Kitabı oku: «El Despertar de los Dragones », sayfa 9
CAPÍTULO DOCE
Vesuvius, Rey de los Troles y Gobernador Supremo de Marda, estaba de pie en la enorme caverna debajo de la tierra en un balcón de piedra a cien pies de altura, y miraba hacia abajo examinando el trabajo de su ejército de troles. Miles de troles trabajaban en esta gran caverna subterránea, golpeando la roca con picos y martillos, destrozando tierra y piedra con el sonido de la minería pesado en el aire. Un sin fin de antorchas se alineaban en las paredes mientras que las corrientes de lava cruzaban el suelo chispeantes y emitiendo un resplandor, alumbrando la caverna y manteniéndola caliente mientras los troles sudaban y jadeaban con el calor.
Vesuvius sonreía ampliamente, con una grotesca cara de trol, deforme, dos veces el tamaño de la de un humano, con dos grandes colmillos que salían de su boca, y ojos rojos pequeños que disfrutaban viendo a las personas sufrir. Quería que su pueblo se esforzara, que trabajaran más de duro de lo que nunca lo habían hecho, pues sabía que era sólo mediante un gran esfuerzo que lograría lo que sus padres no habían podido. Siendo el doble del tamaño de un trol normal y el triple del tamaño de un humano, Vesuvius era todo músculo y rabia y sabía que él era diferente, que iba a conseguir lo que los otros antes de él no habían podido. Había elaborado un plan en el que ninguno de sus ancestros había pensado, uno que le traería gloria a su nación para siempre. Sería el más grande túnel jamás creado, uno que los pasaría por debajo de Las Flamas y hasta dentro de Escalon—y con cada golpe de martillo el túnel se volvía más profundo.
Ni siquiera una vez en siglos habían conseguido crear un plan para cruzar Las Flamas en masa; en algunas ocasiones algunos troles lograban pasar, pero la mayoría morían en estas misiones suicidas. Lo que Vesuvius necesitaba era un ejército entero de troles que cruzaran juntos, de una sola vez, para destruir Escalon de una vez por todas. Sus padres no habían podido entender cómo hacerlo y se habían vuelto complacientes, resignándose a una vida en la tierra de Marda. Pero él no. Él, Vesuvius, era más sabio que sus padres, más fuerte, más determinado—y más despiadado. Un día, mientras meditaba, había pensado en que si no podía pasar por entre Las Flamas o por encima de ellas, entonces tal vez podría pasar por debajo. Captivado por la idea, había puesto su plan en marcha y no se había detenido desde entonces, juntando a miles de sus soldados y esclavos para construir lo que llegaría a ser la más grande creación del reino de los troles: un túnel por debajo de Las Flamas.
Vesuvius miraba con satisfacción mientras uno de sus capataces azotaba a un esclavo humano, uno que habían capturado en el Oeste, encadenado a los cientos de otros esclavos. El humano gritó y cayó y fue azotado hasta que murió. Vesuvius sonrió al ver que los otros humanos trabajaban más duro. Sus troles eran casi el doble del tamaño de un humano, y su apariencia era mucho más grotesca también, con músculos abultados y rostros deformes llenos de una insaciable sed de sangre. Había descubierto que los humanos eran una buena manera en la que su gente podía desatar su violencia.
Pero mientras observaba, Vesuvius estaba frustrado: sin importar a cuantas personas esclavizara, a cuantos de sus soldados pusiera a trabajar ni qué tan duro los azotara, lo mucho que los torturara o que matara a su propia gente para motivarlos, el progreso seguía lento. La roca era muy dura y el trabajo muy extenso. Sabía que ha este paso nunca completarían el túnel en su vida, y su sueño de invadir Escalon seguiría siendo un sueño.
Por supuesto, tenían más que suficiente espacio aquí en Marda—pero no era espacio lo que Vesuvius quería. Él quería matar, subyugar a todos los humanos, tomar todo lo que era de ellos simplemente porque era divertido. Lo quería todo. Y sabía que si quería llegar a lograrlo, había llegado el tiempo para medidas más drásticas.
“¿Mi Señor y Rey?” dijo una voz.
