Kitabı oku: «Soldado, Hermano, Hechicero », sayfa 2
“Así lo haremos”, le aseguró.
La segunda parte era más difícil.
“Todos los demás, venid conmigo al castillo”.
Señaló hacia donde estaba la fortificación, por encima de la ciudad.
“Durante demasiado tiempo, ha sido un símbolo del poder que tienen sobre vosotros. Hoy, lo tomaremos”.
Dio un vistazo a la multitud, intentando calibrar su reacción.
“Si no tenéis arma, conseguid una. Si estáis demasiado heridos, o no queréis hacer esto, no es ninguna deshonra quedarse, ¡pero si venís, podréis decir que estuvisteis allí el día en que Delos consiguió su libertad!”
Hizo una pausa.
“¡Pueblo de Delos!” gritó, con voz retumbante. “¿¡Estáis conmigo!?”
El rugido que dio la multitud por respuesta fue suficiente para dejarla sorda.
CAPÍTULO TRES
Estefanía se agarraba al barandal de su barca, sus nudillos estaban tan blancos como la espuma del mar. No estaba disfrutando del viaje por el mar. Solo pensar en la venganza a la que esto la podía llevar lo hacía agradable.
Ella era uno de los altos nobles del Imperio. Cuando había emprendido largos viajes antes, lo había hecho en camarotes de lujo individuales de grandes galeras, o en carruajes con almohadas en medio de convoys bien protegidos, no compartiendo el espacio en una barca que parecía demasiado diminuta en comparación con la vasta amplitud del océano.
Sin embargo, no era solo su comodidad lo que lo hacía difícil. Estefanía se enorgullecía de ser más fuerte de lo que la gente pensaba. No se iba a quejar solo porque aquella barca con agujeros se movía con cada ola, o por lo que parecía ser una dieta sin fin a base de pescado y carne salada. No iba a quejarse ni de su hedor. En circunstancias normales, Estefanía hubiera cubierto su rostro con su mejor sonrisa fingida y hubiera seguido con ello.
Su embarazo lo hacía más difícil. Estefanía imaginaba que ahora podía sentir a su hijo creciendo en su interior. El hijo de Thanos. Su arma perfecta contra él. Suyo. Era algo que apenas parecía real cuando lo oyó por primera vez. Ahora que el embarazo agravaba cualquier indicio de enfermedad y que hacía que la comida supiera peor de lo habitual, todo parecía demasiado real.
Estefanía observaba cómo Felene trabajaba en la parte delantera de la barca, junto a su doncella, Elethe. Había un contraste muy grande entre las dos. La marinera, ladrona y todo lo demás con sus bastos calzones y su sayo, con el pelo trenzado a la espalda. La doncella con sus sedas cubierta por una capa, con el pelo más corto, enmarcando con suavidad unos rasgos oscuros, proporcionándoles una elegancia a la que la otra mujer no podía aspirar.
Felene parecía estar pasándolo en grande mientras cantaba una saloma de tal ingeniosa vulgaridad, que Estefanía estaba segura de que lo hacía intencionadamente para provocarla. O esto, o esta era la idea que Felene tenía del cortejo. Había visto algunas de las miradas que le echaba a su doncella.
Y a ella, pero al menos eran mejores que las miradas de sospecha. Al principio eran muy escasas, pero cada vez eran más frecuentes, y Estefanía podía imaginar por qué. El mensaje que había mandado para atraer a Thanos decía que se había tomado la poción de Lucio. En aquel momento, parecía la mejor manera de hacerle daño, pero ahora, significaba que debía esconder las señales de un embarazo que parecía decidido ahora a darse a conocer. Incluso aunque no tenía las cercanas molestias constantes a tener en cuenta, Estefanía estaba segura de poder notar que se estaba hinchando como una ballena, que sus vestidos le apretaban más con cada día que pasaba.
