Kitabı oku: «El Peso del Honor »
Morgan Rice
Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de tres libros (y contando). Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.
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Elogios Dirigidos a Morgan Rice
“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”
--Books and Movie ReviewsRoberto Mattos
“EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio…. Una fantasía superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un más amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino.… Todo lo que hace a una buena fantasía está aquí, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo….Un campeón recomendado para los que disfrutan de libros de fantasía épica llenos de poderosos y creíbles protagonistas jóvenes adultos.”
--Midwest Book ReviewD. Donovan, Comentarista de eBooks
“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”
--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)
“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. Una Aventura de Héroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evolución de Thor de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir….Sólo el inicio de lo que promete ser una serie épica.”
--Midwest Book Review (D. Donovan, Comentarista de eBooks)
“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”
--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos
“En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”
--Publishers Weekly
Libros de Morgan Rice
REYES Y HECHICEROS
EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)
EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)
El PESO DEL HONOR (Libro #3)
EL ANILLO DEL HECHICERO
LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)
UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)
UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)
UN GRITO DE HONOR (Libro #4)
UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)
UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)
UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)
UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)
UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)
UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)
UN REINO DE ACERO (Libro #11)
UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)
UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)
UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)
UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)
UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)
EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)
LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA
ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)
ARENA DOS (Libro #2)
EL DIARIO DEL VAMPIRO
TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)
AMORES (Libro # 2)
TRAICIONADA (Libro # 3)
DESTINADA (Libro # 4)
DESEADA (Libro # 5)
COMPROMETIDA (Libro # 6)
JURADA (Libro # 7)
ENCONTRADA (Libro # 8)
RESUCITADA (Libro # 9)
ANSIADA (Libro # 10)
CONDENADA (Libro # 11)
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Derechos de autor © 2015 por Morgan Rice
Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor.
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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia.
Jacket image Copyright breakermaximus, usado bajo licencia de Shutterstock.com.
“Si pierdo mi honor, me pierdo a mí mismo.”
--William ShakespeareAntonio y Cleopatra
CAPÍTULO UNO
Theos voló hacia uno de los campos lleno de una furia que ya no podía controlar. Ya no le importaba lo que escogiera como objetivo; haría que toda la raza humana y toda la tierra de Escalon pagaran por la pérdida de su huevo. Destruiría el mundo entero hasta que encontrara lo que estaba buscando.
Theos estaba desgarrado por la ironía de todo esto. Había dejado su tierra natal para cuidar a su huevo, para librar a su cría de la furia de los otros dragones que se sentían amenazados por esta y por la profecía de que su hijo se convertiría en el Amo de Todos los Dragones. Todos habían deseado destruirlo, pero Theos no lo permitiría. Había peleado con los otros dragones y había recibido una considerable herida en la batalla, después volando herido por miles de millas sobre los grandes mares hasta que llegó a este lugar, esta isla de humanos, lugar en el que los otros dragones no lo buscarían y que sería un refugio seguro para su huevo.
Pero cuando Theos bajó a tierra y colocó su huevo en un lugar remoto del bosque, había quedado vulnerable. Pagó por esto al recibir heridas de los soldados Pandesianos y perdiendo de vista el huevo mientras huía rápidamente salvando su vida gracias a esa humana, Kyra. En esa noche confusa, en medio de la tormenta y el salvaje viento, no fue capaz de encontrar el huevo cubierto de nieve a pesar de volar en círculos una y otra vez. Este fue un error que lo hizo odiarse a sí mismo, un error por el que culpaba a la raza humana y uno que nunca perdonaría.
Theos voló más rápido, abriendo su mandíbula y rugiendo enfurecido, con un rugido que hizo temblar a los árboles y liberando una corriente de fuego tan caliente que hasta él la sintió. Era una corriente masiva, lo suficientemente poderosa para arrasar toda una ciudad, y cayó sobre su blanco inocente: una pequeña aldea que desafortunadamente estaba a su paso. Abajo, cientos de humanos que se encontraban en granjas y viñedos no tenían idea de la muerte que estaba por caer sobre ellos.
