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CAPÍTULO CINCO
Bajo la luz de la mañana, Caitlin y Caleb salieron por las enormes puertas de arco de la abadía de Westminster, Ruth iba pisándoles los talones. Instintivamente, ambos entrecerraron los ojos y levantaron la mano a la luz, Caitlin agradecía de que Caleb le hubiera dado las gotas para los ojos antes de salir. Le tomó unos momentos para que sus ojos se adaptaran. Poco a poco, el mundo de 1599 de Londres entró en foco.
Caitlin estaba asombrada. París en 1789 no había sido muy diferente a la Venecia de 1791, pero Londres en 1599 era un mundo aparte. Le sorprendió la diferencia que hacían 190 años.
Ante ella se extendía Londres. Pero no era una bulliciosa ciudad metropolitana. Más bien se sentía aún en desarrollo como una gran ciudad, rural, con lotes grandes y vacíos. No había caminos pavimentados, en todas partes había suciedad y, aunque había muchos edificios, se veían más árboles. En medio de los árboles, había cuadras e hileras de casas, muchas de ellas desiguales y toscamente trazadas. Las casas estaban construidas de madera y estaban cubiertas con enormes techos de paja. Era evidente que la ciudad podía incendiarse porque casi todo estaba construido con madera y era fácil que la paja cubría las casas se prendiera fuego.
Los caminos de tierra dificultaban el tránsito. El caballo parecía ser la forma preferible de transporte y de vez en cuando pasaba un caballo o un carruaje. Pero esa era la excepción. La mayoría de la gente caminaba -o más bien, tropezaba. La gente parecía luchar para mantener el equilibrio y no caerse en las calles llenas de lodo.
Divisó excremento a lo largo de las calles, aun estando lejos le llegaba el hedor. El ganado que caminaba aquí y allá lo empeoraba. Si alguna vez había pensado en regresar en el tiempo para ser romántica, esta vista no era la mejor.
Y aun más, en esta ciudad no veía a la gente pasear con sus mejores galas, portando sombrillas, mostrando lo último de la moda, como lo había visto en París y Venecia. En cambio, estaban vestidos más simplemente, con ropa mucho más anticuada; los hombres vestían ropa rural, ya sea simple, como harapos, y sólo unos pocos llevaban pantalones blancos hasta los muslos con túnicas cortas que parecían faldas. Las mujeres, por su parte, estaban todavía cubiertas de tanto material que luchaban para transitar por las calles mientras agarraban los bordes de las faldas y los sostenían tan alto como podían, no sólo para mantenerlos lejos del barro y los excrementos sino también de las ratas, que sorprendieron a Caitlin corriendo a la luz del día.
Aún así, esta época era claramente única y, al menos, relajada. Sentía como si estuviera en un gran pueblo rural. No había el bullicio vertiginoso del siglo 21. No había coches acelerando por las calles; no se escuchaba el ruido de la construcción. Sin claxon, ni autobuses, ni camiones, ni maquinaria. Incluso los caballos no hacían ruido porque sus patas se hundían en la tierra. De hecho, los únicos sonidos que se oían, aparte de los vendedores gritando, eran las campanas de la iglesia que, como un coro de bombas, sonaban regularmente por toda la ciudad. Se trataba de una ciudad dominada por las iglesias.
Lo único que presagiaba la futura urbanización eran, paradójicamente, las antiguas iglesias -que se elevaban por encima del resto de la humilde arquitectura y dominaban el horizonte, sus campanarios elevándose a alturas inimaginables. De hecho, el edificio del que salían, la Abadía de Westminster, era el más alto de todos los edificios de la vista. Su campanario era como un faro que servía como una guía para orientarse en la ciudad.
Miró a Caleb e, igualmente sorprendido, estaba contemplando el lugar. Ella extendió su mano y se sintió feliz de sentir que él colocaba su mano sobre la suya. Le gustaba sentir su mano en la suya.
Él se volvió y la miró, ella pudo ver el amor en sus ojos.
"Bueno", dijo, aclarándose la garganta, "no es exactamente el París del siglo 18."
