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CAPÍTULO TRES

Sage volaba cortando el aire hacia el amanecer, los primeros rayos de sol iluminaban una lágrima en su mejilla, que rápidamente él se secó. Estaba agotado, con mucho sueño después de volar toda la noche buscando a Scarlet. Durante la noche, creyó verla muchas veces, sólo para darse cuenta de que había llegado con  una chica desconocida que se sorprendía al verlo aterrizar y despegar de nuevo. Estaba empezando a preguntarse si alguna vez la encontraría.

Scarlet no estaba por ninguna parte, y Sage no podía entenderlo. La conexión entre los dos era tan fuerte, que estaba seguro que podría sentirla, que ella lo llevaría a donde estaba. No podía entender lo que había pasado. ¿Ella había muerto?

Sage creía que quizás estaba en tal estado emocional, que todos sus sentidos estaban bloqueados, y eso no le permitía rastrearla; o tal vez había caído en un sueño profundo, como sabía que le sucedía a los vampiros después de alimentarse de un humano por primera vez. Eso podía llegar a ser mortal para algunos, él lo sabía, y le dolía el corazón pensar que ella estaba por ahí, quien sabía dónde, completamente sola. ¿Alguna vez despertaría?

Sage voló bajo, muy rápidamente para no ser detectado, y pasó por todos los lugares a los que había ido con ella -su escuela, su casa, todos los lugares en que podía pensar- usando su visión láser la buscó por los árboles y las calles.

A medida que el sol se elevaba y pasaba hora tras hora, Sage, finalmente se dio cuenta de que no tenía sentido seguir buscando. Tendría que esperar hasta que ella saliera a la superficie, o él pudiera detectarla.

Sage estaba agotado como nunca antes. Podía sentir su fuerza vital empezando a decaer. Sabía que sólo quedaban unos días para que él mismo muriera, y cuando sintió otro dolor en el pecho y en los brazos y hombros, supo que se estaba muriendo por dentro. Pronto dejaría esta tierra, y lo había aceptado. Sólo quería pasar sus últimos días con Scarlet.

Cuando ya no le quedó ningún lugar donde buscar, Sage voló sobre la mansión  de su familia en el Hudson, mirando hacia abajo mientras descendía. Dio una y otra vuelta, como un águila, preguntándose: ¿debería verlos una última vez? No sabía para qué. Todos lo odiaban ahora por no llevar a Scarlet; y tenía que admitirlo, él los odiaba también. La última vez que había estado  allí, su hermana había muerto en sus brazos, y Lore había partido para tratar de matar a Scarlet. No quería enfrentarse a ellos de nuevo.

Y sin embargo, no tenía otro lugar a donde ir.

Mientras volaba, Sage escuchó un golpeteo, y miró hacia abajo y vio a varios de sus primos sosteniendo planchas de madera sobre las ventanas, y martilleando. Uno a uno, estaban sellando su mansión ancestral, y Sage vio a varias docenas de sus primos despegar en vuelo. Estaba intrigado. Era evidente que estaba pasando algo.

Sage tenía que averiguarlo. Una parte de él quería saber a dónde iban, qué sería de su familia, y una parte más grande de él quería saber si tenían alguna idea dónde estaba Scarlet. Tal vez uno de ellos había visto u oído algo. Quizás Lore la había capturado. Tenía que saber; era la única pista que tenía.

Sage se lanzó hacia la finca de su familia, aterrizando en el patio de mármol, ante la gran escalinata que conducía a la puerta de entrada trasera con antiguas puertas francesas.

Cuando se acercó, de repente las puertas se abrieron, y vio a su madre y su padre adelantándose; lo enfrentaron con una mirada de desaprobación.

"¿Qué estás haciendo aquí?" Su madre le preguntó como si él fuera un intruso.

"Ya nos mataste una vez", dijo su padre. "Nuestra gente pudo haber sobrevivido si no hubiera sido por ti. ¿Has venido a matarnos de nuevo?”

Sage frunció el ceño; estaba harto de la desaprobación de los padres.

“¿A dónde van?" exigió Sage.

“¿A dónde crees?" Su padre replicó. "Han convocado al Gran Consejo, por primera vez en mil años."

Sage lo miró con sorpresa.