No podía esconderlo para siempre, lo que significaba que probablemente tendría que matar a la marinera preferida de Thanos en algún momento. Quizás podría hacerlo ahora, ir hacia donde estaba aquella mujer y tirarla por la borda de la barca. O podría ofrecerle una bota. Incluso con la prisa con la que tuvo que marchar, Estefanía todavía tenía suficientes pociones a mano para encargarse de una legión de enemigos potenciales.
Incluso podría mandar a su doncella que lo hiciera. A fin de cuentas, Elethe era buena con los cuchillos, aunque desde que estuvo presa de la marinera cuando Estefanía las encontró en los muelles, quizás no lo era lo suficiente.
Aquella duda fue suficiente para que Estefanía se detuviera. Aquello no era el tipo de cosa en la que podía permitirse un error. Habría ocasión para enmendarlo. Tan lejos de otros recursos, un fallo no significaría una retirada tranquila. Podría significar su muerte.
En cualquier caso, todavía estaban muy lejos de tierra. Estefanía no sabía manejar la barca y mientras su doncella posiblemente sería una guía útil en las tierras de Felldust, seguramente no podría llevarlas a través del océano hasta ella. Necesitaba las habilidades de la marinera, tanto para encontrar tierra de manera segura como para llevarlas al trozo de tierra correcto. Había cosas que Estefanía necesitaba encontrar, y no podía hacerlo si no podía ni llegar a la tierra que hacía generaciones que era la aliada del Imperio.
Estefanía fue hacia ellas y, por un instante, pensó en empujar a Felene igualmente, simplemente porque parecía sorprendentemente leal a Thanos. No era un rasgo que Estefanía esperara de una ladrona confesa, y quería decir que probablemente el soborno no sería una opción. Lo que solo dejaba medios más violentos.
Aún así, cuando Felene se giró hacia ella, Estefanía forzó una sonrisa.
“¿Cuánto tiempo más tenemos que seguir?” preguntó.
Felene levantó las manos como un comerciante que equilibra las balanzas. “Un día o dos, quizás. Depende del viento. ¿Ya le molesta mi compañía, princesa?”
“Bueno”, dijo Estefanía, “eres grosera, altiva, despótica y casi te regocijas del hecho de que eres una criminal”.
“Y esto solo es el principio de mis virtudes”, dijo Felene riéndose. “Aún así, os llevaré a Felldust sin dificultad. ¿Ha pensado en lo que va a hacer entonces? ¿Los amigos de la corte, quizás, para ayudarla a encontrar a su hechicero? ¿Sabe dónde encontrarlo?”
“Donde el sol al ponerse se encuentra con las calaveras de los que murieron como piedra” dijo Estefanía, recordando las instrucciones que la Vieja Hara la bruja le había dado. Estefanía había pagado por esas direcciones con la vida de una de sus otras doncellas. Apenas parecían suficientes.
“Siempre es algo así”, dijo Felene con un suspiro. “Créame, he robado algunas bonitas cosas impresionantes en mi vida y nunca son direcciones claras. Nunca hay un nombre de calle y alguien que te diga que cojas la tercera puerta a la izquierda. Hechiceros, brujas, estos son los peores. Me sorprende que una dama noble como usted quiera mezclarse con algo así”.
Aquello se debía a que la marinera no sabía nada sobre Estefanía, en realidad. Ni de las cosas que le había tomado su tiempo aprender para ser algo más que otro rostro en el contexto de los acontecimientos reales. Ni por supuesto hasta dónde estaba dispuesta a llegar por venganza.
“Haré lo que haga falta”, dijo Estefanía. “La cuestión es si puedo confiar en ti”.
Felene le mostró una sonrisa. “Siempre y cuando me pida más que nada cosas que incluyan beber, luchar y robar de vez en cuando”. Su gestó se volvió más serio. “Se lo debo a Thanos, y le di mi palabra de que procuraría que estuvieras a salvo. Mantengo mi palabra”.
Sin esa parte, ella hubiera sido perfecta para los planes de Estefanía. Oh, si hubiera estado tan abierta al soborno como el resto de los de su especie. O incluso a la seducción. Estefanía le hubiera entregado a Elethe con la misma facilidad que le había entregado su última doncella a la vieja bruja Hara.
