Kitabı oku: «La fábrica mágica », sayfa 2

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Con la mente dándole vueltas, volvió a su libro y leyó, por millonésima vez, el pasaje sobre Armando Illstrom. Gracias a su invento, Oliver había asustado a Chris por primera vez en su vida. Deseaba conocer a Armando Illstrom más que nunca. Yen realidad la fábrica no estaba tan lejos de su nueva escuela. Tal vez debería visitarlo mañana después de la escuela.

Pero seguramente él ahora sería un hombre muy mayor. Posiblemente tan mayor que ya habría pasado a mejor vida. Pensar eso entristecía a Oliver. Odiaría que su héroe hubiera muerto antes de que hubiera tenido ocasión de conocerlo, ¡y de agradecerle que inventara la trampa cazabobos!

Leyó de nuevo el pasaje sobre la serie de inventos fallidos de Armando. El pasaje enunciaba –en un tono bastante irónico, observó Oliver- que Armando Illstrom había estado a punto de inventar una máquina del tiempo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su fábrica fue a menos. Pero cuando terminó la guerra, Armando nunca intentó terminar su invento. Desde el principio, todos lo habían ridiculizado por intentarlo, llamándolo el Edison Menor. Oliver se preguntaba por qué Armando había parado. Seguro que no era porque unos inventores bravucones se habían reído de él.

Se le despertó el interés. Decidió que, al día siguiente, encontraría la fábrica. Y si Armando Illstrom todavía estaba vivo, le preguntaría, a la cara, qué había pasado con su máquina del tiempo.

Sus padres aparecieron por la esquina de la cocina, ambos cubiertos de comida.

—Nos vamos a la cama —dijo su madre.

—¿Y qué pasa con mis sábanas y mis cosas? —preguntó Oliver, mirando al hueco vacío.

Su padre suspiró.

—Supongo que quieres que vaya a buscarlas al coche, ¿verdad?

—Estaría bien —respondió Oliver—. Me gustaría dormir bien antes de ir mañana a la escuela.

La sensación de terror que sentía por el día de mañana empezaba a crecer, siendo un reflejo de la tormenta que se estaba formando. Ya podía decir que iba a pasar el peor día de su vida. Por lo menos, quería estar descansado para prepararse. Había tenido tantos horribles primeros días en escuelas nuevas, que estaba seguro de que mañana iba a ser otro para añadir a la lista.

Su padre salió de la casa caminando fatigosamente y de mala gana, una columna de aire se coló rugiendo cuando abrió la puerta. Volvió al cabo de unos segundos con una almohada y una sábana para Oliver.

—De aquí a dos días compraremos una cama —dijo, mientras le daba la ropa de cama a Oliver. Estaba fría por haber estado todo el día en el coche.

—Gracias —respondió Oliver, agradecido por esa mínima comodidad.

Sus padres se fueron, apagaron la luz al marcharse, sumergiendo a Oliver en la oscuridad. Ahora la única luz de la habitación venía de fuera, de una farola de la calle.

El viento empezó a rugir de nuevo y los cristales de las ventanas traqueteaban. Oliver veía que el tiempo estaba alborotándose, que había algo raro en el aire. En la radio había oído que se acercaba una tormenta nunca vista. No podía evitar emocionarse por ello. La mayoría de niños tendrían miedo de una tormenta, pero Oliver solo tenía miedo de su primer día en su nueva escuela.

Fue hacia la ventana y apoyó los codos en el alféizar, tal y como había hecho antes. El cielo estaba casi completamente oscuro. Un árbol larguirucho se movía con el viento, doblado hacia un lado de forma pronunciada. Oliver se preguntaba si podría quebrarse. Ahora podía imaginarlo, la fina corteza se partía, el árbol salía lanzado hacia el aire y se lo llevaban por el viento extremo.

