Kitabı oku: «Héroe, Traidora, Hija », sayfa 3
CAPÍTULO CINCO
Ceres flotaba por encima de unas islas de piedra suave y una belleza tan exquisita que la hacían casi llorar. Reconoció la obra de los Antiguos y, al instante, se puso a pensar en su madre.
Entonces Ceres la vio, en algún lugar delante de ella, todavía vestida por una neblina. Ceres se puso a correr tras ella y vio que su madre se giraba, pero aún parecía que no iba suficientemente rápido tras ella.
Ahora había un hueco entre ellas y Ceres brincó, extendiendo su mano. Vio que su madre estiraba el brazo hacia ella y, tan solo por un momento, Ceres pensó que Licina la atraparía. Sus dedos se rozaron y entonces Ceres estaba cayendo.
Cayó en medio de una batalla y unos tipos daban vueltas a su alrededor. Los muertos estaban allí, al parecer sus muertes no les impedían luchar. Lord West luchaba al lado de Anka, Rexo al lado de un centenar de hombres que Ceres había matado en muchas peleas diferentes. Todos estaban alrededor de Ceres, luchando los unos contra los otros, luchando contra el mundo…
El Último Suspiro estaba allí frente a ella, el antiguo combatiente más oscuro y aterrador que nunca. Ceres saltó por encima del garrote con cuchillas que este empuñaba y estiró el brazo para convertirlo en piedra como había hecho antes.
Esta vez no sucedió nada. El Último Suspiró la golpeó, la tiró al suelo y se puso sobre ella victorioso, y ahora él era Estefanía, que sujetaba una botella en lugar de un garrote, los humos todavía punzantes en la nariz de Ceres.
Entonces despertó y la realidad no fue mejor que su sueño.
Al despertar, Ceres notó la dura piedra. Por un instante, pensó que quizás Estefanía la había dejado en el suelo de su habitación, o aún peor, que todavía podía estar encima de ella. Ceres se giró rápidamente, intentó ponerse de pie y continuar luchando, hasta que se dio cuenta de que no había espacio en el que hacerlo.
Ceres se obligaba a respirar lentamente, a reprimir el pánico que amenazaba con tragársela al ver las paredes de piedra a cada lado. Hasta que no alzó la vista y vio una reja de metal encima suyo, no se dio cuenta de que estaba en un hoyo y no enterrada con vida.
El hoyo apenas era lo suficientemente grande para poderse sentar. Y, desde luego, no había forma de poderse tumbar completamente. Ceres levantó los brazos, para examinar las barras de la reja que tenía encima y tiró hacia abajo para probar la fuerza que se necesitaba para doblarlas o romperlas.
No pasó nada.
Ahora, Ceres sentía que el pánico empezaba a crecer. Probó a extender el brazo de nuevo en busca de su poder, haciéndolo de forma suave, recordando cómo la había corregido su madre después de que Ceres hubiera agotado sus poderes intentando tomar la ciudad.
En algunos aspectos parecía lo mismo, pero diferente en muchos más. Antes, había sido como si los canales por los que fluía el poder se hubieran quemado hasta que dolieran demasiado para poder usarlos, dejando a Ceres vacía.
Ahora, parecía que ella era sencillamente normal, aunque eso parecía poco más que nada comparado con lo que había sido poco tiempo antes. Tampoco había ninguna duda de qué lo había provocado: Estefanía y su veneno. En algún lugar, de alguna manera, había encontrado un método para despojar a Ceres de los poderes que su sangre Antigua le daba.
Ceres notaba la diferencia entre esto y lo que había sucedido antes. Aquello había sido como una ceguera repentina: demasiado y demasiado pronto, desvaneciéndose lentamente con el cuidado adecuado. Esto era más parecido a que unos cuervos le sacaran las ojos.
De todas formas, volvió a alzar los brazos para coger las barras, con la esperanza de estar equivocada. Tiró, con toda la fuerza que pudo reunir para intentar moverlas. No cedían en lo más mínimo, incluso cuando Ceres tiró de ellas tan fuerte que las manos le sangraron contra el metal.
Gritó sorprendida cuando alguien tiró agua al hoyo y la dejó empapada y encogida contra la piedra del muro. Cuando Estefanía apareció ante su vista, de pie sobre la reja, Ceres intentó lanzarle una mirada fulminante para desafiarla, pero en aquel momento tenía demasiado frío y estaba demasiado mojada y débil para hacer cualquier cosa.