Vesuvius se volteó viendo a varios de sus soldados de pie portando la distintiva armadura verde de la nación de los troles con su insignia, la cabeza de un jabalí rugiente con un perro en la boca, estampada en el frente. Sus hombres bajaron la cabeza por respeto mirando hacia el piso, como se les había enseñado a hacerlo en su presencia.
Vesuvius observó que llevaban a un soldado trol entre ellos, con armadura destrozada, el rostro cubierto de tierra y cenizas y con marcas de quemaduras.
“Pueden dirigirme la palabra,” ordenó.
Levantaron las barbillas lentamente y lo miraron a los ojos.
“Este fue capturado dentro de Marda, en el Bosque del Sur,” reportó uno. “Fue capturado regresando de entre Las Flamas.”
Vesuvius miró por encima del soldado cautivo con grilletes y se llenó de disgusto. Cada día mandaba a hombres al oeste, a través de Marda, con la misión de atravesar Las Flamas y salir del otro lado en Escalon. Si sobrevivían el viaje se les ordenaba causar tanto terror en los humanos como pudieran. Si sobrevivían eso, entonces las órdenes eran buscar las dos Torres y robar la Espada de Fuego, un arma mítica que supuestamente mantenía Las Flamas. La mayoría de los troles nunca regresaban del viaje—eran muertos al pasar por Las Flamas o eventualmente por los humanos en Escalon. Era una misión de ida: se les ordenaba nunca regresar a menos que lo hicieran con la Espada de Fuego en las manos.
Pero de vez en cuando algunos troles se escabullían de vuelta, la mayoría desfigurados por su viaje entre Las Flamas, sin haber cumplido la misión pero tratando de regresar de todos modos a un lugar seguro en Marda. Vesuvius no podía soportar a estos troles a los que consideraba desertores.
“¿Y qué noticias traes del Oeste?” preguntó. “¿Encontraste la Espada?” añadió conociendo ya la respuesta.
El soldado tragó saliva aterrorizado.
Negó con la cabeza lentamente.
“No, mi Señor y Rey,” dijo con su voz quebrándose.
Vesuvius se enfureció en silencio.
“¿Entonces por qué has regresado a Marda?” demandó.
El trol mantuvo la cabeza baja.
“Fui emboscado por un grupo de humanos,” dijo. “Fui afortunado en escapar y poder regresar aquí.”
“¿Pero por qué volviste?” presionó Vesuvius.
El soldado lo miró estando confundido y nervioso.
“Porque terminé mi misión, mi Señor y Rey.”
Vesuvius se enfureció.
“Tu misión era encontrar la Espada—o morir tratando.”
“¡Pero logré atravesar Las Flamas!” suplicó. “¡Maté a muchos humanos y logré volver!”
“Y dime,” Vesuvius dijo con bondad, acercándose y poniendo una mano en el hombro del trol mientras caminaba con él lentamente hacia la orilla del balcón. “¿De verdad pensaste mientras volvías que yo te dejaría vivir?”
Vesuvius entonces tomó al trol por la parte trasera de su camisa, caminó hacia adelante y lo lanzó sobre el borde.
El soldado se sacudió gritando a través del aire tanto como sus grilletes se lo permitían. Todos los soldados debajo se detuvieron y miraron hacia arriba viéndolo caer. Cayó por cien pies hasta que finalmente se detuvo con un golpe en la dura roca debajo.
Todos los trabajadores miraron a Vesuvius, y él los miraba de vuelta sabiendo que este sería un buen recordatorio para todos los que le fallaran.
Rápidamente volvieron al trabajo.
Vesuvius, aún furioso y necesitando desquitarse con alguien, volvió del balcón y caminó por las escaleras de caracol de piedra talladas en la pared del cañón seguido por sus hombres. Quería ver su progreso de cerca—y mientras estaba allá abajo, sabía que podía encontrar a un patético esclavo al que podría destrozar a golpes.
Vesuvius bajó las escaleras talladas en la negra roca descendiendo piso tras piso hasta la base de la enorme caverna que se volvía más caliente mientras más abajo se iba. Docenas de sus soldados lo seguían mientras caminaba por piso de la caverna, pasando entre corrientes de lava, entre hordas de trabajadores. Mientras lo hacía, miles de soldados y esclavos dejaban de trabajar y le abrían camino inclinando sus cabezas diferencialmente.