“¿Al Castillo Boldt?"preguntó. “¿Van a las mil islas?"

Sus padres fruncieron el ceño de nuevo.

"¿Qué te importa?", dijo su madre.

Sage no podía creer lo que estaba escuchando. El Gran Consejo no se había reunido desde lo que parecía ser el principio de los tiempos, y que toda su raza se fuera a reunir en un solo lugar, no podía ser por algo bueno.

“¿Pero por qué?" preguntó. "¿Por qué convocarlos, si todos vamos a morir de todos modos?"

Su padre se adelantó y sonrió mientras levantaba un dedo y lo clavaba en el pecho de Sage.

"No somos como tú", gruñó. "No vamos darnos por vencidos sin luchar. El nuestro será el mayor ejército que jamás se haya conocido, es la primera vez que todos nos reuniremos en un mismo lugar. La humanidad va a pagar. Nos vengaremos."

“¿Vengarse de qué?” preguntó Sage. "La humanidad no te ha hecho nada. ¿Por qué vas a herir a personas inocentes?”

Su padre le devolvió la sonrisa.

“Eres tonto hasta el final", dijo. "¿Por qué no lo haríamos? ¿Qué tenemos para  perder? ¿Qué van a hacer, matarnos?”

Su padre se rió, y su madre se le unió, mientras se tomaban del brazo y pasaban  junto a él, chocando sus hombros y preparándose a despegar en vuelo.

Sage les gritó: "Recuerdo una vez cuando eran nobles", dijo. "Pero ahora, no son nada. Son menos que nada. ¿Esto es lo que hace la desesperación en ustedes?”

Se volvieron y le hicieron una mueca.

"Tu problema, Sage, es que si bien eres uno de nosotros, nunca has entendido a nuestra especie. Destruir es todo lo que siempre hemos querido. Sólo tú, sólo tú has sido diferente.”

"Tú eres el hijo que nunca entendimos", dijo su madre. "Y nunca has dejado de decepcionarnos."

Sage sintió que lo atravesaba un dolor, se sentía demasiado débil para responder.

Cuando se dieron vuelta para irse, Sage, jadeando, juntó fuerzas para gritar: "Scarlet! ¿Dónde está? ¡Dime!"

Su madre se volvió y sonrió con gusto.

"Oh, no te preocupes por ella", dijo su madre. "Lore la encontrará, y nos salvará a todos. O va a morir en el intento. Y cuando sobrevivamos, no creas que habrá un lugar para ti.”

Sage enrojeció.

"¡Te odio!" Gritó. “¡Los odio a los dos!"

Sus padres simplemente se volvieron sonriendo, se posaron sobre la barandilla de mármol y despegaron hacia el cielo.

Sage se quedó allí, observándolos ir, desaparecer en el cielo, mientras el  resto de sus primos se les unían. Se quedó allí, solo, ante su ancestral casa tapiada, allí no quedaba nada para él. Su familia lo odiaba y él los odiaba también.

Lore. Sage sintió un nuevo estallido de la determinación al pensar en él. No podía dejar que encontrara a Scarlet. A pesar de todo su dolor, tenía que reunir todas sus fuerzas, una última vez. Tenía que encontrar a Scarlet.

O morir en el intento.

CAPÍTULO CUATRO

Caitlin estaba sentada en el asiento del pasajero de su camioneta, estaba agotada, con el corazón roto, mientras Caleb conducía sin parar por la ruta 9, recorría las calles hacia arriba y hacia abajo como lo había estado haciendo por  horas. Ya estaba amaneciendo, y Caitlin miró a través del parabrisas el cielo fuera de lo común. Le sorprendió que ya estuviera amaneciendo. Habían estado conduciendo toda la noche, los dos en la parte delantera y Sam y Polly en el asiento trasero, manteniendo los ojos bien abiertos mirando la orilla de la carretera, buscando a Scarlet por todos lados. Una vez, se habían detenido en seco, Caitlin había creído verla pero se dio cuenta que era un espantapájaros.

Caitlin cerró los ojos por un momento, sentía sus párpados muy pesados, hinchados, veía el destello de los coches que se acercaban hacia ellos, sus faros pasaban de largo, un flujo interminable de tráfico que había estado viendo durante toda la noche. Tenía ganas de llorar.