Y entonces fue cuando los vio. Justo cuando estaba cambiando a su estado de ensoñación, vio a dos personas que estaban al lado del árbol. Una mujer y un hombre que se parecían extraordinariamente a él, tanto que podrían confundirse con sus padres. Tenían caras amables y le sonreían mientras se daban las manos.

Oliver se apartó de la ventana de un saltó, sorprendido. Por primera vez, se dio cuenta de que ninguno de sus padres se parecía nada a él. Los dos tenían el pelo oscuro y los ojos azules, como Chris. Oliver, por otro lado, tenía la combinación más extraña de pelo rubio y ojos marrones.

De repente, Oliver se preguntó si sus padres no eran realmente sus padres. ¿Quizá fuera por eso por lo que lo odiaban tanto? Miró por la ventana pero las dos personas ya no estaban. Solo eran productos de su imaginación. Pero parecían muy reales. Y muy familiares.

—«Una ilusión» —concluyó Oliver.

Oliver se sentó recostado en la fría pared, acurrucado en el hueco que era su nueva habitación y se tapó con las sábanas. Se llevó las rodillas al pecho, las sujetó con fuerza y una repentina sensación extraña le golpeó, un momento de comprensión, de claridad –acerca de que todo estaba a punto de cambiar.

CAPÍTULO DOS

Oliver despertó con una sensación de inquietud. Le dolía todo el cuerpo de dormir sobre el suelo duro. Las sábanas no habían sido lo suficientemente gruesas para evitar que el frío le llegara a los huesos. Estaba sorprendido de haber podido dormir algo, teniendo en cuenta lo nervioso que estaba por su primer día de escuela.

La casa estaba muy silenciosa. Nadie más estaba despierto. Oliver se dio cuenta de que, en realidad, se había despertado más pronto de lo necesario gracias al apagado amanecer que se colaba por la ventana.

Se levantó y echó un vistazo por la ventana. El viento había causado estragos durante la noche, había tumbado vallas y buzones y había tirado basura por las aceras. Oliver miró hacia el árbol larguirucho y torcido donde había tenido la visión de la afable pareja la noche anterior, los que se parecían tanto a él y que le hicieron preguntarse si, tal vez, él no era para nada familia de los Blues. Negó con la cabeza. Solo son ilusiones por su parte, razonó. ¡Cualquiera que tuviera a Chris Blue como hermano mayor soñaría con no estar relacionado con él de verdad!

Como sabía que tenía un poco más de tiempo antes de que despertara su familia, Oliver dejó la ventana y fue hasta su maleta. La abrió y miró todos los engranajes y alambres, las palancas y los interruptores de dentro, que había acumulado para sus inventos. Se sonrió a sí mismo al mirar el tirachinas cazabobos que había usado el día anterior con Chris. Pero este solo era uno de los muchos inventos de Oliver y no era el más importante, ni de lejos. El invento definitivo de Oliver era algo un poco más complejo y muchísimo más importante –pues Oliver estaba intentando inventar un modo de hacerse invisible.

En teoría, era posible. Había leído sobre ello. En realidad, solo eran necesarios dos elementos. El primero era desviar la luz alrededor del objeto para que no pudiera hacer sombra, parecido al modo en el que el agua de la piscina desviaba la luz y hacía que los nadadores que estaban dentro se vieran extrañamente bajitos. El segundo elemento necesario para la invisibilidad consistía en eliminar el reflejo del objeto.

Sobre el papel parecía muy sencillo, pero Oliver sabía que existía una razón por la que nadie lo había conseguido todavía. Sin embargo, eso no iba a impedir que lo intentara. Lo necesitaba para huir de su miserable vida y no importaba el tiempo que le costara llegar hasta ahí.

Fue hasta su maleta y sacó todos los trozos de tela que había acumulado en busca de algo con propiedades refractivas negativas. Desafortunadamente, todavía no había encontrado la tela adecuada. Después sacó todos los rollos de alambre fino que necesitaría para hacer microondas magnéticas para curvar la luz de forma natural. Desgraciadamente, ninguno de ellos eran suficientemente finos. Para funcionar, los rollos tendrían que tener un ancho menor a cuarenta nanómetros, lo que era un ancho tan pequeño que era inviable que la mente humana lo concibiera. Pero Oliver sabía que alguien, en algún lugar, algún día, tendría una máquina que hiciera los alambres suficientemente finos y las telas suficientemente refractivas.