Aquí estaba muy caliente, con la base no sólo caliente por el sudor de los hombres, sino por las corrientes de lava que corrían por la habitación y salían de las paredes, por las chispas que salían de las rocas cuando los hombres las golpeaban con sus picos y hachas. Vesuvius marchó a través del piso de la gran caverna hasta que finalmente llegó a la entrada del túnel. Se quedó de pie allí y observó: con cien pies de ancho y cincuenta pies de alto, el túnel estaba siendo cavado para que descendiera gradualmente, más y más profundo debajo de la tierra, lo suficientemente profundo para que pudiera soportar a un ejército para cuando llegara el momento de pasar debajo de Las Flamas. Un día penetrarían Escalon, saldrían en la superficie y tomarían miles de vidas humanas. Sabía que sería el mejor día de su vida.
Vesuvius marchó hacia adelante, tomó un látigo de uno de sus soldados y empezó a azotar soldados a diestra y siniestra. Todos volvieron a trabajar golpeando la roca el doble de rápido, golpeando la dura roca negra hasta que nubes de polvo llenaban el aire. Entonces volvió a los esclavos humanos, hombres y mujeres que habían sido tomados cautivos de Escalon y que habían logrado traerlos de vuelta. Estas eran las misiones que más disfrutaba, las que sólo tenían el objetivo de aterrorizar el Oeste. La mayoría de los humanos morían en el camino de vuelta; pero suficientes sobrevivían, incluso si lo hacían quemados y mutilados, y a estos los hacía trabajar hasta los huesos en sus túneles.
Vesuvius se concentraba en ellos. Puso el látigo en la mano de un humano y apuntó hacia una mujer.
“¡Mátala!” ordenó.
El humano se quedó parado, temblando, y simplemente se negó con la cabeza.
Vesuvius arrebató el látigo de su mano y en vez de eso azotó al hombre una y otra vez hasta que dejó de resistirse y murió.
Los otros volvieron a trabajar evitando su mirada, mientras que Vesuvius dejó caer el látigo respirando con dificultad y miró hacia atrás hacia la boca de la caverna. Era como mirar a su némesis. Era una creación a la mitad que no avanzaba. Todo progresaba muy lentamente.
“Mi Señor y Rey,” dijo una voz detrás de él.
Vesuvius se volteó lentamente y vio a varios de sus soldados del Mantra, su división élite de troles vestidos en armadura negra y verde reservada para las mejores tropas. Estaban ahí orgullosos sosteniendo alabardas a los lados. Estos eran los pocos troles a los que Vesuvius respetaba, y al verlos su corazón se inquietó. Sólo podía significar una cosa: traían noticias.
Vesuvius había enviado al Mantra en una misión hace varias lunas: encontrar al gigante que vivía en el Gran Bosque del que se rumoreaba había matado miles de troles. Su sueño era capturar a este gigante, traerlo de vuelta, y utilizar su fuerza para completar su túnel. Vesuvius había mandado misión tras misión y nadie había regresado. Todos habían sido descubiertos muertos, matados por el gigante.
Mientras Vesuvius observaba a los hombres, su corazón latía más rápido con la esperanza.
“Hablen,” ordenó.
“Mi Señor y Rey, hemos encontrado al gigante,” reportó uno. “Lo hemos acorralado. Nuestros hombres esperan tus órdenes.”
Vesuvius sonrió lentamente, complacido por primera vez desde que podía recordar. Su sonrisa creció mientras elaboraba un plan en su mente. Por fin se dio cuenta de que todo sería posible; finalmente tendría la oportunidad de atravesar Las Flamas.
Le devolvió la mirada a su comandante, lleno de determinación, dispuesto a hacer lo que fuera.
“Llévenme a él.”
CAPÍTULO TRECE
Kyra tropezaba por la nieve que le pasaba las rodillas hallando su camino por el Bosque de las Espinas apoyándose en su bastón, tratando de avanzar peleando contra lo que ya se había convertido en toda una tormenta. La tormenta arrasaba con tal fuerza que ahora penetraba las gruesas ramas del bosque, golpeando a los grandes árboles y con rachas de viento tan fuertes que casi los partían por la mitad. Las ráfagas de viento y nieve la golpeaban en el rostro limitando la visibilidad, haciendo difícil que avanzara incluso a pie. Mientras el viento arreciaba cada vez más, se le hizo difícil dar siguiera unos cuantos pasos.