Miraron hacia arriba con los rostros llenos de terror al ver descender las llamas; pero era demasiado tarde. Gritaron y corrieron por sus vidas, per la nube de fuego los atrapó. Las llamas no perdonaron a nadie; hombres, mujeres, niños, granjeros, guerreros, todos los que corrieron y todos los que se quedaron paralizados. Theos agitó sus grandes alas y los envolvió a todos en llamas, quemando sus casas, sus armas, su ganado y sus posesiones. Todos y cada uno de ellos pagarían.
Cuando Theos finalmente volvió a las alturas no quedó nada. Ahora había un gran incendio en el lugar en el que estaba la aldea y pronto se convertiría todo en cenizas. Theos pensó adecuadamente: los humanos vienen de las cenizas y volverán a las cenizas.
Theos no se detuvo. Continuó volando manteniéndose cerca del suelo mientras rugía al derribar los árboles, destrozando ramas al pasar y haciendo las hojas añicos. Voló por encima de los árboles haciendo una vereda y seguía respirando fuego. Dejó un rastro de llamas al pasar marcando el suelo, un camino de fuego para que Escalon siempre lo recordara. Incendió grandes franjas del Bosque de las Espinas sabiendo que no volvería a crecer por miles de años, sabiendo que dejaría esta cicatriz en la tierra y sintiendo gran satisfacción al pensarlo. Se dio cuenta mientras seguía respirando que las llamas podrían alcanzar y quemar a su huevo. Pero, sobrecogido por la furia y frustración, no pudo detenerse.
Mientras volaba, gradualmente el paisaje cambiaba debajo de él. El bosque y los campos fueron reemplazados por construcciones de piedra, y Theos miró hacia abajo detectando una guarnición llena de miles de soldados con armaduras azul y amarillo. Pandesianos. Los soldados miraban hacia el cielo con pánico y confusión mostrando sus relucientes armaduras. Algunos, los inteligentes, huyeron; pero los valientes se quedaron en su lugar y le arrojaron lanzas y jabalinas al acercarse.
Theos respiró y quemó todas las armaduras en el aire, mandándolas al suelo como un montón de cenizas. Sus llamas siguieron bajando hasta que llegaron con los soldados restantes, quemándolos vivos y atrapándolos en sus brillantes trajes de metal. Theos sabía que todos esos trajes de metal pronto serían cáscaras oxidadas en el suelo como recuerdo de su visita. No se detuvo hasta que quemó al último de los soldados, dejando la guarnición como un gran caldero de llamas.
Theos siguió volando ahora hacia el norte sin poder detenerse. El paisaje cambió una y otra vez y no se detuvo incluso al ver algo que parecía extraño: ahí debajo apareció una inmensa criatura, un gigante, saliendo de un túnel subterráneo. Era una criatura poderosa, una que Theos nunca antes había visto. Pero Theos no sintió temor; por el contrario, sintió furia, furia por la criatura en su camino.
La bestia miró hacia arriba y su grotesco rostro se derrumbó en temor al ver a Theos volar hacia abajo. Este también se dio vuelta y voló hacia su agujero, pero Theos no dejaría que escapara tan fácilmente. Si no podía encontrar a su cría, entonces los destruiría a todos, hombre y bestia por igual. Y no se detendría hasta que todos y todo en Escalon dejara de existir.
CAPÍTULO DOS
Vesuvius estaba en el túnel y miraba hacia los rayos de sol que caían sobre él, luz solar de Escalon, y disfrutó el sentimiento más dulce de su vida. Ese agujero de arriba, esos rayos que brillaban sobre él, representaban una victoria más grande que la que nunca había soñado y completaban el túnel que había imaginado toda su vida. Otros habían dicho que no podía ser construido, y Vesuvius sabía que había conseguido lo que su padre y el padre de su padre no habían podido lograr, que era crear un camino para que la entera nación de Marda invadiera Escalon.
