por su vida. Esta es su debilidad. Pero Lucio tiene la fuerza para hacer lo que se debe para mantener nuestra ley en su sitio. Por eso es mi heredero. Hasta que no puedas arrancar esta debilidad de tu corazón, no te reconoceré. No te llamaré hijo mío. Y si atacas a mi hijo reconocido de nuevo, pagarás con tu cabeza. ¿Comprendes?”
Thanos se puso de pie. Ya estaba harto de estar arrodillado ante aquel hombre. “Comprendo, Padre. Te comprendo perfectamente”.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia las puertas, sin esperar el permiso para hacerlo. ¿Qué podía hacer su padre? Parecería débil si lo llamara para que volviera. Thanos salió y Estefanía lo estaba esperando. Parecía que había guardado su imagen de compostura delante de los escoltas que había allí, pero en el momento en que salió Thanos, fue a toda prisa hacia él.
“¿Estás bien?” preguntó Estefanía, alzando la mano hasta su mejilla. La bajó y Thanos vio que tenía sangre en ella. “¡Thanos, estás sangrando!”
“Solo es un rasguño”, la tranquilizó. “Probablemente estoy peor por la lucha de antes”.
“¿Qué ha pasado allí dentro?” exigió ella.
Thanos forzó una sonrisa, que le salió más tensa de lo que pretendía. “Su majestad decidió recordarme que, sea o no príncipe, no valgo tanto para él como Lucio”.
Estefanía le puso las manos sobre los hombros. “Te lo dije, Thanos. Aquello no estuvo bien. No puedes ponerte en un peligro como este. Tienes que prometerme que confiarás en mí y que nunca volverás a hacer algo tan estúpido. Prométemelo”.
Él asintió.
“Por ti, mi amor, lo prometo”.
También lo pensaba. Ir a luchar en público de aquel modo con Lucio no era la estrategia adecuada, porque no conseguía lo suficiente. Lucio no era el problema. El problema era el Imperio entero. Por poco tiempo pensó que podría convencer al rey de cambiar las cosas, pero la verdad es que su padre no quería que las cosas cambiaran.
No, lo único que podía hacer ahora era encontrar maneras en las que ayudar a la rebelión. No solo a los rebeldes de Haylon, sino a todos. Solo, Thanos no podía conseguir mucho, pero juntos quizás podrían derribar al Imperio.
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