“¿Y qué pasará cuando lleguemos a Felldust?” preguntó Felene. “¿Cómo lo haremos para encontrara aquel ‘lugar donde el sol al ponerse se encuentra con las calaveras de los que murieron como piedra’?”
“Yo he oído hablar de las calaveras de los que murieron como piedra”, añadió Elethe. “Están en las montañas”.
Estefanía hubiera preferido hablar de esto en privado, pero lo cierto era que no había privacidad en su pequeña barca. Tenían que hablar de ello, y aquello quería decir hablar delante de Felene.
“Eso quiere decir que tendremos que ir hacia las montañas”, dijo Estefanía. “¿Podrás encargarte de esto?”
Elethe asintió. “Un amigo de mi familia tiene caravanas que cortan camino por las montañas. Será fácil organizarlo”.
“¿Sin llamar demasiado la atención?” preguntó Estefanía.
“El dueño de una caravana que llama demasiado la atención es al que roban”, le aseguró Elethe. “Y conseguiremos más información una vez lleguemos a la ciudad. Felldust es mi hogar, mi señora”.
“Estoy segura de que serás de gran ayuda”, dijo Estefanía, de un modo que se convirtió en una expresión de gratitud. Antes aquello hubiera hecho enloquecer de alegría a su doncella, pero ahora apenas sonrió. Posiblemente tenía algo que ver con toda la atención que recibía de Felene.
Un fino rayo de ira crecía en Estefanía ante aquello. No eran celos en el sentido tradicional, porque no sentía eso por la chica, ni por nadie, ahora que Thanos había desaparecido de su vida. No, simplemente era porque su doncella era suya. Antes la chica se hubiera lanzado a su muerte si Estefanía se lo hubiera mandado. Ahora, Estefanía no podía asegurarlo, y eso la exasperaba. Debería encontrar un modo de demostrarlo antes de que aquello terminara.
Tendría que hacer muchas cosas antes de terminar en Felldust. Tendría que encontrar a este hechicero, y aunque su doncella entendiera una de las pistas de su paradero, aquella llevaría tiempo y esfuerzo. Tendría que hacerlo en una tierra extraña, donde la política y la gente serían diferentes, aunque sus puntos débiles fueran en general los mismos que en todo el mundo.
Incluso una vez encontrado el hechicero, debería encontrar el modo o de descubrir lo que sabe o de ganarse su ayuda. Quizás solo haría falta dinero, o un pequeño hechizo, pero Estefanía lo dudaba. Cualquier hechicero con el poder de detener a uno de los Antiguos podría conseguir cualquier cosa del mundo que quisiera.
No, Estefanía tendría que ser más creativa que aquello, pero encontraría un modo de hacer que funcionara. Todo el mundo deseaba algo, fuera poder, fama, información, o simplemente seguridad. Estefanía siempre había tenido un don para descubrir lo que quería la gente; muy a menudo era la palanca que los abría a hacer lo que Estefanía quería que hiciesen.
“Dime, Elethe”, dijo por impulso. “¿Qué es lo que tú deseas?”
“Servirla, mi señora”, dijo la chica de inmediato. Era la respuesta correcta, evidentemente, pero había un toque de sinceridad en ella que a Estefanía le gustaba. Ya descubriría la respuesta real a su debido tiempo.
“¿Y tú, Felene?” preguntó Estefanía.
Vio que la ladrona encogía los hombros. “Cualquier cosa que el mundo me ofrezca. Preferiblemente con abundantes tesoros, bebida, compañeros y diversión. No necesariamente en ese orden”.
Estefanía rio flojito, fingiendo no escuchar la mentira que había en ello. “Por supuesto. ¿Qué más podría desear alguien?”
“¿Por qué no me lo dice usted?” contestó Felene. “¿Qué es lo que usted desea, princesa? ¿Por qué pasa por todo esto?”