Caitlin se sentía vacía por dentro, como una mala madre por no haber estado allí lo suficiente, acompañando a Scarlet -por no haber creído en ella, por no entenderla, por no haber estado allí cuando la había necesitado. De alguna manera, Caitlin se sentía responsable de todo. Y quería morirse al pensar que nunca más podría ver a su hija de nuevo.

Caitlin se puso a llorar, y abrió los ojos y se secó rápidamente las lágrimas. Caleb se acercó y le agarró la mano, pero ella la retiró. Caitlin se volvió para mirar por la ventana, quería un poco de privacidad, deseaba estar sola -quería morir. Sin su niña en su vida, se dio cuenta que ya no le quedaba nada.

Caitlin sintió una mano en su hombro. Se volvió para ver a Sam inclinándose hacia adelante.

"Hemos estado conduciendo toda la noche", dijo. "No hay ningún rastro de ella por ningún lado. Hemos cubierto cada centímetro de la ruta 9. Los policías están buscándola también, con muchos más coches que nosotros. Todos estamos cansados, y no tenemos ni idea de dónde puede estar. Incluso podría estar en casa, esperándonos.”

"Estoy de acuerdo", dijo Polly. "Yo digo que vayamos a casa. Necesitamos descansar un poco.”

De repente, se escuchó el sonido de un claxon estridente, y Caitlin levantó la mirada para ver un camión venir hacia ellos, estaban en el lado equivocado de la carretera.

“¡CALEB!" Caitlin gritó.

De repente, Caleb se desvió del camino en el último segundo, y regresó a su lado de la carretera, evitando por un pie el camión, que tocó la bocina.

Caitlin lo miró fijamente, con el corazón palpitante, y un Caleb agotado le devolvió la mirada, tenía los ojos inyectados en sangre.

“¿Qué pasó?" Ella preguntó.

"Lo siento", dijo. "Debo de haberme quedado dormido."

"Esto no está haciéndole ningún bien a nadie", dijo Polly. "Necesitamos descansar. Tenemos que ir a casa. Todos estamos cansados.”

Caitlin lo pensó, y finalmente, después de un largo momento, asintió.

"Bien. Llévanos a casa.”

*

Caitlin se sentó en su sofá mientras el sol se elevaba, hojeaba un álbum con fotos de Scarlet. A toda prisa, todos los recuerdos la inundaron y empezó a recordar  a Scarlet en todas sus edades. Caitlin frotó las fotos con su pulgar deseando más que nada en el mundo que pudiera tener a Scarlet allí con ella. Daría cualquier cosa, incluso su propio corazón y su alma.

Caitlin levantó la página rota del libro que había tomado de la biblioteca, el antiguo ritual, el que habría salvado a Scarlet sólo si Caitlin hubiera regresado a  tiempo, el que habría evitado que se convirtiera en un vampiro. Caitlin rompió la antigua página en pedazos y los arrojó al suelo. Los pedazos cayeron cerca de Ruth, que se quejó y se acurrucó junto a Caitlin.

Esa página, ese el ritual, que había significado tanto para Caitlin, ahora era inútil. Scarlet ya se había alimentado, y ahora ningún ritual podía salvarla.

Caleb y Sam y Polly, también estaban en la sala, cada uno perdido en su propio mundo, cada uno se había desplomado en una silla o un sofá, y estaba medio dormido o durmiendo. Los unía un silencio pesado, todos esperaban que Scarlet caminara por la puerta, todos sospechaban que eso no pasaría.

De repente, sonó el teléfono. Caitlin se levantó y lo arrebató, le temblaba la mano. Dejó caer el receptor varias veces, finalmente lo recogió y se lo llevó a la oreja.

"Hola, hola, hola?" Ella dijo. "Scarlet, ¿eres tú? ¿Scarlet!?”

"Señora, es el Oficial Stinton," se escuchó una voz masculina.

El corazón de Caitlin se desplomó al darse cuenta de que no era Scarlet.

"Sólo estoy llamando para hacerle saber que no tenemos ninguna novedad de su hija todavía."

Las esperanzas de Caitlin se desvanecieron. Ella agarró el teléfono, apretándolo, estaba desesperada.

"No se están esforzando lo suficiente," ella hervía.

"Señora, estamos haciendo todo lo que podemos.”