Ella le devolvió la sonrisa. "No, no lo es."
"Pero estamos juntos y eso es todo lo que importa", él agregó.
Mientras él la miraba fijamente a los ojos, ella sintió todo lo que él la amaba y, por un momento, no pensó en su misión.
“Siento mucho lo que pasó en Francia", dijo. "Con Sera. Nunca quise hacerte daño. ¿Sí lo sabes?”
Ella lo miró, sabía que lo decía en serio. Y para su sorpresa, sintió que podía perdonarlo sin más. La Caitlin de antes le hubiera guardado rencor. Pero se sentía más fuerte de lo que nunca había estado, y capaz de olvidar todo el asunto. Sobre todo porque él había regresado por ella y, sobre todo, porque era claro que no él tenía sentimientos por Sera.
Aún más, ahora, por primera vez, ella se dio cuenta de sus propios errores en el pasado, llegando demasiado rápido a conclusiones, no confiando en él, no dándole espacio suficiente.
"Yo también lo siento," dijo ella. "Esta es una nueva vida ahora. Y estamos aquí juntos. Eso es todo lo que importa."
Él le apretó la mano, y el amor corrió dentro de ella.
Él se inclinó y la besó. Ella se sorprendió y se emocionó al mismo tiempo. Sintió la electricidad correr por ella y le devolvió el beso.
Ruth comenzó a gemir a sus pies.
Ambos se separaron, la miraron y se rieron.
“Tiene hambre", dijo Caleb.
"Yo también"
“¿Vamos a ver Londres?", él le preguntó con una sonrisa. "Podríamos volar", agregó, "es decir, si estás lista.”
Ella arqueó sus hombros hacia atrás y sintió sus alas, estaba lista. Se sentía recuperada del viaje en el tiempo. Tal vez, finalmente, se había acostumbrado a este tipo de viajes.
“Estoy lista, dijo, "pero me gustaría caminar. Me gustaría experimentar este lugar, por primera vez, como lo hace todo el mundo."
Y también es más romántico, pensó para sí pero no se lo dijo.
Pero él bajó la mirada y le sonrió, ella se preguntó si había leído sus pensamientos.
Él extendió la mano con una sonrisa, ella la tomó, y los dos bajaron las escaleras.
*
Mientras salían de la iglesia, Caitlin avistó un río a lo lejos y un camino ancho a unos cincuenta yardas con un cartel de madera toscamente tallada que decía "King Street." Tenían la opción de girar a la izquierda o a la derecha. La ciudad se veía más poblada a la izquierda.
Giraron a la izquierda en dirección norte hacia King Street, que iba paralela al río. A Caitlin le asombró el paisaje y los sonidos, lo observaba todo. A su derecha, había una serie de grandes casas de madera, grandes propiedades, construidas en el estilo Tudor, con un exterior de estuco blanco enmarcado en café, y con techo de paja. A su izquierda, se sorprendió al ver parcelas rurales con tierras de cultivo, y una que otra pequeña casa humilde; ovejas y las vacas salpicaban el paisaje. Londres de 1599 le era fascinante. Un lado de la calle era cosmopolita y rica, mientras que el otro todavía estaba poblada por agricultores.
En sí, la calle era sorprendente. Sus pies se atoraban en el barro mientras caminaba, el suelo era liso por todo el tránsito a pie y a caballo. Por sí solo, podía soportarse, pero mezclado con la suciedad había excremento de las jaurías de perros salvajes o de los seres humanos que arrojaban por las ventanas. De hecho, mientras caminaban, esporádicamente se abrían las persianas y las ancianas tiraban residuos domésticos a la calle. Olía mucho peor que Venecia o Florencia o París. Casi sentía que iba a vomitar y le hubiera gustado tener una de esas pequeñas bolsas perfume para poner junto a su nariz. Por suerte, todavía llevaba los zapatos de entrenamiento que Aiden le había dado en Versalles. No podía imaginar caminar por esta calle en tacones.