Justo entonces, oyó que el despertador de sus padres tintineaba en el piso de arriba. Rápidamente, guardó todas sus cosas, pues sabía de sobra que a continuación irían a despertar a Chris y que si lo que estaba intentando hacer llegaba alguna vez a oídos de Chris, este destrozaría todo su duro trabajo.

Entonces a Oliver le rugió el estómago y le recordó que el abuso y el tormento de Chris estaban a punto de empezar de nuevo, y que era mejor que tuviera algo de comida dentro antes de que lo hicieran.

Pasó por delante de la mesa del comedor, todavía rota, y fue a la cocina. La mayoría de los armarios estaban rotos. La familia todavía no había tenido la ocasión de ir a hacer la compra para la nueva casa. Pero Oliver encontró una caja de cereales que había venido en la mudanza y en la nevera había leche fresca, así que rápidamente preparó un bol y lo devoró. Justo a tiempo también. Unos segundos más tarde, sus padres aparecieron en la cocina.

—¿Café? —le preguntó su madre a su padre, con cara de sueño y el pelo enredado.

Su padre sencillamente gruñó un sí. Miró la mesa rota y, con un fuerte suspiro, fue a buscar cinta de embalar. Se puso a arreglar la pata de la mesa, con un gesto de dolor mientras lo hacía.

—Es esa cama —se quejó mientras trabajaba—. Está torcida. Y el colchón está lleno de bultos —Se frotó la espalda para recalcar lo que decía.

Oliver sintió una ola de rabia. ¡Por lo menos su padre había dormido en una cama! ¡Era él el que había tenido que dormir sobre unas sábanas en un rincón! La injusticia le escocía.

—No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir un día entero en el servicio telefónico de atención al cliente —añadió la madre de Oliver, viniendo con el café. Lo colocó encima de la mesa provisionalmente arreglada.

—¿Tienes un trabajo nuevo, mamá? —preguntó Oliver.

Mudarse de casa todo el tiempo hacía imposible que sus padres conservaran un trabajo de jornada completa. Cuando estaban en el paro, las cosas en casa eran más duras. Pero si su madre estaba trabajando eso significaba mejor comida, mejor ropa y calderilla para comprar más chismes para sus inventos.

—Sí —dijo, soltando una sonrisa forzada—. Papá y yo, los dos. Pero son muchas horas. Hoy es un día de prueba pero, después de esto, haremos el último turno. Así que no estaremos aquí después de la escuela. Pero Chris cuidará de ti, así que no hay nada de lo que preocuparse.

Oliver sintió cómo se le encogía el estómago. Preferiría que Oliver no estuviera en la ecuación para nada. Él era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo.

Como convocado al mencionar su nombre, Chris entró de un salto de repente en la cocina. Era el único Blue que parecía renovado esa mañana. Se estiró y soltó un bostezo exagerado, mientras su camiseta se subía por encima de su barriga redonda y rosada.

—Buenos días, mi maravillosa familia —dijo con su sonrisa sarcástica. Rodeó a Oliver con un brazo y le hizo una llave de cabeza astutamente enmascarada como cariño de hermano—. ¿Cómo estás, enano? ¿Con ganas de ir a la escuela?

Chris lo sujetaba con tanta fuerza que Oliver apenas podía respirar. Como siempre, sus padres parecían ajenos al acoso.

—Estoy… impaciente… —consiguió decir.

Chris soltó a Oliver y tomó un asiento a la mesa delante de su padre. Su madre trajo de tostadas con mantequilla de la encimera. Lo colocó en el centro de la mesa. El padre cogió una rebanada. Entonces Chris se inclinó hacia delante y cogió el resto, sin dejar nada para Oliver.