El polvo aún flotaba en el aire y los escombros seguían cayendo de donde el gigante había creado el agujero en el techo. Y mientras Vesuvius lo observaba, sabía que este agujero significaba su destino. Su entera nación iría detrás de él; pronto todo Escalon sería suyo. Sonrió ampliamente ya imaginando las violaciones y torturas y destrucción que le esperaban. Sería un festival sangriento. Crearía una nación de esclavos y la nación de Marda crecería el doble en cantidad y tamaño.
“¡NACIÓN DE MARDA, AVANCEN!” gritó.
Hubo un gran grito detrás de él mientras los cientos de troles apretados en el túnel levantaron sus alabardas y avanzaron junto con él. Él guio el camino subiendo el túnel, resbalando con la tierra y las rocas mientras se dirigía hacia la abertura y la conquista. Con Escalon tan cerca, temblaba con excitación mientras el suelo retumbaba bajo él y también con temblores causados por los gritos del gigante aliviado de estar libre. Vesuvius imaginaba el daño que el gigante causaría ahí arriba al dejarlo libre aterrorizando el territorio y esto lo hizo sonreír más. Lo dejaría divertirse y, cuando Vesuvius se cansara de él, lo mataría. Por lo pronto, sería un activo valioso en su terrorífica conquista.
Vesuvius miró hacia arriba y parpadeó confundido al ver de repente que el cielo se oscurecía y al sentir una gran oleada de calor acercándose. Se impactó al ver de repente un muro de fuego cayendo sobre el suelo. No pudo entender lo que estaba pasando mientras una gran oleada de calor cayó sobre él quemando su rostro seguida del rugido del gigante; y después un gran chillido de agonía. El gigante golpeó claramente herido por algo, y Vesuvius miró aterrorizado mientras este inexplicablemente se daba la vuelta. Se introdujo en el túnel de nuevo con el rostro medio quemado y dirigiéndose directamente hacia él.
Vesuvius observaba pero no pudo comprender la pesadilla que se desvelaba delante de él. ¿Por qué se daría el gigante la vuelta? ¿Cuál era la fuente del calor? ¿Qué era lo que había quemado su rostro?
Vesuvius entonces escuchó el agitar de las alas y un chillido más horrible que el del gigante, y entonces lo supo. Sintió un escalofrío al darse cuenta que, volando ahí arriba, estaba algo incluso más terrorífico que el gigante. Era algo que Vesuvius nunca había pensado encontrarse en su vida: un dragón.
Vesuvius se quedó ahí congelado de miedo por primera vez en su vida, con su ejército entero de troles también paralizados detrás de él y atrapados. Lo impensable había sucedido: el gigante corría asustado por algo más grande que él. Quemado, en agonía y en pánico, el gigante golpeaba con sus puños al bajar y arañaba con sus garras, y Vesuvius observó con horror cómo sus troles eran destrozados. Lo que se cruzaba en su camino era aplastado por sus pies, cortado a la mitad por sus garras o impactado por sus puños.
Y entonces, antes de que pudiera quitarse de su camino, Vesuvius sintió cómo sus propias costillas se quebraban mientras el gigante lo levantaba y lo lanzaba en el aire.
Sintió cómo volaba dando vueltas con el mundo girando y lo siguiente que supo fue que su cabeza golpeaba contra una roca, con el terrible dolor esparciéndose por su cuerpo al chocar con una pared de piedra. Cuando empezaba a caer al piso perdiendo la consciencia, lo último que vio fue al gigante destrozándolo todo, acabando con sus planes y con todo lo que había conseguido, y se dio cuenta de que moriría aquí, muy lejos de su tierra pero tan cerca del sueño que casi había conseguido.