Sin embargo, entremezclado con las tierras de cultivo y grandes fincas, también encontró fabulosas obras de arquitectura. Caitlin se sorprendió al ver aquí y allá algunos edificios que reconoció por fotografías del siglo 21, iglesias ornamentadas, y uno que otro palacio.
En una gran puerta de entrada arqueada, el camino llegó a un abrupto fin; había varios guardias de pie frente a ella en uniforme, en posición de firmes, sosteniendo lanzas. Sin embargo, la puerta estaba abierta y entraron.
Un letrero esculpido en piedra decía "el palacio de Whitehall," y continuaron por un pasillo largo y estrecho y luego por otra puerta de arco hasta el otro lado, y de regreso al camino principal. Pronto se acercaron a una intersección circular con un cartel que decía "Charing Cross", con un gran monumento vertical en el centro. El camino se bifurcaba a la izquierda y a la derecha.
"¿Por dónde?", ella preguntó.
Caleb parecía tan abrumado como ella. Finalmente dijo, "Mi instinto me dice de permanecer cerca del río y tomar el camino de la derecha."
Ella cerró los ojos y trató de sentirlo también. "Estoy de acuerdo", dijo, y añadió, "¿Tienes alguna idea de qué es exactamente lo que estamos buscando?"
Él negó con la cabeza. “Sé tanto como tú.”
Ella miró su anillo y leyó, una vez más, el acertijo en voz alta.
Al otro lado del puente, Más allá del oso,
Con los vientos o el sol, cruzamos Londres.
No le sonaba familiar y a Caleb tampoco.
"Bueno, menciona a Londres", ella dijo, "siento que que estamos en el camino correcto. Mi instinto me dice que tenemos que seguir adelante, hacia el interior de la ciudad, y que lo sabremos cuando lo veamos."
Él estuvo de acuerdo y ella le agarró la mano, y tomaron por el camino de la derecha paralelo al río siguiendo un cartel que decía "El Strande."
Esta nueva calle estaba más densamente poblada, había más casas construidas una cerca de la otra a ambos lados de la calle. Se sentía como si se estuvieran acercando al centro de la ciudad. Las calles también se llenaban con más y más gente. El clima era perfecto -se sentía como un día de otoño y el sol brillaba sin parar. Se preguntó qué mes podría ser. Le sorprendió cómo había perdido la noción del tiempo.
Por lo menos no hacía demasiado calor. Pero a medida que las calles estaban más llenas de gente, empezó a sentirse un poco claustrofóbica. Sin duda, se estaban acercando el centro de una gran ciudad metropolitana, incluso si no era tan sofisticada como la de hoy en día. Estaba sorprendida: siempre había imaginado que en la antigüedad habría menos gente y los lugares estarían menos concurridos. Pero, en realidad, era cierto lo contrario: mientras las calles se llenaban más y más, no podía creer cuanta gente había. Le pareció que estaba de vuelta en la ciudad de Nueva York en el siglo 21. La gente daba codazos y empujones y ni siquiera miraba hacia atrás para disculparse. También apestaban.
Además, en cada esquina había vendedores ambulantes tratando con ahínco de vender sus mercancías. Por todos lados, la gente gritaba con los más divertidos acentos británicos.
Y cuando las voces de los vendedores ambulantes se apagaban, otras voces dominaban el aire: los predicadores. En todas partes, Caitlin vio improvisadas plataformas, tarimas, cajones, púlpitos, sobre los que los predicadores se paraban para predicar sus sermones a las masas, gritaban para hacerse oír.
“¡Jesús dice ARREPIÉNTANSE!” gritaba un ministro de pie con un sombrero de copa y una divertida mirada severa, mirando a la multitud con una mirada arrebatadora. “¡Yo exijo que TODOS LOS TEATROS deben cerrarse! ¡Se debe PROHIBIR el ocio! ¡Regresen a los templos!”
Le recordó a Caitlin las personas que predicaban en las esquinas de la ciudad de Nueva York. De alguna manera, nada había cambiado.