—¡EH! —gritó Oliver—. ¿Lo habéis visto?

Su madre miró el plato vacío y soltó uno de sus exasperados suspiros. Miró al padre como si esperara que él se metiera y dijera algo. Pero su padre solo encogió los hombros.

Oliver apretó los puños. Era muy injusto. Si él no se hubiera anticipado a un suceso así, se hubiera perdido otra comida gracias a Chris. Le enfurecía que ninguno de sus padres nunca le defendiera, o que nunca pareciera darse cuenta de lo a menudo que él tenía que quedarse sin por culpa de Chris.

—¿Iréis juntos andando a la escuela? —preguntó la madre, claramente intentando desviar el tema.

—No puedo —dijo Chris con la boca llena. La mantequilla se escurría por su barbilla—. Si me ven con un empollón, nunca haré amigos.

Su padre levantó la cabeza. Por un segundo, parecía que estaba a punto de decir algo a Chris, de reñirlo por insultar a Oliver. Pero después claramente cambió de opinión, pues simplemente suspiró con poca energía y dejó caer la mirada de nuevo a la mesa.

Oliver apretó los dientes, intentando mantener a raya su creciente ira.

—No me importa —dijo entre dientes, lanzando una mirada asesina a Chris—. Preferiría no estar a menos de treinta metros de ti, de todas formas.

Chris dejó ir una maliciosa risa de perro.

—Chicos… —advirtió su madre con una voz más mansa que nunca.

Chris sacudió su puño hacia Oliver, lo que indicaba con bastante claridad que más tarde volvería a por él.

Al terminar el desayuno, la familia se preparó rápidamente y se marcharon de casa para empezar sus respectivos días.

Oliver observó cómo sus padres entraban en su coche maltrecho y se marchaban. Después se marchó ofendido sin decir una palabra más, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. Oliver sabía lo importante que era para Chris dejar claro que no había que molestarlo. Esta era su armadura, la forma en la que él se enfrentaba a presentarse en una escuela nueva cuando hacía seis semanas que había empezado el curso. Por desgracia para Oliver, él era demasiado delgado y demasiado bajito para ni tan solo intentar cultivar una imagen así. Su apariencia no hacía más que incrementar lo que ya llamaba la atención.

Chris se fue hecho una furia hasta desaparecer de la vista de Oliver, dejándolo solo andando por las calles desconocidas. No fue el paseo más agradable de la vida de Oliver. El barrio era duro, con un montón de perros furiosos ladrando tras vallas de alambre, y coches ruidosos y destartalados que giraban violentamente en las calles llenas de baches sin tener en cuenta a los niños que cruzaban.

Cuando el Campbell Junior High se alzó amenazador ante él, Oliver sintió que un escalofrío lo recorría. Era un lugar de aspecto horrible hecho de ladrillos grises, completamente cuadrado y con una fachada castigada por el clima. No había ni tan solo hierba sobre la que sentarse, solo un gran patio de asfalto con aros de baloncesto rotos a cada lado. Los niños se daban empujones los unos a los otros, peleando por la pelota. ¡Y el ruido! Era ensordecedor, de discusiones a cantos, de gritos a parloteo.

Oliver deseaba dar la vuelta e irse corriendo por donde había venido. Pero se tragó su miedo y ando, con la cabeza baja y las manos en el bolsillo, a través del patio y de las grandes puertas de cristal.

Los pasillos del Campbell Junior High estaban oscuros. Olían a lejía, a pesar de que parecía que no los habían limpiado en una década. Oliver vio un letrero hacia la zona de recepción y lo siguió, pues sabía que tendría que darse a conocer a alguien. Cuando la encontró, dentro había una mujer con un aspecto aburrido y enfadado, con las luchas largas y rojas y escribiendo en un ordenador.

—Perdone —dijo Oliver.