“Quiero estar a salvo”, dijo Estefanía. “Y busco venganza contra los que me arrebataron a Thanos”.
“¿Venganza contra el Imperio?” dijo Felene. “Imagino que yo podría apoyarla en eso. Al fin y al cabo, ellos me arrojaron a aquella isla suya”.
Si quería pensar que lo que Estefanía quería era vengarse del Imperio, que lo creyera. Los objetos de la ira de Estefanía se definían más fácilmente: Ceres, después Thanos, junto con todos los que los ayudaran.
En silencio, Estefanía repetía el juramento que había hecho en Delos. Educaría a su hijo para que fuera el arma perfecta contra su padre. Lo educaría con amor; seguro, ella no era un monstruo. Pero también tendría un propósito. Sabría lo que su padre había hecho.
Y algunas cosas no podrían perdonarse nunca.
CAPÍTULO CUATRO
Lucio había pasado la mayor parte de su viaje a Felldust como queriendo apuñalar a alguien. Ahora que se estaba acercando, el sentimiento no hacía más que intensificarse. Allí estaba vestido con ropa sucia, mientras el sol lo achicharraba, huyendo de un imperio que debería haberse apresurado a obedecerle.
“Vigila por donde vas, chico”, dijo uno de los marineros, apartando a Lucio de un empujón para poder poner una cuerda en su sitio. Lucio no se había molestado en recordar el nombre de aquel hombre, pero ahora mismo deseaba haberlo hecho, aunque solo fuera para quejarse al capitán de esta barca de su tripulación.
“¿Chico? ¿Sabes quién soy y te atreves a llamarme chico?” exigió Lucio. “Debería ir al capitán Arvan y hacer que te azotaran con el látigo”.
“Hazlo”, dijo el marinero, con el tono aburrido de alguien que sabe que está perfectamente a salvo. “A ver lo que consigues”.
Lucio cerró los puños. Lo peor era la sensación de futilidad. El Capitán Arvan estaba en la cubierta de mando con el timón del barco en sus manos, el bulto de aquel hombre se balanceaba cada vez que una ola movía la barca. Había dejado perfectamente claro que Lucio le importaba hasta que durara su dinero.
Como le había pasado desde que marchó, la rabia traía consigo imágenes de sangre y piedra. La sangre de su padre, manchando la piedra de la estatua de su antepasado.
Con la que me mataste.
Lucio se sobresaltó ante aquello, aunque la voz había estado allí, clara como el cielo por la mañana, profunda como la culpa, siempre desde el momento en que le dio el primer golpe. Lucio no creía en los fantasmas, pero el recuerdo de la voz de su padre todavía estaba allí, contestándole siempre que intentaba pensar. Sí, solo se trataba de su propia mente jugándole malas pasadas, pero aquello apenas lo hacía mejor. Solo quería decir que incluso sus propios pensamientos no harían lo que él quisiera.
Nada lo haría, por el momento. El capitán del barco en el que lo habían aceptado, se lo había llevado a regañadientes, como si no fuera un honor tener a Lucio a bordo durante su viaje. Sus hombres trataban a Lucio con desprecio, como a un criminal común que huye de la justicia, más que como al legítimo gobernador del Imperio, al que le han usurpado cruelmente el trono.
El trono de Thanos.
“No es el trono de Thanos”, dijo bruscamente al vacío. “Es mío”.
“¿Decías algo?” preguntó el marinero, sin molestarse a mirar.
Lucio se apartó de él, y le dio un puñetazo a la madera del mástil, enojado, pero aquello solo le provocó dolor en los nudillos cuando le saltó la piel de los mismos. Si por él fuera, hubiera despellejado a uno o dos de los de la tripulación también.
Aún así, Lucio mantenía las distancias con ellos, manteniéndose en las secciones vacías de cubierta a donde le habían dicho que podía ir, como si se tratara de un plebeyo a quien daban instrucciones acerca de dónde podía estar. Como si él no pudiera reclamar legítimamente todas y cada una de las embarcaciones del Imperio si lo deseaba.