CAPÍTULO TRES
Duncan sintió la ráfaga de viento que pasaba sobre él mientras bajaba la cuerda al atardecer, bajando las majestuosas cimas de Kos, sosteniéndose tanto como podía mientras se deslizaba a una velocidad que le parecía imposible. A su alrededor los hombres se deslizaban también: Anvin y Arthfael, Seavig, Kavos, Bramthos, y miles más, hombres de Duncan, de Seavig, y de Kavos que formaban un solo ejército, todos deslizándose por el hielo en filas como un ejército bien disciplinado saltando uno sobre otro, todos desesperados por llegar al suelo antes de ser detectados. En cuanto los pies de Duncan tocaban el hielo, inmediatamente se impulsaba de nuevo hacia atrás y previniendo que sus manos fueran destrozadas sólo por los gruesos guantes que Kavos le había dado.
Duncan se maravilló por lo rápido que se movía su ejército en una bajada casi empinada por el acantilado. Cuando había estado en la cima de Kos, no había tenido idea de cómo Kavos planeaba hacer que un ejército de tal tamaño bajara tan rápido sin perder a muchos hombres; no se había dado cuenta del complejo sistema de cuerdas y picos que tenían y que les permitiría bajar tan fácilmente. Estos eran hombres nacidos para el hielo, y para ellos, este descenso relámpago era como una casual caminata. Finalmente entendió a lo que se referían cuando dijeron que los hombres de Kos no estaban atrapados ahí arriba; sino que los Pandesianos abajo eran los que estaban atrapados.
Kavos de repente se detuvo cayendo con los dos pies en una ancha meseta que salía de la montaña y Duncan se detuvo a su lado al igual que todos los hombres, haciendo una pausa momentánea a la mitad de la montaña. Kavos caminó hacia la orilla y Duncan se le unió, observando, viendo las cuerdas que caían libres; al final de ellas y en medio de la niebla y los últimos rayos del sol, Duncan pudo ver en la base de la montaña una guarnición de piedra Pandesiana repleta de miles de soldados.
Duncan observó a Kavos y Kavos le regresó la mirada lleno de satisfacción. Era una satisfacción que Duncan reconocía, una que había visto muchas veces en su vida: el éxtasis de un verdadero guerrero a punto de ir a la guerra. Los hombres como Kavos vivían para esto. Duncan tuvo que admitir que también lo sintió, ese cosquilleo en las venas y rigidez en el estómago. El mirar a los soldados Pandesianos le hizo sentir una excitación por la emoción de la pelea.
“Pudiste haber bajado por cualquier parte,” dijo Duncan examinando el paisaje debajo. “La mayoría está vacío. Pudimos haber evitado la confrontación y seguir hasta la capital. Pero elegiste el lugar en el que los Pandesianos son más fuertes.”
Kavos sonrió ampliamente.
“Lo hice,” respondió. “Los hombres de Kavos no intentan evitar la confrontación; la buscan.” Sonrió aún más. “Además,” añadió, “una batalla temprana nos permitirá calentar para nuestra marcha hacia la capital. Y quiero que estos Pandesianos se la piensen dos veces antes de que vuelvan a intentar rodear la base de nuestra montaña.”
Kavos se dio la vuelta y le hizo una señal a su comandante, Bramthos, y Bramthos juntó a sus hombres y se unió a Kavos mientras se dirigieron hacia un gran pedazo de hielo a la orilla del acantilado. Todos al mismo tiempo pusieron sus hombros sobre este.
Duncan, dándose cuenta de lo que intentaban, les hizo una señal a Anvin y Arthfael quienes también juntaron a sus hombres. Seavig se unieron también y empujaron al mismo tiempo.
Duncan hundió sus pies en el hielo sintiendo el peso sobre él, resbalando y empujando con todas sus fuerzas. Todos gimieron y lentamente la gran roca empezó a rodar.
“¿Un regalo de bienvenida?” Preguntó Duncan sonriendo y gimiendo al lado de Kavos.
Kavos sonrió también.
“Sólo un pequeño detalle para anunciar nuestra llegada.”