No respondió. Él se aclaró la voz y lo intentó de nuevo, un poco más alto.

—Perdone. Soy un alumno nuevo, empiezo hoy.

Por fin, movió sus ojos del ordenador a Oliver. Entrecerró los ojos.

—¿Un alumno nuevo? —preguntó, con una mirada de sospecha en la cara—. Estamos en octubre.

—Lo sé —respondió Oliver. No hacía falta que se lo recordaran—. Mi familia se acaba de mudar aquí. Me llamo Oliver Blue.

Lo contempló en silencio durante un largo momento. Después, sin decir ni palabra, volvió de nuevo su atención al ordenador y empezó a escribir. Sus largas uñas repiqueteaban contra las teclas.

—¿Blue? —dijo—. Blue. Blue. Blue. Oh, aquí. Christopher John Blue. Octavo curso.

—Oh, no, ese es mi hermano —respondió Oliver—. Yo soy Oliver. Oliver Blue.

—No veo a ningún Oliver –respondió débilmente.

—Bueno… aquí estoy —dijo Oliver, sonriendo débilmente—. Debería estar en la lista. En algún sitio.

La recepcionista parecía extremadamente poco impresionada. Todo ese debacle no le estaba ayudando a él lo más mínimo con sus nervios. Ella volvía a escribir y soltó un largo suspiro.

—Bueno. Aquí está. Oliver Blue. Sexto curso —Se giró en su silla giratoria y dejó una carpeta con documentación encima de la mesa—. Tienes tu horario, mapa, contactos útiles, etcétera, todo está aquí —Le dio un golpecito sin muchas ganas con una de sus uñas rojas y brillantes—. Tu primera clase es inglés.

—Perfecto —dijo Oliver, cogiendo la carpeta y metiéndosela bajo el brazo—. Se me da bien.

Sonrió para evidenciar que había hecho una broma. La recepcionista torció un poco un lado del labio hacia arriba, solo un poquito, en una expresión que podría haber parecido diversión. Se dio cuenta de que no tenían nada más que decirse y notó que a la recepcionista le gustaría mucho que se fuera, así que Oliver salió de la habitación cogiendo con fuerza su carpeta.

Una vez en el pasillo, la abrió y empezó a estudiar el mapa, en busca del aula de inglés y de su primera clase. Estaba en el tercer piso, así que Oliver fue en dirección a las escaleras.

Allí, los chicos que se daban empujones parecían hacerlo más. Oliver se dejó llevar dentro de un mar de cuerpos, empujado hacia las escaleras por la multitud más que por su propia voluntad. Tuvo que abrirse camino a la fuerza dentro de aquel enjambre para salir al tercer piso.

Salió al pasillo del tercer piso respirando con dificultad. ¡Esa no era una experiencia que quisiera repetir varias veces al día!

Usando el mapa para que lo guiara, Oliver pronto encontró el aula de Inglés. Miró a través dela ventanilla cuadrada de la puerta. Ya estaba llena de alumnos. Sintió que el estómago le daba vueltas por la angustia al pensar en conocer a gente nueva, en que lo vieran, lo juzgaran y lo analizaran. Empujó el mango de la puerta y entró.

Evidentemente, tenía razón para asustarse. Lo había hecho las veces suficientes como para saber que todo el mundo miraría con curiosidad al niño nuevo. Oliver había tenido esa sensación más veces de las que quería recordar. Intentaba no mirar a nadie a los ojos.

—¿Quién eres tú? —dijo una voz ronca.

Oliver se giró y vio al profesor, un hombre mayor con el pelo asombrosamente blanco, que alzó la mirada de la mesa hacia él.

—Me llamo Oliver. Oliver Blue. Soy nuevo aquí.

El profesor frunció el ceño. Tenía los ojos negros, pequeños y brillantes. Se quedó mirando a Oliver durante un largo e incómodo rato. Evidentemente, eso no hizo más que acrecentar el estrés de Oliver, pues ahora incluso más compañeros se estaban fijando en él y muchos más entraban a raudales por la puerta. Un público más y más grande lo observaba con curiosidad, como si fuera una especie de espectáculo de circo.