Pero el capitán del barco había hecho exactamente eso. Había dejado a Lucio con instrucciones claras de mantenerse lejos de la tripulación mientras estaban trabajando y de no causar ningún problema.
“De no ser así caerás por la borda e irás nadando hasta Felldust”, había dicho el hombre.
Quizás deberías haberlo matado como hiciste conmigo.
“No estoy loco”, se dijo Lucio a sí mismo. “No estoy loco”.
No lo iba a permitir, como tampoco iba a permitir que los hombres le hablaran con altanería, como si él no importara. Todavía recordaba el frío estado de furia en el que se encontraba cuando golpeó a su padre, sintiendo el peso de la estatua en su mano, golpeando con ella porque era el único modo de retener lo que era suyo.
“Tú me hiciste hacerlo”, hablaba Lucio entre dientes. “No me dejaste elección”.
Estoy seguro que igual que ninguna de tus víctimas de dejó elección, dijo la voz interior. ¿A cuántos has matado ya?
“¿Qué importa eso?” exigió Lucio. Fue dando grandes pasos hacia el barandal y gritó por encima del ajetreo de las olas. “¡No importa!”
“¡Cállate, chaval, aquí estamos intentando trabajar!” gritó el capitán del barco desde donde estaba manejando aquello.
No puedes hacer lo correcto ni siquiera en medio del océano, dijo su voz interior.
“Cierra la boca”, dijo bruscamente Lucio. “¡Cierra la boca!”
“¿Te atreves a hablarme así, chico?” exigió el capitán, dirigiéndose hacia la cubierta principal para enfrentarse a él. El hombre era más grande que Lucio y, normalmente, en aquel momento el miedo lo hubiera recorrido. Ahora mismo no tenía cabida, porque los recuerdos lo empujaban hacia fuera. Recuerdos de violencia. Recuerdos de sangre. “¡Yo soy el capitán de esta embarcación!”
“¡Y yo soy un rey!” replicó Lucio, lanzando un puñetazo con la intención de dar al otro hombre en la mandíbula y hacer que se tambaleara hacia atrás. Nunca había creído en las peleas justas.
En cambio, el capitán se apartó, esquivando el golpe con facilidad. Lucio resbaló con la humedad que había en cubierta y en aquel instante el otro hombre le abofeteó.
¡Abofetearlo a él! Como si fuera una fulana que ha hablado cuando no le tocaba, no un guerrero digno de una lucha. ¡No un príncipe!
Aún así, el golpe fue suficiente para tirarlo a cubierta, y Lucio hizo un pequeño ruido de rabia.
Es mejor que no te levantes, susurró la voz de su padre.
“¡Cállate!”
Metió la mano dentro de su túnica, para buscar el cuchillo que guardaba allí. Entonces fue cuando el Capitán Arvan lo pateó.
El primer golpe fue en el estómago, lo suficientemente fuerte para hacerlo caer de rodillas. El segundo tan solo le golpeó ligeramente la cabeza, pero aún así fue suficiente para hacerle ver las estrellas. No hizo nada para silenciar la voz de su padre.
Llámate a ti mismo guerrero. Sé que sabes cómo hacerlo.
Era fácil decirlo cuando no te están golpeando hasta la muerte sobre la cubierta de un barco.
“¿Crees que me puedes apuñalar, chico?” exigió el Capitán Arvan. “Vendería tu cadáver si creyera que alguien pagaría por él. Tal como están las cosas, ¡te lanzaremos al agua y veremos si ni siquiera los tiburones dirigen sus hocicos hacia ti!” Hubo otra pausa, interrumpida por otro puntapié. “Vosotros dos, agarradlo. Veremos si la realeza flota”.
“¡Soy un rey!” se quejaba Lucio mientras unas manos fuertes empezaban a cogerlo. “¡Un rey!”
Y pronto serás un antiguo rey, añadió la voz de su padre.