La rojiza luna ya se había ido como si hubiera sido devorada por la tormenta, y ahora no tenía luz para seguir guiándose. E incluso si la tuviera, apenas si podría ver algo. Ahora todo lo que tenía para apoyarse era a Leo que caminaba despacio, herido, junto a ella, con su presencia siendo su único consuelo. Con cada paso sus pies parecían ir cada vez más profundo y se preguntaba si estaba haciendo progreso. Sintió una urgencia de volver a su gente, de advertirles, y esto hacía que cada paso fuera más frustrante.
Kyra trató de mirar hacia arriba tratando de esquivar el viento, esperando encontrar algo que la guiara, cualquier cosa, tratando de ver si estaba yendo en el camino correcto. Pero estaba perdida en un mundo de blanco. Su mejilla quemaba con el rasguño del dragón, sintiendo como si estuviera en llamas. La tocó con la mano y se manchó un poco de sangre, lo único tibio que le quedaba en el universo. No obstante, su mejilla pulsaba como si el dragón la hubiera infectado.
Cuando una ráfaga de viento particularmente fuerte la derribó de espaldas, Kyra finalmente se dio cuenta de que no podía continuar; tenía que encontrar refugio. Estaba desesperada por llegar a Volis antes que los Hombres del Señor, pero sabía que su continuaba caminando de esta manera entonces terminaría muriendo ahí. Su único consuelo era que los Hombres del Señor no serían capaces de atacar con este clima; y eso si el escudero había logrado llegar a casa.
Kyra miró alrededor buscando refugio—pero incluso eso era difícil. Viendo nada más que blanco y con el viento silbando tan fuerte que apenas si podía pensar, Kyra empezó a sentir pánico, teniendo visiones de ella y Leo congelándose ahí mismo en la nieve y sin que nadie los encontrara. Sabía que si no encontraba algo pronto, estarían muertos por la mañana. La situación se había vuelto sería y ahora estaba desesperada. Se dio cuenta que de todas las noches para dejar Volis, había elegido la peor.
Como si sintiera su nueva intuición, Leo empezó a gemir y se alejó de ella corriendo. Cruzó un claro y al llegar al otro lado empezó a cavar con fiereza en un montón de nieve.
Kyra observó curiosa mientras Leo arañaba y aullaba, cavando más y más profundo en la nieve preguntándose qué había encontrado. Finalmente lo pudo ver y se dio cuenta que había encontrado una pequeña cueva tallada en el costado de una gran roca. Con el corazón latiéndole esperanzado se acercó y agachó descubriendo que era lo suficientemente ancho para darles refugio. También estaba encantada de ver que estaba seco y protegido del viento.
Se agachó y besó su cabeza.
“Lo conseguiste chico.”
Él la lamió de vuelta.
Se arrodilló y entró a la cueva con Leo a su lado, y mientras entraba, tuvo una inmediata sensación de alivio. Finalmente había silencio; el sonido del viento se había reducido y por primera vez no le lastimaba el rostro o los oídos; por primera vez estaba seca. Pudo volver a respirar.
Kyra se arrastró en agujas de pino más y más profundo en la cueva, preguntándose qué tan profunda sería hasta que llegó a la pared del fondo. Se sentó recargada en esta y miraba hacia afuera. Ráfagas ocasionales de nieve entraban ahí pero la cueva se mantenía generalmente seca sin que pudieran llegar hasta ella. Por primera vez podía relajarse.
Leo se acurrucó a su lado con su cabeza en su regazo y ella lo acercó más a su pecho mientras se recargaba en la pared, temblando, tratando de mantenerse caliente. Le quitó la nieve de la piel tratando de que se secara y le examinó la herida. Por suerte, no era profunda.
Kyra utilizó nieve para limpiársela y él se quejó mientras ella lo tocaba.
“Shhh,” dijo.
Metió la mano en su bolsillo y le dio la última pieza de carne seca; él la comió con avidez.