—No sabía que tendría uno más —dijo por fin el profesor, con un aire de desprecio —Hubiera estado bien que me informaran—. Suspiró con poca energía, recordándole a Oliver a su padre—. Bueno, supongo que tendrás que sentarte.

Oliver fue a toda prisa hasta un asiento libre, sintiendo cómo todos lo seguían con la mirada. Él intentaba hacerse lo más pequeño posible, lo más invisible posible. Pero evidentemente destacaba como un pulgar irritado, por mucho que intentara esconderse. Al fin y al cabo, era el chico nuevo.

Ahora todos los asientos estaban llenos y el profesor empezó la clase.

—Seguiremos por donde lo dejamos en la última clase —dijo—. Las reglas gramaticales. ¿Alguien puede explicarle a Óscar de qué estábamos hablando?

Todo el mundo empezó a reírse por el error.

Oliver sintió que se le tensaba la garganta.

—Err, siento interrumpir, pero me llamo Oliver. No Óscar.

Al instante, la expresión del profesor se volvió enojada. Oliver supo de inmediato que no era el tipo de hombre que agradecía que le corrigieran.

—Cuando llevas sesenta y seis años viviendo con un nombre como Sr. Portendorfer —dijo el profesor fulminándolo con la mirada—, superas que la gente pronuncie mal tu nombre. Profendoffer. Portenworten. Lo he oído todo. ¡Así que te sugiero, Óscar, que seas menos preciso con tu nombre!

Oliver subió las cejas, aturdido y en silencio. Incluso el resto de sus compañeros parecía sorprendido por el arrebato, pues ni tan solo tenían una risita nerviosa. La reacción del Sr. Portendorfer estaba por encima de lo que cualquiera esperaba y que fuera dirigida a un chico nuevo lo hacía incluso peor. De la recepcionista cascarrabias al inestable profesor de inglés, ¡Oliver se preguntaba si había ni que fuera una única persona amable en toda la nueva escuela!

El Sr. Portendorfer empezó a hablar de forma monótona sobre pronombres. Oliver se agachó todavía más en su asiento, sintiéndose tenso e infeliz. Afortunadamente, el Sr. Portendorfer no se metió más con él, pero cuando sonó el timbre una hora más tarde, su reprimenda todavía sonaba en los oídos de Oliver.

Oliver caminaba fatigosamente por las aulas en busca de su clase de matemáticas. Cuando la encontró, se aseguró de ir directamente a la última fila. Si el Sr. Portendorfer no sabía que tenía un nuevo alumno, tal vez el profesor de matemáticas tampoco lo supiera. Tal vez podría ser invisible durante la siguiente hora.

Para alivio de Oliver, funcionó. Estuvo sentado, en silencio y anónimo, durante toda la clase, como un fantasma obsesionado con el álgebra. Pero Oliver pensaba que eso tampoco parecía la mejor solución a sus problemas. Pasar desapercibido era igual de malo que ser humillado en público. Le hacía sentir insignificante.

El timbre sonó de nuevo. Era la hora de comer, así que Oliver siguió su mapa hasta el comedor. Si el patio había sido intimidante, no era nada comparado con el comedor. Aquí, los chicos eran como animales salvajes. Sus voces estridentes hacían eco en las paredes, haciendo el ruido aún más insoportable. Oliver agachó la cabeza y fue a toda prisa hacia la cola.

Bam. De repente, chocó contra un cuerpo grande y ominoso. Lentamente, Oliver alzó la mirada.

Para su sorpresa, estaba mirando a la cara de Chris. A cada lado de él, en una especie de formación de flecha, había tres chicos y una chica con la misma cara enfurruñada. Amigotes fue la palabra que le vino a la mente a Oliver.

—¿Ya has hecho amigos? —dijo Oliver, intentando no parecer sorprendido.