Lucio se sintió ingrávido cuando los hombres lo cogieron, lo suficientemente alto que podía ver el agua interminable que los rodeaba, a la que pronto lo arrojarían para que se ahogara. Aunque no era interminable, ¿verdad? Estaba viendo…
“¡Tierra a la vista!” exclamó su centinela.
Por un instante, la tensión se contuvo, y Lucio estaba seguro de que lo iban a lanzar al agua de todas formas.
Entonces la voz del Capitán Arvan retumbó por encima de todo lo demás.
“¡Dejad a esa basura real que respira! Tenemos deberes que atender, nos desharemos de él muy pronto”.
Los marineros no lo dudaron. En su lugar, arrojaron a Lucio sobre la cubierta, abandonándolo mientras se disponían a tirar de las cuerdas junto al resto de la tripulación.
Deberías estar agradecido, susurró la voz de su padre.
Sin embargo, Lucio estaba de todo menos agradecido. En su lugar, añadió este barco y su tripulación a la lista de aquellos que pagarían una vez recuperara su trono. Haría que los quemaran.
Haría que los quemaran a todos.
CAPÍTULO CINCO
Thanos estaba dentro de su jaula esperando a la muerte. Se retorcía y daba vueltas bajo el sol de Delos, que lentamente calentaba, mientras por el patio los guardias trabajaban para construir el patíbulo en el cual lo asesinarían. Thanos nunca se había sentido tan desamparado.
O tan sediento. Allí lo habían ignorado, no le habían dado nada para comer ni para beber, solo dirigían su atención hacia Thanos para hacer repiquetear sus espadas en las barras de su horca, como mofa.
Los sirvientes iban a toda prisa por el patio, la sensación de urgencia en sus recados sugería que algo estaba sucediendo en el castillo de lo que Thanos no sabía nada. O quizás así era simplemente cómo sucedían las cosas durante velatorio por la muerte de un rey. Quizás toda esta actividad se debía simplemente a que la Reina Athena estaba dirigiendo Delos como ella quería.
Thanos podía imaginar a la reina haciéndolo. Mientras otra podría haberse quedado atrapada en su dolor, apenas capaz de moverse, Thanos imaginaba que ella veía la muerte de su esposo como una oportunidad.
Thanos apretó la horca con fuerza con sus manos. Era muy posible que, en aquel mismo momento, él fuera el único que verdaderamente lloraba la muerte de su padre. Los sirvientes y el pueblo de Delos tenían todas las razones para odiarlo. Athenas estaba probablemente demasiado inmersa en sus planes para preocuparse. Y respecto a Lucio…
“Te encontraré”, prometió Thanos. “Habrá justicia por esto. Por todo”.
“Oh, habrá justicia, seguro” dijo uno de los guardias. “Tan pronto como te destripemos por lo que hiciste”.
Golpeó las barras, atrapando los dedos de Thanos de un modo que hizo que este soplara por el dolor. Thanos hizo la intención de agarrarlo, pero el guardia simplemente rio, apartándose como en una danza y dirigiéndose a ayudar a los demás en la construcción del escenario sobre el que Thanos sería asesinado finalmente.
Era un escenario. Todo aquello era un espectáculo. En un instante de violencia, Athena tomaría el control del Imperio, al eliminar el peligro principal para su poder y al mostrar que ella seguía al mando, a pesar de que su hijo ascendiera al trono.
Quizás realmente pensaba que ese sería el caso. De ser así, Thanos le deseaba suerte. Athena era malvada y avariciosa, pero su hijo era un loco sin límites. Ya había matado a su padre, y si su madre pensaba que podía controlarlo, entonces necesitaría toda la ayuda que le pudieran dar.
Como pasaría con todos en Delos, desde el último campesino hasta llegar a Estefanía, atrapada y a la merced de una realeza que no tenía en absoluto.
Pensar en su esposa le apenaba. Había venido hasta aquí para salvarla, y en su lugar había acabado así. Si él no hubiera estado allí, quizás las cosas hubieran resultado mejor. Quizás los guardias hubieran visto que fue Lucio el que había matado al rey. Quizás hubieran actuado, en lugar de intentar limpiarlo todo.