Caitlin no esperó a escuchar el resto de su respuesta. Azotó el auricular, luego agarró el teléfono, un aparato de los años 80, arrancó el cable de la pared, lo levantó, y lo estrelló al suelo.

Caleb, Sam, y todo Polly se levantaron de un salto, sorprendidos en su sueño, y la miraron como si estuviera loca.

Caitlin miró el teléfono y se dio cuenta que tal vez lo estaba.

Caitlin salió de la habitación, abrió la puerta que daba al amplio porche y se sentó en una mecedora. Hacía frío en la madrugada, pero no le importó. Se sentía entumecida.

Con fuerza, cruzó los brazos sobre su pecho, y se balanceó y balanceó en el aire frío de noviembre. Miró hacia la calle vacía iluminada con la luz de un nuevo día, no había ni un alma a la vista, ni un coche en movimiento, todas las casas aún estaban a oscuras. Todo estaba quieto. Una calle suburbana perfectamente tranquila, ni una hoja fuera de lugar, todo limpio tal como se suponía que debía ser. Perfectamente normal.

Pero nada, Caitlin lo sabía, era normal. De repente, odió este lugar que había querido durante años. Odiaba la tranquilidad; odiaba la quietud; odiaba el orden. Que no daría para que hubiera caos, para que la quietud se hiciera añicos, para que se escuchara algo, para que algo se moviera, para que su hija apareciera.

Scarlet, rezó, mientras cerraba sus ojos, llorando, vuelve a mí, bebé. Por favor, vuelve a mí.

CAPÍTULO CINCO

Scarlet Paine sentía que flotaba en el aire y escuchaba el aleteo de un millón de pequeñas alas en su oído mientras sentía elevarse más y más alto. Miró y vio que era izada por una bandada de murciélagos, aferrados a la parte de atrás de su camiseta, un millón de murciélagos la rodeaba y la llevaba por el aire.

La llevaron a través de las nubes y del amanecer más hermoso que jamás había visto, y las nubes se desparramaban y se rompían, el cielo de color naranja parecía incendiarse. No entendía lo que estaba pasando, pero por alguna razón no tenía miedo. Sintió que la llevaban a alguna parte, y tal como chillaban y revoloteaban a su alrededor, mientras la izaban en el cielo, sintió como si fuera uno de ellos.

Antes de que Scarlet pudiera procesar lo que estaba pasando, los vampiros la posaron con cuidado en el suelo, ante el castillo más grande que jamás había visto. Tenía antiguos muros de piedra, y ella estaba de pie delante de una enorme puerta arqueada. Los murciélagos se fueron volando, desapareciendo; su aleteo se fue desvaneciendo.

Scarlet se quedó mirando la puerta, que lentamente se abrió. Una luz ámbar se derramó hacia afuera, y Scarlet se sintió atraída a entrar.

Scarlet cruzó el umbral de la puerta, pasó por la luz, y entró a la sala más grande que jamás había visto. En el interior, alineados frente a ella y prestando total atención, se encontraba un ejército de vampiros, todos vestidos de negro. Ella se cernió sobre ellos, mirando hacia abajo como si fuera su líder.

Como si fueran uno, todos levantaron sus palmas y las golpearon contra sus pechos.

"Has dado a luz a una nación", gritaron, su voz, como si fueran uno, hizo eco en las paredes. “¡Has dado a luz a una nación!"

Los vampiros dejaron escapar un gran grito, y entonces Scarlet lo absorbió todo, por fin, había encontrado a su gente.

Los ojos de Scarlet se abrieron mientras se despertaba con el sonido de cristales rotos. Se encontró yaciendo boca abajo con las mejillas contra el cemento frío y húmedo. Vio hormigas caminando hacia ella, y puso sus manos sobre el cemento áspero, se sentó, y se las quitó.

Scarlet estaba fría, adolorida, tenía el cuello y la espalda torcidos por haber dormido en esa posición incómoda. Por encima de todo, estaba desorientada, un poco asustada mientras observaba lo que la rodeaba. Estaba debajo de un pequeño puente de la ciudad, tendida sobre una loza de cemento debajo de él, estaba amaneciendo. Apestaba a orina y cerveza rancia allí, y vio que el cemento estaba todo marcado con graffiti y, mientras examinaba el suelo, vio latas de cerveza vacías, basura, jeringas usadas. Se dio cuenta que estaba en un mal lugar. Miró a su alrededor, parpadeando, no tenía idea dónde estaba, ni cómo había llegado allí.