—Entonces el veneno funcionó —dijo Estefanía sin preámbulos—. Bueno, tenía que hacerlo. Pagué mucho por él.
Entonces Ceres vio que se tocaba la barriga, pero Estefanía continuó antes de que Ceres pudiera preguntar qué quería decir.
—¿Qué se siente cuando te han quitado la única cosa que te hacía especial? —preguntó Estefanía.
Como si hubieras podido volar, pero ahora apenas pudieras reptar. Pero Ceres no le iba a dar esa satisfacción.
—¿No hemos pasado por esto antes, Estefanía? —exigió ella—. Ya sabes cómo termina. Yo me escapo y te doy lo que mereces.
Entonces Estefanía le tiró otro cubo de agua y Ceres dio un brinco contra las barras. Escuchó reír a Estefanía entnces y aquello provocó la rabia de Ceres. Ahora mismo no le importaba no tener poderes. Aún tenía el entrenamiento de un combatiente y todavía tenía todo lo que había aprendido del Pueblo del Bosque. Si fuera necesario, estrangularía a Estefanía con sus propias manos.
—Mírate. Como el animal que eres —dijo Estefanía.
Aquello fue suficiente para que Ceres bajara un poco el ritmo, aunque solo fuera para no no ser lo que Estefanía quería que fuera.
—Deberías haberme matado cuando tuviste la ocasión —dijo Ceres.
—Quería hacerlo —respondió Estefanía—, pero las cosas no siempre van como queremos. Solo tienes que ver cómo os han ido las cosas a ti y a Thanos. O a mí y a Thanos. A fin de cuentas, yo soy la única que realmente está casada con él, ¿verdad?
Ceres tuvo que poner las manos contra la piedra de las paredes para evitar saltar de nuevo contra Estefanía.
—Si no hubiera escuchado los cuernos de guerra, te hubiera cortado el cuello —dijo Estefanía. Y después se me ocurrió que sería fácil recuperar el castillo. Y así lo hice.
Ceres negó con la cabeza. No podía creerlo.
—Liberé el castillo.
Ella había hecho más que eso. Lo había llenado de rebeldes. Había cogido a las personas que eran fieles al Imperio y las había encarcelado. A los demás, les había dado una oportunidad, había…
—Ah, estás empezando a verlo ahora, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Todas aquellas personas que tan rápidamente te agradecieron su libertad volvieron a mí con la misma rapidez. Tendré que vigilarlos.
—Tendrás que vigilar mucho más que eso —replicó Ceres—. ¿Piensas que los guerreros de la rebelión permitirán que te quedes aquí jugando a ser reina? ¿Crees que lo harán los combatientes?
—Ah —dijo Estefanía con una exagerada demostración de bochorno que hizo temer a Ceres lo que venía a continuación—. Me temo que tengo malas noticias sobre tus combatientes. Resulta que los mejores guerreros todavía mueren cuando les clavas una flecha en el corazón.
Lo dijo como si nada, de una forma tan burlona, que aunque solo fuera una verdad a medias, era suficiente para romperle el corazón a Ceres. Ella había luchado junto a los combatientes. Había entrenado junto a ellos. Habían sido sus amigos y sus aliados.
—Disfrutas siendo cruel —dijo Ceres.
Para su sorpresa, Estefanía dijo que no con la cabeza.
—Déjame que adivine. ¿Crees que no soy mejor que el idiota de Lucio? ¿Un hombre que no se divertía lo más mínimo a no ser que otro estuviera chillando? ¿Piensas que soy así?
Parecía una descripción bastante aproximada de lo que Ceres quería decir. Especialmente dado todo lo que iba a suceder a continuación.
—¿Y no lo eres? —exigió Ceres—. Oh, perdona, y yo pensando que me habías metido en un hoyo de piedra, esperando la muerte.
—En realidad, esperando la tortura —dijo Estefanía—. Pero es culpa tuya. Tú mereces todo lo que te pase después de todo lo que intentaste quitarme. Thanos era mío.
Tal vez, realmente lo creía. Tal vez, sinceramente sentía que era normal intentar asesinar a tus rivales en las relaciones y en la vida.