Llegaron a otra puerta ubicada justo en el medio de la calle con un cartel que decía "Templo Barre, Puerta de la Ciudad." A Caitlin le asombró de que las ciudades tuvieran puertas. Esta puerta grande e imponente estaba abierta para que las personas pasaran, Caitlin se preguntó si las cerrarían por la noche. A cada lado había más guardias.
Pero esta puerta era diferente: también parecía ser un lugar de reunión. Una gran multitud se amontonaba a su alrededor y muy arriba, encima de una pequeña plataforma, un guardia sostenía un látigo. Caitlin se sorprendió al ver que un hombre, encadenado y apenas vestido, estaba atado a un poste de flagelación. El guardia lo azotaba una y otra vez mientras toda la multitud vitoreaba y lanzaba gritos de exclamación.
Caitlin examinó los rostros de la multitud y no podía creer lo indiferentes que se veían, como si se tratara de un hecho cotidiano ordinario, como si fuera una forma popular de entretenimiento. Le enfureció la barbarie de esta sociedad y le dio un codazo a Caleb. También la escena lo tenía impactado, y lo tomó de la mano y corrió a través de la puerta para evitar mirar más. Temía que si se quedaba por más tiempo, no podría contenerse de atacar a los guardias.
"Este lugar es una barbaridad", dijo, a medida que se alejaban de la vista grizzly y los sonidos del látigo se hacían más débiles.
"Es terrible", él coincidió con ella.
Mientras seguían adelante, ella trató de sacar la imagen de su mente. Se obligó a enfocar su atención en otra cosa. Miró un cartel y notó que el nombre de la calle por donde iban había cambiado a "la calle Fleet". Las calles se llenaron aún más de gente, había menos lugar para caminar, y los edificios y las numerosas filas de casas de madera estaban construidas aún más cerca una de la otra. Esta calle también estaba llena de tiendas. Un cartel decía: “Rasurada por un centavo.” Delante de otra tienda colgaba el letrero de un herrero, con una herradura enfrente. Otro cartel en letras grandes decía “Monturas.”
“¿Necesita una nueva herradura, señorita?" un comerciante local preguntó a Caitlin mientras pasaba.
La sorprendió con la guardia baja. "Um … no, gracias", dijo.
"¿Y usted, señor?" insistió el hombre. "¿Quiere rasurarse? Tengo las hojas más limpias en Fleet Street."
Caleb sonrió el hombre. "Gracias, pero estoy bien."
Caitlin miró a Caleb, y se dio cuenta de lo bien afeitado que siempre se veía. Su rostro era tan suave que parecía de porcelana.
Mientras seguían por la calle Fleet, Caitlin no pudo evitar notar cómo la multitud había cambiado. Era más sórdida aquí, varias personas bebían abiertamente de frascos y botellas de vidrio, tropezando, riendo en voz demasiado alta, y mirando impúdicamente a las mujeres.
“¡GINEBRA AQUÍ! ¡GINEBRA AQUÍ!" gritaba un muchacho de poco más de diez años mientras sostenía una caja llena de pequeñas botellas de color verde con ginebra. “¡COMPRE SU BOTELLA! ¡COMPRE SU BOTELLA!"
Caitlin sentía que la empujaban nuevamente a medida que la multitud crecía y se hacía cada vez más espesa. Vio a un grupo de mujeres con demasiado maquillaje, vestidas con ropa gruesa y toneladas de tela mientras que llevaban sus camisas abiertas revelando la mayor parte de sus pechos.
"¿Quieres pasarla bien?" una de las mujeres le gritó, estaba borracha y se tambaleaba sobre sus pies. Se acercó a un transeúnte quien la empujó.
A Caitlin le sorprendió lo rústica que era esta parte de la ciudad. Instintivamente, Caleb se le acercó más poniendo sus manos alrededor de su cintura, ella sintió su actitud protectora. Retomaron su paso y continuaron rápidamente a través de la multitud, y Caitlin miró hacia abajo, Ruth seguía a su lado.