Chris entrecerró los ojos.

—No todos somos friquis antisociales y perdedores —dijo.

Oliver se dio cuenta de que esa no iba a ser una interacción agradable con su hermano. Pero, por otra parte, nunca lo eran.

Chris miró a sus nuevos amigotes.

—Este es el mocoso de mi hermano, Oliver —anunció. Después soltó una carcajada—. Duerme en un hueco.

Sus nuevos amigos abusones también empezaron a reír.

—Aquí lo tenéis para hacerle dar vueltas, tirarle de los calzoncillos hacia arriba, llaves de cabeza y mi favorito —continuó Chris. Agarró a Oliver y le apretó sus nudillos contra la cabeza—. Los coscorrones.

Oliver se retorcía y revolcaba mientras Chris lo tenía agarrado. Atrapado en la horrible y dolorosa llave de cabeza, Oliver recordó sus poderes del día anterior, el momento en el que había roto la pata de la mesa y había mandado las patatas sobre el regazo de Chris. Si supiera cómo había reunido esos poderes, podría hacerlo ahora y liberarse. Pero no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Lo único que había hecho era visualizar en su imaginación que la mesa se rompía, que el soldadito de plomo volaba por los aires. ¿Era eso lo único que hacía falta? ¿Su imaginación?

Ahora lo intentaba, se imaginaba a sí mismo peleando hasta librarse de Chris. Pero no sirvió de nada. Con todos los nuevos amigos de Chris mirando y riendo con regocijo, estaba demasiado sintonizado con la realidad de su humillación como para cambiar su mente a la imaginación.

Finalmente, Chris lo soltó. Oliver se tambaleó hacia atrás, frotándose su dolorida cabeza. Se aplanó el pelo con la mano, que se había quedado encrespado por la electricidad estática. Pero más que la humillación por el acoso de Chris, Oliver sentía el escozor de la decepción por fracasar en reunir sus poderes. Quizás todo lo de la mesa de la cocina fue solo una coincidencia. Quizá no tenía ningún poder especial después de todo.

La chica que se apoyaba sobre el hombro de Chris habló en voz alta.

—Estoy impaciente por conocerte mejor, Oliver —Lo dijo en una voz amenazante que Oliver entendió que quería decir justo lo contrario.

Había estado preocupado por los abusones. Evidentemente, debería haber previsto que el peor abusón de todos sería su hermano.

Oliver se abrió camino entre Chris y sus nuevos amigos a empujones y se dirigió a la cola de la comida. Con un suspiro triste, cogió un sándwich de queso de la nevera y se fue, hecho polvo, hacia el baño. El cubículo del lavabo era el único lugar en el que se sentía a salvo.

***

La siguiente clase de Oliver después de la comida era ciencias. Deambuló por los pasillos en busca del aula correcta, con el estómago revuelto por la certeza de que sería tan mala como sus dos primeras clases.

Cuando encontró el aula llamó a la puerta. La profesora era más joven de lo que él esperaba. Los profesores de ciencias, según su experiencia, acostumbraban a ser mayores y algo raro, pero la Sra. Belfry parecía completamente cuerda. Tenía el pelo largo, liso y castaño claro, que era casi del mismo color que su vestido de algodón y su chaqueta de punto. Se giró cuando lo oyó llamar y sonrió, mostrando unos hoyuelos en las mejillas y le hizo señas para que entrara.

—Hola —dijo la Sra. Belfry sonriendo—. ¿Tú eres Oliver?

Oliver asintió. Aunque era el primero en estar allí, de repente se sintió muy tímido. Por lo menos, parecía que esta profesora lo esperaba. Eso era un alivio.

—Encantada de conocerte —dijo la Sra. Belfry, alargando la mano para dársela.

Todo era muy formal, pero para nada lo que esperaba Oliver teniendo en cuenta lo que había experimentado en el Campbell Junior High hasta el momento. Pero le dio la mano. Tenía una piel muy cálida y su conducta amable y respetuosa le ayudó a sentirse a gusto.