Escuchó de nuevo el sonido de cristales rotos y de pies arrastrándose, y se volvió rápidamente, sus sentidos estaban en alerta.

A unos diez metros, había cuatro vagabundos vestidos con harapos, parecían estar borrachos o drogados, o venían de una pelea. Eran hombres mayores sin afeitar, la miraban como si ella fuera su juguete, con sonrisas lascivas en sus rostros, revelando los dientes amarillos y podridos. Pero eran fuertes, ella podía decirlo, eran robustos y altos y, por la forma en que se acercaban, uno de ellos tiró una botella de cerveza y la rompió debajo del puente, supo que sus intenciones no eran buenas.

Scarlet trató de recordar cómo había llegado a ese lugar. Era un lugar al que nunca habría ido voluntariamente. ¿La habían llevado allí? Lo que primero pensó era que tal vez la habían violado; miró hacia abajo y vio que estaba completamente vestida, y supo que no. Ella se puso a pensar, tratando de recordar lo que había pasado la noche anterior.

Pero todo era como un borrón lleno de dolor. Recordaba destellos: un bar al lado de la ruta 9 … un altercado … Pero todo estaba en una nebulosa. No lograba recordar los detalles.

“Tú sabes que estás debajo de nuestro puente, ¿verdad?" Uno de los vagabundos dijo mientras se acercaba cada vez más a ella. Scarlet se escabulló hacia atrás con sus manos y rodillas, luego se puso de pie, enfrentándolos, temblaba por dentro, pero no quería verse asustada.

"Nadie viene aquí sin pagar una cuota", otro dijo.

"Lo siento," dijo ella. "No sé cómo llegué aquí."

"Ese fue tu error", otro dijo, con una voz gutural profunda, mientras le sonreía.

"Por favor," Scarlet dijo, tratando de sonar dura, pero su voz le temblaba mientras daba un paso hacia atrás, "No quiero problemas. Me voy ahora mismo. Lo siento.”

Con el corazón latiéndole en el pecho, Scarlet se volvió para irse, cuando de repente, oyó pasos corriendo, y entonces sintió que un brazo se enroscaba en su cuello, sosteniendo un cuchillo; el horrible aliento a cerveza le daba en la cara.

"No, no lo estás, cariño", dijo. "Ni siquiera hemos empezado a conocernos.”

Scarlet luchó, pero el hombre era demasiado fuerte para ella, su barba raspaba su mejilla mientras frotaba su cara contra la suya.

Pronto, los otros tres se pararon frente a ella, y Scarlet gritó mientras luchaba en vano, y entonces sintió sus manos horribles corriendo por su estómago. Uno de ellos llegó a la línea de su cintura.

Scarlet se resistió y se retorció, tratando de escapar, pero ellos eran más fuertes. Uno de ellos se agachó, se quitó el cinturón, y lo tiró, y ella oyó el sonido metálico de metal en el cemento.

“¡Por favor, déjenme ir!" Scarlet gritó, mientras se retorcía.

El cuarto vagabundo se agachó y la agarró de la cintura, por los pantalones vaqueros y comenzó a tirar de ellos, tratando de sacárselos. Scarlet supo que, con en unos momentos, si ella no hacía algo, la lastimarían.

Algo en su interior se quebró. No entendía qué era pero, por completo, la invadió una energía que la inundaba, y se elevaba desde sus pies, iba a través de sus piernas, por su torso. Sintió un calor abrasador, disparado a través de sus hombros, sus brazos, hasta sus dedos. Su cara estaba enrojecida, y tenía los pelos de punta por todo su cuerpo, sintió un fuego arder en su interior. Sentía que no lograba entender que pasaba, y se sentía más fuerte que todos esos hombres, más fuerte que el universo.

Entonces sintió algo más: una rabia primordial. Era una sensación nueva. Ya no quería alejarse, ahora quería quedarse allí y hacer que los hombres pagaran. Separarlos, miembro por miembro.

Y, por último, sintió algo más: hambre. Un hambre punzante y profundo que la hacía que necesitara alimentarse.