Mientras se recargaba sentada en la oscuridad, escuchando al violento viento, viend como la nieve se volvía a juntar tapándole la vista, Kyra sintió como si fuera el fin del mundo. Trató de cerrar los ojos sintiéndose cansada hasta los huesos, congelada, necesitando dormir desesperadamente, pero el rasguño en su mejilla la mantenía despierta, pulsando.
Eventualmente sus ojos se le volvieron pesados y empezaron a cerrarse. El pino debajo de ella se sentía extrañamente cómodo, y mientras su cuerpo se acomodaba a la roca y a pesar de sus mejores esfuerzos, muy pronto se encontró sucumbiendo al dulce sueño.
*
Kyra volaba en la espalda de un dragón sosteniéndose para salvar su vida, moviéndose más rápido de lo que ella creía posible mientras chillaba y batía sus alas. Eran tan grandes y magníficos, y se volvían más grandes mientras más los miraba pareciendo extenderse por todo el mundo.
Miró hacia abajo y su estómago se hizo un nudo al ver debajo de ella las colinas de Volis. Nunca las había visto desde este ángulo, desde tan alto. Volaron sobre un exuberante paisaje con colinas verdes, extensiones de bosques, grandes ríos y fértiles viñedos. Eran terrenos familiares y Kyra pronto pudo reconocer la fortaleza de su padre, imponente, con sus antiguos muros de piedra cubriendo el campo y ovejas pastando fuera de este.
Pero mientras el dragón volaba hacia abajo, Kyra inmediatamente sintió que algo andaba mal. Vio humo que se elevaba, y no el humo de chimeneas, sino humo espeso y negro. Al mirar más de cerca, vio que era la fortaleza de su padre la que estaba en llamas con olas de fuego consumiéndolo todo. Vio a un ejército de los Hombres del Señor que se extendía hasta el horizonte rodeando la fortaleza, quemándola, y pudo escuchar los gritos, sabía que todos a los que conocía y amaba en el mundo estaban siendo asesinados.
“¡NO!” trató de gritar.
Pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta sin poder salir.
El dragón giró su cuello totalmente hacia atrás y la miró directamente a los ojos, y Kyra se sorprendió al ver que era el mismo dragón al que había salvado, con sus penetrantes ojos amarillos clavando la vista en ella. Theos.
Tú me salvaste, lo escuchó decir en su mente. Ahora yo te salvaré. Ahora somos uno, Kyra. Somos uno.
De repente, Theos giró rápidamente y Kyra perdió el equilibrio y cayó.
Gritaba mientras atravesaba el aire, con el suelo acercándose cada vez más.
“¡NO!” Gritó Kyra.
Kyra se sentó gritando en la oscuridad sin saber dónde estaba. Miró a todos lados respirando con dificultad hasta que se dio cuenta: estaba en la cueva.
Leo gemía a su lado con su cabeza en el regazo mientras lamía su mano. Ella respiraba fuertemente tratando de recordar en dónde estaba. Todavía estaba oscuro afuera y la tormenta seguía arreciando, el viento silbaba y la nieve se amontonaba. El palpitar en su mejilla había empeorado, y al tocarse con las manos vio que tenía sangre fresca. Se preguntaba cuándo iba a dejar de sangrar.
“¡Kyra!” dijo una voz mística sonando casi como un suspiro.
Kyra, sorprendida, se preguntaba quién podría estar en esta cueva con ella y observaba en la oscuridad en alerta. Volteó y miró una figura desconocida de pie delante de ella en la cueva. Traía una túnica larga y negra y una capa y sostenía un bastón; parecía ser un hombre mayor con cabellos blancos saliendo de su capucha. Su bastón brillaba emitiendo una suave luz en la oscuridad.
“¿Quién eres?” le preguntó sentándose derecha, en guardia. “¿Cómo llegaste aquí?”
Él se acercó y ella trató de ver su rostro, pero la oscuridad no la dejaba.
“¿Qué es lo que buscas?” preguntó él con una voz antigua y de algún modo tranquilizándola.
Ella lo pensó tratando de entender.
“Busco el ser libre,” dijo. “Busco el ser un guerrero.”
Él negó despacio con la cabeza.
“Olvidas algo,” dijo. “Lo más importante de todo. ¿Qué es lo que buscas?”