—¿Y el resto? —dijo Ceres—. ¿Vas a intentar convencerme de que en el fondo eres una buena persona, Estefanía? Porque estoy bastante segura de que el barco zarpó en el momento en el que tú intentaste mandarme a la Isla de los Prisioneros.
Quizá no debería haberse reído de ella de aquella manera, porque Estefanía levantó un tercer cubo de agua. Pareció que pensarlo por un momento, encogió los hombros y se lo arrojó por encima a Ceres como un baño de agua helada.
—Estoy diciendo que la bondad aquí no encaja, estúpida campesina —le gritó a Ceres mientras esta tiritaba—. Vivimos en un mundo que intentará quitarte todo lo que tienes sin ni siquiera preguntar. Sobre todo, si eres una mujer. Siempre hay bestias como Lucio. Siempre están los que desean tomar y tomar.
—Por eso luchamos contra ellos —dijo Ceres—. ¡Nosotros liberamos a la gente! Los protegemos.
Oyó que Estefanía se reía de eso.
—Realmente crees que la estupidez funciona, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Piensas que la gente en el fondo es buena, y que todo irá bien si les das una oportunidad.
Lo dijo como si fuera algo de lo que mofarse, en lugar de una buena filosofía de vida.
—La vida no es así —continuó Estefanía—. La vida es una guerra, que se libra de cualquier modo que encuentres para hacerlo. No des poder sobre ti a nadie, y toma todo el poder que puedas. De este modo, tienes la fuerza para machacarlos cuando intenten traicionarte.
—Yo no me siento muy machacada —replicó Ceres—. No iba a permitir que Estefanía viera lo débil y vacía que se sentía en aquel momento. Iba a crear la pretensión de fuerza, con la esperanza de poder encontrar el modo de seguir con la realidad.
Vio que Estefanía encogía los hombros.
—Te sentirás. Ahora mismo, tu rebelión está luchando en una batalla con el ejército de Felldust. Puede que gane y entonces yo te venderé para poder salir de la ciudad con toda la riqueza que consiga. Sin embargo, mi sospecha es que Felldust caerá como una ola sobre la ciudad. Dejaré que se abran camino como puedan por las murallas de este castillo, hasta que estén dispuestos a hablar.
—¿Piensas que unos hombres así hablarán contigo? —exigió Ceres—. Te matarán.
Ceres no estaba segura de por qué advertía tanto a Estefanía. El mundo sería un lugar mejor si alguien la mataba, aunque fueran los ejércitos de Felldust.
—¿Crees que no he pensado en ello? —argumentó Estefanía—. Felldust es díscolo. No puede permitirse que sus soldados se queden sentados, mientras asedian un castillo que no pueden tomar. Estarían luchando entre ellos en cuestión de semanas, si no antes. Tendrán que hablar.
—¿Y crees que jugarán limpio contigo? —preguntó Ceres.
A veces, apenas podía creer la prepotencia que mostraba Estefanía.
—No soy estúpida —dijo Estefanía—. Tengo a una de mis doncellas preparándose para hacerse pasar por mí para la primera reunión, para que si nos traicionan, yo tenga tiempo de huir de la ciudad por los túneles. Después de eso, te entregaré, de rodillas y encadenada, a la Primera Piedra Irrien. Una ofrenda con la que empezar las negociaciones de paz. Y ¿quién sabe? Quizás a la Primera Piedra Irrien estará… dispuesto a unir nuestras dos naciones. Siento que podría hacer mucho junto a una persona así.
Ceres negó con la cabeza al pensarlo. Ella no se arrodillaría bajo las órdenes de Estefanía como tampoco lo haría ante cualquier otro noble.
—Piensas que te daré la satisfacción…
—Pienso que no me hace falta esperar a que des nada —replicó Estefanía—. Puedo coger lo que quiera de ti, incluso tu vida. Recuerda esto de aquí en adelante: si no fuera por esta guerra, te hubiera mostrado misericordia y te hubiera matado.
Al parecer, Estefanía tenía una idea sobre la misericordia tan extraña como de todas las demás cosas del mundo.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Ceres. ¿Qué te convirtió en esto?
Estefanía sonrió ante aquello.