Un momento después Duncan sintió que el peso lo dejaba, escuchó el crujir del hielo y observó impresionado cómo la piedra rodaba por la meseta. Retrocedió rápidamente junto con los otros y observó la piedra rodando a toda velocidad, rebotando en la pared de hielo y avanzando con rapidez. La piedra masiva, con un diámetro de al menos treinta pies, cayó directamente hacia abajo como un ángel de la muerte hacia la fortaleza Pandesiana. Duncan se preparó para la explosión que caería sobre todos los soldados que eran su objetivo.
La gran roca cayó en el centro de la guarnición de piedra y el golpe fue el más estruendoso que Duncan jamás había escuchado. Fue como si un cometa hubiera caído sobre Escalon, con un retumbar tan fuerte que tuvo que cubrir sus oídos, haciendo que el piso temblara bajo él y haciéndolo tambalear. Le elevó una gran nube de piedra y hielo a docenas de pies de altura, y el aire, incluso desde ahí arriba, se llenó de los gritos de terror y llanto de los hombres. La mitad de la guarnición fue destruida en el impacto y la roca siguió rodando, aplastando hombres y edificios y dejando un rastro de destrucción y caos.
“¡HOMBRES DE KOS!” gritó Kavos. “¿Quién se ha atrevido a acercarse a nuestra montaña?”
Hubo un gran grito mientras los miles de hombres se arrojaron por el acantilado siguiendo a Kavos, todos tomando las cuerdas y bajando tan rápido que parecía como si cayeran libremente por la montaña. Duncan lo siguió con sus hombres tras de él, tomando las cuerdas y bajando tan rápido que apenas si podía respirar; estaba seguro de que se rompería el cuello en el impacto.
Segundos después se encontró cayendo fuertemente en la base, descendiendo en una gran nube de hielo y polvo y aún escuchando el estruendo de la roca rodante. Todos los hombres se voltearon y se pusieron de frente a la guarnición, soltando un gran grito de batalla y sacando sus espadas mientras avanzaban de frente hacia el caos del campamento Pandesiano.
Los soldados Pandesianos, aún sorprendidos por la explosión, miraron con rostros confundidos hacia el ejército que se acercaba; claramente no estaban esperando esto. Sorprendidos con la guardia baja y con varios de sus comandantes aplastados por la roca, se miraban muy desconcertados como para saber qué hacer. Mientras Duncan y Kavos y sus hombres les caían encima, varios se dieron la vuelta y empezaron a correr. Otros trataron de tomar sus espadas, pero Duncan y sus hombres les cayeron como langostas y los apuñalaron antes de que tuvieran la oportunidad de alcanzarlas.
Duncan y sus hombres se apresuraron por el campamento sin dudar, sabiendo que el tiempo era vital mientras derribaban a los soldados que estaban recuperándose y siguiendo el rastro de destrucción de la roca. Duncan golpeaba en todos lados apuñalando a un soldado en el pecho, golpeando a otro en el rostro con la empuñadura de su espada, pateando a uno que se aventaba sobre él y agachándose y golpeando con el hombro a otro que lo atacaba con un hacha. Duncan no se detuvo, derribando a todos en su camino, respirando agitadamente, sabiendo que aún los superaban en número y que tenía que matar a todos los que pudiera tan rápido como pudiera.
A su lado, Anvin, Arthfael, y sus hombres se le unieron, todos cuidándose las espaldas mientras avanzaban y atacaban tratando de defenderse con los sonidos de la batalla llenando la guarnición. Envuelto en tal pelea, Duncan supo que lo más sabio habría sido conservar la energía de sus hombres, evitar esta confrontación y dirigirse hacia Andros. Pero también sabía que el honor era lo que impulsaba a los hombres de Kos para tener esta pelea y entendía cómo se sentían; el camino más sabio no era siempre lo que impulsaba el corazón de los hombres.
Pasaron por el campamento con velocidad y disciplina, con los Pandesianos en tal desorden que apenas pudieron organizar una defensa. Cada vez que aparecía un comandante o se formaba una compañía, Duncan y sus hombres los eliminaban.