—¿Tuviste ocasión de leer un poco? —preguntó la Sra. Belfry.

Oliver abrió los ojos como paltos y sintió un pequeño ataque de pánico en el pecho.

—No sabía que había que leer algo.

—No pasa nada —dijo la Sra. Belfry para tranquilizarlo, sonriendo con su amable sonrisa—. No hay de qué preocuparse. Este trimestre estamos aprendiendo acerca de científicos y algunos personajes históricos importantes —Señaló hacia un retrato en blanco y negro que había en la pared—. Este es Charles Babbage, inventó la…

—… calculadora —terminó Oliver.

La Sra. Belfry sonrió y aplaudió.

—¿Ya lo sabías?

Oliver asintió.

—Sí. Y a menudo se le atribuye ser el padre del ordenador, pues fueron sus diseños los que llevaron a su invención —Miró hacia la siguiente retrato que había en la pared—. Y ese es James Watt —dijo—. El inventor de la máquina de vapor.

La Sra. Belfry asintió. Parecía entusiasmada.

—Oliver, ya puedo decirte que vamos a llevarnos estupendamente.

Justo entonces, se abrió la puerta y entraron los compañeros de Oliver a raudales. Tragó saliva, su ansiedad había vuelto en una enorme avalancha.

—¿Por qué no te sientas? —sugirió la Sra. Belfry.

Él asintió y se apresuró a ir al asiento más cercano a la ventana. Si se complicaba todo mucho, como mínimo podría mirar hacia fuera e imaginarse en algún otro lugar. Desde allí, tenía una gran vista del barrio, de todos los trozos de basura y las hojas crujientes del otoño que se llevaba el viento. Las nubes allá arriba parecían incluso más oscuras que por la mañana. Esto no ayudaba a la sensación de premonición de Oliver.

El resto de los niños de la clase hacían mucho ruido y estaban muy alborotados. A la Sra. Belfry le llevó un buen rato tranquilizarlos para poder empezar la clase.

—Hoy seguiremos donde lo dejamos la semana pasada —dijo, teniendo que subir la voz para que la oyeran por encima del escándalo, se dio cuenta Oliver—. Con algunos increíbles inventores de la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto si alguien sabe quién es.

Sujetó en alto una foto en blanco y negro de una mujer sobre la que Oliver había leído en su libro de inventores. Katharine Blodgett, que inventó la máscara antigás, la cortina de humo y el vidrio no reflejante que se usó en los periscopios submarinos en tiempos de guerra. Después de Armando Illstrom, Katharine Blodgett era una de las inventoras favoritas de Oliver, pues pensaba que todos los avances tecnológicos que había hecho en la Segunda Guerra Mundial eran fascinantes.

Justo entonces, se dio cuenta de que la Sra. Belfry lo estaba mirando expectante. Seguramente por la cara que ponía él podía decir que él sabía exactamente quién era la de la foto. Pero después de las experiencias de hoy, le daba miedo decir cualquier cosa en voz alta. Con el tiempo, su clase descubriría que era un empollón; Oliver no quería acelerar el proceso.

Pero la Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza, entusiasta y alentadora. Contra su propia convicción, abrió la boca.

—Es Katharine Blodgett —dijo, por fin.

La sonrisa de la Sra. Belfry estalló en su rostro, mostrando sus encantadores hoyuelos.

—Correcto, Oliver. ¿Puedes decir a la clase quién es? ¿Qué inventó?

Oliver oyó unas risitas por lo bajo detrás de él. Los niños ya se estaban dando cuenta de su condición de empollón.

—Fue una inventora durante la Segunda Guerra Mundial —dijo—. Creó montones de inventos importantes y útiles en tiempos de guerra, como los periscopios submarinos. Y las máscaras antigás, que salvaron la vida de muchas personas.

La Sra. Belfry parecía entusiasmada con Oliver.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
331 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640299290
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