—Vi el mundo tal y como era. Y ahora, creo, el mundo te verá tal y como eres. No puedo matarte, así que destruiré el símbolo en el que te convertiste. Vas a luchar por mí, Ceres. Una y otra vez, sin la fuerza que hizo que la gente pensara que eras tan especial. Entremedio, encontraremos maneras de empeorar las cosas.
Aquello no sonaba tan diferente a cualquier cosa que hubieran intentado hacer Lucio o los miembros de la realeza.
—No acabarás conmigo —le prometió Ceres—. No voy a derrumbarme y a suplicarte solo para diversión tuya, o por tu venganza insignificante, o como quieras llamarlo.
—Lo harás —le prometió Estefanía a cambio—. Te arrodillarás ante la Primera Piedra Irrien de Felldust y suplicarás ser su esclava. Me aseguraré de ello.
CAPÍTULO SEIS
Felene había robado barcos de sobra en sus tiempos y estaba satisfecha de ver que este era uno de los mejores. No era mucho más que un esquife, pero navegaba a la perfección, parecía responder tan rápido como el pensamiento y parecía una extensión de ella misma.
—Necesitaría que tuviera más agujeros como este —dijo Felene, moviéndose para achicar el agua que había anegado un lado. Le dolía incluso hacer esto, y las veces que tenía que remar porque había parado el viento…
Felene hacía una mueca de dolor con solo pensarlo.
Examinó la herida con cuidado, moviendo el brazo en todas direcciones para estirar los músculos de la espalda. Había algunos movimientos en los que casi parecía que podía ignorar su presencia, pero había otros…
—¡Que las profundidades te lleven! —blasfemó Felene cuando el dolor la atravesó, ardiente, como un destello.
Lo peor era que cada destello de dolor traía consigo recuerdos de cuando la apuñalaron. De mirar a Elethe a los ojos mientras Estefanía la apuñalaba por detrás. Cada dolor físico traía consigo el sufrimiento de la traición. Se había atrevido a pensar…
—¿En qué? —exigió Felene—. ¿Qué por fin podrías acabar siendo feliz? ¿Qué te lanzarías a la deriva con una princesa y una chica hermosa, y el mundo os dejaría en paz?
Era un pensamiento estúpido. El mundo no ofrecía los finales felices que encuentras en las historias de los poetas. Desde luego, no para ladronas como ella. No importaba lo que sucediera, siempre habría algo más que robar, ya fuera una joya o un trozo de mapa, o el corazón de alguna chica que después resultaría…
—Basta —se dijo Felene a sí misma, pero aquello era más difícil de lo que parecía. Algunas heridas no se curaban.
Y no es que la física lo hubiera hecho ya. Se la había cosido lo mejor que pudo en la playa, pero a Felene le empezaba a preocupar el agujero que el cuchillo de Estefanía le había dejado en la espalda. Se levantó la camisa lo suficiente para empaparla con el agua del mar, apretando los dientes por el dolor mientras la limpiaba.
A Felene la habían herido antes y esta herida no tenía buen aspecto. Había visto heridas como esta en otros y, en general, no habían acabado bien. Estaba aquel guía de escalada a quien había atacado con sus garras un leopardo de las nieves mientras Felene intentaba robar en uno de los templos muertos. Estaba la esclava a la que Felene había rescatado por capricho después de que su amo la azotara con el látigo de forma encarnizada, solo para ver como se consumía y moría. Estaba aquel jugador que había insistido en no moverse de la mesa, aun cuando se había cortado la mano con un trozo de cristal roto.
Felene sabía que ahora lo sensato era volver por donde había venido, buscar a un curandero y descansar el tiempo necesario para volver a ser lo que había sido. Evidentemente, para entonces la invasión probablemente habría terminado y todos los que estaban involucrados estarían desperdigados al viento, pero Felene estaría bien de nuevo, libre para irse a donde quisiera.
Al fin y al cabo, para ella no debería cambiar nada cómo acabara la invasión. Era una ladrona. Siempre habría cosas para robar y siempre estarían los que querrían capturarla. Probablemente habría más como resultado de una guerra, cuando las cosas solían estar un poco menos controladas y siempre había huecos por los que alguien con suficiente astucia se podía colar.