Kyra lo miraba confundida.
Finalmente él se acercó otro paso más.
“Buscas tu destino.”
Kyra pensó en sus palabras.
“Y aún más,” dijo, “buscas saber quién eres.”
Se acercó una vez más ahora muy cerca pero todavía oscurecido por las sombras.
“¿Quién eres, Kyra?” preguntó.
Ella lo miró confundida queriendo responder pero en ese momento no tenía idea. Ya no estaba segura de nada.
“¿Quién eres?” demandó él elevando su voz haciendo que resonara en las paredes, lastimando sus oídos.
Kyra levantó las manos hacia su rostro preparándose mientras él se acercó.
Kyra abrió los ojos de nuevo y se asustó al ver que no había nadie. No pudo entender lo que estaba pasando. Bajó las manos lentamente y, mientras lo hacía, se dio cuenta que esta vez estaba totalmente despierta.
Brillante luz de día entraba en la cueva reflejándose en la nieve y en las paredes cegándola. Parpadeó desorientada tratando de recuperarse. El salvaje viento se había ido; la nieve se había detenido. En vez de eso, había nieve bloqueando parte de la entrada y detrás de esta un mundo con un cielo azul y aves cantando. Era como si el mundo hubiera vuelto a nacer.
Kyra apenas podía creerlo: había sobrevivido toda la noche.
Leo la mordió impaciente en el pantalón y la empujaba.
Desorientada, Kyra se puso de pie lentamente y, mientras lo hacía, se tambaleó por el dolor. No sólo estaba todo su cuerpo adolorido por el combate, por los golpes que había recibido, sino particularmente por la herida en la mejilla que quemaba como si estuviera en llamas. Recordó la garra del dragón y se tocó el rostro; aunque sólo era un rasguño, seguía misteriosamente húmedo y cubierto de sangre.
Al levantarse se sintió mareada, y son sabía si era por el cansancio, el hambre, o el rasguño del dragón. Caminó tambaleándose sintiéndose extraña mientras seguía a Leo que la guiaba impaciente fuera de la cueva y de vuelta al día, cavando en la nieve para ampliar la entrada.
Kyra se arrastró para salir y al levantarse se encontró con un impresionante mundo de blanco. Levantó las manos a los ojos con la cabeza partiéndosele por la visión. Se sentía considerablemente más tibio, sin viento, con aves cantando y el sol filtrándose entre los árboles en el claro. Escuchó un silbido y se volteó para un ver un enorme montón de nieve resbalar de un pesado pino y caer con fuerza en el suelo del bosque. Volteó hacia abajo y miró que estaba parada en nieve hasta los muslos.
Leo guio el camino saltando por la nieve y ella estaba segura que eran en dirección a Volis. Ella lo siguió con problemas para mantener le paso.
Kyra batallaba para dar cada uno de sus pasos. Se mojó los labios y se sentía más y más mareada. La sangre palpitaba en su mejilla y empezó a preguntarse si la herida la había infectado. Se sintió a sí misma cambiando. No podía explicarlo, pero sentía como si la sangre del dragón estuviera pulsando dentro de ella.
“¡Kyra!”
Se escuchó un grito distante como si estuviera a un mundo de distancia. Este fue seguido por varias otras voces gritando su nombre, con los gritos siendo absorbidos por la nieve y los pinos. Le tomó un momento el darse cuenta, el reconocer las voces: eran los hombres de su padre. Estaban ahí buscándola.
Kyra sintió una oleada de alivio.
“¡Aquí!” dijo pensando que estaba gritando, pero se sorprendió al darse cuenta que su voz apenas si era un suspiro. En ese momento se dio cuenta de lo débil que realmente era. Su herida le estaba ocasionando algo, algo que no podía entender.
De repente, las rodillas se le doblaron debajo de ella, y Kyra se encontró cayendo en la nieve sin poder resistirse.
Leo aulló y se volteó corriendo hacia las voces distantes.
Quería llamarlo, llamarlos a todos, pero ahora estaba muy débil. Se quedó ahí en la nieve profunda y volteó hacia arriba hacia el mundo de blanco, hacia el resplandeciente sol de invierno, y cerró los ojos como si un sueño al que ya no se pudiera resistir se la llevara.