La calle pronto terminó en un pequeño puente peatonal, mientras caminaban sobre el puente, Caitlin miró hacia abajo. Leyó en un gran cartel "Fleet Ditch," y se maravilló de la vista. Debajo había lo que parecía un pequeño canal, quizás de diez pies de ancho, que fluía con agua turbia. En el agua, nadaba todo tipo de basura y desperdicios. Al mirar hacia arriba, vio gente orinando en él, y otros lanzaban botes de excrementos, huesos de pollo, residuos domésticos y todo tipo de basura. Era una inmensa cloaca que transportaba todos los residuos de la ciudad aguas abajo.
Ella buscó ver a dónde conducía y vio que a lo lejos desembocaba en un río. Volvió la cabeza por el olor. Probablemente era lo peor que jamás había olido en su vida. Los gases tóxicos se elevaban haciendo que en comparación el horrible olor en las calles pareciera de rosas.
Se apresuraron por el puente.
Al cruzar al otro lado de la calle Fleet, Caitlin se sintió aliviada al ver que la calle finalmente se abría y estaba un poco menos congestionada. El olor también se desvaneció. Después del horrible olor de Fleet Ditch, el olor de la calle ya no le molestó. Se dio cuenta de que así era como la gente vivía felizmente: era todo cuestión de acostumbrarse a la época en que se estaba.
Mientras caminaban, el barrio se hizo más agradable. Pasaron junto a una gran iglesia a la izquierda, grabadas en el edificio de piedra con una prolija caligrafía se leía: "San Pablo." Era una iglesia enorme con una hermosa fachada adornada que se elevaba por encima de todos los edificios a su alrededor. Caitlin se maravilló de su hermosa arquitectura y de que podría encajar a la perfección en el siglo 21. Se sentía muy fuera de lugar, elevándose por encima de todas las pequeñas casas de madera a su alrededor. Caitlin empezó a notar que las iglesias dominaban el paisaje urbano de ese tiempo, y lo importante que eran para la gente. Eran, sin lugar a dudas, omnipresentes. Y sus campanas, muy sonoras, siempre se estaban escuchando.
Caitlin se detuvo para observar su arquitectura antigua, y no pudo evitar preguntarse si guardaría alguna pista para ellos en su interior.
“¿Me pregunto si deberíamos entrar?" preguntó Caleb, leyendo su mente.
Ella examinó la inscripción de su anillo una vez más.
Al otro lado del puente, Más allá del Oso.
"Se habla de un puente," dijo ella, pensando.
"Acabamos de cruzar un puente," respondió Caleb.
Caitlin negó con la cabeza. No le pareció que era el lugar indicado.
“Era un puente peatonal. Mi instinto me dice que éste no es el lugar. Donde sea que tengamos que ir, no siento que sea aquí."
Caleb se quedó allí y cerró los ojos. Por último, los abrió. "No siento nada bueno. Sigamos adelante."
“Acerquémonos al río", dijo Caitlin. "Si tenemos que encontrar un puente, supongo que sería por el río. Y no me importaría respirar un poco de aire fresco."
Caitlin vio un camino lateral que conducía a la orilla del río, con un cartel que decía "St. Andrews Hill." Ella tomó la mano de Caleb y lo condujo hacia allí.
Caminaron por el camino de pendiente suave, desde allí se podía ver el río a lo lejos, estaba lleno de barcos.
Debía ser el famoso río Támesis de Londres, ella pensó. Tenía que ser. Era lo que recordaba de su clase de geografía básica.
Esta calle terminaba en un edificio y, como no los llevaba hacia el río, tuvieron que doblar a la izquierda en una calle que corría paralela al río, a sólo unos cincuenta metros de distancia, llamada "Calle Támesis.”
La calle Támesis era más amable, un mundo aparte de la calle Fleet. Las casas eran más bonitas aquí y, a su derecha, a lo largo de la orilla del río, había grandes fincas con grandes parcelas de tierra que bajaban hasta la orilla. La arquitectura era más elaborada y más hermosa también. Era evidente que esta parte de la ciudad estaba reservada para la gente rica.