Podía regresar a Felldust, descansar y después buscar alguna nueva aventura en la que embarcarse. Podría partir en busca de islas que hacía tiempo que se habían perdido o dirigirse a tierras en las que el hielo lo encerraba todo como en un puño. Podría haber tesoros y violencia, mujeres y bebida. Todas las cosas que habían acostumbrado a mezclarse tan fácilmente en su vida hasta la fecha.
Lo que la mantenía con el timón de su pequeña barca apuntando hacia Delos era simple: allí era donde estarían Estefanía y Elethe. Estefanía la había engañado acerca de Thanos. La había utilizado para llegar hasta Felldust y, entonces, la había intentado matar. Aún más, había intentado matar a Thanos, aunque los rumores que corrían por Felldust apuntaban a que, por lo menos, había sobrevivido a la toma de la ciudad por parte de la rebelión.
Felene pensaba que no podía dejar pasar lo que Estefanía había hecho. Felene había dejado muchos enemigos atrás cuando partió, pero no le gustaba dejar deudas sin resolver. Una vez, se había batido en un duelo en el Vado del Roble por un insulto de un año atrás, y otra vez había capturado a un cerrajero que había intentado quitarle su parte, siguiéndolo a través de las Tierras de Pasto.
Estefanía moriría por lo que había hecho. Y respecto a Elethe…
En muchos aspectos, su traición era peor. Estefanía era una serpiente y Felene lo supo desde el momento que pisó el barco. Por Elethe realmente había llegado a sentir algo. Por una de las primeras veces en su vida, Felene se había atrevido a pensar más allá del siguiente robo y había empezado a soñar.
—Y vaya un sueño —se dijo Felene a sí misma—. Viajar por el mundo, rescatando hermosas princesas y seduciendo lindas doncellas. ¿Quién te crees que eres? ¿Una especie de heroína?
Parecía más bien el tipo de cosa que hubiera hecho Thanos, que algo para las de su especie.
—Mi vida sería mucho más fácil si no te hubiera conocido, Príncipe Thanos —dijo Felene—. Tiró de una de las cuerdas de su barca, para colocarla mirando hacia una nueva dirección.
Aunque eso no es lo que quería hacer. Principalmente, lo que sería su vida de no haber conocido a Thanos sería más corta. Hubiera muerto en la Isla de los Prisioneros sin él, y después de aquello…
Él era un hombre que parecía tener una causa. Alguien que defendía algo, aunque hubiera sido Felene la que le había recordado qué era. Era un hombre que se había preparado para luchar contra todo lo que le habían educado para que fuera. Había luchado contra el Imperio, aunque para él hubiera sido más fácil no hacerlo. Se había preparado para dar su vida para salvar a gente como Estefanía, que verdaderamente era lo que hacía un héroe.
—Supongo que si tuviera un poco de sensatez, estaría enamorada de ti —dijo Felene mientras pensaba en el príncipe—. Desde luego, era una persona mejor de la que enamorarse que gente como Elethe. Pero en esta vida no se conseguía lo que se deseaba. Y, por supuesto, no podías escoger cuando se trataba de amor.
Bastaba con que Thanos era un hombre al que respetar, incluso admirar. Bastaba con que, solo pensar en el tipo de cosa que él haría, hacía de Felene una mejor persona.
—Aunque no necesariamente más sensata.
Felene suspiró. No tenía sentido intentar discutir con ella misma. Sabía lo que iba a hacer.
Iba hacia Delos. Encontraría a Thanos si, por un golpe de suerte, todavía estaba vivo. Encontraría a Estefanía, encontraría a Elethe, y habría sangre por sangre, muerte por muerte. Probablemente, Thanos hubiera discutido por algo más amable o más civilizado, pero solo hasta aquí se podía llegar emulando a la gente. Incluso a los príncipes.
Ahora, solo estaba el problema de llegar a Delos y entrar. Para cuando llegara allí, Felene no tenía ninguna duda de que sería una ciudad en guerra, si no había caído completamente. La flota de Felldust probablemente sería una barricada flotante delante de la ciudad y bloquear puertos era una táctica que hacía tiempo que se había establecido en tiempos de guerra.
No era que a Felene le preocuparan este tipo de cosas. De vez en cuando había sacado un buen provecho del contrabando en los asedios. Comida, información, gente que quería salir, todo era lo mismo.