“O quizás hubieran culpado a la rebelión”, dijo Thanos, “y Lucio hubiera tenido otra excusa”.
Podía imaginarlo. No importaba lo mal que estuviera todo, Lucio siempre encontraría un modo de culpar a los demás. Y si él no hubiera estado allí al final, no hubiera podido escuchar a su padre reconocer quién era él. No hubiera descubierto que podía encontrar pruebas de ello en Felldust.
No hubiera tenido la oportunidad de decir adiós, o de sostener a su padre al morir. Ahora lamentaba el hecho de que no conseguiría ver a Estefanía antes de ser ejecutado, o de poder asegurarse de que estaba bien. Incluso con todo lo que había hecho, no debería haberla abandonado en aquel muelle. Había sido un paso egoísta, pensando solo en su propia rabia e indignación. Había sido un paso que le había costado su esposa y la vida de su hijo.
Fue un paso que probablemente le iba a costar a Thanos su propia vida, dado que solo estaba allí porque Estefanía estaba atrapada. Si se la hubiera llevado con él y la hubiera dejado a salvo en Haylon, nada de esto hubiera sucedido.
Thanos sabía que había una cosa que debía hacer antes de que lo ejecutaran. No podía escapar, no podía esperar eludir lo que le esperaba, pero aún podía intentar arreglarlo.
Esperó a que uno de los sirvientes que atravesaban el patio se acercara. El primero al que le hizo una señal continuó caminando.
“Por favor”, llamó al segundo, que miró a su alrededor antes de negar con la cabeza y continuó su camino.
El tercero, una mujer joven, se detuvo.
“Se supone que no podemos hablar contigo”, dijo. “Se nos ha prohibido traerte agua o comida. La reina quiere que sufras por matar al rey”.
“Yo no lo maté”, dijo Thanos. Él alargó el brazo cuando ella se disponía a dar la vuelta. “No espero que lo creas, y no te estoy pidiendo agua. ¿Puedes traerme carbón y papel? La reina no puede haber prohibido esto”.
“¿Estás pensando en escribir un mensaje para la rebelión?” preguntó la sirvienta.
Thanos negó con la cabeza. “Nada de eso. Puedes leer lo que escriba si quieres”.
“Lo… lo intentaré”. Parecía que quería decir algo más, pero Thanos vio que uno de los guardias miraba en su dirección, y la sirvienta se fue a toda prisa.
Esperar era difícil. ¿Cómo se suponía que debía observar a los guardias construyendo la horca de la que lo colgarían hasta prácticamente matarlo, o la gran rueda en la que lo romperían más tarde? Era una pequeña crueldad que demostraba que aunque la Reina Athena consiguiera controlar a su hijo, el Imperio estaría lejos de la perfección.
Todavía estaba pensando en todas las crueldades que Lucio y su madre podrían causar al país cuando la sirvienta llegó con algo doblado bajo el brazo. Tan solo era un trozo de pergamino y un pequeñísimo palo de carbón, pero aún así se lo pasó tan furtivamente como si se tratara de la llave hacia su libertad.
Thanos lo cogió con la misma cautela. No tenía ninguna duda de que los guardias se lo quitarían, aunque solo fuera por la pequeña oportunidad de hacerle más daño. Aunque había algunos que no estaban completamente corruptos por la crueldad del Imperio, pensaban que él era el peor de los traidores, y que merecía todo lo que tenía.
Se encorvó hacia el trozo de pergamino, susurrando las palabras mientras intentaba dejarlo exactamente como debía estar. Escribía con letras diminutas, sabiendo que había mucho en su corazón que necesitaba plasmar allí:
A mi querida esposa, Estefanía. Para cuando leas esto, me habrán ejecutado. Quizás sientas que lo merezco, después del modo en que te dejé atrás. Quizás sentirás algo del dolor que yo siento al saber que has sido forzada a hacer tantas cosas que tú no querías.