Se veía como un barrio pintoresco, mientras pasaban por muchas calles con nombres divertidos como “Camino de viento del Ganso y “Ca”mino del Viejo Cisne y “Cerro del Ajo y “Cerro de la Calle del Pan”, que daban muchas vueltas. De hecho, se olía a comida por todas partes, y Caitlin escuchó su estómago gruñir. Ruth se quejó también, tenía hambre. Pero no había ningún alimento a la venta.
"Lo sé, Ruth," Caitlin simpatizó con ella. "Encontraré comida pronto, lo prometo."
Caminaron y caminaron. Caitlin no sabía exactamente lo que estaba buscando, y Caleb tampoco. Sentía que el acertijo podría llevarlos a cualquier lugar y que no tenían ninguna pista segura. Se estaban adentrando en lo profundo del corazón de la ciudad, y todavía no estaba segura qué camino tomar.
Cuando Caitlin estaba empezando a sentirse cansada, con hambre y mal humor, llegaron a una gran intersección. Ella se detuvo y miró hacia arriba. En un rústico cartel de madera, leyó “Calle de la Iglesia de la Gracia.” Olía mucho a pescado allí.
Se detuvo sin saber qué hacer, y miró a Caleb.
"Ni siquiera sabemos lo que estamos buscando", dijo. "Se habla de un puente. Pero no he visto ni un solo puente por ningún lado. ¿Estamos perdiendo el tiempo aquí? ¿Deberíamos estar pensando de otra manera?"
De repente, Caleb le dio un golpecito en el hombro y señaló algo.
Poco a poco, ella se dio la vuelta y se sorprendió por lo que vio.
La calle Iglesia de la Gracia conducía a un puente enorme, uno de los puentes más grandes que jamás había visto. Su corazón se alegró con una nueva esperanza. Un enorme cartel decía: “Puente de Londres”, y su corazón empezó a latir más rápidamente. Esta calle era más amplia, una arteria principal; la gente, caballos, carros y todo tipo de tráfico entraba y salía del puente.
Si estaban buscando un puente, lo habían encontrado.
*
Caleb la tomó de la mano y la condujo hacia el puente, mezclándose con los transeúntes. Ella levantó la vista y se sintió abrumada por la vista. No se parecía a ningún otro puente que había visto en el pasado. Su entrada estaba anunciada por una enorme puerta con forma de arco, había guardias a cada lado. En su parte superior, había múltiples picos en los que había cabezas cortadas clavadas en las espigas, la sangre goteaba de sus gargantas. Era un espectáculo horrible, Caitlin desvió la mirada.
"Me acuerdo de esto", suspiró Caleb. "De hace siglos. Era la forma en que adornaban sus puentes: con las cabezas de los presos. Lo hacen como una advertencia a otros criminales."
"Es horrible", dijo Caitlin, mientras bajaba la cabeza y se dirigía rápidamente hacia el puente.
En la base del puente, había puestos de venta de pescado, y Caitlin vio los barcos acercarse a la orilla y los trabajadores resbalar mientras llevaban el pescado por la costa fangosa. La entrada al puente apestaba a pescado, tanto que ella tuvo que taparse la nariz. En pequeñas mesas improvisadas, se ofrecían peces de todo tipo, algunos todavía seguían vivos.
“Mojarra, ¡tres peniques por libra!" alguien gritó.
Caitlin apresuró su paso, tratando de alejarse del olor.
El puente la sorprendió de nuevo pues estaba lleno de tiendas. Pequeños expendios y vendedores se alineaban a ambos lados del puente, mientras que los peatones, el ganado, los caballos y los carruajes se apretujaban en el medio. Era una escena caótica llena de gente que gritaba en todas direcciones anunciando sus mercancías.
“¡Curtiembres por aquí!" alguien gritó.
“¡Desollamos su animal!" gritó otro.
“¡Cera de vela por aquí! ¡Tenemos la mejor cera de la vela!"
“¡Techos de paja!"
“¡Compre su leña aquí!"
“¡Plumas frescas! ¡Pliegos y pergaminos!"
A medida que avanzaban, había tiendas más bonitas, algunas vendían joyas. Caitlin no pudo dejar de pensar en el puente del oro de Florencia, en sus días con Blake y la pulsera que él le había comprado.