Duncan y sus hombres avanzaron por la guarnición como una tormenta, y apenas había pasado una hora cuando Duncan finalmente se quedó de pie al final de la fortaleza mirando a todos lados y finalmente se dio cuenta de que, ya cubierto en sangre, no había nadie más a quien matar. Se quedó de pie respirando agitadamente en el crepúsculo mientras una brisa caía sobre las silenciosas montañas.
La fortaleza era suya.
Al darse cuenta, los hombres empezaron a vitorear jubilosos mientras Duncan, Anvin, Arthfael, Seavig, Kavos, y Bramthos se unían limpiando la sangre de sus espadas y armaduras y examinándolo todo. Se dio cuenta de una herida en el brazo de Kavos de la que salía sangre.
“Estás herido,” le dijo a Kavos quien parecía no haberse dado cuenta.
Kavos la miró y se encogió de hombros. Después sonrió.
“Sólo un rasguño,” respondió.
Duncan examinó el campo de batalla lleno de hombres muertos, la mayoría Pandesianos con unos cuantos de los suyos. Después miró hacia arriba hacia los picos de Kos que se elevaban y desaparecían en las nubes, y se sorprendió al ver lo alto que habían subido y lo fácilmente que habían bajado. Había sido un ataque relámpago, como muerte cayendo desde el cielo, y había funcionado. La guarnición Pandesiana que había parecido inconquistable hace algunas horas ya era de ellos, y ahora sólo era una ruina aplastada con hombres yaciendo en lagunas de sangre, muertos bajo el cielo del atardecer. Era surreal. Los guerreros de Kos no perdonaron a nadie, no mostraron piedad, fueron una fuerza imparable. Duncan sentía un nuevo respeto por ellos. Serían aliados importantes en la liberación de Escalon.
Kavos examinó los cuerpos respirando agitadamente también.
“Eso es lo que yo llamo un plan de salida,” dijo.
Duncan lo vio sonreír al examinar los cuerpos de los enemigos, viendo a sus hombres tomar las armas de los muertos.
Duncan asintió.
“Y una fina salida,” respondió.
Duncan miró hacia el oeste más allá de la fortaleza en dirección al sol y observó algo de movimiento. Miró detenidamente y vio algo que le conmovió el corazón, algo que de alguna manera estaba esperando. Allí, en el horizonte, estaba su caballo de guerra, de pie orgulloso frente a la manada, con cientos de caballos detrás de él. Como siempre, había sentido dónde estaría Duncan y lo había esperado lealmente. El corazón de Duncan se emocionó al saber que su viejo amigo llevaría a su ejército hasta la capital.
Duncan silbó y, al hacerlo, su caballo giró y se dirigió hacia él. Los otros caballos lo siguieron y hubo un gran estruendo en el crepúsculo mientras la manada galopaba por la llanura nevada dirigiéndose hacia ellos.
Kavos asintió admirado.
“Caballos,” notó Kavos al verlos acercarse. “Yo personalmente hubiera caminado hasta Andros.”
Duncan sonrió.
“Estoy seguro que sí, mi amigo.”
Duncan se acercó mientras llegaba su caballo y acarició la melena de su viejo amigo. Lo montó y, al hacerlo, todos sus hombres montaron también, miles de ellos, un ejército a caballo. Se sentaron completamente armados mirando hacia el crepúsculo, con nada delante de ellos más que las llanuras nevadas que llevaban a la capital.
Duncan se sintió excitado al saber que estaban ya muy cerca. Podía sentirlo, podía oler la victoria en el aire. Kavos los había bajado de la montaña; pero ahora era su turno.
Duncan levantó su espada sintiendo todos los ojos de los hombres y ejércitos sobre él.
“¡HOMBRES!” gritó. “¡Hacia Andros!”
Todos soltaron un gran grito de batalla y avanzaron hacia la noche por las llanuras nevadas, todos preparados para continuar sin detenerse hasta llegar a la capital e iniciar la guerra más importante de sus vidas.