Thanos intentaba pensar en las palabras para todo lo que sentía. Era difícil plasmarlo todo, o dar sentido al caos confuso de sentimientos que daban vueltas en su interior:
Yo… te quería, y vine a Delos para intentar salvarte. Siento no haber podido, incluso aunque no estoy seguro de que hubiéramos podido estar juntos de nuevo. Yo… sé lo feliz que estabas cuando supiste lo de nuestro hijo, a mí también me llenó de alegría. Aún así, mi mayor remordimiento es que nunca veremos al hijo o hija que podría haber sido.
Solo pensar en ello ya le provocaba más dolor que cualquiera de los golpes que los guardias le habían causado. Debería haber venido antes a liberar a Estefanía. Nunca debería haberla dejado atrás.
“Lo siento”, susurró, sabiendo que no habría suficiente espacio para escribir todo lo que quería decir. Evidentemente no podía exponer sus sentimientos en algo que iba a confiar a una extraña para que lo entregara. Solo esperaba que aquello fuera suficiente.
Podría haber escrito mucho más, pero aquello era lo principal. Su dolor porque las cosas habían ido mal. El hecho de que había habido amor. Esperaba que fuera suficiente.
Esperó a que la sirvienta se acercara de nuevo y estiró el brazo para detenerla.
“¿Puedes llevar esto a Lady Estefanía?” preguntó.
La sirvienta dijo que no con la cabeza. “Lo siento, no puedo”.
“Ya sé que es pedir mucho”, dijo Thanos. Comprendía el peligro que le estaba pidiendo a la sirvienta que corriera. “Pero si alguien puede hacérselo llegar mientras todavía está encerrada…”
“No es eso”, dijo la sirvienta. “Lady Estefanía no está aquí. Se fue”.
“¿Se fue?” repitió Thanos. “¿Cuándo?”
La sirvienta extendió los brazos. “No lo sé. Escuché a una de sus doncellas hablar de ello. Se marchó hacia la ciudad y no regresó”.
¿Había escapado? ¿Había salido de allí sin su ayuda? Su doncella había dicho que era imposible, ¿pero había encontrado la manera Estefanía? Podía esperar que fuera posible, ¿o no?
Thanos todavía estaba pensando cuando se dio cuenta de que se había detenido la actividad alrededor del patíbulo. Al mirar, fue fácil ver por qué. Estaba acabado. Los guardias estaban a la espera a su lado, obviamente admirando su construcción. Un lazo colgaba, oscuro contra el horizonte. Una rueda en espiral y un brasero estaban por allí cerca. Por encima de todo aquello sobresalía una gran rueda, con cadenas atadas a ella, un enorme martillo descansaba en el suelo junto a ella.
Vio que la gente se iba amontonando. Había guardias colocados en círculo por los bordes del patio, que parecía que estuvieran allí para evitar que otros se metieran y como si quisieran ver la muerte de Thanos por ellos mismos.
Arriba, mirando por las ventanas, Thanos veía sirvientes y nobles, algunos miraban hacia abajo parecía ser que con pena, otros con rostros inexpresivos o con un odio descarado. Thanos podía ver incluso a unos cuantos subidos al tejado, mirando hacia abajo desde allí ya que no podían encontrar otro lugar. Estaban llevando aquello como si se tratara del acontecimiento social de la temporada más que de una ejecución, y un rayo de rabia creció en Thanos ante aquello.
“¡Traidor!”
“¡Asesino!”
Los abucheos fueron a menos, los insultos les siguieron como resultado desde las ventanas, y aquella fue la parte más dura. Thanos pensaba que aquella gente lo respetaban y sabrían que nunca podría hacer aquello de lo que le acusaban, pero lo abucheaban como si fuera el peor de los criminales. No todos ellos lo insultaban, pero bastantes, y Thanos se preguntaba si realmente lo odiaban tanto, o solo querían demostrarle al nuevo rey y a su madre de qué lado estaban.