Momentáneamente abrumada por la emoción, se hizo a un lado, se aferró a la barandilla y miró el paisaje. Pensó en todas las vidas que había vivido, en todos los lugares en los que había estado, y se sintió abrumada. ¿Era todo esto realmente cierto? ¿Cómo una persona podía vivir tantas vidas? ¿O se despertaría en su departamento en la ciudad de Nueva York, y pensaría que todo había sido el sueño más largo y más increíble de su vida?
“¿Estás bien?" le preguntó Caleb, acercándose a su lado. “¿Qué pasa?”
Rápidamente, Caitlin se secó una lágrima. Se pellizcó y se dio cuenta de que no estaba soñando. Todo era real. Y eso fue lo más impactante de todo.
"Nada," dijo ella rápidamente con una sonrisa forzada. Esperaba que él no hubiera podido leer sus pensamientos.
Caleb estaba a su lado, juntos, se asomaron al Támesis. Aunque era un río ancho, estaba totalmente congestionado de tráfico. Veleros de todos los tamaños navegaban por el río y compartían las aguas con botes de remos, botes de pescadores y todo tipo de embarcaciones. Era un curso de agua muy bulliciosa; a Caitlin le maravilló el tamaño de todas las diferentes embarcaciones y veleros, algunos alcanzaban varias docenas de metros en el aire. Le sorprendió lo tranquilas que eran las aguas aun con tantos buques. No se escuchaba el sonido de motores, tampoco había lanchas. Sólo se escuchaba el sonido de la tela ondeando al viento. Eso la relajó. El aire allí, con la brisa constante, era fresco y finalmente no olía.
Se volvió hacia Caleb y continuaron paseando por el puente, con Ruth pisándoles los talones. Ruth comenzó a lloriquear de nuevo y Caitlin supo que tenía hambre y quiso detenerse. Pero por más que miró por todas partes, no encontró nada de comida. Ella también tenía cada vez más hambre.
Al llegar a la mitad del puente, a Caitlin le sorprendió una vez más la vista que tenía frente a ella. Creía que no quedaba nada que pudiera escandalizarla después de ver esas cabezas en las picas -pero había más.
Justo ahí, en el centro del puente, tres presos estaban de pie en un andamio con sogas alrededor de sus cuellos, con los ojos vendados, apenas vestidos, aun estaban vivos. Un verdugo con una capucha negra abierta en los ojos estaba detrás de ellos.
“¡El siguiente colgado es a la una!" gritó. Una multitud que crecía se acurrucó alrededor del andamio, al parecer esperaba.
"¿Qué hicieron?" Caitlin le preguntó a uno de la multitud.
“Los sorprendieron robando, señorita," dijo, sin molestarse siquiera en mirar en su dirección.
“¡Capturaron a uno por calumniar a la Reina!" Una anciana añadió.
Caleb le alejó de la escena horripilante.
"Ver ejecuciones parece ser un deporte diario por aquí", comentó Caleb.
"Es cruel", dijo Caitlin. Ella se maravilló de lo diferente que esta sociedad era de la época actual, y de cómo toleraba la crueldad y la violencia. Y era Londres, uno de los lugares más civilizados en 1599. No podía llegar a imaginar el mundo fuera de una ciudad civilizada como ésta. Le asombró todo lo que la sociedad y sus reglas habían cambiado.
Finalmente, llegaron al otro lado del puente, Caitlin se volvió hacia Caleb. Miró su anillo y leyó en voz alta una vez más:
Del otro lado del puente, Más allá del oso,
Con los vientos o el sol, cruzamos Londres.
"Bueno, si estamos siguiendo esta frase correctamente, acabamos de 'cruzar el puente.' Lo siguiente sería 'Más allá del Oso.'" Caitlin miró. "¿Qué podrá significar?"
"Ojalá lo supiera", él dijo.
“Siento que mi padre está cerca", dijo Caitlin.
Ella cerró los ojos deseando encontrar una pista.