Scarlet se echó hacia atrás y gruñó, un sonido que hasta a ella le dio miedo; sus colmillos se extendieron desde los dientes mientras se inclinaba hacia atrás y le daba una patada al hombre que jalaba sus vaqueros. La patada fue tan tremenda, que envió al hombre volando por el aire unos buenos veinte pies, hasta que se golpeó la cabeza contra la pared de hormigón. Se dejó caer, inconsciente.

Los otros dieron un paso atrás y la soltaron, con la boca abierta en estado de shock y con miedo mientras miraban a Scarlet. Se veían como si se hubieran dado  cuenta que habían cometido un error muy grande.

Antes de que pudieran reaccionar, Scarlet se dio vuelta y le dio un codazo al hombre que la sostenía, dándole una zancailla en la mandíbula con tanta fuerza, que él dio vuelta dos veces y se derrumbó, inconsciente.

Scarlet se volvió, gruñendo, y se enfrentó a los otros dos, como una bestia mirando a su presa. Los dos vagabundos se quedaron allí, con los ojos desorbitados por el miedo, y Scarlet escuchó un ruido, bajó la mirada para ver a uno de ellos orinándose en sus pantalones.

Scarlet se agachó, recogió su cinturón, y avanzó con total despreocupación.

El hombre se tambaleó hacia atrás, petrificado.

"¡No!" Él gimió. “¡Por Favor! ¡No fue mi intención!”

Scarlet se lanzó hacia adelante y envolvió el cinturón alrededor de la garganta del hombre. Entonces, ella lo levantó con una mano, los pies del hombre colgaban sobre la tierra, el hombre jadeaba mientras trataba de agarrar la correa. Ella lo mantuvo allí, en lo alto, hasta que, finalmente, él dejó de moverse y se desplomó, muerto.

Scarlet se volvió y se enfrentó al último vagabundo, que lloraba, estaba  demasiado asustado para correr. Con los colmillos extendidos, dio un paso adelante y los hundió en la garganta del hombre. Él sacudió sus brazos y, en unos momentos, yacía en un charco de sangre, lívido.

Scarlet escuchó un correteo a distancia, y vio al primer vagabundo levantarse, y gemir, se estaba poniendo lentamente de pie. Él la miró con los ojos muy abiertos de miedo, y con sus manos y rodillas trató de escapar.

Ella se abalanzó sobre él.

"Por favor, no me hagas daño", gimió, llorando. “No era mi intención. No sé lo que eres, pero no quise hacerlo.”

"Estoy segura que no," contestó ella, con su voz oscura, inhumana. "Al igual que no es mi intención lo que voy a hacerte ahora."

Scarlet lo cogió por la espalda de la camiseta, lo hizo dar vueltas, y lo lanzó hacia arriba con todas sus fuerzas.

El vagabundo salió volando como un misil hacia el puente, la cabeza y los hombros se estrellaron contra el cemento saliendo por el otro lado, el sonido de escombros cayendo se escuchó por todas partes después que ella lo arrojó a la  mitad del puente. Quedó atorado allí, capturado, con las piernas colgando debajo.

De un solo salto, Scarlet llegó hasta la parte superior del puente y lo vio con su torso superior atrapado en el hormigón, mientras él gritaba, con la cabeza y los hombros expuestos, era incapaz de moverse. Él se movía, tratando de liberarse.

Pero no podía. Era un blanco fácil para todo vehículo que se aproximara.

“¡Sácame de aquí!", él le exigió.

Scarlet sonrió.

"Tal vez la próxima vez", ella dijo. "Disfruta del tráfico."

Scarlet se volvió y saltó y voló hacia el cielo, los gritos del hombre se iban apagando mientras ella volaba más y más alto, lejos de ese lugar, sin saber donde estaba, y eso tampoco le importaba. Sólo tenía a una persona en su mente: Sage. Su rostro se cernía ante ella, en el ojo de su mente, igual su barbilla y sus labios perfectamente cincelados, sus ojos conmovedores. Podía sentir el amor que él sentía por ella. Y ella sentía lo mismo.

Ya no sabía donde estaba su casa en este mundo, pero no le importaba, siempre y cuando estuviera con él.

Sage, pensó. Espérame. Voy a por ti.

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