Aún así, Felene imaginaba que los soldados de Felldust no le darían una buena bienvenida si era tan estúpida como para simplemente arremeter contra la ciudad. Felene ya veía fragmentos de la flota de Felldust delante de ella, embarcaciones que se extendían en el agua desde Felldust hasta el Imperio como las cuentas de un collar. La flota principal hacía rato que había partido, pero ahora se habían apiñado en grupos de tres o cuatro, saliendo juntos mientras esperaban sacar el máximo provecho de la invasión que estaba por llegar.
En muchos aspectos, probablemente eran los más sensatos. Felene siempre había tenido más afinidad con la gente que aparecía para robar tras una lucha que con los que ponían sus vidas en peligro. Estos eran los que sabían cuidar de ellos mismos. Ellos eran la gente de Felene.
Entonces se le ocurrió una idea y Felene giró su esquife en dirección a uno de los grupos. Con su mejor brazo, sacó un cuchillo.
—¡Eh, los de allí! —exclamó en el mejor dialecto de Felldust que pudo.
Un hombre, que la apuntaba con un arco, apareció en el barandal.
—Te quitaremos todo lo que…
Balbuceó cuando Felene le lanzó la espada, cortándolo a media frase. Cayó del barco, salpicando agua al impactar contra ella.
—Era uno de mis mejores hombres —dijo la voz de un hombre—.
Felene rió.
—Lo dudo, o no hubieras dejado que fuera él el que saliera a ver si yo era una amenaza. ¿Tú eres el capitán aquí?
—Así es —contestó gritando—.
Eso era bueno. Felene no tenía tiempo para negociar con aquellos que no estaban en posición de hacerlo.
—¿Vais todos hacia Delos? —preguntó.
—¿Dónde íbamos a ir sino? —contestó el capitán—. ¿Piensas que hemos salido a pescar?
Felene pensó en algunos de los tiburones que la habían perseguido hasta la orilla. Pensó en el cuerpo que había ido a parar entre ellos ahora.
—Podría ser. En el agua hay cebo y, por estas partes, hay algunos premios gordos.
—Y algunos más grandes en Delos —respondió la voz—. ¿Intentas unirte a nuestro convoy?
Felene encogió los hombros adrede como si no le importara.
—Imagino que otra espada os irá bien.
—Y a ti te irán bien otras cincuenta. Pero parece que sabes luchar. No nos entorpecerás y comerás tus propias provisiones. ¿Te parece bien?
Más que bien, pues Felene había encontrado el modo de entrar en Delos. Por muy cuidadoso que fuera el cordón que rodeaba la ciudad, la flota de Felldust no la miraría dos veces si era parte de ella.
—Me parece bien —contestó—. ¡Siempre y cuando vosotros no me entorpezcáis a mí!
—Ansiosa por el oro. Me gusta.
Podía gustarles lo que quisieran, siempre y cuando dejaran a Felene tranquila. Dejémosles que piensen lo que quieran. Lo único que importaba era…
El ataque de tos cogió a Felene por sorpresa, doblándola de dolor con su fuerza. Se extendió rápidamente dentro de ella, parecía que sus pulmones estaban ardiendo. Se acercó una mano a la boca y, al apartarla, estaba sucia de sangre.
—Tú, ¿estás bien? —exclamó el capitán del barco, con una voz claramente sospechosa—. ¿Eso es sangre? No tendrás ninguna plaga, ¿verdad?
Felene no tenía ninguna duda de que la haría viajar sola si pensaba que sí. Eso, o quemaría su barca para asegurarse de que no se acercaba ninguna enfermedad.
—Me dieron un puñetazo en la barriga en una pelea en los muelles —mientras se limpiaba la mano en el barandal—. Nada importante.
—Si toses sangre, no parece nada bueno —respondió el capitán—. Deberías ir a buscar un curandero. Si estás muerta no puedes gastar el oro.
Seguramente era un buen consejo, pero Felene nunca había escuchado esas cosas. Sobre todo cuando tenía cosas mejores que hacer. Si solo hubiera estado en juego el oro, podría haber hecho exactamente lo que le sugería el hombre.
—Eso dicen —bromeó Felene—. Yo diría que no lo intentan lo suficiente.
Dejó que el capitán del barco riera. Ella tenía cosas mejores que hacer.
Era el momento de matar a Estefanía y Elethe.
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