Justo en ese momento, un muchacho joven, que cargaba una pila enorme de panfletos, corrió delante de ellos, gritando. “¡El Oso Cebado! ¿Cinco peniques! ¡Por aquí! ¡El Oso cebado! ¡Cinco peniques! ¡Por aquí!”
Puso un volante en la mano de Caitlin. Ella leyó, en grandes letras, las palabras “Oso Cebado, con la imagen cruda de un estadio.
Ella y Caleb se miraron al mismo tiempo. Ambos miraron al chico mientras se perdía en el camino.
“¿Oso cebado?" preguntó Caitlin. "¿Qué es eso?"
"Ahora me acuerdo", dijo Caitlin. “Era el gran deporte de esta época. Ponían un oso en un círculo, lo ataban a una estaca como cebo para perros salvajes. Se hacían apuestas sobre quién ganaría: el oso o los perro."
"Eso es enfermo", dijo Caitlin.
"El acertijo, dijo. “’Del otro lado del puente y más allá del Oso. ¿Crees que podría ser eso?"
Al mismo tiempo, los dos se volvieron y siguieron al muchacho, que se alejaba todavía gritando.
Doblaron a la derecha en la base del puente y caminaron junto al río, ahora del otro lado del Támesis, y bajaron por una calle llamada "Clink Street." Este lado del río, Caitlin se dio cuenta, era muy diferente al otro. Estaba menos construido y estaba menos poblado. Las casas también eran más bajas que allí, más rústicas, este lado del río se veía más descuidado. Había pocas tiendas y menos gente.
Pronto se encontraron frente a una gran estructura y Caitlin se dio cuenta por los barrotes en las ventanas y los guardias afuera que era una prisión.
Clink Street, pensó Caitlin. No podía tener un mejor nombre.
Era un edificio enorme y extendido; al pasar, Caitlin vio manos y caras que salían de los barrotes y la observaban. Había cientos de prisioneros que la miraban con lujuria y le gritaban al pasar.
Ruth gruñó, y Caleb se acercó más junto a ella.
Caminaron un poco más, pasando una calle con un cartel que decía "Lugar de la Muerte." Ella miró a su derecha y vio otro andamio donde se estaba preparando otra ejecución. Con los ojos vendados, un prisionero temblaba de pie sobre una plataforma, tenía una soga alrededor de su cuello.
Caitlin estaba tan distraída que casi perdió de vista al muchacho, mientras sentía que Caleb la agarraba de la mano y la guiaba hacia Clink Street.
De repente, Caitlin oyó un grito a lo lejos, y luego un rugido. Vio al niño, a lo lejos, doblar en la esquina, y oyó otro grito. Le sorprendió sentir que la tierra temblaba abajo. No había sentido nada así desde el Coliseo Romano. Se dio cuenta de que debía haber un enorme estadio a la vuelta de la esquina.
Al doblar la esquina, le sorprendió ver lo que tenía adelante. Era una enorme estructura circular que parecía un Coliseo en miniatura. Tenía varios pisos y estaba cerrado, pero en cada dirección había puertas en forma de arco. Escuchó los gritos, que ahora eran más fuertes y provenían de detrás de sus muros.
Frente al edificio deambulaban cientos de personas de las más sórdidas que jamás había visto. Algunos estaban apenas vestidos, muchos tenían panzas enormes que les sobresalían, estaban sin afeitar y sin bañar. Los perros salvajes vagaban entre ellos; Ruth gruñía, tenía los pelos en la espalda de punta.
Los vendedores empujaban carritos en el barro, muchos vendían litros de ginebra. Por como se veía la multitud, parecía que la mayoría de personas bebía. Se empujaban unos contra otros, y caso todos parecían estar alcoholizados. Se escuchó otro rugido, y Caitlin vio el cartel que colgaba sobre el estadio: "Oso Cebado.”
Eso le asqueó. ¿Podía esta sociedad ser realmente tan cruel?
El pequeño estadio parecía ser parte de un complejo. A lo lejos, había otro pequeño estadio, con un enorme letrero que decía “Toro Cebado.” Y allí, a un lado, apartado de los dos, había otra gran estructura circular -aunque ésta se veía diferente a las demás, con más clase.
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